The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Lights up and they know who you are ▸ Oliver
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Tremenda movida la que se ha formado en los últimos días. Ni siquiera he tenido agallas para preguntarle a mi padre respecto al tema porque las cosas están un poco tensas entre nosotros debido a que me niego rotundamente a hablar con él por más de media hora, esa que dedica a preguntar sobre por qué paso tanto tiempo fuera de casa. Ya me es suficientemente difícil encontrar el modo de escabullirme las noches de luna llena como para tener que soportar sus preguntas escrutadoras. Con lo que ha pasado en la última semana, siento que se me está agotando el tiempo para continuar con mis secretismos, pero tampoco tengo los ánimos como para aguantar ninguna discusión más. En estos momentos tengo otros problemas que entender, que, si bien quizás parezcan de menos importancia, el hecho de que haya hecho venir a Helmuth hasta el sofá de mi salón, a sabiendas de que no es un buen momento para que él esté haciendo excursiones, dice todo lo contrario a irrelevante.

Veamos, no es la primera vez que me dedico a besar a desconocidos de cuyas identidades al día siguiente probablemente no voy a recordar. Es una manía que debería empezar a dejar si resulta que el chico con el que me lío en una noche va a darme tantas comeduras de cabeza. Como para no, la verdad, cuando ese mismo chico, o al menos una versión que se parece bastante porque tampoco podría asegurar nada, resulta tener una complexión parecida a cierto fugitivo del estado. Si repaso la noche en mi cabeza tampoco es que pueda fiarme mucho de mi juicio, iba borracha, él llevaba una gorra puesta y aquel antro estaba completamente a oscuras a excepción de la luz epiléptica que acompañaba la música. Quizás solo sea paranoia por los anuncios de estos días, sí, debe de ser eso.

Aun así, me atrevo a dedicarle una mirada a Oliver cuando lo único que se oye entre nosotros es mi boca rumiando al llevarme un puñado de palomitas a la boca. He hecho palomitas, ¿de acuerdo? No es un buen momento para juzgar, me entra el hambre en estas situaciones. — ¿Es un buen momento para decir que estaba borracha? — creo que nunca llegamos a hablar a acerca del tema, no mucho más de la conversación que tuvimos frente al porche cuando me acompañó hasta casa, que viene siendo lo único que recuerdo de eso. — ¿Tú no crees que es...? Probablemente solo se parezca, como... mucho, ¿sabes que dicen que existe un doble nuestro suelto por el mundo? — ¿y por qué suelto siempre estas tonterías? Supongo que es lo que me sale cuando no tengo ni idea de qué decir que tenga algo de sentido. — Que se llame Kenneth es solo una coincidencia estúpida, ¿cuánta gente habrá que se llame Kenneth y rime con Kendrick? — millones, ¿y qué haría un enemigo del estado en una discoteca? ¿No se supone que es peligroso? — Kenton... Kendall puede llegar a ser nombre de tío, ¿no es cierto? — bueno, quizás es mejor que me vuelva a las palomitas.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
Me voy a fiar de su palabra cuando dice que su padre no está en casa y no va a estarlo pronto ya que, la postura que adopto en su sofá no es la que debería tener como invitado. Pero es Maeve, y si ella no me ha dicho nada por andar descalzo y ocupando al menos dos de los tres almohadones del sillón de tres cuerpos, no tengo de qué preocuparme mientras me hundo en la comodidad de su mueble. Que los de mi casa lo era también, pero papá siendo papá, claramente que tenía todo diseñado para no malograr nuestra postura y ese tipo de cosas. El sillón de Maeve es mullido y en pocas palabras “perfecto para dormir siestas”, lo que estaría haciendo ahora si no fuese porque me tenía que comportar como buen amigo y prestarle atención a lo que sea que la muchacha quiere decirme.

- ¿Cuándo? - Y suena horrible que tenga que preguntar eso, pero creo que la mitad de las veces en las que veía a la muchacha fuera del colegio había alcohol de por medio, y si había alcohol ella estaba borracha ya que su resistencia era nula, o su consumo mucho mayor al que su cuerpo podía resistir. La miro con las cejas levantadas y el cuello apuntando en su dirección mientras mastica las palomitas que están demasiado lejos como para hacer el esfuerzo de alcanzarlas. Por unos momentos le quiero preguntar si no anda borracha ahora que anda diciendo lo de los dobles, pero luego dice lo de Kenneth y termino por entender su invitación.

No voy a decir que por mi cabeza no se había cruzado esa idea, tal vez no había sido instantáneo ya que cuando se había filtrado el comunicado no le había prestado demasiada atención, pero algo me había quedando resonando en el cerebro, y cuando me había dado cuenta de lo que era… - ¿Lo dices por el muchacho del bar? Maeve, ibas borracha. Yo también estaba algo atontado, no tengo mucho recuerdo de ese entonces. - Que no era tan así, porque puede que me acordase más de lo que dejaba ver. Pero estaba oscuro, había muchachas lindas, y éramos idiotas en un bar clandestino. - Además, ¿crees de verdad que el enemigo público número dos se andaría paseando a sus anchas en el Capitolio?- Nadie podía ser tan idiota, ¿o sí?
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Entretengo el silencio llevándome otro puñado de palomitas a la boca, elevando los pies para depositarlos sobre la mesita enana colocada frente al sofá. Girar el cuello me da la oportunidad de observar la figura arremolinada de Helmuth entre los cojines, lo que me hace preguntarme en qué momento pasamos de pelear por quién lleva la razón en los resultados matemáticos del colegio (que ninguno acierta nunca, vamos a dejarlo claro también), a como estamos ahora. Le tiro una palomita a la cara cuando hace esa pregunta con las cejas levantadas y que llegaría a hacerme reír si no fuera porque en el momento me resulta una ofensa total. Solo por eso le lanzo otro maíz. — Como si me emborrachara tantas veces. — suelto un falso bufido al tiempo que ruedo los ojos con gracia. Que lo hago, no nos vamos a engañar, a veces me pregunto si se trata únicamente de un mecanismo de defensa para ahogar el uso que hago del humor continuo para no tomarme en serio mi patética vida. Pero eso suena demasiado profundo como para estar hablando de mí, y que tengo dieciséis años, por favor, no cuarenta. Si no bebo alcohol ahora, ¿cuándo voy a hacerlo?

