The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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5 de junio, 2469

Quiero cerrar mis ojos al mundo por un segundo, detener el murmullo de la televisión que llega a mis oídos relatando en detalle el disturbio en pleno Capitolio y la quema de la bandera que obligó a una represión más violenta. Amarro mi cabello con los dedos al cerrar los brazos a los lados de mi cara, procuro con todas mis fuerzas de ignorar todo lo que está ocurriendo, porque me está faltando el aire y tengo que respirar a bocanadas con los labios entreabiertos. Hay un peso oscuro presionando en mi pecho, camino en el espacio entre los sillones de la sala para serenarme y cuando abro mis ojos al chocarme con la mesa baja no reconozco el lugar. No es la casa en el distrito cuatro, las paredes no son blancas y no está el ventanal que da hacia la arena quemada de la orilla donde se arrastra la marea. Los ventanales son altos, impresionantes, como la primera vez que me pare en esta sala y lo que veo es el recorte de los árboles bien cuidados en la noche, las luces opacas de las otras mansiones de la isla ministerial, a la que tuvimos que venir por cuestiones de seguridad cuando los levantamientos comenzaron hace una semana. Me siento tan desorientada, que sabiendo la razón por la que vinimos a la isla, no entiendo qué estoy haciendo aquí. Necesito más aire, pero no quiero salir de la mansión, me paraliza un pánico que nunca conocí y no puedo moverme de donde estoy, ni siquiera encuentro mi voz para llamar a alguien por los estremecimientos ocasionales que me duelen.

Necesito de Mohini, necesito estar en la sala de mi casa, en la misma donde mi madre me ha calmado desde niña cuando no entendía, no entendía por qué el mundo se estaba convulsionando de esta manera feroz en la que se gritan apellidos que vuelven a oírse después de años y alguien decide que se lanzarán vidas a una arena para que se maten entre ellas. Es el mundo que aborrezco, en el que los débiles están condenados y los fuertes se vuelven asesinos porque matas o mueres, es el mundo al que me negué darle hijos desde que tengo consciencia y me daba lo mismo morir, porque mierda somos y al polvo volvemos. Porque hay un chico al que una vez no quise entregar, al que encontraron y torturaron de todas formas, que exige al psicópata de Magnar Aminoff que se retire. Como si no supiéramos cómo acabará esto, las revueltas serán acalladas cuando arrojen el cadáver de Kendrick Black en la plaza pública, encima de todos los cadáveres de humanos y rebeldes. ¿Qué demonios hago aquí? Cierro mi mano alrededor de mi garganta cuando siento que el aire no pasa, cuando todo lo que me rodea se me hace extraño y peligroso, para mí, para la bebé. ¡Por todos los cielos, hay dementores en el muelle! Estamos atrapados en este lugar, me he quedado atrapada aquí, y sé que si cruzo el jardín, si reúno la valentía para hacerlo, Jim está en la casa de al lado, todavía vivo, todavía seguro. Si logro ver su cara me encontraré de nuevo conmigo misma. Pero se me doblan las rodillas por el nerviosismo que hace temblar mi cuerpo, estoy temblando tanto que me rodeo con los brazos y vuelvo a cerrar mis párpados, presionándolos para que todo lo real se desvanezca, lo que me queda es el latido sordo del dolor que va cobrando intensidad.

Estiro mi brazo para alcanzar el respaldo del sillón y me agarro hasta hundir las uñas en la tela, mi mandíbula se tensa al presionar mis dientes para que no se escape ni un gemido. Trato de concentrarme para hacer que el dolor aminore, para que los calambres en mi espalda sigan de largo y ocupo la otra mano en sostener mi vientre. Me niego con todas mis fuerzas a parir a mi hija en este mundo de locos y psicópatas, si pudo estar dentro por nueve meses, aguantará unas semanas más y yo ignoraré el dolor. Por poco trato de llamar a Hans, pero ni siquiera sé si está, si estará en el ministerio, si los reaccionarios habrán logrado entrar. No saberlo me pone al borde del llanto, la única persona a la que podría acudir es a Meerah y detesto las distancias absurdas de esta mansión entre habitaciones, porque el largo de la escalera entre la sala y su dormitorio se me hace tan infinito como ir caminando hasta el distrito doce. Me queman las lágrimas al mojar mi cara y en vez de jadear, sollozo con la siguiente contracción que dura más que la anterior. Y no, me niego a tener a mi hija en la maldita isla ministerial, no cuando hay una casa en la playa, cuando tiene un sanador que le ha dado una fecha para que nazca en el centro de salud de ese distrito, en un día que será distinto a este, un día que será mejor y en el que no esté rompiéndose el mundo, otra vez. —¡HANS! ¡MO!— grito, el llanto ahoga mi voz. —¡MEERAH! ¡MEERAH!
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tengo los ojos clavados en la chimenea apagada, esa que no piensa arder hasta dentro de unos meses porque la noche mantiene las ventanas abiertas de par a par a causa de la brisa, incluso cuando la sensación de inseguridad me hace desear pegar el grito que indique que deben cerrarlas. Aún así, sé que lo único que puedo hacer es quedarme en silencio. Magnar va y viene por su sala de estar, poniendo en su boca un montón de cosas que ya le escuché decir y que me mantienen con los labios prensados, sentado como un adorno más en su lujoso sofá. Ya no tiene caso que intente hacerle ver lo que ha ocasionado, cuando sé, muy a mí pesar, de que no había otra opción. Estoy seguro de que eso es exactamente lo que los rebeldes quieren: que seamos nosotros los malos, que caiga en nuestros hombros el pesar de una batalla, que fueron ellos los que quisieron ir por medios pacíficos cuando sabían desde el inicio que no nos retiraríamos. Aquí estamos, en la cuerda floja, habiendo perdido la oportunidad de usar su secreto a nuestro favor y viendo como ellos lo volvieron una bomba. Esto es mi culpa, tendría que haber matado al mocoso cuando pude, tal y como me lo recuerda el presidente muy amablemente. Esto podría haberse evitado y, en su lugar, estuve concentrado en otras cosas. Me froto el rostro, presa del agotamiento. No podemos controlar a la población bajo amenazas, eso no será buena publicidad. ¿Cómo apagas un fuego cuando le echaron litros de gasolina?

Es tarde cuando tengo el permiso de marcharme. Ni siquiera me molesto en usar la aparición permitida dentro de los límites de la isla, el aire me viene bien para caminar. ¿Qué diré en casa? ¿Cómo explicaré exactamente todo lo que me he callado por meses? ¿Cómo miraré las caras de quienes quería proteger y que ahora se encuentran en esta situación por las cosas que yo permití que ocurran? Sé que renunciar será de cobardes, además de que dudo tener el permiso para hacerlo. Tampoco me dejarán en paz si me llevo a mi familia a un sitio alejado, porque siempre seré el ministro que firmó los permisos necesarios y ocultó cientos de mentiras. Aquí estamos, bailando en la mierda que nosotros mismos cagamos y no tengo idea de cómo vamos a limpiarla. Solo sé que tengo órdenes directas de quedarme en casa, sin salir al exterior y encontrar el modo de que todo vaya mejor, aunque sea un poco. Me conformo con eso.

Subo los escalones del porche con paso agotado, creo que hasta me aturde el chirrido de la puerta que da paso al vestíbulo. Lo que no me espero es que mi mente explote por la voz de Lara,  que no sé de dónde viene, pero su simple tono de urgencia me regresa a mi espacio físico de una sacudida — ¿Scott? — me apresuro a moverme hasta la sala, donde puedo ver su figura aferrada al sofá. Por un instante, solo efímero, soy presa del pánico de que alguien haya entrado a casa, de que la seguridad no fuese suficiente. Entonces estoy lo suficientemente cerca como para tomar su brazo y chequear su expresión — ¿Qué sucede? ¿Son las contracciones de nuevo? — ¿Qué se supone que haga ahora? ¿Qué empiece a contar? La llamo con suavidad, tomo su rostro con una de mis manos para buscar que me mire y uso la sobrante para apoyarla sobre su vientre — Dime que necesitas, Lara… ¡MEERAH! — creo que no sé su hace falta que llame, porque no me tardo en escuchar sus pasos — ¿Puedes llamar a la seguridad de la isla? ¿A Mo? — creo que el tono de mi voz es lo suficiente apremiante como para que se apresure. Aprieto los dedos de Scott entre los míos, volviendo a llamarle — Si es otra falsa alarma... — aunque no tengo idea de cómo va a saberlo.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Creo que Ophelia está harta de que me remueva en la cama y la despierte de a ratos de su sueño perruno, lo sé porque cuando es la tercera vez que trastabillo con ella la perra levanta la cabeza para mirarme con lo que interpreto es una evidente indignación. Hunter lleva rato de haber huído de la pieza, pero Phi me acompaña cuando ya ni yo puedo aguantarme a mí misma, y eso es mucho decir. Mi tablet se encuentra tirada sobre alguna de las butacas, sepultada entre varias telas que la mantienen alejada de mi vista para que deje de discutir conmigo misma a través de mi diario, y mi alfiletero… ya ni sé dónde se encuentra mi alfiletero así que uso agujas para sostener el molde contra el busto de trabajo. Y claro que las agujas se pierden dentro del maniquí, así que en un claro ejemplo de madurez, gruño y desarmo todo mi trabajo.

