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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    En el atentado han muerto más de trescientas personas, muchos de ellos eran padres, muchos de ellos eran tutores así que solo viví unas pocas horas de calma en mi despacho hasta que los papeles llegaron a montones. Por suerte llegué a hacer el trámite de Simon antes de todo esto y ahora no debo sentirme culpable por apartar mi vida familiar por atender el trabajo. Para colmo ya no es solo firmar cosas pues hemos perdido parte de nuestro equipo, Robin incluida, así que no me queda más remedio que ir por los orfanatos comprobando que los niños estén bien, hacer sus fichas y así encontrar familias que puedan acogerlos.

    Pedí a mi equipo que me dejen el orfanato del Capitolio ya que no estoy en condiciones de moverme demasiado por Neopanem así que allí me dirijo luego de la hora del almuerzo. Me aparezco a unos metros del lugar y hago el camino restante con la ayuda de mi bastón. En la entrada me recibe una antigua empleada mía así que no tengo ni que presentarme, también adivina mis intenciones al verme con un enorme fajo de carpetas bajo el brazo y casi sin decir nada respecto al trabajo comienza a guiarme hacia las habitaciones.

    En el camino charlamos sobre el atentado, mi secuestro y cómo mi pierna jamás volverá a ser la misma. Es curioso como los medimagos dicen que en realidad no tiene nada pero yo no puedo moverla. Los estudios han salido bien así que no los juzgo de incompetentes pero es molesto no tener una explicación científica que avale mi dolor.

    La mujer golpea una puerta tres veces y luego de eso me hace pasar. Me encuentro con una niña sola, que por los registros puedo identificar como Hanna Yilmaz - Buenas tardes, mi nombre es Ivar - me presento con tono seco mientras la mujer está en la habitación y una vez que la abandona me acerco a ella para sentarme en la cama - ¿Cómo estás pequeña? Lamento mucho por lo que has pasado...
    Ivar Lackberg
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    Hanna M. Yilmaz
    Se sentó en el límite de la mullida cama, balanceando las piernas con nerviosismo. Los oscuros ojos de la pequeña volvieron a recorrer la habitación en la que se encontraba, parándose durante algunos instantes en todos y cada uno de los recovecos que alcanzaba a ver desde el lugar en el que se encontraba. Era totalmente desconocido para ella, todo lo que la rodeaba y también las personas. Y no le gustaba. Echaba de menos a su madre, quería que volviera a por ella y la llevara a casa; nunca más se quejaría de lo pequeña que era, tampoco de que no le comprara las cosas que pedía. Había dejado solo a su cachorro cuando se fueron, tendría hambre y se sentiría solo sin ella.

    Un puchero apareció en sus labios antes de darse cuenta, subiendo las piernas a la cama para doblarlas, abrazarlas con ambos brazos y sentir el fuerte escozor que acudió a sus ojos en apenas un suspiro. No quería seguir más tiempo allí. Mamá siempre le había dicho que no tenía que ir con desconocidos, pero no había podido librarse del agarre de éstos cuando aparecieron en el hostal que se encontraba. Trató de esconderse en el armario pero no alcanzó a conseguirlo. Dejar aquel lugar era como alejarse de mamá, cuando volviera no la vería allí y no sabría dónde buscarla.

