The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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H. Merneith Bahati
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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2 participantes
Magnar A. Aminoff
Presidente
Han pasado solo tres días, pero creo que son los suficientes como para que puedan ponerla presentable y no tenga que estar hablando frente a una persona que no entendería ni la mitad de las cosas que pueda llegar a decirle. Para cuando las puertas de la celda se abren, me encuentro en un sitio amplio de blanco impoluto, cuya cama parece más cómoda y grande que la de los otros prisioneros, a excepción de su compañera vencedora — ¿Ves? Hasta tienes una mesa para ti misma — le señalo el mueble, no muy extenso, pero que al menos cuenta con dos sillas — ¿Y qué me dices de la televisión? Aunque no sé si preferiría enfrentarme a un dragón antes de consumir siquiera alguno de los programas que reproducen actualmente.

Tiro del respaldo de una de las sillas para acomodarla, dándome el espacio para poder sentarme y clavar los ojos en ella. Es una mujer que podría haberlo tenido todo, se ve joven y con buena salud… y aún así, decidió tirarlo todo por la borda por un montón de muggles roñosos — Deberías sonreír un poco más. Lograste sobrevivir y ahora tienes una celda de lujo — comento, alzando mis cejas como si estuviera esperando un agradecimiento de su parte — ¿Qué te parece? De simple traidora, pasaste a tener al menos un nombre en nuestra historia como la primera vencedora del Coliseo. Al menos, le pusiste un poco de honor a tu nombre lleno de mierda — estiro mis piernas, cruzándome de brazos sobre mi pecho para mirarla mejor. Mis ojos se entornan, pero no parpadean. De manera repentina, sonrío — ¿Quieres algo de beber? Tómalo como una invitación, un pequeño festejo por su debut. Si tú y Scarlett servirán para mí, necesito mantenerlas sanas y contentas — al menos, dentro de los parámetros que caben para que esto funcione como debe ser. Yo no me olvido de quién es y qué ha hecho en realidad.
Magnar A. Aminoff
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Winifred L. Evans
Tributo
No lo negaré, los días siguientes a la arena han sido peores que el enfrentamiento en sí, porque al menos durante la competición, no sentía una parte de mi cuerpo por la adrenalina del momento. La mañana siguiente a mi triunfo creí que no volvería a poner peso sobre mi pierna izquierda, gracias a la herida cercana a mi cadera y que me dejó chorreando sangre hasta que algunos de los medimagos consiguieron frenar la hemorragia. A diferencia de antes, mi cuerpo se encuentra mucho mejor que hace días, salvo la pequeña debilidad de mi hombro que sé que va a permanecer ahí de por vida. Estoy sentada en la cama, tratando de mover el brazo en movimientos en círculo en una especie de rehabilitación propia, cuando las puertas chirriantes del pasillo se abren y unos segundos después, el rostro del presidente aparece entre las rejas.

Irónicamente sonrío, me hubiera gustado que la imagen fuera del revés, él entre rejas y yo al otro lado de la puerta. Para mi desgracia, también tengo que lidiar con su presencia. — Lo reconoceré, toda una suite de lujo, me falta el baño nada más... Un poco de privacidad, ya sabe, quizá para el siguiente combate... — hago un movimiento con mi mano, alzando la palma en dirección al inodoro de la esquina, bastante desagradable a pesar de los detalles que se han esforzado en mejorar simplemente por haber ganado una batalla. Le sigo con la mirada en lo que toma asiento, con esa arrogancia característica que lo hace creerse dueño del mundo. Como imitación a su carácter, tiro de la silla sin preocuparme por arrastrar las patas en un quejido agudo antes de sentarme. — ¿Usted cree? Si lo que prefiere es enfrentarse a un dragón, podemos intercambiar puestos en la siguiente ocasión, se le veía bastante satisfecho desde el palco presidencial. Dígame, ¿estaba satisfecho con el resultado, señor presidente? — pido saber su opinión, enseñándole las palmas de mis manos en lo que acomodo mis codos sobre la mesa.