Sí, lo digo por el muchacho del bar, ¿es que no era eso evidente? — Estás muy lento hoy, Helmuth, ¿qué te pasa? ¿no has dormido la siesta? Porque por mí no hay problema si lo que necesitas es echar una cabezadita. — me mofo, ¡para que luego digan que no soy considerada! Pero si es que ni me está escuchando. — ¿Que no tienes recuerdo de esa noche? ¡Oh, vamos! ¡Si tan solo tomaste dos o tres chupitos como mucho! Solo que no quieres acordarte, porque la chica rubia te rechazó por mí y aun sigues dolido por eso. — le pico, la sonrisa burlona que se me aparece en el rostro delata que solo estoy bromeando. Lo cierto es que yo también me siento un poco dolida con respecto a lo que pasó esa noche, que por lo general no me molesta que me dejen tirada por otra tía, sé como son los hombres, pero al menos los últimos han sido un poco más discretos. — Bueno, pues... no, la verdad. — reconozco, porque en serio no creo que sea tan fácil el saltarse la seguridad del país, no creo o no quiero pensarlo, una de dos. — Pero luego por otro lado... Nadie esperaría que un fugitivo estuviera en una discoteca llena de adolescentes, ¿cierto? Más cuando se supone que hay toque de queda. — que los dos sabemos lo bien que se nos da saltarnos eso cuando se nos antoja, y si nosotros que no somos más que adolescentes podemos hacerlo, ¿quién dice que no lo puedan hacer otros? — No parecía muy peligroso... ¿no? — recordarme otra vez por qué estoy asumiendo que keneldeloshombros es el mismo Kendrick Black que sale en las noticias.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
La palomita rebota en mi nariz cuando Maeve la arroja, y en una muestra de mi asombrosa suerte más que gracias a mi coordinación, estiro el cuello lo justo para atrapar el aperitivo con la boca. No tiene gracia comer una sola palomita, pero al menos puedo regalarle una sonrisa que enseña todos mis dientes. - No sé si tantas, pero venimos de dos cumpleaños y un par de escapadas, y en ninguno de esos encuentros de he visto sobria. - Y puede, solo puede que gracias a su influencia estuviese tomando un poco más, pero no se lo quiero atribuir porque las decisiones que tomaba seguían siendo solamente mías. Pero vamos, era dos años más chica que yo y tenía más aguante y más calle, tenía que tratar de ponerme a su altura. - Ya, era chiste. - y para demostrar mi punto estiro mi pierna el tramo que queda hasta poder picarle el costado con el dedo del pie.

- Tu sillón es cómodo, podrías invitarme más seguido. - Le sugiero removiéndome en mi sitio para hundirme un poco más en los cojines. Ya se estaba haciendo tarde así que como siguiéramos un poco más de tiempo aquí, tendría que dejarme pasar la noche ya que volver a la isla después del toque de queda era bastante complicado, si es que no casi imposible. Una cosa era ser escurridizo, otra ser una especie de brujo ninja. - oh, claro que no. Me siento todavía dolido porque parecías más interesada tú que ella, y a mí me abandonas a mitad del boliche. - Y me llevo el índice a la cara, fingiendo que limpio una lágrima inexistente de allí.

- No lo sé Davies… Si te soy sincero no quiero creer que tuve delante al culpable de que secuestraran a mi padre y no le partí la cara a golpes. - Que no era violento, pero si ese pendejo con pintas de no romper un plato les había hecho pasar tan mal rato a Elo y a papá, pues si me lo volvía a cruzar no sería tan amable. Una cosa era creer que era un adolescente hormonado más que jugaba con los sentimientos de las chicas, que eso era repudiable de igual manera. Pero otra distinta era el que hubiese permitido que un criminal peligroso se pasease a  sus anchas delante mío, y pusiera en peligro a todos sin que yo hubiese hecho nada al respecto. - ¿Qué haría un criminal buscado en un boliche? ¿Crees que fue a traficar o a intercambiar información? ¿O que estaba planeando algo? No sé si quiero pensar que de verdad fuimos tan idiotas.
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Suelto un exagerado prfffffff con mi boca al rebotar los labios entre sí, como respuesta a ese comentario que no podría estar más equivocado. — Qué tontería, hablas como si no fuera capaz de mantenerme sobria por más de dos horas en un evento. — lo cual… no suena tan a locura. Pero vamos, que estoy perfectamente cualificada para no beber ni una gota de alcohol cuando se trata de salir a algún lado. Otra cosa muy distinta es que me lo pase igual de bien, pero creo que eso no entra de la propuesta que he hecho. El pique con su pie en mi costado hace que incline un poco el torso hacia dentro para librarme de las cosquillas que acuden al instante por el gesto, del que no tardo mucho en defenderme arrojándole otra palomita, seguida de otra, hasta que al final tengo que inclinar el bol porque creo que no le ofrecí, pero tampoco es como si hiciera falta, estamos en confianza. — ¿Quieres? ¿O esto no es manjar de señores? — me burlo, que quizás por ser hijo de ministro le dan otra cosa distinta de comer. Quizás las palomitas se consideren comida de pobres.

Como si necesitara de una confirmación de que el sillón es cómodo, acomodo mi cuerpo contra lo mullido del sofá. No está mal, pero tampoco lo considero lecho de ángeles. — Ahí es donde se suele tumbar mi padre para dormir la siesta. — lo digo con el rostro sereno, segura de que mi despreocupación en el comentario va a tener una reacción en él. Lo que espero es que capte el tono de broma en mi voz, por si acaso giro el cuello con la gracia pintada en la cara solo para comprobarlo. No obstante, poco me tardo en transformar la curva de mis labios en un falso mohín mientras se seca una lágrima fingida. — Ahhh, venga, que solo fueron cinco minutos, además de que no te perdí de vista en ningún momento. — mentira, si iba ciega desde que llegamos al lugar, con razón no me acuerdo de mucho. Aun así, me acerco para picarle la nariz con mis dedos. — Jamás de los jamases te abandonaría en una discoteca llena de chicas, ¿quién me llevaría a casa si encuentro que te has ido al baño a meterle mano a una rubia de bote con labios operados? — aprovecho la cercanía para picarle también con el dedo en el abdomen antes de volverme rápidamente a mi sitio para evitar una pelea de picotazos, aunque con la sonrisa aun en mis labios.

Cierto, no recordaba que a su padre lo habían secuestrado, quizás tendría que haber sido un poco más sensible con eso. Me disculpo con el silencio que me lleva a mascar más palomitas, llenando ese mismo vacío en el aire con el crujido en mi boca. A lo siguiente, por otra parte, le respondo con un encogimiento de hombros bastante obvio. — Parecía más interesado en intercambiar saliva que información, la verdad. — agrego, lo cual no ayuda mucho a resolver nuestras dudas sobre quién es el tipo, así que supongo que se mantendrá en incógnita por lo que nos reste de vida.  A no ser… — Podríamos buscarlo en Wizzardface, yo ya probé a buscarlo como @_keneldeloshombros o @kendekenneth, pero nada. Tú eres hombre, ¿qué nombre te pondrías si te llamaras Kenneth? — es importante conocer este tipo de detalles, los hombres entre hombres se entienden, ya saben, por eso que llaman masculinidad y esas cosas.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
Me río entre dientes con su comentario y me encojo de hombros ya que, de verdad nunca la había visto sobria en una fiesta. No que estuviese mal solo que… - No digo que no seas capaz, solo que nunca presencié ese momento. - Y estoy tentada a desafiarla a mantenerse sin beber alcohol en el próximo evento en el que coincidiéramos, pero desisto ya que no soy quién para decirle cómo debe vivir su vida. Jamás la he visto poner en riesgo su salud y pese a que el alcohol le pega bastante, se mantiene lo suficientemente consciente para cuidar lo que toma y en cierta medida, lo que hace. - ¿Señores? Tengo dieciocho y lo sabes, ¡estuviste ahí! - Y esta vez si me incorporo sobre mi eje para estirarme al bowl que me ofrece. - Señores, pfffff. - Y meto un manotazo dentro del recipiente y así como salió lleno de pochoclos, así se dirige a mi boca. No es un acto del que me sienta orgulloso, pero amo las palomitas y más aún cuando son tan dulces. Quien sea que inventó las palomitas saladas merece un lugar en el infierno.

