The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Han sido semanas extrañas, ni siquiera sé si entran en el catálogo de intensas. Me he mantenido callado y esa no es una cualidad que yo pueda presumir, así que estoy seguro de que los elfos deben estar preguntándose qué sucede conmigo; o tal vez no, porque nadie puede decir que les importe aunque sea un poco. Las horas de soledad se han incrementado en vista de que el Ministerio de Magia se encuentra complicado con tanto trabajo, así que puedo mantener la cabeza ocupada en la cama un poco más de lo normal no solo por la ausencia de mi ama, sino también porque tengo más tiempo libre al no tener que cumplir con sus atenciones personales. ¿Cómo se supone que deba tomarme las noticias que han estado azotado a todo el país, incluso cuando no soy alguien que tenga voz ni voto en esta pelea? Momento, porque parece que ahora sí. ¿O diremos que todos los que han salido a quejarse bajo las máscaras son magos? ¿No tenemos derecho ahora a decir que podemos tomar esa salida? Un Black no es la mejor opción, pero sigue siendo más aceptable que un Niniadis. El gobierno tiene miedo, puedo verlo, la isla entera se ha sumido en un silencio siniestro. Tal vez es lo que necesitamos para un cambio. ¿Y yo qué voy a hacer? ¿Me quedaré aquí a verlo desde la televisión?

Y eso me frustra más que nada. Allá afuera hay una guerra que me encantaría pelear, incluso si eso me mata, pero solo soy capaz de acomodar el brillo del porche de la mansión con un trapo cargado y un balde que eructa burbujas y con el cual me he peleado en más de una ocasión porque tiene la manía de correrse hacia un lado cuando quiero volver a meter el trapeador. Me soplo los pelos de la cara con frustración, maldiciendo esta porquería por décima vez en menos de cinco minutos cuando siento un chistido. Me giro hacia el balde con el reproche en la cara, seguro de que me está fastidiando y me recargo en el trapeador — ¿Qué pasó? ¿La pócima limpiadora te empalagó una vez más? — me mofó, porque el eructo que me responde no me dice gran cosa. Pinchó la pompa en el aire con un dedo cuando escucho el nuevo llamado y me desconcierta, porque mirándolo puedo decir que no se trata del bendito balde. Me paso una mano por la cabeza para quitarme los rulos de la vista, girándome en busca de cualquier cosa fuera de lugar. Lo encuentro en forma de mole rubia entre el rosedal, lo que me provoca una sacudida de emoción algo desagradable cuando empiezo a conectar hilos de pensamiento.

¡Drew! — no grito, quizá porque se me ahoga el tono de la voz cuando dejo caer el trapeador de la sorpresa. El escándalo del choque no me importa cuanto paso una pierna por encima del suelo mojado para bajar las escaleras a medio trote, no muy seguro de estar haciendo lo correcto — ¿Qué demonios haces aquí? ¿Quién te trajo? — me asomo para ver si hay alguien detrás de él, pero al no encontrar a nadie, vuelvo a él y sacudo un poco las hojas para verlo mejor — Idiota. Bordea el jardín, hay un cobertizo. Pero… — mis instrucciones se pierden un poco por el puñetazo que le doy en el brazo, por si no le quedó en claro que es un estúpido.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
Tributo
La niña rubia que Phoebe indicó que sería su sobrina mayor es la que me abre la puerta de su casa cuando aparezco en el rellano a entregar el paquete que me sirve de excusa para venir a la isla. No sé qué es lo que contiene, pero la niña lo acepta sin inconvenientes y duda un poco en su porte antes de pedirme disculpas, agradecer y desaparecer puertas adentro. No entiendo muy bien su gesto, pero voy a suponer que tiene que ver con el llanto de bebé que se encuentra de fondo. Y sí, he visto fotos de la niña, pero no recuerdo la última vez que estuve cerca de un recién nacido y el impulso que tengo es el de retroceder casi que con urgencia.