Se le ve bastante interesado en charlar sobre la celda en la que me tiene metido, con una sonrisa algo más ancha, esa que agrando ante su propia petición, solo por darle esa satisfacción, ya que la de morir no se cumplió todavía. — Es una lástima que sigan apareciendo ratas de vez en cuando, vienen... de los lugares más repugnantes, desgraciadamente. — comento, sin apenas apartar la vista de sus ojos, espero que se guarden el veneno para otra ocasión. Suelto una carcajada cuando habla de honor, me paso una de mis manos por el borde de mis labios en lo que mi otro brazo lo sostengo bajo mi pecho. — ¿A eso ha venido, señor, a tener una charla sobre honor? — si ha venido a insultar mi nombre, tengo preocupaciones mayores como para interesarme por la opinión de un sucio usurpador. — Porque podemos conversar sobre lo que usted quiera, un poco de vino blanco, si le parece bien, cerveza si se siente más como en casa. No hay nada como un poco de pis de rata para recordar de dónde se procede, ¿no es cierto? — pudo matarme una vez, si quiere hacerlo ahora, no hará más que ahorrarme el sufrimiento.
Winifred L. Evans
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Magnar A. Aminoff
Presidente
No creo que puedan escuchar mi risa desde afuera, pero entre las paredes de su celda retumba con claridad, aún no sé si por el comentario del baño o su desfachatez ante lo del dragón — Me aburren las personas que no representan un desafío — declaro con total calma, utilizando el mismo tono que alguien emplearía para hablar de sus favoritismos sobre cosas tan banales como ropa o colores — Siento que no tienen alma o pensamientos propios, como una línea recta predecible que no presenta absolutamente nada para ser consumido. Tú no pareces ser una de ellas, lo dejaste bien en claro en el Coliseo — se preocupó por ello de inmediato, cuando el asesinato del muchacho fue más una muestra de piedad que de supervivencia — Así que sí, estoy satisfecho y confío en que me dejarás muy conforme hasta el día en el cual caigas — me tomo la molestia en sonreírle. Ese es el destino de los tributos, al fin de cuentas. Morir por lo que han hecho en vida, solo demostrar ganarse los minutos extra.

Mi boca se tuerce en un mohín falso que pretende sentir pena por sus problemas con las ratas, no me hago cargo de ese comentario — A pesar de lo que muchos creen, venir del norte no me hace un indeseable. He aprendido a juntar mi dinero y mis placeres en base al trabajo duro — claro, el tráfico de objetos tenebrosos e información valía una buena suma de dinero, nadie dijo que sería aceptable a los ojos de todo el mundo. ¿Noble? Eso siempre, yo jamás rompo mi palabra y he cumplido con la mayoría de las peticiones que llegaron a mí. Hoy en día planifico hacer lo mismo, a mi propio modo. Meto la mano en mi bolsillo para sacar un comunicador, por el cual pido una botella de vino blanco y dos copas — No sé si he venido hasta aquí para hablar de honor — confieso, guardando el comunicador con aire pensativo — Sino más bien para saber si usted tiene una idea de lo que se espera de su participación a partir de ahora. Así que, dígame… ¿Qué cree que sucederá? Soy todo oídos.
Magnar A. Aminoff
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Winifred L. Evans
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Escuchar esas palabras salir de la boca de Magnar Aminoff producen que vuelva a tener ganas de reír, esas que no llegan a salir del todo, pero que sí se camuflan en una sonrisa de oreja a oreja. — Creía que era eso lo que usted quería precisamente. Construir una sociedad en la que la gente no tenga derecho a opinar, sin derecho a voz, ni voto. ¿No es así cómo llegó a presidente? Corríjame si me equivoco. — le reto, muy segura de que una convocatoria de elecciones no fue precisamente lo que hubo tras la muerte tan trágica de su querida madre. — A usted le dan igual los desafíos, lo que quiere es chupar el alma y pensamiento de la gente para que sean sus esbirros por todo el tiempo que haga falta. Usted quiere esa línea recta, no desea que nadie se salga de los límites que usted ha marcado. — le recuerdo, con una mirada que no pierde ninguna de las facciones de su rostro. — Yo no estaría aquí si no fuera por esa línea perfecta que ha trazado para nosotros, ¿no cree? — no soy más que eso, una pequeña salida en la línea escrita por su pluma.