- Así que además de tratarme de señor, me comparas con tu padre… no sé cómo tomarme estas acusaciones, de verdad que no… - Y me alegra el poder mostrar mi lado dramático y juguetón con Maeve ya que ella no juzga mis tonterías como queriendo que me muestre mayor pese a que técnicamente hablando, sigo siendo un adolescente. - ¿Cuándo me has visto meterme mano con una rubia desconocida y operada? - ¿Acaso tenía pinta de Henry? Que ese idiota no sabía lo que era el respeto por las mujeres, o por nada que no fuese su entrepierna a decir verdad. - Y en el hipotético caso de que esté tan borracho que me olvide de mis modales, sabes que si me interrumpes aún así te acompañaré. - Las conquistas de una noche no valían una amistad, y aquellas que no eran de una noche sabrían entender cuáles eran mis principios. No me inmuto con su pique porque… bueno, no iba a presumir mis abdominales, pero llevaba tiempo sin tener cosquillas. Una de las tantas ventajas del quidditch y los buenos entrenamientos.

Siempre me va a sorprender la capacidad que tiene Mae de aligerar el ambiente, así que cuando lo hace con un comentario al azar, mi leve subidón de ira se evapora en instantes. Ya qué, no puedo darle diez mil vueltas al asunto. - ¿Me preguntas a mí? No te puedo explicar lo mucho que tardé en decidir que mi usuario sea “O’ Captain” y aún así todavía me parece patético. - Razón por la cual el nombre que se mostraba era un simple Oliver H. Pero eso era más porque nunca me había molestado en averiguar cómo se cambiaba el usuario en wizzardface. - No lo sé, supongo que la lógica de los hombres es tratar de mantener el orgullo y no ser rebuscado. Así que… no, creo que un gusarapo tiene más creatividad que yo. - Meerah me lo había dicho, aunque también había agregado que al menos tenía buen gusto para vestirme. - ¿Te dijo algo más además de su nombre? Digo, como para usarlo de pista.
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Tienes que admitirlo, te comportas un poco como él: duermes la siesta, estás constantemente pendiente de que no haga tonterías y, estoy por jurar que también tienes una colección de películas que jamás has visto, pero que guardas por el simple hecho de que tener una colección de algo que se consideró guay allá por la época en la que naciste. — bueno, quizás eso último me lo haya inventado, pero me vale para profundizar la expresión de terror en su rostro y reírme un poco a su costa. Meto la mano en el bol al tiempo que me encojo de hombros, manteniendo la sonrisa. — Siempre hay una primera vez para todo. — respondo honesta, que siempre me enseñaron que uno nunca debe decir que no a las nuevas experiencias, en especial si se presentan como interesantes, aunque tampoco es que morrearse con una tipa operada vaya a ser de lo más revelador. Ruedo los ojos con desdén, llevándome las palomitas que he atrapado a la boca y mascando ruidosamente. — ¿Si te interrumpo en mitad de una sesión de sexo también vas a acompañarme a casa? — ES UNA BROMA. Que bueno, me le quedo mirando con cara divertida porque aun así me interesa lo que tiene para responder a eso.

Estoy haciendo un gran esfuerzo por no reírme en toda su jeta con lo de O’ Captain, pero llega un momento en el que no puedo hacerlo más y la risa sale como una especie de fuente a propulsión. — Solo a alguien como tú se le ocurriría ponerse O’ Captain de nombre en Wizzardface, ¿fue tu padre quién te dio la idea o completamente tu ocurrencia? — bromeo, que mi user es mae4life, ¿a quién no le encantaría ser yo? Bueno, digamos que a un montón de gente. Quizás debería cambiarlo por… shewolfmaeve, pero creo que sería demasiado evidente y tengo que aprender a dejar el humor como recurso de defensa a mis problemas. — Ya fue, déjame tu móvil. — le paso el bol de palomitas para hacerme un hueco más cerca de él y, como tarda un millón y medio, me encargo de sacar el teléfono de su bolsillo trasero sin ninguna preocupación. Se me escapa una risita cuando al desbloquear sale un selfie mío detrás de las aplicaciones, que estoy cien por cien segura de que todavía no se ha dado cuenta de que le cambié el fondo de pantalla hace unas semanas, pero no es problema mío que no sea capaz de poner una contraseña. — En serio, Helmuth, ¿cuando te vas a dignar a poner una contraseña en tu teléfono? ¿Y si te roban el móvil? ¡Ni siquiera tendrían que hackearlo porque tú les hiciste todo el favor! ¡y entonces toda tu familia estaría en peligro y el Capitán O no estará ahí para salvarles porque estará demasiado ocupado hundiéndose en sus propias lágrimas por haber perdido su móvil lleno de fotos de Maeve Davies! — ya, ¿sonó demasiado dramático? Creo que mi rostro ayuda a poner énfasis en el dramatismo. Me acomodo con los pies en el sillón y me hundo entre los cojines, tomando el móvil de forma que él también pueda verlo. — A ver, a ver, dijo que se llamaba Ken, de Kenneth, nada más, pero quizás… ¿y si buscamos a la chica que iba con él? Igual de esa forma podemos buscar entre sus seguidores, ¡o ver si le ha etiquetado en alguna foto! — ¿cómo dijo que se llamaba? ¿Synnove, era?
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
Alzo las cejas primero con diversión, y luego con algo de confusión. - ¿Pero qué edad tiene tu padre? - Y aún peor, qué tan viejo creía que actuaba como para suponer esas cosas de mí. Que sí, tenía mis momentos de ocio, y sí me preocupaba por ella, pero no para compararme con su progenitor, ¿o sí? - Lo de la colección de la debo, pero lo otro… ¡Vamos! me merezco unas horas de siesta luego de alguna fiesta o un entrenamiento matutino, y lo de ser cuida… digamos que soy un buen amigo, ¿ok? - Viví rodeado de mujeres toda mi vida, y si bien sabía que tenían una fuerza increíble y una determinación aún mayor, no dejaba de querer proteger o cuidar a aquellas a las que sentía cercanas.

- ¿Y por qué andaría revolcándome con alguien si andas tú presente? - No era de los que iba a las fiestas a usurpar cuartos ajenos solo para pasar unos minutos con alguien random. Tenía más respeto por mí y por la compañera que eligiera llevarme a la cama. - Pero sí, supongo que lo haría. Si ya interrumpiste no me quedará la conciencia tranquila de otra manera. - Y puede que también sería difícil retomar el humor luego de una interrupción de ese tipo, así que no veía el gran inconveniente. ¿La putearía? probablemente, e incluso trataría de aprenderme el hechizo contrario al del ron a modo de venganza. Debía existir uno que transformara las bebidas alcohólicas en agua, ¿no?

