The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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The sparks send the fire down the wire ✘ Arianne
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
El ruido del objeto cayendo sobre la cama hace que deje de sacudir el pantalón para chequear qué es lo que se ha salido del bolsillo, ese que tiene el hechizo de expansión y me ha servido para ocultar algunas cosas incluso con todo lo que ha pasado en los últimos meses. He tratado de limpiarlo en todo este tiempo, pero jamás se me ocurrió el ponerme a revisar las cosas que habían quedado escondidas por culpa de la magia y mis ojos se abren de par en par al reconocer el espejo comunicador, burlándose de mí sobre el acolchado. No reconozco de inmediato el peso dentro de mi pecho y me tomo al menos unos segundos en reaccionar y tomar el espejo, como si éste quemase. La luz del sol, ese que se cuela por la ventana anunciando los últimos días de verano, se refleja de manera que me fastidia en los ojos. Me había olvidado de su existencia…

Ha pasado una semana. Hay un plan, claro que lo hay y todavía tengo miedo de cómo haremos para efectuarlo. Las grabaciones, sin embargo, siguen clavadas en mi mente, como si el recuerdo se reproduciera una y otra vez tal y como hacen las películas. Uno de los duelos que más recuerdo, al menos por lo poco que se ha visto, fue el de Alice contra una rubia que conozco bastante y que, para mi sorpresa, no se encuentra muerta. ¿Y cómo es eso posible, cuando todo lo que ha pasado me gritaba, a los cuatro vientos, que no había manera de que ella siguiera con vida? Que la condenarían por mi culpa, que todo habría acabado de la manera más injusta y cruel posible. Y sin embargo…

Las voces me indican que hay gente aún en el piso inferior y no puedo tomarme esta libertad, hacerlo en el edificio es arriesgado. ¿Y qué si la controlan? ¿Y qué si chequean sus medios de comunicación? Con la excusa ridícula de que debo salir por un momento a comprar… algo, salgo del loft y, con las manos en los bolsillos y la ansiedad a flor de piel, camino las cuadras necesarias hasta llegar a la fábrica abandonada más cercana. Como de costumbre, me reciben las ratas, que huyen de mí como si supieran que no soy enteramente humano. Tengo que chequear que no haya ocupas dentro, pero en cuanto me aseguro que estoy solo, saco el espejo y le echo un vistazo — ¿Ari? — pregunto, dudoso. Nadie responde, por lo que carraspeo un poco — Ari… ¿Estás…? — no hace falta que diga mucho más, porque unos familiares ojos azules aparecen en escena y doy un bote, casi tirando el espejo al suelo. Tengo que asegurar el agarre de mis dedos para evitarlo — ¡No puedo creer que sigues con vida! — exclamo, tan atropelladamente que siento que la estoy acusando — ¿Cómo…? ¡Pensé que estarías al menos presa, carajo! — que si suena como que la ando retando, no es mi culpa.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Llenó un par de cajas con ropa vieja, apilándolas y empujándolas con el pie hasta la ‘habitación de invitados’. Estaba cansada de la mayor parte de cosas que tenía en la casa; quería deshacerse de todo. Las colocó contra la pared, acomodándolas al lado de las anteriores y volviéndose en dirección a la puerta cuando una voz la sobresaltó. No solo fue su cuerpo el que dio un salto en el lugar, su corazón se aceleró dejándola congelada en el lugar.

Decenas de ideas pasaron por su cabeza en el mismo momento en el que sus ojos dieron con el lugar donde se encontraba el espejo, permaneciendo a una distancia prudente de éste, y sopesando cuál era la mejor opción. Dejar que siguiera preguntando por ella pero no acercarse al mismo, romperlo cuando se hubiera cansado de no recibir contestación… o, simplemente, tomarlo. Solo unos segundos serían más que suficientes para aplacar su mente pero, también, para descontrolarla. Miró hacia ambos lados, cerciorándose de que nadie estaba cerca, aunque era obvio que nadie más había allí, antes de suspirar y abrir el último cajón de la mesilla. En el mismo momento que sus dedos tocaron el espejo volvió a dudar, frunciendo el ceño y meneando la cabeza antes de sacarlo y girarlo en su dirección.

Sabía el rostro que encontraría en el reflejo pero, aun así, se sobresaltó cuando aquello ocurrió, dando un par de involuntarios pasos hacia atrás. El leve movimiento de la imagen contraria se tambalea también, dejando más que latente el hecho de que él también se había sobresaltado cuando la rubia se dejó ver. Parpadeó un par de veces, sorprendida por sus repentinas… ¿acusaciones? Acomodó mejor la mano tras el espejo, retirando la mirada en otra dirección unos segundos. —No es mi casa la que quemaron hasta los cimientos, ¿recuerdas? Yo pensaba que tú estabas muerto— contestó entonces ella, meneando la cabeza pero con una sonrisa de incredulidad dibujada en los labios. —Kyle me dijo que…— comenzó a decir, percatándose de que podía preguntarle por él. —Kyle. ¿Cómo se os ocurre llevar a un niño a algo como aquello? No, mejor, ¿en qué momento pensaste que era una buena idea?— lo acusó, dejando, por completo, de lado el liviano alivio que había aparecido en alguna parte de su estómago cuando había podido cerciorarse por sí misma que realmente estaba bien.

Caminó hasta la puerta de la habitación, cerrándola con la mano libre y volviendo la mirada hacia el reflejo. ¿No era una trampa? Posiblemente la habrían visto abrazando a un niño que luego se marchó con los rebeldes, por lo que no era complicado pensar que lo conocía demasiado bien y que, quizás, contactaría con él de nuevo. Un nuevo contacto ‘ilegal’. Los azules ojos de la jueza escudriñaron el reflejo durante unos segundos, antes de encontrarse con los ojos contrarios y permanecer inmóvil. Dejó ir el aire, sentándose en el borde de la cama con los hombros hundidos.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Siendo honesto, sé que ella habrá visto lo que ha pasado con el catorce, su primer reclamo me lo espero. No tengo idea de cómo habrá sido en ojos de alguien que se encontraba ajeno a la situación, pero he estado demasiado preocupado por sobrevivir y encontrar a los míos como para pensar en siquiera otras alternativas para ella, que no fuesen un castigo por haberme mantenido en su casa. ¿Cómo es posible que estemos teniendo esta conversación, cuando los dos deberíamos ser meros fantasmas? — Casi muerto, pero no — pasaron cosas, eso no voy a negarlo, pero es una historia muy larga que le contaré en otra ocasión. Elijo usar estos segundos para indignarme y giro mi cabeza un momento para volver a chequear que no haya nadie a mi alrededor, si consideramos que cualquiera puede entregarme ahora que he vuelto a salir en televisión y no en una posición muy favorable. Me relajo solo porque sé que tengo la capa para escapar y regreso a ella, sintiendo como se me crispa el rostro — ¿Y por qué piensas que fue mi idea? ¿De verdad crees que…? — lo dejo en el aire, el tono indignado de mi voz debería hablar por sí mismo. Creía que me conocía lo suficiente como para saber que yo no pondría bombas en ningún sitio, ni siquiera en el ministerio.