    Alzó la cabeza en dirección a la puerta cuando un par de golpes la alertaron. Se movió en la cama, acurrucándose en un rincón de ésta en un intento de alejarse del hombre que acababa de entrar. Por un instante, solo una milésima de segundo, la emoción latió fuerte en su pecho. Mas desapareció tan tarde como vino hasta ella. Lo miró con desconfianza, manteniéndose ligeramente alejada de él. —Hanna…— susurró a duras penas, dirigiendo sus vivaces ojos hasta el bastón que el hombre portaba en una de sus manos. ¿Iba a golpearla? No había hecho nada malo, ¿verdad? Tragó saliva, volviendo a mirarlo desde la distancia, no queriendo acercarse demasiado a él. —Mamá va a volver a por mí, aún no ha venido porque no sabe que estoy aquí…— fue toda la contestación que dio. —¿He… he hecho algo mal…?— preguntó alejando la mirada de él y fijándola nuevamente en el bastón.
    Hanna M. Yilmaz
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    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    Los años me han curtido, he aprendido a separar los sentimientos del trabajo para no quedar destrozado luego de cada jornada, pero creo que los acontecimientos recientes han bajado mis defensas pues ni bien escucho la voz de la pequeña siento como mi corazón se rompe. Luce asustada y el que mire mi bastón varias veces no se me pasa desapercibido. En realidad no tengo registros de que haya sufrido maltrato en el pasado así que no comprendo el por qué de su reacción, o quizás han sabido ocultar esa parte. Solo espero que sea un caso en el que no hay justificación para las acciones pues lo otro complicaría mucho las cosas.

    - No has hecho nada mal, de hecho eres una niña muy valiente - respondo con una sonrisa dejando el bastón a un lado para que se quede tranquila al respecto - Uso eso porque me hirieron y ya no puedo caminar sin ayuda - confieso con un gesto de pena ¿Hacia mí mismo? Sí, me duele saber que ya no seré capaz de correr, subir escaleras a saltos y sobre todo proteger a mi familia. Claro que cuando estaba entero tampoco pude hacer mucho por Amalie ya que terminé inconsciente y ella tuvo que cargar con el peso de vencer a nuestra enemiga pero... ahora no me siento ni capaz de servir de blanco de tiro.

    Pero no estoy aquí para sentir lástima, sino para hacer mi trabajo y ahora mismo me ha tocado la terrible tarea de enseñarle a Hanna la verdad, tengo que decirle que su madre ya no vendrá por ella y que la vida como la conoce ha terminado, que éste será su nuevo hogar que tendrá que compartir con un montón de niños en su situación y solo si tiene mucha suerte una nueva familia se hará cargo de ella.

    -Hanna - comienzo mirando al suelo y luego acerco mi mano a ella solo para que la tome si lo desea. Luego de eso desvío mis ojos a los suyos, son tan pequeños que creo que podría cubrirlos por completo con mi dedo meñique - Seguro has escuchado que hubo un problema en el ministerio, uno muy muy grande en el que mucha gente ha perdido la vida - comento pues eso no es secreto para nadie. Mi voz suena calma, dulce, pero aún así siento que no es suficiente - Tu mamá estuvo allí el día que ocurrió y temo que por eso ya no podrá venir pues fue una de esas personas- finalizo analizando cada una de sus expresiones, listo para cualquier reacción.

    Ya me gustaría darle la explicación poética y decirle que su madre ha ido al cielo o que ahora es un ángel que cuidará de ella, pero es lo que nos enseñan en el primer día de la escuela... Ante todo debemos ser honestos, claros, para no dar lugar a segundas interpretaciones - Te prometo Hanna que no estarás sola ¿De acuerdo? Estoy aquí para todo lo que necesites.
    Ivar Lackberg
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    Hanna M. Yilmaz
    Aquel hombre despertaba en la pequeña las mismas sensaciones que cuando desconocidos venían a casa. Trataba de ser amable con ella, decirle palabras bonitas para ganarse su confianza, y ella siempre reaccionaba gustosa a las palabras. Pero no ahora. No cuando su madre no estaba cerca para protegerla u observaba y escuchaba cada una de las palabras antes de indicar que se alejaran de la pequeña. Ahora no estaba allí para hacer lo propio, y se sentía demasiado sola y asustada como para darle algo de confianza. Su alegría e ingenuidad parecían escondidas, demasiado atemorizadas como para querer dejarse ver ante otra persona.

