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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Magnolia H. Road
    Las cajas provenientes de la fábrica se han apilado en la despensa y tengo que ir moviéndolas con mucho cuidado para no hacer un escándalo que distraiga a papá, que parece demasiado concentrado en su trabajo con una varita que está teniendo problemas con su núcleo y parece no reaccionarle al mago después de accidentarse en el atentado del ministerio. Hay que ver la cantidad de reclamos y trabajo que se han acumulado en estos días, porque parece que el país entero se ha puesto de cabeza y no hay ni una bruja o mago en NeoPanem que no quiera sentirse seguro con su instrumento mágico más básico. En parte, es bueno para mí y mi economía, lo malo es que creo que no voy a soportar por mucho tiempo más el cerrar a última hora y abrir a la primera. Al menos, puedo decir que he demostrado ser buena en mi trabajo, porque hay una anciana que no ha dejado de preguntar por mí con cada duda que le venía a la cabeza. Simpática, si cabe decirlo.

    Ahora, sin embargo, me encuentro de mal humor. No puedo encontrar la bendita caja donde he colocado una varita que necesito chequear para tacharla del inventario y se me hace que alguien la debe haber tocado sin mi permiso, como para variar las cosas. Con un bufido, empujo las cajas, me levanto del escritorio y abandono el taller, oyendo como mi padre alza la voz para preguntarme qué es lo que sucede, con ese tono de hartazgo que reconozco muy bien como el que utiliza cuando me trata de dramática. Puede que lo sea, solo un poquito, pero este no es el caso. ¿Qué tan difícil es escucharme cuando tengo la razón? No digo las cosas solo porque me aburro, por Merlín.

    Salgo a la parte principal de la tienda y aparezco justo detrás del mostrador, celebrando mi exactitud cuando la campana suena e indica que alguien ha decidido hacer acto de presencia justo en este momento. Ladeo la cabeza, chequeando la hora porque estoy segura de que estábamos cerca del cierre, pero aún así suspiro y me resigno a que debo atender a quien sea que me necesita en este momento — ¿Qué se le ofrece? — murmuro sin siquiera mirarlo y me saco los anteojos para limpiarlos con el borde de mi remera — Si es un arreglo, lamento informarle que tendrá más demora de lo normal. Estamos saturados — al menos que quiera darme un soborno, a eso no me voy a negar.
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    Era algo que había comentado con Kenny en más de una ocasión, no había nadie a quien confiara tanto lo que veía y experimentaba en mi deambular por los distritos más pobres de Neopanem como lo hacía con ella, quizás algunas veces lo hablaba con Jeff pero él tendía a ser más… ausente. No había otra manera de definir los largos meses en que creo que no tuvo más contacto que con Kenny. Ni siquiera atiné a pensar que el apoyo que la mujer me mostraba para que tomara unos días en las colinas a probar aquella transformación sobre la que mucho había leído y practicado a veces con mi varita, tuviera relación con unos planes que se estaban llevando por lo bajo, absolutamente desconocidos para mí. Mi vuelta al distrito cinco tuvo más que ver con el hecho de que mi varita se rompiera, a que me llegaran en sí las noticias de lo que ocurrió en el Festival de Nimué. Kenny no estaba en el loft para cuando regresé a contarle que había logrado mi transformación con éxito. Todo cayó sobre mí sumiéndome en la total incomprensión de lo que ocurría, tantas caras y tantos nombres, que en lo último que pensé fue en mí.

