The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Si ya por sí solas las calles se encuentran desiertas, como consecuencia de la incertidumbre y miedo que se acumula en el ambiente tras la declaración de guerra, una tarde de los primeros días de otoño en la que no deja de jarrear no ayuda a que alguien asome la cabeza. Honestamente yo tampoco lo haría, de no ser porque llega un momento en que las cuatro paredes del apartamento resultan tan agobiantes que incluso cuando la lluvia sigue cayendo salir al exterior parece en el momento una buena idea. Sé por cuenta propia que no es lo más sensato, no cuando folletos con mi cara y nombre completo andan rulando por ahí como si se tratara de propaganda barata, lo cual no está muy lejos de ser verdad, pero por mi propia salud mental veo conveniente salir a tomar el aire.

Con esa misma excusa puedo encargarme de ir a la trastienda de la morena, quien me dijo que podría pasarme a finales de esta misma semana para recoger lo que le había pedido. No hago más preguntas de las necesarias y la verdad es que no me importa de donde lo saque con tal de asegurar que tenemos para sobrevivir, aunque solo sea por poco más tiempo. Lo bueno de tener a Moira relativamente de nuestro lado es que no es alguien con quien a uno le gustaría meterse, ya sea física o verbalmente. Tiene sus cosas, como que la mayoría del tiempo no entiendo su comportamiento y que quizás podría tomarse las cosas un poco más en serio, pero por el momento es una de las pocas fuentes que tenemos para obtener recursos.

Lo bueno de que empiece el otoño es que podemos abrigarnos con capas que nos oculten entre la multitud sin levantar sospechas y me basta una mirada hacia ambos de la calle para comprobar que esta vez ni siquiera tendré que preocuparme por mezclarme entre las sombras. De todas maneras, soy cautelosa, camino pegada a los edificios y trato de no recorrer las carreteras principales, optando por dar un rodeo entre pasadizos y callejones mugrientos. Como no es la primera vez que hago este recorrido, mantengo la cabeza gacha bajo la capucha, solo parándome a mirar en las esquinas para seguir mi camino en cuanto compruebo que no hay nadie, o cuando lo creo al menos.
Alice D. Whiteley
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Invitado
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Pateo las hojas que se han juntado en el escalón cuando salgo del edificio, al que volví por enésima vez en estas semanas sin encontrar a quien busco, es frustrante y me estoy arriesgando por andar solo en estos distritos donde todo repudiado que anda por la vereda se vuelve un sospechoso si es que cruza su mirada con la de cualquier agente de seguridad nacional, si se la sostiene por dos segundos. Los rastrillajes que se hacen para buscar a los criminales más peligrosos nos hacen desplazarnos en grupo, lo que me resulta incómodo porque no me gusta moverme con otras personas y serán mis colegas, pero salvo que tengamos el dato preciso de la ubicación de cualquiera de esas personas, considero que nos conviene buscar cada quien por su lado de un modo más discreto. Puede que tenga razones puramente egoístas también, como que no me gusta tener que explicar por qué voy a tal o cual lugar, por qué voy al distrito once cuando debería estar en el cinco, y cuando llego a este último, busco uno de los callejones que me acorten el trayecto para presentarme ante los cazadores que me esperan.  

Paro en seco cuando los rostros de los carteles que se han repartido por todos los distritos me miran, uno en particular me parece un mal chiste porque no esperaba volver a leer ese nombre y menos aún asociarlo a un rostro que vi hace poco. No una, sino dos veces. Froto mi hombro por inercia, apenas percatándome que lo hago. Tiro del cartel con una mano para arrancarlo del muro y lo arrugo con mis dedos, ignoro al resto. Lo tengo dentro de mi puño cuando una figura encapuchada atraviesa uno de los huecos que se abren a los corredores sucios que forman parte del laberinto de callejones que puede ser el distrito cinco. En muchos de sus rincones se llevan a cabo transacciones de las que hemos llegado a ser la vista gorda, porque las mañas no se pierden al ser expulsados del Capitolio, las acentúan. Por la manera en que esa persona se mueve creo que no se trata de un hombre, y creo que usar capucha la hace destacar más, con los tiempos que corren haría que cualquier agente la detuviera para pedirle su identificación. Aprovechando la corta distancia, con unas zancadas largas estoy de pie al lado de la mujer, enfrentado a ella, y la sujeto del codo con la mano que tengo libre para obligarla a detenerse, a que se voltee para que pueda verle la cara. Sé que rasgos descubriré antes de tener la certeza. —¿Grace Crawford?— pregunto con sorna, como si ésta fuera un chequeo de su identificación.
Anonymous
Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Aparentemente es una tarea sencilla. Salir del apartamento, hacer el recorrido hasta la tienda de Moira y volver antes de que alguien note mi ausencia. Fácil, no hay lugar para que salga mal. Es por eso que, cuando siento que la tormenta está empezando a amainar y el sol se hace hueco por las nubes que siguen cubriendo el cielo, por miedo a que la gente aproveche el parón de agua para salir de sus casas, acelero el ritmo. Parece que voy demasiado concentrada en mis pasos, agazapada bajo los pensamientos dentro de mi cabeza, ocupados exclusivamente en contar los segundos que quedan hasta llegar al establecimeinto. Puede que eso sea la razón por la cual mis oídos no están tan finos como de costumbre, ayudados por el sonido de la lluvia chocar contra los tejados y ventanas de los edificios vecinos, hago caso omiso de otras pisadas que no sean las mías. Supongo que ahí está mi error, pese a que me gustaría creer que no podía haber hecho nada para solventar lo que está por venir.

Si el repentino agarre desconocido sobre mi brazo me sobresalta, mi rostro no lo expresa tanto como lo hace el aceleramiento interno de los latidos de mi corazón, que de un momento a otro es lo único que alcanzo a escuchar en lo que me decido por si alzar la mirada o no. De todas las personas, de todas las ratas callejeras que habitan en los pasadizos del cinco, estoy siendo completamente honesta cuando digo que esta era la única con la que no esperaba encontrarme. Ya no solo por el hecho de resultar lo menos conveniente posible, sino porque nos hemos encontrado no en una, sino en dos ocasiones desafortunadas. En todo este rato en el que me dedico a pensar lo que hacer, mantengo la vista fija al frente, como si estuviera debatiéndome entre si tratar de pelear o salir corriendo, cuando sé perfectamente que ninguna de las dos es posible.

