The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Diciembre

Me sorprendió volver a escuchar de Ivar luego de llevarlo al hospital, de verdad creí que nuestra relación terminaría el mismo día que comenzó pero para mi sorpresa me visitó algunas veces en mi trabajo, incluso me trajo mis roquillas favoritas en una ocasión y charlamos de política relajadamente. Las visitas se hicieron cada vez más frecuentes al punto de plantearme si en realidad estaba intentando acostarse conmigo, cosa que no le negaría, pero pude ver sus verdaderos motivos cuando comenzó a hablar sobre una niña esclava que había conocido hace unos meses antes de ser secuestrado.

Sé que ha jugado con mi mente para obligarme al final a aceptar, quizás de haber usado la legeremancia con él desde su primera visita habría previsto sus intenciones y me habría ahorrado las molestias pero ahora es demasiado tarde. Comenzó sacándome con tirabuzón las razones por las que no ataqué de manera seria a Beverly y la otra niña en el atentado, luego de eso me hizo confesarle la razón por la que jamás he tenido un esclavo, mencionó el frío del invierno que se está acercando y luego me mostró fotografías de las condiciones del mercado ¡¿Cómo demonios voy a dejar que una niña renga viva en esas condiciones luego de que me llevó por ese camino?!

No necesito un esclavo pero la pequeña pelirroja necesita un dueño para no morir en esas terribles condiciones, así que aquí me encuentro de brazos cruzados con la puerta abierta esperando a que el tipo de bastón aparezca con la que será mi nueva compañera de vivienda. Sé que no puedo pedirle mucho por su discapacidad y tiene la fuerza de un conejo por la edad que tiene, pero no puedo permitir que ésto se vea como un favor hacia alguien sin magia si no quiero terminar en la hoguera así que tendré que hacerlo funcionar de alguna forma.

Los veo aparecer y me asomo por la puerta con un brazo en alto como una vieja indignada con el clima - ¿Qué es ésto? ¡Te pedí un esclavo funcional, pedazo de idiota! ¡No una lisiada! - exclamo en voz alta para que me escuchen los vecinos y hago un par de ademanes - Entra, rápido - ordeno en voz baja a la niña y señalo con mis ojos el interior de la casa.

Intercambio unas palabras más con Ivar y termino dándole el dinero de la joven. No le entra la sonrisa en el rostro pero no puedo corresponder su felicidad, se está poniendo en un peligro tremendo y más siendo sangre mestiza. Ahora los tienen vigilados así que si mi interpretación en el ministerio no sale bien, probablemente tenga problemas al respecto... No hay lugar para la debilidad éstos días, ni siquiera por los niños lisiados.

Cierro la puerta detrás de mí y me sacudo para eliminar el frío una vez dentro. Quiero tratarla bien pero no puedo, es una niñata así que probablemente a la primera conversación que tenga con alguien el el archipiélago comenzará a decir lo bueno que soy... No, tengo que actuar aquí también y más vale comenzar ahora - Escucha mocosa, tienes prohibido entrar en mi habitación ¿Sabes hacer té? Quiero uno ahora. También deberás organizar mis citas, no las de trabajo, las románticas... Yo te avisaré cada vez que tenga una para que las apuntes. Deberás buscar un cuaderno en la casa, no suelo usar papel pero estoy seguro de que debe haber alguno por algún rincón - improviso con el ceño fruncido mirándola desde todo lo que me permite mi altura - ¿Puedes limpiar con esa cojera?
Viktor R. Carstairs
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Worse idea since sliced bread - Kida Bennet IqWaPzg
Invitado
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El invierno estaba a la vuelta de la esquina y era la peor parte del año para los esclavos del mercado, porque los germenes y enfermedades abundaban incluso más que los piojos en verano.
Envuelta en una fina manta y con el cuerpo temblando, Kida intentaba dormir abrazada a su muñeca, pero el dolor de su pierna y los ataques de tos de los demás no se lo permitían.
Estaba agotada, sentía que su corazón latía demasiado lento y ni siquiera tenía fuerzas para pestañar...Tal vez era lo mejor.
Con la llegada de la mañana, también apareció el hombre de traje, sólo que esta vez no trajo regalos, si no que abrió junto al guardia la puerta y flotando la sacaron del mugriento colchón. La niña esta vez si fue veloz y alcanzó a manotear su muñeca, el cepillo verde y el palo de madera que usaba como bastón.
El dueño del mercado entre gritos la baño con chorros de agua helada y le entregó unas prendas un poco más bonitas de las que ya tenía para que se vistiera.

