The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Astrid H. Overstrand
Siempre he creído que hay algo peculiar en el distrito 4. Nunca he sabido si es el olor a agua salada, a mar puro, que rodea las calles, mezclado con la típica brisa marina que hay hasta en las noches más calurosas del año. O quizá simplemente es un recuerdo de una vida que dejé atrás hace mucho tiempo. Hace ya ocho años que no tengo una vida normal, donde vivía en el 3 y, por lo tanto, podía visitar a mi hermana y pasar unos días aquí. Todavía recuerdo que fue en estas mismas playas donde Chloe y Kyle nadaron sin flotador por primera vez, por muy lejanos que queden ahora esos momentos. Ahora ni siquiera sé dónde está mi marido, y mi hijo pequeño pasa los días en casa de unas personas que apenas conozco. Por si fuera poco, su rostro está estampado en decenas de carteles que decoran las calles de todo el país y en los que se le acusa de traidor.

La capucha cae sobre mi rostro mientras camino por las calles menos aglomeradas del distrito. Ahora que el invierno ha llegado, también ha disminuido la cantidad de gente que viene aquí a pasar unos días para aliviar el calor del verano en el mar. Apenas hace una hora que ha amanecido, así que la mayoría de comercios todavía permanecen cerrados, lo que ayuda todavía más a moverme con relativa tranquilidad. Quizá mi rostro no está en esos carteles, pero no tengo ganas de que nadie me reconozca como antigua Vencedora. Si no fuera porque Kyle lleva mi apellido, uno bien reconocible por mi antiguo estatus, no habría problema, pero por eso mismo pueden relacionarme con él.

He dejado a Chloe con Agatha. Quizá mi mayor preocupación ahora mismo es Kyle por esos estúpidos carteles, pero ellas también lo son porque no olvido que la mayor sigue siendo humana y, por lo tanto, corre otro gran riesgo. Al menos Kyle tiene a un grupo de adultos que le protegen, y por lo que me contó la última vez que le vi, está aprendiendo a pelear con espada. Chloe y Agatha solo se tienen la una a la otra.

Las imponentes casas de la zona se alzan ante mí cuando por fin llego a mi lugar de destino, y todavía con la capucha tapándome bien, acelero el paso hasta una casa en la que no pongo un pie desde hace años. Pico un par de veces al timbre, y después, una en la puerta. Antes, al poco de haber huido y cuando todavía me atrevía a venir por la zona, picaba siempre así para dejarle claro que era yo, como una especie de código. Aun así, supongo que han pasado demasiados años como para que lo recuerde.
Astrid H. Overstrand
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Todas las personas vivían, antes o después, un momento que cambiaba por completo su forma de vivir. Podía ser la muerte de un ser querido, con la consecuente pérdida de innumerables hábitos que se asociaban a la misma; una dolorosa ruptura, debido a la cual no podías seguir yendo a ciertos lugares; o, como era el caso de la rubia, dejar un puesto de trabajo que había ocupado durante los previos ocho años y en torno al cual había ido creando, poco a poco y sin percatarse de ello, la base de su vida. Sí, tan triste era la realidad. Con el paso del tiempo todo había acabado amoldándose a su horario, aunque tampoco eran demasiadas cosas las que ocuparan su tiempo libre. Ahora tenía demasiado tiempo para ella, demasiado que pasar sola inmersa en sus pensamientos; tanto los buenos como los malos. Teniendo el suficiente espacio como para recriminarse mil veces sus actos, pero también para perdonarse a los pocos minutos. Quizás estaba, finalmente, perdiendo por completo la cabeza.

Vertió una taza de café caliente. Refugiando, acto seguido, sus manos en la calidez que rodeaba el pequeño objeto de porcelana. El sol apenas había despuntado en el cielo y la rubia hacía ya horas que recorrían los pasillos de la vivienda de un lado para otro. Había terminado un par de puzles, incluso adquirido varios nuevos, y los rompecabezas la acompañaban en sus aburridas tardes mirando por la ventana o, incluso, cuando acababa sentada en el baño más tiempo del estrictamente necesario. Sus huesos chocaron contra los cojines del mullido sofá, hundiéndose en éste con las manos aún cerniéndose en torno a la taza. Tomó un suave sorbo, el cual quemó ligeramente la punta de su lengua, antes de volver el rostro en dirección a la puerta principal. Aquella que había resonado segundos antes de que llevara la taza a sus labios y provoco que el líquido llegara a su boca con premura.

Los azules ojos de la rubia se dirigieron al reloj de pared, aquel que colgaba sobre la chimenea y el cual había sido un regalo de su madre cuando adquirió la casa. Un detalle que no entendió al instante pero si al cabo de los años. Su madre quería que fuera consciente del paso del tiempo, el cual no la esperaría ni a ella ni a nadie. Suspiró. Quizás era la mujer la que tocaba la puerta a aquellas horas, puede que incluso portara un bizcocho que tratara de endulzar el día. Quería vivir su vida, alejarse de todo como, no hacía demasiado tiempo, le prometió a alguien… pero no quería dejarla atrás. Saboreó el amargor que el café había dejado en sus labios antes de encaminarse hacia la puerta, abriéndola sin revisión previa de quién podría aparecer al otro lado. ¿Lo peor que podía ser? Bueno, quizás su expediente ya había sido revisado y estaba allí para llevarla, amablemente, hasta el Ministerio.

