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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Our ceiling is your floor ✘ Lara
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Faltan pocos días para Navidad, las nubes grises empiezan a copar el cielo y las primeras nevadas se encuentran a la vuelta de la esquina, lo que significa que debería estar temblando de frío y no de ansiedad. Cualquiera podría decir que la cantidad de trabajo de estos días debería tenerme un poco más estresado que aquel embarazo que, poco a poco, empieza a hacerse notar. He descubierto que hay una pequeña curva en el vientre de Scott cada vez que la abrazo, especialmente por las noches, cuando mi mano busca algo de calor al rodearla y acabar posándose allí en un gesto que pretende mantenerla cerca. Saber de la existencia de un puntito minúsculo que tiene parte de mí es solo eso, un conocimiento que busca prepararte mentalmente para lo que se vendrá, pero poco a poco empieza a ser visible. Hay una pancita de casi cuatro meses asomándose cada vez que la veo vestirse o usar ropa ligera en casa, una que me recuerda que esto es real, que está creciendo y que yo debería dejar de tener este maldito tic nervioso en la pierna, porque creo que el banco donde estamos esperando se mueve por mi culpa cada vez que hago rebotar mi pie.

    No es la primera consulta, pero tengo entendido que hoy podríamos llegar a tener una idea de qué podría ser y ponerle un género a un bebé lo hace todavía más tangible. Podría imaginarme si será un niño o una niña, empezar a formar los rasgos de una persona que ya lo es todo para mí y ni siquiera es visible. Como si así fuese a calmarme, agarro la mano de Scott sin importarme que la única persona en la sala de espera, una embarazada que disimuladamente lanza miradas por arriba de la revista que finge leer, pueda llegar a chismorrear algo sobre esto. Como si no dijeran ya lo suficiente en el ministerio sobre nosotros como para preocuparme por un montón de extraños — No debes estar ansiosa. Lo bueno de todo esto es que Meerah dejará de preocuparse por qué tipo de ropa confeccionar a continuación — es una broma que busca calmarla a ella, aunque sé muy bien que el que está un poco histérico soy yo. Recargo mi cabeza contra la blanca pared del ala de maternidad y le sonrío, tratando de ser un poquito más yo de lo que he sido los últimos días — ¿Algún deseo que pedir? Quizá sea ahora o calle para siempre — como si este bebé fuese a doblegarse a nuestra voluntad. ¡Por favor! Su entera existencia demuestra su rebeldía, su identidad será lo mismo.

    Miro sobre la coronilla de Lara en cuanto la puerta del consultorio se abre y la voz del sanador nos llama, así que me pongo de pie mucho más rápido de ella y sujeto su mano en un intento de ayudarle, a pesar de que todavía puede moverse con normalidad. En cuanto entramos y la puerta se cierra tras nosotros, estrecho la mano del médico con una sonrisa forzada que pretende ser cordial ante el saludo amable que se intercambia en el aire — ¿Es verdad que las panzas tienen diferentes formas por culpa del sexo del bebé? — y ya escupí una estupidez. ¿Dónde puse los chicles para estos casos?
    Hans M. Powell
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    Lo más entretenido de la espera a cada consulta con el sanador, son las revistas de maternidad de hace dos o tres años, algunas de hace diez años, es que claro… no es como si el embarazo en una mujer fuera algo que tuviera su versión renovada en cada temporada. ¡Oh! ¡Hay un especial de Navidad! Me río como una estúpida de una de las primeras fotos donde se ve a un niño de poco más de un año moviendo su manito enguantada para llevarse nieve a la boca, e inconscientemente paso una mano por mi vientre que ha cobrado una pendiente curva interesante en estas fechas. Estoy en una conversación silenciosa de pensamientos con el bebé, preguntándole si le gustaría helado cuando salgamos de aquí, que a mí el niño de la fotografía me lo ha antojado, cuando la voz de Hans recupera mi atención. —¿Ansiosa? ¿Yo?— repito, como si no supiera de qué está hablando o que se ha equivocado de persona, miro hacia la otra embarazada de la sala preguntándole con un movimiento de cejas si se refiere a ella. Me reincorporo en la silla, que no me di cuenta que cada vez me fui hundiéndome más como para estar cómoda, hay veces en que llego a la posición tan patética de estar tirada por completo con el vientre hacia arriba como si esta apenas curva insinuante fuera todo lo redondo que llegará a hacer en unos meses.

    Yo sé que no todo es bebé, si no lo digo es para que Hans mantenga la ilusión, y es que si no fuera por el exceso de muffins, bizcochuelos y barras de chocolates, no sé si para Navidad hubiera llegado con un vientre tan marcado. Uno que me ha dado un par de charlas graciosas con Patricia Lollis sobre que, primero, al parecer me comí una semilla de calabaza y me estaba creciendo una, y segundo, que mis visitas frecuentes a la oficina de cierto ministro han resultado en un bebé, que le tuve que decir que si era en función de mis visitas, por frecuencia e intensidad, mínimo serían tres bebés. Llegué a creer que desarrollamos cierta amistad, pero un día me vio con un muffin de avellana en la boca y me dijo que si seguía comiendo así, me pondría gorda. Lo dijo de una manera que me tuvo llorando en el baño y me dio palmaditas de consuelo en la espalda, sin embargo, desde ese día no me junto con ella.

    Deseo que…— pienso profundamente en esto, uniendo mis cejas y haciendo un mohín con mis labios que muevo por toda mi cara. —¡Deseo que no tenga tu nariz!—. Tiro la revista sobre mis rodillas y levanto mis brazos hacia el techo. —¡Energía cósmica! ¡Por favor! ¡Deseo que no herede su nariz!— exclamo, creo que la otra embarazada nos mira raro, pero no tan raro como cuando recupero su mano para sujetarla, que nadie va a creer que el ministro Powell hace voluntariado sosteniendo manos de embarazadas porque sí. —Sé que ese detalle te preocupa, así que gasté mi deseo en ello. Estás temblando, Hans— lo digo con una mirada de preocupación que es acompañada por la sonrisa pícara de que me estoy burlando de él, envuelvo su mano con las mías y controlo así mi propio nerviosismo de saber por fin qué será este bebé, que se acerca Navidad y tengo que pensar en regalos. Rose también me ha preguntado si comencé con lo del cuarto del bebé, y bien, tengo decidido que todo será azul, que no haré distinciones sexistas, pero sí que hay diferencias entre que sea niño y niña. Toda esa aparenta calma que guardo por los dos se desbarata cuando escucho el llamado del sanador y salto de la silla, me contengo de gritar que aquí estamos. Sigue siendo incómodo para mí que no use mi nombre al saludarme con un afecto que me da en exclusividad, mientras me llama con todos los diminutivos que existen de “mamá”. Hombre, es tan raro. Mas raro todavía es mirarme el vientre y tratar de adivinar el sexo del bebé por este rasgo, ¿de dónde ha sacado ese dato? — Bueno, muchachos, la palabrería para después. Dejemos la charla y pasemos a la acción— interrumpo nada más empezar, con mis palmas en alto y abriéndome paso hacia donde está la camilla así como la pantalla donde finalmente se revelará la gran incógnita. ¿Ansiosa? Sí, bastante, si casi que corro a la camilla. Me recuesto en esta con toda naturalidad y aunque la posición sea diferente, me viene un recuerdo. —Hans— lo llamo. —Prometiste darme la mano— digo y estiro la mía esperando que la tome.
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Sacudo la cabeza de un lado al otro con una risa sarcástica que acompaña el revoleo de mis ojos, tratando de mofarme de la burla que tiene sobre mi nariz — Lo lamento, señorita de nariz respingada. Era la nariz ancha o la nariz ganchuda, la genética hizo lo que pudo — lo único que pido es que si tiene mi nariz no herede sus mejillas, o eso sería algo demasiado extraño de ver. ¿Estoy temblando? Espero que no, pero para mantener mi dignidad yo levanto un poco el mentón y dejo que nuestras manos se entrelacen con una calma que no siento en lo absoluto — Es el frío. No tienen una buena calefacción aquí — que estoy seguro de que el viento de afuera no llega hasta donde estamos y podría sacarme un poco la corbata para respirar mejor, pero no quiero que se burle el resto del día de mí. Si ya no sospechan por el repentino peso de Scott, estoy seguro de que mis salidas un poco más largas de lo normal del ministerio deberían ser suficiente como para saber que estoy atendiendo consultas médicas. Hoy ni siquiera me molesté en fingir que no la esperaba a ella en la puerta del edificio, Al menos, es la primera vez en mucho tiempo que los rumores que me rodean nacen en base a algo que me hace lo suficientemente feliz como para no molestarme en negarlo.

    El sanador no parece confundido por mi pregunta y asumo a que debe escuchar cientos de dudas de ésta índole todos los días, con la cantidad de pacientes que debe atender que vienen con sus respectivas parejas con menos idea que yo. Abre la boca con obvias intenciones de contestarme, pero Lara se roba el protagonismo y me veo dejado de lado en dos segundos, esos que me toma el fijarme en los cuadros que decoran el consultorio y que siempre me llaman la atención. Demasiados bebés, demasiados dibujos de fetos, demasiadas familias con dientes perfectos y felicidad fingida para la cámara; estoy seguro de que unos padres reales tendrían más ojeras y ese sujeto no debe ser tan experto en sostener un bebé, seguro se le cayó mil veces antes de tomar la foto. Estoy en esto cuando la voz de mi propia embarazada hace que vuelva a la realidad y me doy cuenta de que he escondido las manos en mis bolsillos, quizá para soportar por mi cuenta la ansiedad que me produce el estar en este lugar.