No voy a negarlo, estoy muerta de miedo, si no fuera porque ahora mismo tengo el cerebro en blanco diría que me tiemblan las piernas, pero si me siento de esa manera cuando levanto la mirada hacia él mis ojos no lo transmiten. No voy a darle esa satisfacción. — ¿Cómo va tu hombro? — Está claro que no me atrevería a vacilar sobre nuestro último encuentro si supiera que hay una mínima oportunidad de salir ilesa de esto. Como no es el caso, me permito hacer uso de ese orgullo equivocado del que tanto le gusta mofarse, siendo que es la última vez que voy a poder hacerlo.
Alice D. Whiteley
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Invitado
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Una gota inoportuna de lluvia cae entre nosotros, la veo resbalar por la punta de su nariz, es el mismo rostro que se repite en un montón de carteles que así como otros, ensucian las paredes. Su cara es la que más rabia me da porque me costó unos buenos días entender la razón por la cual el nombre de Alice Whiteley me sonaba más que el de los otros, pese a que algunos eran viejos campeones de los juegos y un par se destacaban en las conversaciones por lo peligrosos o importantes que son para el ministerio. La certeza de saber quién era ella vino en uno de mis sueños recurrentes sobre mis años en las ciudades destruidas de Europa, los que tenía cuando me tocaba dormir en la base de seguridad o en alguna cama incómoda a falta de una casa como la que han sabido conseguir el resto de mi familia, menos yo.

Mejor que nunca, mi costilla igual— contesto con sequedad, afianzando el agarre de su brazo para que note que no me falla la fuerza. De esa herida de bala no ha quedado más que la cicatriz, un arañón en mi piel que podría desvanecerse con una pócima si fuera más constante con los cuidados que indican los sanadores, pero no es algo a lo que le dé prioridad, en especial, con todas las cosas que están sucediendo en estos días y que nos tienen alerta al menor rastro que nos lleve a, curiosamente, cualquiera de los traidores del gobierno como la mujer que sujeto. El golpeteo suave de la lluvia en mis hombros me hace consciente de cómo el tiempo transcurre sin que haga otra cosa que mirarla, buscando una confirmación que no llega. —No tienes idea…— musito, aflojando la presión de mis dedos, pero sin soltarla. Sé que si la suelto se irá en un suspiro.

No tengo que preocuparme de que alguien más nos vea porque el callejón se escucha en silencio, interrumpido solo por el aguacero que parece contenido por encima de los tejados, y si alguien apareciera, ella tiene puesta una capucha, nada me obliga a desaparecerme inmediatamente llevándola conmigo para reportarla ante los aurores. —¿Cómo te animas siquiera a respirar fuera cuando tu cara está en todo Neopanem? Si no soy yo, hasta el mendigo más idiota de este maldito distrito te entregaría por una recompensa— sueno rabioso en un intercambio de murmullos que queda entre los dos. —Has sido estúpida para acabar siendo parte del empapelado de esta ciudad, Alice. Lo mejor que podrías hacer sería buscar un camino que te lleve de regreso a Europa.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No me sorprende el tono de voz con que escupe sus palabras, siendo que nuestros últimos y únicos encuentros no han terminado muy bien para él, aunque un golpe en la nariz no se acerca demasiado a que más de una bala te atraviese el cuerpo. Lo que me sorprende es que se tome tanto tiempo en observarme, al punto de que esa mirada intensa llega a resultarme hasta incómoda. Estoy por decir algo al respecto, pero en su lugar me limito a devolverle el gesto en busca de una explicación que no llega, ¿no tengo ni idea de qué?. Aprovecho que afloja el agarre para intentar zafarme del mismo, pero sus dedos siguen oprimiéndome el brazo y cualquier intento de forcejeo es inútil. Como si eso me recordara algo importante, me atrevo a apartar la mirada de su cara para echarle un vistazo a las esquinas del callejón, a la espera de que aparezcan más aurores, pero el silencio a mi alrededor me perturba. Ya tiene lo que quiere, su recompensa, ¿qué es lo que está haciendo que se demore tanto?

Los segundos se tornan minutos extensos en los que solo escucho el repiqueteo de la lluvia sobre nuestras cabezas, acumulándose en charcos en el suelo desde los cuales puedo percibir tanto mi reflejo como el suyo. — ¿Si no eres tú? — Tengo que preguntar, repitiendo sus mismas palabras. ¿Acaso se está replanteando no entregarme? ¿O se trata de algún tipo de psicología inversa que me haga hablar más de la cuenta sin ni siquiera yo saberlo? Porque si es así, supongo que conmigo no ha funcionado, lo que me hace mirarlo con mi mejor cara de confusión, pasando la vista de la presión de su mano sobre mi brazo a sus ojos oscuros. Aunque no sabría decir qué es lo que me confunde más, si que me hable como si me conociera de toda la vida o que el hecho de hacerlo lo haga sonar enfadado, casi como si estuviera molesto conmigo. — ¿De qué estás hablando? — ¿Cuando le ha importado, precisamente a él, que salga al exterior? ¿No debería alegrarse de que lo haya hecho?

Mi cara debe de ser un completo poema, en especial cuando la mención sobre Europa provoca que frunza el ceño más de lo que ya no era posible, eso sumado a que me llama estúpida con toda la confianza del mundo. — ¿Quién eres? — Insisto en saber. Soy consciente de que hay registros sobre mí, esos mismos que han permitido que mi rostro cubra las paredes de todo el país gracias a imágenes de cuando era más joven. Lo que no espero es que mi vida completa haya sido dispuesta a toda la seguridad nacional para que tipos como este se crean en derecho de jugar con un pasado que no les pertenece. — ¿Qué sabes tú? — Escupo con toda la rabia que me es posible sacar en una situación en la que sé que voy a perder, pero tampoco voy a permitir que se divierta con la poca dignidad que me queda, menos cuando se trata de recuerdos que se encontraban bien guardados bajo una llave tirada al fondo del océano que representa mi memoria.
Alice D. Whiteley
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Invitado
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Si no soy yo. Con mis dedos alrededor de su brazo, lo que hago es obligarla a permanecer en este callejón mojado por la lluvia, el rumor de las nubes al encapotarse sobre los tejados nos aísla de lo que está sucediendo más allá de estos edificios. Por el paisaje gris y derruido de este distrito, puedo tratar de buscar un indicio de pasado en este momento, algo que marque el contraste con lo que fueron los escombros amontados en el viejo continente donde trepé como si fueran montañas a conquistar y tenía los ojos puestos en un rostro demasiado distinto al que tengo frente a mí en este momento. El último de mis sueños se sucede para mí cuando procuro, contra todo mi buen juicio, encontrar lo que busco en la cara de Alice Whiteley. Las preguntas llegan en esta situación en desventaja en la que conozco su identidad, pero ella no la mía, no ve más que a un cazador de gobierno que tiene la obligación de reportarla y que no lo hará… por esta vez.