No lo pensó antes de abrir la puerta y, aunque por suerte no era lo esperado, tampoco podría haber previsto ni en un millón de años la presencia que se mostró ante ella. —¿Qué…?— fue lo único que alcanzó a pronunciar. No invitándola a casa, solo quedándose allí parada durante unos instantes que se alargaron bastante. Abrió la boca para pronunciar algo más, palabras que no surgieron, por lo que se vió obligada a menear la cabeza. Involuntariamente sus ojos barrieron la todavía desierta calle. —No deberías venir aquí— acabó diciendo. Primero por el peligro para sí misma, segundo por el peligro para ella, tercero porque no quería volver a verla después de lo ocurrido con los mellizos y el distrito catorce.
Arianne L. Brawn
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Astrid H. Overstrand
Puedo notar las yemas de mis dedos helarse por culpa del frío que me cala los huesos, y aunque aprieto más el abrigo contra mí, no sirve de nada porque apenas calienta. Pero es lo mejor que tengo; al menos para mí porque las cosas que de verdad abrigan, siempre se las acabo dando a Agatha. Y ahora también a Chloe, que poco a poco, y más rápido de lo que me gustaría, se está convirtiendo en una mujer y alcanzándome en altura.

Para cuando mi hermana abre la puerta, estoy empezando a tiritar ya de estar parada en un mismo sitio y notando así más el frío del invierno. — Si me disculpas, necesito pasar — digo, e ignoro totalmente su comentario sobre lo que debería o no hacer. Ya estoy aquí; quedarnos fuera no va a servir más que para pasar frío y arriesgarnos a que alguien nos vea hablar. Así que me tomo la libertad de entrar en casa, una que hacía años que no visitaba por el bien de todos. — Sabes que no vendría si no fuera importante — explico. En realidad he estado semanas debatiéndome sobre si venir o no porque no quiero problemas, pero también es la única persona que quizá pueda ayudarme.

Bajo la capucha que todavía cubre mi rostro, y friego ambas manos, la una contra la otra, para calentarme un poco más ahora que estoy bajo un techo y no ahí fuera. — Supongo que has visto los carteles de las calles en los que aparece Kyle — empiezo a decir. Creo que a estas alturas no debe de quedar nadie en el país que no haya visto a todas las personas que buscan mínimo una vez, teniendo en cuenta que hasta lo emitieron en la televisión después de aquel horrible juicio. — ¿Puedes ayudarle? — Quiero preguntarle mil cosas más, como por qué fue al distrito 14 y desde entonces mi hijo no ha vuelto a verla. También que por qué dejó que Kyle fuera solo a buscar a Chloe hace ya un año... Pero esas preguntas no servirían para nada más que para remover el pasado y alterarnos.

Dejo caer los brazos sobre los muslos cuando empiezo a entrar en calor, y con semblante preocupado, centro la mirada en mi hermana pequeña. Siempre me he preguntado cómo habría sido todo si hubiéramos vivido juntas en vez de que nos separaran nuestros padres al darnos en adopción, y a día de hoy, cuando la miro, no puedo evitar seguir preguntándomelo. No nos ha ido tan mal porque al menos es la madrina de Kyle, pero no es lo mismo igualmente. — No quiero que te metas en problemas, Ari, pero cualquier cosa que sepas y pueda ayudarnos... Con saber si has escuchado algo importante en el trabajo, alguna pista que tengan que pueda meterle en problemas, ya me sirve.
Astrid H. Overstrand
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Hacía muchos años que dejó de ser una joven de rosadas mejillas, ahora su tez casi siempre se encontraba teñida de un pálido que se tornó más claro cuando abrió la puerta de la vivienda y se encontró de pleno con Astrid. Las palabras trataron de emerger de alguna parte de su cuerpo y su cerebro de recuperarse tras la descarga eléctrica que acababa de sufrir. —No te he— invitado. Quiso decir antes de verse obligada a retirarse hacia un lado. Tomó una amplia bocanada de aire y mordió su labio inferior, dejándolo ir cuando cerró la puerta y giró su cuerpo en dirección a al recién llegada. —No creo que tú y yo tengamos el mismo concepto de importante— cortó, caminando con largas zancadas hacia su taza, tomándola y encaminándose en dirección a la cocina. Importante. A saber qué cosas catalogaba ella como importantes.

Solo necesitaba un segundo, puede que quizás dos, sola. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? No, en realidad no quería saberlo. Quería que desapareciera de su casa cuanto antes. ¿Era un buen momento para comenzar a despedirse de su madre por culpa de ella? Apoyó las manos sobre la isla de la cocina, apretándolas contra la superficie cuando la escuchó hablar nuevamente. Rió por lo bajo, volviendo a morderse el labio inferior, con ironía. —Vaya— murmuró en voz baja más para sí misma que para ser escuchada. Meneó la cabeza y regresó al comedor, escudriñándola con la mirada apenas unos instantes. —¿Ahora quieres que lo ayude, Astrid?— cuestionó, arqueando ambas cejas. —¿Por qué no me pediste  que lo ayudara antes de irte y dejarlo atrás? Ese habría sido un buen momento, no éste.— recriminó molesta. ¿Y todo por qué? Por una niña que, si quiera, era su hija biológica. Quizás la locura era cosa hereditaria, un regalo que les había dejado su madre.

Negó con la cabeza, incrédula. La espalda de la rubia se apoyó contra la pared, no queriendo ocupar un asiento en la sala porque, entonces, estaría dando pie a una presencia de la que no quería disfrutar durante más tiempo. —Hijo de una ex vencedora que, aunque fuera en legítima defensa, mató a otros magos. Su madre, además, lo abandonó y él acabó viviendo entre repudiados. Luego acabó, sorprendentemente, en el distrito 14. Pero, espera, antes estuvo en un atentado… y luego participó en otro donde fue visto llevándose, ni más ni menos, que a un par de Ministros— anunció en voz alta, con la mirada fija en la apagada chimenea, y tratando de hacer memoria de todo lo que podía meter en problemas a su ahijado. —Si solo te hubieras estado quietecita él no estaría en problemas y tampoco lo sería que estuvieras aquí— agregó regresando la mirada hacia ella.
Arianne L. Brawn
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Astrid H. Overstrand
Sus reproches no me sorprenden. El problema es que ahora mismo me molesta que me eche en cara algo que hice por el bien de todos; algo en lo que, además, no solo decidía yo, sino que era algo en conjunto con André. — ¿Qué querías que hiciera? ¿Que te dejara a los mellizos aquí? — acabo por soltar. Paso la mano por mi frente, y me aparto algunos mechones de pelo. — No podía dejártelos. Podían descubrir que estaban viviendo contigo y los tres habríais terminado metidos en un lío — añado, y digo lío por no decir que quizá los habrían matado, viendo qué clase de juicios hacen. Ni siquiera constaban en el colegio desde hacía siete años por aquel entonces. La vida de los mellizos hace mucho tiempo que dejé de ser la de cualquier niño, ahora adolescente, normal. — Tampoco podían venirse con nosotros en busca de un distrito que ni siquiera sabíamos dónde estaba. El invierno ahí fuera es horrible, no sé si hubieran podido aguantarlo. — Si soy sincera, había días que no sabía ni si yo podría seguir soportándolo. Suelto un suspiro, agobiada, porque esto era lo último que me esperaba. Tan solo quería un poco de ayuda; después, volvería a casa y la dejaría tranquila... al margen, como parece que quiere estar porque ni siquiera me nombra su excursión al 14.