Me paso una mano irritada por el rostro y me apoyo en una pared, tratando de hablar en murmullos, a pesar de que la dureza se refleja en los murmullos que salen entre dientes — Kyle vino solo porque iba a ayudar a sacar a Seth de ahí. Queríamos una distracción, no un atentado. Nosotros no pusimos las bombas — sé que suena a que me estoy excusando, pero está en ella creerme o no. No me comuniqué para discutir, pero aún así puedo sentir cierto calor no demasiado agradable subirme por el pecho, haciendo que mire al espejo con cierto recelo — ¿Cómo es que zafaste de que te condenaran? Tenías a un fugitivo en tu casa — le recuerdo, con algo de sospecha. ¿Con quién hizo tratos sucios y por qué? — Si te digo dónde estoy y te apareces… ¿No vendrá nadie contigo? — porque siempre he confiado en ella, la defendí cuando otros la difamaron y ahora hay una vocecita que me dice que, tal vez, solo estuve equivocado todo este tiempo.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
En ocasiones había pensado que todos habían muerto, que ninguna otra opción había sido viable, pero no fue así. Y la noche del Ministerio lo dejó más que claro. Prensó los labios, bajando la mirada un tanto avergonzada por su reclamo. Quizás no él, pero más que probable las personas que lo estaban manteniendo escondidas tenían una relación directa con lo ocurrido. Había preferido mantenerse al margen, no tener información en relación a lo sucedido, para no… ¿decepcionarse? —No he dicho que fuera tuya, sólo no entiendo como… confiaste en alguien que tuviera esa clase de ideas— trató de explicarse, defendiéndose automáticamente de sus palabras. Rodó los ojos, frunciendo los labios. Quizás no fue su idea, pero no le extrañaría que hubiera sabido algo. Nadie en su sano juicio habría ido sin saber de antemano que sucedería allí, y aquello la decepcionaba. No había pensado en ello hasta el mismo momento en el que el rostro de Benedict apareció en el espejo comunicador.

Se recordaba a sí misma diciendo que no apoyaba una causa, apoyaba a unas personas en concreto, y que cualquier tipo de actividad o pensamiento terrorista estaba completamente fuera de lugar y no lo iba a respetar lo ejecutara quien lo ejecutara. —¿Y entonces quién?— interrogó en cuanto él trato de excusarse. Acababan de destruir su hogar, podía entender que estuvieran cabreados, pero no aquel tipo de reacción. Ni la entendía ni se esforzaría en hacerlo. Rascó con la uña del pulgar el marco del espejo, centrando sus atención en aquel simple gesto hasta que sus orbes regresaron hacia él, arqueando ambas cejas con cierto escepticismo. —Me ofrecieron mi libertad a cambio de informar si algún ‘rebelde’ se comunicaba conmigo— dijo directamente, sin tapujos ni medias verdades de por medio. —No iba a hacerlo, pero tampoco esperaba que alguien contactara conmigo— torció el gesto, cruzándose de piernas por la incomodidad que la apresaba en aquel momento. Se removió en el lugar, mordisqueándose el interior de la mejilla. —Estoy sola, Benedict, nadie iría conmigo— suspiró, estirando las piernas al frente y golpeando con el talón el suelo con nerviosismo. —pero no creo que sea una buena idea teniendo en cuenta lo que te he dicho. Sabes que nunca te quise preguntar nada por si algo así sucedía, y ahora no creo que sea un buen momento— bajó la mirada en el mismo instante en el que terminó de hablar. Quería ir, obviamente, pero ya se había equivocado anteriormente con algo relacionado y no quería volver a hacerlo.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
“Esa clase de ideas”. No me atrevo a decirlo, pero hay un extraño brillo en mis ojos que se apaga por unos segundos. ¿Qué clase de persona cree que soy? No soy estúpido, tuve mis razones para confiar en ellos. Ni siquiera sé por qué estamos discutiendo, cuando debería estar más preocupado por ella y los meses que han pasado desde la última vez que hablamos. Y aún así… — No sé quién tuvo la idea, sospechamos que salió directamente de algunos de los rebeldes que tu gente ha capturado — no pienso decirle sus nombres, no cuando trabaja en el Wizengamot y deben estar investigándolos. Puede que confíe en ella, pero ahora mismo, prefiero tener mis reservas. No puedo tomarme demasiadas libertades, cuando sé muy bien que tenemos las de perder.

¿Por qué no me sorprende lo que dice? El ministerio jamás ha jugado limpio, no iba a hacerlo con ella cuando básicamente cometió traición. Han decapitado a gente por menos que eso — Bueno, alguien ha contactado contigo. Hola, mucho gusto — ironizo, tratando de no sonar tan amargo como creo que me ha salido. Arianne no tiene la culpa de mis desgracias, he sido yo el que ha arruinado su vida. ¿Cómo le pediré disculpas para algo así? ¿Cómo podemos verlo como algo mínimo, cuando sé que no hay palabras para encontrar un perdón por lo que he hecho? Al menos, puedo entretenerme con la conversación, distraerme de la amargura por cinco minutos más — ¿Y cuándo va a ser un buen momento? ¿Nunca? Porque así son las cosas. Tú perteneces a NeoPanem y yo… bueno. Con suerte no me matarán en una semana — ¿Debería contarle los planes? Quizá es mejor solo dejarlo así.

Me muevo y asomo mi cabeza por un vidrio roto, sintiendo el olor poco agradable que se eleva por el aire — Si te interesa, estoy en la vieja fábrica de energía eléctrica, cerca de la presa. Calle 60, distrito 5 — utilizo el espejo para enseñarle el paisaje, aunque pronto vuelvo a colocarlo frente a mi rostro. Hago uso de mi mano libre para tantear la capa de invisibilidad y la quito con rapidez, listo para desaparecer si algo sale mal — Me gustaría disculparme en persona, al menos una vez. Luego podemos seguir cada uno por su camino. Por tu bien y por el mío — algunas cosas, simplemente, no están destinadas a ser. En este caso, esta amistad debería haber quedado enterrada.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
—Mi gente— repitió sin poder aplacar una risa sarcástica que surgió de sus labios. Meneó la cabeza, ahorrándose la serie de comentarios desagradables que bien podría haber pronunciado pero prefirió callar, al menos por el momento. Nunca había considerado, al menos por completo, a nadie como ‘su gente’, y era inimaginable que se posicionara del lado de las personas que herían a las otras, aunque en aquel momento ambos lados estaban lo más enfrentados posible. Chasqueó la lengua, molesta ante la estúpida conversación que estaban manteniendo y que no llegaría a ningún sitio, al menos no agradable.

Rodó los ojos, resoplando con cansancio a la par que apoyaba la mano libre sobre la colcha e inclinaba su cuerpo hacia atrás apenas unos milímetros. —Oh, venga, Ben— acabó quejándose —¿En algún momento hice algo contra ti? ¿Te entregué o algo parecido?— preguntó con una clara molestia latente en su voz. Aquel no era el escenario que se había presentado en su cabeza antes de abrir el cajón y tomar el espejo, pero tampoco se podía sorprender del mismos. Quizás no había grandes diferencias entre ambos, pero la más importante estaba demasiado presente. Él era un humano perseguido por el Gobierno mientras que ella era una bruja que trabajaba para el mismo, aunque sus ideales distaran de los estipulados. Y la realidad se convirtió en algo más tangible y latente con sus palabras.

El tiempo que estuvo allí había pasado; una parte de la rubia volvió a ser un poco más ella misma durante el tiempo que duró, pero la realidad se presentaba tal y como era. Apretó los labios, tragando la espesa y amarga saliva que no quería terminar de pasar por su garganta. —Supongo que estás solo porque has pensado que no era una buena idea hacer esto arriesgando a otras personas— comentó seguido de un carraspeo que acompañó de un movimiento destinado a levantarse de la cama. Infló una mejilla, luego la otra y volvió a regresar a la primera, alejando el espejo de ella y dejando que su mirada vagara por la habitación durante los segundos en los que su cerebro trataba de pensar en algo que pudiera hacer. Los azules ojos de la rubia volvieron al reflejo, entrecerrándolos al percatarse de algo detrás de él. Morir en su cumpleaños sonaba hasta poético, ¿no? Tomó la varita para ampliar el bolsillo de su chaqueta, guardando el espejo en su interior sin mediar palabra alguna. Cerró los ojos, respirando profundamente por la nariz y visualizando en su mente la información que le había dado, sintiendo un fuerte tirón que separó sus pies de la protección de su hogar.