Durante el camino hacia su nuevo hogar, sujetó la tela de los pantalones de Ivar y no se soltó en ningún momento, estaba aterrada, pero el maravilloso paisaje que podía observar a través de la ventanilla, la mantuvo entretenida hasta que el tren se detuvo en la estación correspondiente.
Infló el pecho, bajó con cuidado y siguió los pasos del brujo intentando no tropezar, a pesar de que era el trayecto más largo de su vida.

Cuando los gritos del brujo hicieron que levantara la mirada de sus zapatos, sus mejillas se tiñeron de rosa hasta alcanzar casi el mismo color de su pelo.
Kida sin entender miró a Ivar apenada por la confusión, casi pidiendo ayuda, sin embargo ante la orden se apresuró a ingresar. Claro que no avanzó mucho más, su cuerpo temblaba, estaba cansada y muy agitada por la caminata.
Movió la mano con suavidad para despedirse del hombre de traje antes de que la puerta se cerrara y entonces se paró derecha para intentar parecer dura, ella no era una inútil y se lo iba a demostrar al señor gritón.

Las reglas y tareas no tardaron en ser mencionadas, la niña asintió para demostrar que entendía todo lo que le decía, mas la siguiente respuesta no fue la que ella esperó. Sus ojos se llenaron de lagrimas culpa del nudo en su garganta y el llanto apareció. —Yo...no...no sé escribir.— Comentó entre sollozos. —Pero puedo limpiar...y...hacer todo lo demás. Puedo aprender rápido.— ¿Té? ¿Eso era como la sopa que comían ellos no? Se limpió el rostro con la mano libre y se aferró al bastón. —Yo...puedo hacerlo.
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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Quizás no sea tan difícil como lo esperado, no suelo ser un maldito con los niños como a veces lo soy con los adultos pero lo llevo en la sangre así que sale de manera natural. Sin embargo con mis primeras órdenes la niña se pone a llorar y todo mi rostro cambia para ser reemplazado por una mueca de horror absoluto. Mierda. La hice llorar. ¿Qué hago ahora? ¿Cómo que no sabe escribir? ¿Sigue existiendo ese nivel de ignorancia en el mundo? - No, no llores, no llores - pido con un tono completamente distinto al de antes, incluso me inclino para quedar a su altura y alzo las manos como si moviéndolas pudiese evitar que las lágrimas se deslicen por sus mejillas.

Si antes lo consideraba una mala idea ahora creo que es la peor que se le haya presentado a alguien en toda la historia del universo. Una niña llorona que a penas puede caminar y no sabe escribir siendo esclava de un juez ¡Imposible! Para colmo ahora siento la necesidad de enseñarle a hacerlo y me odio a mí mismo por ello, debería ocupar mis noches lamentándome por no poder salir a causa del toque de queda, no enseñándole a una niña a juntar sílabas.

Tengo que ser malo. Tengo que ser malo. Me recuerdo a mi mismo y en la lucha interna termino enseñando los dientes en el exterior - De acuerdo, comenzaremos de a poco - de todas formas no pensaba darle citas románticas que apuntar ni ahora ni en un millón de años - Te daré un recorrido por la casa ¿Puedes hacer eso sin llorar? - pregunto malhumorado. Aunque cuando vea su habitación estoy seguro de que lo volverá a hacer, comparado con el lugar en el que estaba antes estoy seguro de que la cama de segunda mano rodeada de cajas de cartón y el plato de comida para perro le parecerán todo un lujo - No podrás subir la escalera ¿No? Mierda, tendré que poner de esos ascensores para viejos...
Viktor R. Carstairs
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Invitado
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Era difícil observar al hombre a través de las lagrimas, sin embargo cuando consiguió calmarse y limpiar sus ojos con la mano libre de bastón, notó como este se había agachado para quedar a su altura.
Al principio le resultó algo extraño, tanto sus gestos como el cambio repentino en el tono de voz y lo único que pudo hacer de nuevo fue asentir con la cabeza. —Yo...Lo siento, lo siento.— Murmuró tratando de calmar el llanto asustado.