No tengo la intención de cuestionar ciertas acciones que ha hecho en los últimos meses, como el hecho de que Kyle asuma que está liada con Benedict Franco. O al menos no era mi intención hasta que me acusa de haber metido a mi hijo en este lío. — ¿En serio me estás acusando? ¡No es culpa mía! No deberías juzgarme cuando yo nunca te he atacado porque trabajes para un Gobierno que ha querido acabar con mi familia durante casi diecisiete años. — Tengo que bajar el tono de voz para no acabar gritando, en especial cuando me doy cuenta de lo que acabo de soltar. Siempre me ha molestado que trabajase en el Winzengamot, pero nunca he querido decírselo porque sabía que solo serviría para hacernos daño mutuamente. — Si tengo que basarme en lo primero que me soltó Kyle cuando me vio, fue que ni siquiera sabía si habías tenido algo que ver en la destrucción del 14.  — Obviamente esas dudas se disiparon porque eran solo fruto del momento, y sobre todo porque la vio en el festival de Nimue y le ayudó. Pero los tiros no van por ahí, sino a que si el 14 no hubiera terminado destruido, nada de esto estaría sucediendo. — Luego se le pasó, aunque nunca dudé de ti — añado. Doy un par de pasos hacia ella, dudosa porque temo una reacción más negativa. — Solo quiero un poco de ayuda, sino por mí, por tu ahijado. Pero si no puedes dármela, me iré y no volveré. — Nunca hemos tenido una relación de hermanas típica, una normal, pero ahora estamos más lejos de eso que nunca. — André y yo cometimos el error de nuestra vida dejándoles solos, pero no puedes echarme en cara todo lo demás porque hay muchas cosas que no dependen de mí. — En especial mi antiguo estatus de Vencedora, o los atentados en los que ha terminado metido por factores externos aunque se le eche la culpa al 14. De lo que sí que culpo a Kyle es de lo que hizo con los Ministros, pero me guste o no, está creciendo y ha estado mucho tiempo viviendo sin mí, sin que le enseñe cómo pienso.
Astrid H. Overstrand
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Estaba claro que la rubia no se libraba de sus propios pecados, pero la afectaban a ella únicamente. No había escusa lo suficientemente importante para lo que hizo, y era algo en lo que no tenía pensado ceder en lo absoluto. —¿Estás escuchándote, Astrid? No podías dejármelos cuando no habían hecho absolutamente nada pero ahora vienes por ayuda, cuando las cosas se han salido de control.— respiró profundamente, negando con la cabeza, aún con la espalda pegada a la pared y con cierto rostro de incredulidad, quizás hasta de ironía que la acompañaba desde el mismo momento en el que la mujer cruzó el marco de la puerta. —Habría podido hacer algo entonces, al menos me habría ocupado de ellos ya que sus padres se fueron en busca de una jodida utopía. ¿Para qué? ¿Qué hubiera pasado si hubierais encontrado el distrito pero, al ir a buscarlos a ellos, hubieran estado muertos? ¿Entonces qué, Astrid? — le recriminó. Conteniendo, en cierto modo, su lengua cuando quiso recriminarle también que obviamente no le importaba porque tenía una sustituo que parecía pesar mucho más que los dos mellizos.

Dejó ir, en un suspiro, todo el aire que ocupaba sus pulmones y cruzó los brazos bajo su pecho. Y entonces rió. Una carcajada que no pudo reprimir pero que trató de atenuar mordiéndose le lengua con fuerza. Había conversaciones inútiles, y luego se situaba la que estaban teniendo ellas dos. Ni siquiera entendía la razón por la que siempre acababa recriminándose cosas con los demás. Su madre, Marco, al parecer Kyle, Jasper, Benedict, Astrid. —Puedes culparme por haber desempeñado un trabajo en el cual no solo apliqué normas en relación a humanos, sino también ayudando a otras personas. Sigue así.— fue todo lo que contestó con gesto serio. Era obvio que su trabajo, en más de un sentido, acababa desembocando en temas relacionados con humanos; pero la justicia no se cerraba solamente a ello, y era una de las cosas que los demás debían de aprender antes de opinar. Meneó la cabeza hacia ambos lados, negando cualquier tipo de acercamiento entre ambas. Primero era un peligro que estuviera allí, segundo no quería que siguiera siendo así. Su mandíbula se tensó, tenue al inicio, y trató de controlarla. —¿Sabes a quién me recuerdas?— preguntó entonces —A ella continuó antes de que pudiera contestarle, refiriéndose como ella a la madre de ambas. —Astrid— volvió a hablar, sintiendo que su voz se rompió apenas unos instantes, cosa que quiso corregir carraspeando —Ellos dependían de ti, y ciertas cosas se han salido de control por la decisión que tomásteis, no pretendas volcar en mí algo que no me corresponde— agregó con un tono de voz más calmado. No era el mejor ejemplo del mundo, mucho menos en los últimos meses, pero conocía sus errores y aprendía de ellos, se hacía cargo de los mismos, al contrario que ella.
Arianne L. Brawn
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Astrid H. Overstrand
Tengo que pellizcarme el puente de la nariz en un vago intento por mantener la calma y no perder la compostura, pues esto se nos acabaría yendo de las manos. Supongo que esto es lo que hacen las hermanas mayores: intentar controlar la situación cuando los pequeños no pueden, aunque en nuestro caso la discusión típica de hermanas llega más de veinte años tarde. — Lo hubiera hecho si hubieran estado escolarizados, no perdidos del mundo desde hacía más de siete años — repito, intentando explicarle por qué hice lo que hice, aunque no vaya a servir de mucho. Puedo verlo en su cara: está molesta. No le faltan razones, pero solo quiero que comprenda por qué he tenido que hacer todo lo que he hecho. Para mí era lo correcto, no perfecto, ni mucho menos bueno, pero sí lo que debía hacer. — Sé que corrían peligro, pero si los dejaba aquí... — Ni siquiera soy capaz de terminar la frase. Llevarlos con nosotros era algo que directamente estaba descartado, y por suerte, ni siquiera lo menciona. — Había que intentar encontrar el 14, no solo por Agatha, sino por ellos también. — Porque sé que no considera a Agatha su sobrina como a Chloe y a Kyle; es algo que siempre he notado en sus ojos cuando la miraba.