Sé que estuviste en Europa, cuando eras niña— digo, parpadeo para limpiar las gotas de lluvia en mis pestañas, no me dan la claridad que necesito para poder ver esto como lo he hecho en todos estos años. Me golpea la nostalgia de lo que teníamos allí, que no es nada comparado a lo que tenemos en Neopanem, la vida de exiliados fue una injusticia cometida contra mi familia y estamos aquí con los derechos que nos merecemos, pero mi memoria se aferra a esa mirada de niño que se creía conquistador de un montón de rocas y que podía señalar todo su imperio con el dedo índice a una niña que en ese entonces tampoco tenía nada que perder. Me enfada tanto que ahora sea quien carga con una condena del gobierno. —Yo también estuve ahí, Alice… soy Colin...— murmuro como si mi nombre pudiera despertar algo entre sus recuerdos, aunque no lo creo, no todos tienen su pasado tan presente como yo. Agradezco a la privacidad que nos da este callejón, pero es insuficiente. La muevo de este lugar que todavía queda a la vista de quien se coloque en su entrada, hacia la estructura metálica de unas escaleras que ascienden contra el muro para quedarnos allí bajo algo que también nos sirve como un techo. —Nos conocimos entonces…— aclaro y se ensombrece un poco mi expresión al decir: —Aunque supongo que ahora somos extraños con destinos muy distintos.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No me dice nada que no haya deducido ya con sus palabras anteriores, que sepa que viví en Europa durante algún tiempo de mi infancia solo me confirma lo que pensaba, que han repartido información sobre mi vida a cualquier auror dispuesto a darnos caza, aunque no llego a comprender muy bien el motivo. No es como si un dato como ese fuera relevante para ellos del mismo modo que sí lo es para mí. Me espero una explicación algo más elaborada, ni siquiera me permito el parpadear más de lo que me piden las gotas que chocan contra la piel de mi rostro. No entiendo la razón por la que seguimos aquí, así como tampoco comprendo por qué de un momento para otro creo reconocer algo más en su mirada, una intensidad que no había percibido hasta entonces en las últimas veces, y es la rareza de ese sentimiento lo que me obliga a permanecer en silencio.

Colin. — Repito, haciéndose evidente que ese detalle me es indiferente, hasta que no lo es. Algo en mi cerebro hace click al mismo tiempo que mis ojos se abren ante el nuevo descubrimiento. Porque hace tanto que no escucho ese nombre que por un momento lo creo olvidado en el pasado, ese mismo que me recuerda como es que el niño con el que más de una vez jugué en unas ruinas cuando mi vida se había convertido en una está frente a mis ojos. De un segundo a otro eso me hace dudar, incluso cuando el parecido con la imagen que tengo de él de cuando no era más que un crío con sueños demasiado grandes es inconfundible. No me ando con rodeos, no cuando plasmo con palabras lo que pasa por mi cabeza. — ¿Cómo sé que eres quién dices ser? Hasta dónde yo conozco tenéis los recursos suficientes para dar con la información que os interesa. — ¿Sería exagerar pensar que el gobierno ha interrogado a todos mis posibles conocidos solo para encontrarnos? No. Al mismo tiempo que, ¿puedo confiar en que mi cerebro no me está jugando una mala pasada al destapar con un solo nombre imágenes del pasado, dando algo a lo que aferrarse solo por querer creerlo? Pues tampoco.

Tambaleo torpemente cuando con su fuerza me veo obligada a dar unos pasos hacia un lado, protegiéndonos de miradas ajenas, pero no de la lluvia que sigue cayendo. Levanto la cabeza lo suficiente para que la capucha caiga sobre mis hombros sin quererlo, no le doy la importancia que se merece porque la mirada que le dedico me sirve para darle veracidad a sus palabras. Eso me perturba, trato por todos los medios de que no se note que me estoy parando demasiado en observar sus facciones con una lupa imaginaria. Sigo sin creerlo, y al mismo tiempo no puedo no hacerlo cuando una vocecilla atraviesa mi mente, esa que grita en tono agudo a un Colin más pequeño que no me deje atrás, pateando las rocas de un camino que los dos conocíamos muy bien en su día. — Cómo cambian las cosas. — Digo en respuesta a sus palabras. — Parece que uno de los dos sigue viviendo en ruinas, pero tú sí conseguiste lo que querías. — No precisamente un castillo, pero sabe a lo que me refiero. No me atrevo a decir más, limitándome a mirarlo desde la nueva oscuridad que nos aporta el hueco bajo las escaleras.  El destino fue mucho más generoso con él de lo que lo fue conmigo, al parecer.
Alice D. Whiteley
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Cierro mis ojos el segundo en que repite mi nombre, absolutamente vacío de todo. Como la tengo agarrada del brazo no hay modo de que escape por más que no la vea, mi mano me hace consciente de que el contacto es real, de que esta mujer es la cara de niña que he visto en algunos de mis sueños, en los que siempre vuelvo a la vieja civilización, por culpa de una maldita nostalgia que no debería sentir cuando toda mi familia está aquí en este país. Me siento enfadado con ella por muchas razones, entre las principales creo que está la punzada de nostalgia que me provoca, muy cerca se encuentra el que no recuerde nada y que tenga el descaro de decir que miento con mi nombre. Mis ojos se cargan de una rabia helada hacia ella, creo que mis dedos marcan su piel con un poco más de presión. —¿Por qué mentiría diciendo que conozco a una traidora?— pregunto, sonando tan despectivo que le dejo en claro que no me enorgullece esto, que no quiero que me vean con ella, porque estamos vestidos de una manera en que nuestras diferencias quedan a la vista.

