The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Cause all that you are is all that I'll ever need ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me acomodo el moño por décima vez desde que llegué al punto de encuentro, hace menos de cinco minutos. Las luces del centro del Capitolio se encuentran en lo alto a pesar de que recién está empezando a ocultarse el sol, dando paso a una noche que aparenta ser cálida, al menos lo suficiente como para que, al menos, podamos agradecer el clima. Hay cientos de cosas que podría cuestionarme a mí mismo, una de ellas es el preguntarme qué demonios se me pasó por la cabeza para decirle a Lara que tendríamos una noche para nosotros solos. Debe ser el estar seguro de que en pocos días tendremos a la bebé con nosotros, que llegará junio y, con eso, la bebé que acabará con nuestro tiempo a solas. Por eso mismo la espero, que sé que ella ya puede pasar tiempo en casa, como la bomba a punto de estallar que es. Para asegurarme de que no tendría que tener ninguna preocupación, Meerah se ha quedado con Phoebe y Charles, así que seremos solo nosotros, tanto fuera como dentro de la casa. ¿Quién dijo que estas cosas no son necesarias de vez en cuando?

La gente va y viene, muchos de ellos luciendo la clase de trajes y vestidos que combinan con el esmoquin que tengo puesto y al cual me acomodo los gemelos por mera inercia. El teatro está a tan solo una cuadra, de modo que pronto empezará a llenarse la zona y me pregunto si tendré que recordarle el horario de llegada una vez más. Estoy por chequear la hora de nuevo cuando la veo aparecer, aunque tengo que admitir que no la reconozco en primera instancia porque estaba esperando encontrarme con una imagen algo más arreglada y no… bueno, la Lara de todos los días. Creo que se me nota porque le voy abriendo los ojos cada vez más hasta que creo que se me van a salir de la cara cuando está lo suficientemente cerca como para escucharme — ¿Pero qué haces vestida así? — por un momento, hasta puedo escuchar a Meerah en mi voz.

Es que creo que fui bastante claro: tenía que venir elegante, no me importaba cómo, siempre y cuando no fuese… ¡Que tiene zapatillas, por Merlín! ¡Y el jardinero que usa todos los días! Que comprendo que con la panza del tamaño de una sandía super desarrollada sea complicado el encontrar qué ponerse, pero tampoco imposible, que hay cientos de casas para embarazadas. La tomo por la mano y la acerco a mí, mirándola de arriba a abajo con el espanto pintado en las facciones — ¡Que no puedes entrar a la ópera así! ¡Tenemos entradas para el palco! — dicho de otra manera, la clase de sitios que el mismísimo presidente suele utilizar y que no van muy bien con su atuendo. Busco ansiosamente a mi alrededor, hasta que las luces de una de las tiendas llama mi atención, lo suficiente como para que la arrastre en esa dirección — Vamos, aún tenemos algunos minutos para llegar. ¡Si tan solo pudieras escucharme al menos una vez, Scott! ¡Solo una! — que está gorda, no sorda.
Hans M. Powell
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Invitado
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¡OH, DEMONIOS! Se me ha pasado la hora, tendría que haber llegado a la esquina del Capitolio donde dijimos de encontrarnos con Hans hace… ¡cinco minutos! No es nada, son apenas cinco minutos. ¿Dónde está mi otra zapatilla? Tire ambas al suelo cuando me puse cómoda en el sillón para mirar el partido de los Augureys que definirían su permanencia en esta nueva temporada de quidditch, tuvieron varios altibajos desde que arrancó y están a dos puntos de quedar eliminados. Si lo hacen, también perderán su categoría. ¡Y nadie quiere que los Augureys dejen de ser un equipo de primera línea! ¡Morgana no lo permita! Unos pocos errores determinantes no pueden expulsarlos, será una caída en la deshonra dentro de la historia de quidditch, ¡y me niego a darle la espalda a mi equipo cuando más me necesita! Por eso mismo, trato como puedo de ponerme las zapatillas sin quitar la vista de la pantalla. Estamos a poco de que inicie el entretiempo y llevan un resultado bastante parejo. ¡Diez minutos! ¡Hace diez minutos tendría que haber llegado al Capitolio! Hans va a enojarse, ¿y qué le diré? PERDÓN, tuve contracciones otra vez. No, esa excusa está demasiado usada. Tendrá que disculpar que no le eche más esmero a mi atuendo, que si no llegaré mañana a la noche, de todas formas, sólo vamos a un lugar con música, es lo que supe entender de sus indicaciones. ¿Quién se fija demasiado en una embarazada que va con ropa cómoda?

Silbo nada más verlo, a un par de pasos de distancia, que va impecable desde los zapatos hasta el mechón ondulado de su frente. Yo lo sé, habré salvado a Europa en una vida pasada para que este sea el hombre que me hizo un hijo, todavía es muy temprano en la noche como para insinuarle que podríamos tener diez más y no creo que la ausencia de paciencia le permita reírse de mi chiste, porque su ceño fruncido se destaca en todo su atractivo. —Hola, guapo. ¿Esperas a alguien o puedo hacerte compañía?— pregunto con un tono insinuante, y camino hacia él con las manos en los bolsillos delanteros del jardinero, enfrentándome con su mirada desaprobadora a mi atuendo, al cual hecho un vistazo como si no entendiera el por qué del escándalo. No puedo decirle que me faltó tiempo porque estaba más pendiente de que los Augurey no quedaran fuera del torneo. —¿Qué? ¿No te gusta? Será tendencia en pasarelas en verano, el denim siempre vuelve—. Espero que Meerah nunca se entere de mi comentario hereje.

Me veo arrastrada en la dirección contraria a la que creo que deberíamos ir y ¡un momento! —¡¿La ópera?!— pregunto, al plantar mis pies en la acera uso todo mi peso, que es mucho, para que no pueda moverme. Soy una bola testaruda que no dará ni un paso más, en la dirección que sea, porque ¿a quién se le ocurrió que vayamos a la ópera? ¡Claro! ¿A quién va a ser? —Pensé que íbamos a escuchar a una banda en un bar— digo, ¿no puede ser… un poco menos presuntuoso? Si es una noche para aprovechar de estar solos antes de que un bebé se robe todas nuestras noches con su llanto y gritos por leche, ¿qué sentido tiene ir a un lugar lleno de gente con olor a naftalina? Un bar hubiera estado bien, sentarnos en alguna parte, poder acariciarlo en lo oscuro, y si quería usar esmoquin, por mi parte más que complacida, no le hubiera montado esta escena de nada por un atuendo inadecuado. —¿A dónde vamos?— pregunto en una nota más alta y aguda, porque terca o no, sigue teniendo más fuerza que yo para arrastrarme por la acera hacia… No van a dejarme entrar a este local con zapatillas, ¡la maniquí tiene una gargantilla que sale tan caro como mi coche! Y a esto, detesto los maniquís. Los detesto. Lo sigo dentro, a un espacio que parece inmaculado y mucho más amplio de lo que es por sus relucientes paredes blancas, tienen una araña colgando sobre la mesa de exhibiciones que está en el centro. No puedo creer que haya puesto un pie en Morgana’s y le haga saber de reticencia a Hans al cruzarme de brazos sobre mi vientre. Me giro para darle la espalda, mientras busca o pide indicaciones de lo que sea que considera que es adecuado para una… ¡ópera! ¡por favor! ¿Quién me manda a salir con un chico del distrito 1? Me sobresalto al encontrarme con un maniquí también blanco que tiende su mano artificial hacía mí y, en serio, los detesto. Por mi bien vuelvo mi atención hacia Hans y evalúo los modelos que están a la vista. —No hace falta comprar nada de esto, volveré a la casa y cambiaré el jardinero por un vaquero, ¿contento?—. Y de paso podré checar cómo van los Augureys.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La mirada que le lanzo parece que busca envenenarla con tal de no responderle lo que es un poco obvio, porque a veces no entiendo qué le cuesta ser un poquito más puntual, tan solo un poco. ¿Le pido demasiado? ¡Pues no! — Luces como si estuvieras a punto de ponerte a trabajar en el jardín de casa — espero no sonar tan brusco como me siento, aunque pensándolo bien… ¡Se lo merece! ¿Acaso no me presta atención? ¡Le dije que iba a llevarla a ver un espectáculo? ¿A dónde se pensaba que iba a arrastrarla? Ahora mismo, las entradas que tengo dentro del saco se sienten terriblemente mal, tal vez sea la última vez que le pido consejos a mi hija de dónde tengo que ir con ella en una cita. Que jamás tuvimos una, así que tuve que retroceder unos cuantos pasos y preguntarme qué habría hecho si esto fuese una salida inicial. Me pareció lo más sensato.

Sí, la ópera — contesto en lo que trato de que no nos lleve puestos ningún auto en lo que llegamos a la vereda de enfrente — ¿Por qué te llevaría a un bar? La música de esos lugares es solo un montón de ruido, la gente ni siquiera sabe cantar y la acústica suele ser terrible — que tal vez no soy la persona más artística del mundo, pero me han enseñado a apreciar el arte bien realizado y… no, no voy a asesinar mis oídos en un insulto a la cultura. Tengo que tirar más fuerte de ella para que venga conmigo, que estará gorda pero sigo siendo más fuerte, así que puedo colarnos a ambos dentro del negocio, llevándonos algunas miradas de las pobres empleadas que solo quieren irse a casa a estas horas. Pero bueno, es una emergencia y tendrán que escucharme, prometo dejar una buena propina.