¿En qué tantos problemas me metería si cruzaba el jardín para hablar con James? Ya suficiente había tenido el pobre con hacerme de psicomago… psicólogo una vez. No quería ir a molestarlo por cada vez que tenía una crisis existencial con respecto a las políticas implementadas en Neopanem. ¡Qué era una niña! ¿Por qué no podía andar pensando en chicos y esmaltes de uñas? Pero no, aquí me encuentro despreciando la idea de que inauguren un Coliseo, incierta acerca de las revueltas, y estando demasiado de acuerdo con el discurso de un muchacho al que solo había visto una vez en la vida. Y sobre todo… ¿dónde mierda estaba Hero? con cada nueva noticia destacada en la televisión, temía que su nombre apareciese en pantalla. ¿Qué si la ponían a luchar dentro del Coliseo? Merlín sabe que la gente pagaría por eso, y eso era lo más despreciable de todo el asunto.

Creo que a Hans le daría un infarto si pudiese leer mi mente en estos momentos.

Los gritos de Lara interrumpen cualquier pensamiento que pudiese estar teniendo, y estoy corriendo hacia la entrada con Ophelia pisándome los talones y casi haciéndome tropezar. La voz de mi padre también se escucha en el aire, pero ya he llegado al pie de la escalera cuando me indica lo que debo hacer. Tengo el teléfono de la casa en la mano para marcar a seguridad, y ya he enviado un texto a Mo para hacerle saber de la situación. Tal vez era más adecuado llamarla, pero no puedo mantener dos conversaciones al mismo tiempo, así que priorizo dar aviso para iniciar el pseudo procedimiento que hemos hablado luego de la última vez. El bolso del bebé está mucho más cerca esta vez, y una vez que todos están informados lo tomo y me apresuro hasta dar con ellos. - ¿Quieres agua?, ¿comida?, ¿un paño húmedo? - Cualquier cosa que la hiciera sentirse más cómoda antes de irnos al hospital.
M. Meerah Powell
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Invitado
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Por un minuto en que mi voz queda retumbando entre las paredes, creo que no vendrá nadie, que estoy sola en este lugar y nunca me he sentido tan fuera de mi misma, como si esta fuera una de la pesadilla que me tiene inmóvil. La desesperación crece en espasmos más apremiantes que las contracciones, se hace peor al no poder ver nada por el llanto que se acumula en mis ojos. Se suponía que sabría qué hacer cuando llegara el momento, pero no tenía que ser este. Tengo la mente vacía de las indicaciones que el sanador me había dado y el tiempo entre punzadas se acorta, no necesito contarlas para sentir como el estremecimiento de la primera se extingue por completo para ser seguida por la siguiente. Me cuesta enfocar la mirada en Hans cuando lo tengo enfrente, no sé por qué mi impulso más urgente es pedirle disculpas por estar llorando y no saber qué hacer. Estoy aterrada, no por el parto, sino por todo lo que está sucediendo, porque la bebé quiera nacer en este preciso momento. —Hans— repito su nombre, cubriendo su mano que sube a mi rostro para poder sujetarme, porque necesito apoyarme en él, y quiero decirle algo que no sé qué es. No está pasando, no está pasando. Necesito que esto pare, que el dolor se apague. No es el momento aún.  

Aparto su mano bruscamente con una mirada amenazante que se impone a las lágrimas, cuando le escucho decir que si se trata de una falsa alarma… —Puedes volver a tu maldito despacho si eso quieres— escupo, tan cargada de rechazo, que todo en mi postura lo aparta. —No es nada, ya se me pasará— muerdo con fuerza al decirlo, así no me traiciona la voz rota. Uso la mano que sigue aferrándose al sillón para dar unos pasos, recuerdo que me habían dicho que podía intentar caminar para que las contracciones pasaran, y pasarán. Procuro poner una distancia con Hans, pero me flaquea la voluntad de mostrarme entera cuando escucho a Meerah preocupada. Me arden los ojos por interrumpir abruptamente el llanto. —Necesito… necesito caminar un poco— le contesto a ella, no a Hans. Presiono dos dedos en mi frente para suavizar el fruncimiento de mi ceño y hacer el esfuerzo de recordar qué más habíamos leído que podíamos hacer en este caso, podría meterme en la bañera para está escaleras arriba, sino recostarme un rato y la cama también está escaleras arriba. No creo poder soportar los dolores si estoy recostada en el sillón, de todas formas. Me sirve tener en qué apoyarme así no me doblo en dos, trato de mentalizarme que es igual a otros dolores que sentí antes. Se me pasará, se pasará.

¿Mo te ha contestado? Necesito que venga, que me diga que hacer…— balbuceo, sé que estoy siendo inmadura al urgir que mi madre se presente, pero es la única que tengo y soy la única hija que tiene, y esta es la única nieta que pariré. — Mo sabrá que hacer para que esto pase— me convenzo, pero hay dementores rodeando la isla y no quiero que mi madre tenga que estar cerca de ellos. No quiero que Mohini salga de casa con todo lo que está pasando. Presiono la palma de mi mano contra mi sien para silenciar otra contracción. —¡Llámala! ¡Hablaré con ella!—. No sé a quién de los dos le hablo, tengo la garganta rasposa por el esfuerzo de hacerme entender a pesar de lo quebrado de mi tono. —Se me pasarán, son contracciones, pasarán en un rato…— murmuro, meneando mi cabeza de un lado al otro y un mechón de mi cabello queda prendido a mi labio que tiembla, lo retiro al dar dos pasos más que me hacen casi rodear el sillón. —Tenemos una fecha para la cesárea, cumpliremos esa fecha. Iremos al hospital y el sanador nos atenderá. La tendré en el hospital, no en esta isla de mierda. No la tendré aquí. No nacerá hoy— digo, apretando mis párpados al detenerme por sentir como el líquido tibio mancha mis pantalones cortos y va mojando mis muslos. —No, no nacerá hoy— entro en desesperación, levanto el bajo de mi camisa amplia para frotar la curva de mi panza y pedirle a la bebé que todavía no nazca. —No, no. No quiero tenerla aquí.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No espero su rechazo, me abofetea con una fuerza que no hubiera imaginado y que me mantiene estático en mi sitio por un momento. Hasta tengo el impulso de irme hacia atrás como si de verdad me lo mereciera, pero hay algo en toda su postura que me obliga a avanzar a pesar de que ella insiste en caminar, dar pasos que la apartan de mí como si no fuese bienvenido en todo esto — No me iré a ningún lado. ¿Cómo puedes ser tan necia? — no me enojo, mi voz solo refleja alarma. ¿Es por haber escondido la verdad durante todo este tiempo? ¿Es por todo lo que está pasando? ¡Que esa bebé también es mía! — ¿Estás segura de que puedes caminar? — porque por como se mueve, parece que lo único que le vendría bien es recostarse y tratar de relajar un cuerpo que, es obvio, no quiere relajarse. Empiezo a notarlo, el sudor de la ansiedad y los nervios que se desparrama por mi estómago, por mis piernas, por mis manos. ¿De verdad está sucediendo, justo hoy? Quiero salir corriendo, pero lo único que puedo hacer es quedarme congelado. ¿A quién llamo? ¡¿A quién?!

Al menos Meerah reacciona, pero no parece ser de ayuda porque Lara es un manojo de nervios que no sé controlar y, a decir verdad, tampoco me siento capaz de hacerlo — Necesito que la seguridad de la isla baje por dos minutos — le explico a Meerah, girándome hacia ella con la urgencia en todo el rostro — No nos dejarán salir si no apartan a los dementores del camino. Si Mo contesta… — podrá calmar a su hija, lo cual parece una misión imposible para el resto de nosotros. Enciendo la luz principal de la sala para poder verla mejor, lo cual no sé si es buena idea porque estoy seguro de que está perdiendo todo el color de su rostro — Scott, si esa niña es hija tuya, nacerá cuando se le antoje — lo cual se demuestra en segundos, porque puedo notar el reflejo del brillo entre sus muslos. No puede estar pasando, de verdad. ¿Qué hice en mi otra vida? ¿Asesiné a un cachorro? ¿A un unicornio bebé? No sé ni cómo avanzo hacia ella, mis manos se estiran en su dirección pero mantienen una distancia prudente, pidiéndole permiso para tocarla — No nacerá aquí. Escucha, encontraré el modo de salir, iremos al hospital. Pero si solo conseguimos que el sanador venga aquí, necesito que te calmes — claro, como si yo estuviese tranquilo. Hija mía tenía que ser, cagándose en la cesárea programada.