No la culpo de su paranoia, se tienden trampas para las criaturas escurridizas. Pero no la estoy guiando hacia una, sino a un sitio que nos resguarde de las miradas, porque con la capucha sobre sus hombros, es la mujer que está en los carteles de buscados y la venderían por una moneda, a mí me degradarían por no entregarla. Quisiera que se esfumara como el fantasma del pasado que es, a las ruinas que conservan esos recuerdos, porque no deseo arrastrarla a los aurores. Podría decirme que la niña de ese entonces no se hubiera convertido en una criminal y lo que quiero es apartarla de ese castigo, pero tengo el recuerdo fresco de las balas que rozaron mi cuerpo. Hemos cambiado. Nuestros rostros no están tan lejos como para que me quede mirando sus ojos azules, puedo decir que incluso ese tono de azul ha cambiado. El regusto es amargo cuando de los dos, soy quien se ha quedado a vivir en las ruinas por culpa de no poder dejar el pasado de exilio atrás, pese a que la percepción de ella sea diferente. —Si sigues viviendo en ruinas es porque elegiste estar con terroristas— uso la palabra con la que han sido calificados por el gobierno. —¿Cómo podrías construir algo con gente que arma atentados con explosivos y a quienes debemos responder con la misma violencia? Elegiste una vida equivocada. Eres humana, te hubieras quedado en las viejas ruinas conocidas, te convendría volver allá—. Dudo antes de preguntar: —¿Te gustaría volver, Alice?
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
La mirada que le lanzo cuando me escupe el ser una traidora deja mucho que desear a la niña que alguna vez miró esas mismas facciones con otros ojos, unos que podían ver mucho más allá de la persona que observan ahora. No quiero quejarme de que sus dedos presionen con todavía más fuerza mi piel, pero de algún modo consigo que el brazo que tengo libre se haga con el suyo que me agarra con la intención de que se aparte. Sería estúpido intentar salir corriendo o escapar cuando es evidente que estoy en desventaja, el que no me suelte solo agrava ese hecho. — Por la misma razón por la que estamos hablando aquí ahora y no en otro lugar. — No necesito decir que con ese lugar me refiero a cualquiera que esté dentro de las paredes del ministerio, poque no entiendo qué es lo que hacemos refugiados bajo unas escaleras en mitad de un callejón cuando está claro que terminar voy a terminar en el mismo sitio. Quizás es por eso, a sabiendas de que no tengo nada que hacer, que me animo a hablar sin especulaciones, dejando claras las diferencias que existen entre nosotros, esas que en un pasado nos dieron igual.

Te equivocas. — Es lo primero que me sale decir cuando termina con su discurso, el mismo que hace que ruede los ojos al soltar un resoplido sin siquiera poder mirarle a la cara. — No tuve una elección. Ese gobierno para el que trabajas se encargó de que no la tuviera. Tú solo te decides por ver lo que ellos quieren que veas. — Le recuerdo, pese a que no estoy segura de que sea consciente de la verdad que guardan mis palabras. Nuestros caminos se separaron hace tiempo, no somos los mismos niños que jugaban a ser dueños de una ciudad convertida en escombros, nuestras experiencias tampoco lo son. Los restos que quedan de nosotros están resguardados por el polvo, sepultados bajo recuerdos que hasta hoy no me había encontrado en la situación de remover. — No sabes nada. Te crees con derecho a criticarme cuando no tienes ni idea de lo que me ha hecho llegar hasta aquí. — Le escupo, con el mismo desprecio con que él se ha encargado de llevar esta conversación. — No soy ninguna terrorista, por mucho que esos carteles quieran decirte lo contrario. — He hecho cosas, muchas de las cuales no estoy orgullosa ni lo estaré jamás, pero si lo hice no fue por otro motivo que por la propia supervivencia. Él debería de saberlo.

He apartado la mirada, incapaz de seguir manteniendo el contacto visual con alguien que desapareció hace tiempo, pero me encuentro volviendo a levantar la vista hacia la sombra de sus ojos. — ¿Por qué me haces esa pregunta si ya conoces la respuesta? — Que no hay manera de volver, me guste o no, que Europa quedó olvidada atrás en mucho tiempo, casi tanto como su propio recuerdo. Hace unos días que le hice una propuesta parecida a Ben, de llevar a los niños al viejo continente, pero hasta yo ahora me doy cuenta de la tontería que resulta esa idea. Europa no es más que el fantasma de una civilización destruida por los horrores del pasado, no queda nada para nadie allí.
Alice D. Whiteley
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Invitado
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No, no estoy equivocado. —Es excusa de personas que no se hacen cargo de sus decisiones decir que no tuvieron elección— mascullo, el contacto de su mano sobre mi brazo que se tensa al seguir sosteniendo el suyo, nos tiene sujetos a este momento y a este lugar, porque no habrá otro, no esta vez. Puede que en una segunda ocasión, que su camino se tropiece con el mío, apartaré los recuerdos y logre ver en su rostro lo mismo que veo en todos los otros traidores, en la misma rubia que asesinó a mi prima, hacerla parte de ese odio que trascendió el deber para tornarse personal. Pero la muerte de Annie también me duele de otras maneras, la desaparición de Hanna me sume en una callada desesperación, que lo único, lo único que tengo atrapado en mis dedos es a un fantasma de un tiempo mejor, de un mundo que aún en ruinas me agradaba más. Si no la suelto es por eso, si no la entrego es por eso también. — ¿Cómo quieres que lo sepa? No es como si hubiéramos mantenido correspondencia estos años, ¿acaso quieres una charla para ponernos al día? Lo único que sé es que te vi con esas personas, me apuntaste con un arma y disparaste, así como otra mujer disparó y mató a mi prima— le echo en cara, podemos hablar abiertamente que el espacio debajo de las escaleras es un frágil refugio y el tiempo prestado. —Te paraste de ese lado y disparaste, Alice—la acuso.

