The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Recuerdo del primer mensaje :

Buena y atractiva. Esas fueron las palabras de Charles sobre como debo tomarme el trabajo a partir de ahora, aunque algo me dice que debo inclinarme por la primera opción más que por la segunda. Aun tengo la sensación de que van a pararme el paso cada vez que atravieso las puertas del colegio, como si esperase que un dementor se acercara para succionarme el alma o algo por el estilo, pero con los días termino por aceptar que quizás estaba exagerando con mis conclusiones precipitadas y el inminente despido que me esperaba tras la desastrosa entrevista con los aurores. No obstante, tengo que reconocer que ese sentimiento amargo no termina por irse, no cuando las clases están siendo revisadas por personal del ministerio día sí y día también en busca del más mínimo error para echarnos a todos a patadas. En el fondo sé que es lo que quieren, a pesar de que la mayoría de los profesores que trabajamos aquí ya hemos sido contratados por la propia ministra. Como me dijo mi hermano hace unas semanas cuando todo esto empezó, no se fían ni de los que aparentemente están en su bando.

Me limito, como dije, a hacer mi trabajo. Trato por todos los medios de ignorar las sombras a las esquinas del aula, intentando que no interrumpan demasiado en las explicaciones, o al menos, no lo suficiente para que la atención de mis alumnos desaparezca a la primera de cambio. Sin embargo, ni siquiera las interrupciones sirven para que alguno eleve la voz, aproveche para intercambiar un comentario gracioso con sus compañeros como solían hacer antes de que pusieran la institución patas arriba. Eso me deja clara una cosa, que no somos solo los maestros los que sentimos que debemos guardarnos las palabras, que ellos también se encuentran en una posición complicada, y, después de todas las noticias que han salido en televisión, tienen todo el derecho a sentirse de esa manera. Al fin y al cabo es una situación que les afecta de manera directa, ya sea en el presente o en el futuro cercano.

Por esa misma razón, me inclino por apostar por el futuro de mis estudiantes, y como tutora de una clase donde ya el año siguiente muchos de ellos van a tener que escoger una especialidad de preferencia propia, mi misión es intentar guiarles en la búsqueda de una que se acerque a sus intereses. Una de esas alumnas, Ileana Jensen, también atiende a clases de adivinación, por lo que me resulta más fácil tener una charla con ella antes que con aquellos a los que tan solo me es posible dirigirme en tutorías concertadas. — Señorita Jensen, quédese un minuto después de clase, si es tan amable. — Indico antes de comenzar con la misma, aunque luego me doy cuenta de que no es un buen punto decirlo al inicio y que es mi error si se decide por no atender en lo que queda de hora por estar pensando en esto precisamente. Por suerte para ambas los minutos pasan más rápido de lo esperado, por lo que termino de recoger mis cosas en lo que el enviado ministerial se decide por abandonar el aula. Solo cuando sale y puedo confirmar que estamos solas, me permito el dirigirme a ella. — ¿Cómo se encuentra este año en las clases? — Pregunto con amabilidad, sin querer centrarme mucho al principio en el tema, trasladando mi curiosidad hacia una zona de menos preocupación. Sé de sobra que los estudiantes de último curso dentro de la enseñanza obligatoria sienten que no hay nada nuevo para aprender ahora que deben decantarse por un camino, que la mayoría están cansados de estudiar y prefieren hacer una elección fácil antes que una meditada.
Phoebe M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Suelto un suspiro algo notorio que me hace elevar las cejas un segundo, meneando la cabeza hacia un lado, porque sí, puede que no conozca a su madre, pero sé de sobra como es que a alguien no le guste perder. Mi padre era igual que ella, no era un tipo que cediera en una discusión, si bien, te daba más argumentos para que le dieras la razón incluso cuando no la tenía; tampoco le gustaba perder, valga que fuera ese el motivo por el que se deshizo de mí en primer lugar, porque odiaba pensar que había derrochado todo ese tiempo en querer a mi madre y en cuidar de sus hijos cuando la mentira tuvo más peso. — Creo que me gustaría decidir por mi cuenta en qué pierdo el tiempo, ¿no crees? — Se podría decir que hasta le sonrío con el comentario, pero termino por liberar mis hombros de la tensión moviendo un poco mi torso, cediendo. — Pero como quieras, si piensas que tu madre no va a escucharme, dejaré que seas tú la que se encargue de dar el caso por perdido, porque yo no seré la persona a la que escuches decir algo así. — No soy la persona con más contactos del mundo, ni siquiera puedo hacer que me tomen en serio cuando me enfado, hasta que lo hago de verdad y entonces parece que sí me escuchan cuando hablo, pero creo que jamás daría un caso por perdido. Yo fui uno hace tiempo, me gusta creer que la situación ha cambiado lo suficiente como para no seguir siéndolo ahora.

