The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La puerta del ascensor se abre y las luces blancas del subsuelo me hacen sentir que es mitad de la noche, a pesar de ser media tarde. Me acomodo la corbata por puro reflejo y doy el primer paso, abriendo la marcha a los dos aurores que vienen detrás de mí. Siento un extraño cosquilleo en la garganta y en la punta de los dedos, seguro de que tiene que ver con la ansiedad y no precisamente con los nervios. Estoy acostumbrado a los interrogatorios, pero después de tantos meses de búsqueda y dolores de cabeza, no puedo hacer otra cosa que sentir una curiosidad un poco extraña. Salgo de mi ensimismamiento cuando oigo una voz áspera que pronuncia mi apellido y giro la cabeza, notando como a medio camino nos hemos cruzado con un convicto que está siendo, posiblemente, trasladado de celda. No es hasta que escupe a mis pies que reconozco a un sujeto que he encarcelado hace unos dos años por un crimen menor, pero ni siquiera me molesto en contestar, más que con un levantamiento suave de una de mis cejas. Los aurores que lo arrastran se encargan de sacudirlo, lanzarle un hechizo y obligarlo a continuar su ruta. Nada fuera de lo común, considerando que ningún abogado, juez o parecidos podría tener muchos fanáticos en la prisión. Hoy no estoy aquí para ellos.

No han pasado siquiera veinticuatro horas desde que manejo esta información, pero no dejo de pensar que he perdido el tiempo esta mañana a pesar de haber revisado varios informes y grabaciones del atentado. Se siente como un peso incómodo en los hombros, desagradable, pero consistente. Aún así, puedo pararme bien derecho frente a la puerta blindada de la celda y ladeo el rostro en dirección al auror Claine — Quédate aquí, en caso de necesidad. Jack — me dirijo a mi otro acompañante, a quien tengo a mi derecha y tanteo dentro de mi bolsillo para chequear que aún tengo lo que busco. El anillo de Coco sigue en su lugar, tal y como estuvo todo el día — Sé que es un niño, pero tenemos que olvidarnos de eso por ahora — se me escapa la mueca de disgusto. Nunca me gustaron las torturas y los críos lloran, es una pésima combinación. Pero sin Riorden, alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Y este es urgente.

La puerta se abre cuando paso mi identificación y mi pulgar en el lente, por lo que queda al descubierto la habitación enteramente blanca, decorada solo por una cama simplona y un inodoro. Como de costumbre, nada de ventanas. En cuanto la puerta se cierra detrás de nosotros, me fijo en el adolescente que se acomoda en el lecho, tengo presente que sus movimientos son lentos y su rostro no se ve tan sano como en la fotografía de su archivo. Hay desconfianza en sus ojos, pero aún así mantengo la compostura y coloco las manos en los bolsillos de mi saco — Kendrick… ¿No es así? — pregunto, manteniendo la distancia — No sé si sabes quien soy, pero mi nombre es Hans Powell y soy el ministro de justicia de este país. Creo que tienes idea de que tú y tus amigos han hecho volar mi oficina hace una semana — aunque no esté de pie, me hago la idea de que es pequeño. ¿De verdad nos estuvimos quemando el cerebro por un adolescente enano? Si no hubiera visto las grabaciones, diría que es incapaz de dañar ni a una mosca. Pero sí he visto esas grabaciones — Te haré algunas preguntas y mi amigo aquí es muy bueno consiguiendo respuestas, así que te daré el consejo de que las respondas. La verdad salida de tu boca por medios naturales puede ayudarte mucho más que un veritaserum. ¿Está claro? — que no me lo ponga difícil, es todo lo que pido y eso que sé que estoy pidiendo demasiado.
Hans M. Powell
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Jack W. Tyler
Personal de Defensa
La semana de vacaciones que quería luego del atentado, se convierte en una de las mayores fantasías que podría haber tenido en mi vida. Sinceramente los últimos días habían sido el caos personificado y poco me faltaba para presentar la renuncia. De acuerdo, no; amaba  mi trabajo, pero si solo fuera hacer eso estaría más que contento de desempeñar mis tareas. En cambio, nos veíamos sometidos a interrogatorios y papelerío constante, además de que todo el personal esencial que no había caído en batalla parecía haber tomado posesión de la base. Limitar los accesos era cada día más difícil, y si alguien confundía el cuarto de evidencias con el baño, se convertía automáticamente en sospechoso de traición, comenzando una nueva ronda de interrogatorios y sospechas; y sí, más papeles.