Al menos el plan que hemos armado funcionó, y pude entrar a la isla sin inconvenientes. El mayor problema ahora lo tengo al dudar si dirigirme a la casa vecina o no. Phoebe me ha dicho que llevar encargos a la casa de su hermano no sería mucho problema, pero tener la excusa para dirigirme a la casa de la ministra de educación era cosa de una o dos oportunidades, no más. Si tenía suerte, Jim estaría en la casa y la ministra no. Era difícil investigar los horarios de esta gente, pero cuando avanzo por la calle exterior a los inmensos jardines, la voz de Jim llega antes que su silueta. Tal vez ni siquiera tendría que usar de excusa el sobre que guardo en el interior de la fina chaqueta que llevo.

- ¿Pero que clase de recibimiento es ese? - Cuestiono mientras me sobo el brazo más por el resto automático que por el dolor, que vaya y sea de paso, no estaba acostumbrado a sentir. Había perdido algo de masa muscular este último tiempo, pero gracias a los cuidados de Phoebe poco a poco la iba recuperando. - Ya, ya. Voy al cobertizo, que si quieres que estemos solos en un lugar oscuro… ese recibimiento si me gusta más. - Bromeo. Ha pasado tiempo desde que he visto a Jimbo, pero me alegra ver que la familiaridad que surge al estar en su presencia sigue intacta.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
La clase de recibimiento de alguien que cree que no está bien meterse aquí sin un mago que… — reparo en el detalle, dando un paso hacia atrás para verlo mejor, porque no he reparado en sus ropas — No te he visto en meses. ¿Tienes un amo con acceso a la isla o te colaste? — es obvio por el tonito acusador que utilizo, que lo veo perfectamente capaz de hacerlo. El tiempo en el cual Andrew y yo fuimos compañeros dentro del mercado, fue el necesario para darme cuenta de la clase de persona que es mi amigo. Puede ser encantador, no hay otra manera de definirlo si consideramos la cantidad de veces que regresó tras el asesinato de algún dueño que se hubiera pasado de la raya con él, pero también tiene sus tretas y creo que esa es la parte más peligrosa en una persona que tiene ideas tan definidas. Le hago una mueca de falsa risa a su broma, abro y cierro mis dedos con algo de impaciencia, porque si lo que quiere es hablar no nos está ayudando el pasar tiempo al aire libre — Ya quisieras. Solo dame unos minutos y estaré contigo.

Tengo que chequear varias veces que me hace caso cuando entro a la casa, llevando conmigo el balde y el trapeador. Hago un enorme esfuerzo en no volcar demasiado por el camino, cosa en la que fallo en algunas ocasiones, pero prefiero las sospechas sobre algunas pocas gotas que el dejar todo en el porche para que alguien se pregunte por qué no he terminado mis deberes. Tras asegurarme que el balde larga su último eructo, mis piernas se lanzan en una carrera veloz hasta el jardín trasero. Para cuando abro la puerta del cobertizo, creo que hago demasiado estruendo y tengo que frenarme en seco para no chocarme con su enorme altura.