No se percató de que iba descalza hasta que sus pies chocaron contra el frío suelo de la calle, justo frente a la fábrica, a la cual se apresó a entrar, mirando hacia ambos lados con desconfianza y con la varita fuertemente apretada entre sus dedos. Caminó con lentitud, mezcla de la incertidumbre y los calambres que el suelo le provocaba, hasta que lo vio. Entonces fue cuando aceleró para llegar hasta él, tomándolo de un brazo y tratando de arrastrarlo hasta una puerta que había visto tras él gracias al espejo. Cuando se hubo cerciorado de que no había nadie en el interior cerró tras ellos, murmurando un rápido fidelio. —¿Con suerte no te matarán en una semana?— preguntó en el mismo momento en el que se volvió hacia él, soltándolo al percatarse de que aún no había soltado su brazo. —¿Por qué insinúas tan a la ligera que te pueden matar? ¿No te das cuenta de que…?— se paró a mitad de una nueva recriminación, soltando todo el aire, el cual estaba quemando sus pulmones, en un fuerte resoplido.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Claro que no — contesto de inmediato, con cierta indignación a su poca capacidad de captar el sarcasmo. Sé que ella no va a entregarme, lo ha demostrado en todo este tiempo, pero eso no quiere decir que yo no pueda señalar que está volviendo a traicionarlos. O no, espero que ese no sea el caso, porque significaría que mi círculo volverá a achicarse y que una de las pocas personas que he conocido por años, sigue con vida y confío, se habría pasado de lado. Ni sé por qué siento que estoy complicándolo todo. Su expresión, al menos la que puedo divisar en el espejo, me dice que ella debe estar sintiéndose como yo. Hay algo que nos frena, que nos dice que esta conversación debería finalizar antes de causarnos más problemas, pero ella decide tomar el mismo riesgo — Si continúo por este camino, ya no tendré personas a las cuales arriesgar. No podía darme ese lujo — es la respuesta más calma y honesta que le he dado en todo lo que va de esta charla. No le digo que tampoco podía decirles que iría a hablar con ella, no después de todo lo que ha pasado, en vista de que hubiera generado un escándalo. De nuevo, volvemos a ser solo nosotros.

Cuando ella desaparece de mi campo de visión, sé lo que me espera. Guardo el espejo con manos rápidas y me bastan unos instantes hasta que ella entra por la puerta, echándole una ojeada a su atuendo, el cual no llego a señalar porque, por muy bajita que sea, me arrastra con una facilidad un poco alarmante. Hay cierta inquietud en mis ojos cuando me fijo en como ella nos encierra, receloso ante su varita pero cambiando toda expresión porque, como era de esperarse, no ha dejado pasar mi comentario. Me da un poco igual, esto es más fácil hacerlo cara a cara y tenerla de frente, después de no haberla visto desde que me capturaron, hace esto todo mucho más real — No me doy cuenta… ¿de qué? — insisto en su frase inconclusa, retándola a terminarla a pesar de mantener un tono suave, ladeando la cabeza con la mirada entornada — ¿De que todo se ha ido al carajo? Los dos lo sabemos bien, estuvimos ahí — han sido años de batallas y rumores, pero sé que no habrá marcha atrás después de lo que ha pasado. Explotar el ministerio de magia solo fue la excusa para iniciar una revolución que, hasta ese entonces, solo era un eco — Ari, algo enorme se está acercando. Nadie va a dejar que las cosas acaben así — el gobierno querrá eliminarnos, los rebeldes querrán terminarlo de una vez por todas. Las aguas se agitan, en ambos lados de la calle y siento que ninguno tiene un modo de evitar ahogarse.

Me sorprendo a mí mismo analizándola con una mirada escrutadora, tratando de encontrar algún daño físico que, por lo menos, yo no veo. Se ve tal y como la recuerdo, pero en esta ocasión no me atrevo a acercarme a ella, ni siquiera cuando sé que me gustaría poder darle aunque sea un abrazo — No puedo contártelo — digo simplemente, tratando de sonar más firme de lo que en verdad me siento — Pero los ministros están a salvo. No hemos tocado a nadie, solo queremos recuperar a los nuestros. Jamás tuvimos intenciones de provocar todo esto — marcharme es un anhelo cada vez más grande, pero sé que no lo haré hasta que Jamie Niniadis se encuentre bajo tierra y mi familia pueda verse a salvo. Y algo me dice que yo no seré el que esté vivo para verlo.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Destacaba por ser del tipo de persona que pensaba mil veces las cosas antes de decantarse por una opción. Barajaba pros y contras, y las repercusiones a futuro que sus actos podían tener tanto sobre su persona como sobre a las que quería. Pero no tenía ni la menor idea de la razón por lo que acababa siendo arrastrada, no cavilaba más de un par de segundos y decidía sin darle demasiadas vueltas al asunto. ¿Desde cuándo ella hacía aquello? No, la pregunta no era del todo correcta porque no lo hacía con todo el mundo; parecía ser que una parte de su juicio se nublaba cuando de Benedict se trataba, y, lo cierto, es que solo quería golpearlo por confundirla de aquel modo. Apretó la varita entre sus dedos, prensando los labios antes de volverse hacia él. No sabía, siquiera, en qué momento había cruzado por su mente la idea de que un fidelio podía solucionarlo todo cuando solo se trataba de un parche tratando de cubrir algo demasiado grande que no podía controlar ni abarcar.

Sus dedos se aflojaron y sus pies se movieron con impaciencia, subiendo levemente uno encima del otro. —De que puede dejar de ser una conjetura— contestó sin titubear cuando lo hizo. Aquella era la realidad. Todos aquellos que intervenían de algún modo en todo aquel caos podían acabar así, y no estaba dispuesta a permitir que sucediera. Si tenía que atarlo a algún sitio lo haría. Tragó saliva, guardando la varita en el bolsillo y cruzando los brazos bajo su pecho. Observándolo desde la distancia a la que se encontraban. Ni siquiera había pensado en si se volvería a repetir algo como aquello, tenerlo directamente delante; inicialmente por pensar que, realmente, todos habían muerto allí y, después, porque sabía que era un riesgo que no tenía que tomar. Ser una egoísta sin demasiado interés en su vida era una cosa, poner en riesgo a Marco y a su madre otra muy diferente. —¿Y no puedes alejarte de ello?— casi pidió en un susurro, suspirando con cansancio. —Nunca voy a poder ponerme del todo en tu lugar porque yo estoy en el otro lado— una muequita se dejó entrever en sus labios —, pero las cosas podrían empeorar. Si no estáis seguros de poder conseguirlo no hagáis algo que pueda tensar más la situación— ¿Qué no hicieran nada? Era demasiado fácil para ella decirlo. Estaba del lado de las comodidades, de la libertad y los derechos, pero ellos tenían todo lo contrario. Hasta ella misma se sentía avergonzada de lo egoísta que estaba siendo.