Al menos Hans propone una alternativa, y si bien no estaba fanatizado con la idea de interrogar a un adolescente sin ningún tipo de restricciones, tampoco pondría excusas inútiles. Que no hubiese alcanzado la edad adulta no lo hacía menos terrorista o menos peligros y, si en algún momento me asaltaba una duda, solo tenía que recordar esa noche, las grabaciones del atentado, y que mi hijo podría haber sido una víctima de toda esa vorágine. Tal vez es por eso que cuando Hans me señala su edad, no respondo casi de manera automática. - Si más niños como él tuvieran esa capacidad de destrucción, esa noche no quedaban rebeldes en pie. - No es un niño en lo que a mi respecta.

Inspecciono la habitación cuando entramos, y tengo que reconocer que las grabaciones lo hacían parecer un poco más grande que la pulga que tengo delante, aún así no cambio mi resolución y me cruzo de brazos mientras Hans hace su trabajo. Tengo que admitir que debo contener una risa sardónica cuando destaca su oficina como si no se hubieran perdido decenas de vidas esa noche, pero entiendo su táctica y simplemente me limito a levantar los dedos que no sostienen mi varita para hacerle un saludo corto, desafiante y algo burlón. Habría que ver hasta qué punto eran esos “medios naturales” y qué tanto lo beneficiaban.
Jack W. Tyler
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Kendrick O. Black
Fugitivo
La manera que tiene mi brazo de colgar por el costado de la cama puede ser tanto de agotamiento como de dolor, todavía no decido cual. No tengo ni la más mínima idea de cuánto tiempo he pasado aquí, pero estoy seguro de que he bajado de peso y que jamás, en toda mi vida, me he sentido tan apagado. Hay heridas sobre más heridas, dolores que van más allá del físico y un extraño deseo por que todo se termine, para bien o para mal. Ya he optado por creer que nadie va a rescatarnos, que no tiene sentido que sigan postergando una ejecución que va a llegar en algún momento y, en alguna que otra ocasión, me pregunto qué van a opinar mis amigos sobre esto cuando se enteren. Ojalá pongas más bombas, para variar.

Siempre que las puertas se abren, me reciben las mismas caras. Ya reconozco a muchos de los aurores que me visitan, pero cuando entra alguien, en esta ocasión es diferente. Me doy cuenta de inmediato que sus prendas son mucho más costosas y estoy seguro de que ese cabello no se esconde jamás debajo de un casco del uniforme de seguridad. El sujeto que viene atrás se parece más a un ropero que a un hombre, pero aún así, no acabo de decidirme cuál de los dos es el que me da más mala espina. Intento incorporarme aunque sea un poco, pero me quedo quieto con los ojos yendo de uno al otro. Asiento para indicar que ese es mi nombre, pero estoy con algo más de interés puesto en cómo el tipo gigante me saluda y no puedo evitar disparar una ceja. Al final, me obligo a mirar al otro — Ya me han hecho todas las preguntas que se les puedan ocurrir — sentencio, volviendo a recostarme sin muchos ánimos de cooperar en algo que, sé, no tiene ni pies ni cabeza — De verdad, esto es una pérdida de tiempo para los tres. No tengo nada qué decirles, de veras.
Kendrick O. Black
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Al menos, puedo tener en cuenta de que Jack es de los aurores más sensatos y no tendré a nadie juzgándome después de lo que sucederá esta tarde; no necesito reproches cuando tengo una lista de problemas a solucionar. Lo que me sorprende es que el muchacho tenga el atrevimiento de contestarme de esa manera e incluso miro a mi amigo con las cejas arqueadas, guardándome el impulso de señalar al chico con la cabeza como si tuviera que chequear que ha escuchado lo mismo que yo. Acabo descartando eso como un problema y tironeo un poco de mi corbata, a pesar de que sé que se encuentra planchada y sin una sola mancha o pelo que pudiese afectar a su imagen — Si alguien en esta prisión tiene algo o no para decir, es algo que decidimos nosotros. Es como exprimir naranjas — me explico, tratando de usar el tono de adulto comprensivo con un niño de poca experiencia —  Siempre se puede sacar algo más de jugo hasta que hay que descartar la cáscara —  me encojo de hombros con la parsimonia de un hombre que no está hablando explícitamente de una ejecución, pero creo que no hay secretos aquí. Los tres sabemos cómo va a terminar esto.