Hago un mohín que debe de verse completamente ridículo en mí, pero su risa acaba siendo contagiosa y solo puedo lanzar un suspiro para no caer también en las carcajadas. - Fue completamente mi ocurrencia. - Trato de que suene terminante y orgulloso, pero la realidad es que carecía completamente de originalidad. Me llamaba Oliver, por eso la O, y era el capitán. Punto. Creatividad: zero. - Pero tienes el tuyo. - Reprocho. Aún así, levanto las caderas del sillón para liberar mi bolsillo, pero no va que ni llego a meter mano que ya Maeve se ha hecho con el aparato. - ¿Pero qué clase de vida interesante crees que llevo para montarte toda esa historia? no tengo nada útil en el teléfono, e incluso papá o Eloise están guardados como ‘Nick’ o ‘Elo’. - Que antes no lo estaban, debía admitirlo, pero Meerah ya había revuelto mi teléfono y, pese a que no la dejé colocar ni una contraseña ni activar el reconocimiento facial, sí le presté atención a eso de los nombres y lo de borrar el historial de mensajes cada tanto.

Como no me queda más remedio que incorporarme un poco para poder ver el teléfono, quedo pegado a Maeve, apoyando mi mentón sobre su hombro para poder ver MI celular. - Sigo a muchas personas en wizzardface, así que si la encuentras y quieres seguirla no tengo problema. - Si es que no la seguía ya, a decir verdad ya no tenía idea de quienes estaban en mi lista de contactos.
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
¿Qué edad tiene exactamente mi padre? — Unos… ¿treinta? Sip, tremendamente joven, lo sé. Estaba borracho cuando embarazó a mi madre, y el resto de la historia ya te la sabes. — me encojo de hombros, aunque no pierdo la sonrisa porque ya me he hecho a la idea de ser un accidente. Uno que al parecer mi padre desconocía hasta no hace tanto tiempo, cuando decidí aparecerme en su casa, pero estamos bien. — Oh, es verdad, los entrenamientos matutinos, ¿cuándo me vas a llevar a ver uno? De seguro hay muy buenas vistas. — y no, no estoy hablando de las gradas, sino de otra cosa que… bueno, imagino que se hará a la idea de a lo que me refiero por el modo que tengo de curvar los labios y alzar una ceja divertida. — Hombre, sería un poco morboso que yo estuviera presente mientras tú andas acostándote con alguien. Me refería tan solo si se diera el caso de que surgiera espontáneamente. — me cuesta creer que alguien lo haría de interrumpir en pleno acto, pero claro, me estoy olvidando de que estoy tratando con Oliver y es más bueno que el pan. — ¿Alguna vez siquiera te acostaste con alguien? — pregunto, con tanta naturalidad que en ningún momento me planteo que es una pregunta de carácter más bien íntimo, a pesar de que en el fondo le observo tanteando si va a responderme o no. Ahora si no me responde me va a picar todavía más la curiosidad.

Que afirme que el nombre ha salido de su cabeza me produce todavía más risa, que camuflo sacudiendo la cabeza en un meneo divertido, sin poder tomarle en serio mientras me acomodo entre los cojines. — No seas tan quejica, está cargando arriba. Además, si tantas cosas tuvieras que ocultar habrías puesto una contraseña. — respondo ante su reproche, picándole con el codo sobre el abdomen a modo de gracia, mientras con la mano libre deslizo la pantalla del teléfono con el pulgar para ir pasando las fotos que van saliendo en la aplicación. — ¿Nick, Elo? ¿Quién tiene guardado a su padre por su nombre y no como Papá o papixulo, o papito… — bueno, eso quizás sonó un poco ridículo, pero Nick, ¿en serio? Parece su colega más que su padre. — En serio, Helmuth, tienes la mentalidad de un hombre mayor en el cuerpo de un adolescente musculado. — mm, quizás es ese el atractivo que tiene y lo que llama tanto la atención sobre él, después de todo. No obstante, me alcanza a llegar una duda de interés que no tardo en vocalizar. — ¿Ya conseguiste que se líe con la ministra o siguen actuando como dos tortolitos de colegio? — me mofo, girando un poco el cuello para confirmar su reacción antes de que me dé una respuesta.

Bueno, a ver, ¿dónde estábamos? — digo cuando nos distraemos del tema principal, acomodando mis piernas a modo de indio en el propio sofá en lo que permito que él se apoye contra mi hombro. Es instantáneo cuando muevo un poco la cabeza para que pueda ver mejor como voy a su perfil en busca de mirar entre sus seguidores. Sin embargo, no hago mucho más que clicar en su imagen de perfil, bastante horrorizada, la verdad. — Esto hay que cambiarlo, ¿cómo se te ocurre poner un atardecer de fotografía de portada? ¡Con el cuerpo que tienes y no lo aprovechas, hombre! ¿Así es como piensas ligar? — si es que parece nuevo, como su amiga me veo en la obligación de modificar la fotografía y busco entre su galería para seleccionar una imagen en la que sale con el uniforme de Quidditch posando (o al menos un intento de ello) — Así está mejor. — asiento, le echo un vistazo a su perfil, pasando por algunas imágenes que he subido yo por hacerle el favor de mantenerlo un poco actualizado. Eso y porque la mayoría son selfies míos que ni siquiera ha tenido la decencia de borrar. — ¿Qué era lo siguiente? — ah, sí, ¡Synnove! ¿o era Syvonne?
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
- Por alguna razón eso me hace sentir mejor en vez de peor. - Una cosa era que me comparara con alguien de la edad de mi padre, y otra diferente era que me comparara con alguien de la edad del suyo. Con treinta años tenía la edad para ser mi hermano mayor incluso. - Cuando no te tenga que llevar cargada sobre un hombro porque tuve que arrastrarte fuera de la cama a primeras horas de la mañana. ¿Sabes que en época de torneo entrenamos desde las seis? - Casi inhumano, lo sé; pero no es por nada que conseguimos tener el mejor equipo de todo el colegio. - Si tanto te interesa “el quidditch” - y sí, hago las comillas con los dedos para que quede claro de lo que hablo - es más sencillo escabullirse en el vestuario luego de los entrenamientos. - Que no me agradaba demasiado la idea tampoco, pero ahí la mitad se comportaba como cerdos así que no costaría que perdiese el interés. Mis jugadores son excelentes deportistas, no necesariamente son las mejores personas. - Siento que esta conversación se está tornando en una situación hipotética demasiado bizarra para mi gusto. - Que entendía su punto, pero nunca había estado ebrio o lleno de hormonas hasta el punto de olvidar por completo mi entorno. - Alguna vez… soy lo suficientemente caballero para no contar. - O lo suficientemente cobarde como para no confesarle que fue solo una vez, y para sacarme el asunto de encima.