Me encojo de hombros, incapaz de responder a sus preguntas con algo más que porque es así. — Porque son tiempos de incertidumbre, para todos, incluso para los que creen saber como dirigir esto, y en ocasiones como esta, tenemos que renunciar a esa clase de privilegios, aunque sea injusto, aunque no coincida con nuestra forma de pensar. — Sé que ella ahora mismo lo ve como la mayor injusticia del mundo, como que la están privando de todos los derechos que tiene como adolescente de hacer lo que se le antoje, pero hay cosas contra las que no podemos luchar, no por nuestra cuenta, y queda a nuestra decisión el escoger qué hacer con ello. No voy a decirle que es precisamente por eso por lo que han impuesto nuevas medidas en primer lugar, porque creo que ya me he excedido lo necesario en cuanto a honestidad, además de que estoy segura de que ya sabe que el miedo mueve a la gente a hacer lo que ellos quieran. — Puede que sea así, pero también hay personas que se sienten protegidas dentro de ese orden. — Y espero que quede claro por la mueca de mis labios, que yo no soy una de esas, pero tampoco voy a ir pregonando por ahí que estoy en contra de todas las normas que se ha esforzado el nuevo presidente por imponer a la sociedad.

Es un poco cobarde pensar que hay alguien a quién echarle las culpas en lugar de admitir que fuimos nosotros los que lo hicimos mal en primer lugar. — Digo mi punto de vista porque creo que su forma de ver las cosas no difiere mucho del de resto de gente hoy en día. Es algo que llevamos innato en el código genético, el echar la culpa a otro para no tener que lidiar con las consecuencias, aun sabiendo que en el fondo nos las merecemos. Porque es preferible ignorar que tuvimos algo que ver en nuestras malas elecciones que asumir que no podemos arreglarlo, que no hay forma de dar marcha atrás en el tiempo, y es entonces cuando llegan los arrepentimientos. — Es importante aprender de los errores, hacernos responsables de nuestras acciones para no volver a repetirlas. — por mucho que queramos, no podemos escapar de lo que escogemos, mucho menos escapar de nosotros mismos, y eso es algo que siempre se mantendrá, por mucho esfuerzo que pongamos en mancharle las manos a otro.
Phoebe M. Powell
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V. Ileana Jensen
—Por supuesto, es libre de hacerlo— concedió sin darle demasiada importancia. Su madre no iría a recriminarle que hubiera mantenido una conversación con una profesora sobre sus aspiraciones estudiantiles, ella misma las sabía de antemano. Además, no era algo que pudiera ser discutido porque la respuesta siempre había sido la misma durante cuatro años, los mismos en los que se había interesado por el periodismo y visto obligada a escaparse frecuentemente de casa para ir al encuentro de su tío y toda la ‘sabiduría’ que él podía ofrecerle. Inclinó la cabeza hacia un lado, incluso se permitió arrugar los labios durante unos instantes. —Sé que no la escuchará, pero si quiere descubrirlo por sí misma está bien, no soy nadie para impedírselo— concedió nuevamente. Los estudios no era un tema recurrente en casa. Bueno, más bien ningún tema era recurrente ya que las dos mujeres en pocas ocasiones hablaban, muchas menos desde que le concedió poder mudarse al distrito tres para disfrutar de algo de independencia y centrarse, supuestamente, en su último curso de estudio, además de los siguientes que debería afrontar.