No tengo intenciones de sacar la varita, solo me cruzo de brazos y acepto que sea Jack quien tenga la suya entre los dedos —  Tengo curiosidad sobre algunas cosas. Por ejemplo, supongo que ya sabes que no figuras en nuestros registros. No hay ningún dato en el cual destaque tu nombre, ni sangre, ni huellas, ni nada. Es como si… —  muevo una mano en el aire con la mímica y el sonido del “puf” hasta volver a cruzarla sobre el brazo contrario —  Hubieras aparecido de la nada. ¿No crees que es un poco extraño? — el tono de mi voz, fingidamente preocupado, se toma la molestia de demostrar una confusión que no siento, al menos no del todo — Quizá puedas ayudarme diciéndome tu nombre completo y tu lugar de nacimiento, para variar. Y sé que ya te lo han preguntado —  me apresuro, porque lo veo abrir la boca con obvia intenciones de reprochar —  Pero ellos no tenían a Jack —  es su trabajo, al fin de cuentas.
Hans M. Powell
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Jack W. Tyler
Personal de Defensa
No necesito ver la expresión en el rostro de Hans como para saber que piensa lo mismo que yo. Si hay algo que en verdad no soportaba era a los adolescentes impertinentes, mis padres me habían enseñado de pequeño lo que era respetar las leyes y las autoridades. Y literalmente el niñato este estaba en frente de quien era casi la ley misma en este país y creía que tenía el suficiente poder de decisión como para ignorarlo. Creía que tenía poder de decisión que era lo más triste de todo ese asunto. No sabía cómo lo habían educado, pero no había que ser demasiado inteligente como para saber que una vez que una vez que mis compañeros le pusieron las manos encima, pasaba a ser de nuestra propiedad. Y ni siquiera es que le estábamos dando un trato especial…

- Tienes que aprender a respetar a las figuras de autoridad, niño. - Me adelanto cuando Hans me da el pie a hacerlo, y ni siquiera abro la boca cuando pronuncio el “levicorpus” que lo levanta automáticamente del catre en el que se encuentra para dejarlo colgado de un pie. - Los rumores dicen que son una panda de salvajes. Pero tú no lo pareces. ¿Tal vez solo necesites despertarte? - Y lanzo un “aqua volatem” directo a su cara, procurando demorar al menos un minuto antes de deshacer los dos hechizos sin una pizca de delicadeza. Lo admitía, un maleficio imperdonable era más rápido, pero habíamos descubierto que luego de un tiempo el crucio dejaba de ser efectivo. No es que fuese posible acostumbrarse al maleficio torturador, pero cuando uno sabía de entrada lo que le esperaba…- Ahora tienes que ser un niño bueno y responder como corresponde al señor ministro. - No bajo la varita, y me quedo pendiente de su accionar, esperando que se incorpore y que, por su bien, haga caso y no sea tan idiota como su cara lo hacía parecer.
Jack W. Tyler
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Kendrick O. Black
Fugitivo
Y ahí van, preguntas que no puedo contestar. Una porque no la sé, la otra por cuestiones obvias de seguridad, aunque a decir verdad, ya no sé qué es lo que estoy protegiendo. Le dije la verdad a esa mujer, sé que ellos lo saben, sé que el distrito ya no existe. Pero decirlo llevará a otras preguntas, esas que me ligan a las personas que siguen a salvo y la manera que tengo de apretar los labios solo evidencia que no voy a cooperar, de nuevo. No llego a negarme, no esta vez. La habitación no tarda en darse vuelta y puedo sentir como la sangre se me sube a la cabeza, pero lo que me toma por sorpresa y me obliga a ahogar cualquier sonido es el chorro de agua que me da de lleno en la cara. La potencia es fuerte, suficiente como para sacudirme y obligarme a dar bocanadas de aire en cuanto se detiene, oyendo el golpeteo frenético de mi corazón por encima de su voz — Espera… — es una petición en vano pero que sale de forma automática, pero no sirve para evitar lo que sé que va a hacer.