No se lo tome a mal, presidente, pero la conformidad no es precisamente lo que me gustaría conseguir de usted. — chasco la lengua, tirando un poco de mis ojos hacia arriba con ese gesto, como si estuviera tanteando lo que en realidad busco de él. Poso mi mirada sobre sus ojos antes de continuar. — ¿Qué ocurrirá si no caigo? ¿Que pasará si no importa lo que usted me arroje, seguiré estando un paso por delante del resto? — con ello me refiero al resto de concursantes, esos que no me veía capaz de superar hoy, pero que el hecho de estar teniendo esta charla tan amena con el presidente me hace replantearme mis posibilidades. Me acerco un poco más hacia él, inclinándome sobre la mesa para que me escuche. — ¿Qué pasa si usted cae primero? — se le está acabando el tiempo, lo sabe tan bien como yo, y lo que ha sucedido hace unos días en la arena tendrá represalias por la gente que ya empieza a revolverse fuera. No puedo escucharlo, ni verlo, pero es algo que puedo sentir.

Bajo la mirada hacia mis manos un segundo en lo que me permito mostrar una risa que ni siquiera es forzada, por el modo que tiene de describirse a sí mismo como alguien trabajador, pero esa parte de la conversación se queda ahí. Hay otros aspectos más interesantes que llaman mi atención, como el hecho de que pida mi explicación sobre lo que espero que ocurra. — ¿Qué es lo que creo que sucederá? — hago como que me lo pienso, tomo unos segundos para hacer uso del silencio, a pesar de que no hay mucho que debatir. — Van a arrojarme a la arena de nuevo, con un poco de suerte para usted muero en la siguiente batalla y no tendrá que volver a preocuparse de venir a tomar vino con traidores, ¿no es así? ¿usted espera que suceda otra cosa conmigo? No diga que se ha encariñado, por favor, prometo hacer un buen espectáculo para la próxima. — porque se puede morir con orgullo y, para su desdicha, eso es algo que no me puede quitar, ni va a quitarme.
Winifred L. Evans
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Yo no he trazado esa línea perfecta, esa fue mi madre, yo solo he perfeccionado su trabajo — era demasiado desprolijo, tenía muchos cabos sueltos como para poder funcionar. Jamie tenía visión, supo plasmarla cuando fue el momento y luego solo fue consumida por su avaricia y locura. ¿Y yo? Yo soy más listo — Así que debo corregirte. Me gustan las opiniones, solo no comparto la mayoría. Solo quiero un mundo limpio y justo, uno donde las personas que nos atosigaron por generaciones acaben en el sitio que merecen. Pero tú no lo entiendes, claro. Aceptaste cuidarlos y quererlos, cuando los muggles no han hecho otra cosa que temer y despreciar la magia por siglos — ellos nos empujaron al anonimato, al escondite y al miedo. ¿Por qué nosotros tendríamos que ser amables con ellos, cuando la posibilidad de un mundo mágico está a la vuelta de la esquina?