    Observó sus movimientos, permaneciendo acurrucada en el otro extremo de la cama, queriendo alejarse lo máximo posible del recién llegado. Bajó la mirada hasta las piernas del hombre, vagando hasta el bastón y regresando hasta él. —No está bien hacer daño a los demás— susurró en apenas un hilo de voz, abrazándose las rodillas con más fuerza. —¿Puedes correr?— preguntó entonces, inclinando la cabeza para volver a observar sus piernas. Eran normales tan como las suyas. Correr y caminar eran dos cosas completamente diferentes, quizás podía hacer una cosa y la otra no. Mamá podía caminar rápido pero no correr, a él podría pasarle a la inversa.

    Prensó los labios. Cuando algo malo pasaba mamá siempre utilizaba aquel tono de voz; como si le preocupara la forma en la que decirle las cosas o como podría ser su reacción a sus palabras. Bajó la mirada hasta su mano, permaneciendo en el lugar, siquiera moviéndose un ápice de la posición que se había convertido en constante desde que puso un pie en aquel feo lugar. Permaneció en silencio, no entendiendo sus  palabras. Todos los adultos usaban palabras complicadas o hablaban demasiado, usando tantas que no alcanzaba a relacionarlas del todo en un mismo contexto. Los labios de la pequeña se arrugaron. —Mamá va a venir cuando sepa que estoy aquí— aseguró nuevamente, sintiendo el ligero temblor que comenzaba a apoderarse de su labios inferior y que quiso tratar de frenar prensando los labios en un fina línea. —Ella iba a ir al colegio para que fuera a clases, me dijo que volvería después— continuó hablando. Volviendo a repetir las explicaciones que ella le había dado y que no paraba de repetir a todas y cada una de las personas que se acercaban a ella.

    Negó con la cabeza, desenredando las manos de sus piernas. —Tiene la cara redonda, nariz pequeña y sus ojos son un poco más grandes que los míos pero también oscuros, el pelo es negro liso, es de ésta estatura— habló, gesticulando con las manos e incluso tratando de alzar el brazo para indicarle como era de alta. —Se parece a muchas personas— siguió explicando. La mayor parte de personas que vivían en el mismo piso que ellas tenían los mismos rasgos y las personas los acababan confundiendo, pero su madre era diferente a los demás.
    Hanna M. Yilmaz
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    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    - No, no está bien - respondo intrigado pues es algo que tendré que analizar, si no es ahora será en mis próximas visitas pero definitivamente no quedará como una simple anotación en mis notas del día. Al menos parece curiosa respecto al estado de mis piernas lo cuál me saca una sonrisa triste, pero una sonrisa a fin de cuentas - No creo poder hacerlo, no lo he intentado pero algo me dice que no podré - soy honesto. Si duele al caminar no quiero ni imaginarme si intentara ir más rápido.

    Al escuchar su respuesta cierro los ojos por un segundo pues caigo en la cuenta de que tal y como sospechaba, no ha sido suficiente. La pequeña sigue segura de que su madre volverá y me temo que no me quedará más remedio que decir la palabra que estaba evitando para que por fin lo entienda. Es terrible... Algo del trabajo de campo que no extrañaba para nada. Creo que he estado detrás de un escritorio sellando cosas por demasiado tiempo pues lo pienso y lo pienso pero nada de lo que formulo logra convencerme.

    Escucho la descripción de la niña intentando buscar en su mirada la fuerza que necesito para ser honesto una vez más. En cambio no digo nada y solo saco de la carpeta una foto de la madre de la niña, una que hemos conseguido de antaño gracias al reconocimiento facial del rostro del cadáver - Es ella, muy bella - comento colocando la foto a un costado de nosotros para que ambos podamos verla. Luce feliz y creo que el fondo verde y la iluminación del sol ayuda a dar esa impresión.