La caída me tuerce al rebotar contra el colchón, pero la cama no es tan resistente y mi cuerpo acaba por caer al suelo, con un sonido algo más sordo del que esperaba. Mis manos pican al haber intentado sostenerme y fallado en el intento, porque mi mentón raspa contra el piso y tengo que recordarme cómo respirar después de ese breve instante en el cual se me corta el aliento y el corazón se salta un latido. No me levanto, pero mis ojos buscan alzarse en dirección al barbudo, porque lo tengo más cerca y su varita es más amenazante que la labia del otro — Debe ser triste ser un perro faldero que sigue órdenes de estas personas — es tonto mofarme, lo sé, pero no me contengo — No tengo apellido. No sé quienes son mis padres. ¿Eso es suficiente o necesitan algo más? Ya se los dije: no tengo nada que les sea útil. Y lo poco que sé… — sacudo la cabeza — No voy a venderlos — si me van a matar de todas formas, no tiene sentido el abrir la boca ahora.
Kendrick O. Black
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tengo que contenerme, pero mi rostro amaga a fruncirse en desagrado al compadecerme por lo mal que debe sentirse el tener un chorro de agua en plena cara cuando estás colgado del talón. No voy a quejarme, al fin y al cabo, esta es la razón por la cual Jack está aquí. Lo que no me espero es que se burle del auror y creo que mi cara demuestra cierta indignación, no me sorprendería que se gane un castigo extra tan solo por esas palabras y yo no voy a ser quién se oponga a eso. Con resignación y un suspiro que busca cargarme de paciencia, cruzo la habitación y me pongo de cuclillas junto a él, tomándome el atrevimiento de apartar algunos mechones mojados de su frente y echarlos hacia atrás, tal y como si se tratase de una caricia de consuelo — La ministra Leblanc declaró que te presentaste como el hijo de Echo Duane y dijiste que provenías del distrito catorce, lo que es muy curioso, porque revisamos tu sangre y no coincide con las antiguas muestras en las identificaciones de Duane — sé que son registros de hace años, pero siguen siendo fieles. Aparto mi mano y ladeo la cabeza, tratando de verlo mejor — Lo que dijiste en batalla se contradice con las pruebas que tenemos y con lo que sueltas en los castigos. ¿Por qué es tan difícil aceptar que es mejor hablar y evitarse el sufrimiento, cuando el resultado siempre será el mismo? ¿Es tan importante el proteger a personas que han huido y te dejaron atrás?

Tomo aire, inflo mi pecho y lo suelto con fuerza. No voy a perder mi tiempo con respuestas repetidas, así que busco en mi bolsillo y sujeto el anillo justo delante de su nariz. Más limpio de lo que estaba antes, pero igual de viejo y consumido por el tiempo. El diamante sigue faltando, los rayones siguen estando, eso es lo que importa — Si no vas a decirme nada sobre el catorce, al menos quiero que me digas si reconoces esto — sé que mis ojos se oscurecen, hay una ansiedad un poco más personal en esto — ¿Conoces a alguien llamada Cordelia Collingwood? — sospecho que Jack va a empezar a atar cabos por su cuenta, pero no voy a ponerme a dar explicaciones justo ahora.
Hans M. Powell
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Jack W. Tyler
Personal de Defensa
Las cejas se me disparan contra la sien ante su comentario, y no sé si el pendejo es muy valiente o muy estúpido. Siendo auror “perro” es uno de los apodos más comunes que se nos daba en determinadas situaciones pero, lejos de importarme, había aprendido a tomármelo casi que como un cumplido. Cualquier perro faldero tenía más integridad en su hocico que las personas a las que apresaba en todo su cuerpo. Seguir órdenes eran parte del trabajo, y no era denigrante bajo ningún aspecto. Seguir órdenes es lo que daba orden a la sociedad, y me sentía orgulloso por eso.