Recorrió la pequeña habitación con la mirada, percatándose de unas viejas y polvorientas cajas apiladas a un costado. No tardó demasiado en acortar las distancias con éstas, yendo de puntillas por miedo a pincharse con algo, y encaramándose con cuidado sobre las mismas. —No sé nada de los vuestros, creo que están en Defensa, lo siento—. No había indagado; prefería que su nombre no fuera apuntado o relacionado con ellos teniendo en cuenta sus antecedentes. Clavó los ojos en la puerta, dedicándole una mirada de soslayo antes de regresar a la puerta. —No creo que les hagan nada si vosotros tampoco lo hacéis— trató de tener un punto sin estar demasiado segura de ello. Jamás le había interesado la política, los bandos o los movimientos que pudiera haber entre ambos. —¿Cómo está Alice?— alcanzó a preguntar —No quería hacerle daño, me atacó de golpe y…— se rascó la frente. Realmente no quería hacerlo, todo fue tan deprisa que reaccionó directamente, no pensó un instante antes de defenderse, habría actuado igual contra cualquier otra persona; se activó aquel mecanismo de defensa que creía más que olvidado.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
La incredulidad se plasma en mis rasgos, tal y como si no hubiera podido digerir lo que me está planteando. ¿Que me aleje? No sé si creo en el destino, pero a veces tengo la sensación de que mi vida siempre me ha estado guiando al desastre. Uno tras otro, los eventos se han ido sumando en una secuencia que parece interminable y me han llevado hasta aquí. Sobreviví a los juegos, a la esclavitud, a un licántropo, un bombardeo y un atentado. No puedo alejarme si por alguna razón sigo en pie para ser testigo — ¿Se puede tensar más? — cuestiono con sorna — Quemaron al catorce sin ninguna provocación, no me hagas hablar de lo que Jamie me hizo cuando me sacaron de tu casa... — no es necesario que ejemplifique con las últimas bombas, ya nos hemos encargado de dejarlo bien en claro.

Ella se mueve, pero yo me mantengo en una distancia segura y me conformo con no perderla de vista. Intento no reírme de su esperanza, porque sé que tengo un ejemplo o dos sobre los métodos de tortura de su gobierno, pero no me atrevo a mostrárselo. ¿Por qué no? Es jueza, de seguro ha visto cosas peores. Supongo que sigue pesando más el lado que la ve como mi amiga que cualquier otra cosa — Si oyes algo, por favor... solo dímelo — no sé si su ignorancia es buena o no. Puede significar que aún no han descubierto ni destripado a nadie, o que se están manejando con total secretismo. Pueden ser ambas cosas.

No me espero que nombre a Alice o a su enfrentamiento, me descoloca los segundos en los que tardo en descomprimir la tensión en mis hombros — Lo sé. Lo vi — al menos, lo que captaron las cámaras. No pude juzgar a ninguna, las conozco lo suficiente como para saber que las cosas podrían haber sido diferentes. Sé del dolor que carcome a Alice desde la muerte de Murphy, Arianne solo debía defenderse. Con un suspiro de rendición, arrastro mis pies hasta inclinarme delante de ella, acabando en cuclillas — Está bien. Mejorará— esas heridas, por suerte, pueden sanar. Hay otras que no. Como las que abrimos cuando tuve la brillante idea de llevarla al catorce y prender la mecha que acabó estallando todo. Me atrevo a levantar la vista hacia ella, preguntándome qué diría si le pido que venga conmigo y deje ese mundo de hipocresía de una vez. En esta ocasión, no me atrevo. Hay cosas que empiezan a verse más claras y las acciones tienen más peso — Si nuestros planes salen bien, me centraré en buscar un sitio para que los míos puedan vivir en paz. Si salen mal... — no hace falta decirlo. Me fuerzo a sonreírle, aunque es un gesto algo nostálgico y apagado — Sea como sea, estoy seguro de que esta será la última vez que nos veamos. Solo voy a pedirte que me recuerdes como el mocoso de los muffins y no como... bueno, esto la sombra de un hombre que apenas y pudo consigo mismo.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
—No hacía falta ninguna provocación para que acabaran con el catorce— re debatió rápidamente. Si pensaba que la Ministra necesitaba una provocación, una razón, estaba más que equivocado. Ni si quiera se sabía cuánto tiempo había estado obsesionada con encontrar aquel lugar, incluso cuando las personas de a pie solamente querían vivir tranquilas, no se preocupaban por la existencia o no de un mito; la búsqueda continuaba. Tratar de buscar una provocación o una razón solo era una pérdida de tiempo. Acomodó las manos sobre el espacio de las cajas que quedaba a los lados de su cuerpo, frotando con los pulgares el astilloso material, moviendo la cabeza en una especie de asentimiento que no terminó de serlo por completo. —Dudo que me dejen, siquiera, acercarme al lugar en el que se encuentran— agregó bajando la mirada. Seguramente tenían un estricto control sobre ellos, sabiendo todas y cada una de las personas que los visitaran, estando éstas restringidas a la par que incomunicados, tratar de saber algo era casi imposible si no estabas dentro de un círculo concreto al que ella no pertenecía.

Limpió las manos en sus pantalones deportivos, dejándolas sobre las dobladas rodillas. Frunció lo labios, haciéndose un poco más pequeña en el lugar que ocupaba. Cualquier palabra que pronunciara sonaría como una excusa; una con la que disculparse ante los demás pero, sobre todo, consigo misma. Raspó la tela del pantalón con la uña de su pulgar, manteniendo la mirada baja hasta que su presencia se hizo lo suficientemente cercana como para obligarse a levantar la mirada hacia él. —Fui a buscar ayuda pero cuando volví ya no estaba allí— masticó el interior de su mejilla cuando terminó de hablar. Transitaban dos caminos completamente diferentes; en el pasado los unía un acontecimiento en común, uno tan fuerte que podría haber unido a cualquiera, pero el presente y todo lo que había ocurrido desde aquel entonces no hacía más que separarlos. Dos líneas paralelas que, hipotéticamente, se podían cruzar en el infinito.

Permaneció quieta, con la mirada fija en él pero sin mediar palabra alguna. Trató de esbozar una diminuta sonrisa que surgió más forzada de lo deseado. —Espero que salgan bien y puedas encontrar el lugar que te mereces, Bennie— pronunció estirando una brazo hacia él y desordenándole el cabello como gesto cariñoso. Su mano acabo descendiendo hasta apoyarse sobre su hombro y, antes de que se diera cuenta de ello, se inclinó hacia él para rodearlo con ambos brazos. —Sé que crees que tienes que disculparte por haber aparecido en mi vida, pero yo quiero darte las gracias— trató decir de seguido, permaneciendo con la barbilla apoyada en su hombro y con sus dedos tratando de alcanzarse mutuamente en su espalda —Gracias por haber traído de vuelta un poco de mí— susurró con un hilo de voz.
Arianne L. Brawn
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The sparks send the fire down the wire ✘ Arianne IqWaPzg
Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Ni siquiera sé por qué me molestaría en fingir asombro, encuentro muy propio de Arianne la idea de ir a pedir ayuda para la mujer que la atacó y me pregunto, muy en el fondo, si la Ari que conocí cuando era un niño habría tenido ese tipo de reacciones para con un enemigo, al menos en el campo de batalla. No pienso recordar detalles de su arena, ha pasado hace demasiado y no tengo razones para despertar memorias que prefiero mantener olvidadas — Pudo salir. No tenemos los mejores métodos o recursos, pero … — hago una leve mueca, no tengo intenciones de recordar los detalles de algunos de nuestros heridos. La mayoría poseía heridas un poco desagradables, no tengo que entrar en detalles sobre el estado de gente como Ava — sobrevivirán — no sé cómo, pero lo harán. No puedo permitirme el perder más gente.

El lugar que me merezco. ¿Debo tomar esto para bien o puedo regresar a las preguntas existenciales de lo que hice bien o hice mal? Si no entro en mi vena dramática y pesimista, es porque me toma por sorpresa su caricia, primero haciendo que me eche un poco hacia atrás, después para recibir por completo ese mimo inesperado pero sorprendentemente necesario. Tanto como ese abrazo, que me encuentra rodeándola con una suavidad poco propia de los tonos de voz que hemos empleado hace un rato y que me obliga a aferrarla con mayor firmeza, presa de la necesidad de un contacto que me recuerda que, al fin de cuentas, siempre volvemos a encontrarnos. Estuvimos ahí cuando éramos niños, estamos aquí cuando somos adultos, en medio de una fábrica que refleja tanto como nosotros cómo es que los años han pasado y se consumieron a su paso. Hay un cosquilleo agradable y curioso que responde silenciosamente a sus palabras, soy incapaz de decir algo que valga la pena y me encuentro cerrando los ojos con fuerza, tratando de no quebrarme. Porque es una despedida, no hay más caminos para los antiguos vencedores del distrito cuatro. Esas serán historias para la gente con memoria.

