The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Estoy tratando de distraer mi cabeza de la conversación que mantuve con Hans hace poco, no me hace bien pensar en cosas que no puedo cambiar, y mucho menos poner un remedio, no hay forma de solucionar un problema que viene arrastrándose solo por años de la noche a la mañana. Por esa misma razón, decido que es mejor centrar mis energías en tareas que sí tienen algo más de sentido, y como tampoco tengo otra cosa mejor que hacer la tarde de un domingo en que Charles ha salido fuera a hacer no recuerdo qué cosa, me pongo a hacer un bizcocho para mi nueva vecina, aunque no tan desconocida. Sé por mi hermano que entre los dos han barajado la idea de que Lara se mude al cuatro, viendo que la isla ministerial no parece un lugar demasiado apropiado para criar un bebé con toda la que se viene encima, y no puedo estar más de acuerdo. Lo que no sabía es que lo terminarían haciendo de verdad, tengo que recordarme una vez más que la situación del país hace que tomemos decisiones inesperadas en tiempos que las requieren.

Aparte, creo que también es una excusa para salir de la isla más a menudo y con una excusa lo suficientemente válida como para que nadie le reproche no estar trabajando, aunque no estoy enterada de hasta qué punto en el ministerio están enterados de que Hans va a ser padre de nuevo. Resulta irónico como en el último año, sin quererlo, la familia Powell ha ido creciendo al punto de que ya no somos solo él y yo en la imagen grande. Eso me hace replantearme algunas cosas, como el qué hubieran sido de las cosas si en su día yo no hubiera sufrido un aborto, si hubiera tenido un hijo con Charles de la misma manera que él va a tenerlo con Lara. Es extraño, como afectan unas circunstancias cuando se dan otras en contraposición, y es que si se hubiera dado el caso de tener un bebé, probablemente ni Chuck ni yo hubiéramos salido del once, puede que ni siquiera me hubiera encontrado con mi hermano. O sí, dado que en los últimos meses ha salido más en televisión que cualquier otro famoso conocido. Supongo que las cosas terminan pasando por algo, que en el momento no llegamos a entender, pero que acabamos por encontrarle el sentido en el futuro. O eso espero, al menos.

De igual forma, me presento en la curiosa casa de Lara, encontrándome con que la puerta está abierta de par en par de primeras, pero como escucho voces dentro no me preocupo demasiado. Doy unos golpecitos a la puerta con mis nudillos, pidiendo permiso para pasar pese a saber que van a pasar desapercibidos, por lo que una vez hecho el gesto me adentro por el pasillo guiándome por la voz camuflada de la morena. — Lara… — Canturreo por la casa aun en su búsqueda. — Todavía no me creo que le presentaras a tu madre y no le diera un… — Empiezo a hablar alegremente cuando distingo su cabellera de espaldas en la cocina, hasta que descubro otra figura morena detrás de ella que me hace interrumpirme a mí misma en silencio. — Oh. Lo siento, no sabía que tenías visita. Tienes la puerta abierta, por si no lo sabías y… — ¿Qué más era para lo que vine? Ah, sí. — Te traje un bizcocho. — Elevo el brazo en que sostengo el mismo con una mano y sonrío, un tanto incómoda por no conocer todas las caras. Y es que tanto Charlie como yo no nos hemos puesto a charlar con vecinos en todo lo que llevamos aquí porque nuestra llegada fue de lo más inusual.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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No lo sé, Rose. Mi madre se ha enamorado de él y sus recetas son mucho más potentes que el amortentia, a la larga seré la que importuna entre los dos. Se casarán, tendré que dejar que sea quienes críen al bebé porque son mucho más responsables que yo, acabaré siendo la tía que va de visita en Navidad con regalos costosos si es que quiero seguir siendo parte de la fotografía…— me quejo, sacando una cosa tras otra de la caja de cartón que rodeo con mis piernas enfundadas en un pantalón más suelto a la altura de mi cintura para que no presione mi vientre y sentada en la alfombra que cubre casi todo el suelo de la sala, con mi espalda recostada contra el borde del sillón que está enfrentado a la gran chimenea de piedra que, pese a ser una casa de playa, está pensada para el invierno que se está haciendo sentir. —¿Crees que estoy exagerando?— pregunto a mi amiga, en medio del caos de cosas levitando en la sala, los libros se van ubicando en fila sobre la repisa de la chimenea, algunos retratos enmarcados y todas esas cucherías de colección. Los almohadones se sacuden entre sí para librarse del polvo que es mínimo y caen sobre el sillón.

Todo en la casa lleva días acomodándose en su lugar, al menos en los ratos que puedo estar cuando salgo del trabajo. Estoy descuidando mis horas en el taller del distrito, lo sé, me dije que lo compensaría durante los fines de semana que no estoy obligada a presentarme en el ministerio, pero no sé cómo lo haré. Me siento dividida entre varios lugares a la vez, que si bien me emociona la idea de la casa en el cuatro, de a ratos me siento tan sola que agradezco que Rose haya encontrado un tiempo para venir a verme y así ponerla al día sobre todo lo que hemos hablado muy por encima, sin poder detenernos en los detalles interesantes. Lo primero que hago nada más verla llegar es indicarle la botella de vino que tiene una tarjeta con su nombre como agradecimiento de mi parte y de Hans, si hasta se lo escribí. Ella puede beberlo mientras yo me conformo con mi jugo de calabaza. —Si es que casi fue amor a primera vista— bufo, en el mismo momento que escucho una voz llegando desde la entrada.

¡Phoebe!— grito para hacerle saber que estamos en la sala, trato de ponerme en pie y no tendré una panza de veinte kilos aun, pero se me complica un poco. —¡Ah, sí! La dejé abierta para que cambie un poco el aire de la casa, que se me quemaron los huevos esta mañana…— cuento, haciendo un movimiento en el aire para descartar la anécdota que no me trae ninguna gloria. —¡Oh, Phoebe!— exclamo, cubriendo mis labios con una mano, si es que me tiembla la voz y tengo que pestañear por la lagrimita que me sale de un costado del ojo. —Eres la segunda mejor virtud de tu hermano— digo conmovida, ¡si es que me ha traído comida! ¿Hay un detalle más conmovedor que este? —La primera es Meerah— aclaro, que a ella la conocí primero. —Cada vez que me enfado con Hans, respiro hondo y pienso en ustedes, entonces todo vale la pena— bromeo. Me acerco a la mujer que acaba de llegar para liberarla del peso del pastel y apuntando a la una y a la otra con mi mano. —Phoebe, la hermana de Hans. Rose, una amiga, esposa de un amigo de Hans— resoplo al darme cuenta de algo, —¡Ay, Morgana! ¡Es que no dejo de mencionar a ese hombre!—, las dejo unos minutos a solas en la sala para volver de la cocina con un cuchillo, que no es un utensilio que me guste invocar con la varita, y recuperando mi sitio en la alfombra, corto anchas rebanadas del bizcocho para ofrecer una a cada mujer. —Justo le estaba contando a Rose de la cena con mi madre, que al parecer me estoy imaginando cosas que solo viven en mi mente. ¿Todo bien, Phoebe? ¿Qué te parece vivir aquí? Si hay algo malo, dímelo ya, que todavía no abrí todas las cajas. No puedo confiar en las buenas referencias de Rose, yo sé que ella solo se queda aquí por cierto hombre de la playa— lleno mi boca con una bocado que interrumpe mi parloteo.
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Rose S. Harkness
Personal de Defensa
Lo que yo creo es que estás celosa de tu propia madre — me burlo sin poder contenerme y tengo que esquivar lo que creo que es un libro bastante gordo para que no me dé de lleno en la cara — Míralo de este modo: es mejor que se lleven bien antes de que se detesten. Imagina lo que sería el criar un hijo con una abuela y un padre que no hacen otra cosa que contradecirse y ladrarse. Así, puedes dar por sentado que tu mamá lo aprueba, no tendrá problemas en cuidar de tu hijo en caso de necesitarlo y solo debes preocuparte por que Hans no tenga fetiches extraños con mujeres mayores — ya, esa broma es un poco innecesaria, pero también inevitable — No tenía idea de que Hans podía ser tan convincente fuera de su oficina. Siempre creí que su encanto residía en su cháchara legal y todo eso — puede ser que estoy demasiado acostumbrada a sus salidas con Jack como para verlo bajo ese velo, pero eso es un tema en el cual no me interesa husmear.