Mantengo su mirada, le permito hablar con libertad, hasta que no puedo evitar sonreír — Algún día caeré, todos lo hacemos. La dulce ironía de la mortalidad — le concedo — La diferencia entre tú y yo, es que yo estoy buscando generar un cambio que impacte a los nuestros, que les regale un futuro a los jóvenes magos y brujas de este país. Si tú caes, el mundo seguirá girando. Si yo caigo, se detendrá por al menos un minuto. Nuestras acciones en vida determinan lo que sucederá cuando ya no estemos. Siempre habrá alguien que tome lo que yo he creado y lo vuelva algo incluso más grande — es una enorme rueda de poder, estudiar historia tiene sus beneficios.

En espera de que llegue la bebida, me reacomodo en el asiento y observo la puerta, a pesar de que mis oídos siguen puestos en ella. Al final, mi rostro se gira hacia el suyo con cierta lentitud, aunque no hay ninguna sonrisa en él — Yo no me encariño — le aclaro — Lo que sucede aquí es que me perteneces. Cada parte de ti, cada respiración que sale de tu boca y tu nariz, toda tú es de mi propiedad. Y cómo mi propiedad, darás un bonito show cada vez que te lo pidamos en castigo por tus errores, sangrarás hasta que yo esté satisfecho y luego, cuando te canses de pelear, tienes el permiso de morir. Porque verás, Winifred, eso es lo que ocurre con los traidores — me inclino hacia ella, el espacio sobre la mesa es pequeño y eso me permite ver mejor su rostro pálido. Mi brazo se extiende hasta tomar su rodilla, enroscándose en ella para tirar hacia delante y obligarla a acercarse, siendo libre de hablar a centímetros de su nariz — Le daré libertad a cualquiera de mis ciudadanos que se la merezca, pero la gente como tú es la paria que necesito eliminar del sistema para que siga funcionando. Y te vuelves solo una cáscara, algo que puedo utilizar y descartar cuantas veces yo quiera, disfrazada de un bonito adorno. Ahora… — la puerta se abre, junto al elfo que se apresura a dejar la botella, las copas y la hielera junto a nosotros antes de desaparecer — … ¿Lo quieres con hielo?
Magnar A. Aminoff
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Winifred L. Evans
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Ruedo los ojos con cierta gracia contenida, sin importarme en ocultar el gesto a ojos suyos, porque no pensaba que su madre fuera a aparecer en la conversación. — Qué bien que mami estaba ahí para empezar el trabajo sucio, ¿no es cierto? ¿Sabe usted lo que se rumorea por ahí? — me inclino un poco en el asiento, no estoy muy segura de cuánta verdad guardan las palabras de a continuación, pero no muestro ninguna señal de duda en mi expresión. — Que la mataste. — imagino que no es la primera vez que lo escucha, lo que uno va diciendo de boca en boca al final terminan convirtiéndose tan solo en habladurías, pero lo peor de todo es que a mí ni siquiera me sorprendería. — Sus hijos le harían un gran favor para terminar con esos bulos si confesaran, pero claro, se le escaparon de las manos. — me despego de la mesa para apoyar mi espalda de nuevo contra el respaldo del asiento, mi pecho se eleva en una especie de soplido que libero por mi boca. — No es lo primero que se le escapa tampoco, y no todos están a favor de seguir su línea perfecta. Puede que yo sea la traidora aquí, pero le aseguro que no soy la única. — no suena a amenaza, si lo hace es muy sutil, porque creo que no se está dando cuenta de la cantidad de gente entre sus filas que está jugando a una doble cara.