Cierro detrás de mí con la sospecha en una mirada que no se despega de él. Hay solo dos ventanas, pequeñas y altas, que nos regalan la luz solar que ilumina los ácaros y los reflejos rubios de su cabello. Hay cierto gusto en ver un rostro amigo, conozco a Andrew lo suficiente como para saber que no estará aquí solo para verme la cara. ¿O no? — Tengo tres opciones para ti — comienzo, despegando mi mano del picaporte — Viniste por tu hermana, por las noticias de Kendrick Black y los levantamientos o porque te morías por verme. Voy a ser humilde y descartar la tercera — le sonrío, aunque es una mueca débil — No he visto a Celestine en mucho tiempo. Magnar es más estricto que Jamie Niniadis con respecto a sus esclavos. La isla se encuentra… bueno, nadie está tranquilo. Es bueno verte, Drew. Hasta puedo decir que te he echado de menos — porque al final, siempre es necesario un rostro amigo.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
Tributo
- Admiro tu fe en mi persona. - Le aseguro cuando sugiere que tengo la habilidad para colarme en el lugar más seguro de todo el país. Probablemente sería más fácil asaltar un banco antes que meterme de lleno en el hogar de los ministros sin permiso de ingreso, pero bueno, debía admitir que podía ser una pequeña posibilidad con los contactos adecuados. - Técnicamente hablando, ni lo uno ni lo otro. Pero la persona con la que me estoy quedando tiene acceso y me hago pasar por su esclavo pese a que no haya papeles de compra. Que estoy seguro de que podría conseguirlos, pero de momento… - Era riesgoso. Si volviese al mercado por mi cuenta no había garantías de nada. Y si Phoebe me declaraba legalmente como su propiedad, surgirían las dudas de dónde me había obtenido y del por qué no me había llevado ante las autoridades. Luego de mucho pensarlo decidimos que era más seguro el simular que nada estaba fuera de lugar, y que simplemente era un esclavo al que había comprado. Nadie le pediría mis papeles, y con los planes que tenía en mente era más sencillo no estar vinculado a ella bajo ningún punto en caso de que me encontraran. - Me sigues rompiendo el corazón, Jimbo. - Le aseguro tras limpiarme una inexistente lágrima del ojo.

Sigo sus indicaciones hasta llegar al cuarto que me indica y, cuando por fin me adentro en el cuartito me llena una especie de inquietud que no puedo terminar de describir. Tal vez era que estaba harto de los lugares cerrados o del tener que esconderme, pero no tenía más opción. La vida de un muggle no era sencilla desde hace más de una década, y aquellos que habíamos conocido otras cosas debíamos aguantarnos sin ahogarnos en los recuerdos.  

James aparece por el marco de la puerta que tuve la precaución de entornar, y cuando la cierra tras de sí no emito palabra que ya él mismo me ofrece una lista de razones. - ¿Tan obvio soy? - Y no sé si es que sea tan obvio, o que hemos pasado demasiado tiempo hablando con Jim. Porque tiene razón y, pese a que mi razón principal es la que explica primero, las otras dos no puedo descartarlas. - ¡La puta madre! - Se me escapa la puteada a modo de queja, y me tengo que pasar las manos por el rostro para desquitar mi frustración. - Lo imaginé, pero llevo demasiado tiempo sin saber de ella, y no quiero ponerla en riesgo con cualquier otro método de comunicación que pueda pensar. ¿Al menos sabes si está bien? - Me reclino contra una de las paredes y largo un suspiro mientras mi cerebro se pone a pensar cómo solucionar mi dilema. Aún así, no voy a desperdiciar la oportunidad de hablar con mi amigo y me fuerzo a volver mi atención hacia él. - También es bueno verte Jimbo. ¿Qué tan mal está todo por aquí? Pasé un tiempo escondido y bueno… - Me había perdido de mucho, y pese a que Phoebe me había iluminado en algunos temas, no era lo mismo escucharlo de ella que de un igual.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
No se lo digo abiertamente, pero creo que toda la expresión de mi rostro dice que sí, es demasiado obvio para su propio bien. Me despego de la puerta y paseo por el cobertizo en lo que él utiliza su tiempo para despotricar, cosa que no me sorprende y que, asumo, necesita de su momento de hacer catarsis antes de continuar. Sé lo mucho que le importa su familia, su necesidad de proclamarse un justiciero anti magos o algo así tiene mucho que ver con los derechos que alguna vez le fueron arrebatados no solo a él, sino a quienes le importan. Es una de las cosas que he admirado siempre de su persona, a pesar de que no tienda a decírselo en voz alta. Con escucharlo, creo que ya se lo reflejo — Le he visto un par de veces a la distancia, pero no parecía estar diferente. No he oído sobre maltratos… — lo dejo flotando en el aire, porque no es como que los esclavos no tengan castigos puertas para adentro. No sé cómo es Magnar como amo, tampoco me gustaría averiguarlo. Tampoco soy quien para preocuparlo con alarmas sin tener una base sólida, así que prefiero el silencio. Sí, a veces tomo esa opción.