¿Podía hacer un recorrido sin chillar? Claro que si. Respiró profundo inflando el pecho y su vientre desnutrido, para luego palpar el bolsillo de su vestimenta, necesitaba corroborar que Isabelle siguiera allí junto con el precioso cepillo antes de continuar.
La idea de un elevador para su comodidad le hizo fruncir el ceño, había oído hablar de esos inventos, pero jamás había visto uno. —No, no se preocupe. Yo puedo hacerlo sola, no soy una vieja.— Respondió y al voltear la cabeza para buscar las escaleras que el brujo le indicaba, el alma se le cayó a los pies. Ya había hecho un enorme esfuerzo con la caminata desde la estación de trenes hasta la casa y ahora esto.

Se aferró al bastón e intentando no demostrar el dolor que sentía culpa de su pierna mala, comenzó a caminar y subir los primeros escalones. Tres en total antes de necesitar una pausa. —¿Ve? Si puedo.— Le sonrió un poco avergonzada y agitada, quería demostrarle que era una buena esclava, no sólo una niña lisiada.
Perdió la noción del tiempo y durante unos segundos su visión se llenó de puntos negros, mas al alcanzar el piso superior del edificio, se apoyó en la pared más cercana e intentó calmarse. —Lo...ve.— Susurró entre jadeos con el rostro completamente sonrojado. —Puedo...traerle té.
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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
-Ya... Deja de disculparte por ser una llorona, no es tu culpa, la vida te ha hecho así - interrumpo con el ceño fruncido pensando en cómo en mi caso ha sido lo contrario. Era un niño llorón que dejaba que los pensamientos de los demás lo afectaran pero ahora me he convertido en un pato al que le resbala el agua, disfrutando de todo el estanque sin pensar en lo que espera en la tierra. Un lindo patito con las plumas de la cabeza paradas y de color negro azabache. El problema es que ahora un pez payaso bebé con una aleta lastimada ha invadido mi terreno, quizás podría meterlo en un estanque para que no se meta en problemas y ya, un estanque dentro del lago, no suena mal.

La niña comienza a subir las escaleras y asiento rápidamente en silencio cuando afirma que puede hacerlo sola. Creo que hasta llega a pasar un minuto y a cada escalón me causa más ternura que lo esté intentando ¿Ternura? ¿Estoy sintiendo ternura? - Bueno, pero la cocina está aquí abajo así que tendrás que volver a bajar para preparar el té - comento conteniendo una sonrisa con toda la fuerza que tengo, incluso me empiezan a doler las mejillas y a humedecer los ojos por el esfuerzo.

Muy bien, no puedo. La niña necesita ayuda, no puedo dejar que vaya por la vida haciendo más de lo que puede pero al parecer tampoco aceptará eso así que tendré que ser ingenioso. Supongo que puedo mover todo a lo que no necesita tener acceso a la planta superior, como por ejemplo el bar, la sala de estar y mi segundo armario y armar un nuevo sitio para que ella viva aquí abajo, va a ser más grande y con todos los libros que alcance a meter.

Saco la varita de mi bolsillo y con un encantamiento la bajo hasta el pie de la escalera una vez más. Llevo un rato callado lo cual es extraño en mí pero no me conoce así que no notará la diferencia, de todas formas será mejor que diga algo - Escucha Kida, no te necesito aquí ¿De acuerdo? Te compré como un favor hacia Ivar, uno del que ya me estoy arrepintiendo porque nos traerá problemas - decido ser honesto moviendo mi varita una vez más para llevarla hasta la cocina y así sentarla sobre la mesada, ya no quiero tener que estar agachado - Estoy con el gobierno, creo que los rebeldes necesitan morir, me gusta la fiesta, mi relación más larga ha durado 6 horas y ni siquiera recuerdo el nombre del tipo - me presento con las cejas en alto - Así que no esperes cariño, diversión ni nada de eso, no sé cómo hacerlo... Pero tampoco podía dejar que una niña muriese en el mercado, no soy un monstruo.
Viktor R. Carstairs
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Su pecho subía y bajaba dolorosamente ante el esfuerzo que había realizado al subir cada escalón hasta el piso de arriba, por lo tanto cuando el brujo mencionó que la cocina se encontraba abajo, intentó no demostrar lo agotada que se sentía y aferrándose al barandal, comenzó a bajar soltando algunos suspiros. No, no podía quejarse. —Voy...voy.— Susurró tratando de respirar por la nariz y no por la boca, sin embargo una extraña sensación envolvió su cuerpo y en cuestión de segundos terminó parada junto al hombre que a partir de ahora debía llamarle amo.