Lo lamento tanto… — ni siquiera sé por qué me estoy disculpando en primer lugar. Es mi inconsciente el que me traiciona cuando las palabras brotan de mí como si hubieran estado atragantadas en mi garganta durante una eternidad — Por todo. Por no haberte buscado cuando la isla estalló, por haberme enojado, por haberte metido en un problema que te joderá la vida… — mis manos se mueven entre su cabello, se aferran a sus mechones en un intento de hacerme con las mejillas que busco apartar, hasta poder tenerla frente a mí — A veces tengo la sensación de que arruino todo lo que se me acerca, tengo una manía increíble con cagarla — sin ir más lejos, mi vida a grandes rasgos es un desastre — No tenía por qué salpicar con mierda a los demás, ni siquiera a ti. No lo apruebo, lo sé, pero tenías tu vida armada y… ¡Mírate! — le aparto el pelo que yo mismo he colocado en su rostro, acomodándolo torpemente detrás de sus orejas y fuerzo una sonrisa desganada, llena de una congoja que ni sabía que se había acumulado — ¿Por qué mierda me sigues haciendo caso? — me río con voz ahogada, sacudiendo la cabeza sin poder creérmelo. Porque la han amenazado y aún así escucha mis ideas, como el estar en una fábrica, encerrados en un cuarto diminuto que nos separa de la realidad.
Benedict D. Franco
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Consejo 9 ¾
En su cabeza se había repetido mil y una veces el momento en el que el hechizo salió de sus labios. Con enfado. Con rabia. Casi se sintió como algo liberador. Y aquello era lo que le daba verdadero pavor. ¿Volver a quitar una vida? Lo cierto es que, por mucho que se tratara de autoconvencer de lo contrario, era algo que llevaba a cabo con demasiada frecuencia; habiendo convertido en habitual algo que nunca debería haberlo sido. Dejó que el aire se escapara por el pequeño espacio que restaba entre sus entreabiertos labios. Tuvo momentos en los que lo podía haber dejado, pero era lo único que la ataba a la realidad y la mantenía centrada, alejaba sus entrometidos pensamientos y ocupaba todo el tiempo leyendo informes o redactando sentencias; toda escusa era buena.

Hacía tiempo que no surgían de ella aquel tipo de gestos. No es que siempre los hubiera estado reprimiendo es que, directamente, si quiera los barajaba como una opción posible. Alcanzar a los demás, tratar de animarlos con una caricia o un abrazo eran acciones demasiado alejadas de su realidad, enterradas tan profundas que no recordaba cuando fue la última vez que las ejecutó con verdadera necesidad. El momento en el que Kyle apareció frente a ella no había podido pensar en otra cosa que no fuera abrazarlo y tratar de protegerlo de todo y todos; un instinto básico que pensaba extinto. Pero volvía a hacer acto de presencia. La rubia apoyó la barbilla sobre su hombro, rodeándolo en un tenue abrazo del que no quería deshacerse. Una desconocida y extraña sensación hormigueó en su estómago, instándola a que cerrara los ojos con fuerza. Su pecho se hinchó cuando tomó una profunda bocanada de aire; un aire que quemaba y picaba en su garganta. Carraspeó, queriendo aclarar su voz o, al menos, deshacer el nudo invisible que se había instaurado en alguna parte de su interior y la ahogaba. Estaba cansada de despedidas. Las personas que alguna vez le habían importado siempre acababan marchándose, aquellos en los que depositaba su confianza la traicionaban… se sentía totalmente impotente.

Las palabras no querían salir, por lo que permaneció en silencio, prensando los labios de tanto en tanto. Retiró la mirada en otra dirección cuando la separó de él, manteniéndola cerca por sus mejillas. Se sentía pequeña. No es que nunca se hubiera considerado alguien grande, pero se había acostumbrado a aparentar que era grande, tanto que, a la mínima que alguien se acercaba demasiado, acababa por revertirse en lo que realmente era.  —Sobrevivía— contestó a duras penas —, he estado todo el tiempo tratando de sobrevivir, no viviendo—. Tenía a su madre, su hermano, algunas amistades, un trabajo estable, una casa propia… muchos habían matado por la mitad de lo que ella tenía. Pero no significaba nada. Sentía la vida como una fase, una por la que tenía que pasar para poder avanzar a la siguiente. Quiso reír. Una pregunta a la que no tenía ni la más remota idea de cómo responder. Ante otras podían surgir una gran variedad, pero ante aquella no existía ninguna posible. Se inclinó hacia él, acercando su rostro tanto al contrario que casi podía sentir su aliento contra la piel. Bajó la mirada a sus labios, meneando la cabeza en cuanto consiguió volver a tomar las riendas, alejándose ligeramente. —No lo sé— contestó lentamente, separándose y frotándose el rostro con ambas manos. —No soy de las que complace a los demás, se arriesga ni va detrás de ellos— soltó un bufido —Pero, ¿qué es lo que me pasa para acabar siempre corriendo detrás de ti? Es como… si algo… simplemente no quisiera alejarse aunque sepa que debe hacerlo—.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Quiero reírme de ella, apenas es un reflejo de lo que suele ser mi risa — Creo que desde que nos conocemos, ambos no hicimos otra cosa que sobrevivir — le recuerdo. Éramos dos mocosos, pero la supervivencia fue un tema tangente en nuestra relación. El baile que nos colocó como pareja frente a las cámaras por unas horas fue solo la clase de fachada que siempre intentamos construir; ella, con una vida acomodada entre los mandatarios de este país, yo fingiendo que todo estaba bien en medio de la montaña, sin tener la posibilidad de aspirar a algo más que sentirme agradecido por seguir con vida. Me encuentro repentinamente con su rostro demasiado cerca del mío, hay una vocecita que me dice que debería romper la distancia ante la invitación de su mirada, recorriendo un camino de mi rostro que reconozco demasiado bien. No lo hago, pero sí relamo mis labios con lentitud, la suficiente que le da el tiempo a que se aparte de mí. Su voz es suficiente como para que mis ojos busquen reflejarse en los suyos, de un color tan similar. No sé qué es lo que provoca la extraña sensación en mi garganta y la inquietud de mi cuerpo, he estado cerca de otras mujeres, me han enloquecido y puedo ponerme a detallar exactamente lo que me ha gustado de ellas. Pero esto es extraño, porque estamos hablando de una mujer que me vio siendo un niño, que admite que iría detrás de mí a ciegas, a pesar de todo, incluso cuando conoce de mí los detalles más dolorosos. Porque siempre nos encontramos en las malas, como si el dolor fuese algo que debemos compartir — No tienes por qué hacerlo — susurro, soltando con cuidado el agarre y dejando que mis manos floten en el aire entre nosotros — Supongo que debe ser porque nunca tuviste un mejor compañero de baile… — la broma se sacude en una suave risa, esa que tuerce un poco mis comisuras. No puedo buscarle una lógica, jamás se me dieron esas cosas y el golpeteo atolondrado de mis latidos no me dejan ser racional. Que va…