En los tiempos que corren, tener a Lara y su futuro bebé cerca es algo demasiado bueno como para ser verdad. Ya le he dicho a mi marido en más de una ocasión que deberíamos hacer una cena todos juntos para celebrar la mudanza y la nueva incorporación a la familia de una manera un poquito más oficial, pero tampoco tuve tiempo para ponerme a organizar una comida para tantas personas. Así que lo que menos pude hacer es el venir a visitar y ofrecer mi ayuda a acomodar lo que falte, ahora que Jack tuvo algo de tiempo para quedarse con Rory y yo no estoy cubriendo ningún turno de guardia. Una tarde para nosotras, como debe ser, ni hablemos de que recibo un vino que me vendrá más que bien. Estoy por burlarme una vez más sobre sus celos y preguntarle si el regalo es realmente merecido, cuando una voz desconocida aparece en escena y tengo que asomarme por detrás del perchero que me he puesto a colocar en uno de los rincones cerca de la entrada. Siento que me estoy perdiendo una parte de la conversación, aunque pronto estoy abriendo mi boca en señal de comprensión al recordar que Hans mencionó en alguna ocasión a su hermana, algo que las palabras de Lara secundan — Un placer. Creo que también eres nueva por el barrio, ¿no? — saludo y coloco mi propia chaqueta sobre el perchero para chequear que tan bien se ve. Bueno, para mí está perfecto — Tu hermano lo comentó hace semanas, pero no sabía que te habías mudado al final — lo que me hace pensar que tengo que ponerme al corriente de lo que anda pasando, porque esto de no conocer a mis vecinos en tiempos de dementores no es algo favorable.

Las quejas de Lara, esas tan dignas de una niña de adolescencia, hacen que ruede los ojos con gracia a sus espaldas y me llevo las manos al corazón para burlarme en lo que ella va en busca de un cuchillo — El amoooor — bromeo con voz dulzona, lo suficientemente alto como para que me escuche — Lara no soporta que su madre esté fascinada con tu hermano — explico, sonriéndole con malicia a la recién llegada, cuyo bizcocho huele más que bien cuando por fin tengo un trozo para mí que me permite sentir su aroma mucho más cerca. Me lo estoy llevando a la boca cuando me veo siendo el foco de la conversación, a lo que me tardo en responder porque tengo la boca llena — Esto está estupendo — digo simplemente antes de continuar — ¿Hablas del guardavidas? Que está muy bien, pero hice un voto que me obliga a mirar y no tocar — por suerte, jamás pronuncié ningún juramento inquebrantable, sino ya estaría frita por babosa mirona — Vivir en el cuatro va a fascinarles, a las dos. Hay buena comida, los paisajes son bellísimos y ni hablemos de que los hombres valen la pena. Pero eso va más para ti, Phoebe, que Lara se va a poner como una pelota en poco tiempo y no sería prudente que se vaya de juerga por ahí — solo por si no queda claro, estoy bromeando.
Rose S. Harkness
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Por el aspecto que tiene la casa no tiene pinta de haber acomodado todas sus cosas, lógico en el poco tiempo que debe llevar aquí y entendiendo que mi hermano habrá hecho de las suyas para comprarle cosas que probablemente no utilizará en su vida. Sigo pensando en la utilidad que voy a darle yo a la mitad de las tonterías que me ha regalado desde que nos encontramos. No hay que tenérselo en cuenta porque lo hace con toda la buena intención del mundo, aunque también hay veces que pienso que ve demasiado la teletienda. La anécdota de los huevos me hace reír lo suficiente como para apartar la mirada de los estantes de la casa que se están por rellenar solos, cruzando mis brazos bajo el pecho ahora que mis manos están libres de cargar con nada. — Me sorprende que mi hermano no haya puesto a cargo de la cocina a uno de sus elfos, con eso de que… — Muevo una mano como para hacer entender que no pensaba que fuera a dejarla sola en una casa tan grande en estos tiempos que corren, pero imagino que tendrán otras cosas en mente. Que no es como que yo no esté aquí, o esta amiga suya, pero siempre es reconfortante saber que hay alguien más en la casa si llega a ocurrir algo.

Lo de que empiece a enumerar las virtudes de Hans me hace querer preguntar sobre las demás, pero me limito a reírme entre dientes mientras hace las presentaciones correspondientes y le sonrío a Rose a forma de saludo. — Ah, sí, a una casa tan solo unas calles más abajo, cerca de la playa. Charles y yo… bueno, mi pareja, nos mudamos hace poco. — Comento de pasada en lo que me desprendo de mi chaqueta, la doblo y la dejo a un lado donde no moleste. No sé hasta qué punto llega la ola de reconocimiento de los vecinos de este lugar cuando aparecen nuevas caras, y solo me queda esperar que la llegada de un hombre de casi dos metros, ojos azules y cuerpo esculpido por los dioses, no estoy exagerando, no haya puesto miradas indiscretas de más en nuestra calle. — Creo que vas a tener que empezar a extender tu círculo de amigos, Lara, es pronto aún para comenzar a ser de esas parejas que lo hacen todo juntos y no se separan ni para ir al lavabo. — Bromeo cuando se queja no poder sacarse a Hans de encima, y por favor, que no me malinterpreten eso último.

Tan pronto Lara desaparece giro mi cabeza en dirección a su amiga, transformando mis labios en un ‘ah’ bastante largo cuando me explica la situación. Me hago paso en el salón para sentarme en el sofá, apartando primero un libro que poso sobre una de las cajas que tengo a mi derecha. — Bueno, si te sirve de consuelo, no es solo a tu madre. Teníais que ver cómo lo miraban las otras madres cuando subía al escenario para recoger sus premios en la escuela. Y tenían otros hijos. — Añado, entre risas, pero rodando bien los ojos por el hecho. Lo cierto es que recuerdo más cosas de lo que sería normal en una niña tan pequeña, lo que quiere decir que era bien exagerado el como se comportaban las madres de sus compañeros de clase cuando estaba alrededor. Yo creo que la mitad querían que sus hijas se casaran con él. Estoy elevando mis manos para rechazar el trozo de pastel que me tiende, porque se supone que es para ella, pero me lo empaqueta antes de que pueda quejarme y me obligo a sonreír cuando lo alaban. — Es una receta de internet, solo hice que mezclar cosas. — Digo para quitarme méritos que no me corresponden, los agradecimientos para la abuela Greta que es la que colgó la receta.

La pregunta de Lara me tiene mirándola con la boca abierta en lo que trato de elaborar una respuesta, optando por llevarme un trozo de bizcocho a la misma para que no me entren moscas por pensativa. Así aprovecha Rose para hablar y tengo que asegurarme de no atragantarme cuando menciona lo de los hombres de playa. Suerte que ya tengo los ojos puestos en cierta cara pálida y no en los cuerpos morenazos que hay por ahí, porque sino… pobre Charles. — Creo que ya sé de que salvavidas hablan, entonces. — A ver, que el hombre se pone a correr incluso cuando no hay nadie metido en el agua, por favor. En cuanto a la pregunta de Lara… — Se está bien, por lo general, es más tranquilo que el capitolio y eso me gusta, pero las gaviotas… No hay mañana que no me levanten. — Suelto un suspiro que hace rebotar mis labios entre sí, inclinándome un poco hacia atrás en el asiento. Me termino el pequeño trozo de bizcocho y al sacudirme las manos para desprenderme de las migas me fijo en el libro que aparté hace unos instantes. — ¿Ya andas leyendo estas cosas antes de que nazca el bebé siquiera? — Me mofo, cogiendo entre mis manos el libro que tiene por nombre ‘Qué hacer y qué no hacer cuando tu bebé no deja de llorar’ .
Phoebe M. Powell
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A las risas de Rose tengo que arrugar mi ceño en modo pensativo, que si las primeras experiencias son significativas de alguna manera para las personas, puedo continuar con mis paranoias, no lo hago porque terminan siendo imágenes bastantes desagradables que Mohini misma me reclamaría y por fin se me está yendo el malestar constante de los primeros meses. Al postre que trae Phoebe mi estómago le da la bienvenida y puedo tener la tranquilidad de que no se me revolverá a la madrugada, es la misma serenidad que siento desde que me acostumbré a lo blanco de esta sala, que se llena de la luz del día con los ventanales que tiene. Salvo por el detalle de que estar sola no es como lo recordaba cuando vivía en el seis, puedo intentar una sonrisa y agradecer que haya personas para hacerme compañía en lo que acabo de ordenar todo, para compensar la falta de otras presencias a las que terminé por acostumbrarme. — Ah, no. Nunca me ha gustado tener elfos— comento como al pasar, cuando las razones son similares, pero no tan hondas como mi negación a tener esclavos. — Tiendo a hacerlo todo por mi cuenta— digo, así lo mantengo como un tema en el que no hay mucho sobre le cuál decir. —Muchas veces mal, pero por mi cuenta—. Como los huevos del desayuno, a la larga le he demostrado a mi madre que puedo vivir por mi lado, ¿y qué otra aprobación necesito? Con las presentaciones hechas y a medio camino a la cocina, solo me queda reírme del comentario de Phoebe, que creo que demasiadas cosas nos han hecho estar en el extremo opuesto a esa situación. A Rose solo me queda hacerle oídos sordos y tararear lalalalala para callarme, en lo que tardo en volver a la sala a hacerme cargo del bizcocho.

