The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Esto es, indiscutiblemente, lo más patético que he hecho en mi vida y eso que tengo una larga lista de ridiculeces para reprocharme. Como no he podido comunicarme de verdad con ella, he decidido hacer uso y abuso del contacto de mi hermano para poder saber dónde ir a parar cuando se trata de buscar a una mujer con la que salí hace un tiempo, solo con intenciones de que sus cosas se encuentran enteras y en orden después del atentado que sacudió a la ciudad donde ella vive. Como si eso fuese suficiente como para empujar mi orgullo a un lado, tuve la brillante idea de preguntarme qué haría Eugene en mi lugar y he terminado con un ramo de flores en la mano y una caja de bombones bajo el brazo, recitando un montón de disculpas y excusas que sé que no servirán de nada porque no tenía razones para presentarme a su puerta, salvo las de ser un paranoico de mierda. E igual así…

Tengo suerte de que una señora que vive en el mismo edificio es lo suficientemente amable como para dejarme pasar en cuanto le digo a qué piso voy y, para cuando estoy en el pasillo, me pregunto si no me estoy pasando de la raya. Es media tarde, quizá ella está ocupada disfrutando sus últimos días de vacaciones o, tal vez, ni siquiera se encuentre en casa; según las noticias, su hermano salió herido y no sé cómo funciona su relación como para adivinar si está haciendo de su niñera o no. Han pasado ya unos días, pero eso no quiere decir que ella se encuentre libre de cualquier responsabilidad fraternal. Bueno, ya estoy aquí, no puedo darme la vuelta y desaparecer solo por un arrebato de cobardía. Toco el timbre de su departamento, ruego no equivocarme de letra y trato de arreglarme el cabello con un manotazo que solo lo pone aún más de punta. En cuanto oigo los pasos, me recuerdo que no puedo darme la media vuelta.

La puerta se abre y la cabeza de Phoebe aparece justo cuando alzo con rapidez los regalos que he traido — ¡Lo lamento, sé que es una estupidez y no sé que estaba pensando! — me aclaro atropelladamente y le estampo los bombones, poniendo las flores encima de los mismos — Solo quería saber si estabas entera, si necesitabas ayuda y… Olvídalo. No quería venir con las manos vacías — al menos no compré el globo, eso me pareció demasiado.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Con todo lo ocurrido en los últimos días, apenas he tenido tiempo de pisar por mi casa más de lo necesario. Eso incluye dormir y pasar para ducharme. Por lo demás he estado prácticamente viviendo en el hospital, acompañando a Meerah a que vea a su padre y pase tiempo con él ahora que su madre ha desaparecido del mapa y la responsabilidad de cuidarla mientras Hans se recupera recae directamente sobre mis hombros. No falta mucho para que le den el alta a mi hermano, lo cual honestamente creo que han dejado alargar para que tenga tiempo de descansar antes de todo lo que se le va a venir encima en el trabajo. Cualquiera diría que con lo que pasó se habría ganado unas mini vacaciones para estar con su hija y despreocuparse de la situación, pero supongo que cuando la justicia llama a la puerta no puedes simplemente ignorarla.

Afortunadamente son pocas las veces que he tenido que visitar un hospital, y con solo un par de días de ir y venir siendo tan solo la visita, he declarado que no es uno de mis lugares favoritos para pasar el rato. Y la verdad es que yo no puedo quejarme, porque dentro de lo que cabe mi hermano está bien. Los que no pueden decir lo mismo son la cantidad de familias que comparten planta con la mía y que cada día sufren por no saber si sus seres queridos van a seguir adelante. Creo que eso es lo que más está afectando a mi humor con cada hora que pasa, mientras me paseo por los pasillos con un café en las manos en el tiempo que salgo de la habitación de Hans para tomar el aire. Se respira un ambiente cargado de angustia y desconsuelo en las caras ajenas, hacia las cuales no puedo evitar sentir una pena inmensa por su pérdida. Por eso agradezco cuando veo a Lara aparecer por la puerta, lo cual significa que puedo ir a casa a darme una ducha mientras ella se queda a cuidar de tanto Powell senior como junior.