Mis manos se apoyan en su cuello cuando mi boca se impone sobre la suya, presionando en un beso suave que me hace contener el aliento y largarlo lentamente en su boca. Apenas me despego, lo suficiente como para poder entornar la mirada y centrarla en los labios que no comprendo que he besado, quizá porque en su momento no se me habría ocurrido que podríamos terminar de esta forma. Levanto los ojos hacia los de ella, sintiendo el peso de mi respiración y una sonrisa temblorosa me cruza el rostro — Si será la última vez… — no sé si es una excusa, un modo de convencerla a ella o a mí mismo. Me da igual, porque reprimo una risa al buscar sus labios con más confianza y firmeza, impulsándola con mis manos para acercar su rostro. La suelto solo para rodearla con los brazos, porque si el mundo va a acabarse, si esto es lo que nos queda para una despedida, tomaré cada segundo.
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Consejo 9 ¾
Tenía la esperanza de que, algún día, llegara el turno de ellos. Su turno para poder vivir sin ver cada una de sus decisiones coaccionada por las personas que los rodeaban, las circunstancias o algo tan simple como la sangre. Porque allí estaban de nuevo, el uno frente al otro, después de tantos años. Cada uno con sus problemas, preocupaciones y secretos inconfesables pero, a fin de cuentas, sintiéndose como si el tiempo solo hubiera transcurrido amigablemente y siguieran siendo las mismas personas que antaño. Aquel pequeño pelirrojo que había tratado de consolarla antes y después de los Juegos, el mismo que seguía haciéndolo en el presente. Alzó la mirada, esbozando una tímida y fugaz sonrisa tras sus palabras. No alcanzaba a entender el calibre de las propias, el porqué de las impulsivas decisiones que tomaba cuando él estaba envuelto en el problema que se le presentaba. Ubicarlo como lealtad y amistad no terminaban de convencerla, pero tampoco quería escuchar la voz que lo catalogaba como algo más. —El destino es caprichoso— fue todo lo que dijo a la par que separaba sus brazos de Ben, apoyando las manos sobre sus piernas y retirando la mirada en cualquier dirección en la que él no ocupara parte del campo de visión.

Llevó la diestra hasta el bolsillo de su chaqueta, palpando éste en busca del espejo comunicador. Si querían acabar con aquello, no podía seguir teniéndolo con ella. Simplemente no quería seguir teniéndolo. Volvió el rostro hacia él teniendo una expresión interrogante el suficiente tiempo antes de sentir sus labios sobre los de ella, retrocediendo ligeramente en el sitio. Su mano quedó en el aire, tanteando el lugar donde el espejo se encontraba pero no consiguiendo encontrar un lugar al que ir. Dejó que sus ojos se encontraran con los de él, dejando entrever, con una sola mirada, la cantidad de emociones que estaban atenazándola. —También era la última vez cuando la Isla ardió, o cuando te sacaron del distrito cuatro— anunció con voz trémula, acercando sus labios a los contrarios cuando él volvió a acortar la distancia entre ambos. Sus manos se deslizaron hasta su pecho, entrelazándose con el cuello de su camiseta cuando la rodeó con los brazos. —Creo que esto es lo más estúpido que he hecho en años— reconoció separándose ligeramente de él para tomar una bocanada del necesario aire. Meterlo en su casa no tenía ni punto de comparación, era algo arriesgado pero que si se descubría concluiría; el hecho de haber dejado que se hiciera un lugar especial dentro de su cabeza era mucho más estúpido. Había ido hasta allí para cerrar las cosas, concluir un capítulo que, aunque no apartaría por siempre de su vida, debía tener un punto y aparte. Estaba desarrollando una extraña atracción por lo indebido, tabú o prohibido; y no de forma morbosa e intrépida, sino involuntariamente. Siempre había sido lenta con aquello, le había costado asimilar y aceptar qué quería hacer, y mucho más llevarlo a cabo. Pensaba mucho y actuaba poco. Alguien podría tirar la puerta abajo que no se percataría de ello, todos sus sentidos estaban centrados en él, no queriendo dejar escapar ni un segundo de su compañía.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Supongo que fueron muchas últimas veces — me burlo de nuestra propia mala suerte, de la cantidad de oportunidades que tuvimos para dejar de vivir y aún seguimos aquí, dando la única pelea que sabemos. Tampoco puedo unir dos hilos para decir mucho más que eso, mi voz tiembla y se pierde por las caricias que no esperaba recibir, no de alguien que siempre parecía poner cierta barrera entre nosotros, de un cauteloso modo de evitar que todo se volviera más peligroso de lo que ya era. O al menos, así lo tomé mucho. La declaración siguiente me hace sonreír, no sé si con gracia o con algo de resignación — Siempre puede ser más estúpido — lo sé, porque los labios vuelven a buscarse, porque mis manos se patinan por su espalda y su cintura con el cuidado de una primera vez, no muy seguro de qué es lo que recibe de mí, o lo que quedará atrás detrás de la puerta que ella misma ha sellado. No sé si esta habitación es un depósito, pero la luz ingresa sobre nuestras cabezas y me permite ver como su pelo rubio patina entre mis dedos cuando lo acaricio, abandonado sus labios al acariciar el contorno de su mandíbula con los labios, respirando un aroma nuevo, pero extrañamente conocido. Quizá, porque lo había sentido en otras ocasiones, pero jamás le había prestado mucha atención.

El revuelo de las cajas retumba cuando hago uso de mis brazos, mucho más largos y anchos que los suyos, para tirar de ella y moverla de su lugar. No confío en el cartón, sé que el suelo es mucho más firme y podrá refugiarnos unos segundos más. Su espalda choca el piso con la delicadeza que soy capaz, mi torso se impone sobre el suyo y puedo sentir como mi pecho respira contra el suyo. Pero no la beso, no ahora. Me dedico a acariciar su rostro, pasando mis dedos por el contorno de sus facciones, hasta presionar su boca con mi pulgar. Un gesto tan simple me basta para sonreír a medias, sintiendo el cabello que me cae sobre la cara no solo por su largo, sino también por colocarme de manera que puedo ver sus ojos en una misma línea — Esto es de lo más extraño — admito, en un murmullo que me hace reír un poco — Pero… planeo quedarme con cada segundo — me inclino, pidiendo permiso en un toque suave para volver a buscar su boca, una que planeo descubrir el tiempo que nos quede. El beso se vuelve más demandante, reconozco el toque de su aliento, de mi cuerpo presionándose contra el suyo en un abrazo que parece consumirnos el uno con el otro, como si no pudiese tener suficiente. Quiero pedirle disculpas por irrumpir en su espacio personal, en su vida, incluso cuando ella lo ha agradecido. Quiero que estos minutos se vuelvan eternos, me oigo quebrar la respiración en un jadeo y tiemblo. Mis dedos extendidos recorren el contorno de su torso, permitiéndome el descubrir donde acaban sus curvas y chocan contra mí, hasta que mis labios se entreabren sobre los suyos y arrugo el borde de su blusa entre mis dedos. Me obligo a mirarla, tratando de verla al apoyar nuestras frentes y sentir que no hay más aire que el nuestro entre nosotros — ¿Cuánto tiempo crees que tengamos hasta que alguien se meta aquí a buscar un lugar donde drogarse? — consulto en tono divertido, sonriéndome sobre su boca.
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Consejo 9 ¾
“Demasiadas”, quiso contestar. Pero sus labios habían encontrado un objetivo del que no se querían distanciar: los de él.  Demasiadas cosas habían sucedido entre ambos, y otras muchas a título personal. Jamás había pensado que llegaría el momento en el pudiera volver a disfrutar de la cercanía de otra persona, de su calidez. Como tampoco que él sería quien despertara aquel agradable cosquilleo cuando sus pieles se encontraban aunque solo fuera por un instante. Un escalofrío comenzó en un extremo de su cuerpo y recorrió todo éste hasta terminar en el opuesto, seguido de una risa pesada que escapó de su boca ante el crujido de las cajas por el peso que ambos estaban ejerciendo. Trató de acomodarse, moviéndose con cierta inquietud pero aprovechando la casual separación para alzar la diestra hacia su rostro, tratando de retirar a un lado aquellos desordenados rizos que no la dejaban verlo claramente. Dejó que su mano vagara por su perfil durante unos instantes, siguiendo con la mirada cada pequeño movimiento, hasta que regresó la mirada a él, fijando sus azules ojos en los también claros contrarios. Sentía como el aire, caprichoso, se quedaba atorado en su garganta, no dejando que pronunciara palabra alguna.