No querían que el resto de ciudadanos vieran la realidad, la verdad que había tras todas las nuevas medidas que había impuesto el recién llegado gobierno. Nunca habían sido una democracia, eso estaba más que claro, pero tampoco les habían coartado los derechos de aquella manera. Cada vez parecía más una dictadura en la que todos debían de pensar del mismo modo si deseaban continuar con la cabeza bien colocada sobre los hombros. Rascó la parte inferior del pupitre, con cierto nerviosismo. Sentía un cerco rodeándole por todos lados, y ella tratando de fingir normalidad, solo empezaba a resultar más sospechosa incluso para sí misma. Sin contar con el hecho de que tenía en su apartamento escondido a uno de las personas más buscadas por el Gobierno. Chasqueó la lengua y suspiro. —Da igual. De toda forma, ¿qué podemos hacer contra ello? Nada— se encogió de hombros, queriendo dar por finalizada aquella conversación en la que, quizás podían no estar alejadas en opiniones, pero ninguna de las dos podía exteriorizar lo que realmente residía dentro de su cabeza, sus verdaderos pensamientos por temor a las represalias de aquellos que pudieran escucharlas.

Sonrió con tristeza, asintiendo con la cabeza. —Es muy cobarde, sí— aceptó por completo. Las personas tenían que aceptar sus errores, y ella siempre lo hacía. Pero le gustaba la idea de pensar que, en algún momento, si le pesaba demasiado, podía decir que fue cosa del destino. Lo guardaba para los grandes errores, los pequeños solo eran nuevas experiencias y vivencias de las que aprender. —No volver a repetirlas y aprender de ellas— agregó con convencimiento antes de separarse de la mesa e incorporarse nuevamente. Llevó las manos hasta su mochila recolocándola sobre su espalda y volviendo a mirar a la profesora  apenas unos instantes. —Trataré de no faltar a sus clases y… de abrir mi mente a esas infinitas dimensiones que cree que existen— anunció con tono más jovial que el usado con anterioridad. —Si no quiere nada más tengo que ir a clase de herbología— entonces informó, entrelazando las manos al frente a la espera de una señal positiva antes de abandonar el aula en dirección a la siguiente materia que tendría en la mañana.
V. Ileana Jensen
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Como dije, no tengo nada que perder y presiento que el hecho de ser la hermana del ministro de justicia va a hacer por sí solo que la mujer tenga que aceptar a que la visite, aunque sea exclusivamente por mero respeto a su compañero de trabajo. Aprovecharme de la posición de Hans no es algo que me salga hacer a menudo, de hecho trato a toda costa de que los que me conocen por ello no me pongan en una categoría diferente a la de cualquiera porque no es así, pero creo que esta es una de esas ocasiones en las que sí debo exprimir mis pocos contactos si quiero, de alguna manera, que la ministra me escuche, ya que ha quedado bastante claro que con su hija no va a hacerlo. Me rasco un poco detrás del cuello, encogiéndome de hombros ante la conclusión a la que hemos podido llegar ambas sobre lo que podemos o no podemos hacer estando bajo la dirección de este régimen, consolándome en la idea de que por lo menos mis consejos han servido para que piense diferente dentro de su cabeza, porque sé que no va a expresar en voz alta más de lo que ya ha hecho su disconformidad con como están sucediendo las cosas en el país. — Siempre se puede hacer algo. — que sirva o no para los fines que deseamos es otra cosa completamente distinta.

Asiento con la cabeza, porque parece entender a lo que me refiero, o por lo menos está haciendo el intento de hacerlo y eso me vale mucho más que cualquier conversación filosófica que podamos tener. No sé si cuando salga por la puerta va a olvidar todo lo que hemos hablado, si algún punto le hará pensar lo suficiente como para plantearse cambiar de opinión con respecto a las cuestiones en las que hemos diferido, pero me contento con que, ahora en ese instante, parece que me sigue. — Puedes irte, sí. Sólo una cosa antes... — elevo un poco más la voz cuando está dispuesta a desaparecer por la puerta, pidiéndole un último minuto de atención. — Cualquier asunto que necesites o quieras tratar, no dudes en hacérmelo saber, conoces dónde encontrarme. — sonrío. ¿Me hará caso? Lo más probable es que no, como la mayoría del alumnado en este colegio, y no la culpo porque a su edad yo hubiera reaccionado de la misma manera, sólo quiero creer que el detalle de recordárselo hará aunque sea una mínima diferencia que de no haberlo hecho. Sin más demora, hago un gesto con la cabeza para que se marche, aprovechando el mismo para que los alumnos que están esperando a la puerta para pasar al interior de la clase entren y vayan tomando sus asientos, fielmente acompañados por el queridísimo enviado del ministerio.
Phoebe M. Powell
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