Termino por quitarme el abrigo, y tras doblarlo, lo dejo en el respaldo de la primera silla que encuentro. Después, me giro hacia Arianne para continuar escuchando sus recriminaciones. De vez en cuando niego ligeramente con la cabeza, cansada, no de una charla que no nos está llevando a ninguna parte, sino de todo en general. — Sé que has ayudado a gente, no lo discuto... — Pero también ha condenado a otros, aunque creo que eso es algo que no hace falta que le recuerde. Por Merlín, que hace escasos meses firmó aquel papel que condenó a dos personas a morir quemados.

Tengo que soltar una risa irónica cuando dice que me parezco a nuestra madre, y doy un par de palmadas para dejar más en claro esa ironía. — Supongo que alguien tenía que sacar todo lo malo y ser la oveja negra, ¿no? — Suelto un bufido. Doy una vuelta sobre mí misma para recoger el abrigo que acabo de dejar en el respaldo de la silla, y me lo vuelvo a poner, dispuesta a marcharme de una vez. — No te pedía ayuda por mí, sino por tu ahijado, pero ya veo que no puedes ayudarme, Arianne — suelto bruscamente. — Si de verdad así lo deseas... — continúo, y vuelvo a girarme para señalar la puerta por la que hace escasos minutos acabo de entrar. — Me iré y no volveré. Te dejaré tranquila y no arriesgaré tu vida ni tu trabajo — finalizo, todavía apuntando hacia la entrada con el dedo índice.
Astrid H. Overstrand
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Los hijos, de un modo u otro, siempre acababan pagando por los pecados de sus padres. Ella lo hizo casi veinte años atrás, sus sobrinos lo estaban haciendo en la actualidad. Si no quería ser madre, si no quería una responsabilidad como aquella que no los hubiera traído a aquel desigual e injusto mundo. Se mordió la mejilla por dentro, odiándose en gran medida ante el mero pensamiento de la inexistencia de sus sobrinos. En su cabeza no cabía la opción de comprender sus palabras, siquiera iba a hacer un esfuerzo para ello. Siempre había parecido alguien fría e inaccesible, pero sabía escuchar a los demás mejor de lo que parecía. Buen parte de su adultez la había basado en aquello, en analizar a las personas mientras escuchaba sus explicaciones. Y, como en otras muchas veces antes, no podía creer ni una palabra que saliera de los labios de Astrid. —¿Por qué había que tratar de encontrarlo?— preguntó, recriminándole con aquella pregunta lo que hubieron hecho. —¿Cuántas familias crees que aún están unidas aunque uno de ellos sea humano? Decenas, cientas.— agregó antes de que pudiera contestar. Jasper era un claro ejemplo de ello. Era una egoísta que parecía no querer verlo.

Golpeó la comisura de sus labios con la lengua, impaciente y ansiosa. No iba a llegar a ninguna parte, y ambas estaban en peligro si permanecía un segundo más allí. Miró en dirección a la puerta y, seguidamente, al gran ventanal, percatándose de que se encontraba tapado por la fina cortina. Lo cual la alivió durante unos vagos instantes. —Es más fácil ver los errores y defectos ajenos que los propios— habló, volviendo su atención hasta ella. Ella misma había cometido varios errores durante los meses anteriores, unos que reconocería como defectos, errores e, incluso, como debilidades. Chasqueó la lengua, no queriendo seguir echando más leña al fuego. Cuando una conversación no tenía una dirección lo mejor era dejarla correr.