Tomo asiento en una de las sillas de madera que se encuentra en la esquina, rogando que no se encuentre tan destartalada como muchas de las cosas que terminaron en este lugar. Mi suspiro es demasiado largo, hasta parezco agotado cuando apoyo los codos en mis rodillas separadas, frotando las manos entre sí con suma lentitud — Bien — es una respuesta escueta, bajo la mirada a mis dedos como si sacarme la pielcita de una de mis uñas fuese de lo más interesante — Todo el mundo está muy tenso, pero eso no me ha afectado. ¿Por qué te escondes? ¿Hiciste algo malo? — no quiero juzgarlo, pero mi mirada es vagamente severa. Los precios de preocuparse por los demás.

Tampoco quiero darle demasiadas vueltas. Dejo caer mis manos y enderezo un poco la espalda para verlo mejor — Hay grupos que han expresado abiertamente el ayudar a personas como nosotros. Este sujeto… Hermann algo, hasta liberó esclavos — la mirada que lo recorre de pies a cabeza le pregunta, sin necesidad de palabras, dónde estaba cuando eso ocurrió — Y ahora Kendrick Black anda diciendo que todos nos merecemos igualdad de condiciones. ¿Tú en qué equipo piensas jugar? — porque desde que lo conozco ha estado esperando una oportunidad así, que no me venga ahora con que se quedará quieto.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
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- Tú y yo sabemos que eso no es garantía de nada. Pero voy a tener que contentarme con eso. - Si Tini no iba por ahí con moretones a la vista o con un estado de desnutrición general, está mucho mejor de lo qué podría haberlo estado conmigo luego de que se incendiara el mercado. Que tenía que admitirlo, era una idea con la que había jugado en más de una ocasión, pensando en que podríamos haber escapado de haber estado ella conmigo, tal vez incluso viajado fuera del continente. Pero ese no fue el caso y viendo cómo me había ido a mí, casi que podía dar gracias por ello.

Me despego de la pared y sigo a Jim, sentándome en el suelo cuando él encuentra una silla que sólo podría soportar el peso de su menudo cuerpo, quedando enfrentado contra su perfil, y dejando que mi cabeza caiga contra unos baldes que parece no van a aguantar demasiado. Incluso cuando me reclino tengo que hacerlo de manera tentativa para no ejercer demasiada presión de golpe a riesgo de que o todo me caiga encima, o que se precipite al suelo generando un estruendo que no podremos justificar. - ¿Viste cómo siempre te dije que hay un tiempo para todo y qué no hay que apresurarse a tomar decisiones sin pensar en las consecuencias? Pues no lo hice. - Me creí que las cosas saldrían bien por arte de magia, y la realidad es que siendo muggle no tenía idea de cómo funcionaban esas cosas. - Cuando pasó lo del mercado, me dejé llevar por la idea de libertad, no pude negarme a esa oportunidad y terminó por salirme todo de una manera espantosa. Para cuando quise volver era muy tarde y ahora estoy en ese limbo en el que estoy atado a algo peor que un amo. - Estoy atado a la suerte, arbitraria y desentendida; cruel y caprichosa.