Ella era un favor y no la necesitaba, pero podía trabajar duro y así convertirse en la mejor esclava del mundo, para complacerlo y así nunca más regresar al mercado. Si, eso haría.
De nuevo la magia la movió hasta dejarla sentada sobre la mesada de la cocina y sus ojos brillaron al observar lo bonita que era, jamás había visto una sala tan limpia y...Olfateó el aire varias veces, ¿qué era ese delicioso aroma?
Avergonzada por recorrer con la mirada la casa del hombre sin disimulo, se abrazó a su muñeca Isabelle y sonrió con timidez. —¿Tal vez era Tom? Me gusta ese nombre.— Intentó pensar en otro nombre para el misterioso amor de su amo, mas se dio por vencida cuando otro tema resultó aún más interesante.

Ladeó la cabeza hacia un costado y sacó de su bolsillo el peine que Ivar le había regalado. —Yo sé peinar muy bien y también contar cuentos, el resto puedo aprender rápido, señor.— Le aseguró y al final, dejando sobre la mesada ambos objetos, se estiró y lo abrazó con todas las fuerzas que tenía. —Usted no es un monstruo, gracias por ayudarme, prometo que no le traeré problemas. — Se quedó así durante un par de segundos, el perfume que llevaba era delicioso, pero lo que más le atraía era el calor corporal. Luego de tantos años en el mercado, era la primera vez que no sentía frío o calor infernal.
Terminó apartándose para apuntar con la mano la tetera sobre la hornalla. —¿Allí debo hacer el té?
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Viktor R. Carstairs
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Toma con total naturalidad que no recuerde el nombre del tipo e incluso se inventa uno con lo cual tengo que hacer fuerzas para no volver a reír. De hecho creo que dormí con un Tom una vez... Thomas, más precisamente. Era un sanador de lo más tierno, hermosos ojos celestes y la clase de persona con la que cualquier hombre se casaría de pasar solo uno días con él. Pero yo pasé solo horas y lo saqué corriendo cuando me despertó con un desayuno de lo más elaborado, fue demasiado, lo lamento por él y espero que haya encontrado alguien que aprecie tanto cariño.

-Creo que pasé hace ya unos cuantos años la época de ser peinado y escuchar cuentos pero podemos hacer algo con eso- respondo cruzándome de brazos, mirando el techo pensativo. Mi cabello es de las cosas más valiosas que tengo, lo cuido muchísimo y le dedico más tiempo que a cualquier otra parte de mi cuerpo. Por eso lo mantengo de distintos colores según mi ropa y estado de ánimo, así que no la dejaré tocarlo así como así. Primero debe aprender todos los cuidados, practicar sobre pelucas por unos meses y quizás luego de todo eso la deje peinarme.

Cuando me envuelve en un abrazo me quedo sin habla. No soy capaz de alzar los brazos pues me invade una sensación extraña. Se siente blandita y vulnerable, como un oso de peluche pelirrojo que habla. Para colmo dice palabras que intensifican el sentimiento y retrasan mi reacción incluso más. Promete que no traerá problemas pero ahora siento que sería capaz de meterme en ellos por salvarla a ella, por ayudarla ¿Qué es esto? ¿Primero ternura y ahora compasión? ¿Cariño? Es ridículo.