La siguió con la mirada, viendo como recogía y se volvía a colocar su abrigo, permaneciendo inamovible en el mismo lugar, con los pies clavados fuertemente al suelo. No, no puedo. Nunca había sido útil, mucho menos teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba. —Ya la estás arriesgando por estar aquí— comentó. —Encontraron a Benedict Franco en mi casa, y tengo la cabeza aún en su sitio porque prometí informar de cualquier nuevo contacto con algún traidor. Cosa que no hice. Con el nuevo Gobierno los afortunados están siendo despedidos, los no tanto besados por un dementor. Dejé el trabajo hace un par semanas, así que estoy aquí esperando a que lean mi expediente y sea de los no afortunados. Aunque quizás ni siquiera haga falta ello ya que tú estás aquí y tengo un auror vigilándome desde hace meses.— habló, finalmente, cruzando los brazos bajo el pecho. ¿Pensaba que era la única con problemas? —Así que, por favor, vete antes de… no sé, de que regrese de desayunar o dormir— agregó dejando ir todo el aire de sus pulmones.
Arianne L. Brawn
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Astrid H. Overstrand
Estamos en un punto en el que no sé si llevarme las manos a la cabeza, reír de impotencia, o si utilizar directamente la aparición para irme de aquí. Está claro que no somos capaces de ponernos de acuerdo, pero sobre todo, de que ella no entiende por qué hice todo esto por Agatha en su momento. — No dudo que haya familias que consigan sobrellevarlo a su manera — explico en un tono que deja bien claro mi cansancio. No es enfado ya, sino simplemente eso, puro cansancio por hablar todo el rato de lo mismo cuando está visto que no nos va a llevar a ninguna parte. — Pero también te digo que pocas familias tenían a niños de la edad de Agatha. El Mercado de Esclavos estaba llenos de críos que nadie quería escoger, pero a sus padres sí los compraban. Era como un orfanato, pero mucho peor porque nadie podía darles un hogar como hijos propios — continúo. Fue en pleno cambio de Gobierno; con los años las cosas fueron cambiando y por obvias razones dejaron de haber tantos pequeños humanos. — Un adulto siempre lo sobrelleva mejor que un infante. Si un mago había tenido un hijo con un humano, aunque las condiciones de ambos cambiaran si estaban juntos sentimentalmente, al menos el hijo tenía sangre mágica. — Claro que para los mayores también sería complicado, pero tenían conciencia para saber qué estaba pasando, por horrible que fuese.

— Siento no tener un corazón de hielo y no haber sido capaz de tratar a una pobre niña como un ser inferior cuando André la trajo a casa. — A veces incluso me pregunto cómo pude ser capaz de soportar vivir ocho años sin poder tratarla como a mi hija públicamente. — Me da igual lo que diga esa estúpida Constitución. Para mí Agatha es tan hija propia como lo son Chloe o Kyle, y por eso mismo merecía un hogar donde ser libre — finalizo, y dejo caer los brazos sobre mis muslos con pesadez. Allá cada familia lo que haga con los suyos, pero yo siempre he tenido mis ideas claras.

Mientras escucho sus palabras, mis expresiones van del asombro hasta la indignación porque no soy capaz de creerme lo que estoy oyendo, no después de cómo me ha juzgado. — ¿Encontraron a Benedict Franco en tu casa? — repito sus palabras, incrédula. Sabía que tenía trato con él por lo que me dijo Kyle, pero refugialo en su hogar es algo que no me esperaba para nada. Arianne siempre ha sido la que más ha respetado las leyes de las dos; yo soy la que ha hecho las cosas ilegales. Y aun así, lo que más me preocupa es el tema de su trabajo, no porque ya no pueda ayudarme a encontrar información, sino porque como ella dice, ahora investigarán a fondo su historial hasta encontrar el más pequeño error. — No tenía ni idea — respondo con un pequeño gesto de preocupación. — Me iré, pero si algún día te cansas de esto... — añado, y estiro los brazos todo lo que puedo mientras miro hacia el techo. — ... sabes dónde encontrarnos para vivir de otra manera. — Porque no me refiero a su casa enorme, sino al modo de vida. Ha estado en el 14, aunque fuera por poco rato, así que no entiendo por qué sigue prefiriendo esta vida antes, por más segura que pueda ser. — Espero que todo te vaya bien, Arianne — me despido. Me acerco a ella para darle un pequeño y cariñoso apretón en el hombro, pues aunque sé que no le gustan los acercamientos, no sé si la volveré a ver por cómo ha ido todo. Después, abro la puerta de la casa con la intención de marcharme.
Astrid H. Overstrand
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Aquel tipo de conversaciones estaban siendo demasiado frecuentes, las ocasiones en las que tenía que tratar de acercar opiniones con los demás, y esto se mostraba completamente imposible desde ambas perspectivas. Las personas se equivocaban en muchas ocasiones, en especial armándose una idea previa de las cosas. Pero la rubia no estaba equivocaba en aquella ocasión, todo era tal y como estaba presentándose. Había mil salidas para los magos, sus errores y pecados no tendrían por qué haber salpicado las vidas de sus hijos; podían haber buscado una solución, juntas. Mas era demasiado tarde para tratar de conseguirlo. Detestaba a las personas que respaldaban su egoísmo en el supuesto beneficio de los demás. ¿Cuántas personas habían salido beneficiadas de su decisión? Le sobraban demasiados dedos de una sola mano. Aun así la escuchó, lo hizo con una ceja alzada. Hasta que no pudo más y un sonido sordo surgió de su boca. Irónico y seco. Su mandíbula se tensó y sus dientes se apretaron con fuerza. —La antepusiste a ellos— rechinó en tono bajo, girando la cabeza hacia un lado y tomando una amplia bocanada de aire. —Bien, has conseguido su libertad porque nadie sabe quién es. Ahora deberías tratar de buscar la de Kyle, aunque quizás sea más complicado porque su cara está estampada por todo el maldito país— acabó hablando, dejando fuera de la ecuación a Chloe ya que, aunque también estaba ahí fuera, al menos su rostro no estaba entre los más buscados.

Pasó la lengua por sus dientes delanteros, cruzando con más fuerza los brazos frente a su pecho. —No voy a entrar en detalles de porqué estaba aquí o cómo lo encontraron, pero sí— puntualizó con lentitud, rebajando su tono de voz un par de octavas, tratando de serenar tanto su voz como palabras y actitud. No se iba a acercar, pero tampoco iba a lanzarla a los lobos. Aunque había acabado aburriéndose de no tener nada que hacer, lo cierto era que tampoco extrañaba tener que discutir con los demás, tomar decisiones o ser atacada por una marabunta de pensamientos que la agobiaban y asfixiaban a partes iguales. Bajó la mirada unos instantes, mordiéndose la punta de la lengua, con nerviosismo, y solo volvió a alzarla, parpadeando confusa. No pudiendo evitar que una irónica sonrisa apareciera en sus labios. ‘Si algún día te cansas de esto… para vivir de otra manera’. ¿Dónde había escuchado aquellas palabras antes? Una proposición similar que no acabó demasiado bien, y de la que dudaba pudiera salir algo bueno. Aun así asintió con la cabeza.