Cometo el infantil acto de dar un paso en puntas para acercarme, trato por todos los medios no mirar hacia abajo pero se me arruga la nariz y el ceño del asco que me produce la situación. No quiero ver una cabeza saliendo de ahí, no, no. Tiene que venir alguien, tenemos que sacarla de aquí, lo que sea — Solo… ¡Meerah dile a los de la entrada que es una orden mía! O mejor… dame ese teléfono — ni siquiera sé por qué se lo pido, debe ser porque ella ya está comunicada, pero igualmente empiezo a buscar el mío — Retén a la bebé unos minutos más ahí adentro. Nos vamos, pediré un traslador seguro. Ya, vamos — Marco el teléfono de Mo y se lo estampo a Lara para que pueda hablar con ella, pero ya la estoy empujando, todo lo redonda que es, en dirección a la puerta. No pienso esperar a que un médico se digne a aparecer — Y si un dementor quiere joderme la paciencia, se me da bien hacer un patronus.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Bien, esta vez estaba preparada. Había leído, había visto videos, y hasta había consultado con una partera. Sabía qué hacer en este caso, y ellos también, ¿no? Y al parecer no, porque Lara quiere caminar (cosa que podía ayudar con los dolores, pero que también podía acelerar el parto), y Hans, útil como pocas veces lo he visto, no deja de cuestionarla como lo ha hecho siempre sin entender que ¡este no es el momento! Pero no se lo puedo hacer saber tan alevosamente, porque no quiero alterar a Lara, pero tampoco quiero interponerme en cualquier modo de acción que tengan planeado.

Sigo esperando a que seguridad me conteste, Hans comienza con sus comentarios oportunos, Lara pide a Mo, y yo estoy tratando de mantener la respiración calma para no alterarme y poder ayudar en lugar de ser un estorbo. ¿Es que acaso no han leído nada? Luego del susto de la otra vez, lo mínimo que podían haber hecho es estudiado técnicas conductivas, planes de parto y cómo hacer que la llegada al mundo de la bebé fuese cómoda y fluida. Por Morgana, ¡ya se estaban desesperando!

Los de seguridad me contestan, y paso a dar los códigos protocolares para autorizar lo que Hans pide, y si bien es un trámite absurdamente extenso y no preparado para este tipo de emergencias, se acelera cuando la voz de mi padre se hace oír con la orden firme de bajar las defensas. Hacen caso, o eso me confirman a través del teléfono, y cuando quiero informarles eso mismo, ya están avanzando a través de la puerta. - Pero puedes esperar un segundo, ¿la vas a llevar rodando hasta la entrada de la isla, o qué? Ya dijeron que iba a aparecerse un guardia para darnos asistencia. - Le aseguro con calma toda la calma que puedo, sin darme cuenta de mi comentario ciertamente ofensivo, o del hecho de que estoy cuestionando su autoridad. Me preocupa más Lara, quien parece reacia a permitir que mi hermana llegue al mundo el día de hoy. - No creo que Mo pueda hacer que la bebé se quede dentro de tu panza hasta la cesárea, pero hemos leído, ¿verdad? Tú sabes lo que hay que hacer en estos casos. Respira e ignora cualquier pensamiento negativo. La bebé está bien, tú estás bien, nosotros estamos bien. - Era importante tratar de calmar a la embarazada, y llevarla con pensamientos positivos a que la conducta desesperante se redujese. Sorprendemente el decirle que “respire” solía ser una mala técnica, así que haciendo uso de los manuales que he leído, me pongo a su costado, tratando de que me observe e indicándole como respirar lento y seguro con ademanes de mi mano en lo que yo sigo el ritmo que debería llevar.

- Hans está exagerando. No vendrá ningún dementor, iremos al hospital con ese traslador y Muffin nacerá rodeada de gente que sabe lo que hace. - Sigo imitando el como debe respirar mientras vamos avanzando fuera de la casa. Que aunque alguien venga en nuestro auxilio, siempre es bueno facilitar situaciones. Me ajusto la correa del bolso de bebé, y me fijo en el teléfono que tiene en la mano, rogando internamente el que Mo conteste, porque no recuerdo que venía después de los ejercicios de relajación y los comentarios en positivo. ¿Era asegurar el ambiente? ¿Proporcionar un entorno amigable? ¿La lista... ? ¿Cuál era la lista que debía armar? Trato de que el pánico no se evidencie en mi cara, y espero que Hans retome la situación con algo más de tacto para que no terminemos todos entrando en la desesperación como la última vez.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
A diferencia de otras veces, no le contesto cuando me llama necia. No lo hago porque a diferencia de aquella ocasión en que se dio una «falsa alarma» del parto, esta vez no me siento con ánimos de tomármelo con humor, no hay un pastel de cumpleaños con las velas puestas, ni mi madre poniendo orden con su voz de comandante. Esta vez cada contracción se siente como un aviso claro y rotundo de que la bebé se está acomodando para salir, porque se ha decidido a dar la cara al mundo cuando éste se encuentra en su peor estado, y me molesta por culpa de la estúpida susceptibilidad que se me remarque mis ganas de exagerar, cuando esta vez no es así. Para exagerar lo hago con todo lo que haga falta, es cuando se pone serio que no puedo siquiera decir palabra. Solo asiento cuando me pregunta si puedo caminar y aunque dice que se quedará, tampoco hace amago de ofrecerme su brazo. Tengo que hacer por mi lado el recuento de las alternativas que tengo al alcance para calmar las contracciones, en lo que Meerah acaba de darle las indicaciones a los de seguridad y pasa a dármelas a mí.  

Es tu hija también, ¿por qué no respeta entonces la fecha que le dieron? Si es ordenada como tú, esperará con su cabecita dentro a que sea el día de la cesárea— mascullo, con varias pausas entre palabras para ir acompañando con las respiraciones que me está marcando Meerah. Tiene el descaro de acercarse como si fuera a golpearlo, y lo haría porque actúa como si fuera a golpearlo. —¿A dónde demonios iremos? ¡Hay levantamientos en todas partes!— pregunto, ¿es qué no lo ha pensado? ¿No ha visto las malditas noticias? ¡¿Qué pasará si hay disturbios fuera del hospital?! ¡¿Si los hay dentro?! Si hablo podrán decir que estoy siendo exagerada de nuevo, quizás lo soy. Se ha dicho que hubo gente herida con todo esto de los disturbios, ¡¿y así saldremos?! No quiero salir, ni quiero que el sanador venga, porque no quiero que la bebé nazca y casi consigue que vuelva a llorar el que Meerah me diga que debo apartar los pensamientos negativos, le estoy haciendo daño a la bebé al prohibirle que nazca. Agarro con dedos torpes el teléfono que casi se me cae para poder escuchar la voz de mi madre y serenarme, pero no me da la llamada. No hay ninguna voz del otro lado que me tranquilice, la del contestador termina por quebrarme los nervios.

¡¿Hans, estás loco?! ¡¿Eres suicida?! ¡No puedes salir de la isla!— grito, he llegado al punto de estar histérica. Piso fuerte para que no puedan seguir empujándome hacia no sé dónde, sacándome de la casa en la que se supone que llevamos días por seguridad, y no por la mía, sino por la suya. Por la de la hija que si nació y lleva su apellido. No entiendo como no han reparado en eso. —Cualquiera que te vea fuera de la isla en este momento va a lincharte, ¡van a matarte, idiota! ¡Hay un montón de gente desquiciada allá afuera que está tirando mierda al ministerio y qu…!— mi tono cada vez más alterado y en alto se silencia cuando tengo que contraer todo mi rostro en la mueca que permite reprimir el dolor, no quiero pensar en el líquido de la bolsa que sigue cayendo al suelo. —¡Iré con alguien de seguridad y ustedes se quedan aquí!— decido, no sé de donde me sale esa locura, por un minuto lo veo tan posible, un auror cualquiera podrá hacerse cargo de llevarme con un sanador de alguno de los centros alternativos, no hace falta ir al hospital del Capitolio y en algún momento llegará Mohini, ellos pueden quedarse. Hago el amago de soltarme para tomar el bolso cuando creo que es uno de estos guardias quien se acerca por el camino de entrada de la mansión, no importa que siga temblando de pies a cabeza y los dolores me doblen en dos, puedo hacerme cargo de la situación si sigo respirando como Meerah me dijo que haga. —Todo allá afuera está mal, ¡y si tienen la oportunidad de agarrar a un ministro…! ¡Ese será el bendito castigo público del que todos hablan! ¿Querías una nueva arena? ¡Ellos harán una arena contigo y con quien puedan echarle mano!— dejo en claro, enojada como me siento, por todo, y evito tener que mirar a Meerah, prefiero que se quede en esta isla encerrada diez años a que cualquiera de estas personas este a un brazo de distancia de hacerle daño, porque sabemos que lo harían. Porque es la hija de un ministro como también lo es esta bebé que sigue presionando para salir. —Voy a irme, buscaré un sanador, ¡y ustedes no se moverán de aquí! Mañana... mañana volveré con la bebé— a mí me parece lo más razonable en este momento, dentro de todo lo absurdo, caótico y desesperante de esto.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
— ¡Pues está claro que mi hija no tiene planes de ser ordenada! — no sé que es, si es el pánico que se va acentuando o la exasperación de que parece no comprender que no tenemos otra opción. Si Mathilda va a nacer esta noche, no va a esperar a que ella esté lista, ni que el mundo se acomode para que ella sea una niña feliz. ¡Que es mi hija, por Merlín, en medio de esta guerra! ¿Cuándo pensé que podría darles una vida normal? Porque claro, ella es explosiva, como el fuego que consume gran parte del país. Y sí, hay levantamientos en todos lados, pero creo que no hace falta que le diga que no podemos quedarnos. Por suerte, tengo a Meerah conmigo. Le cedo la razón con un movimiento de la cabeza porque sí, quizá lo mejor sea esperar al guardia y usar ese tiempo para que Scott se tranquilice… si es que piensa hacerlo en algún momento.