Al menos, son lo suficientemente rápidas como para empezar a atraer prendas bajo mis indicaciones. Estoy atajando la primera percha que se acerca levitando hacia nosotros cuando me volteo hacia Lara y su propuesta con algo de urgencia en los ojos — Por supuesto que no. Conociéndote, llegarás dentro de una hora, me quedaré como un idiota esperando y habré conseguido dos entradas para nada — que no es que desperdicie el dinero, pero… bueno, son costosas, así que sí sería un desperdicio. Atajo un par de perchas más y la obligo a estirar un brazo para empezar a lanzárselas — ¿Qué zapatos te son cómodos para usar? No puedes usar eso… — que no me lo reproche, que hasta están sucias, le veo el polvo y la tierra desde aquí. Le doy un par de empujoncitos para meterle prisa y tiro de la cortina del probador para darle espacio, cruzo mis brazos y me apoyo contra la pared en espera — Dijimos “una cita”, Scott. Hasta pensé en comprarte flores, pero conociéndote te quejarías durante toda la noche sobre no saber dónde ponerlas. ¡Y tú llegas con un enterito y las zapatillas que usas dentro de un sitio lleno de aceite! — que ni sé si son las mismas, pero creo que se entiende mi punto. Tengo que pasarme una mano por el rostro prolijamente afeitado para quitarme la irritación, pero pensar que hasta busqué no tener ni un pelo que me raspe los dedos hace que se me arrugue un poco más el entrecejo — Tengo todo calculado. La hora de llegada, la duración de la obra, la reservación del restaurante… — voy enumerando con los dedos, para que tenga en cuenta de que no podemos andar desperdiciando minutos — Y si nos queda tiempo, podremos ir a meternos mano a dónde más te guste, que me aseguré que Meerah se quede con Phoebe esta noche para poder estar solos. Sin llamados, sin preguntas, sin nada. ¡Hasta mira! — para que le quede bien en claro la gravedad, meto la mano en su vestidor para enseñarle que he apagado el teléfono. Mi lista de quejas se muere cuando asomo la cara entre las dos cortinas, buscando echarle un vistazo — ¿Alguno te gusta? Solo elije el que te quede más cómodo y vamos, con un poco de suerte no habrá fotógrafos y podremos correr dentro.
Hans M. Powell
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¡Injurias sobre mi persona!— alzo mi voz por encima de la suya, mal que me pese, tiene razón al decir que no volveré si no es al cabo de una hora, que con el conocimiento de que lo que nos espera es la ópera, me quedaré en la casa hasta que termine el partido, entonces volveré y podremos tener sus quince minutos de aburrida ópera. ¿Cómo puede ser tan prejuicioso con la música en los bares? ¿No era su hábitat natural cuando era un abogado soltero? Mi mirada es hostil cuando se mete con mis zapatillas, que agradezca que no traje las botas del trabajo, que esas son más pesadas y habrían dejado marcas imperdonables en el piso del local. —¿Por qué no? Me pondré un maldito vestido que me cubra hasta los pies, ¡nadie las verá!— aseguro, que no voy a ponerme unos zapatos con tacones que superen los diez centímetros, ese equilibrio lo hacía cuando no tenía una bola en mí que me inclina hacia adelante, a riesgo siempre de caer de cara al suelo. Cierro de un tirón la cortina del probador para mostrarle mi enfado que es espejo del suyo, y se me sube la rabia como una emoción roja por el pecho hasta la cara al oír su crítica. —Tal vez, si me hubieras invitado antes a una cita, en vez de esperar a que me pusiera redonda como una pelota de playa y a que mis pies se hinchen, tal vez podría haber venido con un vestido rojo y sandalias que me coloquen a tu altura— lo digo con desdén desde el otro lado de la tela, que corro un poco para sacar mi cabeza y hacerlo centro de mi ojos chispeantes. —Pero eras demasiado orgulloso como para admitir que te morías por tener una cita conmigo—, vuelvo a tirar de la cortina con fuerza para quedar encerrada dentro del probador.

Resoplo tan alto que espero que me escuche, y después me calmo, que no sé cuándo volveremos a tener la oportunidad de una cita que nos costó concertar por orgullo y esa supuesta indiferencia a hacer lo que todas las parejas hacen, que siempre nos hemos dicho que somos diferentes a las otras, pero una cita parecía un buen plan… ¡salvo por la ópera! ¿De verdad? ¿Llevarme a mí a la ópera? Suspiro al deshacerme de un par de vestidos de prueba porque no hay manera de que me queden y selecciono los que podrían ser, hay uno en particular que es azul eléctrico, me gusta tanto que aun sabiendo que es una talla menos de la mía actual, es la primera que me coloco cuando me deshago del jardinero y la camiseta para dejarlos regados en el suelo. —¡Hecho!— grito desde mi sitio, —Yo elegiré donde meternos mano al final de la noche—, algo bueno tiene que tener esta cita, ya que estamos. Paso el vestido por mi cabeza, con dificultad cuando tiene que pasar por mi pecho y lo logro, baja para redondear mi vientre y me queda abierta la espalda. Reviso por el espejo, me cuesta subir más de dos centímetros la cremallera. —Me siento conmovida de que hayas apagado el teléfono por nuestra cita, pero… ¿lo haces por la cita o por tu bendita ópera?—, sé que en ese lugar está prohibido que los tengamos encendidos, no habrá manera que pueda enterarse la actualización de resultados en el quidditch. Cuando mete su cabeza entre las cortinas, sigo forzando el cierre. —Me gusta este, es el que me quiero llevar— le digo, no me importa que haya otros cinco modelos levitando que dejé como posibles, ahora que me probé el azul, quiero el azul. —¿Puedes ayudarme? Sólo tienes que tirar un poco hacia arriba— le indico, girándome hacia él para mostrarle mi espalda, es apenas una cuestión de centímetros, ¿no? Si tira con suficiente fuerza puede unir los lados y levantar el cierre. —¡Vamos! ¡Entra! No serás el primero que se meta a un probador con su novia— digo como broma.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Ay, por favor… ¿De verdad vas a reprocharme ahora lo que hice o dejé de hacer hace como un año? — hasta revoleo las manos por el aire acorde a la exasperación de mis ojos, porque no es momento de sacar la lista de todo lo que pasó entre nosotros cuando ya estamos a punto de ser padres. No tenía intenciones de que nuestra primera cita sea esto, con ambos discutiendo en medio de Morgana’s como un matrimonio consumido por los años — Tú siempre dejaste en claro que no necesitábamos una cita y parecías muy contenta con simplemente llevarme a tu departamento. ¿O quieres que te recuerde cómo terminaste embarazada, en primer lugar? — que si se va a poner a echar culpas, sabe que conmigo sale perdiendo, que no me volví abogado para nada.

En lo que ella se viste no puedo evitar lanzar alguna que otra mirada a las vendedoras, que se mantienen lejos para darnos espacio pero sé que revolotean la situación porque no debe haber nada más entretenido que un par de clientes recriminándose cosas en lo que parece ser un pequeño escándalo. Suspiro con fuerza porque parece que lo de meternos mano ha calmado a la bestia, aunque tengo que hacer una pausa — ¿Qué tiene de malo la opéra? ¿Acaso no sabes apreciar el trabajo de los buenos artistas? — mucho mejor que la porquería que ella consume en la televisión todos los días, para variar — Y lo he hecho por nosotros, no quiero llamadas de emergencia de última hora. ¡Se supone que es nuestra noche! — la última, ese pequeño momento de efímera soledad. ¡Y la estamos pasando entre peleas!

No es un feo vestido, pero creo que se ha hinchado tantos estos meses que siento que su espalda no va a perdonar que se lo esté metiendo a la fuerza. Por mi seguridad, no me río cómo me gustaría y me ahorro el decirle que, si lo fuerza, parecerá un matambre enrollado — ¿Estás segura? ¿Puedes respirar? — que no voy a terminar en un hospital porque se ha quedado sin aire por caprichosa. Me adentro, sonriéndole por medio del espejo que tiene delante a causa de su broma y le doy un suave empujoncito para que se acomode, permitiéndome trabajar — El lado positivo de todo esto es que pronto podrás empezar a usar la ropa de siempre y tendremos que dejar de preocuparnos por conseguirte talles especiales — me muerdo la punta de la lengua en señal de concentración, que el cierre es muy pequeño y mis dedos son demasiado grandes para su tamaño. Cuando consigo agarrarlo, empiezo a tirar, forzando a ambos lados de la tela a juntarse — ¿Por qué no pruebas el verde botella de por ahí? De seguro te queda muy… ¡Mierda! — mascullo el insulto con una exclamación entre dientes, porque el tirón seco provoca que me quede con el cierre entre los dedos… demasiado literal, hasta cuelga un hilo y todo — ¿Crees que un reparo funcione o eso no aplica a telas? ¡Ves! ¡Te dije que tenías que probarte otro! — que lo dije demasiado tarde, ya sé, pero podemos fingir que no.
Hans M. Powell
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¿Quieres decir que tú sí puedes quejarte de mi modo de vestir por culpa de esta panza que tengo, pero yo no puedo quejarme de que hayas esperado a que tenga esta panzota?— replico, claro que se lo replico por más que la panza no sea el único motivo en que me decidí venir con lo más cómodo que tenía, ¡que no sabía que íbamos a ir a la ópera! Y si lo hubiera sabido, habría simulado que estaba enferma. Porque ir a una ópera… ¿hay alguien que puede encontrarlo entretenido? Mejor no me lo respondo, que lo tengo cerca, del otro lado de la cortina. ¿Por qué no me sorprende? ¡Y claro que va a defenderse con todos sus argumentos de abogado! ¡Claro que yo no pedí una cita! Pero… pero… si me acuerdo cuando rechacé hasta su propuesta de ir de vacaciones juntos a la misma playa donde ahora vivimos… —¿Sabes que no solo te quería para sexo, verdad?— se lo pregunto con duda, —Sí, bueno, al principio sí. Pero luego me empezaste a caer bien…— digo esto como un resumen en broma, que sabemos que pasaron tantas cosas y no solo “caernos bien” de un día para otro. —Ya, me pondré un vestido acorde. Me lo estoy probando, ¿contento? Y pide a una de las vendedoras los zapatos más planos que tengan, no sacrificaré mis tobillos.

Fuerzo al vestido a que me entre y no sé cómo hacer para contestarle si también tengo que contener la respiración para hacer un poco más plano mi pecho, como si la panza también la pudiera contraer, ¡vaya tontería! ¿Puedo usar un poco de magia para agrandar este vestido o van a prohibirme la entrada a Morgana’s por haber dañado sus diseños exclusivos? —Solo hay algo que me parece tan divertido como una ópera y es un funeral, ¿eso contesta tu pregunta? ¿Y para que quiero ir a una ópera si ya me cantaste odas?— aprovecho para burlarme, que todavía tengo la grabación en el teléfono. Tengo que concederle un punto por responder que lo ha hecho por nosotros. —Si eso no es romanticismo, yo no sé qué es…— es que no puedo dejar de bromear con cada cosa que hace, toda la situación de estar golpeándome con las paredes de un probador para que un vestido me quepa es lo que me pone de este humor, es esto o maldecir como supongo que no admiten en Morgana’s.  