    -Sé que no volverá porque la encontraron entre los escombros, Hanna - vuelvo a intentarlo sintiendo como mi corazón late fuerte. La miro a sus pequeño ojos y trago saliva para bajar el nudo y poder decir - Ella murió, lo siento muchísimo...
    Ivar Lackberg
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    Hanna M. Yilmaz
    Siguió con la mirada fija en las piernas del hombre, alzando la mirada hacia su rostro cuando volvió a hablar. Inclinando la cabeza hacia un lado y observándolo con cierta tristeza en su mirada. No le gustaba estar allí, realmente no le gustaba nada mantenerse alejada de su madre sin que nadie le diera una explicación o, mejor, sin que nadie le trajera de vuelta junto a ella.

    Clavó las rodillas en la cama, tratando de explicar con palabras, acompañadas todas éstas de gestos, como era su madre. Pero, sobre todo, que debían debía de encontrarla para poder irse junto a ella. La pequeña no pertenecía a aquel lugar, ella tenía una madre que la quería y cuidaba, no estaba completamente sola. Quizás su padre no estaba junto a ella, pero no era como el resto de niños que había allí. Sus mejillas se hincharon con cierta molestia, bajando la mirada hasta la carpeta y observando la foto que colocó entre ambos. El pequeño cuerpo de la niña se inclinó hacia ésta, apoyando las manos sobre la cama y acercándose tanto que bien podría rozar la misma con la nariz. —Mamá…— susurró cogiendo la fotografía y atesorándola entre las manos, no siendo capaz de alejar sus oscuros ojos de la imagen de la mujer. —Es ella— aseguró alzando entonces la mirada, asintiendo con la cabeza enérgicamente. —Así es más fácil poder encontrarla— siguió hablando con seguridad.

    Le mostró la fotografía, acercándola al rostro contrario para que la viera mejor y así pudiera quedarse con la imagen de la mujer y poder buscarla mejor. Pero su brazo flojeó en el aire, parpadeó un par de veces, dejándolo caer. —Mi…— pronunció a duras penas. El labio inferior de la pequeña comenzó a temblar, su entrecejo se arrugó y su respiración quedó en segundo plano por unos instantes. Los suficientes para que sus ojos comenzaran a llenarse de lágrimas y éstas rodaran por sus mejillas unas tras otras. Un primer gimoteo escapó de su boca, acompañado por más lágrimas que picaban sus ojos y conseguían que acabara restregándose los ojos con el dorso de la mano. —Pero ella… ella iba… iba…—. Sus rodillas cedieron, acabando por doblarse haciendo que se arrodillara sobre la mullida superficie. Las palabras no surgían de sus labios, no era capaz de articular más de dos sílabas seguidas con algo de sentido. —Ella… se parece a muchas otras personas… puede ser que…— alcanzó a susurrar entre lágrimas.
    Hanna M. Yilmaz
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    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    Observo con la cabeza inclinada cómo acerca su rostro tanto a la fotografía que temo que se vaya a dar la frente contra el colchón. No estoy al tanto de las posesiones que trajo consigo pero espero que tenga más recuerdos de su madre a parte de una fotografía que puedo regalarle como extraño. Me la acerca y la observo bien para darle el gusto, no necesito recordar su rostro para saber que el cuerpo encontrado ha sido el de ella, el ADN lo ha confirmado pero sé que ese argumento sería inválido para una niña de 10 años.

    -Puedes quedarte con la foto si quieres - digo con voz dulce luego de terminar de examinarla bien, tenemos copias y realmente ya no es algo que sea relevante, es un caso cerrado y con ese se abre uno nuevo que sería intentar localizar al padre de la niña, ver si es alguien apto y quizás pueda hacerse cargo de ella... Claro que si no la tuvo desde un principio es porque algún problema hay, pero todos cambiamos y si me dieran la oportunidad de criar a Viggo lo haría sin dudar ahora mismo, así que podemos guardar esperanzas.