Arrugó los labios, observándola en silencio, no apartándose o correspondiéndole cuando acortó las distancias y ejerció una ligera presión sobre su hombro. —Trataré de…— comenzó a decir, no sabiendo como terminar sus palabras y acabando por negar con la cabeza. Permaneciendo inmersa en un ensimismamiento que no le permitió percatarse de que se dirigía hacia la puerta hasta que la hubo abierto. —Espera, por ahí n— quiso pronunciar, caminando tras ella con la intención de cerrarla antes de que alguien pudiera verla salir de allí.
Arianne L. Brawn
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Realmente tengo la sensación de que voy a poder llegar a algo. Ya van muchos meses siguiendo a Arianne Brawn, y no todo el mundo puede mantener la fachada durante tanto tiempo. No todo el mundo puede actuar como si nada cuando, realmente, está haciendo algo ilegal. Y yo sé que si la estoy siguiendo es por algo. Realmente siento que necesito una victora. Porque, pese a ser perfectamente consciente de que solamente soy un peón en un juego mucho más grande que yo, quiero sentirme útil. Sentir que no he hecho mal eligiendo un oficio como este. Sentir que todos estos meses han merecido la pena por algo. Y, aún así, a veces no se necesita más que un peón para tumbar al rey.

Tengo los ojos fijos en la puerta de la casa de Brawn. Me he asegurado de no coincidir con Solberg esta vez. Ya tuve suficiente drama la última vez que me vio merodeando por estos lares, hace algunos meses. No tengo ganas de tener que repetir ninguna escenita. Claro que todas mis alarmas saltan de golpe cuando esa puerta se abre. Tengo ya la varita en mano cuando, de repente, veo a la otra mujer. Riorden Weynart me habló de ella. He visto su rostro cientos de veces. Esta mujer, que está en la lista de los más buscados, no es consciente del error que acaba de cometer. Y, por la expresión de alerta que veo en el rostro de Arianne, ella sí es consciente. Pero no puedo dejar que cierren esa puerta de nuevo.

¡Bombarda!— digo, apuntando con la varita a la puerta, provocando que las cornisas salten. Así seguro que no la pueden cerrar. No se me van a escapar. No ahora que tengo premio doble. Empiezo a andar hacia la puerta con paso firme. Tendría que haber pedido refuerzos, pero no lo he hecho. La verdad es que me veo plenamente capaz de afrontar esto yo sola. Es, de algún modo, una prueba para mí, también —¡QUIETAS!— aviso, autoritaria. Es mi oportunidad de mostrar mi valía. Es mi oportunidad de demostrarme a mí misma de qué pasta estoy hecha. Y, fuera de tanto individualismo, es una oportunidad para atrapar a una mujer muy buscada por el gobierno y, de paso, a una a la que llevo meses vigilando. El final de un ciclo. Y una misión cumplida.
Kenna Richards
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Astrid H. Overstrand
Todo sucede demasiado rápido.

En un instante estoy girándome hacia mi hermana, con la intención de explicarle por qué eso que dice no es cierto y que para mí mis tres hijos son igual de importantes. Pero entonces me hace a un lado para cerrar la puerta, y después, las cornisas, las bisagras y la mayor parte de la puerta, salen volando por los aires. Tengo que llevarme las manos a la cabeza para protegerme de algunos trocitos de madera y de hierro que salen disparados por todas partes. Trato de proteger a Arianne de todo eso también como puedo poniendo mi cuerpo delante del suyo, pero una voz que no reconozco provoca que me separe para tratar de ver quién es. No se trata más que de una joven que no debe de llegar a la treinta, pero no tengo ni las más remota idea de quién es. — ¿Qué...? — empiezo a hablar, pero me callo en seco al oír su grito. Asumo que debe de ser el auror que está persiguiendo a Arianne, como decía hace escasos minutos, porque sino, no lo entiendo. Sea como sea, si se piensa que me voy a quedar quieta, lo lleva claro.

Entierro la mano en uno de los bolsillos de mis sudadera hasta dar con la varita, y todavía mirando a la castaña, la alzo contra ella. — Márchate antes de que alguien salga herido — le aviso, sin moverme ni un milímetro. En cualquier otra situación me iría de aquí, pero el problema es que no puedo dejar a Arianne aquí tirada. Quiero convencerme de que se irá, de que nos dejará en paz, pero sé que todo va a cambiar a partir de ahora. Puedo verlo en la mirada de la chica. Ya encontraron a Benedict Franco en esta misma casa como para que ahora sepan que Arianne estaba hablando con una antigua Vencedora huida, y encima madre de uno de los traidores más buscados actualmente. Y es precisamente por el bien de mi hermana pequeña por lo que conjuro el siguiente hechizo: — ¡Expelliarmus! — Por un instante creo que la jugada me va a salir bien... pero no. Puede que tenga conocimientos mágicos, pero ella es una maldita auror, así que tiene más que yo. — ¡Márchate! — repito, esta vez en un tono más alto. De verdad que no quiero hacerle daño ni que ninguna de nosotros salgamos heridas, pero si tengo que hacerlo, lo haré. No solo por Arianne, sino porque no puedo dejarme capturar; sé demasiadas cosas como para que lo haga.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Las palabras no terminaron de surgir de sus labios, solo trató de adelantarla y llegar hasta la puerta, tratando de cerrarla rápidamente, mas no siendo lo suficientemente rápida como para alcanzar a hacerlo. Lo único que escuchó fue la explosión, ni siquiera la voz o el hechizo pronunciado. El estruendo las rodeó cuando la puerta se abrió de par en par, volando trozos de la misma en todas direcciones, obligándola a protegerse el rostro con ambos antebrazos. Retrocedió un par de pasos, tanteando con los mismos, y tropeando con un pedazo de escayola que se había descolgado de la cornisa interior de la casa. Tosió un par de veces, escuchando un fuerte pitido en el oído derecho, pero obligándose a reincorporarse, girándose hacia ambos lados y visualizando, entonces, a Kenna.