Muevo mi cabeza de un lado al otro, esperaba una respuesta concreta de ella, no que me la contestara con otro interrogante. Con su mirada cruzada con la mía, puedo ver que estoy proyectando lo que me grita mi inconsciente desde hace tiempo, ese que calla para que pueda amoldarme a la vida en Neopanem, cuando soy criatura de otra país, al que sé que algún día volveré. Sólo… —Es una posibilidad— susurro, más bajo de lo que es mi intención, mi voz me suena ajena, pero lo han dicho mis labios, no hay duda de eso. El aire queda suspendido entre nosotros, ella no tiene manera de saberlo, yo sé lo que diré aunque me arrepienta después, cuando me enfrente a su rechazo y haya quedado dicha una oferta que jamás debería hacer. —No te entregaré si vuelves al continente— digo entre dientes, acercándola para las palabras no salgan del espacio reducido entre su oído y mis labios, me colgarán por esto. —Si dices que te irás a Europa, te dejaré ir. Te acompañaré a la frontera para asegurarme de que te marches—. Es una humana, y una vez eso no me importó, cuando la diferencia no era una cuestión política, no hay nada bueno para ella aquí. Pero podría dejarla volver, pedirle que se lleve con ella esta negación mía a soltar el pasado.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Que venga con quién disparó primero hace que tenga ganas de escupirle en la cara, pero me aguanto por respeto a la persona que fue en su día, esa que tengo en frente y que me cuesta creer fue el mismo niño que una vez me tendió la mano en ayuda, cuando ahora lo único que me ofrece es el rencor plasmado en sus palabras. — ¿De verdad quieres tirar por ahí? — Advierto, segura de que puede notar la incredulidad en el tono de mi voz. — Ese es tu problema, me viste, y aun así no podrías estar más ciego a lo que tiene lugar a tu alrededor. Decides que soy una amenaza cuando las personas que apoyas han hecho cosas mucho peores, pero supongo que está bien categorizar al resto de terrorista si con eso mantienes tu culo a salvo. ¿O tengo que recordarte lo que ocurrió en el catorce? — Él no es el único que ha perdido a alguien, y siento la urgencia de decírselo en lo que aprieto los dientes, incapaz de mirarle por más de un segundo. No merece que la mencione, porque si lo hago, no voy a contenerme de querer golpearlo de nuevo. Tengo que apartar la mirada antes de que el propio enfado me haga volver el rostro hacia sus ojos. — Eras muchas cosas, pero jamás te tomé por un hipócrita. Supongo que no es lo único que ha cambiado de ti. — Al final, no me controlo y la fuerza con la que impulso su cuerpo con mi brazo es suficiente para desprenderme de él, un gesto cargado de odio hacia lo que se ha convertido. — Dime, ¿se siente bien convertirse en lo que una vez odiabas? — Porque puede que yo le disparara primero, pero fue él quien decidió hacerlo personal. Es lo que dice la gente, mueres un héroe o vives el tiempo suficiente como para convertirte en el villano.

Su propuesta me suena a engaño, a una trampa tentadora que, si no estuviera dirigida hacia alguien que ha tropezado demasiadas veces con la misma piedra, no dudaría en caer por ella. Por esa razón, mis ojos lo miran con recelo, protegida bajo la patética seguridad que ofrece la escalera de metal ante oídos ajenos. — No voy a marcharme, aun hay gente que me importa. Puedes entregarme si es lo que quieres, pero no me iré. — Mis palabras son suicidas, soy consciente de ello, no creo que esta oportunidad vuelva a presentarse otra vez, y sé que me estoy enviando yo solita a la horca. No obstante, no quiero su ayuda, no cuando ha dejado bien claro cual es la posición que quiere tomar en esta guerra. Puede guardarse su pena y su compasión, pues sé que su ofrecimiento de librarme de esto solo es una tapadera para hacerse sentir mejor consigo mismo, como si de alguna manera el hecho de conservar el recuerdo de la niña que conoció en Europa le sirva para ignorar que se ha transformado en alguien que su propia mentalidad no es capaz de aceptar. — Si lo que te preocupa es que puedan relacionarte con una traidora, puedes estar tranquilo, no mencionaré que nos conocemos, quedarás como el héroe que siempre quisiste ser. — Después de todo, para contar una historia hace falta también un antagonista, que en este caso él ya se ha encargado de escoger de quien se trata.
Alice D. Whiteley
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Muevo mi cabeza de un lado al otro, negándome a su discurso de que este gobierno ha hecho cosas peores. ¿En serio ella va a ir por ese lado? No se ha hecho más que poner un orden a todo esto, a asegurar a los magos lo que por años se nos privó, a la libertad de mostrarnos y de ser. No va a convencerme de que todo está mal, solo porque la rueda ha girado, porque los privilegios se han invertido. Estoy haciendo mi parte para mantener un orden en el que mi familia tiene un lugar, para los míos. Pero somos distintos, siempre habrá algo por debajo de nuestras miradas que funcionan como un espejo, de esos rasgos que nos identifican como de la misma especie, que nos hace opuestos y corre invisible por nuestra sangre. —No me escucharás arrepentirme de arrasar a fuego con un distrito de unos pocos guerrilleros que se armaban para atacar, si de esa manera se protege a todos los magos de Neopanem. Porque eso fue lo primero que hicieron cuando salieron del muro de su maldito distrito: una revuelta. Y fueron suicidas asesinando gente civil a su paso—. No estoy ciego, eso es lo que se vio, en todas las pantallas de todo el país. —Incluso a sus chicos los entrenan para atacar y secuestran gente. No sé cómo tienes cara de juzgarnos, nosotros no llegamos tan bajo de criar hijos para que se vuelvan asesinos— suelto.

Me echo hacia atrás cuando me empuja, no sé si es por la fuerza que usa y que no esperaba, o porque estoy tan furioso como ella que tengo mis manos cerrándose con fuerza para concentrar allí toda esa rabia, mis nudillos sobresalen por la tensión. Escucho el repiqueteo de una lluvia que está recobrando su intensidad de unas horas antes, golpea contra el metal de la escalera. —¿A ti te sienta bien, Alice?— le devuelvo la pregunta, porque no creo que siendo niña alguna vez se vio así, recuerdo y a cada minuto lo recuerdo con más claridad, que cuando nos parábamos sobre los escombros como si acabáramos de conquistar la montaña más alta de todas, mirábamos el mismo punto que se perdía en la línea del horizonte. —Disparaste a matar. ¿No te odias por convertirte en una asesina?—. Ahora nos miramos el uno al otro, solo falta colocar las armas entre nosotros, como ha sido desde que la vi en la cueva sin reconocerla y como sucedió en la mina. Estoy dándole una oportunidad, una que podría tomarla e irse, maldita sea, podría irse… Yo lo hice, mi familia lo hizo hace años, ¿por qué no puede hacerlo? Suspiro de pura frustración porque se juega la vida al quedarse, si por humana ni siquiera sería libre en este país, como una enemiga del gobierno no vivirá mucho. —No será hoy— digo de mala manera a su intento de mostrarse prepotente, ofreciendo voluntariamente su garganta. —Hoy no te entregaré—. Y me molesta que insista en que soy un intento de héroe, no es eso, no quiero que se me reconozca como uno, estoy haciendo mi parte en algo en lo que creo. Me acerco a ella con toda mi estatura, pero no la toco. —No te daré el gusto de que actúes como la mártir de una causa entregando tu cuello como una estúpida.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Siento que me golpea la cara, aun cuando nuestros cuerpos están lejos de siquiera tocarse, pero no es necesario porque sus palabras tienen el mismo efecto. — ¿Guerrilleros armados para atacar? ¿Quieres que te diga lo que hacíamos en el catorce, Colin? — Me preparo, mirándole directamente a los ojos con la rabia y el desprecio plasmados en ellos, sin poder creer que sea uno de los que piensan que nos preparábamos para atacar. — Vivir. Vivir en paz. Esa era la amenaza real para tu preciado gobierno. No un ejército ni una panda de terroristas, solo un grupo de gente que lo único que quería era poder vivir en libertad. — No necesito explicar la razón por la que hablo en pasado, como si las mismas cenizas del distrito se presentaran frente a mis ojos en este preciso instante. Y no está muy lejos de hacerlo, solo que esta vez es agua lo que cae del cielo y no polvo. — Hasta que decidisteis que bombear y quemar un distrito lleno de niños y ancianos era la mejor solución a vuestros problemas, muy valiente. ¿En serio te crees que los enviaríamos a luchar una guerra? — Por favor, no puede ser tan difícil comprender.