-Ya- murmuro dándole unas palmaditas en la espalda para que se aleje. Sorpresivamente no tenía olor ni nada, seguro que Ivar le dio un manguerazo antes de traerla aquí - Eh... Sí, ahí haces el té - indico rascándome la nuca de espalas. Mi voz suena apagada, libre de sarcasmo, burla o picardía que suelen ser mis tonos habituales - Yo... Creo que comenzaré a hacer los cambios en la casa para que estés más cómoda ¿Tienes ropa o qué necesitas?
Viktor R. Carstairs
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Worse idea since sliced bread - Kida Bennet IqWaPzg
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Después de estar trece años encerrada en una celda con varios niños, casi sin moverse y con muy poca alimentación, el recorrido del tren, la caminata hasta su nuevo hogar y luego la subida por la escalera, la dejó verdaderamente exhausta.
Mientras intentaba recuperar el aliento, acarició con cuidado su precioso peine y sonrió. —Nadie es grande para eso, los cuentos son para todos porque ayudan a dormir y que te peinen es bonito, son como masajitos.— Explicó.
Dejó el objeto sobre la mesada y se estiró para abrazar a su nuevo amo, apoyando la mejilla justo donde podía escuchar los latidos de su corazón. Cerró los ojos durante un par de segundos y cuando las palmaditas llegaron a su cuerpo, se apartó con cuidado.

Viktor se dio la vuelta y Kida no pudo apartar sus ojos del precioso cabello, era el más bonito y brillante que jamás había visto. También notó que era el brujo más alto del mundo, así que con todas esas cualidades, seguro era el más fuerte de todos. —Esta es mi ropa...Bueno, en realidad tenía otra, pero como estaba sucia y con agujeros, me la quitaron para venir.— Sin saber exactamente el porqué, una pequeña risita escapó de sus labios y volvió a sujetar el cepillo que le había regalado Ivar. —Muchas gracias por comprarme como esclava, le quiero regalar esto...Es lo único que tengo, pero se lo quiero dar. — Estiró sus brazos hacia él y esperó a que lo tomara.

Kida sabía que era de mala educación pedir algo y que podía recibir un castigo, pero su estomago gruñó dolorosamente y fue imposible ocultar la mueca de dolor. —Yo...no necesita cambiar su casa, puedo trabajar bien, lo prometo...Sólo...¿Podría comer un poco de pan, por favor?— Preguntó envolviendo su vientre inflado con los flacuchos brazos. —Con un poquito estaré lista para hacer el té.— Quería convencer a su nuevo amo de que ella era eficiente, que él no tendría problemas como tampoco ningún inconveniente.
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Viktor R. Carstairs
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Alzo las cejas y decido no decir nada pues estoy casi seguro de que aunque intente explicar qué me hace dormir y la clase de masajitos que me gustan, no me entenderá. Oh, eso me presenta un nuevo problema... Nunca he sido de traer gente a casa, soy más de dormir en otros sitios pero con el toque de queda no tengo idea de cómo manejar eso. Tendría que salir a buscar a alguien por la tarde y así condenarme a quedarme en su casa hasta la mañana siguiente. La otra opción sería traerlos aquí pero con Kida presente no sé cuánta libertar tendré. Bueno, ni siquiera las monjas han permitido que el voto de celibato las detenga en el pasado así que seguro lograré encontrar una solución para mi nuevo inconveniente.

Hago una mueca pues la ropa que tiene es horrenda, así como la que seguramente tendría antes. La apariencia es algo importante para mí pero no sé hasta qué punto puedo ayudarla, como esclava tiene que vestir de gris pero no creo tolerar eso dando vueltas por la casa todo el día. Le compraré algo para que haga las labores y luego algo un poco más apropiado para su edad - Bien, diré en la tienda que necesito comprar ropa a la hija de un hombre viudo con el que quiero acostarme y así nadie me mirará mal - pienso en voz alta pensativo.

Me sorprende cuando me tiende el cepillo y se me escapa una sonrisa con resoplido - Lo necesitas más que yo, Lucy Pevensie - bromeo con ella sin tomar su regalo, aunque es muy probable que no conozca el libro. En realidad es uno que leí hace ya muchas décadas, cuando la literatura muggle aún no estaba prohibida. Interesante perspectiva de la magia tenían esos bichos y de saber que los armarios eran tan interesantes me habría quedado mucho más tiempo metido adentro - Y no me agradezcas a mí, agradécele a Ivar. Y si alguien pregunta, él es el bueno y yo soy el malo - si alguien se va a comer los problemas más vale que sea el tipo rengo.