¿Por qué no me sorprende que el pequeño Hans tenía a las madres rondándole alrededor? Y por Morgana que quiero imaginar que lo hacían en un sentido maternal y para emparejarlo con sus hijas o hijos, que sí esto sería tan perturbador para mi fácil imaginación. —¿De qué era los premios que ganaba?— pregunto, porque me dije que a la primera que pudiera hablar con Phoebe, no lo desaprovecharía. Lo de pedirle fotografías no sé cómo encararlo, con todo lo que ella pasó no sé si habrá recuperado un par o siquiera si han querido verlas otra vez. Pero si creo que si eres capaz de voltear medio país para encontrar a tu hermana, es porque ninguno olvidó nada de lo que compartieron y Phoebe tiene una simpatía particular al hablar, pecando un poco de charlatana, lo que me viene bien para mis fines investigativos. Aunque el objetivo de mi curiosidad cambia pronto. —¿De qué salvavidas hablan? Yo me refería a Jack…— me veo sorprendida, busco con la mirada mi teléfono que tiré por algún lado entre el sillón y las cajas. —¿Está en Wizzardface? Quiero ver quién es…—, que es su deber como vecinas con mayor antigüedad instruirme en todo lo que merece la pena ser visto en este distrito. La manera en que tiene mi amiga de hacerme a un lado por embarazada, no, peor, por gorda embarazada, me ofende un poco. —Rose, ¿te escuchas lo que acabas de decir? Me estás describiendo una playa llena de hombres atractivos, a mí, que estoy con las hormonas peor que una adolescente y viviendo en esta casa fría prácticamente sola. No me hubieras dicho nada. Esto será el infierno, voy a estar ardiendo lento…— murmuro, alzando mis ojos al techo. Porque si descarto a los dos hombres que las acompañan a ellas, sigue habiendo una población muy numerosa como para mi paz mental, y sí, volveré a culpar al embarazo de que mis pensamientos se vayan por ahí de paseo.

El libro que me muestra Phoebe me sirve de centro para fijar mi atención, y le muestro una sonrisa muy ancha a ambas al ponerme de pie y saltar de un lado al otro por la sala otra vez. —No he leído nada todavía, ¡son muchos! Es que los veo y me los compro, ¡es más fuerte que yo!— exclamo, empujo con mis dedos a los libros que levitan para que vayan hacia las manos de Rose y Phoebe. ”Manual de supervivencia para padres primerizos desesperados”. “¿Cómo criar un hijo con un CI más alto que el tuyo?” . “Cuentos de la Sra. Mooncalf”. “Manual de instrucciones de un bebé”.¿Sabían que los bebés tienen hipo dentro del vientre? ¡Increíble! Eso me lo leí en internet— cuento, acomodándome en la alfombra con mis piernas cruzadas como indio y agarrando el libro de cuentos porque me gustan las ilustraciones.
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Rose S. Harkness
Personal de Defensa
Intento hacer algo de memoria, pero creo que no tengo ubicado a su pareja, aunque sí he oído rumores de unos nuevos vecinos en la zona por parte de las viejas chismosas del barrio, cosa a la cual no le presté mucha atención. Al menos, la conversación sigue y eso me permite no quedar mal con mi falta de información, excusándome con la risa idiota que me da cuando Lara se pone en su versión infantil para hacerme callar — ¿Premios al mejor jopo de la clase? Las secretarias del ministerio suelen elogiar su cabello o sus nalgas, pero Lara debe saber mejor sobre eso — me encojo de hombros porque jamás analicé tanto la situación y la verdad, no sacaría el tema a colación delante de su hermana si no fuese porque es divertido fastidiar a la embarazada de la sala. Le hago un gesto con la mano a Phoebe para que no se haga la humilde, porque esta cosa está deliciosa y es eso o yo estaba muerta de hambre.

No tengo idea de cómo se llama. Es uno moreno, de espalda tamaño armario y unas manos que… ufff, dan ganas de ahogarse para que te sujete — ruedo mis ojos con demasiada exageración y por suerte no me ahogo con mi bizcocho — Intenta que el bebé se quede dentro de ti si lo ves — pobre Jack. Creo que es sabido por todos que, por mucho que hable de la belleza de otras personas, jamás los miraría de la misma manera que lo miro a él. Mi estúpido, dulce y sexy barbudo marido — ¡Te he dado un libro entero y tienes una casa nueva con muchos lugares que no has estrenado! Si no estás siendo creativa, no me eches la culpa, son tus hormonas que no están funcionando bien o el otro no está haciendo bien su trabajo… lo siento — agrego en dirección a Phoebe y me chupo las migas del pulgar con expresión culpable — sé que nadie quiere oír estas cosas sobre sus hermanos, pero bueno… — los bebés no se hacen del aire, aquí todas lo sabemos.

Tengo que decirlo, me da mucha ternurita ver a Lara tan feliz y campante con todo esto del embarazo y a veces siento que me han cambiado de amiga para volverla una versión tan dulce como el bizcocho que estamos masticando. Las hormonas hablando o la felicidad de un embarazo que la tiene más radiante de lo que puede admitir, posiblemente — Te acostumbras a las gaviotas con el tiempo… ¿Has pensado en comprarte esos diarios para embarazadas? Tuve uno con Rory y es bonito, queda como un lindo recuerdo muy personal — paso las hojas del libro que me ha tendido y meto la cabeza dentro del capítulo que habla sobre la falta de sueño en los primeros meses del bebé — Si eso te hace pensar, espera a que empiece a moverse. No hay nada más extraño y genial que sentir un pie con todo detalle presionándote desde adentro. Ay, que casi me dan ganas de tener otro — pero no es momento, no con todo lo que anda pasando ahora — Ahora que tienen la casa… ¿Piensas armarle el cuarto al bebé? ¿Cuál escogieron para darle? — tengo entendido que también Meerah iba a tener el suyo, así que las divisiones deberían estar hechas.
Rose S. Harkness
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Creo que se me cae la mandíbula cuando escucho a Rose alabar el culo de Hans con toda naturalidad, quedándome con la boca abierta por los segundos incómodos que me toman soltar una risa nerviosa de hermana menor que no debería estar hablando del trasero de su hermano mayor cuando hace tiempo que se quedó atrás la época de verlo andar en ropa interior de dinosaurios por la casa. Nop, no seguiré por ese camino y tampoco voy a enseñarles fotografías de eso que seguro queda alguna por ahí. Con un carraspeo de mi garganta vuelvo a recuperar mi voz para responder a la pregunta de Lara con un poco más de aire. — Ciencias, en su mayoría, había esta feria de ciencias a final de cada curso, donde los alumnos podían mostrar sus inventos y creaciones a los maestros para luego decidir quién se llevaba el premio. Hans pasaba todo el año escolar probando sus proyectos para asegurarse de que ganaba, no voy a mentir algunos eran bastante… curiosos, por decirlo de alguna manera. Os podéis imaginar a quién usaba de conejillo de indias. — No me señalo al principio porque creo que es algo evidente, pero al final termino por levantar un dedo hacia mi pecho con una cara no demasiado alegre. Si todavía recuerdo la vez que me cortó un mechón de pelo bastante gordo asegurando que me crecería al día siguiente. — Era un poco ingenua y sus argumentos sonaban convincentes, en serio, hazlo por la ciencia, decía el muy friki, ¿cómo iba a decir que no a eso? Además, siempre me ofrecía dulces si lo hacía y es muy difícil rechazar una oferta como esa cuando tienes seis años. — Extiendo mis manos hacia delante como para buscar un poco de apoyo, que parece que más que ingenua me faltaban dos neuronas por dejar que mi hermano me tratara como muñeco de trapo. — Hizo esta cosa una vez, no recuerdo muy bien que era, pero se suponía que debía saltar con chispas o algo parecido, y digamos que yo lo arreglé un poco, tendríais que haber visto su cara cuando le explotó purpurina en la cara. — Muevo un poco mis manos mientras hablo como para explicarme mejor, y termino por reírme ante lo último. Si no me mató después de eso creo que no lo hará nunca. — También le gustaba participar en estos debates que se organizaban entre distritos, podéis imaginaros el tipo. — Yo no entendía ni la mitad de lo que decía, pero ahora que le conozco siendo adulto creo que puedo hacerme una idea de sus discursos. ¿No le gustaba el ajedrez en su día también?