    Una de las mañanas que siguieron a mi regreso me encontré con los pedazos de mi varita y como los tiempos no son favorables para estar desarmado, me aparecí en el distrito siete donde sabía que podría encontrar una nueva si es que no se podía arreglar la mía. Se sentía el olor a bosques también en las calles, lo busqué con ese olfato que siempre tuve y que buscaba sin cesar lo salvaje, lo que estaba por fuera de las ciudades y el olor a grasa de motor en el distrito que crecí. En vez de encaminar a la fábrica de varitas, busqué la dirección de la tienda que tenía anotada por recomendación de Jeff, vaya a saberse por qué, y me reconozco como un despistado del horario cuando la chica del mostrador me atiende con unas palabras de poca predisposición, que no son una buena manera de empezar. Podrían poner un cartel en la puerta. Siento que me está echando y apenas di dos pasos dentro de la tienda, me quedo inmóvil como si me hubiera echado un petrificus. —¿De cuántos días sería la demora?—. Si no supera los dos días, puedo quedarme a acampar en su distrito mientras tanto, pero no me voy sin mi varita restaurada.

    La veo limpiar sus anteojos y por la caída de su cabello debido a su postura, me cuesta identificarla, hasta que algo en el aire que siempre envuelve a las personas se me hace familiar. —Oye…— murmuro con cautela. —¿Nos conocemos?—. Espero a que vuelva a ponerse sus gafas para que me lo confirme, que con la vista difusa no seré más que un manchón para ella. No hace falta, el recuerdo viene a mí con claridad, pese a que era de noche en esa ocasión y la verdad es que había pocas luces. —¡Claro! Fue esa vez en el bar, el intercambio cultural entre los del Royal y el Prince, y…— me detengo antes de decirlo. ¿Cuántos años tenía entonces? Estaba a poco de terminar el segundo curso, había pasado dos años con Olivia sin hacer otra cosa que besarla y a veces tocarla hasta donde me permitía, que romper a su capricho porque ella sentía que solo «no estaba funcionando», hizo que no lo pensara dos veces cuando en una salida fuimos a los distritos del centro y coincidimos con gente del Prince. Claro que iba a ir detrás de la que jugaba quidditch, soy un Meyer, es casi obligatorio. —Ya sabes— es lo que digo con una sonrisa, dejando que se sobreentienda. Volver a ver a la chica con quien perdí la maldita virginidad a la que me condenó Olivia por años, se siente casi como reencontrarme con una vieja amiga y que no se diga que los chicos no somos también sentimentales con eso. — Que bueno verte otra vez, ¿cómo has estado…?— y me doy cuenta que no me acuerdo bien su nombre. ¿Margaret? ¿Marion? Era algo de una flor…
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    Magnolia H. Road
    Una semana, por lo pronto. Verá, la demanda de arreglos se ha incrementado debido a los acontecimientos recientes — es obvio, por el tono de mi voz, que he respondido esa pregunta un centenar de veces en lo que va de la semana. No es muy difícil de comprender y ruego internamente que no sea uno de esos clientes que optan por discutir sobre asuntos que se escapan de mis manos, los que suelo llamar los “insufribles” y generalmente “rompe huevos”. Es el cambio del tono con el cual me habla el que hace que lo mire con mayor atención y empujo mis anteojos de lectura por el puente de mi nariz para acomodarlos, echándole un vistazo cuando su duda se cuela en la habitación. Me pregunto lo mismo: ¿Nos conocemos? Esa cara me suena, en especial bajo ese flequillo color caramelo. Estoy ladeando la cabeza y entornando los ojos como si de esa manera pudiese conseguir una respuesta más pronta, hasta que lo que dice y cómo lo dice hace que abra mi boca en forma de O — ¡El chico que no sabía ponerse un forro! — exclamo, chasqueando mis dedos en el aire al caer en cuenta de quien se trata con una sonrisa más divertida de la que debería. La expresión jocosa se me acentúa cuando puedo adivinar que no recuerda mi nombre, por lo que arqueo las cejas — Magnolia. Maggie, si quieres — apunto, suavizando un poco mi modo de hablar — David. ¿Verdad? — No soy una persona sentimental, pero puedo acordarme del chico con el cual me acosté por primera vez solo para saber lo que era. Se siente como si hubiese sido hace una eternidad.