Escucho su pedido algo distraído ya que no solo la ropa gris es ley, sino que debo marcar su muñeca para no tener problemas. Eso no será sencillo, así que será mejor darle un último momento de alegría antes de comentarlo. Le entrego el pan sin mucha importancia y respiro profundo mientras yo mismo comienzo a hacer el té. De poder le agregaría algo de whiskey para tomar coraje pero no quiero meterme en la mente de Kida, es muy temprano para ponerme a llorar por las desgracias ajenas.

- Kida... ¿Sabes cómo es la vida de esclavo? ¿Te han contado en el mercado? Lo que se supone que debes hacer y lo que no, cómo debes vestir en público, la marca que llevan todos... - comienzo a explicar sin atreverme a mirarla - Hay algo que debo hacer antes de que empieces a trabajar y no te va a gustar.
Viktor R. Carstairs
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Worse idea since sliced bread - Kida Bennet IqWaPzg
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Cada palabra que sale de la boca de su amo resulta un misterio para Kida, no era fácil de comprender y la mayor parte del tiempo su cerebro se desconectaba por el cansancio y el hambre.
Se alegró bastante al saber que podía quedarse con su cepillo, pero su atención hacia el objeto brillante acabó cuando el brujo le entregó un trozo de pan. Era la primera vez que estaba tan blandito. —Muchas gracias, señor.— Comentó y empezó a comer. Tan delicioso, el aroma, el sabor, la textura, todo era perfecto.

Las nuevas preguntas de su amo le hicieron levantar la mirada de sus manos, sin embargo continuó masticando hasta no poder respirar y sólo entonces sus ojos se desviaron hacia las tazas de té. Tenía que asegurarse de aprender los pasos correctos a seguir, luego se lo preguntaría de nuevo.
Al terminar de tragar las últimas migas, limpió su boca con los bordes de su vieja camiseta gris y asintió. —Los esclavos más viejos me han dicho que tengo que hacer todo lo que usted me pida sin quejarme. Que sólo puedo hablar si me hablan primero a mi y...— Entrecerrando los ojos intentó hacer memoria. —Ah si y que debo usar un uniforme aburrido y feo.

Ante la mención de una marca y algo que debía hacer, Kida empezó a temblar. Claro que lo sabía, como también había escuchado los rumores de que era muy doloroso.
Bajó la mirada hasta sus manos y tuvo que entrelazar los dedos para ocultar las sacudidas, ¿acaso no era suficiente el dolor constante que sentía en su cuerpo? ¿El hambre, frío y calor? ¿La horrible forma en la que vivían aplastados entre barrotes?—Sí, lo sé...pero tengo miedo.— Murmuró en voz baja, ya casi podía sentir las lagrimas picando nuevamente sus ojos. Ella no había hecho nada malo ¿Por qué tenían que torturarla aún más?

Dejó de balancear su pierna buena y sorbiendo los mocos que escapaban de su nariz, levantó la cabeza y comenzó a arremangar la tela arruinada de su vestimenta, dejando así, la piel de su pequeño y débil brazo expuesta. Ya le habían dicho, no podía quejarse.
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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Escucho sus conocimientos previos y alzo la cejas pues no sé si es conciente de que ya ha roto al menos una de esas reglas. Kida no se va a quedar callada, eso es seguro, pero honestamente me importa un comino que me hable antes de que yo la llame, lo que me preocupa es que se pueda ir de boca con alguien más - El uniforme tendrás que usarlo sí - pero es algo poco llamativo y no sé que tan conveniente es que pase desapercibida hasta que yo me acostumbre a tenerla en casa. No puedo olvidarme de que está aquí... ¡Oh, ya sé! En la época medieval, les colgaban campanitas a los leprosos para saber cuando venían a la ciudad y así la gente estaba preparada. No le pondré una campanita pero podría ponerle unas zapatillas de luces y así verla entre las sombras y oscuridad. Es una buena idea.

Cuando le digo lo de la marca comienza a temblar y odio sentirme tan mal al respecto ¡Pobrecita! Tampoco es que voy a quemarla como a una vaca pero es la ley y debe cumplirse. No digo nada ya que de seguro ella se largará a llorar si muestro un poquito de empatía y yo lo haré con ella, así que saco la varita y tomo su muñeca con mi mano libre. Respiro profundo y comienzo a dibujar la "M" obligatoria, lo más rápido que puedo para que no le duela demasiado... Quizás debería haberla hecho beber un poco de alcohol antes para que sirva de analgesia, aunque emborracharla tampoco es muy sano que digamos.