    Me había olvidado de esa promesa, sucedió hace lo que parece una eternidad y el recuerdo le pertenece a dos personas que estaban muy lejos de ser los nosotros de la actualidad. Intento no reírme y aprieto mis labios en una sonrisa, me acerco y ocupo la silla que me pertenece en estos casos, tendiendole la mano — ¿Esa cosa no es muy fría? — pregunto con curiosidad cuando le colocan la… cosa que hace que el bebé aparezca en pantalla. No me demoro en guardar silencio, la figura cada vez más distinguible de la pelusa hace su aparición y no puedo hacer otra cosa que mirar a su madre de soslayo, preguntándome si va a volver a llorar o si mis dedos deberán apretar con más fuerza los suyos. Los murmullos del sanador me dejan en claro que parece que todo está bien, el tamaño, el crecimiento, su desarrollo… en pocas palabras, aún parece ser que tendremos un bebé sano y eso es lo que importa. Mi silencio desde el rincón se ve interrumpido nomas cuando me inclino un poco hacia delante, como si pudiese diferenciar algo más allá de los puntos claves — ¿Se puede saber si es niño o niña? ¿O si tiene una nariz más parecida a la mía o a la suya? — por favor, que no sea la ganchuda, perdida en alguna parte del adn. A juzgar por el rostro del sanador, no ha visto nada, pero no tarda en chequearlo. Yo voy ladeando la cabeza como si pudiese moverme con la ecografía, pero puedo verlo antes de que él lo diga: es imposible de distinguir, a juzgar por cómo se encuentra colocado en tan temprana etapa — Bueno, se te van a complicar los regalos navideños…¿Te parece todo unisex?— bromeo, tratando de suavizar el posible ataque hormonal que puede suceder en dos segundos.
    Hans M. Powell
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    Invitado
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    El pudor nunca fue una de mis preocupaciones, que levanto el ruedo del par de pulóvores y la camiseta que me he puesto esta mañana para salir al frío de la playa, que es más helada de lo que se siente en la ciudad, aunque no la cambio por nada. La vista del mar desde la ventana de la cocina es maravillosa, solo por falta de tiempo no hago una caminata bordeando la orilla y porque me falta un perro como excusa. La calefacción en este sitio es todo lo contrario a lo que opina Hans, no siento frío al dejar mi pequeño vientre a la vista, pero ¡maldición! ¡Esa cosa es un bloque de hielo! Tironeo de la mano de Hans sin darme cuenta. Pero la pantalla cobra vida, ¡y ahí está! ¡Ahí esta! Ese gran océano negro donde nada una pelusa con un corazón que late mucho más rápido que el mío, que estrujo los dedos de Hans y siento como la emoción corre por nuestros cuerpos como algo compartido. -¡Mira! ¡Es un bebé! ¡Uno solo!- exclamo, como si ya no lo hubiéramos dado por sentado, y no quita que siga bromeando con que podrían ser tres.

    Secundo a Hans en su duda con un semblante de grave seriedad, vine aquí buscando respuestas. -Queremos saber el sexo, asi sabremos qué regalarle en Navidad- le cuento al sanador con una alegría ridicula parecida a la de los rostros que se ven fotografíados en el consultorio y de un tipo que mi yo de hace un año se caería de culo. -¡Y la nariz! ¿Se ve un pompón? Si es un pompón, es que heredó la mía y nos sentiremos aliviados...-. Debe ser por las bromas que hacemos de su nariz que el bebé se ofende, que se da la vuelta, que este pedazo de hielo recorre toda mi piel erizándola de frío y la imagen en pantalla no cambia, la expresión del sanador se contrae cada vez más. Le lanzo a Hans una mirada de amenaza asesina para que no diga ni una palabra más cuando sugiere que compremos cosas unisex, le quito la cosa esa al sanador para moverla yo. -No, no iré a comprar nada. Ni tampoco helado, si a tu hijo o hija se le da por ponerse caprichoso. Que soy su madre y a mí no me va a venir a ocultar cosas, ¡menos su sexo!- grito, indignada por el atrevimiento de esta pelusa anarquista. -Te quedas aquí y me sigues sosteniendo la mano- le reclamo, con la mirada puesta fija y furiosa en la pantalla. -Vamos, pequeño Scott, no des tantas vueltas. Decídite qué eres de una vez...- mascullo.
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Menos mal que es uno solo, sino me verían cayendo al suelo de la impresión y dudo mucho de que pudiesen hacerme recobrar el sentido en un futuro cercano. Puede que debería estar de su lado, pero tengo que mirar a Scott como si se tratase de una extraña por al menos unos segundos. A veces me cuesta reconocer a la mujer que se está convirtiendo, una que intento no señalar por miedo a que me dé un golpe de lleno porque sus cambios de humor, en especial los altos picos de felicidad de orgullo materno, me tienen de lo más confundido. Solo asiento a todo lo que dice como si se tratase de una locura momentánea  hasta que la cosa se sale de control; Scott ha tomado el mando de la ecografía y el sanador se muestra casi tan confundido como yo — ¿Helado? Scott, dicen que nevará mañana — y si debo recordarle que ahora tenemos una casa cerca de la playa, creo que me va a dar con el aparatito. Quizá me lo meta por la nariz, ya que tan poco parece gustarle.

    Que no se ponga caprichoso… ¿Es momento de decirle que ella lo está siendo o eso significaría que no me dejará dormir en la cama esta noche? Parpadeo presa de la confusión y giro la cabeza para ver que el sanador parece tan extrañado como yo; espero, de verdad, que sus gritos no se oigan en el pasillo. Por mi salud física y mental me quedo donde ella me pide, sosteniendo la mano que no está patinando sobre su vientre en busca de los genitales del bebé, como si quisiera romper su intimidad dentro de la barriga. El médico abre la boca con obvias intenciones de calmarla, pero creo que se queda callado cuando sacudo la cabeza con algo de frenesí y paso mi mano de manera horizontal por mi cuello varias veces, pidiéndole silencio. Que la conozco cuando se le contradice algo y él no quiere soportarlo — ¿Ahora es pequeño Scott? — intento aliviar un poco la cuestión y estiro la mano que no está siendo asesinada por la suya para colocarla sobre sus nudillos y detener el ataque a su vientre — ¿Sabes, Lara? No es tan malo, piensa que podemos tomarlo como un juego. Ver quién adivina en la cena de navidad, comprar algo que sirva para ambos sexos… ¡Como una cuna! Vi varias cunas — de verdad, hay una tienda cerca del ministerio por la cual siempre paso y me da un ataque de pánico con solo mirarla — Pero si sigues haciendo esto, le diré en el futuro que estabas demandando sobre su privacidad incluso antes de nacer y le daré la razón cuando entres a su dormitorio sin pedir permiso. Además, mira el lado positivo: su nariz sigue pareciendo chiquita — no sé si sirva, pero es mi mejor esfuerzo.
    Hans M. Powell
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    No... tengo paciencia para ponerme a explicarle que el helado es un alimento universal en cualquier temporada, que se puede comer también en Navidad. Sé que en algún país del que no recuerdo el nombre, pero alguna vez me lo mencionaron siendo niña, lo hacían. No es momento para ponerme a discutir con su lógica del orden que no le permite concebir la posibilidad de comer algo que está fuera de época, que estoy más ocupada discutiendo con su bebé. Uno a la vez, por favor. Que uno me contradice, me plantea preguntas, el otro me da la espalda, no me dice nada. ¡Padre y bebé! ¡Por Morgana! El sanador entendió que lo mejor que puede hacer en esta situación de histeria es dejarme jugar con el control, por toda la franja de piel donde desparramó el gel, que no me salgo de esos límites. Su rostro se va tornando pálido y lo veo intercambiar miradas con Hans. Es el primer berrinche público de nuestro bebé y he demostrado que no se mantenerme en mis casillas. — ¡Tienes razón! ¡Ahora más que nunca es un Scott Powell y que no le falte ninguna letra! — suelto, que le va lo impreciso como a sus padres y no se puede definir en lo que es, que se queda con ser bebé y no tiene interés en ser llamado niña o niño.