Estaré esperando ese día con mucha ilusión. — respondo, incluso desde el infierno me alegraré de verle caer si es donde acabaré terminando una vez muera, que él parece tener especial empeño en hacer que eso ocurra. Su cara de arrogancia es mucho en comparación con la que le estoy dedicando por mi parte, se puede oler el asco que me produce incluso sin observar cómo arrugo la nariz y le observo como si no fuera más que un espécimen de procedencia dudosa. Me tomo la libertad de interrumpirle, tengo que tomarme un momento para no escupirle en todo el rostro cuando tiene el descaro de posar su mano sobre mí y puedo sentir su respiración a escasos centímetros. — Me temo que ahí es dónde se equivoca, presidente. — contengo en serio las ganas de golpearlo con mi pierna, sigue dolorida, aunque no es la razón por la que pongo freno a mis intenciones. — Mi muerte solo me pertenece a mí, escoger donde caer es algo que yo decidiré cuando el momento sea oportuno, que usted me tire a luchar contra un dragón por puro antojo no impone que vaya a robarme mi último aliento. Créame que cuando caiga, seré quien lo decida, y me encargaré de enviar un bonito mensaje antes de que eso ocurra, de eso no tenga duda. — porque si quiere espectáculo, es lo que tendrá. — Espero que no pretenda que alguien que ya se saltó sus reglas una vez, vaya a seguir jugando según sus condiciones, sería un poco estúpido por su parte, ¿no cree? — a diferencia de lo que piensa, no tengo miedo a morir, si lo hago por una buena causa, el problema es que creo que todavía no ha llegado mi momento. — Sin. — pido, solo por llevar la contraria.
Winifred L. Evans
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Lo único que puedo hacer es reírme, no sé qué espera que haga. He oído muchos rumores, la mayoría tan delirantes que me hace dudar de la inteligencia de las personas — Es una pena que mis hermanos decidieran marcharse cuando la fiesta recién estaba empezando — sé que no me es favorable el tenerlos cerca, pero he aprendido que la ignorancia es todavía peor. No sé dónde se encuentran ni si tienen intenciones de regresar, lo único que puedo hacer es esperar a tener una señal de su parte para poder accionar sobre ellos. Han corrido tantas historias, nos movimos tanto en este año que no sé muy bien qué es lo que debo esperar, más allá de noticias desagradables. Lo bueno es que a veces creo que ya nada puede sorprenderme, especialmente si viene de la mano de Seth. ¿Hero? Ella no es una amenaza, tiene tanto poder como Kendrick Black, incluso menos.

Me llevo una mano al pecho en un falso gesto conmovido por su espera, burlándome de su estupidez que ella confunde con valentía. Ese es el enorme problema de muchas personas, se creen que están siendo rebeldes cuando solamente se esfuerzan en jugar un juego del cual no saben mover las piezas. Suspiro como si en verdad temiera por ella, cuando en realidad me entretengo en pasear mi mirada helada por esas facciones de muñeca enferma — Este es mi juego. Cuando tú mueras, lo harás porque hubo alguien allá afuera que fue más rápido que tú. Y yo seré quien se encuentre sobre sus cuerpos porque, al final, los únicos vencedores son los que se alzan por los traidores que acabaron en esa arena. Es una guerra, Winifred. Y ustedes son solo títeres que sirven como una moraleja para todas esas personas que acabarán muriendo en el campo de batalla real — sin cámaras, solo la mugre y el olvido.