Su codo ejerce una presión incómoda contra mi abdomen y ya no sé en qué postura estar sentado, recostado o qué. - Si te juntas con tipos que tengan un “papixulo” en el teléfono, puedo asegurarte de que no se trata de su padre precisamente. - Porque yo no conocía a un solo muchacho que tuviera ese nombre para guardar a su padre en el teléfono. - Un hombre mayor algo inmaduro, pero voy a tomarlo como un cumplido. - A mi punto de vista, todavía era un idiota que no sabía qué hacer con su vida, así que el que Mae dijera que tengo un cierto grado de madurez aunque fuese a modo de burla podía ser algo bueno, ¿no? Pues al parecer no, porque la madurez se va al carajo cuando nombra a mi padre con Elo. - Cómo cuentes esto antes de que tenga la oportunidad de decírselo a Ari o a mis tías, te mato. - Le aseguro pese a que no haya nada más alejado de la realidad. - Pero el otro día los encontré chapando en el desayunador de la cocina. - Y todavía no tenía idea de qué estaba pasando entre ellos, pero en aquella ocasión solo atiné a gritar un “¡POR FIN!” y dar media vuelta antes de que pudiesen inventar una excusa. Si no había dicho nada aún es porque no quería arruinarles nada, y porque ante cualquier cosa necesitaría pruebas para que me creyeran. O tal vez no, porque todos estábamos esperando que pasara algo entre esos dos, pero da igual.

- ¿Pero qué tiene de malo? Si ya mi foto está en mi perfil, ¿para qué debo poner mi cara en la portada también? No pienso ligar a través de wizzardface. Tienes razón y soy un viejo en el cuerpo de un adolescente, pero prefiero conocer a la persona antes de dejarme guiar solo por fotos de un perfil que casi nunca miro. - Que tenía unas cuantas fotos en las que salía bien, pero esas las subían las chicas porque a decir verdad me daba lo mismo. Las fotos en los que no salía bien excedían en buena parte a aquellas en las que sí lo hacía, y pese a que me retaban por subirlas, me divertían. - ¿Y por qué no la del equipo al menos? - Y no hago puchero, pero si muevo la mandíbula para molestar con mi mentón sobre su hombro. - ¿No querías buscar a la muchacha para ver si encontramos un fugitivo de la ley, o a tu futuro ligue de otra noche?
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
!Ey! Eso solo ocurrió una vez, y en mi defensa ni siquiera sabía que teníamos examen. — me quejo, como si fuera la mejor excusa al por qué decidí esa mañana que no era día para ir al colegio, cuando había dormido escasas dos horas por haberme quedado la noche viendo programas sobre casas encantadas. Sí, puede que me haya enganchado un poco a ellos, pero es mucho mejor que la mitad de la basura que ven mis compañeras de clase. — Eso es a lo que yo llamo amor por el arte... — ¿seis de la mañana? Ni loca me levanto a esas horas por voluntad propia, ¿es que estamos locos? En ocasiones me pregunto como es que personas tan diferentes como lo somos Oliver y yo, terminamos congeniando de la mejor manera. — Ah, ¿pero que todavía crees que estamos hablando de una situación hipotética? — dejé esas tonterías de andarse por las ramas hace como... tres años, el día que me convertí en una mujer “propiamente dicha”. Me llevo las manos a la boca en una sorpresa bastante exagerada, suspirando como lo harían las chicas de televisión en programas de amor, y me acerco lo suficiente como para quedar mi cabeza pegada a su hombro en el hueco de su cuello, mirándole desde abajo. — ¿Quién fue la afortunada de robar tu pequeño pero gran corazón, Helmuth? Vamos, quiero saberlo, ahora no puedes dejarme así. Apuesto un calcetín a que perdiste la virginidad con Karina. — esa dichosa chica es guapa, además de simpática. ¿Cómo es que esas cualidades están tan mal repartidas por el mundo? ¡Un poco de reparto equitativo, por favor!

Me aparto de su espacio personal y lo dejo libre durante los segundos que me toma volver a tener el bol de palomitas en las manos. No me da tiempo a llevarme un puñado a la boca que ya tengo que poner mi mejor cara de interesante. — Uuuuuh, ¿crees que pueda tratarse de un sugar daddy entonces? — ¿acaso él sabe que es lo que andan llamando a su padre las chicas de cursos mayores? No soy capaz a formularlo con palabras, ahora sí tengo mi boca llena de palomitas y mi mandíbula se cae de golpe, dejándome con el grito acumulada en la garganta. También la risa aglotonada cuando puedo tragar entre espasmos graciosos que por poco no me hacen saltar las lágrimas. — ¡¿Cómo?! ¡No te lo puedo creeeeeer! ¡La imagen mental, Helmuth, la imAGEN MENTAL! — me tardo nada y menos en cerrar los párpados con fuerza y mover mis manos en un aspaviento que pretende simular que estoy barriendo algo, aunque esté dentro de mi cabeza. — ¿Y qué narices dijiste? — ¿cómo reaccionas a tu padre teniendo relaciones en plena cocina? Yo creo que me hubiera dado un buen colapso. Me echo hacia atrás en el sillón, con el bol de palomitas entre mis piernas y el mismo celular que ha perdido interés de repente reposando sobre mi barriga. — De acuerdo, ahora no voy a poder tomarlos en serio cuando salgan en televisión. — nop, no creo que eso sea posible a partir de este momento.

Ruedo los ojos, este chico a veces me puede llegar a sacar mucho de quicio. — ¿Y cuando pretendes hacer eso, exactamente? ¿Cuando estés entrenando o cuando yo tengo que dignarme a sacarte de casa porque si fuera por ti estarías en tu cama a las dos de la mañana? — ¿soy la única que está mirando por su bien social? Bueno, puede que quizás esté exagerando... Después de todo, no es el chico más popular entre las chicas por ninguna razón. Mi cabeza se gira en su dirección cuando le tengo apoyado en mi hombro y mis labios se transforman en un puchero enorme. — Estaba tratando de buscarte un ligue a ti, no a mí, ¿o no viste que me dejó tirada? — haré como que eso no me dolió, claro que puedo hacerlo. De acuerdo, no puedo, eso fue un golpe bajo para mi autoestima.
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¿Pequeño pero gran corazón? No sé por qué se me vino a la mente el dibujo ese que pasaban cuando era pequeño, el del perro rojo… no recuerdo muy bien de qué iba pero por alguna razón apareció en mi cabeza. - Me temo que perdiste tu calcetín. No fue ella. - Karina era bonita, amable y simpática, habíamos intentado en su momento tener algo porque todo el mundo decía que nos veíamos bien juntos. La realidad es que no podíamos tener conversaciones de más de tres minutos ya que nos quedábamos sin temas para hablar y… bueno, era muy bella, pero era tan fría que no pasamos de algunos besos. - No fue nadie del colegio, así que puedes dejar de intentar. Nadie me robó el corazón ni nada de eso. - No es que estuviese en contra del sexo casual o algo de eso, pero que se yo. Había salido con un par de chicas, pero todas parecían más interesadas en mostrarnos como pareja, que en ser una pareja en sí.

- Aguarda, ¿qué? De verdad conoces a alguien que tiene “papixulo” como contacto en su teléfono. - Y no hace falta que pregunte como lo sabe, porque conozco sus manías y sé que ese no es un dato difícil de conseguir con lo mucho que le gustaba husmear en las cosas ajenas. - ¿Qué tiene de malo? - Su ataque de risa me desconcierta porque no entiendo qué es lo que lo causa, llevo tanto tiempo esperando que estén juntos que solo me dan ternura. - “¡Al fin!” o algo así. Después pegué media vuelta y me fuí. Son grandes, no tienen que darme explicaciones y mientras sean felices… - Juntos preferentemente. No podía imaginar que incluso si no se volvieron pareja o cualquier cosa de esas, llegasen a estar separados. No recuerdo ningún momento de mi vida en la cual Eloise no haya sido una especie de presencia constante.