- Sabes que siempre quiero jugar para nuestro equipo. Ese que nos permita tener nuestros derechos de nuevo sin importar a costa de qué. - Estoy harto, cansado con la vida, y sin ya nada que perder. - Lo único que necesito es el asegurarme de que Tini esté bien, y que no haya nada que pueda conectarla conmigo. Ya metí la pata y no hay vuelta atrás, así que quiero dejar de jugar a los costados. - Hermann Richter se había encargado de ponernos en libertad, pero nos había dejado la tarea de rescatarnos a nosotros mismos. Lo entendía, había riesgos medidos que no podía tomar, yo mismo pasé toda mi vida como esclavo jugando sobre esa línea fina. - No es que desprecie las intenciones de Black, pero todos sabemos que lo que plantea es un mundo tan hermoso e ideal, como irreal. Y al fin y al cabo no deja de ser un mocoso. ¿Cuánta gente cree que podrá juntar? No sé que tan bien ha jugado sus cartas hasta el momento, no cuando su nombre no es algo que incite a todas las personas en un frente unido. Arrancó mal de movida y no sé en qué momento eso se volverá en su contra.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
Es extraño el ver a Andrew confesando que fue imprudente, pero al mismo tiempo no puedo dejar de preguntarme qué es lo que ha sucedido durante todo este tiempo, por qué está aquí tan campante cuando todos los esclavos que son atrapados son enviados de nuevo al mercado que están restaurando o, en algunos casos, a las celdas destinadas al rumoreado coliseo — ¿Hay algo peor que un amo? — respondo con amargura, arqueando vagamente mis cejas. La señora Leblanc es amable conmigo dentro de los límites que puede manejar, pero sé muy bien que me ve como una mascota entretenida, un experimento de la imprudencia que puedo o no llegar a manejar. Somos menos que animales, eso ha estado claro desde el principio.

Al menos sé muy bien hacia donde piensa apuntar, no duda y tampoco me sorprende que no lo haga. Trueno mis dedos con la cabeza gacha, dejando que hable con ese tono que conozco bien, es el que me convenció a mí mismo de que podríamos dar mucho más de lo que otros dicen que damos — Eso quiere decir que te sumarás a las filas — no sé si debo preocuparme o sentir envidia, posiblemente un poco de ambas cosas. Lo que dice de Black tiene sentido, lo he pensado desde que la opción empezó a sobrevolar sobre NeoPanem. ¿Qué puede hacer un adolescente contra el sistema? ¿Cómo planea mantener una sociedad diferente, cuanto las raíces y el rencor están tan hundidos en los ciudadanos como para que sea imposible el perdonarnos los unos a los otros? — Pero sí tiene derecho a gobernar… al menos por nacimiento — mi voz es dudosa, alzo los ojos en su dirección en busca de su opinión — ¿Crees que Hermann Richter sea quien gobierne si gana o habrá democracia de una buena vez por todas? — cosa que dudo mucho. NeoPanem y democracia no van de la mano.

No quiero dudar de él, pero la manera en la cual me remuevo en un asiento demasiado frágil es inquieta, demostrando que no puedo evitar preocuparme a pesar de desear un cambio — Puedo buscar la excusa para acercarme a tu hermana y mantenerte informado sobre ella. Cuenta conmigo para lo que sea, Drew — siempre ha sido así, a estas alturas no deberían existir dudas — Y sé que sabes que te seguiría, pero no sé cómo puedo ayudar estando desde aquí dentro. Es frustrante ver la pelea por televisión, cuando siento que también es mi lucha. ¿Comprendes? — sé que sí, he oído sus quejas en el mercado y ahora la situación es peor, las fichas se han puesto en movimiento y yo estoy aislado en esta isla — ¿Qué quieres que haga, Drew? — sí, sé que necesito de su consejo ahora mismo. Si él me quiere aquí para cuidar de su hermana lo haré, sino… no sé cómo avanzar.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
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- Supongo que depende de qué amo. Pero sí, creo que hay muchas cosas peores que uno. - Después de todo ellos eran simplemente personas que tenían control sobre nosotros hasta el punto en el que uno lo permitía. Y uno solía permitir todo en el afán de vivir, pero eso mal que mal seguía siendo una elección que hacíamos. Ya cuando la elección se iba de nuestras manos, o peor aún, cuando no podíamos controlar situaciones ajenas es cuando las cosas se volvían insoportables.