Porque obvio que empiezan los gritos y moverla se vuelve insoportable. No está diciendo nada que no sepa, pero aún así empujo mi sentido común para aferrarme a la idea de que no voy a dejarla sola, no hoy, no así — ¡No voy a dejarte sola con un auror, Lara! ¡Estás… ! — ¿Loca? ¿Desquiciada? ¿Siendo una embarazada incoherente? Eso último no, sé muy bien de dónde viene su miedo, pero tiene que entender que no puedo simplemente quedarme en casa — ¡Yo no quería una nueva arena! ¡Todo lo que hice fue para que a ustedes no las tuvieran en la mira! — sé que no es el momento de echar eso en cara, pero la tensión hace que lo escupa con la exasperación obligándome a sacudir los brazos como si quisiera espantar un moscardón fastidioso — No me perderé el nacimiento de mi hija, Scott, ni por cien levantamientos. Volveremos a casa los cuatro juntos, porque no permitiré que otra persona te cuide mientras yo estoy aquí trepando las paredes. ¡Y ni se te ocurra discutirme! — creo que he empleado un tono incluso peor del que suelo utilizar en la oficina, porque aquellos jamás me ven levantando la voz de esta manera. Pero a ver si de esta forma se calla…

Creo que el auror no tiene la más mínima idea de dónde meterse y lamento, por dos segundos, que no sea Rose; al menos, ella podría mantenerla calma hasta llegar al hospital y, aunque pienso en llamarla, tampoco quiero perder tiempo. Tomo la mano de Scott en un intento de acercarla a mí, rodeándola con el brazo para seguir las indicaciones del guardia, quien se ocupa de comunicarse con sus compañeros en el muelle con una cucaracha — Meerah, mantente cerca — le tiendo la mano que me queda libre, porque el frío no tarda en aparecer y las figuras encapuchadas se alzan a pocos metros. No tengo que mover la varita, un patronus en forma de conejo se acerca a nosotros, proveniente de una guardia que nos espera desde el otro extremo. Por el movimiento rápido, puedo deducir que están preparando el traslador — Al hospital — me apresuro a aclarar. Y sí, obvio que buscan discutir y decirnos que es más seguro el quedarnos, pero no es algo que entre en discusión. En minutos que parecen horas, el traslador es tendido a nosotros y me aferro un poco más fuerte a Scott — Todo saldrá bien — murmuro cerca de su mejilla — Lo prometo. Tú solo ocúpate de que la bebé no salga tan rápido — que, a juzgar por sus expresiones, creo que tiene la tarea más difícil de todas.

Espero que la sacudida no haga que escupa a la niña, porque hasta yo la siento demasiado brusca. Me aferro a ambas en cuanto la luz blanca del hospital me deja ciego por dos segundos y, a juzgar por las voces, la clínica está a rebosar. Uno de los dos guardias que vino con nosotros se toma la molestia de preguntar si nos encontramos bien, pero ni contesto porque estoy más ocupado en ver como los sanadores corren hacia nosotros, ya en aviso de nuestra llegada; a veces, doy gracias por el servicio de la isla — Procura que Mo venga — le digo a Meerah, tendiéndole mi teléfono con rapidez en lo que me dispongo a quedarme pegado como imán a Scott — Lo más rápido posible. Y quédate siempre cerca de ella — le aclaro, señalando a la auror que tiene más cerca, quien creo que acaba de darse cuenta de que le he dado el papel de niñera. Confío en que no tendremos problemas… a pesar de las sirenas.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
¿Levantamientos? ¿Cómo hacía para pensar en los levantamientos en un momento como este? Que sí, era lo único que había circulado en mi cabeza estos últimos días, pero con la inminente llegada de mi hermana el pensamiento se había esfumado ante sus gritos. Ahora no me importaban los disturbios, ni los discursos ni la arena, me importaba que ella estuviese bien, y que mi hermana naciera sana y salva. Como sucedería si hacía a un lado el pánico y nos dejaba que fuésemos al hospital.

Y menos mal que es Hans el que contesta, porque él es casi que hasta amable comparado a lo que me dan ganas de decirle a Lara en estos momentos para que se saque esa absurda idea de la cabeza. Que la entiendo, por el amor a Merlín, a Morgana, y a cualquier brujo antiguo que estuviese escuchando, la entendía… pero una cosa era la protección ciega y otra muy distinta la falta total y completa de razón. Estaríamos seguros, Mathilda nacería en el hospital y nosotros estaríamos allí con ella para acompañarla. No era muy difícil de entender.

Lo siguiente a los gritos es la absoluta determinación de Hans por mantenernos juntos y ponernos en marcha, así que agradezco todo lo que hace con un apretón a la mano que me tiende. Y me aferro a él porque aunque le había dicho a Lara que no se acercarían los dementores, su presencia se hace notar durante los breves segundos en los que tarda en aparecer un patronus en forma de conejo. No puedo quitarme la sensación fría del cuerpo, así que me recargo contra el costado de mi padre y trato, tentativa, de estirar mi brazo libre hasta que mi mano se posa sobre el vientre de Lara. No sé qué esperaba lograr con eso, pero me relaja en cierta forma el sentir que estamos juntos.

La sacudida llega pronto, y aunque tengo que parpadear un par de veces para ajustar mis ojos a la nueva luz, el olor característico del hospital me indica que llegamos al lugar indicado. Y sé que no debería sentirme inútil, pero sé que una vez dentro del edificio no hay demasiado que pueda hacer, así que me limito a aceptar el teléfono y le marco a Mo con toda la urgencia que puedo poner en el pequeño aparato. - ¿A dónde irán? ¿Mo podrá entrar cuando venga? - No sabía que iban a hacer con Lara, ni cuánto iba a tardar, o si me necesitaba con ella. - ¿Quieres que te acompañe? - No sé, lo que quiera.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
Hay dementores en el muelle de la isla, en la puerta del ministerio, ¡lo vimos en las noticias! Y hay una razón para que las medidas de seguridad se extremen de esta manera, ¿por qué de los tres soy la única que parece tener la mente más juiciosa en este momento? Como si los dolores de las contracciones no fueran suficientes, harán que la cabeza también me punce por el estrés que me provoca lo ciegos que son a los peligros que hay fuera para ellos. —¡Sé por qué lo hiciste, pero trata de explicárselo al resto! Nadie del ministerio es precisamente popular en este momento, ¡no los escucharán! ¡Están buscando a alguien que les sirva de… muñeco bobo sobre el cuál descargar golpes!— sigo discutiéndole, porque no dejaría de hacerlo ni aún con la bebé exigiendo la misma atención. Si quieren que me acusen de tomarme todo a la tremenda, pero no quiero que el día del nacimiento de mi hija sea el mismo en que su padre se muera por lanzarse a una turba violenta, y si algo llegara a pasarle a Meerah tampoco podría soportarlo en mi piel. No sé cuál es la manera en que todo esto pueda salir bien y que la bebé se quede quieta dentro del vientre ha dejado de ser una posibilidad.

Respiro hondo para no contestarle como me pide, cuando la decisión de que nos iremos los cuatro está tomada y creo que por el tono que usó todo Neopanem se ha enterado de su determinación. Me aferro a su mano al tomar la mía y escondo mi cara en la curva de su cuello para calmar los temblores de mi cuerpo a causa de lo asustada que estoy por todo lo que vendrá y lo que nos podremos encontrar fuera de la isla ministerial, el roce de la mano de Meerah en mi vientre hace que cierre mis ojos para no pensar y sentir otra cosa que no sea que estamos juntos, que podemos sujetarnos entre nosotros y darle a Mathilda la confianza de que también podremos sujetarla a ella cuando salga, la recogeremos en nuestras manos antes de que el mundo pueda lastimarla allá fuera. Todo saldrá bien, trato de convencerme que así será. —Trataré— prometo por mi parte, abrazándome a Hans y tendiendo mi otro mano por encima de mi vientre para entrelazar los dedos de Meerah con los míos. —No me sueltes— susurro, —no me sueltes, por favor—. Porque todo a nuestro alrededor vuelve a dar un brusco giro y podría caer al vacío que se abre por dos segundos bajo mis pies, siento como un latido de mi corazón queda suspendido, busco el calor de la mano de Meerah y me sostengo a Hans cuando la luz del hospital me golpea en los ojos al abrirlos. Todo en mi interior se remueve, la bebé trata de acomodarse, quema en mi garganta le gusto asqueroso de una arcada y me concentro en volver a respirar con el ritmo que me marcaron.