    Giro la cabeza para chequear que mi padre no está viniendo y me recargo en el mostrador, jugueteando con mis pulgares — Más que bien. ¿Vienes por una revancha? — me tomo la libertad de bromear y muevo las cejas, aunque el modo de reírme delata que no estoy hablando en serio. Bueno, puede que no, hay cosas a las cuales no me niego — Tú sabes. Tratando de vivir la vida de adulto y fingir que tienes idea de lo que estás haciendo — ruedo un poco los ojos y sacudo la mano en una floritura en el aire — ¿Y tú? No me digas que se te rompió la varita en el atentado — a pesar de que no nos hemos visto hace años, no puedo evitar examinarlo como si su imagen pudiese decirme si ha atendido a ese evento o no — Fue terrible. Puedo hacerte un precio especial, si lo necesitas — uno de esos favores que se gana solo porque tengo un buen recuerdo. Bochornoso en algunas partes, sí, pero nadie puede jactarse de ser un experto la primera vez.
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    Rasco mi nuca con un poco de incomodidad y por la manera en que se ladea mi sonrisa se puede ver que me tomo a chiste el mote con el cuál me recuerda. — Esperaba pasar a la historia de un modo diferente, pero que no se diga que no lo intenté y además puse mi mejor esfuerzo— apunto, ¿es válido, no? Mis padres me hubieran colgado de las pelotas si no me cuidaba, y en especial porque me han criado con la moral de que también se trata de cuidar a la otra persona, no importa si es una chica que conocí esa misma noche, es algo así como una cuestión de respeto. Ser joven no es excusa, me hicieron memorizar esto con un par de coscorrones para que en el momento que ocurrió y los que vinieron después, lo tuviera en cuenta. —Un momento…— desarmo mi postura relajada para entrar en pánico y sostenerme del mostrador con mis manos sujetas al borde, casi a punto de romperlo. —¿Me lo puse bien, verdad? ¿Verdad? ¿Este no es el momento en que sale una niña de la trastienda y me dices que es tu hija, verdad?—. Vena dramática, otro defecto de familia.

    ¡Magnolia! ¡Claro! ¡Lo tenía en la punta de la lengua!— exclamo, tan convencido en mi tono que mi rostro me acompaña. Mentira, pero no es un nombre típico así que supongo que esta vez sí lo memorizaré. Me siento mal porque ella sí recuerda el mío. —Dave— la corrijo, dándole mi ápodo para salvarme de tener a alguien que me llame por mi nombre de nacimiento. —Dave. Maggie. Supongo que es un gusto volver a conocernos— digo con el humor que puedo encontrar a veces, se me da fácil con ella, y por eso no tardo en contestar a su broma. —Si sirve de algo, puedo asegurarte que seguí practicando y no soy el desastre de la primera vez— lo digo con un falso orgullo, la sonrisa se me sale de los labios. Levanto un dedo como si estuviera pidiendo su atención. —No… tan desastre como la primera vez, las críticas son cada vez menos duras— me burlo de mí mismo, como puedo hacerlo cuando se da el ambiente, no siempre. No creo que haga falta corrernos del plano de los chistes, aclarar que en realidad no busco ninguna revancha porque estoy en algo así como una relación con una chica, por muy unilateral que sea algunas veces, pero no siempre lo es.