Con toda la descripción del socorrista me la paso mirándola de una a otra hasta que mi atención lo capta otro detalle que no escapa de mi interés curioso por cosas que desconozco. — ¿Wizzardqué? — ¿Por qué siento que llevo viviendo debajo de una piedra todo este tiempo? Bueno, que quizás lo he hecho pero esperaba que los últimos meses dentro de la sociedad normal me hubiera puesto al día con estas cosas. Claro que luego pasan a hablar de nuevo sobre mi hermano y sus prácticas sexuales y tengo que quedarme callada otra vez por el tiempo que mi cara delata un tierra trágame más que evidente. Y es que no importa cuan adultos seamos los dos, creo que estas cosas siempre van a producirme una sensación extraña en el estómago. Probablemente porque de niños a adultos hay un largo camino que nos saltamos y muchas veces sigo pensando en mi hermano como al crío al que le siguen gustando las ciencias  y los certámenes de ajedrez. Por suerte la conversación toma como centro a la embarazada de la sala, aunque no puedo evitar mantener mi mirada puesta en Rose un minuto. — ¿También tienes un hijo? — De acuerdo, por ahora lleva el título de casada, madre y… creo que eso es todo de momento. Fácil. Lara es la madre ahora, me pregunto lo que tardará en adjudicarse el título que le falta para que ambas puedan ir a par. No voy a mentir, el estar sentada en un sofá ajeno charlando sobre un proyecto de vida que mismamente podría haber sido mi caso, me produce una sensación amarga en el estómago, porque aunque yo esté aquí sentada con ellas, puedo percibir perfectamente que están a otro nivel muy diferente del mío. Siento que puedo entender de lo que hablan, y comprenderlo hasta cierto punto, pero también que no puedo formar parte de esa imagen. Ignoro ese sentimiento inclinándome hacia delante, apoyando los antebrazos sobre mis piernas para poder escucharlas mejor.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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¿Me estás haciendo elegir entre esas dos cosas?— pregunto a la auror, mis cejas casi chocando con el nacimiento de mi cabello en una clara y abierta expresión interrogante. Presiono las palmas de mis manos contra mis sienes en una pose que me hace parecer que estoy en un dilema crucial. —Espera, dame cinco minutos. Necesito pensar bien mi respuesta…— bromeo, en vez de darle una respuesta me pongo a reír a carcajadas y al calmarme, le lanzo una mirada de soslayo, se tendrá que conformar con los rumores que corren, que más de uno con razón de conocimiento así que no hace falta que yo confirme nada. No fingiré sorpresa de que haya más información divulgándose por ahí sobre el trasero de Hans, que sobre esos premios de su infancia que nadie esperaría de un chico que terminó estudiando en la escuela de leyes. —¡¿CIENCIAS?!— sí, creo que he gritado quizás un poco alto. Creo que la pelusa ha pegado un pequeño brinco dentro de mi vientre, quizás tampoco se lo esperaba. Mi mirada recorre a Phoebe como si la estuviera viendo una segunda vez, y no porque la esté imaginando como el conejillo de indias de su hermano lo que me hace entornar los ojos internamente, sino porque tengo de vecina a quien es el cofre de información de este sujeto y no hay siete candados por abrir. Ella se explaya en la anécdota con todos esos detalles que acaban por hacerme reír tan fuerte que tengo que sujetarme el vientre porque la imagen mental de Hans cubierto de purpurina es demasiado para mí. —¡Ay, Phoebe! ¿Dónde has estado todo este tiempo en mi vida?— me giro hacia ella para tomarla del brazo en un apretón cariñoso, que quien le haga esas maldades infantiles a mi blanco favorito de maldades infantiles, es mi amiga.

Bueno, ¿quién necesita un nombre cuando basta la vista? Supongo que viviendo aquí tendré la oportunidad de verlo alguna vez, si bien no es la temporada más idónea para hacerme a la playa fingiendo que iré a nadar un rato. Hará falta una excusa mejor, ¿dónde está el perro cuando uno lo necesita? Tendré que sacar a pasear a una planta. —Es una red social donde te creas un perfil, compartes fotos y videos, ¿no tienes una cuenta?— me sorprendo, que estará en línea hace dos años o más, pero su uso se volvió masivo dentro del Capitolio. —Es más popular entre los jóvenes del Royal, pero yo tengo uno… bastante desactualizado, ahora que lo pienso…—. Sí, bastante. El reproche de Rose me hace enderezar la espalda, asumo una postura para defender mi vida sexual de su ataque y si me muerdo la lengua a tiempo es porque recordamos que Phoebe no deja de ser la hermana de Hans por estar entre nosotras. —¡Lo siento! Yo… que tu hermano no esté aquí no quiere decir que yo…— no sé qué estoy tratando de explicarle, así que choco mis dientes, aprieto fuerte mi mandíbula y hago a Rose el foco de una mirada molesta como si le estuviera echando la culpa de lo que sea.

La emoción que comparto sobre todas esas cosas que aluden al bebé y que empiezan a copar esta casa, no impide que note que algo en el semblante de Phoebe cambia. Escucho a Rose con la atención que se merece como mi guía espiritual en todo este proceso, que creo que me olvidé el anotador en el dormitorio, pero puedo traerlo con un hechizo si empieza a tirar sus consejos. —No sabía que había diarios para embarazadas, podría ser divertido. Y hasta ahora no sentí ningún movimiento, solo retorcijones del estómago…— contesto a Rose, mientras deslizo mi mirada por las facciones de la otra mujer. —El cuarto es uno que tiene un ventanal de tres hojas y da al patio con pasto, quizás pueda plantarse algo ahí después. Meerah tiene el cuarto con balcón a la playa, es adolescente y lo disfrutará más…— cuento, y como nunca he sabido mantener mi curiosidad a raya, no me espero más para preguntar. — Phoebe, ¿ocurre algo? Tienes esa misma cara que pone tu hermano cuando se queda ensimismado con algo, esos ojitos azules de cachorro…— señalo. Cierro mi libro de cuentos y me muevo unos centímetros más cerca de ella para colocar una mano en su rodilla. —Si tienes algún problema, te escucharemos y… yo sólo escucho, Rose es buena encontrando soluciones— la señalo con mi dedo índice.
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Rose S. Harkness
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Todas las historias sobre un Hans Powell pequeño me hacen reír, en especial porque no puedo evitar imaginar a un niño con aspecto demasiado pulcro y me pregunto si Lara tendrá uno de esos recorriendo esta casa dentro de poco; creo que se volvería loca, pero no se lo voy a decir ahora que parece tan contenta con su cuñada. ¡Ay, quién lo hubiera imaginado! De entre todas mis amigas, creo que la morena era la última que hubiera pensado que sentaría cabeza y de repente aquí estamos: hablando de bebés, ordenando la casa donde planea formar una familia… Mejor dejo de pensar en estas cosas porque me voy a poner sensible y creo que no soy yo quien debería estar llorando. Que me mire molesta por mis comentarios desubicados hace que me distraiga y me fuerzo a sonreír entre pícara y disculpona, si es que existe esa palabra.

— ¡Ay, sí! Un niño gordito y tierno, Rory. Mi marido nombró a tu hermano padrino una noche de copas dónde a los dos les dio por ponerse cursis con su amistad — busco en mis bolsillos hasta dar con mi teléfono, paso algunas imágenes de la galería entre las que hay demasiadas fotos de comida hasta dar con una de mi pequeño corriendo desnudo a la playa — Siempre lo verás de esta forma, así que te pido perdón por adelantado. ¡No soporta tener la ropa puesta, no importa que tanto frío haga! — le tiendo el móvil, regalándole dos momentos a solas con mi galancito en lo que me centro en Lara  — Eso es hambre — bromeo — ¡Te llevaré a una librería preciosa donde los venden! Muchas personas dicen que es muy sentimental, pero creo que es una de las cosas en las cuales una no debe fijarse. Quedará como algo muy íntimo entre tú y tu bebé, porque nadie más va a comprender esa conexión — es uno de los misterios más lindos de la vida.

Tanta emoción sobre los dormitorios hace que me olvide de fijarme en lo que mi amiga nota y me acomodo para ver mejor a Phoebe, pero no la conozco como para saber qué es lo que sucede — Con tan rico bizcocho, no tendré problemas en ayudar. ¿Es porque las paredes son blancas? De seguro Lara va a pintarlas y tengo entendido que tu sobrina tiene muy buen gusto — vale, sé que no debe ser eso, pero prefiero ponerle un poquito de humor. Me acerco para sentarme en el sofá y no tengo mucha confianza, pero aún así le doy una palmadita en la espalda — ¿Más bizcocho servirá?
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
La reacción de Lara es la que me hace más gracia, motivo por el cual asiento con la cabeza con una curva fina en mis labios en confirmación a lo que digo. — Raro, ¿eh? Que después siguiera un camino tan opuesto. — Claro que aquí las tres, si me supongo que Rose es una persona de confianza para mi hermano, sabemos de sobra por qué mi hermano escogió lo que escogió, lo que produce que me remueva un poco en el sitio. Para no seguir por ese lado, opto por volver a poner el foco de mi atención en la infancia que compartimos juntos. — Nunca lo reconocerá en voz alta ahora, pero era un auténtico friki de esas cosas, antes de cambiar el pijama de cuadros por el traje, claro. Por favor, dime que duerme con un pijama un poco menos anticuado. — Miro a Lara cuando digo lo último, que ella debería de saber, aunque es segundos después que me doy cuenta. — Vale, no hace falta que digas que duerme desnudo o en boxers. Error mío. — Que alguien me recuerde otra vez por qué estoy hablando de mi hermano como si fuera un amigo del colegio. A lo siguiente que dice, no obstante, tengo que devolverle el apretón con mi mano contraria y una sonrisa irónica aparece en mi boca mientras muevo la cabeza. — Créeme, no te gustaría saberlo. — Realmente, no quiere saberlo.