- Las dos de la mañana es un horario perfectamente razonable cuando al menos tres veces a la semana tengo que estar despierto desde las cinco. Además, no hace falta que me la pase ligando, estoy bien. - Hormonas aparte, no tenía la necesidad constante de andar buscando acostarme con medio mundo. - Ya, ni hace falta que me busques ligue, ni te tienes que preocupar por un idiota que no supo valorar lo que tuvo delante de sus narices. - Y es casi irónico que lo diga cuando su nariz estaba prácticamente pegada a la mía, pero era verdad. Además, solo era un desconocido en un bar al que probablemente no volviese a ver nunca, ¿no es así?
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Maeve P. Davies
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Creo que una parte de mí se siente tremendamente decepcionada cuando me dice que no fue Karina. Por alguna razón todo el mundo en la escuela piensa que esos dos terminarán por casarse, y no lo niego, yo también soy una de esas personas. Ella es de buena familia, la clase de chica bonita y educada con la que a cualquiera le gustaría tener un futuro. — Puedes coger un calcetín de mi cuarto, no importa, total están todos ya desparejados. — digo, con una ligera risa escapándose por mis labios, aunque me siento un poco reacia a creer que en serio no fue ninguna chica del colegio. Soy buena insistiendo, lo suficiente como para que la gente me conozca por lo pesada que puedo llegar a ser cuando me interesa saber algo. Pero también sé tener ciertos límites, e insistir en un tema que parece no ser mucho de su agrado, no me parece la mejor de las ideas. Aunque tampoco es que yo tenga de esas, creo que simplemente por esa razón, puede perdonarme. — Bueno, es ella quien que se lo pierde entonces. — no era eso técnicamente lo que quería decir, y creo que suena un poco fuera de lugar, pero vale igual. Si quiere soltar prenda lo hará tarde o temprano.

Me encojo de hombros, algo divertida por su reacción, que yo no me imagino encontrando a mi padre teniendo sexo en la cocina, mucho menos gritar que al fin. — No sé, es como que todo el mundo piensa que a partir de los cincuenta, la gente deja de tener sexo. Pero me alegro por él, también por ti. — porque creo que siempre ha considerado a la ministra como alguien cercano, no me atrevo a decir como una madre. Los dos sabemos lo que significa no tener una, porque ninguno de los dos tuvo la oportunidad de conocer a la biológica, por esa parte, a pesar de que no solemos mencionarlo, nos comprendemos bastante bien.

Ruedo los ojos porque obviamente iba a sacar esa excusa para zafarse de tener que salir por más de dos horas. Al menos, creo que su consuelo me sirve para sonreír, su nariz me hace cosquillas en la propia y tengo que moverla como un conejo solo para hacer la tontería. Igualmente, siento un calor diferente en el pecho, no sé si por la cercanía o por ser el suyo propio, muevo mis párpados un poco hacia abajo para observar su nariz. Puede que también sea el calor que emana de sus labios al poder sentir su aliento. Nadie en este mundo no sabe ya que soy idiota, que tiendo a hacer actos impulsivos y que mis decisiones son fruto de ellos. Por eso ni siquiera tomo la iniciativa de disculparme porque estoy demasiado ocupada teniéndola para besar sus labios. No voy a mentir, se siente bien, y nadie puede decirme que estoy borracha como para no disfrutarlo. — Síp, lo que pensaba. — murmuro al separarme y evito su mirada, como si la finalidad de todo esto desde el principio fuera la necesidad de comprobar algo. Quizá sea así.
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Levanto la ceja con algo de curiosidad. - Supongo que ¿gracias? No lo sé, no quiero pensar en que están teniendo sexo, solo me gusta verlos felices. - Y básicamente haber ganado la apuesta mental que llevo conmigo desde hace años. ¿Cuántas veces he dicho que debían estar juntos? ¿Y cuántas veces he escuchado el “no es ese el tipo de relación que tenemos”? Pues já, y doble já. Gané. - El sexo luego de los cincuenta debe ser genial. Dudo mucho que a esas alturas alguno tenga complejos con su cuerpo, o inhibiciones. Sería como jugar sin reglas. - Sin contar que la menopausia debía ser un factor de lo más atrayente. Que amaba a Elo y a mi padre, pero creo que con Ari podríamos morirnos si llegábamos a tener un hermano ahora.

Me río cuando Maeve juguetea moviendo la nariz como si de un conejo se tratase, y por unos segundos creo que eso es lo que llaman beso esquimal. Es tierno y termino por quedar bizco mientras trato de enfocar su rostro en el proceso, observando las pequeñas pecas que adornan su nariz, y el extraño brillo que tienen sus ojos. ¿Debería haber esperado ese beso? Probablemente, pero cuando termina y se aleja todavía estoy tratando de procesar qué es lo que acaba de suceder. - ¿Qué? - No lo entiendo, no la entiendo. - Aguarda un segundo. - Y tal como ella no me dió advertencia, yo tampoco lo hago cuando tomo su mentón con mis dedos y la vuelvo a atraer hacia mí.

No estoy seguro de qué es lo que quería probar antes, pero yo particularmente busco ver si el tirón que sentí en la boca del estómago se repite, y trato de descubrir el sabor que tienen sus labios. No lo puedo definir, pero es un contacto que se siente suave en un inicio, y que luego de alguna manera se torna ¿hambriento? - Ya. - Me separo de ella con lentitud y la miro con una sonrisa de suficiencia. - ¿Qué es lo que pensabas? ¿O lo que querías comprobar? Creo que me perdí tus intenciones en el proceso.
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Supongo que, después de haber pasado toda la vida viendo a su padre coquetear con la ministra, es normal que desee verlos felices, en especial si eso incluye que estén juntos. Me pregunto si mi padre también tiene alguien con quién comportarse de esa forma, si es así, la verdad es que no me he percatado de ello, o él ha querido esconderse cosas para sí mismo. No voy a culparle de hacerlo cuando yo soy la primera en esta casa que guarda un secreto, pero aun así, me quedo con las ganas de preguntarle cuando llegue. — Supongo… — reconozco, aunque el encogimiento de hombros que le dedico después declara que aun tengo mis dudas. — No sé si ‘jugar sin reglas’ es lo que necesitaba oír precisamente. — bromeo, tampoco voy a negar que se me queda una cara un tanto extraña, esa que intenta adivinar si los escucha por las noches. Pero baaasta.