    Presiono fuerte el puño disimuladamente cuando aparece el puchero en su rostro y luego las lágrimas. Tengo que desviar los ojos para que no me traicionen los sentimientos y de hecho me tomo unos segundos antes de pronunciar otra palabra más - Estamos seguros de que es ella, Hanna, lo siento - vuelvo a repetir mirando el suelo - Estoy aquí, si me necesitas... Me han dicho que mis abrazos son muy buenos - porque ganas de abrazar a la pequeña me sobran, pero tampoco quiero hacerlo sin su permiso.

    - Tu... ¿Sabes dónde está tu papá? Podemos intentar localizarlo - sino extraerle una muestra de sangre y compararlo con la base de datos en el ministerio... Llevaría solo unos minutos pero no quiero recurrir a las agujas aún.
    Ivar Lackberg
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    Hanna M. Yilmaz
    La respiración de la pequeña era dificultosa. Constantes hipos presionaban su pecho y provocaban que éste se alterara con sobresaltos que la desestabilizaban. Su madre no podía haberla dejado sola, nunca la había dejado sola más de un par de horas. No podía haberse ido por completo sin ella. No quería estar sin ella. Las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas, goteando sobre la colcha o perdiéndose en las comisuras de sus labios. Boqueó con dificultad, no puedo articular ninguna palabra antes de que doliera en su garganta.

    Era un error. Muchas personas las confundían a ambas con otras personas, incluso algunos niños de habían reído en alguna ocasión de ella porque era demasiado diferente al resto de personas que la rodeaban. Por verla diferente, con unos rasgos que había llegado, incluso, a odiar en ciertas ocasiones. La fotografía escapó de entre sus dedos, llevándose ambas manos al rostro, queriendo limpiarse las lágrimas que no cesaban. —yo...— trató de hablar —yo...— repitió con menos fuerza aún, gateando ligeramente hacia él y rodeandolo por el costado con sus cortos brazos. Escondió el rostro contra la chaqueta del hombre, gimoteando sin control. —Ella nunca me... habría dejado... sola— masculló a duras penas, no teniendo ni la menor idea de si habría alcanzado a escucharla, pero sintiéndose incapaz de poder articular alguna más.

    Frotó el rostro contra su chaqueta como respuesta negativa. No tenía papá, y ahora tampoco tenía mamá. —No tengo— susurró, dejando caer las manos sobre la cama, atrapando entre sus finos dedos parte de la tela mientras seguía con el rostro escondido contra él. —No quiero tener un papá, quiero a mi mamá— habló entre queja y súplica, aunque predominando en su voz mucho más la súplica porque la mujer regresara junto a ella.
    Hanna M. Yilmaz
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    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    Cuando la pequeña gatea hasta mí y me abraza la rodeo con cuidado y aprovecho para dejar correr al menos unas lágrimas que estaban con amenazando a salir. Esto no me pasaba hasta antes de del atentado. Ha sido un trauma, puedo verlo, y uno muy poco conveniente en mi línea de trabajo porque al tenerla entre mis brazos me dan unas ganas de adoptarla tremendas. No puedo hacerlo, debo ser fuerte, pues de otra forma terminaré con un ejército de niños en mi casa y creo que ya he abusado de la bondad de Amalie llevando a Simon ¿Pero qué pasa si no encuentro a su padre? No puedo dejarla aquí...

    - Estoy seguro de que no era su intención dejarte, solo estuvo el lugar equivocado en el momento equivocado
    - miento con la segunda parte pues las grabaciones muestran otra cosa, pero no es necesario que la niña tenga ese último recuerdo de su madre ahora. Probablemente en unos años busque respuestas y termine encontrando las grabaciones pero aún así no me arrepentiré de ser el asistente social que le mintió en éste momento.

    Maldigo por dentro cuando dice que no tiene papá pues entonces no me quedará más remedio que hacer una búsqueda en la base. Así que tendré que darle un pinchazo en el dedo ¿Cómo le explico que así podré buscar el hombre? ¿Cómo le explico luego que quizás no quiera hacerse cargo o que está tirado en una esquina incapaz de cuidarla? Esas cosas me la enseñaron en mis estudios superiores pero ahora mismo solo parecen estupideces carentes de sentido escritas por alguien sin corazón.