Me rasco un poco la rodilla cuando habla de la red social esta y tengo que obligarme a no mirarla como si no entendiera del todo el uso del mismo. — Errrm, no. — Respondo con un tono de voz que deja en claro que tampoco tengo mucha intención de hacerme una cuenta. — Aaaah, sí, creo que no es una idea muy inteligente tener una cosa de esas siendo profesora en el colegio. — Junto un poco mis cejas, a punto de sacudir con la cabeza para darle más credibilidad a mi punto, cuando me veo girando el cuello en dirección a Rose. Cojo el teléfono que me tiende entre mis manos para contemplar la foto de un niño tierno corriendo por la playa completamente desnudo, que junto con su comentario me hace reír. — Qué gracioso es, tiene muchos mofletes. No sabía que mi hermano tuviera también ese título. — Porque siempre dijo que no tenía prácticamente vida fuera del trabajo, cuando ahora nos encontramos con que es padre de una adolescente, está por serlo otra vez y es padrino de un niño que odia ponerse ropa. — ¿Qué haces cuando tienes que llevarlo a algún sitio? — Comento de chiste al respecto, devolviéndole el teléfono con cuidado de que no se caiga al suelo en el proceso.

Mm. No, yo tampoco sabía que había diarios para embarazadas, pero supongo que se asocia a que esa clase de cosas no existen en los distritos pobres del norte, no cuando hay otras cosas peores de las que preocuparse. Escucho con atención lo que tiene por decir Lara de la asignación de habitaciones en la casa, imaginándomelas en la cabeza con la descripción, hasta creo que miro hacia arriba como si tuviera rayos x y pudiera visualizar mejor lo que cuenta. Bajo la cabeza cuando atiendo a mi nombre salir en la conversación, mirándola como quién no tiene ni idea de lo que está hablando. — ¿Mm? Oh, no es nada. — Niego tan leve que apenas se aprecia que estoy moviendo la cabeza, prensando los labios. Luego es cuando Rose se sienta también en el sofá y siento que voy a soltar media vida con esa palmadita en la espalda. — De veras, si es que no son más que reflexiones de última hora. — Paso mis manos por mis rodillas en una caricia que me infla el pecho de aire con los codos estirados. Me desinflo casi al instante, dejando que mis hombros se hundan un poco hacia delante. — Siento que estoy viviendo otra vida y recién ahora estoy empezando a asimilarlo, ¿sabéis? — No, en realidad no creo que me entiendan, pero qué va. — Quiero decir, no podría ni haber imaginado nada de esto hace un año, encontrar a mi hermano, vivir con Charles en una casa que ni siquiera se hubiera asociado a nosotros de pensar que procedemos del once, vamos, soy hasta tía, ¡dos veces! — Ni las miro cuando hablo porque siento que si lo hago no voy a poder seguir, solo señalo el vientre de Lara al final para ejemplificar de lo que hablo. — Y no sé si por eso, o porque tú estás embarazada y feliz, y mi hermano también lo es, y Charles que… bueno, le quiero, y siento que ahora que tengo todo eso, que es mucho más de lo que he tenido nunca, es más fácil perderlo si algo sale mal. Porque antes no me importaba, ¿sabéis? No tenía nada que perder, literalmente, si acaso me perdía yo sola, pero… no lo sé, sólo no quiero cagarla. — Termino mi discurso soltando un suspiro al apoyar mis codos sobre mis rodillas y esconder mi rostro entre mis manos. Me voy a poner a llorar y ni siquiera soy yo la embarazada. — Que alguna me pase el bizcocho. — Extiendo mi brazo sin apartar la frente de la otra mano, sacudiendo un poco la cabeza en vergüenza por la situación que acabo de montar. — Prometo que te haré otro, Lara. — Que me lo estoy comiendo yo sola y ni era para mí.
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Mi cara debe ser un poema cuando Phoebe me pregunta por los pijamas de su hermano, muevo mis labios sin decir palabra y sale ella misma a mi rescate para liberarme de tener que decir «¿qué pijamas? » como la respuesta más inocente a sus oídos, de entre todas las posibles. —No pasa nada, puedo mentirte y decirte que duerme con uno que tiene diminutas balancitas— sonrío para quitarle peso al asunto, y soy quien presiona su rodilla con un gesto de disculpa, porque lo que fue un comentario al vuelo de mi parte, sé que tiene un trasfondo que mencionamos una vez, pero así como con su hermano, no quiero ser invasiva con sus espacios reservados a los recuerdos del pasado. Rory es un buen tema para cambiar el aire de la charla, como una bocanada de brisa marina.

¡¿Padrino de Rory?!— grito, es la segunda vez en menos de un cuarto de hora, que al parecer es el día en que el universo elige para destapar un par de verdades que estaban ahí ocultas de la superficie, para que desborde todo lo que conozco o creía conocer sobre cierto hombre. —¡¿Él es el padrino agente secreto de Rory que nunca podía estar presente en nada?!—. Di por hecho de que si mi amiga y su marido eran aurores, y como las excusas para disculpar al padrino de Rory que no pudo coincidir en la ceremonia conmigo era que siempre estaba ocupado, lo lógico era que el hombre en cuestión fuera alguien que trabajara como un agente encubierto, de esos que están veinticuatro horas, siete días a la semana en misiones imposibles. ¿O no? ¿No era lo lógico? ¿Por qué nunca pregunté? Estoy recuperándome del shock que me supone descubrir esta verdad que lo cambia todo cuando ellas festejan las fotos de las mejillas regordetas de Rory, aunque todavía no sé qué carajos cambia, que si era un nerd de ciencias o el padrino invisible de Rory no se bien en qué me afecta. Así como vamos, tendré que comprar dos diarios, uno para el bebé y otro para su padre, para ir apuntándome todo.

Es algo en lo que podré pensar luego, que la cara de Phoebe no me engaña y en serio que trato de respetar las reservas de esta familia, pero si la veo ensimismada por algo, lo que menos que puedo hacer es indagar. ¿Y si es algo grave? ¿Cómo que este tal Charles no es muy buen tipo? ¿Y qué si la está pasando mal? Un bizcocho es una solución de momento, el mejor de los consuelos, el problema es si se trata de algo que la está angustiado más profundo y este sujeto necesita de una visita mía y de Rose. Porque, por supuesto, Rose viene conmigo. Salto de mi sitio en la alfombra para ir a colocarme al lado de Phoebe y rodear sus hombros con mi brazo cuando la escucho, sintiéndome increíblemente culpable de haber pensado tan mal del tipo este, es que… Sí, sí, siempre pienso mal a la primera, que conozco mis defectos en detalle. —¡Ay, Phoebe!— murmuro, por inercia mi mano se mueve por su cabello en una caricia y sí, le estoy quitando de la cara los mechones finos que se le adhieren a la piel, si es que creo que va a llorar. No creo que las palabras que necesita escuchar sean que entiendo su miedo, porque es el mismo con el que me levanté de la cama muchas mañanas, si es que hay días en que todavía anda merodeando por esta misma casa. En cambio, la estrecho en un abrazo para el cual puedo usar las excusas de las hormonas maternales. —No vas a cagarla, en serio. No vas a perderlo…— es el mantra que hace bien repetirse en voz alta, que se lo he dicho a Hans, así se puede espantar a algunos fantasmas o al menos mantenerlos a raya. —Te mereces estar con la persona que amas, Phoebe. Después de todo lo que has pasado, de todo lo que perdiste, puedes abrazarlo fuerte—. Paso mi mano por su espalda, así el bizcocho no se le queda en la garganta y puede comer para consolarle. Le lanzo una mirada a Rose para que me ayude. ¿Qué ella no era la gurú de “seamos felices en la playa”? Que sé que son promesas frágiles en estas fechas, pero la necesitamos tanto como el aire cuando se tiene los pulmones contaminados, que será tiempo prestado, sin embargo es el presente que tenemos y vale aferrarse a este.
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Rose S. Harkness
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Le digo que si no se pone ropa, las demás personas no van a dejarlo pasar y no le darán golosinas. Es fácil de convencer si sabes cómo hacerlo — cada niño tiene su debilidad, la clave está en saber razonar con él sin perder la autoridad para no volverlo un malcriado o acabar siendo una madre sin un ápice de control sobre la criatura. Le estoy por contar sobre el día en el cual Rory accedió a ponerse una camisita solo porque íbamos a recibir visitas y dijimos que siempre decían que se veía apuesto, pero Lara pone un grito en el aire que me hace dar cuenta de que jamás he dado algunos detalles — ¡Lo lamento, hasta hace unos meses creí que no lo soportabas! — primero que nada porque siempre rodaba los ojos cuando se hacía mención del ministro y después porque jamás tuvo el tupé de decirme que se andaban revolcando como lagartijas. Obviemos la parte de que quise hacer que salgan por mucho tiempo pero ninguno aceptaba que les arme citas a ciegas con nadie, así que me arruinaron la posibilidad de crear a la pareja que hoy me da la razón porque funcionan mejor de lo que hubiera creído y eso que soy una perfecta celestina — Si te sirve de consuelo, sí es verdad que estaba muy ocupado. Ya debes saber que es uno de esos sujetos que viven para el trabajo — si algo ha cambiado, yo no me he enterado.