¿Qué? es la clase de pregunta que me esperaría viniendo de… cualquiera en realidad, acostumbro a hacer este tipo de cosas que luego deja a la gente confusa, pero creo que esta vez soy yo la que se queda algo atravesada cuando esta vez no soy yo, recalco, no soy yo, la que obliga a nuestros labios a juntarse de nuevo. Puedo hacer cosas estúpidas, lo reconozco, pero no soy tan idiota como para separarme cuando es él quién toma la iniciativa, cuando ese beso no es algo que estaba esperando, pero al parecer sí algo que anhelaba. Y menos mal que lo hace, porque por un momento creí que con esto lo habría estropeado todo, lo que teníamos. Se supone que somos amigos, diría que es mi mejor amigo — de acuerdo, no tengo muchos, pero ok, él es el popular, no yo —, yo me encargo de buscarle ligues aunque no los acepte y él de que no cometa ninguna estupidez más y de llevarme a casa cuando estoy borracha. Así es como funcionamos.

Entonces, ¿por qué narices cuando se separa me repaso los labios como si estuviera esperando más? Me aparto un pelo de la cara, bastante digna para ser honestos, no me sale como en las películas, pero creo que alcanzo a ser elegante en el proceso. Bueno, está bien, probablemente me haya comido mi propio cabello, yo siendo yo. Me hago la ingenua cuando pregunta, como si la cosa no fuera conmigo en lo absoluto. — Ah, ¿el beso? No fue nada, solo quería comprobar si Karina tenía razón al decir que besabas bien. — suena hasta una excusa decente cuando lo pongo de esa manera, no tanto cuando me paro a mirarle después de mi actuación y se me va a la porra el experimento. Creo que nos tiro encima las palomitas sobrantes del bol y el móvil hace algún pitido cuando presiono sin querer una tecla, me importa bastante poco cuando me inclino en su dirección para volver a buscar su boca. Malditas palomitas, aplasto una cuando apoyo mi mano en su abdomen y el crujido le quita todo el romanticismo. Claro, porque todo esto tenía muchas oportunidades de ser un momento romántico. ¿No has aprendido nada de ti mima en estos dieciséis años que llevas viviendo, Maeve Davies?
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Una de mis cejas se eleva en el aire y la comisura de mi labio se tuerce en una sonrisa que delata que no le creo absolutamente nada. Incluso aunque Maeve no tuviese una tendencia a exagerar ciertas historias hay cosas en las que no puede mentirme, y esa es una de ellas. No se lo digo enseguida porque un nuevo asalto de su parte me hace perder la concentración y de golpe esto parece un juego en el que cada nuevo beso tiene que subir de intensidad hasta ver quién logra que el otro pierda la compostura más rápido. Creo que voy perdiendo, porque aunque ahora las palomitas estén adornando todo el sillón, lo cómico de la situación no hace que pierda ni un poco de líbido. Se lo hago saber cuándo hago caso omiso de los ruidos o crujidos externos y estiro mi brazo hasta alcanzar una de sus piernas y cruzarla por encima mío, sin frenar el contacto de nuestras bocas.

No es la primera vez que la tengo encima, soy una persona táctil y Maeve es una especie de mono que no conoce el espacio personal, así que incluso antes de que los besos estuviesen involucrados era normal que la anduviese llevando a caballito solo porque le apetecía. - Eres una mentirosa y lo sabes. - Rompo el beso y me alejo lo suficiente como para no sentir la tentación de volver a retomar el contacto. - Incluso aunque Kari fuese de las que andan con el chisme, jamás diría que beso bien. No había química entre nosotros y los besos eran “meh”. - No es que no hubiésemos tratado, de verdad. Pero habíamos llegado al punto en que ambos contábamos internamente cuánto podía durar un beso y eso hacía que cualquier intento de romance, pasión o algo aunque sea, fuese nulo. - De verdad funcionamos mejor como amigos. ¿Qué tiene todo el mundo que me quiere ver con ella? - Había suficiente chisme en el colegio sin la necesidad de generar más con la vida amorosa que todo el mundo espera que tenga.

Mis manos se posan sobre sus caderas y me inclino hacia adelante para volver a capturar su boca, sin pensar en nada más que el hecho de que besarla se siente bien. ¿Impulsivo? Seguro, probablemente acabe arrepintiéndome cuando vuelva a tener uso de razón. Pero mientras que ella no me aparte, no veo por qué hacerlo por cuenta propia. - No haremos un escándalo de esto luego, ¿verdad? - Porque no podía creerme que un par de besos hicieran que dejásemos de ser Maeve y Oli, ¿no?
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Maeve P. Davies
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Estaría muy gracioso que apareciera mi padre por la puerta justamente ahora, que me toma la libertad de acomodarme sobre él con las piernas a ambos lados de su regazo. Lo bueno es que no sale de trabajo hasta dentro de unas horas, así que tenemos margen de tiempo. Digo, que no estamos haciendo nada ilegal. Aunque mis manos no juzgarían lo mismo cuando se atreven a palpar su abdomen por debajo de su camiseta, los segundos que dura el contacto con sus labios hasta que se separa y llevo los dedos a su cuello, acariciando parte de su mandíbula. Que me trate de mentirosa es algo que no me sorprende, que no tiendo a decir mentiras con mis amigos, pero es otra historia cuando se trata de adultos o profesores, de forma que simplemente me encojo de hombros con la sonrisa pintada en los labios.

Ohhh, Kari — me burlo por como toma ese apodo para calificarla, lo que me lleva a rodar los ojos con cierta gracia, aunque mentiría si dijera que no me siento atraída por la categoría ‘meh’ a la que se refiere para hablar de sus besos. Paso un dedo por sus labios, tomando eso como excusa para demorarme en dar con una respuesta, la cual se resume en otra elevación de mis hombros. — Chica popular, chico popular, ambos atractivos, es un cliché romántico y las chicas de clase han visto suficientes películas adolescentes como para saber como termina eso. — resumo, ignorando el hecho de que sea yo la que está encima de él y no Karina. Me tomo que vuelva a buscar mi boca como la señal de que tampoco lo estoy haciendo tan mal pese a estar improvisando sobre la marcha y tengo que reconocer que se siente mucho mejor que de besar a un tipo desconocido borracha y en medio de una discoteca. — ¿Por qué íbamos a hacer un escándalo de esto? — pregunto inocentemente, alzando las cejas como si no entendiera realmente lo que me está preguntando. Claro que lo comprendo, pero no creo que esto vaya a cambiar la manera que tenemos de funcionar, lo digo segura porque no me estoy comportando de forma diferente y, creo que no me equivoco al decirlo, pero él tampoco.

Estoy por inclinarme de nuevo hacia su rostro cuando por el rabillo del ojo veo la pantalla del teléfono encendida, inclinado entre los cojines en nuestra dirección y eso me produce un sentimiento de extrañeza al pensar que estaba bloqueado. Me vale con achinar un poco los ojos para descubrir algo que probablemente termine con nuestra vida y mis ojos toman la expresión contraria al abrirlos como platos por el descubrimiento. — ¡Mierda, Helmuth! — me lanzo sobre el teléfono, tapando la cámara frontal con mis manos, como si eso fuera a arreglar algo, para el caso. — ¡Tu teléfono está defectuoso, Oliver! ¡Apágalo, apágalo! ¿Cómo se cierra esto? — yo, la que antes le estaba dando indicaciones de como usar wizzardface, atacada de los nervios porque no sé como se detiene un vídeo en directo. ¡Un vídeo en directo! Por la agitación el teléfono se me cae de las manos, por poco no le doy a Oliver en toda la jeta con él, hasta que cae al suelo. Creo que el vídeo sigue encendido.
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No hacía falta conocer de mucho a Maeve como para saber que no sería una jugadora precisamente honesta, pero cuando sus manos vagan sobre mi abdomen marcando un sendero imaginario, me queda más que claro que no teme jugar sucio. Y vaya que no me importaba que jugase de esa forma… ¿quién lo diría? ¿un Helmuth a favor del juego sucio? Al parecer esas cosas pasaban y cuando sus dedos se elevan contra mi cuello poco me falta para doblarlo en su dirección, dejando expuesta mi yugular para que se divierta a su antojo. No lo hago, pero solo porque me entretengo más al ver sus expresiones cuando me explica el atractivo que al parecer tenemos con Kari ante los ojos ajenos.