Servir las copas me toma solo un momento, la suya sin el hielo le llega en una mano cerrada como una garra — Tú no eres la revolucionaria que crees. Los que en verdad están peleando, se encuentran muy lejos de aquí. ¿Crees que siquiera les importas? — doy un trago a mi copa, analizo con la mirada cada parte de su cuerpo. Se encuentra a la miseria, eso está obvio. Tanteo, mi mano libre juguetea hasta enseñarle la Varita de Saúco que se asoma por mi cinturón — Si tú gritas ahora, nadie va a escucharte y a nadie le va a importar. Si te torturo, te ahogarás en tus propios gritos. Así que dime una cosa… — la varita sale, para picarle con cuidado el mentón y presionar su garganta — ¿Serás una buena chica o quieres llegar a la próxima arena sin tu lengua? Jamás he sido un fanático de los avox, pero contigo puedo hacer una excepción. De seguro los mudos pueden hacer ruidos muy entretenidos cuando nos divertimos con su carne.
Magnar A. Aminoff
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Winifred L. Evans
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Para ser solo títeres en su juego, bien se preocupa demasiado por aquellos que estamos destinados a morir en su tablero. Pero sí, supongo que ese es el punto de todo esto, demostrar que él siempre están un paso por delante, incluso cuando los que están dentro de su mierda saben que no es así. Y lo digo yo, que he trabajo en el ministerio y sé de lo que hablo. Solo tuve la mala suerte de tener unos vecinos demasiado entrometidos. — No creo que les haya importado antes, no. Pero usted me puso en la arena por alguna razón, ¿enviar un mensaje era? — me inclino para tomar la copa de vino de sus manos que no sé si es por mi mala circulación o porque simplemente está frío por dentro, pero por el momento que mis dedos rozan su piel, se siente tan fría que un escalofrío me recorre toda la columna en una sensación desagradable. — No tengo duda de que muchos lo han recibido, pero tampoco esté tan seguro de haber mandando el aviso oportuno. A veces todo lo que se necesita para encender un fuego es una pequeña chispa, y usted ya ha permitido que se enciendan varias a lo largo del país. — zarandeo un poco la copa para ver como el interior se menea en círculos, me muestro bastante entretenida en lo que será de lo poco decente que vaya a ver dentro de esta celda. — Puede que yo muera, puede que no le importa a la gente que lo haga, o puede que sí llame la atención de ciertos grupos de personas. Lo malo del fuego es que se propaga bastante rápido, y a él si que no le vamos a importar ni tú, ni yo, ni nadie. Tenga cuidado de qué fuegos enciende. — le aconsejo, como si estuviera en mi mano el hacerlo. Basta ya de creerse intocable solo por sentarse en un trono que construyó su madre a base de tortura y esclavitud. Las dictaduras no duran por siempre, llega un momento en el que las personas se cansan de ser esclavos de una sola persona, y eso lo somos todos, seamos magos, humanos, squibs, licántropos.

Si no fuera porque él bebe primero en determinadas ocasiones, hasta hubiera creído que estaba aquí para envenenarme, pero eso también pondría fin a su juego y al final termino por llevarme el cristal a los labios sin darle mucha mayor importancia. Por el reflejo del líquido puedo ver como su mano va a parar a su cinturón, de dónde se asoma la Varita de Saúco y sé entonces que mi corazón se salta un latido. Ni siquiera estoy prestando atención a sus palabras, cuando bajo la copa tengo la madera clavada en mi garganta y aunque mi respiración se vuelve acortada y mis cuerdas vocales se tensan, todavía me da para actuar de manera temeraria una vez más. — Para ser alguien a quién le gusta tanto escuchar opiniones ajenas, parece que tiene bastante problema en dejar que otros las escuchen. — y sé que me estoy arriesgando demasiado para tener una varita contra mi garganta, que puede torturarme y grabarme en piel que soy de su propiedad si se le antoja, pero a estas alturas creo que ya no tengo mucho más que perder. Salvo mi lengua, eso está claro. — Me temo que va a tener que quitarme algo más que la lengua para que pierda mi voz. — tengo manos también, mi cuerpo entero si se me da la gana para enviar un bonito mensaje del que él no podrá participar a no ser que me mate él mismo o espere a que lo haga otro. Con la varita sobre mi garganta todavía, trago saliva en lo que parece que voy a continuar, solo me callo porque aunque parezca que no, valoro mi vida en cierta medida.
Winifred L. Evans
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Alzo una de mis cejas, no tomo su comentario como una amenaza, sino más bien como una observación. ¿Debería empezar a tomarme más en serio a las personas que me rodean? Nah, el día que haga eso sería el cual me vuelva una persona aburrida y cuadrada, tener creatividad y sentido del humor es lo que siempre me ha ayudado a estar un paso por delante de las personas — Todos los fuegos se apagan en algún momento. La clave se encuentra es ser el único capaz de poder extinguirlos sin quemarse demasiado en el proceso. ¿Realmente la gente como tú tiene esperanza en al menos una de las personas que andan por ahí explotando edificios y llamándose a sí mismos justicieros y libertadores? — es una duda genuina, tal vez me ayude a comprender mejor las locuras de las personas que han decidido que van a montarse cualquier escena, sin importarle el orden ni las palabras del guión pactado.