No sé mucho de la vida de los Powell a excepción de lo que Hans ha soltado y Jack me ha contado en nuestras noches de chismes, lo que me hace pensar que en realidad tengo un panorama muy amplio de lo que ha sucedido. No quiero sentirme invasiva así que solo me muerdo la lengua, pero las confesiones de Phoebe me hacen mirarla como si se tratase de un cachorrito herido que se merece protección y mucho, pero mucho chocolate — Nadie es feliz toda la vida, no hace falta aclararlo. La felicidad son esas pequeñas etapas donde todo parece funcionar a la perfección y que sean únicas es la que lo hace especial. ¿Por qué temerías perderlo? — antes de que alguna se mueva, muevo el bizcocho para que lo tenga sobre su regazo y coma todo lo que quiera — Sé que siempre tenemos miedos, sé que muchas veces pensamos en qué haríamos si nos arrebatasen lo que más amamos, pero no podemos vivir de ese modo. Si eres feliz con este muchacho, no temas cagarla, todos lo hacemos. Si los dos se quieren honestamente, no habrá nada que pueda contra eso. Las parejas no son perfectas — me encojo de hombros y ruedo los ojos porque diablos que no, ninguna lo es — pero el respeto y la confianza son todo lo que necesitas para asegurarte que no habrá problemas si pones empeño en ello. Y en cuanto a tu familia… veo que no tienen muchas ganas de soltarte — con una sonrisa bromista, señalo a Lara y su estado abrazador con el mentón.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me siento un poco patética ahora mismo, en especial porque no soy yo la mujer más hormonada de la sala y aun así me estoy comportando como una. Probablemente solo sea que estoy sensible porque esos días del mes se acercan y tampoco ayuda estar en compañía de una embarazada y una mujer con el crío más adorable que he visto en mi vida. Que encima me estoy sincerando como si no fuera una reservada con el resto del mundo cuando ya de por sí con mi propio hermano me cuesta horrores hablar de mis sentimientos, no sé qué mosca me ha picado ahora, ¿seguro que no le metí algo al bizcocho sin querer? De seguro soy alérgica a algo que ya me esta afectando. — Lo siento, lo siento, si yo solo vine para ver como estabas y si necesitabas ayuda con algo, no para molestar con mis problemas que nada tienen que ver. — ¿Que mis confesiones de última hora tienen que ver con que esta mujer esté formando una familia con mi hermano y me dé pánico el pensar que pueda terminar como yo? Pues también, por eso mismo me meto un trozo de bizcocho en la boca cuando lo tengo entre mis piernas y me obligo a comerlo para concentrarme en eso y no en la posibilidad de ponerme a llorar.  — Y tú debes comer mucho, engorda unos cuantos kilos y que Hans se aguante, que yo estaba muy delgada cuando me quedé embarazada y de seguro eso ayudó a perderlo. — Otra vez, en serio, ¿pero qué me pasa hoy? Me lo pienso antes de tenderle el bizcocho porque me lo comería entero solo para callarme, pero al final lo poso sobre sus piernas para que me haga caso.

A lo que tiene Rose por decir solo puedo mirarla como alguien que tiene mucho que aprender de una mujer que, si bien no parece mucho mayor que yo, de hecho aparenta mi edad, sabe mucho más acerca de la vida. Me aseguro de tragar mientras continúo atendiendo sus consejos, bajando un poco la mirada. Son este el tipo de cosas que me hubiera gustado escuchar de mi madre, que estoy segura podría haberme ayudado a comprenderme un poco a mí misma porque se supone que ella habría pasado por lo mismo, pero me la arrebataron antes de que fuera lo suficientemente mayor como para entender lo mucho que la necesitaría en el futuro. Trago el resto de bizcocho que queda en mi boca antes de hablar. — No lo sé. He sido feliz en pocas veces y ahora creo que es de las que más real se siente, pero siempre está la de que vaya a terminar mal por... — No consigo acabar la frase. A quién pretendo engañar, tengo un trauma con el abandono que es muy difícil que alguna vez lo supere, porque viene de atrás y hay cosas que preferí dejar enterradas que aprender a superar. Quizás vaya siendo hora de que lo haga. — Tengo miedo de perderlo porque las últimas veces que he tenido algo a lo que aferrarme de alguna forma siempre le ha dado por desaparecer. — Y normalmente por mí, pero eso me lo ahorro para no sonar más deprimente de lo que ya hago. — Pero supongo que tenéis razón. — No soy mucho más joven que ellas, pero se siente que tienen más experiencia en estas cosas, así que no me queda otra que creerlas.
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Aligero un poco mi agarre efusivo que me hace ver como un animalito aferrado al cuerpo de Phoebe, que esto de dar abrazos no es algo que me salga tan natural como parece, si es que para consolar a la gente desarrollé eso de toques suaves como acomodarles los mechones, lo hacía siempre que alguien me inspiraba ternura y lo veía como un niño herido, que tengo la creencia que no me quito del todo, de que en el fondo lo somos. Niños lastimados por algo que dejó su marca, adultos que formamos carácter para aparentar que estamos bien y que somos fuertes a las adversidades que puedan venir. Entonces nos quebramos en medio de una sala, le echamos la culpa a las hormonas o un postre, lo que sea que nos sirva de excusa. No quiero que Phoebe tenga que disculparse por el desahogo, sino creer que este lugar y nuestra compañía le han dado la confianza para compartir con nosotros. —No digas tonterías, que tengo a tu hermano preguntándome a cada rato las mismas cosas y si tienes problemas que quieras hablar, aprovecha que estamos en el mismo barrio— la aliento a que lo haga, que dicho en otras palabras, se me da mejor ver qué puedo hacer por otros en lugar de quejarme o pedir una atención que la siento incómoda. Además, Phoebe me agrada por quien es, no por su hermano. Hasta diría que el único defecto que le veo es justamente ese hermano tonto que tiene que la usaba de conejillo de indias cuando era niña.

Percibo que se me va un poco el color de la cara y mis brazos cuelgan tiesos a su alrededor cuando le escucho decir que perdió un bebé, agradezco que por mi posición, mi rostro esté parcialmente fuera de su vista. Se me ha desencajado todo, que busco la mirada de mi amiga para que diga algo más inteligente y cariñoso de lo que pueda llegar a articular. —Lo siento tanto, Phoebe, no lo sabía…—. ¿Ven? No creo que he dicho algo tan idiota, claro que no había manera de que lo supiera y que un lamento que llega tan tarde pueda servir de algo. Froto su hombro con mi mano para darle calidez o siquiera reconfortarla con esa caricia, me ha dejado un nudo que es una amenaza de llanto pensar en que ha perdido su bebé… porque no sé qué sucedería si llegara a perder así a la pelusa, y no tener nunca de esas fotos bochornosas que Rose tiene en su teléfono de un bebé que andaba desnudo y risueño por la playa. Pestañeo para limpiarme esas gotitas de agua que están en los bordes antes de alguna se dé cuenta.