    Por gracioso que suene, vine porque tengo la varita rota y me dijeron que aquí había una chica que podría arreglarla—. Dejo los pedazos de madera sobre el mostrador para que pueda examinarlos por su cuenta. —No fue en el atentado, no me he enterado mucho de lo que sucedió ahí… digamos que vengo de un viaje que fue como un retiro espiritual y de a poco estoy entrando en contacto con la realidad—. Siendo honesto, se siente así. Ser un animago me ha llevado más dedicación y esfuerzo del que he dedicado a un montón de cosas, puedo llegar a ser muy aplicado cuando quiero, pero no tengo el talento natural de algunos y si quise lograr la transformación fue por un deseo personal tan fuerte, que descuidé horriblemente todo lo que tenía que ver con la Red y en este momento me siento como un pingüino en el desierto con todas las novedades que ignoro.
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    A pesar de que se me escapa una carcajada inesperada, se me pinta una expresión de horror que soy incapaz de camuflar — No, por favor… — intento no sonar tan espantada, pero creo que no se me da bien. Los niños nunca han sido mi fuerte y tener alguno a esta edad suena a una pesadilla con la cual no podría lidiar — Dave. Un gusto volver a ver tu cara con un poco más de luz encima — comento en tonito divertido y pícaro, aunque trato de tomarlo con toda la naturalidad que siempre se me dio tan bien. La aclaración, un poco innecesaria, hace que tenga que cubrirme la boca para no reírme con tanta fuerza y llamar la atención de mi padre, quien piensa que estoy trabajando. Supongo que no le haría ninguna gracia el enterarse de qué estamos hablando con tanta tranquilidad en medio del negocio — Es bueno saberlo. Me alegra que seas capaz de darle felicidad a las chicas sin darles una verdadera razón para quejarse o, al menos, no tantas — me llevo una mano al corazón como si tuviera un enorme orgullo maternal que no siento, aunque la sonrisa queda intacta.

    Las cosas se ponen un poquito más serias o responsables cuando saca su varita y vuelvo a acomodar mis lentes en señal de que he regresado al trabajo, haciéndole un gesto para que la acomode en el mostrador mientras me inclino sobre los palillos — ¿Qué clase de retiro espiritual? — le lanzo un vistazo sobre los lentes que intenta no ser tan juzgador y tomo el trozo más intacto de la varita para levantarlo a la altura de mis ojos, en busca del motivo de su ruptura — No parece nada fuera de nuestro alcance. Podría arreglarlo en tres días, si lo subo en la lista de prioridades. Tienes suerte de no haber estado en el atentado, las personas que vienen aquí en busca de soluciones parecen demasiado traumadas. Sospecho que los psicomagos tendrán mucho trabajo este mes — una señora llegó con un tic en el ojo y me narró con lujo de detalles como vio a un sujeto explotar por los aires justo delante de ella, lo cual me dice que todo ha sido obra de salvajes — ¿Tienes idea de cómo puede haber gente con esa mentalidad, Dave? Hubo niños que murieron esa noche. ¿Cómo es posible…? —apoyo nuevamente la varita sobre la mesada, con un suspiro largo y cansado — Sé que nos está dando más trabajo y más dinero, pero de verdad espero que castiguen a quienes se lo merecen. No es posible que pongan en peligro la seguridad de nuestro pueblo de esa manera y nadie haga algo al respecto.
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    Uno del tipo en el que tienes que encontrar tu guía espiritual animal— explico con vaguedad de que trata ese retiro, del que otros podrán hablar o presumir con más propiedad. No estoy seguro de querer revelar aún que logré mi transformación en animago, si bien no pretendo mantenerlo en la ilegalidad. Conozco las leyes como para sentir cierta obligación de ajustarme a ellas, por irónico que suene puesto que trabajo como colaborador en una radio clandestina. Ser un animago era un plan que en parte contemplaba poder ayudar también de este lado, si es que ver a un zorro merodeando por los callejones del distrito doce no desconcierta a nadie. —¿Tres días? ¿En serio? Te deberé una— me sorprendo de que sea cierto su ofrecimiento de tenerme en cuenta en las prioridades, cuando claramente no lo soy. Seguramente habrá otras personas, muchas de las cuales fueran víctimas del atentado, de un lado y del otro.