    - Tu mamá siempre estará contigo, Hanna... En todas las cosas que te enseñó y en los recuerdos - intento consolarla acariciando su cabello - E incluso aunque no responda tú puedes hablarle todas las veces que quieras, contarle como fue tu día, si aprendiste algo nuevo, decirle que la extrañas - y claro que lo hará, de eso no cabe ninguna duda.

    -Intentaré encontrar a tu padre ¿De acuerdo? Así podrás salir de aquí lo antes posible. No es seguro pero puedes contar con que daré mi mayor esfuerzo.
    Ivar Lackberg
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    Hanna M. Yilmaz
    Quería irse a casa. Quería irse con su mamá. Odiaba ese sitio, no le gustaba dormir fuera de su cama, estar lejos de su cachorro y de sus cosas. Lo abrazó con fuerza, escondiendo el rostro contra el costado del hombre. Las lágrimas no paraban de correr por sus mejillas, un hipo apretaba su pecho e impedía que el aire entrara correctamente en sus pulmones. No tenía papá, no tenía mamá. No tenía a nadie, iba a quedarse para siempre allí. El mero  pensamiento hizo que su ansiedad se agravara.

    —Pero yo la quiero conmigo aquí... ahora...— masculló entre lágrimas, con voz ahogada y las manos enredadas en la colcha, apretandola tanto entre sus dedos que se tornaron blanquecinos y dolían, pero mucho menos de lo que sucedía en su interior. El sentimiento de abandono, soledad y angustia sólo se veía acentuado con los recuerdos que acudían a su cabeza, con la imagen de su madre cuando la arropaba en la cama o la recompensaba con chocolate si le ayudaba en casa, el día que llevó a casa a su cachorro... —Quiero estar con mi mamá— gimoteó, entrecortando las palabras con respiraciones constantes que no eran suficientes para saciarse.

    Se separó de él, acabando sentada sobre sus talones, y negando enérgicamente con la cabeza. —No quiero tener un papá— reiteró —nunca he tenido papá, no quería estar con nosotras— agregó. En realidad eso no lo sabía, su mamá le había hablado de él pero nunca lo había conocido, ni quería conocerlo si ello conllevaba perder a su mamá. —No sé quién es— un puchero apareció, sus labios se fruncieron con tristeza, acurrucandose en un rincón.
    Hanna M. Yilmaz
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    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    Aprieto fuerte la mandíbula pues por un segundo el rostro de Hanna se convierte en lo que imagino habrá sido el rostro de Viggo a su edad. Un niño pequeño, de cabello castaño como el de su madre y ojos marrones, probablemente con una sonrisa traviesa capaz de convencer a cualquiera de hacer cualquier cosa... Pero con la mismas palabras saliendo de su boca, que no quiere a su padre porque no quería estar con ellos y tendría toda la razón del mundo porque eso es justamente lo que pasó en ese momento.

    - Quizás tu padre no estaba listo para formar una familia en ese momento, le faltaba crecer y comprender cómo funcionan las cosas - respondo con los ojos fijos en un punto al azar de la pared - Cometió un error al dejarlas pero la vida se encarga de enseñarnos cosas que al final nos hacen darnos cuenta de esos errores y si se presenta la oportunidad de arreglarlos... muchos eligen hacerlo - yo sin duda lo haría y quizás con algo de suerte el papá de Hanna también.