¡Claro que puedo respirar! … lo necesario para vivir…— suelto, que tener que economizar aire para seguir respirando me parece bien si logro que el vestido me quede, por muy injusto que mis pulmones crean que cuide mis tobillos, pero los maltrate a ellos. ¡Pero nadie va a mirarme los pies! En cambio, no habrá manera de salvarme de un par de miradas si se me ocurre entrar a algo tan pomposo como la ópera con alguien como un jodido ministro, que encima ¡claro! ¡la mayor de las injusticias! Puede lucir un esmoquin con toda impunidad. Y que solo evoque la posibilidad de que algún día podré volver a usar mi ropa de antes hace que me lleve las manos al pecho, sobre esa tela que me aprieta demasiado el busto, y suelte un — ¡Ay, si!— tan anhelante, que cualquiera que note que Hans se ha metido dentro del probador podrá confundir. —Creo que lloraré el día que pueda volver a cerrarme el botón de una falda corta— digo, inclinándome un poco hacia delante para que ponga todo su empeño en subirme el cierre. —Y espero que entonces tengas la decencia de invitarme a otra cita—, sí, claro, dentro de dieciocho años cuando la hija que vamos a tener esté lista para irse a vivir sola. —No quiero el verde botella, Hans, me gusta el azul. ¿Qué tiene de malo el azul?— me pongo terca, que el verde también es hermoso, pero… —¡Lo rompiste!— ahogo mi grito para que no nos escuchen las vendedoras, ¡este hombre! —Eres el colmo, Hans. Sabes sacar a una mujer de un vestido, pero no sabes colocárselo. Se nota, en serio, que todo esto es nuevo para ti…— resoplo. —Ayúdame a quitármelo, ¡qué apenas me lo puse!— me quejo, girando hacia él con los brazos en alto para que intente de alguna manera, hacer que la tela pase por mi panza y no quede atorado a medio camino. — Me probaré el verde, es más hermoso— decido, aunque sea más corto y tan gorda me arriesgo a que apenas me cubra el vientre. —¿Te puedes apurar? Anda, ¡quítame el vestido! — Pese al revoleo de la tela puedo escuchar con claridad cuando se abre el probador de tirón, ¡y Morgana! ¡Ya ni se puede tener un poco de intimidad! No, pues según el código de ética de este sitio, tal como nos explica la vendedora, prohíbe que los clientes tengan sexo en el probador. —Si, bueno, disculpen, las hormonas— supongo que se da cuenta que es una burla cortante, porque ¡hola, mírame embarazada y tratando de entrar en uno de tus vestidos para nenas planas de doce años! — ¿Podrías traer el primer mantel que encuentres por ahí y solucionamos esto?— le digo a Hans. Listo, ya, me enojé.
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Hans M. Powell
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No se lo quiero decir tan gráficamente, pero por la manera que tengo de apretar mis labios hasta casi hacerlos desaparecer en el reflejo del espejo debería dejarle en claro que sospecho que, de apretarle aún más el vestido, la bebé tendrá que consumir leche en polvo — Lloraré el día en el cual pueda volver a verte en una falda corta. ¿Hacía falta llegar a esto para que no digas que salir conmigo sería solo una excusa sexual que no necesitamos?— dramatizo para molestar, que a estas alturas apenas y recuerdo otra prenda en ella que no sea las capas de ropa que ha estado utilizando en los últimos meses y sus intentos de esquivarme quedaron tan lejanos como el contrato de la casa que compramos para vivir juntos. No alcanzo a decirle que el azul no tiene nada de malo a excepción del talle, que se rompe y me veo venir el drama antes de que empiece a hablar — Mi amor— por la manera que aprieto los dientes y no parpadeo, es obvio que ese apodo viene con intenciones sarcásticas y no cariñosas — ¿Cómo pretendes que tironee de un cierre cuando es físicamente imposible? Si apretaba más, la bebé iba a salir disparada por no tener espacio — me niego a escucharla chillar por contracciones de nuevo, mucho menos en este lugar.

Creo que soy la imagen de cualquier padre de familia agotado de su mala suerte cuando cierro los ojos, tomo aire y lo largo en un pesado suspiro frente a sus indicaciones apremiantes. Hasta echo la cabeza hacia atrás y cuento hasta tres — ¡¿Podrías al menos darme un momento?! Que no es sencillo — porque el vestido tiene una tela pesada, su cuerpo no hace más que estorbar y tengo que hacerlo pasar por su vientre hinchadísimo, en un espacio reducido en el cual no deberían entrar dos personas. Eso queda aún más claro cuando la vendedora ingresa sin pedir permiso y, aunque mi primer impulso es bajar un poco la tela para cubrirla un poco, su acusación me parece aún más ofensiva que las tonterías que dice la madre de mi hija — ¿Acaso no respetan la privacidad de sus clientes en este lugar? Es vergonzoso. ¿Podrías ir a buscar unos zapatos chatos para mi pareja y avisar la próxima vez que quieras entrar al bendito probador? — solo porque no quiero darle oportunidad a que responda, tiro de nuevo de la cortina frente a su cara pasmada. Pfff, maleducados.

Con la poca paciencia que me queda, busco la varita dentro de mi saco y, con una sacudida, el vestido sale disparado hacia arriba, aunque creo que de una manera brusca que podría haberle fastidiado en el pecho. Lo único que puedo hacer es compadecerme con una mueca y le tiendo el vestido verde — Un mantel sería demasiado bajo. Vamos, levanta los brazos — de alguna manera, consigo pasarle a la fuerza la prenda, que cae sobre su cuerpo remarcando su figura ovalada. A decir verdad no se le ve mal, estoy seguro de que he visto a alguna celebridad embarazada luciendo algo parecido — ¿Ves? ¿Tan difícil era? Te ves como una deliciosa uva — le doy una palmadita en la panza y todo, aunque la sonrisa busca verse burlona. Bajo la mirada un momento y me veo obligado a tirar un poco de la tela para acomodarle el escote, que aún no acostumbro a verlo tan pronunciado por culpa de la maternidad que la ha vuelto redonda en más de un sentido — Te ves bien, Scott. ¿Jamás siquiera pensaste que tendrías que pasar por estas cosas si sales conmigo? ¿Y qué sucederá si nos casamos? ¿Jamás me acompañarás a ningún lado, ni a una gala o brindis, solo porque prefieres un funeral? Hay cosas que vienen dentro del paquete si vamos a estar juntos — ese que se verá si lo toma cuando la vendedora llama tímidamente del otro lado y tengo que abrir para ver que sostiene dos pares de zapatos, los cuales permito que Scott vea echándome un poco hacia atrás para hacerle el espacio — Tú decides — aunque lo primero que hago es mirar sus pies. ¿Cuándo se volvieron pequeñas canoas?
Hans M. Powell
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¡Ay, no! ¿Ahora que hice?— gimo, que cuando me dice «Lara» es el preludio de una bronca que va a echarme por algún problema en el que me metí, así que escucharle decir «mi amor» solo puede significar que por mi culpa hayan desaparecido tres distritos del mapa. Y no hace más que decirme una bobería por la que se gana una mirada de reproche a través del espejo. —¿Me estás diciendo gorda, Hans Powell?—, bien, usemos esa carta para zanjar el tema, que no quiero excusas sino que se ponga a trabajar para que el vestido se amolde a mi cuerpo, por las buenas o por las malas. Tendrá que ser por las malas, que en unos segundos estamos armando nuestro alboroto personal dentro del probador que la vendedora tiene la cara de interrumpir, y me sorprendo de que sea Hans quien se enoje más que yo, en vez de salirse con una disculpa a las buenas maneras de la moral, le cierra la cortina en la cara a la mujer.

No digo ni una letra porque asumo que está hasta la coronilla con el tema del vestido si es que responde así, y aguardo a que me lo quite como tendría que haber sido en un principio, con la varita esta vez lo que me indica que se lo está tomando en serio. —Podría llevarlo como una toga griega— si está visto que yo no puedo quedarme callarme por mi bien. —Y podrías meterme mano más fácil cuando te aburras en la ópera… no, para que yo no me aburra en la ópera… ¿qué opinas?—. Por estas cosas es que luego me echa en cara que no lo quiero más que para acostarme con él, que por eso estamos aquí con una panza redonda como el tercero en la habitación a causa de ese desenfreno. Una curva sobresaliente que se encarga de remarcar con una palmadita. Sí, sí, ya entendimos. —Mejor nada de manteles, ni de togas griegas. Van a pensar que soy la gorda de la ópera…— suspiro, enfrentándome al espejo otra vez para comprobar cómo se me ve el vestido y se me hace corto, en serio, la panza levantó el ruedo varios centímetros por arriba y los pechos se me están desbordando un poco fuera, que trato de acomodar cuando vuelve a hablarme. —Sí, ¡claro que lo pensé! Durante todo ese tiempo en que me dije que no me involucraría contigo porque, maldición, eras el ministro de Justicia, mi departamento era del tamaño de la sala de tu mansión en la isla, sales en las revistas y eres el plato favorito de los chismes— voy enumerando, —Sí, créeme, supe bien donde me estaba metiendo cuando al final decidí que me quedaría a dormir en tu cama—, me giro hacia él presionando mis manos contra mi escote. —Me aprieta demasiado, ¿y si me pruebe el negro? El negro disimula todo…— sugiero.

No alcanzo a probármelo porque la vendedora está de vuelta con los zapatos que le pedimos, y para que mentir, son bonitos. Si estos que son planos son así, no me imagino los otros. Puedo de lejos escuchar el chillido de emoción de Meerah, que es la que sabe de esto, en mi caso soy la chica que se la pasa la mayoría de los días del año con las botas antideslizantes que debemos usar en los talleres así que un zapato es un mimo ocasional, que hace bien al alma de vez en cuando, estoy de acuerdo con eso, de ahí a… —¿Qué decida qué? ¿Entre los zapatos o si te acompañaré a ti en vez de irme a mi divertido funeral?— pregunto, con mi mirada limpia de acusaciones, es una duda real, para la que yo tengo la respuesta. Me volteo hacia él para alisar la solapa de su saco con una mano y después uso ambas para sostener las puntas de su moño, así puedo acercarme a él, panza de por medio. —Dices de quedarme en la casa como la refunfuñona que soy, enemiga férrea de las óperas, y dejar que tu… vestido así… andes suelto y causando alboroto por todo el Capitolio, ¡jamás!— elijo tomarlo como una broma, sonrío contra sus labios al besarlo brevemente, y lo suelto para poder ocuparme de los zapatos que la vendedora nos dejó para volver a lo suyo, que creo que la petición de intimidad se la tomó en serio. —Entonces… si me convierto en Lara Powell, ¿eso es lo que tendría que hacer?— pregunto, la sonrisa todavía tirando de mi boca, —¿Óperas? ¿Galas? ¿Brindis?—, me siento en el taburete que está dentro del probador a esperar que me pase los zapatos para poder ponérmelos. —¿Ser una esposa trofeo? ¿Ser algo así como… una Ophelia Hamilton?— no pierdo el tonito de humor en mi voz, por despectiva que suene al hablar de la chica que da nombre a nuestra perra. —Siempre supuse que cuando hablabas de que te hubiera gustado casarte con una mujer con quien llevaras años de conocer, así ordenado como eres, tendría que ser una rubia alta que se conozca todas las óperas y que salga en las revistas por las fundaciones de beneficencia que sostiene con las amigas—. Y mientras tanto yo, con Rose, pasándonos artículos sobre la vida sexual de las parejas durante el embarazo.
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Hans M. Powell
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Podría o no estar diciéndole gorda, quizá nunca lo sepa, porque me niego a contestar algo como eso. Me centro en los temas obviamente más urgentes, como su rechazo a la idea de un espectáculo de calidad como Merlín manda — Por tentadora que sea la idea, sería un poco riesgoso meterte mano ahí dentro — que vaya a saber quienes podrían estar mirando. Permito que se aprecie en el espejo, aunque con las cosas que dice me deja bien en claro que “apreciar” no es el término correcto y lo único que puedo hacer es quedarme callado en espera de una decisión que cada vez se hace más lejana. ¿Cuántos minutos nos quedan? — Es bueno saber que te hacías una idea. Ahora… ¿Puedes aceptarla con un poco más de entusiasmo? Porque me haces sentir que te he engatusado para que aceptes todas esas condiciones — se me van los ojos al modo que tiene de apretarse el pecho y creo que podría reírme, pero como llega de nuevo la vendedora, no tengo oportunidad ni de eso ni de hablar sobre su vestido negro.