    Por lo que dice luego no estoy seguro de que su atención sea a ambos bandos, una suposición estúpida en realidad, puede que yo mismo me haya movido demasiado tiempo en la línea de lo neutral y confundiéndome con un grupo y el otro, como para escuchar a alguien marcar una diferencia tan clara. Si no estoy equivocado, mis compañeros de la radio podrían estar involucrados con ese atentado, que no me gusta escuchar cómo los tilda Magnolia. Tengo que reconocer que me gusta aún más la verdad de que hubo muchísimas muertes. — Creo que hace tiempo que el término de justicia está en poco en desuso, y es más frecuente lo de responder violencia con más violencia…—. Lo sé, en las últimas semanas con Ferdia estuvimos rastreando a los chicos y niños que tuvieron que salir huyendo del fuego que devoró el distrito catorce. —Tampoco creo que se castigue a quienes realmente se lo merecen, sean de un bando u otro, esa gente siempre tiene inmunidad. Solo caen los prescindibles— comento, mucho más moderado de lo que soy cuando estoy metido de lleno en la vida y la miseria de los del norte, porque al apartarme y regresar como un ciudadano promedio de Neopanem puede ver cosas desde la distancia, dudo mucho más, me frustro mucho más fácil. —¿Tú estuviste esa noche?— pregunto con un tono solapado de preocupación.
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    Magnolia H. Road
    Violencia con más violencia. Creo que se me borra cualquier ápice de sonrisa cuando me permito el mirarlo, no muy segura de cómo responder a lo que está diciendo. Sé muy bien que responder al fuego con fuego sólo avivará el incendio, pero estoy segura de que no ha habido una catástrofe tan grande en nuestra historia desde hace ya mucho tiempo. Es difícil hablar de justicia cuando ves todos los días a las personas que se acercan llorando sobre todo lo que han perdido, las personas que no volverán a sus casas porque un loco decidió que era mejor poner bombas en medio de una celebración pública y familiar. Mis vecinos, una familia tipo que solamente ocupaba su tiempo en trabajar y cuidar a sus hijos, murieron esa noche y todavía me es extraño asomarme por el pasillo vacío que conduce a su casa. No me ha golpeado directamente, puedo agradecerlo, pero sé que hay gente que está sufriendo y otra que ya ni existe.

    Suenas a un justiciero idealista — lo acuso sin maldad y me inclino para tomar una de las cajitas vacías del mostrador. La apoyo sobre el mueble, la abro y, con cuidado, guardo su varita, acomodando los trozos en busca de la que supongo que era su forma original — ¿Quién es prescindible para ti, Dave? Porque estoy segura de que no señalarás a las mismas personas que yo, que los rebeldes o que los gobernantes. Hay inmunidades que no deberían ser otorgadas, no cuando el crimen fue demasiado brutal como para buscar un perdón — sino, me gustaría que intente explicarle todo esto a la familia Owens. Mi suspiro suave delata que estoy hablando con tranquilidad, lejos de querer iniciar una disputa. Sacudo la cabeza de manera que mis rizos se agitan, por lo que los aprieto detrás de mí como si buscase crear una coleta con mis manos — Yo no, pero algunas de mis amigas sí y me han dicho que fue horrible. Pudieron salir porque se encontraban lejos de las zonas de impacto y fueron de las primeras en escapar — el resto, todo el país lo ha visto por televisión. El tema es amargo, me lleva a pasear la mirada por la tienda vacía y me fijo en las tazas que guardamos para nuestro consumo — ¿Quieres un café? — pregunto, señalando con la cabeza — Tal vez así puedas explicarme mejor como funciona esto de la inmunidad.
    Magnolia H. Road
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    Frunzo mis labios en una línea que no me permite hablar, no sé qué contestar a su definición de mi carácter como la de un justiciero idealista. Porque sí, podría ponerme esa capa y presumir con orgullo que eso es lo que soy, que eso es lo que busco, por algo estoy merodeando en el norte desde hace unos años para colaborar con una radio clandestina que busca una justicia sin sangre, sino una que se funda en decir la verdad y que le gustaría un mundo distinto, con derechos de igualdad. Pero en estos días no me he sentido así, porque estallaron bombas que sacudieron todo el Capitolio, cuando estaba internado en medio de un bosque, que no sé dónde me encuentro en todo esto, las mismas transmisiones que vio ella, las vi yo. —No hablaba de prescindibles para mí, sino de prescindibles para los líderes de los bandos— le aclaro, porque no sé si estoy comprendiendo bien su pregunta.