- Pues al parecer los clichés son aburridos. - Le aseguro. Su relato me demuestra que nadie toma en cuenta lo que podamos pensar, sentir o vivir, así que imito su gesto y me encojo de hombros al no tener nada más que acotar al respecto. Dudaba que en algún momento algo fuese a cambiar con la muchacha que apenas y consideraba una amiga, mucho menos una potencial pareja. - No lo sé. ¿Temor al cambio? Porque puedo asegurarte que esto no se siente nada “meh” y… - La beso para ejemplificar, llevando mis manos contra su espalda para llevarla contra mi pecho en busca de un contacto más amplio y satisfactorio. La suelto y le regalo una sonrisa en lo que recupero el aliento. - Solo… nada de escándalos. - Esta vez lo afirmo, sabiendo que siendo como somos, no tendría que generarse ningún tipo de complicación.

O eso creo hasta que Maeve tiene una especie de ataque que tardo en enteder, más preocupado en protegerme de su arrebato, temeroso de terminar con un ojo morado o algo peor. Para cuando me entero, la situación me parece tan ridícula que solo puedo atinar a reírme en lo que trato de maniobrar con ella encima mío hasta alcanzar el teléfono que ha dejado caer. Creo que sé apagar esto, así que mientras que la cámara apunta hacia mi rostro, dejo escapar un “denada” antes de cerrar el vivo y borrar el video de la red social. Es en vano, quien sea que haya captado la transmisión seguro ha hecho una copia o algo peor, así que vuelvo a reírme y tiro el aparato contra la otra punta del sillón. - Ya está, ahí murió. ¿Cuáles son tus apuestas para mañana? - Le consulto. Ya podía imaginar todas las especulaciones en torno a nosotros, así que mejor divertirme de antemano si es que podía. - Porque no estarás preocupada. ¿O sí? -
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Maeve P. Davies
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Estoy acabada. Estamos acabados. Definitivamente. — Helmuth. Dime que no acabas de... — ¿acaba de soltar un de nada frente a las narices cotillas de todos los que hayan estado detrás de la cámara en sus teléfonos? Porque vamos a ser honestos, puede que Oliver no tenga ni la menor idea de como funcionan las redes sociales, o vaya, sepa lo suficiente y básico como para subir una imagen cada ocho siglos, pero es... bueno, Oliver. Si no le sigue medio colegio desde luego lo hará ahora. Y creo que por eso entro en pánico, me pongo de pie sobre el sofá y empiezo a caminar de un extremo a otro entre los cojines, hasta paso por encima de él para colocarme con mis pies sobre el reposabrazos de su izquierda. — AAAAAAAAAAAAAH. Vamos a morir, definitivamente ese vídeo va a aparecer en internet de aquí a mañana, ¡o unas horas! — me sujeto la cabeza con las manos sobre mis sienes, estirando mi frente de forma que hago un intento de pensar con calma. Nope. — Ay, dios santo, madre maría, jesucristo, y san josé. — claro, ¡ahora decides volverte monja, Maeve! — No, no, no, no, como mi padre vea eso, ¡creerá que...! — que lo hemos hecho, en su sofá.

Doy un paso que me vuelve a colocar sobre la superficie del sofá y me dejo caer con mi espalda sobre los cojines, rebotando hasta que me encuentro observando el techo con mi cabeza sobre una de las piernas de Oliver. — ¿Preocupada? Nooooooooo, para nada, ¿parezco preocupada? — niego con mi cabeza, exagerando esa negación con una enorme o que se queda entre mis labios por un tiempo razonable. — Tú eres el que está jodido. — digo, ¿entonces por qué me preocupa tanto? Me apoyo con una mano para enderezarme un tanto y poder observarlo de cerca. — ¿No te preocupa? Quiero decir, tú... yo. La gente hablará. — que no es como si a mí me importe demasiado, pero le veo poco preocupado para alguien cuya reputación no se basa en besarse con chicas, mucho menos chicas como yo.
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Okay, no. Definitivamente no esperaba que Maeve se pusiera a encarnar a la desesperación personificada delante mío, y estaba por recomendarle participar del taller de teatro o algo así. ¿Pero qué creía que iba a suceder? ¿Quién creía que nos iba a matar? Que de acuerdo, lo de su padre era un poco preocupante, pero sabía por experiencia propia que la gente mayor solía ignorar las redes sociales, o las menciones de sus hijos en un ámbito que no fuese académico. Además, de verdad. Nos estábamos besando, se notaba que teníamos la ropa puesta, ¿Qué es lo peor que podía suceder?

Cuando por fin vuelve a quedarse quieta y parece más propensa a escuchar a otra cosa que no sea su pánico, suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo y me concentro en tratar de parecer una persona sensata. - ¿Por qué crees que estaría jodido? - Incluso si mi padre veía el video, como mucho me daría una nueva charla sobre la sexualidad, o mandaría a la tía Sig a que me de preservativos o algo así. No creía que tuviese problemas con que anduviese besándome con nadie, y a lo sumo me pediría que tenga cuidado con el contenido que terminaba circulando en la red. Si tenía mucha mala suerte, tal vez pediría conocer a Maeve, pero teníamos la costumbre de molestar al otro sobre la vida “amorosa” del otro solo con palabras y no con acciones vergonzosas que luego terminarían siendo más incómodas para él.

Luego entiendo qué es lo que de verdad está pasando por su mente, y ruedo los ojos antes de tomar su mentón y acercarla lo suficiente para regalarle un beso en el que pongo bastante empeño. - Pues que la gente opine o hable lo que quiera. ¿De qué debería preocuparme? Eres mi amiga por sobre todas las cosas Mae. E incluso si eso no fuese razón suficiente, eres tremendamente atractiva y tienes una personalidad que los demás critican solo por falta de coraje. - Y puede que me esté tomando demasiadas libertades siendo que hasta hace segundos había entrado en pánico, pero vuelvo a besarla porque de verdad me apetece hacerlo. - Jamás me avergonzaría de que me vean contigo en ningún aspecto… Diablos Maeve, la única razón por la que no te pido que seas mi novia o algo similar, es porque creo que me sacarías de patadas a la calle. No me molestaría estar contigo jamás, y un video al azar, o los comentarios que puedan hacer al respecto… Me dan igual. - Creo que la máxima reacción que obtendrían de mí sería el reirme. - ¿No dijimos que no íbamos a hacer un escándalo de esto?
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