Sigo sin poder soltar la mano de Meerah a pesar de que Hans le indica que se quede a esperar a Mohini, no lo haría si no fuera porque los sanadores llegan hasta nosotros para hacerme sentar en una silla de ruedas y buscan el cuarto vacío más próximo, dando órdenes entre ellos de traer una pócima que ayude a la dilatación. Son indicaciones que no tienen mucho sentido en mis oídos, porque en menos de dos minutos soy sacada del abrazo que me prometía que todo estaría bien y una sanadora se acerca a mi rostro para hablarme mientras camina a prisa a mi lado, preguntándome el tiempo entre cada contracción. Las matemáticas se pueden ir al demonio en este momento, porque no tengo cabeza para contar. Pregunto en cambio si Meerah también puede venir, porque no quiero que se quede con esa auror que no conozco en medio del pasillo del hospital, y no sé cuánto se tardará Mo en venir, no se puede quedar sola si Hans viene conmigo, porque doy por hecho que vendrá conmigo. Por si las dudas lo quieren echar, me agarro fuerte a su muñeca cuando lo tengo cerca para que no se vaya más lejos que un brazo de distancia. —Tienes que quedarte cerca, donde te pueda ver— le digo, en el mismo tono autoritario que usa la sanadora a cargo de darle ordenes al resto. —Porque si te puedo ver significa que todo saldrá bien.

Pensé que esto no tardaría tanto, pareciera ser que al estar en el hospital, a la bebé se le ha pasado al urgencia por salir o bien diría mi madre que he montado un drama por nada una vez más. Si me preocupaba que ella no llegara a tiempo, creo que le hemos dado unas buenas dos horas para que trate de pasar por encima de todos los revuelos que están sucediendo en el país en este momento. No quiero mirar lo lastimada que estará la mano de Hans después de todo este tiempo en que cada contracción más intensa que la anterior, hace que marque a rojo su mano por la presión que ejerzo con la mía. —Olvídate del equipo de quidditch— muerdo entre mis dientes, —¡Mathilda jugará golf! ¡O hará natación! ¡O aprenderá ajedrez!—. No pienso pasar por este martirio una segunda vez, mi impaciencia siempre ha preferido que el dolor sea rápido y se acabe, no estoy hecha para la agonía de un dolor que no sé cuánto durará. —Mañana mismo pediremos turno para la vasectomía— decido, tengo derecho a traer a colación el montón de incoherencias que habremos dicho alguna vez y a decir algo como esto, cuando mañana mismo lo que haré será cerrar a siete llaves la puerta de la mansión para no salir hasta que al mundo se le pase su estado de demencia. El mío no hace más que empeorar porque maldigo sobre todos los infierno cuando me siento romperme por dentro. —Creo… creo que ya va a nacer— digo. La enfermera que se acerque a revisarme sale de su actitud de es ignorar lo que digo como lo ha hecho en la última media hora de incoherencias y tiene el descaro de sonreírme cuando me dice que tal vez falte un poco más. —¡QUE YA VA A NACER DIJE!— y salvo a Hans de acabar de romperle los huesos de la mano porque al parecer me harán caso y lo apartan para llevarme a sala de partos. No quiero ni ver los pacientes que van y vienen por el pasillo, quiero cerrarme a todo lo que está pasando y a las víctimas de los disturbios que me recuerdan que este es el peor momento posible para que a Mathilda se le ocurra nacer. Me da el miedo estúpido de estar en una sala con un montón de desconocidos y que algo pueda pasarle a la bebé al nacer. —Hans, ni se te ocurra dejarme— le pido antes de que lo dejen atrás, y aunque quiero sonar intimidante sé que no lo consigo porque mi voz tiembla del pánico que siento.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No puedo asegurarle que todo saldrá bien porque creo que en segundos, cuando todo esto se vuelve tan real como los sanadores que van y vienen entre nosotros, he perdido cualquier rastro de color en el rostro. Solo puedo asentir como la promesa de que no voy a marcharme, como creí que estaba claro desde el momento en el cual decidí hacer esto con ella. Sé, más allá del pánico que me invade ante la idea de un parto, que no puedo simplemente dejarla sola y tengo que recordármelo en el tiempo en el cual mis dedos son las víctimas de los apretones que parecen quitarle el aliento, de los cuales intento no quejarme demasiado. Bueno, algún que otro quejido de dolor y ya, solo espero no perderlos por culpa de la falta de circulación — No me opongo. Dudo mucho que me quede una mano como para siquiera formar una defensa decente para un partido amistoso — mascullo con un hilo de voz, incluso cuando estoy tratando de sonar lo más natural posible. Me duele la espalda de estar inclinado hacia ella en una silla incómoda de hospital, apoyando los brazos sobre la camilla donde la tienen esperando porque parece que la bebé tiene una vena morbosa y no hará las cosas fáciles para su madre.

Que se ponga a gritonear sobre el nacimiento de la niña es suficiente como para que empiece a olvidarme del dolor de mis dedos y me concentre en buscar a Meerah con la mirada, lo que me dura un suspiro porque pronto estoy siendo apartado para que puedan moverla. Tengo un breve segundo de aturdimiento, esos que te mantienen pegado al suelo al no saber hacia dónde disparar con exactitud. Acabo frenando en seco a la sanadora que se encuentra dando órdenes a diestra y siniestra, me esfuerzo en bajar la voz pero mantengo el semblante que espero le dé la indicación necesaria de que ando hablando en serio — Quiero una sala privada. Y si tienen una poción para el dolor, no me importa cual sea, solo úsenla — no pueden negármelo, no cuando tengo uno de los seguros sociales más elevados de la ciudad y el escenario es la excusa suficiente como para que mi familia pueda hacer uso de ello. No quiero razones para entrar a una nueva clase de pánico, cuando podemos mantener esto en la intimidad que se merece.

Creo que la mujer lo ha comprendido, porque me asegura que todo estará bien, me hace un gesto afirmativo y se adelanta en el instante en el cual puedo escuchar la orden de Scott que me apresuro a seguir — ¿Crees que puedes soportarlo o prefieres esperar afuera? — le pregunto a Meerah al adelantarme, acomodándome junto a Lara para poder seguirle el ritmo — Cuando salgamos de aquí, te has ganado un mes sin que te discuta sobre tus gustos televisivos. Y hasta creo que puedo llegar a cederte el lado de la cama más fresco para el verano — una broma es inocente, ni siquiera se siente natural cuando es obvio que estoy empezando a sudar por culpa del cosquilleo que se extiende por mis extremidades en señal de nervios. Pueden haber pasado horas o años, pero para mí el instante en el cual se abre la puerta de la sala de partos ha llegado demasiado rápido y sé, de inmediato, que no me siento listo. Creo que me freno en seco y eso ocasiona que uno de los sanadores choque conmigo, creo que le oigo decir que todo estará bien y que debo entrar. Es un poco irónico, porque estoy seguro de escuchar una bomba de estruendo en las lejanías, fuera del hospital y posiblemente a unas pocas cuadras, allí donde el terror sigue. Tengo que tomar aire para recordarme que mi tarea por esta noche es otra.

Hasta ignoro a la mujer que dice que debería ponerme una bata, porque estoy más ocupado en ver la preparación, hasta que me estampan una contra el pecho y me dan otra para dársela a Meerah. Al menos, por irónico que sea, la bata es azul. Ni siquiera sé cómo ponérmela y el apuro no ayuda, así que hago cualquier cosa hasta que meto los brazos por donde se supone que tienen que ir en lo que busco llegar al lado de Scott, quien luce como… bueno, no voy a mentir, luce para la mierda. No sé si es el dolor, el estrés o todo el conjunto. Paso una mano por su hombro, presionándolo en un suave masaje de apoyo hasta enroscar nuestros dedos, seguro de que pasaré un momento en el cual mi dolor dependerá de cuanto sienta ella. Creo que tengo los ojos abiertos de par en par cuando la acomodan para poder empezar con el parto como se debe, no veo más que sus rodillas separadas y creo oír como alguien dice algo de que debería prepararse para pujar, así que el que contiene el aire como si tuviese que ponerse a hacer fuerza soy yo. Mala idea, porque cuando lo largo con un quejido de terror, siento que necesito sentarme y me recargo un poco contra la cama — Voy a vomitar — musito, creo que nadie me escucha y no sé si son náuseas de verdad o son los nervios hablando.
Hans M. Powell
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Mohini R. Khan
Cómo odio estos cacharros, si es que los teléfonos móviles han perdido de todo su interés cuando los patronus son prácticamente igual de efectivos. Bueno, quizás no tan rápidos como el simple click de enviar un mensaje, pero el resultado viene siendo el mismo. Es por eso que, siendo lo buena mecánica que soy, le estoy dando golpes para ver si se enciende de una vez después de haberlo cargado por horas. Puede que simplemente esté roto, al fin y al cabo tiene ya bastantes años y el poco uso que le he dado siempre ha sido para mantener una conversación con mi hija, lo que no esperaba es que en el transcurso de un año se volviera tan vital para mi día a día. En fin, que debería estar más preocupada de la televisión, ahora que el secreto que se ha estado guardando mi yerno ha salido a la luz, cuando la pantalla refleja la situación crítica en que se ve consumida el país. Me siento bastante inútil aquí plantada delante del televisor, pero tampoco es cómo si pudiera hacer otra cosa, más que tratar de contactar con Lara a través de un teléfono que me está dando el día.