No hay mucho más que pueda decir a lo que Rose nos instruye sobre la felicidad y cómo ser felices, que me hace entender por qué hay mucha gente que consume los libros que dan consejos de ese tipo, si es que somos propensos a que nuestros miedos den vuelta un momento en que nos sentimos plenos, para preocuparnos por todos esos males que tal vez lleguen algún día. Pero no será hoy y tal vez tampoco mañana. Quizá no ocurran, quizá sí dentro de mucho tiempo. ¿Y entonces qué? —Bien, Phoebe, la cosa es así…— respiro hondo, que lo que voy a decir no encaja bien con la imagen que doy en estos días en una casa nueva, lo sé. Si es que yo no pensaba cambiar de casa. Yo no pensaba tener un bebé, si he sido cuidadosa en extremo con eso y feroz en mi resolución de que jamás prestaría mi vientre, tal vez porque rechazaba ese instinto maternal al que siempre nos apelan, que a mí no me iban a llamar hormonal y ahora estoy lidiando todos los días con esos altibajos. Mucho menos pensaba en dejar entrar a alguien a mi vida y poner mi confianza en él, darle todo el espacio y todas las armas para lastimarme si quiere, dañarme como nadie, pero confiando en que no lo hará. No había pensado que pudiera enamorarme así, con un bebé en medio. —Te sientes vulnerable, ¿es eso? Te abriste a algo a pesar de todo y eso te hace en extremo consciente de lo vulnerable que eres. ¿Sabes? Las cosas malas ocurren de una forma u otra, andar por la vida nos causa heridas al paso. Pero si encuentras algo bueno, algo que puedes amar y que te haga sentir bien, tienes que abrirte a ello. Tal vez duela algún día, uno que puede tardarse mucho en llegar y te preguntarás por qué perdiste tanto tiempo. Porque tal vez si te abres a ese algo y le muestras todo lo vulnerable que te sientes, en vez de destruirte, te haga fuerte. Fuerte para todo lo que vendrá después…— se lo digo como una manera de repetírmelo a mí misma ya que estamos, que la felicidad son momentos pero no promesas. No podemos negar que cosas malas ocurrirán luego, así que no sé si vale de algo desear felicidad, más bien convertirla en fuerza.
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Rose S. Harkness
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No sé cómo debo verme, pero estoy más que segura de que la angustia debe haberme cruzado la cara porque no puedo imaginarme lo que debe sentirse el perder un hijo, incluso cuando aún no ha tomado una forma verdadera. Hay alguien ahí que te ha llenado de ilusión, una parte de una siempre se pregunta cómo se verá ese niño o niña y que eso te sea arrebatado cuando no es lo que deseas debe sentirse terrible. Mi misión por dos segundos, por extraño que suene, es quedarme calladita en mi sitio en lo que Phoebe toma mis palabras y me pregunto por qué cosas debe haber pasado alguien tan joven como para tener ese miedo, cuando la vida le está regalando una segunda oportunidad plena. Lara toma la batuta de la situación y yo aprovecho a sacar mi varita para atraer hacia nosotras la botella de vino que fue mi regalo, cuyo sabor no debe ser muy lindo con el bizcocho pero ahora mismo creo que nos viene mejor. Bueno, a Phoebe, que el bebé de Lara no tiene por qué embriagarse. Juguito para ella.

Si fuésemos indestructibles, no seríamos humanos. Creo que todas en esta sala hemos derramado lágrimas por alguien, sea una pareja, un amigo o un familiar. ¿Quién jamás lo ha hecho? — con un golpecito de la varita, el corcho sale disparado hacia arriba y golpea el techo, al menos no demasiado fuerte como para dejar una marca, pero sí vuelve a caer al suelo. ¿Dónde tiene esta chica las copas…? Bah, no importa, hay confianza como para fingir que somos gente con mucha clase que jamás bebió del pico — La vida es demasiado corta, Phoebe, y la juventud dura todavía menos. Amar duele, tanto para bien como para mal y la gracia es permitirse hacerlo y sentir que te amen también. ¿Por qué te comes un chocolate si luego se va a acabar? Pues por eso, porque luego se va a acabar, pero al menos lo disfrutaste. Quizá las cosas no fueron en su momento porque no era lo indicado para esa Phoebe más joven, pero poco a poco las cosas siempre acaban dónde deben estar, con quien debe ser. Mira a Lara, tanto se negó a las parejas que acabó con la pancita redonda de sus quejas — bromeo y le tiendo la botella — La vida es una estructura débil, pero es bueno tener varios arquitectos empujando los palillos.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Pues claro que no lo sabía, porque son pocas las personas que lo hacen, hasta podría decir que las puedo contar con los dedos de una sola mano, incluyéndome a mí misma y también a Charles, sin añadir a los evidentes cotillas del once que nada tienen que ver porque ni eran familia ni eran mucho más que conocidos, por lo que puedo decir que mi secreto está a salvo conmigo y con las personas que me importan, al menos. — No te disculpes, si yo sé que me guardo muchas cosas y luego la gente se sorprende porque no tengo pinta de haber estado embarazada, ¿verdad? Solo se dio y también un resultado que no esperaba, pero hay que seguir hacia delante, ¿no es así? — Las miro a ambas, primero a una y luego a la otra, porque creo que de todo eso viene esta charla y si hay algo de lo que puedo hacer caso es que ellas son mucho más sabias que yo en todo esto de la vida corriente. Que ahora parece que me he tomado un par de cervezas antes de venir y a quién pretendo engañar, probablemente se me cayó algo de alcohol en el bizcocho, pero al menos no fue droga. Mentira, fui muy cuidadosa con los ingredientes, pero lo de las cervezas tiene parte de verdad, que yo no soy tan abierta normalmente, o sí y solo me estoy auto engañando.

Asiento con la cabeza a lo que dice Lara, como un perro obediente porque parece acertar en todo lo que dice y realmente resume como me siento, a lo que se le une el discurso de Rose y ya puedo sentirme realizada con mi visita, porque las miro como la mascota que ha sido atropellado por un camión y puedo sentir que me avergüenzo en el sitio por sonar tan melodramática. — ¿Creéis que estoy entrando en la crisis de los treinta? — Porque hace unas semanas que fue mi cumpleaños y seriamente ya me estoy empezando a plantear si todas estas preocupaciones van a ser un resultado de eso y de que ya no soy tan joven como antes. Mi mirada se va al modo que tiene el corcho de volar hacia arriba, bajando los ojos con la misma rapidez con la que cae al suelo. Al menos, las ganas de llorar se me pasan, aunque no reprimo pasarme el dorso de la mano por debajo de la nariz antes de sostener la botella de vino entre mis dedos. Le doy un trago largo, haciendo uso de la confianza que me he ganado en los últimos minutos para beber con tranquilidad y dejo el cristal entre mis piernas un minuto. — Dais muy buenos consejos, por cierto. — Que yo necesito muchos de esos porque me perdí de muchas cosas y ellas parecen conocerlas, así que no será la última vez que me vea en su compañía. Vuelvo a darle un trago a la botella y se la paso a Rose, saltándome a Lara con una miradita que pide disculpa. — El alcohol ayuda, pero ya me siento mejor, gracias, en serio. — Les dedico un vistazo otra vez, con una sonrisa algo apenada que me saco al final sin quererlo.
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Si bien acompaño a cada cosa que dice Rose con un asentimiento de cabeza que lo vida, que es Rose, que ella sabe lo que dice, que entre mis amigos siempre fue de las más centrada o es que cualquiera era más centrado si se lo comparaban conmigo, a lo último que dice le lanzo otra de mis miradas de reproche y le saco la lengua como cada vez que se mete conmigo. En realidad, lamento no haberle dado a sus consejos la importancia que debía, cuando antes lo creí como parte del discurso de sus propias experiencias y que de ninguna manera podían llegar a todas las personas, mucho menos a mí. Estaba demasiado encerrada en mi mente como para escuchar a los demás y si en algo creo, así como ella, de que tal vez nos conocemos hace años o de casi nada en el caso de Phoebe, pero nos encontramos en el momento que tiene que ser para estas charlas honestas, en las que dejamos que corra todo lo que ha llevado años atorado dentro y se siente bien.

Reconozco esa ligera sensación de sentirme a gusto con amigas, y me caerían mejor si no tomaran vino frente a mí que me siento excluida por culpa de esta “pancita de quejas” como le llamó Rose. Se lo perdono para que Phoebe pueda hacer pasar el bizcocho por su garganta. —¿Hay una crisis en los treinta?— pregunto confundida, echando inmediatamente un vistazo a mi vientre. —¡Eso tendría todo el sentido del mundo!— suelto, y como la adivina que no soy, que ese es el trabajo de la misma Phoebe, deshago mi abrazo alrededor de su cuerpo para tomarle en cambio las manos. —Entonces prepárate, porque tu vida está a punto de ponerse de cabeza— determino. No sé si es que los consejos son buenos o es que Phoebe se siente mejor al compartirnos un poco de lo que le apenaba, aunque si me tengo que guiar por las manías de esta familia, siempre le quedara una que otra sombra rondando por su cabeza y no siempre lo dirán. Busco la mirada de la otra mujer como quien no quiere perder de vista a su gurú. —¿Qué viene después de la crisis de los treinta, Rose? Ilústranos, por favor— le pido, que estoy tratando de hacer memoria donde estaba ella a los treinta, aunque creo que la imagen de lo que puede venir está a la vista y eso incluye un par de fotos de nalguitas de bebé a la vista en la memoria del teléfono.
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Rose S. Harkness
Personal de Defensa
Lo tuyo no fue ninguna crisis de los treinta, Lara, sino que te olvidaste de usar condón — le remarco en tonito de madre severa, aunque creo que ya quedó muy en claro que estoy más que feliz por ver que su vida ha tomado un rumbo. Como suena a que le está pronosticando un bebé a Phoebe, levanto las manos en petición de silencio — La vida se te puede poner de cabeza a los veinte, a los treinta, a los cincuenta… No tiene nada que ver con la edad — aunque no dejo de pensar en las cosas que pasaron después de que cumplí las tres décadas. Mi embarazo coincidió con una de las etapas más oscuras que he atravesado y recordarlo provoca que le dé un trago lento a la botella, no muy segura de que lo correcto sea meterme de lleno en asuntos que he estado tratando de olvidar. No hay nada que duela más que la decepción de las personas que tan bien creíste que conocías — Cuando quieras, eres bienvenida en casa. Jack cocina de maravillas y podemos enseñarte un par de danzas tradicionales de las zonas costeras como para bautizarte como miembro del cuatro — que a mi hijo se le dan de maravilla.