Cierro los ojos, lo siento necesario cuando nos llama asesinos, cogiendo aire por la nariz como si fuera a ayudar a calmar mis nervios. No sirve de nada, apenas me contengo de pegarle un puñetazo, pero consigo acercarme a su cara lo suficiente para que me preste atención. — Escúchame bien. Si los entrenamos no era para soltarlos a pelear contra una causa pérdida, sino para protegerlos de un ataque que sabíamos que iba a llegar. — Y llegó. Llegó tan fuerte que nada de lo que se les enseñó pudo haber ayudado a defenderse. No de las bombas, ni del fuego, ni siquiera de su propio miedo. — Vuelve a decir que son asesinos, atrévete, dímelo cuando tu gente asesinó a mi hija delante de mis propios ojos. — Debería pegarle, quiero hacerlo, ahora que su cara está tan cerca de la mía que puedo ver comos sus pupilas se mueven de un lado para otro en lo que se enfocan en mi rostro. Pero por alguna razón ajena a todo pensamiento mío, no lo hago. Me resigno a apartar la mirada, casi negando con la cabeza en decepción.

No tengo que darle explicaciones, tampoco siento ganas de hacerlo, no está creyendo una palabra de lo que estoy diciendo, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Aun así, me encuentro volviendo a abrir la boca. — Te lo creas o no, no teníamos ni idea de que eso iba a pasar. Lo que ocurrió no corre por nuestra cuenta, estábamos ahí porque seguimos a gente que pensábamos estaba de nuestro lado, pero nuestra intención nunca fueron las bombas. — No va a creerme, no tienen ningún motivo para hacerlo, las grabaciones están ahí, y son algo que no se pueden borrar con tocar un botón, la mente no funciona así. — Nunca dije que no lo hiciera. — No puedo dar marchar atrás, no puedo devolverles la vida a esas personas a las que se la arrebaté, por mucho que me gustaría. Me odio a mí misma por ello, no hace falta que él me lo recuerde para saber que no me siento orgullosa de las decisiones que he tomado. Es agotador, llevar ese peso encima como una mochila, la cual sé que no voy a poder quitarme nunca. — No disparé a matar. Solo quise que dejaras de volar el techo para poder sobrevivir. — Porque al final siempre se ha tratado de eso, de sobrevivir, incluso cuando la mente pide un descanso de todo esto, el cuerpo siempre es el que decide cuando parar.

Hubo un tiempo en que creía conocer el comportamiento de Colin, cuando tenía más pecas que neuronas y no me era tan difícil leerlo como ahora. Si no ha venido a entregarme, ¿por qué ha hecho el camino largo para buscar a la última persona con la que debería ser vista? Esa misma pregunta la señala la expresión en mi rostro, mis cejas se mueven en confusión mientras que mis ojos lo analizan en un intento de descifrar sus razones. — ¿Por qué? — Pregunto simplemente. Lo tiene todo, no le he dado más que motivos para querer llevarme con él, cualquiera en su situación ni siquiera se hubiera parado a escucharme antes de desaparecerse. Necesito saber qué es lo que hace una diferencia en él.
Alice D. Whiteley
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Se me marcan los nudillos hasta volverse blancos al apretar mis puños, conteniéndome cuando me dice que no hacían más que vivir en ese distrito, con el cual se obsesionó nuestra ministra porque era donde se escondía su hijo pródigo. El estremecimiento que me recorre la piel de los brazos no lo puedo detener y siento cómo sus palabras me afectan, me hace cuestionarme por un mínimo segundo si es cierto lo que dice. Mi mirada puesta en la suya como si así pudiera comprobar su sinceridad, se ve tanto desprecio en sus ojos que me ahogo en eso. No puedo creerle. ¡Miente! Ese lugar era refugio de traidores, algunos sirvieron a los Black, ¡escondían a su heredero! Solo estaban esperando el momento para dar el asalto, estoy seguro de ello. Nadie en esta guerra es inocente. —Lo que ustedes hicieron no fue diferente— le recuerdo, también había niños y ancianos en el festival de Nimué, usaron bombas y arrasaron.

No puedo creer en alguien que no reconoce que se manejan con los mismos códigos, desestimo todo lo que me dijo anteriormente, en su mente está metida la idea de que son las víctimas y es incapaz de reconocer su propia violencia. Ha definido que ellos son los buenos y que estoy con los malos, en un estúpido juego de bandos como cuando éramos niños e improvisábamos una batalla de mentira con muros derruidos como trincheras desde las cuáles disparar. Entonces no estábamos enfrentados, éramos los buenos y todos esos fantasmas invisibles que nos acechaban eran los malos. Maldita sea, Alice. Se me hace tan difícil sostener su mirada cuando está tan cerca, lo logro mostrándome todo lo arrogante que puedo llegar a ser, si quiere escupirme en la cara puede hacerlo. Lo que hace es algo peor. Porque la imagen mental que tengo de ella siendo una niña se hace trizas, estalla en mil puntas afiladas de un cristal hecho añicos. Porque puedo ver a su hija asesinada como la niña que ella fue.

Puedo recordar el momento con toda precisión de cuando dispararon a Annie y el rostro que conocía se desfiguró. Ella también ha visto asesinar a su familia y puedo entender que todo su dolor y toda su rabia sean porque se trataba de su propia hija. ¿Por qué no puede darme la razón? Nos estamos matando entre nosotros. La sostengo por los hombros sin medir la fuerza que uso. No me mira, pero no desisto en buscar su rostro. Su explicación de lo que pasó esa noche en el festival se cuela por alguna rendija de mi mente, se asienta entre mis pensamientos, necesito creer en algo de lo que dice, aunque sea la única a la que le ofrezca ese beneficio. Pese a que es a la única a la que ofrecería una frontera por la cual cruzar para estar a salvo.