    Respiro profundo y tomo el bastón para ponerme de pie una vez más. Creo que estar aquí encerrada no le está haciendo bien así como a mí tampoco. Creo que tendremos que charlar con la gente de éste orfanato para que agreguen un poco de color a las paredes sino no ayudan para nada a los niños con el proceso de cambio - ¿Te gustaría dar un paseo conmigo? Sentir el sol contra la piel siempre ayuda a sentirse un poco mejor... Puedes contarme lo que hacías con tu mamá si quieres en el camino.
    Ivar Lackberg
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    Hanna M. Yilmaz
    —Quizás no tengo un papá tampoco— contestó con un hilo de voz. No era algo que se hubiera presentado en su mente con frecuencia, pensar en un posible padre era algo que no hacía. ¿Para qué pensar en alguien que, quizás, tampoco siguiera vivo? No quería estar cerca de una persona que nunca había querido conocerla que, quizás, ni siquiera supiera que había una pequeña niña de diez años con la que compartía sangre. Su madre nunca la había puesto contra él, era su propia decisión. —¿Y si también…?— trató de continuar hablando, tragando saliva y haciéndose más pequeña en el lugar, encogiéndose al abrazar sus rodillas y esconder el rostro contra éstas en un intento de frenar las lágrimas que parecían no querer cesar de nacer en sus ojos y morir al final de su barbilla.

    Un ruido la alertó, consiguiendo que girara el rostro hacia un lado para encontrarse con el hombre levantándose de la cama. Lo observó, con el corazón encogido pero el suficiente shock como para no poder seguir derramando lágrimas. Sorbió con la nariz, gateando hacia él y tomándolo del brazo, en busca de ayudarle a levantarse con algo más de seguridad. Un mohín apareció en sus labios, bajando la mirada hacia sus manos, luego girándose para que sus ojos se encontraran con la fotografía de su mamá aún sobre la cama. Tragó saliva, tomándola entre sus manos y guardándola en el bolsillo de sus pantalones. Cuando se volvió hacia el hombre asintió suavemente con la cabeza, caminando lento a su lado por el pasillo hasta que salieron al exterior y, realmente, el sol la sorprendió.

    Desde que llegó allí no había querido salir a la calle, hablar con el resto de niños y, apenas, comer. Solo esperaba a su mamá. Día tras día lo hacía. La congoja volvió a atenazar su pecho ante el recuerdo, el pensamiento de ella. —¿Voy a poder tener mis cosas…? Tengo un cachorro— dijo después de unos minutos en los que ambos se mantuvieron en silencio y la pequeña no fue capaz de reprimir por más tiempo la interrogante relativa a su perrito.
    Hanna M. Yilmaz
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    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    Es una posibilidad que el hombre ya no esté vivo, sería el peor de los casos pero mejor saberlo ahora antes de que la niña se encariñe con la idea de vivir con él. Mi primer instinto es decirle que se puede venir conmigo si no encontramos a su padre pero debo recordarme a mi mismo que soy el director de servicios sociales y que mi deber es encontrar un hogar a los niños, no crear un orfanato propio que al final no podré manejar como corresponde - Te sorprendería la cantidad de familias que están dispuestas a dar cariño y amor a niños cómo tú - cabe destacar que hay muchos que son unos imbéciles pero por suerte son la minoría.

    Dejo escapar el aire cuando asiente a mi invitación y la observo mientras toma la fotografía y se acerca a mí para que comencemos a caminar. Espero que no sea de esos niños que van dando saltos porque dudo poder seguirle el ritmo con mi pierna cómo está, aunque dadas las circunstancias dudo que tenga mucha energía para un comportamiento tal - Un perrito, eh... Siempre quise tener uno - confieso con media sonrisa.