Le lanzo una mirada cansina, creo que estoy siendo un poco obvio con respecto a mi apremio para que pueda escoger un vestuario decente así nos marchamos de aquí, pero ella decide tomarlo para el otro lado. No digo nada porque me veo jalado hacia delante por sus manos, tironeo mi boca hacia un lado al sonreírme por su inesperado elogio que culmina en un beso fugaz — Hablaba de los zapatos, pero es bueno saber que no me peleé con el moño por nada — que es una mentira, porque hace tiempo he desistido de saber cómo armar estas corbatas en particular y he usado la varita, que para algo la tengo. Acabo por acomodar la cortina para que volvamos a tener intimidad y me giro para chequear si puede o no inclinarse para probarse el calzado, pero me encuentro con una resolución que no me estaba esperando. No lo había pensado en detalle, siempre que hablamos de las posibilidades de formar algo juntos tiendo a separarlo de lo que es mi vida profesional, pero al fin de cuentas sé bien que no tenemos la misma idea de cómo pasar nuestro tiempo libre. Las cenas de etiqueta y todo lo que eso implica son moneda corriente en mi mundo, si ella quiere estar conmigo debe comprenderlo. Aún así, me armo de paciencia cuando me acerco, ignorando el venenito de sus palabras finales para no hacer de esto una pelea infantil.

Le quito las zapatillas para serle de ayuda y evitar que se incline con la panza, tomo uno de los zapatos y me preocupo en colocárselo, lo que me mantiene entretenido al hablar — Si te soy sincero, es lo que todo el mundo esperaba. Me han presentado muchas hijas, sobrinas, nietas… ya sabes. Copa en mano y conversar un rato porque “de manera casual” tenían que hablar con alguien más para dejarnos solos. Siempre ligadas a banqueros, políticos, abogados, ese palo. Y sí, ellas habrían sido más predecibles y no me harían salir corriendo a comprar un vestido de urgencia antes de ir a una ópera que de seguro ya habrían visto — cuando coloco su zapato, tomo su talón con cuidado para alzarlo un poco y mostrarle el resultado. Arqueo mis cejas en su dirección pidiendo una aprobación — Pero no me gustaban, jamás me provocaron absolutamente nada. Me gusta el caos que tú eres, Scott. Eres el perfecto desorden en mi organizada vida y te amo por eso, pero… — sí, siempre viene esa parte. Bajo su pie con cuidado para poder pasar al siguiente — No quiero que seas una esposa trofeo, quiero que seas mi compañera y si yo voy a soportar tus malas series, que tengas modelos mecánicos o manches la sala con tus botas… ¿Por qué no podría presentarte como mi acompañante las noches en las cuales lo necesite? ¿Qué seré? ¿El sujeto que tiene a alguien en casa, pero que va a la gala con su asistente del brazo? Y si quisiera presumirte no podrías culparme, que me encantaría que todos pudieran ver a la increíble y bella mujer que llevo conmigo porque pensó que yo valía la pena — me atrevo a bromear con un movimiento travieso en mis cejas y acabo con sus zapatos. Sin esperar respuesta, estiro el brazo y le enseño la prenda que ella ha señalado antes — ¿Quieres probarte el negro, entonces?
Hans M. Powell
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Que se joda el mundo, siempre en contra. Bufo muy ruidosamente al imaginar lo que habrá sido ese desfile de hijas, sobrinas, nietas, las veo a todas ellas como modelos de pasarela en verdad, con sus piernas larguísimas y algunas hasta más altas que Hans, eso seguro. Mi prejuicio hacia ellas es tan fuerte que me caen mal sin conocerlas, y saber que son las mujeres que llenan las butacas de la ópera, ¡olvídalo! Arrugo un poco mi ceño con mi mirada puesta en sus manos que van guiando mi pie dentro del zapato, cualquier comentario malicioso que pudiera venir después hacia esas mujeres imaginarias muere en mi boca. No me está engatusando, antes lo hubiera creído, cuando a cada palabra que decía le daba la vuelta de un lado y del otro buscando que tan sincero había sido, porque no me lo creía posible. No podía creer que aceptara todo el desastre que soy también fuera de la cama, que pudiera gustarle algo así que no encajaba para nada con todo lo que es y a lo que estaba acostumbrado. Todas esas madres, tías y abuelas van a odiarme, me van a empujar por las escaleras de la ópera, yo lo sé. Mi mirada se enternece por lo dicho, no lo puedo evitar, creo que estoy a punto de decirle algo en respuesta y entonces lo hace, me obliga a poner los ojos en blanco. —Tienes que parar de decir pero cada vez que dices te amo, estoy yendo confiada hacia ti y de pronto me golpeo con un muro que no vi— suspiro, probando qué tan cómodo me queda el primer zapato.

Froto con mi mano la punta del zapato y vuelvo a rodar mis ojos por ese reclamo que se ha apuntado en alguna parte para echármelo en cara ahora. —No es lo mismo, yo también tengo que aceptar tus manías dentro de la casa— recalco, que entiendo todo lo demás, no los puntos de los que se prende como argumento. —Esto tiene que ver con lo que sucede fuera, ¿acaso te arrastré a algún partido de quidditch? Hoy juegan los Augureys y bien que podría haberte pedido que la cita fuera ahí, pero no. No te dije tampoco para ir un bar underground, ni que ensucies tus zapatos metiéndote en los lugares en los que trabajo. ¡Y disfrutas de esas series! Luego siempre me estás preguntando lo que no te quedó claro…— refunfuño, no me dura porque enseguida estoy parada sobre mis pies y hago uso de todo lo que me permite mi poca altura para pararme frente a él, desafiando su mirada. —¿Y no puedes ir solo? ¿Tengo que ser yo o una de tus secretarias que se preguntan si volverás a caer en el cliché?eso ha salido tan venenoso hasta para mí. Coloco mis manos en sus hombros y maldición por estar condenada a zapatos planos, las llevo hasta su cuello para acercarlo y que su boca quede sobre la mía para poder besarlo un poco más lento. —También inteligente, talentosa y con un gran sentido del humor, que no se te olvide si vas a presumir a esta mujer que creyó que valías la pena y una ópera— murmuro, soltándolo para poder probarme el vestido negro luego de asentir con la barbilla y luego de otro par de forcejeos más, puedo sentir como la tela más liviana que las otras simplemente se desliza por mi cuerpo y no es un mito que el negro, siempre, siempre es la mejor opción.

Me miro un momento en el espejo del probador y lo tomo de la muñeca para sacarlo de ahí. Los vestidos en el perchero nos siguen levitando hasta el mostrador donde están expuestos varios labiales, tomo uno de los más parecidos a mi tono de piel, un poco más oscuro y me lo pruebo delante de un espejo circular que tienen allí. —Este también— se lo indico a las vendedores, que todo lo que compramos me lo llevo puesto y creo que una de las mujeres está guardando mi jardinero y las zapatillas dentro de una de las bolsas de Morgana’s para que pueda llevármelo así, que honor. Paso mi dedos por mi cabello desde mi frente hacia atrás para agitarlo y que se reacomode a su manera, tendrá que ser así porque no tengo nada para esmerarme más. Y creo que eso es todo hasta que colocan otra bolsa de Morgana’s delante de nosotros, con una gran sonrisa, porque al parecer somos la pareja número cien en comprar este año y nos dan un regalo exclusivo de la marca. No es hasta que salimos a la calle que saco las camisetas, una negra que dice BET TOGE y la otra blanca con un TER THER. —¡Por favor!— me largo a reír en plena acera, —Ya tenemos nuestras camisetas para cuando toque bañar a los perros. ¡No! ¡Cuando toque cambiarle el pañal a Mathilda!
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Hans M. Powell
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¿Y acaso me preguntaste si quería ir a ver un partido de Quidditch contigo? — la atajo, mis cejas se arquean en señal de su pequeño error — No. Que no sea bueno con las escobas no significa que no pueda disfrutar desde las gradas, si eso es lo que quieres — al resto no le voy a discutir, porque creo que podríamos pasarnos horas debatiendo sobre lo insalubre de los bares que menciona, en especial para alguien en su condición. Lo único que puedo hacer, como el adulto maduro y completo que se supone que soy, es rodar los ojos y masticarme los labios en obvia frustración — ¡Lo hago para al menos entender qué es lo que va pasando! Que si no las tengo a ti y a Meerah lloriqueando frente al televisor sin entender nada… — como si en verdad fuese importante, pero al menos puedo participar de la conversación, por más banal que sea. ¿Cuándo fue que acabé viviendo con un mar de hormonas sentimentales como lo son una adolescente y una embarazada?

Siento lo amargo de esa frase, lo suficiente como para que mi única respuesta sean una mirada helada y una mandíbula apretada. Ni siquiera correspondo con ánimos el beso que busca en mis labios, tengo el infantil impulso de echarme hacia atrás aunque me contengo, tratando de parecer un poco más desinteresado — Se suponía que todo eso entraba dentro de lo “increíble” —  contesto nomás, tengo que hacerme a un lado para que ella tenga espacio y solo doy mi ayuda acomodando algunas partes de la tela que no han pasado del todo bien a la primera. Mi silencio acepta que, por fin, sea momento de marcharnos de aquí cuando parece que la discusión ha terminado; tal vez me quedo unos segundos extra en el probador para recordarme que debo tranquilizarme y no tomarme nada de esto a la tremenda. Al fin de cuentas, todas las parejas discuten y están lejos de coincidir en todo, eso espero.