Percibo el tono de derrota en su voz, creo que si la suelto podría caer al suelo por el peso de sus palabras, por el odio que se reconoce y la reafirmación que hace de que lo único que se propone es sobrevivir. No vivir, sino sobrevivir. —Cuando estás en medio de la guerra, siempre se trata de sobrevivir. Por eso…—. «Vete». La palabra muere en mis labios, cierro mis ojos porque repetirla será insistencia de mi parte, porque soy quien estará persuadiendo a una criminal de escapar. ¿Por qué lo hago? ¿Porque una vez fuimos buenos? ¿Porque una vez tuvimos algo bueno? Porque hay algo lejos que me llama, un lugar que ella también conoció, al que creo que debería volver y me convenzo de que ella también debería. Muevo mi mentón de un lado al otro, no le ofreceré mi ayuda una segunda vez, pero hay una razón por la que estuvo presente en mis pensamientos, importunando, estos días. —Hay una mujer que te está buscando, quiere ayudarte— suspiro y se oscurece mi mirada en una advertencia al decir: —Estás tratando de sobrevivir a toda costa, Alice. Y hay amigos que vuelven del pasado para ayudarte. No seas orgullosa, no te creas condenada. Acepta la maldita ayuda…— vuelvo a sonar enojado, tengo que bajar un par de tonos para susurrar: —Jessica es quien te está buscando.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No puedo negarle eso, por mucho que me gustaría hacerlo. Lo que pasó en la noche de la festividad que se celebraba no debería haber pasado, al menos no dentro de mi cabeza, porque ese plan era tan ignorante para mí como para cualquier otro miembro del catorce, y aun así nos vimos implicados en ello. Quedamos como las ratas que ya piensan que somos, solo les dimos más incentivo para querer despojarnos de la cabeza que sostienen nuestros hombros. Jugaron bien sus cartas, mientras que ellos utilizaron la información que conocían sobre el distrito escondido, avivando el fuego de la suposición sobre lo que había allí, nosotros no teníamos nada más allá del polvo, eran nuestras propias palabras en contraposición a las suyas. ¿Y a quién va a creer la gente? Si el pueblo aún estaba indeciso en si creer que éramos una amenaza o simplemente una comuna viviendo en paz, después del atentado las cosas quedaron más que claras.

Siento que me sacude por los hombros, aun así me obligo a mirar a cualquier parte menos a él, hasta que la insistencia se hace imposible de ignorar y me veo obligada a contemplar sus ojos una vez más. No sé por qué lo hago, pero creo que va ligado al hecho de que necesito que me crea, aunque solo vaya a ser por los minutos que dura este encuentro, a sabiendas de que se marchará, volverá a su casa para ver las noticias y se le borrará de la cabeza cualquier intento que haya hecho por tratar de que analice las cosas desde un punto diferente. Porque hubo una vez en que las diferencias no eran tan grandes, que no le importaba lo que fuera, siempre que no traicionara el pacto que muchos años atrás nos unía como aliados. Ese mismo pacto que ahora resulta penoso solo de pensar que seguiría existiendo entre nosotros, después de como han acabado las cosas, sin llegar a terminar siquiera.

Muevo la cabeza de un lado a otro, tan lento que no parece real, no cuando vuelvo a dirigir la mirada al suelo y cualquier abismo de que sus palabras lo sean también parece eterno. — Ese es el problema, que siempre estoy en medio de la guerra. — Da igual quien sea que lleve la corona, siempre encuentro el modo de colocarme en el foco de la oposición, cuando la búsqueda jamás ha sido esa. No lo digo, porque creo que es evidente, que estoy cansada de todo esto, y que aun así saco las fuerzas de donde sea para demostrar que no lo estoy, que todavía hay esperanza incluso si no es para mí. Tampoco le digo que no espero sobrevivir a esto, no lo merezco, de todos los resultados posibles, llegar a ver como terminan las cosas no entra en mis planes. Pero sí puedo luchar por los que ahora no pueden, esos que sí tiene derecho a ser felices.

No pensaba que volvería hacerlo, pero vuelvo a alzar la mirada, la duda brilla en mis ojos como lo ha hecho en todo este contacto sin llegar a desaparecer del todo. — ¿Cómo...? — ¿Que Jessica me está buscando? ¿La misma mujer que vi en las minas y que, por mucho tiempo que haya pasado, sigue viéndose de la misma manera? No es posible, no después de aquello. No obstante, me paro en sus ojos un minuto en silencio mientras, idiota de mí, medito si depositar mi confianza en él. — No puedo... Hay personas que no puedo simplemente dejar atrás, no por salvar mi propio pellejo. — ¿E ir a dónde si acaso? ¿Europa? Si todavía consiguiera atravesar la frontera sin toparme con ningún auror, el continente acabaría conmigo, si no es por falta de recursos, por los fantasmas del pasado. — Colin. ¿Qué es lo que quieres que haga? — Esta vez soy yo quien lo mira en busca de una respuesta que, por mucho que quiera creerlo, no puede darme. Escapar no es una opción, nunca lo ha sido. He terminado por entender que no hay escondite que valga a largo alcance.
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Quizá Jessica tenga más suerte que yo en tratar de persuadirla, no debería estar haciéndolo en primer lugar, mirándola con reprobación al volver a afirmar que no se irá cuando hay personas que la retienen en este lugar como si estuviera enfadado porque no cambie de opinión. ¿Qué personas son esas? Me acaba de decir que su hija murió, ¿tiene más familia? ¿Se refiere a los otros fugitivos? ¿A Franco cuya cabeza algún día va a colgar en la plaza central frente al ministerio? ¿A la desconocida que asesinó a Annie y en cuanto Riorden la tenga en prisión se cobrará con saña? Si esas son las personas con las que elige estar, no puedo empujarla para que dé un paso tras otro, poniendo distancia con esta guerra de la que dice que no puedo escapar, de la que es parte. Puedo entenderlo porque hice de esa misma guerra mi trabajo, tengo mi identificación como un miembro de la seguridad ministerial, pero ella lo hace por causa, con una entrega que solo puede acabar de una manera si se queda. Miro en el interior de sus ojos con toda la angustia que puedo sentir por las criaturas que están tan heridas que solo esperan que acabe la agonía, y maldita seas, Alice.  