- Eso quiere decir que intentaré luchar por lo que es correcto. No sé si llegaré a unirme a las filas de un ejército que está escondido. Pero trataré. - Porque no tengo idea de a dónde comenzar a buscar, o cómo encontraré a un hombre que a pasado la última década bien resguardado. Phoebe tampoco ha sido de ayuda en eso ya que, descartando un accidente aislado del que me comentó hace un tiempo, no tiene idea de dónde pueda estar su padre.  - Oh, vamos. ¿Lo dice quien? La historia la escriben los que ganan, y fueron tantos años de tener a los Black a la cabeza que nunca sabremos quién les dió ese derecho. La sangre no determina la capacidad de la gente, un apellido no es un sello de aprobación divina. - El derecho a gobernar no venía de un linaje único que fuese garantía de que todo iba a salir bien. - Que haya democracia no descarta que Hermann termine gobernando de igual manera. Si juega sus piezas de manera correcta se hará querer por la gente, y si gana… pues todos quieren a los ganadores y las ovejas siempre siguen a su pastor.

Tengo el impulso de levantarme a abrazar a Jim cuando se muestra tan predispuesto, y por unos segundos me cuestiono qué tanto bien le hago al estar contándole de estas cosas. Luego recuerdo que tiene veintiún años y es perfectamente capaz de decidir por sí mismo. - No hace falta, me conformo con que se mantenga bien y, de ser posible, ignorante. No quiero que esté metida en el medio. Yo buscaré como no marcar nuestro parentesco. - Ella estaba más segura dentro de sus propias creencias. Ya me tocaría hacerle ver el otro lado si las cosas salían bien, si salían mal prefería que no estuviese relacionada con nada ni nadie. - Ya en cuanto a tí… Quiero que pienses por tí mismo Jim. ¿Qué es lo que tú quieres hacer? No creo que vaya a volver luego de hoy, así que básicamente es un tómalo o déjalo. Solo vengo a ofrecerte la oportunidad de vivir, o de sobrevivir en otra vida distinta a la que nos forzaron a seguir.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
Sé que no lo es, pero me refiero a que no está pidiendo una locura. Solo… no me fío de cómo puede resultar — dar tu vida por un ejército no es pequeña cosa, pero he dicho más de una vez que mi vida no vale nada si le pertenece a alguien más. Es obvio que mi amigo ha tomado un bando como referencia y puedo comprenderlo, aunque sospecho que será más difícil de lo que él cree. El mundo no se basa en blancos o negros, lo he descubierto teniendo a una bruja de amiga, a la hija de un ministro contándome sus problemas con un postre de chocolate de por medio. Creo que es ese conocimiento el que me hace vacilar, abro y cierro la boca un par de veces — ¿Crees que en su democracia, mate a todos los magos para acabar con esto? — porque tengo entendido que su idea de justicia no los incluye. Y no digo que no se lo merezcan, pero hay algo que me incomoda. Espero que no lo note cuando me rasco la cabeza.

No quiero ser la persona que se lo diga, pero… — La mejor manera de no marcar parentesco, es desaparecer — somos esclavos, podemos ser perfectamente invisibles si nos lo proponemos. Si él no quiere que la relacionen a la cocinera callada en la casa del presidente, nadie va a hacerlo, es una de las pocas ventajas que nos da el ser nadie. Pero lo siguiente me suena a una despedida, una que no sabía que debía enfrentar hoy, incluso cuando me he pasado la vida desligado a los demás porque nadie dura demasiado como para tomarle mucho cariño. Han entrado pocas personas, Andrew es una de ellas. Mi rostro se alza, siento que no parpadeo por un momento hasta que me recompongo, o algo parecido — Cuando llegue el momento… — que no sé cuándo será — … pelearé contigo. Siempre, Drew — porque a diferencia de Lara Scott, él jamás me ha dado la espalda. Me niego a pensar en los otros magos y brujas que me he topado, hay prioridades que es mejor tomarlas. ¿No quise esto toda la vida? ¿Por qué ahora me da miedo el tomarlo?