    En realidad puede que sea lo que la pequeña necesita para salir adelante en este momento, la compañía de un ser vivo conocido. Pero ya han pasado semanas del atentado y quién sabe dónde está la criatura ¿Qué tal si lo dejaron encerrado y murió de hambre? Eso sería terrible así que mejor no darle esperanzas - Puedes tener todas tus cosas, enviaré a alguno de mis empleados para que vaya por ellas - a algunos de los que quedan - Y en cuanto al perrito ¿Crees que siga dónde lo dejaste? - pregunto con cuidado.
    Ivar Lackberg
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    Hanna M. Yilmaz
    Solamente había tenido madre, la cual había superado de manera encomiable todas las adversidades que la vida puso en su camino, consiguiendo sacar adelante a la pequeña de ojos negros con poco más que lo que tenía en las manos y en un distrito que distaba de ser un buen lugar donde criar a una hija. No lo había escuchado nunca de ella, pero si alcanzó a espiar los reclamos de algunos vecinos, e incluso amistades, indicándole que debía deshacerse de la pequeña para que pudiera tener una vida mejor con la sangre que poseía. Por suerte nunca fue así, hasta aquel momento en el que las noticias que habían llegado hasta ella de manos del hombre hicieron que su corazón se encogiera.

    Las esperanzas a las que se había estado aferrando durante todos aquellos días, las miradas a las escaleras de entrada, los días observando la puerta de la pequeña habitación a la espera de que apareciera y la estrechara entre sus brazos habían sido truncadas en apenas unos segundos. Un instante fue el que hizo falta que romper todo lo que había conocido en su corta vida. Bajó la mirada, no queriendo ni siendo capaz de hablar demasiado con el hombre. Solo quería meterse en aquella fría y solitaria cama, y llorar hasta que no quedara nada dentro de ella. —Mamá siempre está ocupada y lo trajo a casa para que lo cuidara— explicó. Su voz sonó mucho más baja de lo habitual, ni siquiera era capaz de mostrar la alegría que sintió el día que el animal llegó a casa.

    Dejó de caminar cuando llegaron al exterior y el vacío jardín quedó ante ellos. Lo recorrió con la mirada, entrelazando las manos frente a su cuerpo y, luego, recorriendo el resto del lugar. No había querido estar fuera, el único momento en el que pudo vislumbrar el espacio exterior fue en su atropellada llegada. Asintió con la cabeza. —Está en casa— aseguró —mamá dijo que volveríamos en un par de días así que se quedó solo en casa… aunque yo quería dejarlo con la señora Zhang— comenzó a explicar en detalle. —¿Seguirá allí? Quizás alguien lo ha robado— preguntó entonces, preocupada por el animal. Era lo único que le quedaba de su madre.
    Hanna M. Yilmaz
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    Ivar Lackberg
    Director del Servicio Social
    Sigue hablando como si su madre estuviese viva pero ésto es algo que se maneja a pasitos de bebé. Claro que tendré que hacer un seguimiento con la niña y espero que para cuando llegue la hora de que cambie de hogar ya pueda aceptar la realidad como es. Si encuentro a su padre tal vez sea más sencillo pero a una familia adoptiva que quizás tiene otros niños no le hará gracia que se niegue de esa forma, sobre todo porque podrían formarse situaciones incómodas entre personas que no tienen ni idea de cómo tratar un tema así.

    Me muerdo la lengua cuando confirma que el perrito se ha quedado solo, no hay forma de que eso haya terminado con un final feliz. Quizás tenemos surte al encontrarlo y algún magizoologo pueda rescatarlo pero para eso debo ir al antiguo hogar de la niña ahora mismo y sin ella para no forzarla a ver una escena que puede que no sea agradable.

    - Si alguien se lo ha robado, lo encontraremos - eso sería mucho más sencillo, hasta prefiero esa opción - Iré por el Hanna ¿De acuerdo? Creo que será mejor que vaya solo por si el ladrón sigue ahí - improviso abriendo grandes los ojos - Mi trabajo es cuidarte y me temo que eres pequeña para una misión de rescate de mascotas - hubo un momento en el que barajé la posibilidad de ser agente de la paz, creo que así habría sonado esa versión de mí - Volveré lo antes que pueda, lo prometo - digo y nos dirijo a ambos de nuevo al orfanato, solo que ésta vez por el lado trasero que da al patio para que pueda disfrutar del sol por unas horas más.
    Ivar Lackberg
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