Pero soy un ente mudo en lo que ella se decide por un pintalabios y ni siquiera chequeo el precio cuando tiendo la tarjeta, dispuesto a que nos marchemos de aquí lo más rápido posible. Lo que no comprendo es de dónde sale esa bolsa de regalo, no puedo evitar preguntarme si es para que ninguno presente una queja después de haber sido interrumpidos en el probador. Tengo que forzar una sonrisa para dar las gracias hasta que salimos nuevamente por la puerta, no puedo contenerme y tironeo de una etiqueta del vestido para arrancársela, así que me demoro un segundo en ver qué es lo que tiene consigo — Ay por favor… ¿Hay gente que se pone eso? — tomo una de las camisetas y la coloco sobre mi torso, midiendo que el tamaño sea adecuado para mi cuerpo en lo que suelto una vaga risa —  Que Meerah no se entere o jugará al soborno con nosotros. O mejor: las quemará — que ya suficiente material le damos para la exasperación. Lejos de entretenerme con esta tontería, lanzo la remera dentro de la bolsa y tiro de ella para que podamos volver a cruzar la calle, que a juzgar por la cantidad de gente en la puerta, todavía tenemos algo de tiempo —  Si te portas bien, te dejaré que te pongas esa camiseta luego y te regalaré flores junto al farol de una plaza — creo que ni hace falta aclarar que estoy bromeando.

Parece que la noche se encuentra concurrida, tengo que sujetarme a su mano en lo que consigo que nos dejen pasar sin detenernos a saludar a nadie, lo cual siempre es un milagro cuando la mayoría de las personas alguna vez te ha pedido algún favor aunque sea en una fiesta. Lo bueno del camino hasta el palco es que no todo el mundo lo toma, ni escucho al pobre sujeto que nos guía hasta nuestros asientos y se retira dejándonos en la soledad de un sitio lateral al escenario, lo suficientemente cerca como para ver la puesta en detalle. Con un gesto le ofrezco que tome asiento, lo que me da permiso a acomodarme a su lado — El sujeto de allí… —  señalo con algo de disimulo al palco de al lado, donde hay un hombre calvo abusando de la oscuridad de la privacidad — Es el presidente del banco central. Y la que está con él no es su esposa — se me curva la boca en una sonrisa divertida y me acomodo en el asiento, agitando un poco el saco —  ¿Crees que podrás sobrevivir un rato a los cantos de....? —  tomo el programa que el acomodador dejó para nosotros y busco el nombre de la artista principal —  … Anna DiDonato. Siempre puedo cantarte yo, pero creo que no tiene la misma gracia. Y podemos pedir algo para comer o beber… —  pero me voy callando, porque las luces bajan lo suficiente como para dar paso a los aplausos a la orquesta.
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¿Lo harías? ¿De verdad?— digo y no me siento culpable de preguntárselo, que me respete la duda de si haría algo así porque estoy hablando de las gradas donde habrá un montón de personas saltando, agitando sus cervezas, tocando trompetas e improvisando canticos, y por supuesto, yo estaré cantando también el himno de aliento a los Augureys. Decir que lo haría para ganar la pelea es fácil, pero me muerdo la lengua antes de poner entre nosotros la obligación de ir otro día al estadio, porque esta noche es tiempo prestado que tenemos antes de que la nazca la bebé y ¡estoy embarazada, por favor! No estaré saltando entre fanáticos. Me guardo mis comentarios, así como él parece guardarse otros, pero no todos los que deberíamos, porque en meses de besarlo sé notar cuando hay una diferencia en su respuesta por algo que he dicho y que no le ha gustado del todo. No sé tan bien como él equilibrar una pulla con un halago. Y tal vez sea yo la que tenga más arrebatos de enojo, pero se pasan rápido, los suyos punzan más profundo. No dice nada cuando las vendedoras nos entregan las bolsas, ni un comentario más, sé lo que implica ese silencio y lo dejo ser. La ironía de que ha conseguido lo que quería, porque salgo del local con una apariencia al menos un poco más aceptable para sus estándares, pero también encontró otro motivo para enfadarse, como si fuéramos una lista interminable de razones por las que chocar con el otro. ¡Y a nosotros nos regalan un par de camisetas que van a juego! —¡No la arrugues así! ¡Es de Morgana’s!— me río fingiéndome preocupada por la tela, ignoro lo que dice de que mejor sería que las quemen, puedo pedirle a Meerah que las readecue al tamaño de los perros si no las quiere.

Pongo los ojos en blanco por la escena ridícula que me pinta. —¿Qué sería portarse bien? ¿Saludar con una sonrisa? ¿No distraerte de la ópera tocándote? ¿Quedarme despierta hasta el final?— voy enumerando las posibles normas de buena conducta dentro del edificio sagrado de la ópera, como si estuviera a cargo de instruir a una niña. No sé si es que hemos llegado tarde, pero no nos detenemos a sociabilizar con nadie y eso es bueno en dos sentidos, porque si llegamos tarde, son menos minutos para soportar la tortura, también nos salvamos de tratar con gente. El palco que ocupamos me hace arrugar un poco mi expresión, ¿en serio hace falta…? Suspiro para mí, acomodándome en mi silla, y desde ahí trato al menos de admirar el lujo del escenario. No tengo nada contra estos edificios, en realidad. Sí lo tengo contra su gente que me provoca algo así como urticaria y por instinto me rasco el brazo. Lo que me dice Hans es como… ¿ves? Esta es la gente que concurre a estos lugares y, vaya, ni siquiera con su esposa. Mi mirada al quedarse fija en la cara de Hans trato de que no revele nada, tengo en la garganta el comentario de «debe ser su asistente» y hacer que se choque con sus propias palabras, porque si un hombre se presenta a un lugar así concurrido con alguien que no es su mujer, todos y el primero lo que hacen es asumir cuál es la categoría de esa mujer. Pero ya me supo amargo hacer esa insinuación que no es real a nuestra situación, no voy a hacerlo pasar dos veces por mi garganta. Así que hago el comentario vago de: —No seas chismoso, si a ti no te molesta, tampoco te incumbe.

Me fijo en el programa que nos dieron y encuentro el nombre de la cantante al mismo tiempo que lo lee él, y no tengo idea de quién, la lista de canciones de mi teléfono están lejos de tener a una Anna DiDonato. Respiro hondo para soportar el martirio que se viene cuando la orquesta empieza a sonar, que no es mala música, no, hay un punto en que hasta me emociona y al siguiente decae terriblemente porque me distraigo con mis propios pensamientos, todo lo que escucho hace que me vuelva cada vez más ensimismada, tanto que en algún punto cabeceo, porque la voz de Anna lleva temblando en una nota desde hace rato y mi bostezo es tan hondo que tengo que tomar la muñeca de Hans para comprobar la hora en su reloj. ¡Y PASARON DIEZ MINUTOS! Merlín, las torturas medievales eran más clementes. —Tengo que ir al baño— susurro, deslizándome fuera de la silla y saliéndome al pasillo para ir caminando lento hacia donde identifico como el baño, para demorarme todo lo posible al lavar mis manos y silbar lo que sea que cambie un poco mi humor. Para cuando vuelvo a sentarme al lado de Hans, toco su codo. —¿Ya mataron a la protagonista? Pobre, se escuchaba lo mucho que sufría cuando cantaba, yo también sufría con ella…— trato de bromear, decidida a hacer el colosal esfuerzo de quedarme la siguiente hora quieta en mi lugar. Cuando giro la muñeca de Hans en mi dirección una vez más apenas si pasaron quince minutos. —Tengo que ir al baño a espabilarme— murmuro en su oído, y se me ocurre una idea, —a menos que…— deslizo la mano que sujeta su muñeca a su rodilla para ascender hasta su muslo en una caricia lenta y creo que podrá entender mi intención pese a la poca luz, que más bien juega a nuestro favor.
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Hans M. Powell
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Que lo dude debería ser ofensivo, así que hago todo lo posible para mantenerle la mirada con el orgullo que soy capaz de traer conmigo, que no tiende a ser poco — Claro. Mi vida no se basó siempre en oficinas, Scott — si ella quiere ser prejuiciosa conmigo, que lo sea, no va a llegar muy lejos. Y ya, tengo que dejar de ser tan venenoso, que sé muy bien que si seguimos por ese camino la noche terminará mal, no importa cuánto intentemos fingir que estamos bien. ¡Que no pienso hacer de nuestra primera cita, una de reconciliación! Aún así, ni me molesto en preocuparme por las camisetas que tendremos que arrastrar como las parejas de los anuncios y solo me encojo de hombros ante sus dudas, que ya debería saber muy bien lo que incluye el portarse bien dentro de un teatro distinguido. Sino… ¿Cómo le enseñaremos entre lo correcto o incorrecto a la niña por nacer?

Con una expresión que intenta ser inocente, me volteo hacia ella y apoyo una mano en mi pecho cuando indirectamente me trata de entrometido — No me molesta ni me incumbe, solo te lo compartía como dato curioso. Es algo normal, la verdad. Muchas de estas personas esquivan la idea del juramento inquebrantable porque saben muy bien en qué ámbito se mueven — uno donde el dinero siempre abre las puertas y más de un par de piernas, tanto a favor de los hombres como los de las mujeres. Dudo que le sorprenda, al fin de cuentas trabaja en un sitio rodeado de gente así y me ha escuchado hablar de una fiesta o dos. Al menos me salvo de que me haga cantar y podemos centrarnos en la música, que es lo suficientemente envolvente como para hacer que el asiento parezca vibrar y mi estómago sienta el reflejo de esa emoción. Me acomodo con un codo en la butaca y sostengo así mi mentón, ni siquiera me inmuto cuando siento que se mueve pero sí lo hago cuando la veo alejarse. Con un bufido, me hundo un poco más en el asiento y trato por todos los medios no ponerme a chequear al público. Sé que está en su última faceta del embarazo y la posición del bebé hace que tenga que ir al baño continuamente, así que intento no irme por los malos pensamientos… no, ahí están.