    Al aflojar la presión de mis dedos alrededor de los suyos, tomo consciencia de la fuerza que le he dejado la piel marcada a rojo, le será de práctica para el parto si es que quiere entrar. No estoy seguro que quiera después de esta pequeña probada de lo que sería, cuando me giro hacia él, apaciguada por su sugerencia y veo que su cara es de quien está elevando plegarias por su vida. —Puede ser... — cedo un poco, que competir con él le da un giro a esto que lo hace interesante, entonces reparo en algo que me hace fruncir el ceño otra vez. —Espera, ¿has estado mirando cunas sin mí?—. Creo que el sanador O’Neal está haciendo repaso de que tanto recuerda sobre primeros auxilios si es que trato de matar a Hans. ¿Por qué siempre llegamos a este punto extremo? Rose lo predijo, me advirtió sobre mis instintos asesinos que parecen centrarse en la persona que podría huir por mis reacciones violentas y es la que no quiero que se mueva de mi lado, porque quiero que no haga de esto algo terrible y me consuele diciéndome algo tan tonto como que la nariz visible es pequeñita. Porque quiero compartir esto con él, cada vistazo a ese algo que creamos entre los dos, que se va volviendo más grande, cuyo cuerpo se parece más a la personita que puede llegar a ser. Maldita sea, ¿ese es nuestro bebé? Se ve más real que nunca, que sobre mi pecho cae todo el peso de una ternura que no esperaba sentir, en medio de esta rabieta que me provocan todos los que están en esta sala. —Todo es tan pequeño… ¡sus piecitos! ¡son tan pequeños!— suspiro. Le lanzo una mirada de reproche a Hans. —¿Por qué te pones de su lado y tratan de acaramelarme? Ponte de mi lado, dile que nos muestre qué es. ¿En serio te da lo mismo? ¿Podrías pasar los siguientes meses sin saber qué es? ¿Sólo llamándole «bebé»?— pregunto, desistiendo de la presión autoritaria del aparato sobre mi vientre, pero con la imagen aún nítida en la pantalla de ese algo que es nuestro, que a su vez le pertenecemos y que no puedo dejar de ver.
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Tengo bien en claro que si existe un momento en el cual deba sacar mi máxima expresión encantadora, es este, pero lo único que atino a hacer es mostrar una sonrisa débil y temblorosa que parece disculparse en lo que intento no encogerme en mi lugar — No mirar mirar, ya sabes, solo he visto algunas al pasar y pensé… ¿No querrías ir armando su dormitorio, ahora que tenemos el espacio? — tenemos muchísimo tiempo, pero una cuna sería como plantar la bandera de que ese territorio le pertenece y que deberemos crear todo a su alrededor, no sé si va a entenderme. Ahora mismo realmente ruego que lo haga, porque si no lo hace significa que me comerá la cabeza, algo para lo que la veo demasiado dispuesta. Me pregunto si el sanador está preparado para alguna maniobra de rescate, asumo que verá este tipo de situaciones en más de una ocasión y nosotros somos solo un caso en un millón. Lo ruego, sino estaríamos pasando un enorme bochorno que espero que no comente a sus colegas. Lo único que falta, que circule el rumor que mi ¿novia? está un poco pasada de hormonas por culpa del embarazo y que ha hecho un berrinche infantil en plena sesión.

    Que el agarre se afloje un poco me indica que mis palabras no han sido tan inútiles y puedo sentir algo de alivio en mi pecho, estoy casi seguro que O’Neal ha suspirado como si tuviese que recordarse cómo respirar con normalidad. Lara habla de piecitos, yo lo único que puedo ver es algo en punta y asiento con la cabeza para darle la razón, pero… — para mí luce como un maní cabezón — lo cual no debe estar muy errado porque dudo que sea mucho más grande que un maní. ¿Cuánto fue que dijo el sanador? ¿Diez centímetros? El repentino reproche de la madre hace que me ría entre dientes sin poder contenerme y le quito el aparato de los dedos con mucho disimulo — Me gustaría saberlo, pero si no es hoy, tenemos otras sesiones para que decida mostrarnos. Quizá es pudoroso — sé que no es así, el pobre no tiene conciencia de que ha puesto a su mamá histérica porque no podemos ver qué hay entre sus piernas — A mí no me gustaría que me demanden ver mis bolas en una pantalla — bromeo. Sin más, le tiendo el aparatito al sanador, el cual agradece y regresa a su trabajo; terminar el chequeo, congelar las imágenes y esas cosas.

    Aprovecho que la cosa se ha calmado para acercarme un poco a la camilla y maldecir por la ironía de que yo era el ansioso y ahora, debo ser quien pone el orden. Me obligo a acariciar su cabello con calma, echándolo detrás de su oreja a modo de mimo tranquilizador — Podemos ponerle un apodo unisex hasta entonces. ¿Meerah no quería que le llamemos Muffin? Pues será un muffin con forma de maní. Casi como tus cachetes — le pellizco una mejilla hasta que creo que he palidecido, porque acabo de darme cuenta de un detalle — No te estoy llamando gorda — aclaro, por si las dudas. Y yo que iba a preguntar por la vida sexual ahora que va a empezar a agrandarse… creo que es un pésimo momento.
    Hans M. Powell
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    De pronto me molesta que se haya adelantado en algunas cosas respecto al bebé, como mirar cunas, que me sale la misma duda que cuando me planteó lo del nombre: ¿no hay tiempo para eso? ¿No es pronto? Claro que Rose, que es mi gurú en esto de la maternidad experimental, me tocó el tema de armar el cuarto hace semanas. Si es que a veces siento que yo voy a prisa con algunas cuestiones, comprar la casa por ejemplo, y Hans también va a prisa, pero por un carril paralelo así que no coincidimos. He llegado a creer que hasta tenemos nociones distintas del tiempo, sobre aquello en lo que vamos rápido y aquello en que cada uno va demasiado lento, porque también tenemos eso. Mi reacción a su pregunta es la de desconcierto hasta que acomodo la idea en mi estructura mental donde el caos tiene su orden. —Dices… ¿qué ese sea el regalo de Navidad para el bebé? ¿Su cuarto?— pregunto, propongo, es que no sé. No sé qué estoy diciendo, pero quiero hacerlo. ¿Cómo es posible que de un berrinche esta personita tan pequeña como mi dedo pulgar consiga un premio? Y seremos unos padres terribles, con nada de autoridad sobre sus pataletas de pies chiquitos, porque vamos a darle su estúpido premio.

    No puede ser cabezón, Hans. Esa cabeza mide dos centímetros…— suspiro, que se ve grande en pantalla, pero si hace los cálculos no es tan así y lo que pasa es que está un poco desproporcionado en su forma, sólo un poco. ¿Qué tan extraño es que así y todo me siga pareciendo algo hermoso? Si es que soy patética. —Pues para mí, maní cabezón o no, luce como una belleza. Y es que no quiero exagerar, pero si hasta me parece más guapo que el ministro Weynart…— lo digo con todo mi orgullo hormonal, como cuando lo que fuera que hubiera plasmado en planos iba cobrando una forma que se podía ver y tocar y funcionaba, ¡funcionaba! Si esta cosa la ha construido de una manera diferente a todo lo que vengo haciendo en décadas y la tranquilidad con la crecí de un éxito es el resultado de diez fracasos en seguidilla así que no pasa nada, la pierdo con este bebé, porque quiero hacerlo bien sin tantos errores de por medio.

    Mi mirada está cargada de incredulidad por el hecho de que el mismo hombre que estaba trepando las paredes de la sala de espera, me diga ahora que podemos esperar a la siguiente visita al sanador. Admiro la confianza que tiene en sus propios nervios, porque a la próxima yo lo veo tomándose una jarra de tilo antes de entrar al consultorio si es que no acabamos en emergencias. —Si es pudoroso, no sé de quién lo sacó—. Es que sería una ridícula ironía que ambos tengamos un bebé con esas maneras, que el problema con nosotros es que nunca supimos mantener la ropa en su sitio, y me muerdo la lengua para no decir delante del sanador O’Neal que hay paparazis que aspiran a colarse en las playas de la isla ministerial, precisamente para colocar las bolas de más de un ministro en pantalla y las suyas están entre las más demandadas. —Somos sus padres y su sanador, las veremos tarde o temprano. No es como si estuviéramos transmitiendo a todo Neopanem…— resoplo, que esta vez me ha ganado la discusión una cosita de diez centímetros apoyada por su padre, si hasta me han confiscado el aparato y se lo devuelven a O’Neal para las fotografías que con o sin pelotas, lo mismo iré a mostrarle a Mohini apenas salga de aquí.

    La caricia en mi pelo va suavizando mi expresión ceñuda, el apodo cariñoso de Meerah para su hermanito o hermanita consigue que me pase un poco el enfadado con todos en esta sala, y casi que puedo irme de aquí sin matar a Hans… —¿Qué tienen mis cachetes?— exijo saber, haciéndolo centro de una mirada que inmoviliza al sanador en su silla y creo que está a punto de mandar un patronus a la base de aurores del país, porque el ministro de Justicia podría ser asesinado. Entonces dice la palabra. No escucho el “no te estoy llamando…”, sólo la palabra en un eco repetitivo en mi mente con la voz de Patricia Lollis. Me incorporo de la camilla con mis piernas colgando a un lado, reacomodo mi ropa de abrigo y pongo mis pies en el suelo en absoluto silencio. Con mi mano abierta detengo cualquier ayuda por parte de Hans. —No estoy gorda, soy puro Muffin— alzo la nota en mi voz así como mi dedo índice para aclararme, no estoy diciendo una mentira. Muffin, muffins, es la verdad. No quiero llorar como cuando Lollis me lo dijo, pero siento cómo la primera lágrima va rodando, por más que mantengo mi postura de la indignación hecha persona. —Pero si sientes que te está faltando espacio en la cama porque estoy gorda, no sé, querrás ir a dormir al sillón. La decisión es tuya, que tengo entendido que en el quinto mes se viene el subidón de libido, y si es la temporada en la que elijes hacerte a un lado, mal por ti. Que al parecer el sexo hace bien durante el embarazo, pero si al padre de mi bebé le parezco demasiado gorda, ya veré que hago...— digo, pasando el dorso de mi mano por mi mejilla mojada, y si quiere consultar que tan cierto es todo lo que digo, que le pregunte al sanador que está checando las fotografías que le sacó a Muffin.
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Aunque vacilo, acabo asintiendo. Empezar a armar su cuarto está bien, aunque deberé darle algo genial a Meerah para que no se sienta desplazada. Últimamente temo el estar demasiado pendiente del bebé cuando también debería estar para mi hija mayor, pero no puedo dividirme en tres para también cubrir mis horarios ministeriales. Pienso bromear sobre el tamaño de la cabeza del bebé, pero lo que dice me dispara las cejas hacia arriba — ¿Quieres que le diga a Riorden que te sujete la mano a partir de ahora? — ¿Soné tan gruñón como creo o son cosas mías? Que ridículo. Aún estoy enfurruñado cuando habla del pudor del bebé, comentando algo que jamás había pensado — Por ahora. Ya tendremos fotógrafos fastidiando cuando nazca y sea de público conocimiento — algo que soportar de muy mala gana. Ningún niño nacido de padres ministeriales tiene una infancia completamente fuera de foco, de mala gana sé que éste entrará en ese saco. Meerah está dejando de ser un secreto hace semanas y me sorprende aún no ver fotos suyas en las noticias.