Necesito la certeza de que no estoy siendo un idiota, de que él es lo suficientemente real como para valer la pena. Estiro mi mano y rozo sus nudillos, hasta que aferro sus dedos con fuerza, en un apretón urgente — Es lo correcto — aseguro, mi voz suena mucho más firme. Y me gustaría abrazarlo, decirle que todo irá bien y que los magos pueden irse a la mierda, pero la puerta se abre con tanta fuerza que lo suelto de prepo y me echo hacia atrás, haciendo crujir la silla. El tono irritado de Gaspard al reprocharme que he dejado el piso sucio y que debería haber terminado mis tareas no me importa tanto como el que se quede callado, con sus ojos gigantes puestos en mi amigo. Ahí va, se vuelven dos rendijas cargadas de sospecha y me pongo de pie como si el asiento me hubiera dado una patada en el culo — Gaspard, él es el nuevo encargado de decoración — miento descaradamente, ni siquiera vacilo — Tiene grandes ideas para hacer de este cuarto un sitio algo más útil.

Es obvio que no se lo traga, porque desaparece y algo me dice que ha ido a chequear que no estoy diciendo mentiras. Soy un esclavo en compañía de un extraño no anunciado a escondidas, Gaspard es irritante, pero no idiota. Tomo los brazos de Andrew y tiro de ellos, obligando a que se ponga de pie incluso cuando es mucho más grande que yo — Tienes que irte, si trae a los dementores o siquiera a un auror… — ni hace falta que lo diga. Siento la garganta seca, el corazón en la boca y creo que empiezo a sudar. No quiero soltarlo, pero me obligo a darle empujones para que se marche — Te buscaré, lo prometo. Haremos que valga la pena — o moriremos en el intento.
James G. Byrne
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Andrew H. Keogh
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- No, es cierto. El niño no pide una locura, pero sí algo sin precedentes. El solo pensar que ambas… o todas las razas pueden convivir en armonía sin querer imponerse la una sobre la otra… - Sonaba demasiado idílico. Demasiado perfecto para venir de la corta experiencia que podía tener un niño que aún no alcanzaba la mayoría de edad. - No sabría decirlo. A decir verdad no creo que tenga la capacidad para hacer eso, pero no me sorprendería que tratara de hacerlo. Siento que, si ha esperado tantos años en mostrarse es porque algo debe tener que lo haga arriesgarse de esa forma. Un plan, una táctica, algo. - O eso quería creer. Una solución que terminara con todo de una vez por todas. Basta de dictaduras, de hostigamientos, de persecuciones y esclavitud. ¿No era demasiado perdir, no?

- Lo sé, solo tengo que hacerle saber de alguna manera que pese a todo voy a estar bien, y que sin importar qué, no debe siquiera decir que me conoce. - Estos eran los únicos momentos en los que me hubiese gustado ser brujo para borrarle los recuerdos sobre mí. O  no haber sido idiota y haberle seguido el rastro por años para hacerle saber que todavía tiene familia. Estar solo y sin nadie que pudiese salir lastimado a veces podría verse como algo bueno. - Cuando llegue el momento, deberás pelear por tí, Jimbo. Por los valores en los que crees. - Si esos eran los mismos que los míos, pues lo recibiría a mi lado y enfrentaríamos juntos todo lo que nos pusiera delante la vida. Y si no era así… - Algo me dice que todavía hay cosas que tienes que descubrir por tí mismo, tú sabes como pienso yo, creo que lo importante es ver cómo piensas tú. Has crecido Jimbo, solo quería que supieras que todavía tienes la oportunidad de elegir qué es lo que quieres hacer. Que tu vida aún te pertenece. - Y podríamos equivocarnos y pagar por ello, pero al menos seríamos fieles a nuestros ideales.