Un tenue jadeo escapó de sus labios, aprovechando el instante de tregua para deslizar lentamente las manos por su pecho hasta acabar apoyándolas contra su abdomen, entrelazando los dedos con el dobladillo de su camiseta. La situación era extraña, el lugar también pero, especial, se sentía extraño que ellos se hubieran visto envuelta en la misma. Arqueó la espalda para quedar más cerca de él, no queriendo dejar, si quiera, que el afanoso aire se interpusiera entre ellos. —Mmh…— masculló sobre los labios contrarios, tanteando con lentitud sus costados hasta acabar deslizando por su espalda, recorriéndola en sentido ascendente y descendente, tratando de abarcarla con las manos pero siendo incapaz de ello. —creo que hoy van a tener que buscarse otro lugar— aseguró girando levemente el rostro en dirección a la puerta. Puede que creara desigualdades, que fuera la brecha que había acabado separando a magos de humanos, pero nadie podía negar que existían situaciones en las que la magia era demasiado provechosa.

Su corazón latía tan fuerte y rápido que temió que, desde aquella distancia, fuera capaz de escucharlo. Los sentía resonar en su cabeza, y quería acallarlos. Tomó la iniciativa, separando su frente de la de él y siendo entonces ella la que inició el siguiente contacto entre ambas bocas. Un tenue beso que se vio acompañado del descenso de sus manos hasta la parte baja de su camiseta, atreviéndose a colar los pulgares bajo ésta y tirar levemente de su camiseta en sentido ascendente. Se separó ligeramente de él, esbozando una sonrisa más que culpable mientras terminaba de arrastrar la camiseta hasta sacarla por completo. Ni siquiera sabía qué estaba haciendo, sus manos y labios solamente reaccionaban a su contacto, queriendo poder chasquear los dedos y congelar el tiempo en aquel preciso instante. —¿En algún momento pensaste que nuestras acusaciones acabarían así?— preguntó tras unos segundos en los que se mantuvo delineando sus clavículas con los pulgares. —Venía más que dispuesta a golpearte— agregó alzando sus ojos y entrelazando su mirada con la de él. Esbozó una diminuta sonrisa que pretendía dilucidar inocencia pero no creía fuera capaz de transmitirlo en aquel momento.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
El recorrido de sus dedos por mi espalda, incluso cuando tengo la tela de la remera sirviendo de escudo, es suficiente como para que pueda sentir cierto calor allí por donde tocan sus caricias. Abuso de ese pequeño instante en el cual ella se fija en la puerta para presionar mi boca en su cuello y en su mandíbula, riendo contra su piel en un gesto confidencial que se pierde en el aire del pequeño cuarto — Me gusta esa idea — hay una fábrica enorme allá afuera, este espacio reducido será nuestro por un rato más. No es el lugar ideal para esto, puedo sentir el polvo y el frío del suelo, pero sé que hemos estado en sitios peores y soy incapaz de aferrarme a una lógica ahora mismo que me diga que esto es una mala idea. Somos solo nosotros, lejos de los niños que fuimos y mucho más cerca de los adultos perdidos que somos ahora, en busca de un centro que nos haga sentir algo nuevo en medio del desastre que nos tiene buscándonos el uno al otro. Y se siente tan bien…

Correspondo su beso, encontrándome con el tirón que busca desnudar mi torso y me olvido de las cosas que no ha visto de mí cuando se lo permito, ayudando a que la tela pase por mi cabeza y dejo que me la arrebate, encontrándome con una sonrisa que contagia a mis labios. Mis manos responden, colándose bajo su blusa y acariciando su vientre, antes de pasar por los costados hasta rozar el centro de su pecho, llevando consigo la tela hacia arriba por la intromisión. Mi atención, no obstante, está puesta en su rostro, frente al cual río suavemente — Podrías golpearme ahora, pero sería un poco extraño — declaro e interrumpo mi voz para inclinarme a robar un beso suave y corto de su boca — Jamás pensé que esto acabaría así, ni hoy ni antes. Creí que solo seríamos Ari y Bennie toda la vida — había simpleza en ello, pero no puedo negar que esta variante me gusta, tiene su propio encanto que me prohíbe el alejarme, como si cada segundo que paso tocando su piel me volviese adicto a ella. Es eso lo que me lleva a apartar la mano para tener la libertad de tirar de su prenda, despeinándola en el proceso de quitársela por la cabeza y lanzándola a un lado sin mucho interés.

No disimulo que paseo la vista por su piel al descubierto, encontrando cierta anormalidad en hallarnos en busca de la desnudez ajena. Me percato de que su pecho parece agitado como el mío y no planeo demorar más el impulso que tiene al resto de mi cuerpo ardiendo en un calor nuevo. Nuestras bocas vuelven a unirse, en un ataque que me lleva a saborear sus labios y su lengua, mientras mi tacto la recorre con locura, en busca de recordar cada detalle de su piel en cuanto salgamos de aquí. Uso una mano para empujar su rodilla y me posiciono sobre ella, buscando el espacio entre sus piernas para tener la comodidad de que nuestros cuerpos se rocen, abrazándola como si el dejar de hacerlo significase el quedarme sin aire y no al revés. Mis dedos tantean, se deshacen de su sostén con una facilidad poco común y mis besos se toman la libertad de descubrir su cuerpo, descendiendo por su torso junto a los suspiros que desfilan a sus anchas. Me descubro tirando de su pantalón hacia abajo al llegar a su borde y le lanzo una mirada que busca su permiso, aunque mis dedos se muestran atropellados cuando hago bajar la tela por sus piernas. Desnudarla es fácil, besar sus muslos es extasiante. Y para cuando vuelvo a encontrarme a la altura de sus ojos, es porque he sostenido sus manos y las presiono en el suelo, junto a su rostro, mientras mi cuerpo presiona el suyo y nos enroscamos con una bienvenida necesidad. Los segundos en los cuales la miro podría usarlos para decirle mucho, pero prefiero no hacerlo y busco su boca. Porque hay caminos que nos han llevado a desgracias, pero también me han dejado entre sus piernas, sus brazos y sus labios, donde podría dominar sus rincones por al menos un rato. Y todo estaría, por fin, en su lugar.
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Era algo inesperado y arriesgado, no entraba dentro de los planes establecidos, pero estaba disfrutando de cada instante protegido por aquellas cuatro viejas paredes. Seguro que habían visto demasiadas cosas en el transcurso de los años, mas no estaba segura de si aquello estaría entre sus recuerdos. Observó en silencio el desordenado cabello que había acabado luciendo cuando lo despojó de la camiseta, permaneciendo inquieta bajo él. Acariciando las yemas de los dedos las marcas de sus clavículas para ir ascendiendo con lentas pero firmes caricias por su cuello, mandíbula y acabar enredándose en su pelo. Simplemente no podía dejar sus manos quietas, dejar de observarlo con detenimiento y maravillarse. El aire abandonó sus pulmones, su estómago se contrajo y sus piernas temblaron levemente, aun así movió su cuerpo y alzó los brazos para que la prenda la abandonara. Tragó saliva con nerviosismo. Viendo cómo, segundos después, éste se disolvió por sus cercanas palabras. —Podría hacerlo— lo retó filtrando las manos entre ambos cuerpos, apoyándolas sobre el pecho contrario y tratando de empujarlo levemente hacia arriba pero cesando en su empuje para esbozar una diminuta sonrisa y depositar un fugaz beso en sus labios.