El corazón de la rubia dio un fuerte vuelco, volviendo a retroceder pero, en aquella ocasión, llevando la diestra hasta el bolsillo delantero de su pantalón, lugar donde guardaba su varita, y que sostuvo entre sus dedos por si las cosas se ponían aún más complicadas. —Astrid, no, vete— le pidió, mirándola de soslayo. Si se coordinaban podía colocarse delante de ella y darle el tiempo suficiente para que se desapareciera de allí sin ser atrapada. Quiso dar un paro hacia ella, interponerse entre ambas mujeres, aunque las ideas de su hermana distaban de las ideas que abrumaban la mente de la rubia. Un grito ahogado, el cual no llegó a ser más que un breve y agudo sonido escapó de su boca ante el nuevo hechizo. Las oportunidades eran vagas, casi inexistentes, y mucho menos teniendo en cuenta lo que acababa de ocurrir. Aun así se colocó frente a su hermana, apuntando a la recién llegada con su varita. —Esto ha sido un error, ¿de acuerdo? Márchate— le pidió aunque estuviera apuntándola también con su varita. Conjurar un hechizo solo sería otro problema añadido, una nueva agravante que agregar a su historial. Si sólo… se marchara… Podía pensar de aquel modo aunque supiera que no ocurriría.
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Siento un enorme orgullo cuando me doy cuenta de que, realmente, las he tomado por sorpresa. De que tengo posibilidades, ahora mismo, de terminar mi trabajo con éxito, por una vez. De demostrar que, como aurores, también podemos hacer buen trabajo. Porque esa puerta estalla y se hace añicos, y puedo ver detrás, bajo el polvo levantado por los escombros, los rostros de esas dos mujeres.

Una intenta desarmarme. En vano, pues rápidamente levanto la varita, buscando protegerme —Protego!— grito, defendiéndome del hechizo que me lanza. Y empiezo a avanzar hacia ellas, hacia esa casa. Porque hoy no se me escapan. A Brawn la necesito viva. La otra puede llegar con o sin vida al ministerio. Y yo no tengo ningunas ganas de mancharme las manos de sangre sin que sea estrictamente necesario, por lo que suelto un gruñido y levanto la varita de nuevo. Apunto a Brawn casi por orgullo. Porque necesito que, por lo menos esa parte, salga bien después de tantos meses yendo detrás suyo —Jaulío!— grito, apuntándola. Una jaula se crea alrededor de la mujer rubis y respiro hondo. Ella ya no se me escapará.

Ahora el problema es la otra. Si ha escuchado el hechizo que he formulado, sabrá que solamente yo puedo abrir esa jaula y que intentar ayudar a Brawn será una pérdida de tiempo y una forma estúpida de exponerse. Falta ver cómo reacciona —¡Eh! Suelta la varita— le digo, tratando de mantener un tono más o menos autoritario —Ninguna de nosotras tiene que salir herida de esto, así que suelta la varita— repito. Yo sigo apuntándola con la mía —No hay nada más que puedas hacer. Te hemos encontrado. Entrégate ahora y tal vez sean más benevolentes contigo— digo, aunque desde la total ignorancia. Desconozco qué planes tienen para ella. Para las dos, realmente. Pero, viendo su situación, se ve a la legua que nada bueno.
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Astrid H. Overstrand
El intento de mi hermana por convecerme de que me marche no sirve de nada, y lo único que puedo hacer es negar con la cabeza para dejarle claro que no pienso irme y dejarla a ella en peligro. Es por eso por lo que siento alivio cuando al final, Arianne reacciona también y apunta a la chica con la varita. Quizá, y con algo de suerte, al verse en desventaja decida marcharse... Pero no. Y es que antes de que me dé cuenta, conjura un hechizo y encierra a Arianne en una jaula. Durante unos segundos no hago más que mirar los barrotes y a mi hermana detrás de ellos, como intentando asimilar lo que acabar de pasar. A duras penas escucho lo que me dice el auror, y cuando por fin me llegan sus palabras al cerebro, no puedo evitar resoplar. — No. Tú tienes que irte — remarco, sin dejar de apuntarla con la varita en ningún momento.

No quiero hacerle daño, pero si tengo que hacerlo, de verdad que lo haré. Después ya me encargaré de buscar alguna solución para sacar a Arianne de ahí, pero lo primero es librarme del auror. No puedo dejar que me capturen, no por salvarme a mí misma, sino porque sería poner al resto en peligro si me dieran el Veritaserum. Así pues, solo hay cosa que pueda hacer... — ¿Por qué haces esto? — pregunto, no buscando una respuesta, sino un intento de distracción. Para hacer ver que de verdad me estoy arrepintiendo de todo, que retracto mis anteriores palabras, me agacho poco a poco con la supuesta intención de dejar la varita en mis pies. Estoy a escasos centímetros de tocar el suelo cuando me levanto de golpe y me abalanzo contra la chica. Si no puedo ganarle con un hechizo porque está claro que tiene más entrenamiento que yo, quizá consiga hacerlo por la fuerza bruta.
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Por un momento creo tener la victoria. Lo creo de verdad. Porque sería lo más lógico, ¿no? Si eres una de las personas cuyo rostro aparece en todas las listas de los más buscados del país y alguien del cuerpo de seguridad te aconseja que te rindas, que tal vez así no vas a tener una muerte horrible... Bueno. Es una oferta que cualquier persona en su sano juicio debería tomar. Y parece que ella va a hacerlo. Porque se agacha, hace gesto de querer dejar su varita en el suelo. Y yo, erróneamente, bajo la guardia.