Devuelvo su apretón con fuerza y le hago saber a mi manera, que decida lo que decida estaré de acuerdo con la decisión que tome, incluso aunque no sea la misma. Y estoy por levantarme para estrujarlo en un abrazo que claramente se merece, cuando la puerta se abre y aparece uno de esos desagradables elfos… Genial. - ¡Eres un idiota! ¿Para qué demonios has mentido? Mierda… no haré a tiempo. - Me incorporo cuando tironea de mí y trato de pensar qué es lo que haré. No por mí, no soy tan idiota como para pensar que puedo escapar, pero Jimbo no debe quedar pegado. No así, no hasta que pueda darle el mensaje a Tini… No creo que usen veritaserum contigo, pero si te preguntan dí que me conocías y que estaba tratando de convencerte de unirte a mi causa. Y qué cuando te negaste y me descubrieron te hice esto. - Y acto seguido lo golpeo, lo suficientemente fuerte como para golpearlo y dejarlo tumbado. Aprovecho los empujones que me dió para salir fuera del lugar, y finjo estar apresurado en salir. - Ni se te ocurra buscarme. - Es la última amenaza que le hago.
Andrew H. Keogh
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Por los valores en los que creo? ¿Qué es lo que creo exactamente? ¿En lo que Kendrick Black predica pero que veo imposible, en el inevitable exterminio de una raza para que la otra se alce sobre los demás? — No tienes idea de todo lo que tengo que descubrir — suelto, con una sonrisa desganada que no espero que comprenda; es incluso un pensamiento más interno que externo a estas alturas — He pasado mucho tiempo con mi vida perteneciéndole a alguien más, no tendría idea de qué hacer si la recupero — creo que es uno de mis mayores miedos. ¿Qué sucede si, repentinamente, tengo que decidir por mí mismo? Puedo anhelarlo, pero de conseguirlo, se me hace asfixiante. Supongo que no lo sabré hasta averiguarlo y para eso, debo hacer unos cuantos sacrificios y saber qué elegir. Este es el momento, ahora es cuando se separan los caminos y tengo que tomar uno, sin mirar hacia atrás.

Pero el miedo que sufro ahora es real, no una ilusión por un futuro incierto. No sé cuánto tiempo le tomará a Gaspard el conseguir a alguien que venga a chequear por él, pero los insultos de Andrew hacen que lo mire como si no pudiese comprender su estupidez — ¡Oh, claro! Iba a decirle “este es mi amigo fugitivo, sírvele una taza de té antes de que siga su camino— exagero el tono de mi voz, haciéndolo más grave con un sarcasmo histérico. Separo mis labios para poner algún reproche improvisado en juego, cuando el dolor me deja ciego y me siento caer al suelo con un estruendo demasiado sonoro para ser alguien tan delgado. ¿Estoy sangrando? Mis quejidos ahogados por lo que creo que es un líquido tibio y escarlata que sale de mi nariz me indican que sí — Drew… — le llamo, parpadeando para poder verlo entre mis rulos y el dolor, a pesar de que distingo que ha abierto la puerta — … ¡DREW, ESPERA!

Porque no puede irse. Si se marcha, le harán daño y no voy a mentir sobre él, no cuando eso sería insultante. ¿Por qué vino en primer lugar? ¿Por qué siempre tiene que ser tan idiota? Tanteo el suelo hasta poder avanzar a gatas, tratando de alcanzarlo en lo que busco de dónde sostenerme. Podría decirle muchas cosas, pero ninguna sería útil. ¿Y por qué hay un niño llorando? No, no es un niño. Hace mucho frío y ese grito es demasiado agudo, demasiado lejano e irreal. Reconozco esa sensación, el miedo de estar en los brazos de tu familia mientras huyes de tu casa porque alguien va a llevárselos a todos, el de aferrarte a tu oso de peluche mientras nadie te explica a dónde irás. Creo que grito el nombre de Andrew para advertirle que sea rápido, alcanzo a sostenerme del marco de la puerta y las figuras encapuchadas son más rápidas, más sonoras. Y yo soy solo inútil.
James G. Byrne
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