Sus caricias quemaban allá por donde se deslizaban. Provocaban un dolor que nacía en la parte baja de su abdomen y se extendía por su pecho hasta acabar muriendo entre suspiros y jadeos que no podía acallar más que enfrentando su boca con la contraria. Deslizó las manos hasta sus pantalones, tratando de tirar de éstos en sentido descendente pero fallando lo suficiente como para no conseguirlo. La presión de su cuerpo contra el propio la asfixiaba y hacía temblar, una sensación que no quería que la abandonara. Sus dedos se crisparon, clavándose ligeramente en los costados contrarios, cuando las caricias dejaron que ser un trabajo exclusivo de sus manos, siendo acompañadas por sus labios y consiguiendo que sintiera la necesidad de sujetarse fuertemente. El suelo estaba frío y algo picaba en su espalda, mas su cerebro no era capaz de articular nada que no fuera sentirlo. Cerca, lento. Un suspiro más largo escapó de sus labios, sintiendo el impulso de cerrar sus piernas cuando el aire dejó de ser capaz de descender hacia sus pulmones. Quiso llevar sus manos hacia el rostro contrario, viéndose incapaz cuando estas acabaron entrelazadas con las de él y apoyadas contra el suelo. Después vinieron besos, jadeos y suspiros acompañados de lentos  pero firmes movimientos sobrevolados por un silencio que ninguno de los dos quería romper. Todas ellas sobraban más  que nunca. Cuando decían que una acción valía más que mil palabras estaban en lo cierto.

***

El calor persistía en su piel, su respiración era acelerada y sus manos se mantenían acariciando su pelo con lentitud. Tomó una lenta respiración que hinchó sus pulmones. —Si tuviera que contar la cantidad de normas que acabo de infringir… tendría que condenarme a muerte a mí misma— anunció en un murmullo, fijando su claro mirar en lo que parecía una antigua y oxidada lámpara industrial que colgaba del techo de la habitación. Simplemente por hacer algo como aquello, por dejar que sus sentimientos surtieran tan a flor de piel que se habían acabado fundiendo con los de él. ¿Había condenado a alguien por lo mismo que acababa de infringir ella? La ironía dolía demasiado dentro de su pecho, y la avergonzaba tanto, que la obligó a removerse con incomodidad, incorporándose para quedar con las rodillas dobladas y el pecho escondido contra éste.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Su ayuda para desnudarme es bienvenida, lo tomo como el pase a poder sentir cada poro en busca se un opuesto, en una fricción que nuestras pieles empiezan a reconocer y demandar. Parece que falta el aire en la habitación, porque el sonido de nuestras respiraciones y nuestras voces clamando por el otro en susurros me llena los oídos, me empuja al borde de la locura en los minutos en los cuales nada parece tener importancia o sentido. Me encuentro en la impaciencia del deseo, reclamando la atención de su cuerpo con la impunidad de nuestro secretismo. Si tan solo algunas cosas pudieran durar para siempre...

Sé que mi respiración sigue descontrolada e intento encontrar el punto de calma en mis palpitaciones, pero es una tarea un poco difícil si todavía me arde la piel. Tengo los ojos clavados en el techo, me rascón ligeramente el pecho en un gesto pensativo, tratando de acomodar las ideas sobre lo que acaba de ocurrir ahora que la tormenta ha pasado. Trago saliva al escucharla y ladeo la cabeza para mirar su espalda desnuda alzarse frente a mí. No sé cómo reaccionar a lo que dice, pero es su modo de abrazarse a sí misma lo que hace que me apoye en un codo para enderezarme un poco — Hey... — busco su atención con una suavidad que no sé de donde sale, me inclino de manera que puedo besar su espalda y mis labios suben por su columna en besos calmos, mientras poso una mano sobre su brazo — Ni deberías pensar en eso ahora. No hemos hecho nada malo — pero sé que no es lo mismo para ella. La constitución en la cual se basa su trabajo condena esto, se mire como se mire. Me acomodo para sentarme a su lado y tomo una de sus manos, besando su dorso — Nadie elije por quien se pierde. Eso es algo que Jamie Niniadis jamás va a comprender. No ve cosas tan simples como esas, pero ese es su problema, no el nuestro — irónicamente me viene afectando hace años. No puedo ser amigo de su hijo, no puedo besar a su jueza. Fuerzo una sonrisa al levantar los ojos en su dirección y me inclino para regalarle un beso ligero — En lo que a mí concierne, me quedaría todo el día aquí contigo. Tienes prohibido el ponerte la ropa —bromeo, sonriendo sobre su boca. Sé que estoy hablando de imposibles, que mis compañeros empezarán a preocuparse por mí, pero ahora mismo tengo mis propias prioridades.
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Dobló las piernas, acabando sentada con los brazos rodeándolas y la barbilla apoyada sobre sus rodillas. Sus ojos se quedaron fijos al frente, escudriñando una fea mancha de humedad que cubría buena parte de la pared, sin contar con las incontables telarañas que cruzaban de un lado para otro. Quería mantener su mente distraída con cualquier cosa, por pequeña o insignificante que fuera, que consiguiera evadirla. Era la segunda vez que afrontaba un tipo de situación como aquella; difícil de controlar en el momento, pero mucho más con el transcurso del tiempo. No quería pensar en ello como algo de lo que se arrepentía, porque no lo hacía, pero, como siempre, pensaba demasiado y siempre de la forma más destructiva posible.

La repulsa  que la recorría cuando alguien la tocaba no tenía ni punto de comparación con el cálido cosquilleo que la recorría cuando lo hacía él. Había conseguido tener aquel tipo de efecto sobre ella, y no le molestaba en absoluto. Aun así prefirió no volver su mirada hasta él, permaneciendo en la misma posición y con sus claros ojos fijos al frente. —Sé que no es nada malo— contestó prensando los labios y apretando tanto los dedos en torno a sus piernas que comenzaban a tornarse de color blanquecino. —, pero no puedo evitar pensar que… puede que en estos años condenara alguien por algo similar. Aun sabiendo que no era algo malo lo hice. ¿Cómo puedo si quiera…?— negó con la cabeza, sentándose con la espalda recta pero cruzando los brazos sobre su pecho y doblando más las piernas hasta pegarlas a su cuerpo debido a la repentina timidez que sintió. Le bastó una rápida mirada para visualizar parte de la ropa de ambos, encontrándose en el camino con los ojos ajenos. —A ella le da igual, no le afecta en absoluto. En realidad el verdadero problema lo tenemos los demás— aguantó su mirada unos segundo más antes de inclinarse en su dirección y apoyar el perfil contra su hombro. —Tenemos que controlar nuestras palabras, ideas y sentimientos. Cada vez todo tiene menos sentido—. No es que lo hubiera tenido en algún momento, había sido una completa locura desde el inicio, pero sentía una ligera presión en el pecho que la hacía sentir mucho peor.

Sonrió también antes de colocar un dedo sobre los labios contrarios y alejarlo lentamente de ella. —Suena tentador… pero, a diferencia de a mí, seguro que alguien te está buscando— contestó manteniendo el dedo allí durante unos segundos más antes de que su corazón diera un súbito vuelco. —Mierda— dijo inclinándose en busca de algo que pudiera darle una leve idea de la hora que podía ser. —Había quedado con mi madre para celebrar mi cumpleaños— trató de explicar aceleradamente, tomando la camisa y poniéndosela sin perder tiempo en buscar un sostén que no sabía dónde quedaba. —¿Dónde…?— susurró tratando de encontrar sus pantalones cuando sus ojos dieron con ellos y trató de gatear para cogerlos y  volver a ponérselos. El peso de estos le recordó otra realidad en el mismo momento en el que sacó el espejo del bolsillo y lo tanteó entre sus manos.
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