Para cuando la diminuta pantalla parece desbloquearse al fin, casi me da un mini infarto al ver la cantidad de llamadas perdidas, mensajes en el contestador y otros que directamente dicen que mi hija se ha puesto de parto. ¡Por supuesto! Si es que de todos los días que podía escoger... ¡Y este hombre! ¡Tiene que elegir precisamente este momento para soltar la bomba! ¿No se dio cuenta de que hay otra bomba más importante en la barriga de mi hija? ¡Qué poca consideración! ¿Cómo carajos voy a ir hasta allá ahora? Bueno, que soy Mohini Khan, encontraré la manera, de alguna forma, porque no pienso perderme el nacimiento de mi nieta. ¡Por encima de mi cadáver! Eso mismo le digo al agradable vecino que sé que trabaja como auror y al que no tengo tiempo de explicarle por más de un minuto lo complicada de mi situación, pero él tiene los permisos para moverse cuando y como se le plazca, lo sé bien por las veces que le he escuchado salir de la casa a medianoche. Y luego dicen que la ley es igual para todos... Bufaría de no ser porque me estoy aprovechando de esos beneficios que tiene para que me lleve directa al hospital donde por ahora ya estará mi hija.

Si no grito por los pasillos es porque ya hay suficiente alboroto como para añadir los míos, aunque la indignación no tarda en llegar a mi voz cuando me topo con un enfermero que me niega la entrada a la planta por no ser familia directa. — ¡Pero si la he parido yo, zopenco! — le grito a pleno pulmón en lo que me hago pasar por la puerta, ¿que no es evidente que es mi hija? Por favor, ¿qué hay más directo que el que haya salido de mi útero? ¡Por las barbas de Merlín! Claro... Creo que se me ha olvidado decir mi nombre en recepción al entrar, por los nervios... Bueno, que se dé por disculpado, tengo otras cosas de las que preocuparme, como la de embutirme en un traje de aislamiento mientras recorro los metros que quedan hasta la sala de partos donde está Lara. — ¡TESORO! — aaaaaaaaaaaaaah, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? — ¡Aquí lo tienen, señores, el flamante ministro de justicia! — a punto de vomitar, ¡qué hice mal, señor, qué hice mal para que no fuera el hijo del panadero! — Ya estoy aquí, cielo, mamá está aquí, respira, respira y empuja, lo estás haciendo genial. — murmuro cerca de mi hija para cuando me encuentro a uno de los lados e intercambio la mano de la enfermera que sostiene la suya por la mía. Voy a llorar, lloraré.
Mohini R. Khan
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Me niego a ser la primera en soltar una lágrima esta noche, así que cuando Lara deposita tanta fé en mi persona, tengo que girar el rostro hacia el otro lado para ver si de esa manera logro que mis ojos dejen de sentirse tan empañados. ¡Que no estaba llorando! Y los sigo, tratando de mantenerme dentro de su campo de visión para transmitirle algo de la seguridad que estaba buscando. No quería ni imaginar el dolor que estaba sintiendo e, internamente me prometo que a menos de que mejoren el sistema de admisiones y de que inventen una anestesia que me permita mantenerme despierta pero sin sentir el dolor, no tendría hijos.

No entiendo las referencias que hacen al equipo de quidditch ni mucho menos, me ecuentro perdida, embelesada, abrumada, preocupada y cuantas “ada” juntas que se me cruzan por el cerebro en estos momentos. Aún así, de alguna manera logro encontrar mi voz en medio de todo lo que anda pasando y le aseguro a Hans de que sí podré con esto. Lara me  había pedido estar en todo momento, y yo no pensaba perderme el nacimiento de mi hermana.

El camino hasta la sala de partos parece aún más corto de lo normal y, ni bien nos entregan las batas no tardo en ponerme la mía. Es grande, debo arremangar las mangas para que me quede a la altura correspondiente y, viendo que mi padre es un desastre en vestirse como corresponde dentro del quirófano, lo voy siguiendo como puedo mientras trato de anudar las tiras que cuelgan de su espalda.

No sé a quién debo darle más apoyo, así que me quedo cerca, lo suficientemente cerca para poder estar a un brazo de distancia de ambos y trato de que la ansiedad no me sacuda allí mismo y haga que me evapore en el aire ¡Que ya va a nacer! Y Mo llega a tiempo, Hans se pone verde, y Lara está portándose como una campeona. - Ni se te ocurra vomitar en el instante en el que tu hija entra al mundo Hans, porque juro que hechizaré toda tu ropa para que solo vistas de verde neón hasta que se me olvide que lo has hecho. Y es una amenaza seria, porque con el tipo de piel que tiene Hans el verde neón es lo peor que les podía pasar. Le tiendo el barbijo que yo ya tengo atado por detrás de la cabeza y trato de contener…. todo. - Mo, aquí tienes. - No sé si le he quitado la vestimenta a alguien que debía usarla, pero la comodidad de Lara era más urgente; así que si ella había pedido a Mo, me aseguraría que no la echen a patadas por romper algún que otro protocolo. - ¡Ya va a nacer! - Pronuncio esperanzada y temblando como una hoja a causa de la anticipación.
M. Meerah Powell
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Invitado
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Entrelazo mis dedos con los de Hans como si no fuera a soltarlo nunca, por inestable que se vea así de pálido, necesito que haga esto conmigo y sé que yo tampoco luzco como si estuviera en mi mejor momento. Nos atraviesan los nervios de lado al lado, así como el dolor que me está rompiendo por dentro y se lo comparto en parte al estrujar su mano. Siento toda la cara sudada, con el cabello pegado al cuello y las mejillas, cuando muerdo con fuerza para contener el grito que me provoca la presión entre las piernas que debo abrir para empezar a pujar, y como no logro callarlo, el alarido sale de igual manera. Tengo un montón de maldiciones atoradas en mi garganta, que no llego a tirar por la cabeza de Hans al saber que está a punto de vomitar. —¡Te lo tragas! ¡Te hubieras puesto el jodido condón!— no sé si me escucha, mi voz se escucha bastante estrangulada por el siguiente espasmo de dolor. Debe ser una alucinación propia del sufrimiento, porque veo llegar a Mohini casi a la par que Meerah, como si viniera abriéndose paso en medio de la guerra y trayendo consigo una luz resplandeciente, que en realidad es la luz blanca de la otra sala a su espalda. Lloro en el momento en que la veo, soy una patética masa de dolores, sudor y llanto cuando uso mi otra mano para retenerla a mi lado. —Mo, mamá, llegaste… yo… no puedo hacerlo si no estás aquí conmigo…— lloriqueo, y tampoco suelto la mano de Hans. Me faltan manos para sostenerme también a la de Meerah, con saber que está al lado de su padre para impedir que se desmaye me conformo. Porque si los tengo cerca me siento acogida en un abrazo que lo necesito tanto como…

¡Quiero que se vayan todos! ¡Quiero que me dejen SOLA! —¡CARAJO! ¡ME DUELE!— Me doblo del dolor echándome hacia delante y creo que acabo de romperle los tímpanos a Hans, a Mohini no porque ella está acostumbrada a mis gritos de rabieta desde que aprendí a berrear. No pasa pronto y le sigue otro. —¡ES TU CULPA!— le grito a Hans en la cara, —¡Tu culpa por hacerme una bebé tan gorda! ¡¿Qué no ves que soy pequeña?! ¡Es tu culpa por ser tan alto!— le recrimino entre sollozos cuando me pide alguna voz que no es ninguna de las caras que tengo sobre mí, que vuelva a pujar para que la bebé pueda asomar su cabeza y eso me hace llorar aún más, porque la bebé está saliendo. Y si Meerah está aquí, ella se encargará de que su llegada al mundo sea con estilo, dejemos de lado que en los pasillos mismos del hospital todos estén corriendo por los incendios y los altercados. No sé porque pienso siquiera en esto o lo tomo como un pensamiento tranquilizador, pero viene bien como remanso, hasta que vuelven a saltarme las venas del cuello por gritar. —¡Mo! ¡Lo siento! ¡Lamento tanto haberte hecho pasar por esto! Debes odiarme, ¿me odias?— gimo entre lágrimas al tirar de la mano de mi madre y con mi semblante destruido espero que acepte mi petición de perdón. Me giro violentamente hacia Hans cuando alguien dice que la bebé está saliendo y yo siento que me voy a morir aquí mismo. —Te odio, es tu culpa, todo es tu culpa— repito, por andarme detrás, por estar metido en mi casa todo el verano, por no dejarme en paz cuando soy débil a sus provocaciones… ¡y esto no hubiera pasado con el hijo del panadero! Para empezar, no habría pasado nada, ni parto, ni nada.