Oh, pero si ya te lo he quitado — soy muy claro, no hay asomo de simpatía en lo que toqueteo su garganta con tal aburrimiento que poco me falta para bostezar — No eres la primera ni serás la última que vendrá con ínfulas y las palabras de las personas como tú ya me producen la sensación de disco rayado. Todos hablan de igualdad, de idilios imposibles de construir cuando la historia ha avanzado hasta este punto. ¿Acaso no ven que lo que están diciendo es antinatural? La naturaleza siempre ha colocado a los fuertes sobre los débiles, es biología pura. Si tan solo pudieran abrazarlo… tú no estarías aquí, la arena no existiría, no habría una guerra — es todo causa y efecto, una bola de lana que ha estado rodando por años y años hasta llegar a nosotros. En algún momento se quedará sin ruedas para dar y pretendo estar del lado ganador.

Apoyo la copa vacía sobre la mesa, pero cuando me relamo no tiene nada que ver con el sabor del alcohol. La sacudida de la varita es rápida y concisa, su piel es lo suficientemente blanca como para ver como se enrojece en la zona del cuello. Ni siquiera me molesto en darle un respiro, las letras se graban a fuego en ella, hasta que su garganta luce un brillante “paria” que se tiñe con las gotitas de sangre que brotan de ella frente a un corte digno de un alfiler. Para cuando termino, chasqueo la lengua en medición a mi propia obra de arte — Tienes un buen lienzo ahí.
Magnar A. Aminoff
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Winifred L. Evans
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Esa arrogancia que tiene, esa visión que tiene de sí mismo sobre ser invencible es lo que le llevará poco a poco a la ruina, aunque ahora no se esté dando cuenta con esa jurisdicción que se cree tener y que lo llevan hasta su trono. Por eso ni siquiera me molesto en mantener vivo el interés en el trasfondo de sus palabras, tan seguro del resultado de una guerra que empezó desde la comodidad de sus almohadones de ego. — Según muchos la esperanza es lo último que se pierde, no sé si creerles, si le voy a ser sincera, siendo que yo estoy aquí y los que usted llama justicieros afuera en libertad. Pero lo que sí creo es que para tratarse únicamente de radicales a sus ojos, se está tomando muchas molestias con ellos. — ¿no es esa la razón por la que me encuentro en esta celda en primer lugar? — Le sienta un poco mal la soberbia cuando ya ha demostrado tener más de un problema real acechándolo por las noches. — ¿o es que acaso va a negarme que Richter no se rió en su cara adelante de todo el mundo, así como tantas veces lo han hecho otras caras reconocibles como Benedict Franco? Nah… esa presunta tranquilidad es tan solo una fachada, una que pronto que se le caerá encima. Si es que no enloquece antes como su madre.

Si eso fuera así, los humanos se habrían extinguido hace generaciones, no es selección natural si lo que obtiene es que siguen sobreviviendo pese a su afán por su destrucción. — y no es que pretenda darle una lección sobre biología, pero parece que tiene ciertos aspectos confusos que a mí, aunque considere una pérdida de aliento, no tengo problema en aclararle. — Lo que usted está haciendo se denomina dictadura según la definición clásica, no confundamos biología con política, por favor. — pido a mi libre antojo pese a tener una varita bailando sobre mi garganta, esa sobre la cual comienzo a sentir un escozor que pronto pasa a convertirse en un ardor intenso que me desgarra la piel por fuera, pero por dentro también. Que si no fuera porque creo estar ahogándome en fuego, lo que lleva a que se me corte la respiración, estaría chillando a voz pelada. Tampoco voy a negar que no lo haga, el dolor es suficiente para no hacerme pensar en lo que hago más que en tratar de resistirlo hasta que cese. Apenas han sido segundos, pero se sienten como si hubieran pasado minutos para cuando me llevo una mano hacia el cuello en busca de respirar. El impulso me hace olvidar que tengo la piel en carne viva gracias a este desgraciado, por eso al instante de palpar la zona la retiro para comprobar que mis manos manchan con algo de sangre.