    ¡Nada! ¡Se ven bien! — creo que me veo desesperado, siento mis ojos abrirse poco a poco y miro a O'Neal en busca de ayuda, pero el desgraciado pretende estar muy ocupado chequeando las imágenes como si no estuviese presenciando una escena desesperante. No soy bobo, no le diré a Scott que sus mejillas se están volviendo más redondas como casi toda ella. Veo como se mueve y eso me obliga a ponerme de pie, buscando que mis brazos se acomoden a ella en un intento de que se ponga de pie, pero rechaza mi ayuda y mis manos solo revolotean a su alrededor — ¡No me pareces demasiado gorda! No digas tonterías. Sabes que creo que eres her... — las palabras no van a endulzar su oído, pero aún así trato de calmarme un poco para sonar convincente — Podrías engordar treinta kilos y no me importaría. No llores. ¡Te compraré helado! ¿No querías helado? — casi parece que estoy consolando a un niño. Me atrevo, con mucho cuidado, a limpiar su mejilla con una mano — Iremos a casa, comeremos helado, tendremos sexo si quieres y... ¡Mira, piecitos de maní! — le arrebato con algo de urgencia las fotos al sanador y se las pongo a Lara debajo de la nariz — Te gustan sus pies, ¿No? Podemos anotarlo, así se lo dices cuando nazca. ¿Ya? — solo que deje de llorar, por Merlín.
    Hans M. Powell
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    ¿Qué? ¿Espera qué? Bien, nunca lo pensé. En su momento hablamos de ser discretos porque no me interesara que mi nombre fuera motivo de rumores en su oficina, luego la discreción importó muy poco y me dio lo mismo que mi nombre se cruzara con otros entre los chismes que corrían, creo que a nadie la importó demasiado tampoco, pero me doy cuenta que un bebé es algo distinto. Si Hans se muestra con un bebé, puedo ver la portada de la revista. Claro, yo no estoy en la tapa, eso sigue sin ser lo importante, siempre habrá de esos rumores. Un bebé si tendrá el foco. Me queda el consuelo de que si Meerah aún tiene garantizada su privacidad, nuestro hijo o hija también. —Tienes un par de meses hasta que nazca para iniciar una cautelar, que a la primera revista que publique siquiera la nariz de nuestro bebé, lo que sea que le saquemos por una demanda irá a su alcancía— digo, sí, puede ser que mi enfado se esté extendiendo también fuera de este consultorio, que si no es Hans, alguien acabara muerto por mis arrebatos de humor, cualquiera.

    Sí, definitivamente será Hans. No hace falta que busque a alguien más, todo esto acabará muy trágicamente, diré que me llamó gorda y en medio de una crisis de llanto acabé por matar a un ministro. —¡Sí te parezco GORDA!— lo contradigo, con un chillido tan agudo que delata mi histeria entre lágrimas, ¿ha dicho que digo tonterías? ¿TONTERIAS? ¿Por qué lloró todavía más fuerte? Se quiebra mi postura combativa, muevo mis manos en el aire con la misma impaciencia que puedo ver en él, el sanador queda a mi espalda como para que me pueda importar lo que esta escena le afecta. No me creo que todas las parejas que vienen aquí son modelos de felicidad perfecta, no con todas las hormonas que cargamos. —¿Treinta kilos? ¿Tanto crees que engordé? ¿Soy una maldito occamy obeso para ti? ¡Y claro! ¡Cómprale helado a la embarazada gorda para que deje de llorar!— cubro mi boca las manos, me supero a mí misma en todo esto. Muevo la cabeza de un lado al otro, apretando con fuerza mis párpados para contener el llanto cuando acerca sus dedos a mi piel. Los entreabro por sus promesas desesperadas, entre las lágrimas que me nublan la vista puedo ver las fotos y más sollozos raspan mi garganta. —Son unos piecitos de maní muy lindos— digo apenas con un hilo de voz. Ay, ¿qué me está pasando? Siento tanta vergüenza, tanta rabia, tanta angustia, tanta emoción porque tenemos nuevas fotos de nuestro bebé, que me abrazo a Hans envolviendo su cintura para esconder mi rostro en su pecho. —Quiero todo— mis palabras chocan contra su camisa.
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    Hans M. Powell
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    ¿Qué está diciendo? No, no, no, no sé de dónde saca esas cosas pero tampoco sé cómo decirle que se equivoca, si entre tanto grito parece que no va a dejarme meter bocado a todas sus ideas. Mi boca se abre y cierra constantemente, en lo que sacudo la cabeza con algo de desespero — ¡No digas tonterías, me pareces de lo más atractiva! Yo solo... — pero parece que no va a importar que le diga que su peso no es de mi interés, que ofrecerle comida e intimidad para que se calme no va a tener efecto alguno. Su llanto es escandaloso, suficiente como para que O'Neal tenga pinta de que teme por nuestras vidas. Deberían existir clases de cómo contener a una embarazada explosiva, hay mil cursos para madres pero ninguno para padres que asegure mi supervivencia a los meses que se vienen. Al menos no tendré que preocuparme por cuidarme después de esto, estoy seguro que Scott va a castrarme en algún punto.

    Al menos, el bebé parece tener un efecto calmante y su ayuda es lo que necesito para que su madre se desarme — Más que lindos. ¿No te pasa que no puedes esperar a morderle los piecitos? — se me escapa lo que siempre he oído sobre los pies de bebés, pero creo que debería evitar cosas que pueda asociar al canibalismo ahora mismo, que no necesito más llanto sobre su peso. Su abrazo me descoloca, me encuentro atrapado de manera que mi mirada confundida se cruza con los ojos del sanador, cuyos labios tirantes delatan que está tratando de no reírse de mí. Puedo sentir las lágrimas empapando mi camisa y le doy algunas palmaditas en la cabeza — De acuerdo, haremos todo. Solo deja de llorar, ¿sí? Tanta angustia no les hará bien.

    Un par de preguntas e indicaciones después, estoy saliendo por la puerta en menos de dos minutos, quizás con un paso demasiado apresurado. Lo bueno para nosotros es que el pasillo se encuentra vacío, así que en cuanto ella sale y la puerta se cierra, me lleno de aire y resoplo — ¿Crees que nos aceptará de nuevo o tendremos que cambiar de ginecólogo?— antes de que se ponga a llorar de nuevo, al rodeo con los brazos y coloco mis manos unidas en su espalda baja, haciendo que se estreche contra mí — Lamento que no podamos saber si es niño o niña. ¿Quieres tomar un helado e ir a ver las cunas? Estamos cerca. Aunque siempre podemos pedir e ir a casa. Te haré un masaje o puedo llenar la bañera o... lo que quieras. Solo no llores más, no sé nada sobre hormonas o consolar a las personas. Es horrible — de verdad, necesito que vea mi sufrimiento. Y que no se haya quedado con dudas, porque nos vi volviendo a entrar por la puerta del sanador a toda marcha, cuando el pobre ya debe estar aliviado.
    Hans M. Powell
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    Este hombre no hace más que descolocarme con cada cosa que sale de su boca, se ve que el pasar mucho tiempo con él me ha sacado de la influencia de su labia y lo que sea que diga se escucha como equivocado. —No, ¿por qué le mordería los piecitos al bebé?— pregunto con mis cejas uniéndose para demostrar mi imposibilidad para entender de qué está hablando, si hasta lo miro raro por creer que es él quien quiere morder los piecitos de dedos pequeñitos de nuestro bebé. Entonces mi susceptibilidad interpreta la insinuación hacia mi gula que hay en sus palabras y vuelvo a llorar. —¡¿Estás diciendo que soy una futura mamá gorda y fea que se va a comer a su bebé?!— grito, me atraganto con todas mis lágrimas que provienen incansables de algún lugar en mi interior y a sus promesas tendrá que sumar un par más, un muy buen regalo navideño, porque no voy a perdonarle fácil que haya dicho que me comería a Muffin. ¿Por qué me trata así? ¿Por qué es tan cruel? Todo lo que quiero hacer es llorar, que alguien me consuele y no, no quiero que lo haga el sanador ni nadie más, quiero que lo haga Hans. Quiero que me abrace, que me lleve a casa, que me compre helado, que tengamos sexo, que comamos más helado, que pensemos qué comprar para el bebé, que tengamos un poco más de sexo, que no diga que estoy gorda. —Es tu culpa que esté llorando— le reprocho, cuando me dice que toda esta angustia nos hará mal y me hace sentir culpable. —Y su culpa también por no mostrarnos si es Christian o es Elena… ¡y también es su culpa O’Neal!— chillo con mis dedos estrujando la camisa de Hans y con mi frente recargada sobre su hilera de botones, así que no puedo ver la reacción del sanador que se ha visto en primera fila nuestro espectáculo y no me sorprendería que al cruzar la puerta del consultorio, encontremos a medio hospital esperando ver qué tan lastimado sale el ministro de aquí. Lo malo de andar por lugares públicos, ya no puedo montarle discusiones porque se pueden volver escándalos. —Ya dejaré de llorar, dame dos minutos más— pido sin soltarlo, mientras él se encarga de resolver lo que falta y un par de dudas en nuestra consulta.