Y entonces yo ahora estaría tranquila entre cacharros, no sufriendo por una niña que es dramática hasta para nacer, que no sé si echarle la culpa a mi familia o a la familia de Hans por eso, tal vez a ambas, porque mira que nacer cuando el mundo se ha ido a la mierda. Tan dramática que me hace gritar como una loca y pensar que todavía faltan sus berrinches, su rebeldía adolescente, estoy preparando la garganta para todo lo que me faltaría por gritar. Nada de esto hubiera pasado si me quedaba metida en mis cosas y no le andaba detrás a cierto ministro. Entonces no estaría sosteniéndome de su mano y la de mi madre para no morirme aquí mismo… de la impresión de ver a esa cosa arrugada, roja y llorosa que la sanadora sostiene en alto, ¡tan parecida a mí en este momento! Si es que somos iguales, se nota que es mi hija. Y como soy una idiota no hago más que llorar, rompiendo lo que queda de mis pulmones, y estiro mis brazos para que la sanadora pueda acomodar su diminuta cabeza en el hueco de mi codo. ¡¿Quién carajos dijo que era una bebé gorda?! Si es tan pequeña, tan, tan pequeñita. Y heredó mi carácter, porque es pequeña, pero ya está gritando mientras llora. Busco el rostro de Hans con una mano para atraerlo así puedo besarlo, por más que el idiota no quiera hacer otra cosa que vomitar en todos los momentos importantes. —Te amo, te amo, es todo tu culpa— murmuro, sonrío en medio del llanto al sostener su frente contra la mía, y en los segundos que nos permiten tener a Mathilda con nosotros, memorizo cada una de las arruguitas de su manito que se cierra alrededor de mi pulgar. En algún momento alzo mi mirada hacia Meerah, que ha tenido que presenciar todos los gritos requeridos para que su hermana pueda hacerse real y deje de ser un muffin imaginario. —Es lo más maravilloso del mundo, en serio.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Creo que está tratando de insultarme, pero no puedo enojarme cuando nunca había estado tan feliz de ver a Mohini aparecer para hacerse cargo de la situación. Lo único que puedo responderle es una mueca que, hasta donde sé, se parece bastante a una sonrisa temblorosa en lo que Meerah me llena de amenazas que me hacen mirarla entre los sanadores como si no la reconociera. No quiero decirle algo que ya sabe, que no pude estar ahí cuando ella era quien llegaba a cambiarlo todo, que esto es tan nuevo para mí como para todos y que, en mi manía de ser una persona rodeada de estabilidad, me desequilibro muy fácil. Lo único que le puedo responder es con un gesto de la mano para indicarle que el vómito se quedará adentro, al menos todo lo que pueda, porque Lara sigue gritando y estoy seguro de que mis dedos se han puesto de color escarlata. Puede que todo el esfuerzo esté centrado en ella, pero no puedo hacer esto. No cuando soy quien se sostiene para no irme al suelo.

Nunca pensé que Scott podría tener un agudo tan alto, en especial cuando es quien más se ha quejado de la ópera. La miro con la boca balbuceante como un imbécil, si ella está roja creo que yo he adoptado un tono rosado y muevo un poco los dedos en un intento de ayudar a que circule la sangre — ¡¿Es mi culpa que seas minúscula?! — no quiero empezar a señalar con el dedo, pero la persona responsable de su tamaño sostiene su otra mano. Y entre lo que ella le grita a su madre, alguien dice que se está asomando la cabeza y una persona demasiado sonriente para esta situación desastrosa me pregunta si quiero ver. Obvio, la cara arrugada de asco y sufrimiento le dice que no, hasta niego con la cabeza en lo que me aseguran que no puedo perdérmelo e insisten, así que me estiro lo suficiente como para que mi mano no suelte la de Scott y pueda asomarme. No sé qué es lo que veo, pero me asegura que jamás miraré entre esas piernas de la misma forma y creo que me trago el vómito a mitad de camino. Quiero desmayarme, las piernas me tiemblan lo suficiente y consigo regresar a mi lugar solo porque alguien me palmea la espalda. A partir de mañana me dedicaré al celibato.

Las palabras de odio no me lastiman, yo también tendría un desprecio infernal si alguien me hace pasar por esto sin que su cuerpo sufra alteraciones y dolor. Pero creo que entre sus gritos no oye cuando murmuro algo como palabras de aliento que ni yo me creo, porque no sé si lo está haciendo bien, no sé si yo lo estoy haciendo bien, no sé si… ah, no, no me caigo, no sé nada. Tengo que acercar mi mentón a su hombro en un intento de que me escuche porque ni yo lo hago, quiero decirle que para mañana estaremos todos en casa, seguros dentro de nuestras cuatro paredes, que incluso podemos poner la norma de jamás dejar la cama. Pero no digo mucho, estoy más preocupado en cómo es que mi voz se dispara en un grito que se mezcla con el suyo cuando hay una voz mucho más alta y aguda que la nuestra haciendo vibrar las paredes, explotando unos pulmones que funcionan solos por primera vez, luciéndose como una bomba sucia a la cual apenas puedo ver porque pronto la andan acomodando entre manos demasiado grandes para ella. Creo que ha dejado de circularme la sangre, no puedo despegarme porque mi cuerpo no reacciona y lo único que puedo hacer es seguir a esa niña con los ojos, tratando de reconocer algo de mí en un ser tan arrugado que no creo que jamás vaya a tener rasgos definidos.

La cosa de tamaño minúsculo que veo en brazos de Scott se parece a una frutilla. Es pequeña, rojiza y tiene la cabeza llena de pelos pegajosos, sus brazos son gordos, sí, pero se mueven como pequeñas antenas en un capricho que me hace pensar que no quiere estar aquí. No reacciono al tacto de su madre sino a la necesidad de mí mismo cuando me encuentro con sus labios, esos a los cuales presiono como si la vida se me fuese en ello, porque todo lo que no he podido decir desde que salimos de casa puede resumirse en este gesto, uno que se quiebra para demostrar que aún soy capaz de sonreír — Estoy orgulloso de ti, de verdad — porque yo jamás podría haber soportado lo que ella soportó, no hoy,, no en todos estos meses. Mi mano busca la de la bebé, mi dedo pica los suyos con cierta timidez al tratar de percibir su calor, sabiéndola áspera. Me estiro un poco para poder verla mejor, su llanto ha ido disminuyendo en lo que se retuerce en los brazos de Scott y creo que nunca vi algo tan minúsculo. Tiene una nariz de botón y una boca que me hace pensar que jamás podrá sostener los chupetes. Me niego a levantar la mirada, en parte porque no puedo dejar de verla, en parte porque siento el dolor de mis mejillas y estoy seguro de que he empezado a sonreír y a llorar como un idiota. Es como si me hubiesen sacado el tapón del estrés y todo comenzara a correr río abajo — Es un gusto conocerte por fin. Eres una cosita perfecta, ¿no, Mathilda? — le sacudo un poco la mano con mi propio dedo como si fuese una presentación formal, hasta que algo me hace el ruido suficiente como para voltearme y buscar a su hermana. Meerah no está lejos, tenderle la mano para que se acerque es demasiado sencillo. Ya se la llevarán para quitarle toda la mugre, pero por un momento puedo pensar que estamos todos juntos. Instantes para congelar.
Hans M. Powell
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Mohini R. Khan
Ya, ya, ¿desde cuándo una sala de partos se ha convertido en un ring de boxeo de ofender con palabras en lugar de puñetazos? Tengo que acariciar la frente de mi hija con la mano que tengo libre para apartarle el pelo de la cara en un intento de calmar sus nervios, porque en serio creo que de un momento a otro se va a lanzar sobre el cuello de Hans. Aquí no creo que haya ni una sola persona que esté escuchando las peticiones de la enfermera de que tiene que empujar, que algunos están más preocupados por echarle la culpa al otro de quién tuvo la culpa de qué. Y hey, yo también me siento ofendida en algún momento de la discusión cuando escucho algo de ser minúsculo. — ¡¿Estás diciendo que es mi culpa que sea minúscula?! — que si vamos al caso, ella salió de mi vientre, y todavía soy más pequeña que Lara, y si yo pude con sacar su cuerpo de ahí... — No hagas caso, tesoro, ¡pues claro que no te odio! ¿cómo se te ocurre siquiera pensar algo así de mí, de tu madre? — en este preciso momento, cuando debería estar preocupándose por darle la vida a su niña, y no del resto.