Observo en alerta como Hans se acerca al muchacho y quedo al pendiente de que no se le pase por la mente hacer nada estúpido. No es que tuviese los medios para hacerlo, pero con estas criaturas uno nunca podía estar cien por ciento seguro. Nada de lo que le aclara me suena extraño ya que había leído el reporte de la ministra, tanto así como las entrevistas que fueron mantenidas con él incluso antes de que Hans se acercase a pedirme que estuviera en todo esto. Lo que sí no me esperaba es que saque un objeto del bolsillo y se lo enseñe con ímpetu. ¿Qué? ¿eso es un anillo? Tengo que entrecerrar los ojos y afinar la vista, tratando de no darle la razón mentalmente a Rose cuando dice que necesito gafas.

¿Por qué es que ese nombre me suena tan familiar? Cordelia, Cordelia… Oh. ¿No era la tipa que estaba con el hijo del presidente? ¿Qué tiene que ver con el niñato este? ¿Estaba viva? El niñato se demora en contestar, pero no puedo leer su expresión gracias a que Hans se encuentra delante. La tensión en el ambiente se empieza a sentir, y apuro mi varita emitiendo un “depulso” silencioso. - Contesta de una vez a lo que te preguntan.
Jack W. Tyler
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Kendrick O. Black
Fugitivo
Mis ojos se cierran con intenciones de que no puedan ver la bronca, porque sé lo que he dicho, sé lo que no y también sé que nadie ha venido a buscarnos, a pesar de que me había hecho esa idea después de hablar con Kennedy. Tengo que recordarme que es egoísta exigir algo como eso, que no puedo culparlos por huir como yo sé que también lo hubiera hecho… ¿O no? Mi segunda reacción es mover la cabeza, tratar de alejarme de cualquier tacto que finge ser gentil a pesar de que no se lo confío, pero la voz sigue y me pregunto si este tipo alguna vez cerrará la boca. Pero entonces, algo cambia. Levanto la mirada y me encuentro con algo que no me esperaba, un brillo dentro de la luz artificial. Yo he visto ese anillo, pero reconocerlo me toma segundos, porque nunca lo había visto tan limpio.