    Comparto su preocupación sobre cómo nos recibirá O’Neal la próxima vez, o que diga que adelantó su jubilación o que está en un crucero por el cuatro cuando llamemos para pedir una cita con él, así que hago propio el nerviosismo de Hans. —¿Quieres que vuelva y le diga que es el mejor? También puedo mandarle una caja de muffins después— propongo, claro que esa caja podría llegar con la mitad de su contenido, pero una cosa es que yo lo piense y otra es que Hans se atreva a hacer un chiste sobre eso, así que por las dudas le lanzo una mirada, cómo advirtiéndole de que ni se le ocurra decir “m” de muffins. Toda esa intensidad emocional que me tenía dentro del consultorio con el cuerpo sacudiéndose de rabia y desconsuelo, me libera para que pueda descansar mis fuerzas agotadas en un abrazo que vuelve a acercarnos y puedo sentir que por debajo de todo lo hormonal, sigue estando esa ternura que es parte de los tres. —Lo sabremos cuando lo tengamos que saber, no vamos a forzar que se muestre si todavía no se siente listo o lista. Supongo que él o ella también tiene su propio tiempo para cada cosa…— descargo toda la tensión contenida en un suspiro. Quiero hacer todo lo que me dice, que no me decido por cuál plan, sé que no quiero volver a la casa todavía y eso me hace ver que también hay algo por lo que debo disculparme. —Lamento haberte chantajeado con sexo, quiero que sepas que no te veo solo como el cuerpo sensual que mantengo al alcance de mi mano para aprovecharme cada vez que puedo— digo, girando mi rostro para que pueda ver la sonrisa en mis labios, y escondo mi mirada otra vez contra su camisa al seguir: —Lo hago sí, pero... te mantengo cerca para poder tomar tu mano, no me interesa la mano de otro hombre sensual…— murmuro, que si esto me compromete de alguna forma, voy a apelar a demencia hormonal. —Y quiero ir a mirar cunas— digo, poniendo unos centímetros entre su pecho y mi rostro para hacerle ver con mis ojos suspicaces que no me fío de él. —Puedo verlo, eres capaz de comprarlas si las ves en vidriera de regreso al ministerio o pedirlas por internet cuando estés en tu oficina, eres un peligro—. ¡Lo sé! No puedo descuidarlo.
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    ¡Es solo una expresión! — porque si piensa que creo que es capaz de comerse a nuestro hijo, está pasando de hormonal a delirante. Son unos minutos que se demoran horas en pasar, no comprendo cómo es posible que tengamos que pasar por un momento como éste y sospecho que nuestro pacto de privacidad será roto cuando O’Neal le cuente a todo el sanatorio lo que ha pasado esta tarde. Bien, seremos un chiste, pero espero no escuchar ningún comentario fuera de lugar. Al menos, estar en el pasillo nos mantendrá a salvo y siento que podemos apagar momentáneamente sus lágrimas, aunque sea con tonterías — Una caja está bien, la necesitará para recuperar el azúcar que perdió con toda la tensión en el aire — bromeo, escondiendo parte de mi rostro entre su cabello. Si no se calma con todo esto, ya no sé que puedo hacer y tampoco es como que pueda distraerla metiéndola en un armario privado del hospital para hacer abuso de sus otras hormonas como táctica de escape.

    Al menos, me deja en claro que se arrepiente y eso me basta para sentir que la calma regresa a mi cuerpo como si hubiese pasado un exámen de alto nivel — No importa… — apenas alcanzo a murmurar aquello, porque ella sigue hablando y hace que me acomode para poder ver la sonrisa que me está dedicando, contagiándome con una ligeramente burlona — ¿Sensual? Pues gracias, estabas en deuda desde que dejaste bien en claro que mirabas a mis vecinos — ahora puedo tomarlo con humor, al menos un poco. Como si fuese un milagro, ella elige un plan y lo tomo como la ruta de escape perfecta, aunque tengo que echar la cabeza hacia atrás con aire indignado — ¿De verdad me crees capaz? Scott, tengo otras sorpresas para ti, pero la cuna es la cuna — que era una de las sorpresas, pero como ella no lo sabe, puedo hacerme el inocente, Para que no siga por ese lado, le doy una palmada en el trasero en un intento de hacerla caminar — Vamos, “mami”. Busquemos una cuna y pediremos helado para llevar de regreso. Y si te portas bien, pasaré de ir a chequear papeles para usar el resto de la tarde contigo en el dormitorio. Solo si sigues con ganas, uno nunca sabe… — me encojo de hombros, porque sé que sus ánimos son muy volubles y no puedo jugar con eso.

    Tomo su mano, jugueteo con sus dedos al acomodarlos entre los míos y me tomo el permiso de dejar un beso afectivo en su pómulo — Vamos, hay unas que me gustaron más que otras y perdón por eso. Es lo mínimo que puedo hacer, ya que tú cargas con el paquete todos los días. Sé que trabajo mucho, pero intento usar mi tiempo en ustedes. Ya sabes… no quiero ser de los que se pierden todo por vivir en la oficina. Deberías volver a visitarme más seguido — debe ser la cercanía de la Navidad, porque creo que eso fue muy sentimental. Tiro de su mano, obligándonos a caminar por el pasillo para buscar la salida. Al menos, estamos vivos después de esta experiencia y, quizá, podamos disfrutar de las horas que nos quedan.
    Hans M. Powell
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    Claro, con las hormonas en calma podemos decir algo tan simple como «no importa», quitándole trascendencia a toda la tensión asesina dentro del consultorio, que es hasta insultante para el pobre sanador O’Neal que podamos aligerar el ambiente de esta manera, cuando casi lo matamos de un pico de presión ahí dentro. También es posible que nuestro episodio sea uno más de los que vive diariamente porque veo llegar por el pasillo a un hombre corriendo para colarse por la puerta entreabierta al consultorio, por la cual entró la embarazada que había quedado esperando a que pasáramos antes, y si no me equivoco, lo que acabo de escuchar es un bolso golpeando la pared y el grito de la mujer reclamándole que ha llegado tarde, como lo primero en una larga lista de reclamos. Cada pareja con sus dramas, que yo tengo que resolver ahora el que tiene que ver con el vecino. —¡Sólo lo miraba de lejos!— aclaro, defendiéndome de su acusación. —Había mucha distancia con esos jardines inmensos de una mansión a la otra, apenas si podía ver algo— sacudo mis manos en el aire, minimizando toda esta cuestión. —Eso sí, en verano, creo que por la seguridad del bebé, será mejor si lo pasamos en la playa de la isla ministerial…— bromeo, que es una cosa de nada.

    Mi boca se curva en una sonrisa de exagerada dulzura cuando me pregunta si lo creo capaz de ir solo y hacer compras compulsivas de cosas para bebés. —Sí, te creo capaz— contesto llanamente, lo otro que dice hace que cambie la intención de mi sonrisa por una de emoción auténtica. —¿Qué sorpresas?— pregunto, — ¡No! ¡No me lo digas! Sino dejará de ser sorpresa— se lo prohíbo, retractándome de mi impulsiva curiosidad y mentalizando en la ardua tarea que tendré en las semanas que siguen, de no impacientarme por saber qué podría ser. Con toda sinceridad, no sé qué esperar de él. Es más fácil para mí imaginar escenarios en los que llega con una caja de algo que consigue mi más profunda decepción, que supongo que hablan del poco mérito que le doy. —Hans, es muy perturbador para mí que pases de llamarme Scott a decirme «mami», porque si dices que te pasarás la tarde conmigo en el dormitorio, mis pensamientos son de todo tipo y te aseguro que para nada maternales— dejo bien en claro, como si hiciera falta en estas instancias. Tironeo de su mano que atrapa la mía y corro mi rostro para que mi boca encuentre la suya, sus palabras me detienen en el intento de besarlo. Me quedo respirando cerca de sus labios, mi sonrisa ensanchándose. Mis pies no se mueven cuando tira de mí y lo sujeto de la mano para que vuelva, usando la otra para atraer su rostro al enroscar mis dedos en los mechones que rozan su nuca. —Debería volver…— susurro al besarlo. —¿Tendremos que buscar algún nuevo punto ciego? Si es por mí, tu escritorio está más que bien y que quien nos vea se entretenga con el espectáculo— digo, aunque creo que con mi embarazo mostrándose evidente, toda discreción nos queda absurda.        