    Porque sé, lo he visto en pantalla, repudiados murieron esa noche y otros fueron tomados como rehenes, ciudadanos de Neopanem que solamente fueron a ver el espectáculo resultaron heridos o también fallecieron. Fue una masacre en la que las bajas se cuentan principalmente en aquellos que no toman las decisiones importantes día a día, a esos los vi en el sector VIP del escenario, socorridos en primer lugar por el equipo de seguridad y aun así, secuestraron al ministro Weynart. De todas las personas afectadas esa noche, solo veo a una mayoría de personas que no tendrían que haber sido víctimas de ese atentado y presiono con fuerza mi mandíbula porque hablar de política no es algo que me agrade, no me gusta decidir como un juez quién fue cruel y quien se merece el perdón.

    Meneo el mentón con suavidad cuando su oferta de un café viene acompañada de la invitación a debatir sobre quienes deberían tener inmunidad, no es algo que pueda hablar con alguien fuera la Red con quienes me he formado en valores que creo que discrepan un poco del general, dándome una postura más neutral a todo. Esbozo una sonrisa frágil, no quiero que se ofenda por el rechazo cuando lo que estoy haciendo es evadir un tema que no puede acabar bien si lo ponemos sobre la mesa. —Hoy no podrá ser, lo siento— murmuro, rasco mi frente y me siento cobarde por tener que inventar una mentira. —Le dije a mi hermanita que jugaríamos quidditch, falta poco para que acabe el verano y todavía no pudo estrenar su guante nuevo de guardiana— digo, ahora me siento obligado de apenas llegar, pedirle a Chip que saque su escoba del armario y busque la vieja quaffle. —Pero, ¡oye! Cuando venga a buscar mi varita en… ¿tres días, no? Podemos ir a tomar café en cono helado, ¿lo probaste alguna vez?— Y evitaré a toda costa el tema de atentados, bombas, inmunidades, prescindibles y política, si tengo que hablar de los hábitos de sociabilización de los jarveys o si son ciertos esos rumores de un asteroide que caerá a mediados de octubre.
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    Aunque no me importa mucho que digamos el que me diga que no, soy incapaz de contener mi propio genio y lo miro tratando de adivinar si me está mintiendo o está sacando una excusa de la galera — oh — suelto, no porque me afecte sino porque no me acuerdo si ha mencionado en esa ocasión que tiene una hermanita. Intento hacer memoria pero… nop, nada. Asumo que tenía cosas más importantes por las cuales preocuparme y no voy a ponerme en detalles porque tengo al susodicho adelante — ¿Juega al Quidditch? Ya va por buen camino — bromeo. Me apoyo en el mostrador para poder pararme un poquito más derecha y su torpe promesa me arrebata una risa que no puedo disimular del todo — ¿Eso existe? — pregunto con una sonrisa desconfiada, no sé si me está tomando el pelo o solo me produce cierta curiosidad. Al final, alzo las manos y asiento con divertida solemnidad — Ya, ya, te tomo la palabra. Solo huye de mí y mis preguntas, pero te lo cobraré con intereses en forma de conito de café — o lo que sea, tampoco voy a ponerme en exquisita.

    Al final, solo le proporciono el número de teléfono del local en caso de que tenga alguna duda o consulta al respecto de su varita y me hago con la caja, apretándola bajo mi brazo para mantenerla segura en mi regreso a la parte trasera del taller. De todos modos, cuando nos despedimos soy incapaz de contenerme y alzo un poco la voz para que me escuche al estar ya saliendo por la puerta — ¡Gracias por confirmar que ya sabes como ponerte uno! — agradezco que papá esté medio sordo o no haber sido específica porque, cuando regreso, lo encuentro todavía enfrascado en su trabajo. Yo me encargo nomas de guardar la cajita, aún preguntándome cómo debe saber un cono con café y si Dave en verdad tiene una opinión política o lo ha dicho para hacerse el interesante.
    Magnolia H. Road
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    When I break pattern, I break ground ✘ Dave IqWaPzg
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