Quiero…— que sea un poco más egoísta, que actúe por el instinto de supervivencia, que tome la primera mano que se ofrece a tirar de ella y a correr tan lejos, tan rápido, como sus pies se lo permitan, que pueda ver más allá de esta guerra y si va a morir, que sea un poco más cerca de lo que podría ser un lugar mejor, aunque no viva más que en nuestras memorias de niños. —Quiero que estés a salvo— murmuro, entonces la suelto con un poco de brusquedad. —Que no hagas estupideces como salir a la calle en un distrito que está siendo patrullado a todas horas, córtate el pelo o cambia algo en ti… que no te haga tan fácilmente reconocible— elevo un poco más el tono de mi voz, —Porque a cada minuto me convenzo más de que todo lo que estás buscando es que te atrapen. Estoy hablando como un idiota con una pared. Estás sobreviviendo, porque te cansaste de vivir. Y a una criatura que solo espera la muerte, eso es lo que llega…— me exaspero, sacudo mis brazos y agarro algunos mechones de pelo con mis dedos para tironearlos. —Cuando te atrapen… será peor que morir, Alice. Sabes cómo castigan a los traidores— se me tensa la mandíbula y aprieto con fuerza mis dientes, mordiendo mi impotencia ante su situación. —Espero que escuches a Jessica cuando hables con ella— murmuro, —Porque si insistes en esto, si vuelvo a encontrarte yo o te llevan presa… seré quien te mate. Si eso es lo quieres, lo haré—. No dejaría que le hagan pasar por la tortura a la que someten a los presos políticos y al parecer, morir es la única manera que tiene de librarse de esta guerra.
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Alice D. Whiteley
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Su actitud me confunde, al punto que mi cara se transforma en una película de expresiones confusas en lo que trato de descubrir sus intenciones, esas que van detrás de cualquier palabra que pueda estar persuadiéndome de tomar la decisión equivocada, más me encuentro con la realidad de que no puedo descifrar su comportamiento. Eso me frustra, en especial porque afirma querer mantenerme a salvo cuando sabe que no puede hacerlo. ¿Qué es lo que se le ha metido en la cabeza conmigo que no puede dejar que siga mi camino? – ¿Por qué haces esto? No me debes nada. Te golpeé, te disparé, Colin. Más de una vez. – Le recuerdo, porque parece que él lo ha olvidado, incluso cuando sé que el hecho de hacerlo no me coloca en buen lugar. Quizás tenga razón, puede que solo esté esperando a que alguien decida por cuenta propia que desea matarme y ahora que tengo la oportunidad de que ocurra aparece él a negármelo. Si es así, tengo un verdadero problema interno conmigo misma, uno que creía haber enterrado hace tiempo y que vuelve a atormentarme cada vez que encuentra motivos. – ¿Y qué si es así? No debería importarte, tú mismo lo has dicho, somos personas que siguieron caminos diferentes, no nos conocemos, no como antes. – Digo cuando alega que me he cansado de vivir, más sin poder darle otra cosa que la razón por mucho que quiera fingir que no es así. Vive estancado en el pasado, pero yo no puedo seguir mirando atrás, si lo hago terminará por romperme en pedazos, y ya hace tiempo que los pegué a base de golpes, irónicamente, los mismos que me derruyeron en el primero de los casos.

Aparto la mirada, libres el uno del otro de cualquier contacto, como si al hacerlo pudiera ignorar sus palabras del mismo modo que estoy evitando que sus ojos lleguen a los míos, porque sé que no hay mas que verdad en el aire, ese que parece faltarme ahora. Es penoso, que alguien a quien los años habían dejado en el recuerdo de la infancia sea consciente de que las consecuencias me son indiferentes, mucho antes que cualquier otra persona que ha sido cercana a mí. Me he estado preocupando tanto de que los sentimientos de los demás hacia una causa perdida no decaigan que he ignorado por completo que ni siquiera yo misma soy capaz de encontrar en mí lo que lo hace real y no una mentira. – No habrá ninguna charla, no ahora, no después. Lo siento, pero no hablaré con Jessica. – Digo firme, alzando la mirada una última vez antes de darle la espalda para salir de allí. Ni siquiera me cuesta hacerlo, porque hubo una vez en que ignorar el pasado se me daba mucho mejor que mirar hacia un futuro que no tenía sentido para mí. Nunca he sido valiente, y ahora que la situación se repite, hago lo que siempre he hecho, huir.
Alice D. Whiteley
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En serio, no hace falta que enumere cada una de las razones por las que debería estar arrastrándola al ministerio en vez de hacer una amenaza que no sé siquiera si llegaré a cumplir, porque las circunstancias cambian y la vida es un juego azaroso donde los que tienen una cuchilla contra la garganta, viven más tiempo que aquellos que evitan el filo y acaban como víctimas colaterales de las decisiones de los demás. Lo que dice no rebate mi opinión de que creo que quiere morir, más bien lo confirma, exponiendo sus propias culpas. Pero no seré yo quien lo haga en esta ocasión, quizá en otra. Me pregunto si lo haré, si mi amenaza es real, al sujetar su mirada sé que lo es. Creo en el disparo que termina con la vida de las bestias que sufren en agonía, podría hacerlo mirándola a los ojos. —No debería importarme…— se me escapa una carcajada amarga, puede que crea que me resigné. Restriego mis ojos con una mano lo que me dura la mueca en mis labios, la oscuridad detrás de mis párpados me permite recordar un tiempo mejor del que ella era parte, y debe ser eso, la nostalgia por las cosas equivocadas, por un pasado que no debería darme tanta nostalgia, cuando mi presente lo siento como una responsabilidad obligada, que a veces, me incita a querer escapar un día que todavía queda lejos.

No debería importarme, pero sé lo que haré en cuanto ella se niega a ver a Jessica. Mis dedos encuentran el mango de mi varita cuando se gira para darme la espalda, gran error de una humana al estar cerca de un mago, está dándole una oportunidad al peligro y caminando hacia un único destino posible. Lo único que se escuchan son sus pasos en el callejón, en su intento de alejarse, hasta que se detiene y se derrumba por el resplandor de mi varita que impactó en su nuca. Acorto la distancia entre nosotros en dos pasos y volteo su cuerpo para cargar con parte de su peso en mis brazos. Con su cabeza en el hueco de mi codo, estudio la falta de reacción en su rostro y reacomodo la capucha sobre su cabello oscuro, moviendo con mis dedos algunos mechones que cubren su mejilla. —Lo hago porque aún no estás muerta— murmuro, no debería actuar como si lo estuviera. Tomo una inspiración muy profunda de aire al moverla para pasar mi brazo por debajo de sus piernas y lo suficientemente oculta como para que nadie pueda identificarla si alguien nos ve desaparecer. No, no debería importarme lo que quiera hacer con su vida y su suerte, sin embargo, no pienso en la base de seguridad ni en el ministerio cuando busco un destino en mi mente.
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