    Si nos encontraran en su despacho tirando todos expedientes al suelo en el caos que somos capaces de lograr, sería incluso menos escandaloso que la imagen que damos en la tienda de muebles infantiles. Estoy casi segura que una de las chicas detrás del mostrador se ha mareado nada más vernos, que está sentada con la cabeza entre las rodillas para recomponerse, a otra le han lanzado una mirada fulminante porque sacó su teléfono para tomar algunas fotos de Hans. Estoy en una esquina, a medio cubrir mi rostro con la mano, mientras espero a que vuelva la muchacha que nos atendió. Está arrojando un par de peluches con los que cargaba para regresar casi corriendo a nosotros. Suspiro y me giro hacia Hans para hacer un mal chiste. —Supongo que nadie se creerá si decimos que soy tu hermana embarazada a la que acompañaste a buscar una cuna—. Nuestros rasgos no pueden ser más distintos, que este bebé está dentro de una lotería en cuanto a las características que podría heredar. —Podemos intentar con que soy una prima, una prima muy lejana—. Lo recorro de pies a cabeza con mi mirada. —Aunque si fueras mi primo lejano, eso no me habría detenido…—. Entonces la joven vuelve, intento ver el nombre cosido en su uniforme y dejo que nos guíe a las cunas, entre tantas otras cosas para bebés que están poniendo en crisis a mis hormonas otra vez. ¡Oh! ¡¿Esa es una batita de baño con forma de puffkein?!
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    Hans M. Powell
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    Siendo honesto, me encuentro mordiendo mis labios con algo de fuerza porque a veces no comprendo cómo es que Lara Scott puede tenerme tan fácil, con palabras que me hacen desear salir corriendo hacia el ministerio de magia y dejar cualquier idea familiar atrás. Me contengo porque sé que no es el momento y el lugar, tengo que conformarme con un beso que busca ser casto a pesar de que mi cuerpo se presiona contra el suyo — A estas alturas, quiero olvidarme de los puntos ciegos. Mi escritorio es tu escritorio — porque, siendo sinceros, ya hablan demasiado y quizá darles motivos hará que todo sea menos tedioso. Además, se puede bloquear y silenciar la puerta, así que mi oficina es el mejor sitio para que nos metamos mano cuando estemos aburridos durante las horas de trabajo. Es un poco triste el tener poco tiempo.

    Hace tiempo que he dejado de preocuparme por los efectos que tiene la fama política en los civiles, porque si les prestase atención no podría salir a la calle. Pero jamás hubiera pensado que me encontrarían en un negocio infantil, en el cual los muebles huelen a nuevo y los colores pasteles están a la orden del día. Suelto la mano de Lara para abrazarme de forma que mis manos quedan ocultas bajo mis axilas y mantengo un rostro silencioso y sereno en lo que ella se hace cargo de pedir las indicaciones, me recuerdo que no debo voltear para chequear el mostrador porque puedo sentir los ojos clavados en mi nuca. Dejo de mirar una pila enorme de ropa de diferentes tamaños cuando oigo la voz de Lara, sonriendo distraídamente a sus palabras — No tienes por que halagarme, ya se me pasaron los celos y la ofensa — murmuro en tono divertido, apenas mirándola al estar más concentrado en lo que dice la vendedora al guiarnos. Aprieto un poco el paso, pero me inclino sobre su oído para hablarle — Aunque no me importaría pecar contra la familia si tú fueses mi prima lejana — la paso, hasta acabar junto a la vendedora, quien está luciendo los modelos de cunas frente a nosotros.

    Mis dedos rozan una de color madera suave, pero mis ojos se posan en una blanca con cajones. ¿Cómo se supone que uno elige estas cosas? Me decanto por la opción obvia: me giro hacia la vendedora y empiezo con cientos de preguntas sin sentido, hasta que caemos en lo personal — Ya sabes, ella es un poco indecisa. Acaba de hacer un escándalo en el hospital, así que escoger una cuna es como la prueba de fuego. Ya no queremos más vueltas por hoy, ¿verdad? — me rasco la nuca cuando me giro hacia ella, tratando de no mostrarme tan divertido con todo esto a pesar de ser incapaz de dejar de sonreír — Esta chica… ¿Dices que te llamas Jennifer? Se ha ofrecido amablemente a explicarnos cómo armar y desarmar con algunos hechizos básicos para que sea mucho más fácil el traslado — posiblemente por la propina — ¿Qué crees, prima? ¿Cuál te gusta más? Recuerda que necesitamos dos. ¿Y te gusta esto? — tomo uno de los peluches que decora la camita y la vendedora pronto empieza a halagarlo, lo que me da la señal de que debe estar desesperada por vender algo en lo que va del día. Estar volteado hacia Lara y darle la espalda me permite sonreír con gracia, modulando un “por, favor, esto es ridículo”. Como si me hubiese dado un sí, le entrego el peluche para que lo tome y se lo quede — ¿Y tú qué, Jennifer? ¿Te gustan los niños? — la verdad, me da igual, pero la muchacha no deja de buscar las mejores cunas en lo que nosotros hablamos, lo que nos viene bien. Si Lara se enoja, que al menos acepte que lo he hecho por obtener lo mejor. Ya le daré el resto luego.
    Hans M. Powell
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    No lo había pensado como un halago, mucho menos como algo que media hora más tarde, siga siendo un intento de compensar un comentario hecho al aire. Muerdo mis labios para contener las ganas de reírme de él, que en realidad son pocos los cumplidos que le hago por mezquindad mía, pero como las vendedoras siguen en las suyas, recobrándose de la impresión de tener al ministro Powell entre cunas y carritos, aprovecho para inclinarme más cerca de su oído al caminar a la par, con mi mano puesta sobre su hombro, mientras seguimos a la chica que volvió por nosotros, ensimismada en darnos indicaciones y consejos. —Lo que hubieran sido esas navidades en familia teniéndote como primo, ¿te imaginas? Hubiera decorado muchos armarios con muérdagos…— me río y lo adelanto para preguntarle a la muchacha hasta que edad más o menos es recomendable qué duerman en cuna, si es que tiene uno de esos modelos que son cuñas pequeñas y luego cambian a camas con barandal, así se puede ir haciendo la transición. Sí, puede ser que yo también haya buscado modelos en internet. Paso de un modelo a otro de los recomendados, y reviso todo, si los barandales son seguros, si los cajones están bien, si hay suficiente espacio. Dejo que Hans sea el de la charla simpática con la chica, ella lo agradece, creo que es el día más feliz en su trabajo.

    El incendio de mi mirada pasa por encima de las tres cunas que nos distancian con Hans cuando lo escucho llamarme indecisa delante de la joven, que se llama Jennifer por cierto. Puedo ver cómo le tiemblan los labios por la risa que le provoca conocer mi anécdota del escándalo en el consultorio del sanador. Uno, dos, tres. Este hombre tiene un talento para sumar puntos negativos tan rápido, si es que lo descuido unos minutos y rompe su propio record. Regreso sobre mis pasos hacia donde están ellos, con mi mirada abarcando todos los tipos y colores de cuna, que hay unas de madera, otras con cortinas, y hago un mohín con mis labios, como si él tuviera razón, que en realidad la tiene, no me decido por cuál.

    Me sería de más ayuda si arrojara algunas ideas en vez de preguntarle a Jennifer si le gustan los niños, así que con toda intención me paro a su lado y guardo las manos en los bolsillos traseros de mi pantalón. —No sé con cuál, quedarme, tendría que ser un material que dure unos buenos años. No quiero cambiar de cuna por cada bebé. Que el hermano mayor herede la cuna a los menores es una tradición, Hans— le pongo más emoción a mi voz de la que he puesto en el consultorio, bueno, quizás no tanto. —Así que tendría que ser un material que duré… ¿diez? ¿quince años? Si calculamos dos años de diferencia entre cada bebé…—. Me cubro los labios con las manos y mi sobresalto de sorpresa es tan fingido que se nota. —¡Oh! ¡Esa es hermosa!— chillo, y solo me falta lagrimear para hacer de esto todo un show por una cuna de madera blanca, tan básica, tan clásica, que pasa totalmente desapercibida entre las demás. —¿Qué te parece esta? El color es unisex, así que servirá para que pase de Christian a Elena, de Elena a Gabriel, de Gabriel a Jazmine…— me sujeto a la baranda con una sonrisa tan ancha, tan vengativa, esperando a que esté de acuerdo con que parece una buena elección.
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    Hans M. Powell
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    Conozco tanto, pero tanto a Lara, que sé que en segundos tendrá su propia venganza y no es casualidad que lo que empieza a salir de su boca vaya pintando una sonrisa burlona en la mía. No tengo idea de si la vendedora está al tanto de la situación o si solamente se está apegando a sus tareas, Sí me doy cuenta de las cabezas curiosas detrás del mostrador y me pregunto por qué no hay gente entrando en la tienda, como para que ocupen sus oídos en otras conversaciones — ¿Dos años de diferencia? ¿Estás segura poder soportar tanto olor a pañal? — por un momento, a pesar de que no lo tomo en serio, intento imaginarlo y estoy seguro de que la nariz se me ha crispado. Solo puedo visualizar una casa llena de biberones y llanto incesante, pero su gritito fingido me saca de mi burbuja de imaginación y creo que a Jennifer casi se le cae el peluche en forma de jirafa de las manos. Ladeo un poco la cabeza en un intento de mirar mejor la cuna a la cual se ha acercado y doy unos pasos para seguirla, estiro el brazo por su costado y abro el primer cajón de la hilera que decora uno de sus extremos. Clásica — ¿Segura? — pregunto. No es una mala idea, pero mantengo la compostura cuando giro la cabeza en dirección a la muchacha, quien se ha adelantado para dar su típica opinión positiva de vendedora que quiere enchufarte un producto, aunque sus ojos parecen algo cautelosos ante la lista de nombres. Obvio, yo no me tardo en explicar — Sale con un tipo genial, ya sabes. No lo conozco mucho, pero dice que no puede sacarle las manos de encima y que lo encuentra irresistible. Supongo que por algo se muere por tener tantos hijos con él — me encojo de hombros, como si las intimidades ajenas fuesen de poco interés para mí y la única viciosa fuese ella.