Para cuando oigo de nuevo su voz, subo la mirada con un gesto que intenta mantenerse tranquilo, incluso cuando siento la cabeza pesada por culpa de todo lo que he podido maquinar en cinco minutos — Quizá debas esperar a que termine el primer acto — sugiero en tono paciente. Es cuando tengo intenciones de al menos pasar una mano para tomar la suya que vuelve a anunciar que busca retirarse, así que me giro hacia ella con algo más de brusquedad — ¿Espabilarte? — la reto a decirme en toda la cara que esto es un fracaso, que lo haga si quiere, porque ya me he dado cuenta. Me distrae un poco el toque de su mano y, por tentador que sea, miro hacia un lado para chequear que el palco más cercano no tenga visión de lo que nosotros hacemos justo detrás de la cortina que bordea el nuevo. Al parecer, el señor banquero y su acompañante están bastante entretenidos, así que no van a fijarse en nosotros — No puedo simplemente… — le susurro y hago el gesto de desabrochar el pantalón y dar por aludida la cuestión — Y creo que no sería muy disimulado que te suba el vestido para meterte la mano. ¿Realmente no puedes esperar un rato? No sé cuantos actos sean, pero quizá en alguno de los intervalos… — con la poca luz, me acerco el programa a la cara para tratar de visualizar algún indicio de cuándo tendremos un descanso, pero creo que no puedo hacerlo sin al menos un poco de iluminación — No quiero sonar amargo, Scott, pero tenemos sexo todo el tiempo. ¿Vamos a usar el palco para algo que hacemos normalmente en nuestra casa? ¿Tienes idea de lo mucho que gasté en…? — el chistido del palco de al lado hace que me calle, por lo que asumo que debí haber empezado a subir el tono de mi voz. Doblo el programa con los labios prensados y lo guardo dentro de mi saco — Ya, no importa. Si no quieres estar aquí, nos iremos. No voy a soportarte dos horas con excusas de lo mucho que necesitas ir al baño como si tuvieras cinco años y buscaremos algo “más divertido” para hacer. ¿Tienes alguna idea? — y sí, quizá he sonado como alguien consumido por el hartazgo, pero suele suceder cuando vienes picado. Sin más, me enderezo en el asiento en mi amago a levantarme y le señalo la puerta con un brazo, alzando las cejas. Al fin de cuentas, era lo que quería… ¿No?
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Podía dejarlo ahí, en que me estaba compartiendo un «dato curioso» que no me interesa ni me aporta nada, al que podría haber contestado «sí, claro», tan sarcástica que me habría ganado otra mirada de reproche de su parte, pero es lo que dice después que me deja uno, dos, tres minutos haciéndolo centro de una mirada de mi parte que lo atraviesa de lado a lado, no es un grito ni un puñetazo en el pecho, va acompañado de un mutismo terco de mi parte. Porque, bien, no voy a señalar que el ámbito del banquero es su mismo ámbito. Ni tampoco voy a apuntar que el banquero no es el único que elude juramentos inquebrantables, ¡ah, ahora entiendo! Es por el ambiente. El maldito aire del ambiente. Fuerzo una sonrisa tan tensa que impide que mi boca module el comentario mordaz que tengo atragantada en la garganta, me lo paso con dificultad y no digo nada. No voy a rebuscar entre sus palabras algo con lo que acusarlo para que después venga a decirme que me estoy prendiendo de nada, que él no es el banquero y que soy yo quien está sentado con en el palco, por eso hago el esfuerzo, en serio lo hago, de mantenerme sentada en mi lugar.

La necesidad de ir al baño no es algo que pueda reprocharme, es un mal hábito repetitivo desde que estoy embarazada, y me da la excusa para escaparme una primera vez del palco. Pero, ¿para qué mentirle? Podemos quedarnos con otro recuerdo memorable de la ópera, además de la voz de Anna DiDonato. No sé por qué esperaba que aceptara, de pronto este lugar que es de los sitios habituales que frecuenta cuando es él mismo y no conmigo, parece ser un templo que no se puede corromper, y de mala gana vuelvo a acomodarme en mi asiento, golpeando el respaldo con mi espalda y devolviendo mis manos a mi regazo, en una clara postura de que estoy montando una rabieta. —Déjalo, iré al baño a echarme agua a la cara— mascullo, estoy a punto de hacerlo, de ponerme de pie para salir del palco otra vez cuando un chistido del palco vecino nos manda callar y eso me enoja aún más, no voy a ponerme a contar cuántos se están metiendo mano ahora mismo, no me interesa, porque el único que me interesa es quien abandona su asiento, ¡y menudo sacrificio! Decide que nos vayamos si es que no puedo estarme sentada, me tienta bastante decirle que no, que voy a quedarme hasta el último acto, sólo por llevarle la bendita contraria, pero sé que no es humanamente posible para mí.

No le contesto, abandono mi asiento y salgo del palco esperando a que me siga si es va a hacerlo. Me molesta que estos zapatos además de planos, sean silenciosos, porque no puedo irme remarcando mis pasos como me gustaría, sino que es una retirada silenciosa de la que solo se percatan los acomodadores. Uno está a punto de preguntarme si necesito algo, lo puedo ver, y creo que mi mirada fulminante le deja bien en claro que no, por si las dudas mis brazos se cruzan por delante de mi pecho es otro indicador. Sigo caminando poniendo toda la distancia posible con la voz de Anna DiDonato que sigue resonando en alguna parte, hasta que me encuentro en los escalones de salida y recién entonces me volteo para ver si Hans me ha seguido. Tiene tres segundos para aparecer por la puerta o me iré, uno, dos… —¿Una cena?— sugiero, —Al menos una cena creo que es algo que sí podemos hacer en lo que no estemos en desacuerdo, ya que los dos comemos— lo digo, y lo hicimos antes, apostemos a por lo seguro, porque cuando se trata de nosotros, hacer apuestas improvisadas puede salir mal. —Habrá algún lugar de comida rápida por aquí cerca—. ¡Merlín! ¡Dime que una hamburguesa no dará motivo de pelea!
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Hans M. Powell
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Ahí va, el berrinche infantil que veía venir como un tren a toda velocidad. Tengo que tomar aire, recordarme por qué estamos aquí y lo mucho que la quiero cuando no es una caprichosa antes de ponerme de pie, lo cual creo que me toma más tiempo del normal porque ella ya se ha marchado. La mirada que le lanzo al escenario es de mera disculpa para conmigo mismo, como si lamentase de no poder quedarme a ver lo que sucederá y tendré que dejar que sean otras parejas las que disfruten de la noche. Paso por los pasillos vacíos del teatro hasta dar con su figura, lo primero que me ataca es su pregunta y ¡bien! porque es lo que tenía planificado hacer después de que dejásemos este lugar. El problema recae en el detalle que hace que apriete mis labios y cierre mis ojos — Bueno… — murmuro — Resulta que ya he hecho una reservación a unas pocas cuadras. En Paracelso — algo me dice que ya puedo ver su expresión si conoce el lugar, es uno de esos sitios que están muy lejos de ser catalogados como un “restaurante de comida rápida”.

¡Pero que se queje! Me paro todo lo alto que soy para retarla a hacerlo, que al menos yo me tomé la molestia de planificar una noche que, sorpresa, parece ser que no es ni será de su agrado. ¿Acaso no podría haberme dicho lo que le gustaba hacer en estos casos? ¿No le dije mil veces que no sé lo que es tener una cita? Me guié por lo único que conozco, anécdotas de amigos, consejos de una niña de trece años y el cliché de lo que siempre me han vendido como uno de estos eventos. Sí, quizá es lo que me han dicho que haga con otro tipo de mujer, era el plan perfecto para invitar a una Ophelia Hamilton, tal y como ella lo ha dejado en claro. ¿Pero qué voy a hacer? ¿Cambiar todo de mí para agradarle a una persona que ya debería haber aceptado quien soy? No hay secretos entre nosotros… al menos no tantos como antes.

Mira el lado positivo, puedes pedirte una hamburguesa y está solo a dos cuadras de aquí — intento consolarla, busco el tono más conciliador posible y alzo mis manos en el gesto de una persona que está tratando de domar a un dragón — Le pedí a Josephine que haga las reservaciones, no debería haber ningún problema si llegamos un poco antes de la hora pactada — si lo hay puedo hacer un pequeño soborno, pero creo que no es momento de decir algo así — No habrá música ni nada extraño. Solo nosotros, un balcón y toda la comida que quieras comer. Podemos hacer eso, ¿no? Después prometo no ponerme el esmoquín en toda la noche en cuanto volvamos a casa pero, por favor… — por todos los cielos, no puedo estar tan desesperado por un poco de paz — Es solo una cena — en gesto de buena voluntad, le tiendo el brazo para que lo tome, encarando con mi cuerpo hacia la salida. Si sobrevivimos a esto, voy a darnos un nuevo voto de confianza.
Hans M. Powell
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Paracelso— repito, mi boca queda entreabierta por no poder decir algo más que el nombre del restaurante. Tengo la necesidad urgente de buscar de nuevo un espejo para comprobar si el vestido es el adecuado o deberemos ir a Morgana’s una segunda vez esta noche. ¿Por qué no me sorprende que después de la ópera venga un restaurante de lujo? Sus platos están casi la mitad de mi sueldo, ¡hombre! Está atentando contra mi independencia femenina, no puedo ir ahí y proponerle que repartamos los gastos por la mitad. Son un montón de pensamientos los que se me vienen de pronto, debe ser por eso que no hay una cara definida que pueda ver, soy yo boqueando por un poco de aire. Seguro que el banquero y la mujer que lo acompaña, sea quien sea, también irán a Paracelso después de que Anna DiDonato termine de cantar, sigue siendo el ambiente del que hablaba Hans, ese que es el suyo y en el que me siento tan fuera de lugar, porque… ¿qué diferencia hay entre comer una hamburguesa aquí a dos cuadras a hacerlo bajo una araña de luces con violines de fondo?

Tengo una queja en los labios, pero se para todo lo alto que es delante de mí y respiro hondo para no irme hacia atrás, levanto la barbilla lo más que puedo para encontrarme con sus ojos. ¿Siquiera me ha visto? Está llevándome a todos los lugares que le gustan a él, que hacen una cita perfecta para él, no eligió ninguna de estas cosas para mí. — Hans…— mi voz queda por debajo de la suya, que busca un nuevo entendimiento así que me trago mi replica. Hice reservaciones para cenar, compró entradas la ópera, lo que no puedo criticarle es que se tomó esto en serio, puedo tratar de entenderlo como que se mueve por lo conocido. Es Hans, claro que se va a mover por lo que conoce, lo que puede controlar, lo que es todo debidamente ordenado. Está marcando los tiempos que es una cita ideal según algún manual de hace cinco siglos, en que todo tiene que ser lo más elegante y lujoso posible, cuando todo es una gran, costosa excusa, para estar con alguien. Apoyo mi mano en su mejilla que se siente más lisa y la acaricio con mi palma al soltar un suspiro, no hago el intento de besarlo como tregua de paz porque no creo que resulte. —Ya me puse un vestido caro y zapatos a juego así que al menos me queda impresionar en Paracelso— accedo con una sonrisa. —Puedo hacerlo, tampoco soy una salvaje— ruedo mis ojos. Mohini me enseñó a usar los cubiertos, de eso puede quedarse tranquilo.