Siento que el alma se me va del cuerpo y estoy seguro de que mis pensamientos se congelan en segundos. Si aún poseía color en el rostro, apuesto a que lo he perdido. Y no reacciono, quizá soy demasiado lento, porque el hechizo me golpea y me echa hacia atrás, haciendo que me estrelle contra la cama, cuyo ruido metálico retumba en la celda con el quejido de mis labios — No conozco a Cordelia Collingwood… — mascullo entre dientes, estoy seguro de que la mandíbula me cruje — pero he oído ese nombre. Una mujer en el mercado me lo dijo, eso es todo. No tengo idea de quién es, de verdad — si no la conozco, no me preocupa. Pero Lara sabía, algo tenía en su cabeza cuando me soltó esas palabras y siento que estoy siendo demasiado lento para comprender — Solo le di ese anillo a cambio de comida, luego me dijeron que era de mi madre, que murió cuando yo nací. Por favor… — creo que se me quiebra la voz, más por el cansancio que por miedo. Solo quiero que pare, se me delata en el detalle de que tengo que pestañear para ver el rostro que tengo delante porque las lágrimas de agotamiento me empañan la visión — No sé qué es lo importante, pero es lo único que sé. Quizá deba buscar a la mujer del mercado y preguntarle a ella — pero si el anillo está aquí, se me hace que ya la han encontrado.
Kendrick O. Black
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
El sonido del golpe me toma desprevenido y el hechizo apenas me despeina, pero aún así sirve para que enderece un poco mi postura. Para mi no tan gran sorpresa, el muchacho habla y eso hace que levante una mano en señal de que Jack debe detenerse y no atacar, porque tengo que procesar la información. Si Kendrick no sabe quién es su madre, si no tiene idea de quién ha sido Cordelia Collingwood, significa que no sabe quién es él. Por otro lado, esto me confirma que Scott no estaba errada al respecto y sí había encontrado al chico correcto, lo que me deja cierto sabor amargo en la boca. No voy a pensar en cómo ella se ha acobardado, no cuando justamente el chico es quien la saca a colación — Oh. ¿Hablas de Lara Scott? — parpadeo como si fuese una sorpresa, aunque los dos sabemos que es puro teatro — Ella trabaja para mí. ¿De dónde crees que saqué esto? — es un poco sucio, la verdad, incluso cuando sé que gran parte de lo que digo es verdad. No voy a decirle que ella lo ha defendido, no tiene por qué saberlo. Siento que me perjudicaría más que otra cosa y no le incumbe, para empezar. Es algo que yo tengo que solucionar con ella — Tu madre murió en el parto, ¿es eso lo que me dices? — vuelco la conversación una vez más en lo importante, basta un movimiento de su cabeza para que sepa que puedo atar al menos unos hilos en esta historia, algo desalentadora.

Cordelia Collingwood llegó al distrito catorce y su hijo nació allí, oculto del mundo, donde lo dejó al morir. Y el chico es un ignorante, no seré yo quien le dé esa arma. Pero sí hay algo que puedo decirle — Collingwood huyó embarazada hace años y nadie supo de ella. Casualmente, llevaba este anillo consigo— observo la joya como si fuese la cosa más aburrida de toda la habitación y me pongo de pie — Echo Duane no es tu padre — no es una pregunta, solo busco que me lo afirme. Que me sostenga la mirada sin decir ni una palabra lo hace — Supongo que es una pena que no hayas tenido a alguien que te enseñe a no confiar en extraños — un golpecito de mi dedo basta para lanzarle el anillo en la cara, lo oigo rebotar contra el suelo y girar hasta que acaba por caer. Premio consuelo, para variar.

Me sacudo el inexistente polvo del traje y me giro hacia Jack, tratando de mostrarme impasible, aún cuando sé que saldré de aquí con un puzzle que completar — Quítale la información que puedas. Integrantes del catorce, si ha oído sobre Stephanie Black — no me molesto en mirar al chico, sé que lo tengo a mis espaldas y prefiero ignorarlo. Si no lo veo, es más difícil imaginarme lo que vendrá después — No importa el método, ya lo sabes. Firmaré los papeles para fichar la ejecución puertas adentro, así que tienes un aproximado de dos días — paso por delante de mi colega y la puerta de la celda se abre para mí, aunque mis pies se detienen. Hay algo que quiero decir a pesar de que lo desconozco, pero me lleva a girarme a medias para enfrentarme al muchacho, que sigue en el suelo. No puedo lamentar su destino, porque sé que es lo correcto, pero aún así sé que hay algo escandaloso en esto, al menos dentro de mi mente. Acabo sacudiéndome esos pensamientos con un balanceo de mi cabeza y salgo, dejando que toda duda quede dentro de la celda y, con la puerta cerrada, me apoyo contra la pared. El bufido que suelto parece querer barrer toda la presión, tengo que pellizcarme la sien para relajarme. Esto debería ser el punto final, no tendrían que existir más complicaciones. Y me obligo a arreglarme el saco, pasarme una mano por el cabello y a alejarme con paso seguro, porque sé que es el mejor semblante para recibir toda la porquería que vendrá a continuación. Al fin de cuentas, es el camino que he elegido.
Hans M. Powell
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