    Me estiro para presionar el colchón con los dedos y no me tardo en descubrir que se ve bastante grueso, lo cual delata una buena calidad. De refilón chequeo el precio, el cual se encuentra en unos elevados galeones y doy gracias a quien sea que maneje el destino por haberme mandado un bebé cuando mi sueldo me permite comprar estas cosas, sino debería sumarme una preocupación que sería el colmo. Decido dejar toda la actuación a un lado para darle la espalda a Jennifer, apoyo el brazo en la baranda y me inclino hacia Scott para hablar en un murmullo mucho más similar a mi tono habitual — ¿De verdad quieres esta? — le pregunto y echo un vistazo sobre su coronilla. Suerte para nosotros, ha entrado una pareja que ya tiene un hijo en brazos además de la barriga enorme de la mujer y una de las vendedoras sale disparada en su dirección — No me parece una mala opción, así que podemos llevarla para el cuatro. Además, que sea blanca nos da un enorme margen de decorarla como quieras cuando sepamos qué es. Y en verdad llevaré el peluche, no era solo para molestarte — es un bebé, los bebés tienen juguetes, eso he visto — Y quiero regalarte algo. Espera… — con un gesto, pido permiso a la vendedora para adelantarme un par de pasos. Pronto regreso con lo que parece un pijama enterito de bebé y un sombrero, los cuales se lucían en la zona de recién nacidos. A decir verdad, he agarrado el primero que vi con orejas porque todos los niños lo usan… y diablos, tengo que dejar de buscar referencias en lo que veo en la calle — Ya sé que Rose te llenó de ropa, pero me gustaría que tenga algo que sea propio. ¿Qué te parece? Su primer sombrerito. Jamás compré ropa de bebé, así que… — se lo tiendo para que lo agarre y pueda chequear la suavidad de su peluche, aunque a decir verdad, también se siente extraño tener en mis manos una prenda que es apenas más larga que mis dedos.
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    Hago algo que a mi edad no tendría que hacer, que con treinta años se tendría que notar una cierta madurez o una tendencia a esta, cosa que pueda hacer parte entre todas las otras cosas que me hacen una mujer adulta. Si me tomo la tarea de desandar mis pasos en una fracción de minuto para detenerme cerca de Hans y al alcance de un brazo, es porque el impulso de cerrar la punta de su nariz entre mis dedos pulgar e índice es más fuerte que yo. —¿Olor a pañal? ¿De todas las cosas eso es lo que te preocupa? ¿En serio? Solo por ese comentario te acabas de postular como el cambiador oficial de pañales de Muffin— bufo con exasperación, ¡es que las prioridades entre sus inquietudes sobre tener un bebé es el colmo! ¿Pensó lo que sería un parto cada DOS AÑOS? ¿Todos los malestares, antojos, subir y bajar de peso cada DOS AÑOS? Y sé que fue una broma mía, pero sí este hombre solo puede imaginar a los pañales como lo peor de todo, es que le estoy haciendo muy ligero esto del embarazo.

    Recobro mi posición al lado de la cuna blanca escuchando como mi chiste lo vuelve un halago indirecto a él, que me olvidé de aclarar en mi broma que el padre de toda la prole de bebes llorones y de pañales sucios es el mismísimo sujeto parado en esta tienda que finge ser mi primo. Pongo los ojos en blanco al darle la espalda a ambos, rodeo la cuna que estamos evaluando para fijarme en otra que no tiene el barandal completo, por lo que veo es de las que se usan para acoplar a la cama de los padres así el bebé puede dormir con ellos. —¿Qué te parece? ¿Crees que ese hombre genial estaría de acuerdo con una de estas?— me sonrío con burla hacia Hans, tirando de mi boca en un gesto insinuante mientras tiro de las manijas de los cajones para ir midiendo los espacios. —Aquí entre nos, no le cuenten nada, es él quien no me puede quitar las manos de encima, si es que le encantan todas mis nuevas curvas. No sé si le gustará tener en la cama a un bebé entorpeciendo la tarea de hacer otros—. Qué bueno que lo planteamos todo como si habláramos de alguien más, que vernos en una cama llena de críos no está entre las fantasías que nos ocupan en ese lugar.

    La cuna clásica me parece la opción más segura en cuanto a decoración, a lo que podamos definir después respecto a los colores cuando sepamos el sexo del bebé, que asiento con mi barbilla cuando quedamos a solas con la decisión. —¿Te gusta?— le pregunto en el mismo tono bajo, —¿Quieres dos modelos diferentes o pedimos dos de esta?— consulto, haciendo a un lado todos los chistes sobre más de un bebé, que este que cargo por el momento me da mucho de lo que ocuparme. No me di cuenta de la cantidad de cosas que le hacen falta a un bebé aparte de una cuna, pero esta tienda está a rebosar de todo lo indispensable e inimaginable. Estoy por proponerle que sigamos haciendo el recorrido con Jennifer, cuando me sale con lo del peluche y tengo que mirarlo una segunda vez, si es que pensé que lo estaba usando para coquetear con la muchacha. Hombre de recursos, siempre usando lo que tiene a mano para mantener el hábito. —Podemos llevar uno, que sea especial. Su primer peluche… pero no lo llenemos de juguetes, que eso no hace bien. Tiene que saber lo que es aburrirse para que desarrolle creatividad…— le explico, agitando una mano en el aire, repitiendo eso que me han instalado en la mente como niña crecida en un taller de mecánicos. —¿Me vas a comprar un peluche?— pregunto a chiste, que en todo este lugar, me intriga lo que pueda elegir. Una carcajada sube por mi garganta cuando lo veo aparecer con ropita para bebé ¡y un sombrerito con orejas! —Soy un par de talles más grande que ese enterito…— bromeo, alcanzándolo para tomar la prenda entre mis dedos, aunque mi corazón se divide en sujetar también el gorro. — Entre lo que le ha regalado Rose, lo que diseñará Meerah… y todo lo que podamos comprarle, lo único que espero es que no tome de ejemplo a Rory y le guste andar desnudo…—. Estoy toqueteando la tela como si fuera traída de importación, de otro país, de otro planeta, como algo exótico y fabuloso que ha caído en mis manos. Nunca en la vida me imaginé comprando ropa de bebé, así que me da ternura que nos reconozcamos como principiantes en esto y paso mis dedos por la línea de su mandíbula. —Te besaría ahora mismo,… si no fueras mi primo y el hombre genial podría enojarse si Jennifer le cuenta— sonrío dándole palmaditas a su mejilla. —Podemos llevarnos esto para empezar su ropero— digo, no atino a pensar siquiera si es la talla indicada, si combina con el gorrito. —¡Y necesitaremos zapatos! ¡Y un ropero!

    Tiro de su muñeca para salir del laberinto de cunas hacia otros sectores de la tienda. No llego a los armarios, que un juego de mesas y sillitas llama mi atención. —¡Mira esto!— lo detengo, como si acabáramos de encontrar algo tan grande e inexplicable como un dragón durmiendo en plena mueblería para niños. Doblo mis rodillas para dejar la ropita sobre la mesa y quedar a la altura. Prueba una de las sillitas con mi mano para comprobar su resistencia, recién entonces me acomodo en una. —Necesitará una mesa para sus primeros trabajos…— le explico, pestañeo un par de veces y decido aclarárselo por si no me entiende. —Dibujos, torres de cubos… ¿para hacer planos y prototipos de robots? ¿practicar su firma en documentos de mentiritas?— sugiero, que yo aprendí mucho de mi profesión imitando a mis padres, puede que hago lo mismo. —¡O coser ropa con su Meerah!— agrego, eso también. Repaso los muebles que están alrededor y de una mecedora tomo un elefante celeste que siento en otra de las sillas. —También, ya sabes, solo sentarse a platicar con sus amigos imaginarios…
    Anonymous
    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    El hombre genial de seguro diría que el bebé necesita no acostumbrarse a dormir con sus padres y tener su propia independencia — no tengo idea de cómo será cuando la pelusa nazca, pero no creo que sea prudente que duerma todas las noches con nosotros, porque algo me dice que luego será imposible sacarlo de la cama o tener aunque sea un poco de intimidad. Momento... ¿Seguiremos teniendo tiempo para nosotros cuando nuestro hijo aparezca? ¿Tendría que empezar a aprovecharla ahora que la tengo solo para mí, sin berrinches de por medio? A lo de sus curvas no comento nada, solo me hago el desentendido con una muequita inocente como si no pudiera saber que el susodicho se está preguntando cómo meterle mano más tarde en cuanto tengamos un poco de privacidad. De paso, también conservo mi orgullo al no darle la razón.