Me levanto por acto reflejo, buscando alejarme de la mesa solo para observar mi reflejo en un espejo que creo que en su momento colocaron con intenciones de que mi propia figura me diese verguenza. Lástima para él que no lo consiguieron, hasta que veo el paria grabado en mi garganta y eso me enfurece de forma que me importa poco si golpeo la mesa demasiado fuerte al regresar a ella, colocando mis manos sobre la superficie en un golpe seco. Tragar saliva me produce dolor, hablar ya es otro nivel diferente. — Yo también puedo hacerle un tatuaje si me da la oportunidad. — sin darle tiempo siquiera a que las palabras lleguen a su cerebro, estampo de un manotazo su copa de cristal vacía contra la pared más cercana, la cual se rompe en lo que asumo un montón de trozos afilados a pesar de no despegar mi mirada de la suya, muy apropiados para su turno. — ¿Quiere probar?
Winifred L. Evans
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Blah, blah, blah… La observo como si se tratara de una persona con un serio retraso mental. ¿Acaso estas personas no comprenden que fue justamente nuestra biología la que nos empujó a la basura durante siglos? ¡Toda la política de NeoPanem se basa en el ADN! ¡Las guerras sobre nuestra raza se remontan desde hace siglos, mucho antes que los Black! E incluso si nos salimos de nuestra situación, el ser humano siempre ha estado haciendo diferencias de clase y etnias desde tiempos inmemoriales. Esto no es algo que yo he inventado, es algo que tomé en favor de los que no tuvimos nada, para poder tenerlo todo. Lo que aquí estamos planteando es histórico, porque por primera vez el mundo mágico tiene total poder sobre el resto, incluso con esas pestes que se andan moviendo por el norte. Es una misión noble, es una pena que muchos no puedan verlo y solo se dediquen a lloriquear porque no tienen estómago para hacer lo que es correcto.

Tengo que decirlo, esperaba muchas reacciones de ella pero no que rompa una copa cual vagabundo borracho del norte. No me inmuto por el estruendo, el olor al alcohol me pica la nariz y ni siquiera le doy tiempo a cometer otra estupidez, que ya estoy sacudiendo la varita para que su cuerpo se estampe contra la pared, impidiéndole moverse. Me levanto y uso mi mano libre para acomodar mi camisa, en lo que doy algunos pasos suaves en su dirección, sin bajar la varita que la mantiene inmóvil — Antes de que te tomes la molestia, voy a dejar una sola cosa en claro — uno de mis dedos pasa por las gotas de sangre, acabo colocándolo entre mis labios, esos que relamo con lentitud al pasear mis ojos por ella — NeoPanem es una pirámide. Mientras que yo me encuentro en la cima, tú eres simplemente los escombros. Así que la próxima vez que intentes una estupidez o siquiera creas que eres algo que puede amenazarme, recuerda que es fácil aplastarte y volverte polvo. No me intimidas… — le aclaro, respiro lo suficientemente cerca de ella como para mover algunos mechones cerca de su oreja — … Solo me produces asco. Y mucha pena.

Para cuando me aparto, tal y como si se tratase de un enfermo extremadamente contagioso, ni siquiera la miro. Le doy la espalda en lo que la puerta de la celda se abre y muevo mi varita para que el hechizo la deje ir — Disfruta lo que queda de vino. Será lo último que pase por tu boca en mucho tiempo.
Magnar A. Aminoff
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