Es en eso en lo que pienso cuando doy un beso en su cabello con toda la suavidad que me es capaz dentro de un ambiente donde se puede escuchar hasta el estruendo que viene desde fuera. Poco me importa el sudor en su rostro cuando continuo con acariciar los mechones de pelo hacia atrás, ni que me esté dejando sin circulación en los dedos cada vez que toma aire para empujar. Me dolería por ella, si no supiera que lo que viene después de esto va a hacerle olvidarse de cualquier dolor que haya podido sentir en este momento, porque sé lo que es, lo veo en ella cada día. — Ya casi está, cielo, sigue así. — lo cual, no tengo ni idea de si es verdad porque no alcanzo a ver desde mi lugar, ni siquiera cuando estiro el cuello con la intención de comprobarlo. Estoy por jurar que no ha pasado el tiempo suficiente cuando vuelvo a girar la cabeza hacia mi hija que escucho el llanto de un bebé y por un momento creo que la que está gritando soy yo y no la bola diminuta que pasa a tener la sanadora en sus manos.

Creo que se me saltan las lágrimas después de haber mantenido la compostura por el tiempo que Lara ha necesitado de un apoyo más firme que el de mi yerno. Por favor, si está más pálido él que mi hija. Tengo que restregarme el agua con la mano que me queda libre cuando el bebé pasa a estar junto a ella, aunque es un gesto tan rápido que poco tardo en volver a acariciar su hombro en lo que me inclino un poco hacia delante. — Es preciosa, de verdad que lo es, como su madre. — beso su frente cuando está libre, a pesar de que no hay nada que le vaya a hacer apartar la mirada de su hija. Y puedo decir que la veo a ella cambiar en su mirada, que a partir de ahora, no habrá otra cosa que le importe más en este mundo que la personita que tiene en sus brazos. Después de todo, no va a existir otro lugar más seguro que los brazos de una madre.
Mohini R. Khan
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Por alguna razón extraña todavía me sigue pareciendo raro que Lara le diga “mamá” a Mo, y es que era su madre sí, pero era más común escuchar que la llame por su nombre que por su parentezco. Más raro aún era pensar que en pocos minutos llegaría al mundo una criaturita que en no demasiados meses podría llamarle de esa forma a Lara, y ese pensamiento era más raro que el anterior. Porque Lara era Lara, la mujer que paso a paso, casi de manera imperceptible se había convertido en una de las mujeres más importantes de mi vida. Y sé que tenía defectos y un millón de cosas reprochables, pero cuando fuese grande quería ser como ella. O bueno, tal vez no igual porque había cosas en las que éramos total y completamente diferentes, pero quería tener su determinación, su capacidad de amar incondicionalmente, de estar ahí en los momentos importantes, y en los que no también. Y la observo con orgullo pese a que solo puedo ver su expresión de dolor y esfuerzo, porque hay que tener un tipo de valentía para traer a una persona al mundo, uno que no estaba segura de querer poseer jamás porque… auch.

Y siento un nuevo respeto por mi padre, ¿porque quién quería ver… eso? Menos mal que jamás me había interesado la medicina, no me creía capaz de soportar una escena como esta si no fuese porque se trataba de mi familia la que estaba pasando por esta situación. Y no sé qué pensar entre tanto grito de todo, o no lo sé hasta que un llanto repentino innunda la habitación y me oprime el corazón contra el pecho, pese a que este quiere saltar por fuera de mi caja torácica. Y la veo, entre manos que se pasan, toda roja y minúscula, hasta que por fin la dejan en los brazos de Lara y dejo de verla. No por que la estén cubriendo; sino que porque mis lágrimas son espesas y hacen que todo se vea nublado. Me limpio los ojos y los restriego hasta que puedo volver a enfocar mi visión para encontrarse con la de la nueva madre. - Ella seguro lo es. - La situación no podía calificarse de maravillosa bajo ningún punto de vista, pero a la pequeña bebé le quedaba corto el adjetivo.

¿Se puede amar a alguien a tan pocos segundos de conocerla? Porque el cariño que siento por mi hermana es instantáneo. Que ya sabía que la quería desde que estaba en la panza, pero el verla ahora, con mis propios ojos… Wow. - Mathilda se hace muy grande para una cosita tan pequeñita. - Y Muffin ya no le quedaba, porque el pastelito había salido del horno y se veía mucho mejor que cualquier pastel de chocolate. - Mat, Mati, Tilda,  Tilly… - Me recordaba a Titillandus, pero era adorable. - Ya que, lo único que importa es que Tilly es mi hermana y es hermosa. La bebé más linda del planeta. - Y nadie haría que cambie de opinión. Nunca.
M. Meerah Powell
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Ella es, sin dudas, lo más maravilloso del mundo por un segundo en que podemos tocar la perfección con los dedos al delinear la forma de su naricita con mi pulgar y también su mejilla manchada de suciedad, llena de puntos rojos que me hace pensar que está bañada de pecas, cuando no hay nadie en esta familia que las tenga. —Creo que ha sacado mi nariz— le susurro a Hans con un alivio que se burla de sus preocupaciones iniciales de que pudiera heredar la suya, o tal vez me lo parezca porque todo en ella es tan pequeño, tan hermosa como lo dice mi madre, que nada puede estar mal y se ve perfecta así como está, arrugada y llorosa en mis brazos que la abrigan en su desnudez, tan pequeña que trato de pensar en ella como Victorie o como Mathilda, esos nombres que quería que le dieran fuerza para enfrentarse al mundo y bien que lo va a necesitar. —Tilly— hago eco del apodo que elije Meerah, todas mis emociones que han virado de un estado a otro fuera de control, se relajan en esa calidez que llena mi pecho al encontrar un nombre que le queda tan bien y me hace abrazarla aún más, con mis labios rozando su naricita para besarla. Será pequeña, pero no puedo creer que la he tenido yo, que la tengo conmigo por fin y puedo sentir su piel contra mi palma, que puedo recorrerla desde sus piecitos hasta su frente de pocos pelos para sentirla tan real que todo, absolutamente todo lo que no sea ella, me parece un sueño.

Me aclaro la garganta para acabar con el llanto que me apena, entremezclo los últimos sollozos con algunas carcajadas y veo por el rabillo del ojo que la sanadora se acerca para llevársela antes de que se enfríe, pero no puedo soltarla. La tendría conmigo toda mi vida contra mi pecho y no me asusta darme cuenta que la amo de una manera en que ya nunca podré ser solo yo sino es con ella, que iría a donde fuera siguiendo sus pacitos, que no hay nada en el mundo que pueda apartarme y que no somos sólo nosotras, podríamos ser como familia ese muro que se cierra alrededor de ella para protegerla de lo que sea. —Bienvenida a este mundo loco, Mathilda Powell— digo, y la abrazo con mi nariz cerca de su cuello, —casi todo el tiempo las cosas salen de nuestro control y la gente hace estupideces, hay muchas cosas que no vas a entender ni a los cinco ni a los cincuenta años, muchas salen mal y muy de vez en cuando algo sale bien, y habrá momentos que vas a querer guardar para toda tu vida, porque es un segundo en cien años que te hace afortunada, que te ha tocado a ti. Un imposible que se vuelve real— susurro, y quiero llorar sobre su carita fruncida, porque estas cosas le tocan a otras personas, no a mí, están cosas estaban destinadas a alguien más y nunca hubiera imaginado que me sucedería a mí, que no tengo idea de cómo ser madre de una criatura en un mundo que de a ratos, como este, me enoja sobremanera. ¿Qué no pueden calmarse? ¿Qué no pueden respetar este momento en que una nueva persona llega y tiene todo el derecho a un mundo feliz?

Me prometo que algún día lo tendrá, uno en el que el apellido que la une con su hermana será eso, un vínculo entre ellas y no una marca social, que las mantendrá unidas, pero serán libres de todo lo demás. Serán libres. Se la devuelvo a la sanadora que se la lleva en una manta y creo que no hace falta abrir mis labios para decirle a Meerah que se encargue de que la vistan con el enterito azul, basta con murmurarle el color para cerrar mis ojos y descansar de los dolores de las horas pasadas, mientras van pidiendo a Hans y Mohini que acompañen a la bebé a otra habitación. Me embarga una ansiedad distinta, a todo lo que vendrá, a lo que viene después de que nace un bebé y por mucho que haya fantaseado sobre todo eso, tengo la mente en blanco, por un momento lo vivo como un final y el sentimiento me hunde al quedarme sola con la sanadora y los enfermeros. Pero no puede ser un final si hay alguien que está transcurriendo sus primeros minutos y quiero vivirlos con ella, cada uno de esos minutos, hasta que se conviertan en horas, semanas, años, una vida.
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