Porque ella se abalanza contra mí. Y yo levanto la varita y, con velocidad, la apunto —¡Impedimenta!— grito. Su cuerpo sale proyectado hacia atrás y a mí el corazón me va a mil por hora. El ministro ha ordenado su captura. Viva o muerta. Y yo quiero que sea viva. Lo quiero de verdad. No quiero mancharme las manos de sangre, no quiero destrozar vidas. Solo quiero hacer algo bueno. Y capturar a esta gente es hacer algo bueno. Pero no puedo permitir que vuelva a intentar atacarme. No puedo ponerme en peligro si quiero terminar esta misión. Y ya tengo a Brawn. Ella era lo principal. El objetivo.

¡Sectumsempra!— y juro, juro por todo lo que me pidan, que estaba apuntando a las piernas de la mujer. Que, con el agobio, con el miedo a fallar en una misión tan importante como esta, el hechizo es lo primero que ha aflorado a mi mente. Juro que quería impedir que se moviera más, que tratara de escapar o atacarme. Pero el hechizo impacta contra su pecho. Tal vez contra su cuello. Porque ella se mueve o yo me muevo o pasa algo que hace que no sean sus piernas las afectadas. Noto como se me nubla la vista. Yo apuntaba a sus piernas. Solamente a sus piernas. Y, joder, la sangre empieza a ser abundante.
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Astrid H. Overstrand
Puedo notar el dolor agudo en varias partes de mi cuerpo mucho antes de ver salir la sangre. Lo primero que hago es tambalearme hacia los lados, no solo por el inmenso dolor, sino porque ver tanta sangre provoca que hasta empiece a marearme. El pitido en los oídos, típico del mareo, no ayuda a que me tranquilice, ni tampoco el hecho de que cada vez vea más negro. Llevo mi mano derecha a la pared para tratar de estabilizarme, de ubicarme y de poder encontrar dónde está mi hermana. A duras pena consigo distinguir la cabellera rubia de Arianne, y aunque trato de abrir la boca, ninguna palabra sale de mis labios. Tampoco es como si pudiera ayudarme, teniendo en cuenta que está encerrada en esa jaula... Y todo ha sido por mi culpa, como ella decía.

No sé cuántas veces cierro y abro la boca, intentando coger todo el aire posible aunque no sirva de nada, y antes de darme cuenta, acabo tirada en suelo, dejando un rastro de sangre con la forma de mi mano en la pared donde estaba apoyándome. — Mi... mis... — consigo empezar a hablar mientras jadeo de manera exagerada, y viendo cada vez menos por esa negrura. — ...hi... hijos... — añado, sin mirar a ninguna de las dos mujeres en concreto porque apenas veo un poco de luz y nada más. Porque Agatha, Chloe y Kyle son las únicas personas en las que ahora mismo puedo pensar. Ni siquiera en mí, que sé lo que este dolor y esta sangre significan, ni tampoco en mi pobre hermana, que está viéndome morir lentamente y que seguramente sea una imagen que no se le vaya nunca de la cabeza. Si es que consigue salir con vida de esta, para empezar.

Antes de darme cuenta, todo a mi alrededor se vuelve completamente negro. Lo último en lo que pienso, antes de dejar de ser consciente de todo, es en mis hijos y en mi marido, que ni siquiera sé si seguirá vivo a estas alturas. Y aun así, a pesar del catastrófico final, todo habrá valido la pena si mis hijos consiguen vivir mejor en un futuro. Incluso aunque yo no esté para verlo.
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Miro a la mujer, que se desangra sin remedio. Podría tratar de cerrar sus heridas, pero con el hechizo que le he hecho seguramente no alcanzaría a curarla del todo antes de que perdiera demasiada sangre. No son heridas superficiales. Son heridas fatales —Mierda, no, no...— susurro, avanzando hacia ella cuando cae al suelo. Pero no puedo hacer nada más. Ya no. Está muerta. Le tomo el pulso, intentando controlar el temblor de mis propias manos, que amenazan con delatar los nervios que me recorren entera ahora mismo. Pero no hay respuesta por parte del cuerpo de la mujer. Realmente está muerta. Evito mirar a la rubia, que sigue dentro de la jaula que he conjurado, y simplemente hago levitar el cuerpo de la morena, conteniendo las lágrimas.

Porque lo último que ha dicho antes de morir ha quedado grabado en mi mente como si se hubiese hecho una marca hierro candente. Sus hijos. Esta mujer tenía hijos. Una familia. Y ahora, por mí, por mi culpa, está muerta. Le acabo de arrebatar a alguien una madre. Igual que a mí me arrebataron la mía, cuando era demasiado pronto, cuando todavía no estaba preparada para afrontar el mundo sola. Ni la vida. Ni mi trabajo. Ni una casa. Ni a mi padre. Yo acabo de dejar a sus hijos a la deriva, sin su madre. Acabo de crear en unos niños, adolescentes, jóvenes, quién sabe, un odio increíble hacia una persona, la que le quitó la vida a su madre. Hacia mí. ¿En esto me he convertido? ¿En lo que más odio?

Vámonos— digo, entonces, simplemente, con la voz grave y teñida de apatía. Agarro la jaula i el cuerpo sin vida y hago que nos aparezcamos en el Ministerio. Si Weynart quería a Brawn viva y a la otra viva o muerta, se las puede quedar a las dos. Yo necesito salir de todo esto un rato. Airearme. Beber algo. Irme a casa y descansar. Pero, por encima de todo, olvidar. Y, pese a todo, sé que probablemente los ojos alarmados de la mujer mientras moría, mientras pensaba en sus hijos, va a ser algo que jamás pueda borrar de mi mente, de ninguna forma. Me va a acompañar para siempre, igual que la muerte de mi madre. La pérdida de una progenitora, el asesinato de una mujer que tenía hijos. Una terrible casualidad que el destino ha querido poner en mi camino.
Kenna Richards
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