- Listo, ya está ¿Ves? No ha sido tan grave... Vamos, Kida, necesito a una esclava valiente, no a una llorona que no tolera ni una marquita - intento darle ánimos como puedo, pero ni yo me creo lo que estoy diciendo. Si alguien me hiciese eso a mí probablemente le mordería el tobillo y saldría corriendo... Y volvería con una venganza preparada años después.
Viktor R. Carstairs
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Worse idea since sliced bread - Kida Bennet IqWaPzg
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La niña ya sabía que debía usar un aburrido uniforme, pero mientras estuviese limpio y algo abrigado durante el invierno, no se quejaría. Era mucho más de lo que ya tenía o tuvo alguna vez.
Cuando terminó de comer el trozo de pan que su amo le había dado y sacudió las migas que quedaron sobre sus prendas, la mención de la marca le hizo temblar incluso la pierna que era incapaz de mover a conciencia.

Mantuvo la cabeza agachada y al sentir el agarre del brujo alrededor de su brazo, se sobresaltó asustada y encogió el cuerpo aún más en el lugar.
No tardó en sentir el escozor de la etiqueta que le estaba haciendo sobre su tierna piel, su corazón comenzó a latir con fuerza y fue incapaz de controlar las lagrimas. Dolía, dolía demasiado y quizás para él fueron un par de segundos, sin embargo para Kida, fue una tortura eterna, tanto que soltó el agarre de sus dientes alrededor del labio inferior y soltó un pequeño grito. Intentó apartarse y tampoco pudo.

Las palabras de su nuevo amo sonaron a lo lejos mientras ella sujetaba su muñeca y observaba a través de las lagrimas, la "M" tatuada.
Él ya había acabado, pero la agonía en su cuerpo no.
La esclava no entendía qué estaba ocurriendo, las nauseas amenazaban con devolver el pan y el poco caldo que había ingerido durante el día, el dolor en su pierna y brazo no ayudaban. —No...— Intentó hablar pese a la visión borrosa y sudor frío, mas no alcanzó a formular oración alguna. Sus parpados cayeron pesados y perdió el conocimiento.
Anonymous
Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Puedo ver como su rostro va cambiando y por suerte ya estoy preparado para atraparla cuando su cuerpo se desploma. La atrapo entre mis brazos y al levantarla calculo que no puede pesar más de treinta y cinco kilos... Tenemos que arreglar eso, puede incluso que el desmayo tenga algo que ver con la falta de azúcar en su organismo así que será mejor tenerle algo preparado para cuando despierte. Yo no debería cuidar de ella, ella tendría que cuidar de mí, es su trabajo ¿No? Pero soy un maldito ser humano con una debilidad por las personas como ella... Eso tampoco es malo, solo poco conveniente.

Subo las escaleras hasta la habitación de invitados y la dejo en la cama con cuidado. Luego de eso voy por un poco de alcohol para hacerla reaccionar y algunas galletas y jugo de la cocina. Espero que todo esto sea suficiente para ponerla en pie de nuevo pues lo último que quiero es tener que conseguir un sanador que la trate por izquierda.

Esto va a ser difícil, ya lo veo venir. Odio a Ivar por ponerme en ésta situación y más le vale no pisar la corte en el futuro porque tendré unos cuantos asuntos personales que poner sobre la mesa... Pero no puedo culparlo, en realidad. El mercado de esclavos es un sitio horrible en donde mueren niños todos los días, niños incluso más fuertes que la pelirroja que ahora yace en la cama, lo que quiere decir que el que ella esté aquí es un auténtico milagro. Y los milagros hay que cuidarlos, eso decía mi madre cada vez que me acompañaba por la mañana a la escuela o se quedaba esperándome de noche durante mis salidas. Supongo que ahora me toca a mí. No pude cuidar a Rowie pero puedo cuidar a Kida, hacer que sobreviva y darle una vida más o menos digna a cambio de tener un sandwich sobre la mesa cada día después de trabajar... Bueno, quizás no sea la peor idea de todas.
Viktor R. Carstairs
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