Lo retengo por su brazo cuando lo cruzo con el mío, antes de que nos marchemos trato de que se gire una vez más hacía mí y vuelvo a sostener su rostro con una mano para que me mire, me mire de verdad. —Hans, veo que te esforzaste en esta cita y sé que el dinero no es problema para ti, pero…—, siempre está el maldito pero, como esa palabra entre nosotros de lo que es y no es, que denota lo confundidos que estamos en casi todo lo que tenga que ver con lo que somos y hacia donde nos movemos. — Solo soy yo—. No lo sé, tal vez es mi culpa. He cedido parte de mis espacios para poder compartir los suyos, he silenciado partes de mí porque son las que nos expondrían, no es tiempo y soy responsable de otra vida que no es la mía como para no medir las consecuencias de lo que digo o lo que hago, pero al final de todo sigo siendo yo. —Y me gustas tú, solo tú. Sin el esmoquin y no porque te quiero desnudo, que el esmoquin te queda bien, eres un gusto a los ojos, sino tú… por debajo de todo esto y todo lo caro, presuntuoso que puedes ser. Cenaré contigo donde sea, también en una esquina debajo de un farol, porque es contigo con quien quiero estar. ¿Puedes verlo?— pregunto, y no espero demasiado a que formule una respuesta, tiro de su brazo para que echemos a andar hacia el restaurante, que si está a dos cuadras podemos ir caminando o como sea, busco su mano para tomársela así puedo ir con él de la manera en que quiera.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Ni siquiera sé si el modo que tiene de pronunciar mi nombre va ligado a una reprimenda o a un breve segundo de comprensión. Soy víctima de la incomodidad más sincera, no por ella sino por mi propio juego, no muy seguro de hacia donde caminar ahora mismo. No soy fatalista, creo que todo el mundo tiene una mala noche, pero hay veces que uno simplemente no puede ignorar lo obvio; si no podemos compartir lo mas básico que tenemos, tendré que acoplarme a cosas nuevas y no tengo idea de cómo puede resultar. Para mi sorpresa, la caricia que me regala funciona como un tranquilizante, me veo incapaz de no devolver esa sonrisa vagamente tímida y alzo una mano para acariciar la suya, esa que reposa en mi mejilla — La próxima tú elegirás el lugar. Gracias — lo siento de verdad, que no me creía capaz de seguir discutiendo. Son solo unas horas a sobrevivir, nada más.

Pero mis intenciones de salir del teatro se ven frustradas por el modo que tiene de retenerme, se gana una mirada inquisitiva en lo que se demora a hablar. No puedo evitar suspirar cuando se da a entender y tengo que desviar la mirada hacia la puerta, con un asentimiento de la cabeza porque tomo lo que dice, de verdad lo hago. Creo que sujeto la bolsa de Morgana's con demasiada fuerza en mi mano libre, como alguien que tiene que sobrellevar una reprimenda — Pues esto es lo que soy, Lara — enrosco sus dedos con sumo cuidado en lo que cruzamos la salida, de regreso a una vereda vacía en vista de que todo el mundo se encuentra ahora mismo en la función. Uno de los sujetos de seguridad nos despide amablemente, gesto al cual apenas respondo por mera cortesía — Verás, me he criado en un ambiente muy similar. Cuando era un niño, la idea de una cita era una cena en un buen sitio y con el tiempo... bueno, solo lo fui confirmando. Cuando no estoy contigo hago estas cosas. ¿Y sabes hace cuánto no pisaba un teatro? — por la manera que miro a su barriga, delato que he cambiado esa actividad por noches en su compañía desde que el embarazo la volvió alguien recurrente en mi rutina.

Lejos de sentirme desgraciado por ello, he aprendido a acoplarme todo lo que puedo. Pero hay veces, estoy seguro de que también le sucede, que necesito sentir que sigo siendo yo, el sujeto que era antes de involucrarnos de esta manera. Acaricio distraídamente su mano con mi pulgar en lo que avanzamos por la calle, marcando un ritmo lento en mis pasos; todavía tenemos tiempo, que hemos salido con demasiada anticipación — He ido a muchas de las beneficencias de las cuales te burlas, me gusta pasar los domingos jugando al golf con gente que cree que mis comentarios son divertidos cuando no lo son. Sí, voy a la ópera y los bares a donde solía asistir no tenían olor a orina en sus rincones. No soy precisamente tu tipo — intento bromear, lo subrayo con una sonrisa en su dirección que se parece más a una aceptación de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Al final de cuentas, seguimos de la mano — Lo único que temo es que lo veas. Que decidas que todo el calor del momento ha pasado, cuando estés cansada por una bebé que no deja de llorar y ni siquiera tengamos tiempo para tener sexo en las mañanas. Que un día me mires y digas "que sujeto tan aburrido, necesito otra cosa" — que no puedo negarlo, en vista de nuestras diferencias no me sorprendería.

Me detengo cuando los ventanales de Paracelso se alzan frente a nosotros, majestuosamente en el brillante centro del Capitolio. Tengo que mirarla una vez y luego de nuevo a la puerta para recordarme que esto fue mi idea y confío, de alguna manera, que no será tan terrible. Si consideramos que tendremos a los mejores llenando nuestros estómagos, debería ser más que suficiente — Ya verás cuando pruebes el volcán de chocolate de este lugar, se te van a ir las ganas de criticar el teatro. Después de ti, mi lady me mofo de ella con gracia al dejarla pasar primero, soy quien se ocupa en agradecer cuando nos abren las puertas y tengo que acercarme a la recepción. La mantengo cerca de mí pasando un brazo por su cintura, a ver si se le ocurre escapar de alguna manera en lo que nos recibe una mujer con dientes de comercial y, para resaltar las ironías de la noche, es rubia. Sé que me reconoce a juzgar por su mirada, pero incluso cuando le recuerdo mi nombre, se tarda demasiado en chequear la lista. Debe ser por eso que miro a Scott con algo de ansiedad — Es porque llegamos temprano— me excuso simplemente. Porque nada esta noche puede empeorar... ¿No?
Hans M. Powell
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Es mucho más que una tonta ópera, pero no se lo diré porque podría malinterpretarlo por lo sensible que se ha vuelto su humor. Arrugo un poco los labios al apretarlos con fuerza, se nota que estoy conteniéndome cosas, si así comenzamos la noche no sé dónde puede acabar. Me precio de que entre nosotros siempre nos decimos las cosas a la cara y no sé precisar bien cuándo es que empecé a callarme las que sabría que provocarían su mal carácter, tomando la primera oferta de tregua que me tiende para evitar una pelea de final impredecible con nuestros genios. Pero siento acusadora la mirada que dirige a mi vientre para resaltar el tiempo que ha pasado desde que mi presencia en su vida lo sacó de sus lugares habituales, esos que le gustan y son partes de él. Perdón, supongo, por robarme al chico de oro y sacarlo de su palacio. Mis facciones se tensan un poco más y sigo empecinada en mi silencio, es mi manera de colaborar a la frágil paz que necesitamos para llegar al restaurante. —¿Y cuál es mi tipo?— pregunto, entrelazando mis dedos con los suyos. —Vamos, puedes decirlo. Yo te hablé de la rubia piernas largas que juega tenis con las amigas en el patio de su casa. ¿Cuál es mi tipo? No me ofenderé, lo prometo— le aseguro con una sonrisa que trata de recuperar el aire de broma, ese que nos ha venido bien para remontar algunas veces en que estábamos muy cerca de caer en picada.

Tiro suavemente de su mano para que se gire un poco y pueda mirarme, con cuidado de que no vaya a caerse por la acera. —Nunca me aburriría de ti— digo, así de simple como es. El por qué es lo difícil explicar. Es lo más complejo, un acertijo al que le tomé cariño, algo que tengo en mis manos y que puedo darle un montón de vueltas para tratar de conocer cada una de sus facetas, y sigue surgiendo algo que obliga a mi mente a no dar nada por hecho, lo peor de todo es que me di cuenta que es así conmigo. Una mujer con la que sólo se acostara sin compromiso podría entender más fácil quién es y que espera. Yo estoy tratando de entender cómo se vive con él, de una manera diferente a cualquiera en la familia. Hasta Mohini tiene más claro quién es y qué puede esperar de él. Pero yo… todo él pone a mi mente a reordenarse, a replantearse un montón de cosas. No quiero pensarlo como un juego, porque hace mucho dejó de serlo o nunca lo fue. En todo esto de querer llegar a él y no por empecinamiento, sino porque me estaba jodidamente enamorando, muchas cosas en mí fueron cambiando y trato de pensarlo como que esas son las experiencias que nos están enseñando algo. —Haces que cada día me replantee un montón de cosas, ves el mundo de una manera distinta a la mía y quiero que me lo muestres— lo reconozco, estuve demasiado tiempo encerrada en mi propia cabeza, en mi manera de ver las cosas y por eso cuesta, sé que este es su mundo y creo que lo estoy viendo más cerca que nunca. Si ya me resultaba incómodo hacer de la mansión ministerial un lugar donde vivir, ¡ja! Todo esto es… puedo estar un rato, pero también necesito volver a mis cosas conocidas o al menos las que se parecen un poco a lo que una vez conocí. —Y que me dejes que yo también te lo muestre, cómo lo veo yo…— y no le estoy hablando de óperas, restaurantes caros, bares, mansiones, partidos de quidditch, sino de las personas que somos más allá de eso. Lo irónico es que creo que eso sí estuvo presente entre nosotros estos meses, en los que hizo espacio en su orden para un poco de mi caos y a su vez domesticó mi desastre. Lo irónico es que el choque con la realidad de nuestras diferencias sea esto, estar parados delante de Paracelso.