    Tengo que echarle un nuevo vistazo a la cuna para convencerme, raspo mi labio interior antes de asentir quedamente — Me gusta, pero creo que no tiene gracia si tiene la misma cuna dos veces. ¿Qué te parece una de color madera? Son hogareñas — esa palabra aún deja un sabor extraño en mi lengua, pero no se siente desagradable. Pero ya me preocuparé por la segunda cuna en otro momento, porque elegir la ropa que podría llegar a gustarle se me hace un poco estresante. Ni siquiera me molesto en refutar lo de la creatividad, porque no tengo idea de qué es lo que ha estado leyendo y puedo apostar a que ella está mucho más preparada que yo para esto. Pero entre mis dudas, su risa me basta para saber que al menos no lo hice tan mal en esta ocasión. Me sonrío y me quedo apretando el gorrito entre mis manos en lo que ella inspecciona el enterito, el cual se ve demasiado minúsculo incluso en comparación con ella — Si sale a nosotros, tendremos que obligarle a usar ropa — intento que el chiste sea apenas un susurro, pero ella no es de ayuda con esa caricia que me obliga a recordarme que estamos en una tienda pública — Puedo ser tu primo-amante, estoy seguro de que el hombre genial lo entendería — cierro los ojos al arrugar la expresión por esa palmadita, cualquier intención de amagar a un beso se me va cuando empieza con planes de un ropero y, por las dudas, tanteo mis bolsillos hasta que doy con mi billetera. Sí, ahí está mi tarjeta de crédito. Solo espero que Meerah no ande midiendo lo que gasté en su hermano para tener que equiparar en sus regalos, porque dudo tener tanta creatividad para darle algo que no le haya dado en todos estos meses.

    Siento que estoy siguiendo a un niño en una juguetería. Me veo arrastrado lejos del centro de atención y tengo que tener cuidado de no llevarme puesto un estante, al cual esquivo con algo de atropello al verme más alto que ella. Me tropiezo con sus pies en cuanto se detiene de prepo y me cuesta encontrar su emoción por una mesa, la cual le queda demasiado pequeño. Me estiro en lo que chequeo que nadie nos esté mirando y me inclino a su lado, pasando de sentarme ahí porque no me da el largo de las piernas — ¿De verdad crees que le gustará alguna de esas cosas? — los dos heredamos profesiones, no sé cómo me sentiría con alguien más que siga esa tradición. Mi manía del orden acomoda al peluche un poco más derecho y uso de excusa para tener la vista en algo que no sea ella— No sé, siento que es muy pronto para comprar una mesita. Quizá deberíamos primero preocuparnos por cosas como la bañera, el cambiador... esas cosas que necesitará mientras sea bebé — mi vista se va hacia donde sé que están las vendedoras, a pesar de que no pueda verlas desde nuestro escondite entre peluches y muebles — Sabes que algún día saldrá a la luz que el bebé es mío y que no eres mi prima, ¿no? — incluso así, intento susurrar y me acerco lo suficiente como para evitar que nadie me lea los labios — Además, creo que será obvio que no pasaré esta Navidad con los amigos de todos los años y que no estaré entre colegas en año nuevo. Creo que es un secreto a voces... ¿Crees que Jennifer nos juzgará? — mi sonrisa maliciosa le enseña todos los dientes antes de acercarme a robar un veloz beso de sus labios — Solo quería molestarte, que quede en claro. Es muy joven y muy rubia para mí. Prefiero a las mujeres un poco más caprichosas, negadoras y todo eso. Con la cual tenga un hijo y no que le venda sus peluches.
    Hans M. Powell
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    Sí, claro. Esa cuna de tipo colecho es un atentado a la independencia del bebe, ¿qué clase de padres seríamos si le compráramos una de esas? Volvamos a la cuna con barrotes. Muerdo con fuerza la sonrisa que se me sale por las comisuras de la boca, lo entretenido de reírnos de toda la situación queda a un lado cuando tenemos que tomar una decisión sobre qué cuna nos llevaremos y que la segunda sea una de madera me parece bien. —Esa la puedes elegir tú— le concedo, así cada uno eligió una. Pero si esa es más hogareña, ¿qué quiere decir? ¿Será que la blanca es demasiado… normal? Supongo que de estas dudas me asaltaran otras mil, que dos cuartos son el doble de dudas, que si encima cada cuarto tendrá su propia decoración… y así como damos vueltas en elegir lo básico, luego estamos comprando lo más estúpido con un entusiasmo del que seguramente nos arrepentiremos cuando ese gorrito le quede demasiado pequeño a nuestro bebé con forma de maní cabezón. Teniendo en cuenta mi enfado hace un rato, me asombra poder sonreírme al evocar la imagen que nos dio ese terco y pudoroso bebé. Me doy cuenta de mi propia contradicción por un comentario de Hans que no va por ese lado, si estaba pidiéndole a la pelusa que pierda su pudor dentro del consultorio y después me encuentro rogando que no se quite la ropa. — Tendremos que enseñarle desde pequeño y que lo aprenda bien— contesto, —que nosotros estamos muy mayores para quitarnos los malos hábitos…— que me tengo que conformar con toquetear un botón de su camisa y que el roce dure apenas un segundo, si no quiero que Jennifer tenga más que solo impresiones de que le echo mano a mi primo. —No sé si lo entendería. No le gusta que mire a los vecinos, no sé cómo se tomará si ando con mis primos…— se me escapa una carcajada por lo ridículo de estos planteos y muevo mi cabeza declarándonos un caso perdido.

    Espero a que se siente en la mesita para acompañarme, al no hacerlo arrugo un poco mi expresión más por confusión que por enfado. ¿Por qué no se sienta? Hablar sobre las posibles profesiones del bebé es un tema serio, podríamos hacer de esta una mesa de reunión, y abarco los bordes con mis brazos para medir que tan grande es, si entrarán los papeles de mayor tamaño que usamos para los planos. Estoy viéndome a mí misma haciendo uso de la mesa en la habitación mientras éste duerme en su cuna, que la observación de Hans es tan acertada. Claro que no le doy la razón de buenas a primeras. —Todo hace al cuarto del bebé, podemos crear un espacio que se sienta su lugar, con todas sus cosas y todo lo que podría hacer a futuro…— propongo, me veo dándole un sitio donde experimentar, lo que me hace retomar su duda anterior. —No sabrá si le gusta cualquiera de esas cosas a menos que lo pruebe, quizá no le guste ninguna. Pero la mesa es necesaria para que la descubra— recalco, más que abarcar la mesa, la abrazo. La decisión está tomada, nos la llevamos. Podría recostar mi mejilla contra la madera pulida y brillante en color blanco, pero tengo que prestarle atención cuando hace virar la conversación.

    Me muestro un poco extrañada por lo de ser primos. —Lo había dicho como un chiste, Hans, no pensé que lo tomarías para hacer un acto de eso…— suelto una carcajada y no entiendo por qué de pronto cobró la forma de algo más serio, que lo tiene susurrando sobre que no somos parientes, ¿es posible que las mujeres de este local se lo creyeran? Echo una ojeada el mostrador, si se lo han creído es porque están en negación. ¿Qué primos vienen a comprar una cuna…? Me confunde que pase de plantearlo como un secreto a voces fuera de la tienda y volver a esta, como un chiste que surgió y quedará aquí, que no veo por ahí sosteniendo el título de prima embarazada. Sumemos con derecho a roce de su primo, que el beso me toma desprevenida y tengo que esperar a que acabe su idea para poder contestar. No lo hago de inmediato porque no sé a qué de todo debo responder primero, voy a lo seguro con una sonrisa socarrona. —Dilo claro y sin rodeos, Hans Powell. Estás loco por mí, no puedes ocultarlo—. Hago que la sillita se mueva hacia atrás para poder ponerme de pie y si bien no quedo a su altura, puedo deslizar mis manos por sus brazos. —No quieres ocultarlo, ante ninguna Jennifer. Yo tampoco quiero ser solo tu prima ante ninguna Jennifer— lo digo con una sonrisa a pesar del tonito reprobador, entrelazo mis dedos detrás de su nuca y lo acerco para que su boca gravite sobre la mía que se abre para que un suspiro se desvanezca en el aire. —No tenemos por qué hacerlo, ¿sabes?—. Para demostrárselo avanzo sobre sus labios, avasallante en la exigencia de tomar su boca, su aliento y todo lo que quiera darme, que respirar es una urgencia menor a la de probar cuánto de su sabor bastará para hacerme enloquecer a mí, y que esta sea la compra más breve de la historia.
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