Crisis de los treinta, crisis de los treinta. Intento agarrarme de algo para no seguir por un camino depresivo y doy una palmadita con mis manos al pasarle el vino a Phoebe — Las primeras canas, las patas de gallo, la resaca se siente mucho peor que antes… ¡Pero hey! Que tienes casi toda tu vida organizada y dicen que es la mejor etapa de tu vida porque te encuentras pleno. No lo digo yo, lo dicen los sabios mayores. Nosotras solo tenemos que creerles y aceptar que nos vamos a volver viejas en unos años, así que… ¿Por qué angustiarse ahora? — además, aún seguimos jóvenes y la vida de los magos es más larga que la de un humano normal, así que podemos dar gracias por la genética y seguir gozando de la suerte que hemos tenido de ser quienes somos — Lara… ¿Aún tienes el twister guardado en algún lugar? Creo que nos vendría bien enroscarnos un poco para aflojar los músculos. Al menos que quieras que te acomode todo el armario — que de seguro tiene un montón de ropa vieja que ya no usa y tendrá que ver cuáles son los pantalones que modificará ahora que la tripa le va a ir creciendo. ¿Quién dice que una mudanza no puede ser entretenida, cuando tienes la compañía adecuada? Incluso, cuando hay vino y bizcocho de por medio. Las crisis existenciales vendrán luego.
Rose S. Harkness
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Asiento de forma rápida con la cabeza hacia Lara, con una cara no muy agradable cuando he de afirmar la realidad de una crisis existencial que mucho tendría que ver con la forma en que estoy pensando estos últimos días, casi semanas. De seguro todo lo que está pasando tiene una explicación lógica, que añadido a mi suma de edad y los dementores, me están haciendo reflexionar sobre todas estas cosas. Estoy por balbucear un ¿todavía más? cuando dice lo de que se me está por poner de patas arriba la vida, pero me quedo a medias cuando continua hablando. — ¿La crisis de los cuarenta? ¿Cincuenta? No suena muy alentador para mí, no sé a vosotras. — Suelto una risa nerviosa, algo depresiva también de pensar que no hay más que crisis a partir de ahora. Me giro hacia Rose que creo que ha quedado demostrado que es la más sabia de las tres, o, al menos, la que tiene la cabeza más organizada. Tengo que obligarme a no reírme de más cuando es tan directa con la resolución que saca de la barriga de Lara, pero me es un tanto imposible dadas las circunstancias. — Y no sería porque no te lo advertí… — Aprovecho para decirle a la morena embarazada, que no es porque quiera meter más leña al fuego, pero creo que nunca nos llegamos a reír al respecto y ahora parece el momento adecuado para hacerlo.

Al ofrecimiento de Rose respondo con una sonrisa de agradecimiento, asintiendo con la cabeza en lo que apaño de nuevo la botella con una mano. — No sé de danzas tradicionales, pero… lo mismo digo, si alguna vez cualquiera de las dos quiere pasarse por casa, hay muchas cosas que aun no he probado y quiero hacer. — Debería hacer una lista de esas, algún día antes de morirme. Le doy un trago de nuevo al vino, y diría que me siento un poco mal por Lara porque nos estamos comiendo un bizcocho que era para ella y bebiéndonos su alcohol que siempre es muy necesario tener en casa. Me paso el dorso de la mano  por la barbilla por si acaso se ha resbalado algo del líquido de la botella por mi piel, mirando a Rose con cara de espanto cuando empieza a enumerar todas esas cosas que, desde mi punto de vista, suenan fatal. — ¿En unos años? Creía que las canas empezaban a salir mucho más tarde… — Confieso, dándole otro sorbo a la botella, lo de la resaca no suena tan mal si se compara con las patas de gallo. — Decidme que no se sigue jugando al twister, creo que la última vez que jugué a eso Hans aún tenía dientes de leche. — Y de seguro yo le saqué alguno, no voy a mentir, y al parecer es uno de esos juegos que nunca pasan de moda. — ¿Seguro que es buena idea teniendo a una embarazada entre los participantes? — Digo, aunque soy la primera en posar la botella en el suelo dispuesta a darle una oportunidad a mi elasticidad.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
Te equivocas en eso, Rose. Precisamente lo mío fue una predicción de Phoebe— contradigo a mi amiga, agitando mi dedo desde donde me encuentro y un gesto arrogante, que no sé bien que fue lo que ocurrió esa noche, me inclino más a pensar que fueron todos los astros traicioneros de Phoebe chocándose entre sí en medio del lío para ponerse en fila y hacerlo real. Aunque cada vez se me hace más difícil pensar en lo que ocurrió como un accidente, un error, una sorpresa o eso mismo, una traición de la buena suerte y los astros, si es algo que me hace… ¿cómo lo dijo Hans y también Phoebe? ¿Feliz? Y es un poco complicado reconocerse feliz cuando se tiene una mente abrumada de pensamientos sobre todo lo que puede salir mal, que Rose nos las acomoda a Phoebe y a mí con sus palabras que reconfortan. —Entonces, ¿tendremos bautismo en la playa?— se me nota el entusiasmo, que por fin suelto a la mujer que hice víctima de mi abrazo trepador y me encaramo en el respaldo del sillón, hasta quedar con los pies sobre el tapiz y abriendo mis brazos en el aire. —¡Playa, música y alcohol! No, alcohol no, cierto. ¡Bailes nudistas de Rory!— exclamo seguido de una carcajada, y miro más allá de la amplia ventana que da a la costa, sobre el horizonte hay una permanente línea gris de nubes que se reflejen en el agua, que se ve más oscura y ciertamente helada, incluso la arena se ve blanca. Necesitaremos de un gran fogón para no morirnos de frío por un bautismo en el que tendrá que ser de ropas tradicionales o no será.

Me cae toda la desilusión en los hombros y por poco no me hundo en el sillón. — Entre tus predicciones y las de Phoebe…— digo, mirando a Rose con una cara de quien no quiere que el reloj siga avanzando. —¿Alguien me predice que me sacaré la lotería, por favor?— pido, volteo mi mirada al techo y extiendo mis brazos en un ruego secreto a los astros. Hago equilibrio sobre el sillón, lo bueno es que mi corta estatura ayuda a que no sienta vértigo, que estoy más cerca del suelo que el resto de las personas y si me caigo no me haré tanto daño. Para bajarme sí que me prendo del respaldo, en vez de saltar, que me siento con más energía estos días de los que creo que tuve en el último año, pero no me olvido que si ahora me caigo, no me caigo sola. — No tienes que preocuparte por mi armario, Rose. Solucioné el problema yo sola, ¡me compré un montón de jardineros!—. Fin del problema de la ropa que me apretaba la cintura y lo más cómodo para este cuerpo que se va redondeando un poco más rápido en estas semanas, tanto que cada día tengo que controlar si no se ha pasado un centímetro durante la noche. Con mis pies de vuelta en el suelo, pongo mis manos en la cadera y me giro hacia Phoebe. —Pues ésta embarazada se apuntó a clases de yoga con Meerah y podría ganarle en el twister a cualquiera de las dos— presumo, pasando una mano sobre mi vientre, que luego podré decirle a mi bebé que sus tías ya jugaban con él o ella desde que estaba dentro y que, por supuesto, les ganamos. O espero que me dejen ganar, que soy la embarazada aquí y siempre hay que dejar ganar a los niños, yo tengo uno conmigo. —¿Se han dado cuenta del trío extraño de vecinas que somos?— pregunto, yendo a revisar las cajas que tengo más a mano a ver si encuentro el juego. —Rose vive aquí con su familia, yo vine a ver como mi panza se vuelve una bola de puro bebé y Phoebe a besuquearse con su novio. Pido que si pasamos la crisis de los cuarenta, cincuenta, sesenta, seamos de esas vecinas que se juntan a jugar canasta y con un ligero alcoholismo— me río, que si en serio el tiempo corre y es a nuestro favor, espero que podamos disfrutarlo así algún día.
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