Respondo una sonrisa con igual de optimista, que se ensancha un poco más porque si su intención es convencerme con el postre, lo está consiguiendo. No es más que una cena ¡y con postre! ¿Cómo puede no resultar? Llegamos, nos sentamos, comemos y nos vamos. Pongo los ojos en blanco una milésima de segundo por el saludo de realeza, se está esmerando de verás porque es la segunda vez que usa uno. —Mi señora, mi esposa, mi amor— recito, buscando su mirada al girarme. —¿No viste la película, verdad? Mejor así…— lo descarto, dejando que me guíe al interior de un recibidor que me corta la respiración y no respiro cuando nos paramos delante de la recepcionista, sigo sin respirar cuando busca su nombre en la lista mientras yo recorro cada detalle en el techo y en las paredes con la mirada. Me obligo a respirar de nuevo porque si tengo que esperar a la mujer me hubiera ahogado. Bajo mis ojos a la cara de Hans, se nota que está inquieto y creo saber qué significa que la mujer no lo encuentre en su lista. La rubia lo dice: no tenemos reserva. —¿Dijiste… que Josephine hizo la reserva, no? Y supongo que ella también compró las entradas a la ópera. ¿Qué viene después? ¿También reservó la suite donde vamos a tener sexo?— me sale echarle todas estas cosas en la cara, —¿Por qué no lo hiciste ? Es nuestra cita, hemos venido hasta aquí a hacer el ridículo. Hubiéramos buscado algo cerca del teatro…— mascullo, creo que es la amargura de otras cosas que están aflorando por este lado y trago saliva, fuerte, no quiero discutir pero… —Nunca le pides a una mujer con la que te acostaste que compre flores para otra, creí que lo sabías.
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Hans M. Powell
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Creo que jamás me he hecho una imagen mental de lo que sería su tipo, simplemente es algo que he asumido: no soy yo. El modo que tengo de revolear los ojos delata que estoy tratando de hacerme una idea — Alguien más descontracturado. Más… simple — no sé si eso es lo que le gusta, pero a veces sospecho que es lo que necesita. Siempre tuvimos nuestros encontronazos, los fuimos dejando a un lado para darnos una oportunidad en este mundo extraño de familia feliz. Tengo suerte de jamás haberle contado todo lo que ha pasado en estos pocos meses dentro de mi oficina, siento que estuve resguardando una parte de nosotros que pudimos empujar a un lado. Y aún así, ella asegura que jamás se aburriría de mí, de esa manera que me recuerda por qué me enamoré en primer lugar. Creo que dejo salir todo el peso de la tensión acumulada en la ópera con un suspiro, nuestros dedos se enroscan con mayor calma, porque puedo tomar esto como una tregua de paz — Lo intento. Sé que vivir contigo es un constante choque de realidades, que podemos mezclarlo para volverlo algo propiamente nuestro. Al menos lo tratamos — es el único modo que tenemos de seguir de pie. Sin poder contenerme, le sonrío — Es bueno escuchar que no crees que vaya a aburrirte, puedo respirar tranquilo — aunque suene como una broma, tiene cierto punto de verdad.

¿Que película? — pregunto sin poder contenerme, pasando detrás de ella — Solo te estoy molestando, Scott. Al menos que quieras que empiece de veras con los apodos melosos — por el modo que curvo mi boca, creo que dejo bien en claro que no pienso hacerlo. Obvio que la paz no podía durar demasiado, creo que la pobre recepcionista no sabe dónde meterse cuando nota que me va cambiando la expresión hasta que, para mi asombro, la que sale en ataque es Scott… contra mí — ¿Disculpa? — me doy cuenta de que la mujer abre la boca en un obvio intento de solucionar el problema para evitar un escándalo en el vestíbulo, pero ni siquiera tengo que mirarla para alzar una mano en su dirección pidiéndole silencio en lo que clavo mis ojos en los de mi… acompañante — Fui yo personalmente a comprar las entradas en la boletería, si te interesa saberlo. Y sí, pedí que me hagan una reservación, ¿cuál es el problema? ¿Que me acosté con ella en el pasado? — no quiero ser desagradable, pero el modo que le sonrío está cargado de sorna — ¿Es eso lo que te molesta? Si quieres, puedo ir y despedirla. Quiero ver cómo le justificas a una mujer que la estás echando por una relación que se acabó hace una eternidad. Muy profesional y maduro.

Como ya me fui de la ópera por su capricho, no pienso volver a darle el gusto. Le doy la espalda para conversar con la recepcionista, un par de palabras me bastan para saber que aún hay una buena mesa disponible y se lo agradezco con un tono de voz que, pobre, ella no se merece. Ni siquiera miro a Scott cuando nos hacen pasar, creo que por el modo que tengo de caminar deja bien en claro que no pienso poner en debate si quedarnos o no. En cuanto me dejo caer en una de las mesas alejadas del salón, cerca de los ventanales que dan al patio interno y a la fuente, me cubro el rostro detrás del amplio menú — ¿Tienes algo más que decirme? ¿Algo que te estés guardando hace tiempo y quieras hablar conmigo? Porque quizá sea una noche hecha para que escupas todos tus resentimientos, Scott. Porque creí que lo de Josephine estaba superado. ¿O qué es exactamente lo que te molesta? Soy todo oídos — para demostrárselo, bajo un poco el menú para poder mirarla y me estiro hasta la bandeja de panes, tomando un grisín que me llevo a la boca con tal de masticar algo, con la bronca contenida.
Hans M. Powell
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Tan simple como su respuesta, ¿así? Tengo que reírme de eso, mirarlo como si le hubiera salido una tercera oreja. —¿Nada de un auror kamikaze de brigadas especiales entonces?— me burlo, —No tengo un tipo. No puedo decirte que alguna vez lo tuve, yo…— eso también me lo callo, estaba confundida o estaba buscando entre tantos rostros alguno que me significara algo y no lo encontraba más que en mí misma, al final de todo siempre volvía a mí, a encontrarme sola y a gusto. —Mi tipo fui yo misma demasiado tiempo—, quién quería ser, qué quería conseguir, qué tanto llegaría a trascender en lo que me apasionaba. Está de más decir que no buscaba a alguien como él, ambos lo sabemos de sobra, no buscaba nada. ¿Y es que es todo esto que tenemos ahora? ¿De dónde han surgido estas cosas? Tengo más de lo que esperaba tener, de lo que imaginaba que podría tener, estoy caminando por una acera tomada de la mano de otra persona, no cualquier persona, sino el mismo hombre con quien nos escondíamos en su archivador para un descanso de cinco minutos entre reuniones. Me gusta como lo dice, que podemos hacer chocar nuestras realidades para que haya algo propiamente nuestro. —Así lo pienso también, somos como el cuadro completo, ¿te das cuenta? Si sólo fuera yo o sólo fueras tú, tendríamos la mitad de un cuadro. Pero todo lo que eres y todo lo que soy, puesto encima de una hoja en blanco, muestra el paisaje completo…—, no sé si me entiende, él lo explicó de una manera más… simple. Sin embargo, se trata casi de lo mismo, de poder encontrar algo que se ajuste a ambos con lo diferentes que somos y como se sonríe, me guardo ser quien le diga que quizás algún día quien decida que no puede cargar a cuestas con alguien que no le da un segundo de paz, por mencionar una de las muchas razones que podría encontrar para decir que se cansó. Así también, tan simple, que se cansó.

Si encontramos algo de lo que reírnos, se mantiene una minúscula esperanza de que podemos salvar la noche. —Es una película sobre un rey que debe ir a una guerra sabiendo que perderá así que se despide de la reina así…— lo ilustro, sonriéndome con disimulo, porque dicho así parece una película romántica de época, cuando la mayor parte de la cinta son como trescientos hombres en cueros matándose con muchos otros que los superan en número, todo muy sangriento y trágico. El paréntesis de comentarios banales al que sigue mi silencio y el intento de vivir sin respirar, se cierra cuando la espera de la recepcionista culmina con el anuncio de que nos encontramos sin mesa en todo Paracelso, cuando él aseguró que teníamos una reserva. Tiene su manera de recoger el veneno en mis palabras para que vuelva a tragármelo, pasándolo asquerosamente por mi garganta y me quita todas las ganas de discutir. —Idiota— mascullo a su espalda cuando comienza a  hablar con la recepcionista, me giro yo también para darle la espalda así quedan ambas enfrentadas y me cruzo de brazos en dirección a la puerta por la que creo que saldremos en uno o dos minutos cuando tenga la confirmación que necesita de que hemos venido a perder el tiempo, en este restaurante que es su capricho caro. No pediría que despida a una mujer por haberse acostado con ella, qué idiota.

Coloco mi mano alrededor de mi cuello para sentir el calor de lo rápido que me he enervado por su comentario que me coloca en una posición para que la que tengo calificativos poco amables, que van desde celosa hasta zorra. Tengo que echarme el cabello hacia atrás y respirar hondo para calmarme cuando lo sigo silenciosa y con todo mi cuerpo en tensión hacia la mesa que disponen para nosotros, la cual no me impresiona, ni le echo una mirada lo que nos rodea, hecho así con la intención precisamente de impresionar. Comer algo ahora es prioridad, así cuánto más rápido terminemos de cenar, más rápido se acabará todo y podré meterme a la cama a tratar de dejar esta noche atrás. Pero para que eso pase parece que hacen falta mil años, porque con la situación que plantea en la mesa como aperitivo, mi humor se vuelve más pesado y oscuro. —No, olvídalo, fue algo que dije de la nada. Se me pasará y lo olvidaré, no soy una persona de resentimientos…— contesto, tomando la carta para simular que también la miro, aunque la esté carbonizando con mis ojos en este momento. —No diré nada que de material a quien sí sabe de resentimientos, lo estás buscando y no te lo daré— declaro. Golpeo el plato con la carta cuando la cierro de pronto para dejarla sobre la mesa. —Este es tu ambiente, ¿no? Un ambiente donde si no te acompaña una esposa, te acompañará una asistente. Donde hay alguien que te verá y dirá “esa mujer no es la esposa”, como hiciste con el banquero al insinuar que era la amante. Por eso en este ambiente no se hacen juramentos, ¿no? Porque así es como suceden las cosas… estoy sentada aquí, tratando de ocupar esta silla, pero si no doy la talla y decido que no puedo adaptarme a este ambiente, ¿eso es lo que pasará? No importa, Lara. Quédate en casa, quédate en los lugares donde si podamos coincidir, ¿en los otros siempre habrá un reemplazo? Porque los habrá, porque tu ambiente es a lo que aspiran muchos hombres y mujeres, aceptarían sin problemas el puesto de suplente y lo disfrutarían—. El mozo que está a menos de dos pasos se ha detenido al escucharme, creo que al darse cuenta que ya hemos servido el primer plato sobre la mesa, y que le conviene volver dentro de cinco minutos si es que no encuentra todos los platos rotos.
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