Sentir el agua fría sobre mi piel tiene un efecto calmante que ayuda a relajar mis músculos después de haberme pasado la tarde sentada en una silla incómoda. Me demoro más tiempo del necesario en lavarme el pelo y extender el gel por mi cuerpo, y dejo que el pelo rizoso y empapado caiga por mi espalda una vez me visto con ropa cómoda. Apenas pongo un pie fuera del baño cuando escucho el timbre de la puerta. No me da tiempo a reaccionar a la persona detrás de la misma que me estampa tan rápido como la abro una caja que no alcanzo a diferenciar que es y el olor de unas flores me atraviesa la nariz. – ¿Qué…? – Alcanzo a decir rápidamente, apañando los objetos entre mis manos con temor a que se caigan por la fuerza con la que me han sido lanzados. – ¿Chuck? ¿Qué narices es…? – La situación es tan ridícula que se me escapa una risa. – Oh… ¿esto es para mí? – Me cuesta un minuto abarcar el por qué tengo una caja de bombones y un ramo de flores del tamaño de mi cabeza entre las manos, pero cuando lo hago, creo saber por qué es. – ¿Todo esto es por lo que pasó en la fiesta? - ¿Cómo le digo que estaba en el sofá de mi casa cuando ocurrió sin desmoronar su preocupación? Bueno, allá voy. – Técnicamente nunca estuve allí, ¡pero es un bonito detalle! – Reconozco, porque de verdad que lo es, y aunque esté bien y no necesite de nada de esto, lo agradezco. Me percato de que estamos montando un buen espectáculo en el pasillo, de manera que de espaldas al interior hago un gesto con la cabeza a falta de manos para que tenga la oportunidad de pasar.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
No sé cómo contestar a su sorpresa, agitar mis manos en el aire como si de esa manera pudiera excusarme no parece suficiente. Veamos, yo no tiendo a hacer estas cosas, en parte porque no tengo dinero de sobra para conseguir chocolates y por otro lado, porque tampoco hay un verdadero interés en ello. Que sus palabras solo me confirmen que estaba siendo un exagerado me llenan de una incómoda vergüenza que me obliga a rascarme el pecho con incomodidad, tratando de no mostrarla demasiado en la sonrisa que fuerzo a aparecer — Bueno, eso es un alivio. En la televisión se vio horrible — me desinflo un poco al suspirar y tomo su invitación con rapidez, me meto dentro de su departamento y cierro la puerta. Al menos, nadie en el pasillo verá lo bochornoso que ha sido que caiga en su casa cargado de regalos con intenciones de … bueno, ni yo sé cuales, con tal de verla mejor por un accidente que jamás tuvo lugar. Al menos, no para ella.

No me contengo y analizo el lugar con una rápida mirada, parece mucho más decente que la habitación mugrosa que yo mismo ocupo en el once y la cual compartíamos algunas noches. No voy a decir nada al respecto, creo que ya dejamos en claro que eso no es de mi incumbencia — Si no te gustan los bombones, siempre puedo llevármelos — intento quitarle un poco de cursilería al asunto y meto las manos en los bolsillos de mi pantalón, regresando la mirada hacia ella. En efecto, se ve bien y sin ningún rasguño; maldito Eugene, me ha contagiado de sus exageraciones — Oí con tu hermano estaba en el hospital. ¿Cómo lo llevas? — paso de preguntarle si se encuentra bien y espero que no lo note, disimulándolo en otra pregunta. No es de mi incumbencia la vida de los ministros, ni siquiera la de mi madre, cuya salud ni siquiera he chequeado.

Hundo un poco más las manos en el sostén que me brindan los bolsillos y me balanceo, sintiéndome fuera de lugar en su limpia sala de estar. Bueno, si está vivita y coleando, no tengo nada que hacer aquí — ¿Estás ocupada? No quiero… estoy seguro de que tienes cosas que hacer y yo solo vine a importunar. Lo lamento — aclaro y saco una mano para rascarme detrás de la oreja en un gesto incómodo — Si quieres, puedo marcharme. No sé por qué me tomé estas libertades. No es como si… — ¿Tuviera un derecho? Pasamos mucho tiempo sin vernos, no sé por qué me ha surgido una preocupación nacida de no sé dónde, quizá de nuestro último encuentro. Da igual, espero que no me malinterprete.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Tengo que reconocer que no me esperaba esto. Charles no es un tipo que se moleste a menudo por estos detalles, o al menos no cuando aún estábamos juntos, lo que me lleva a pensar si se trata de un cambio repentino en su personalidad o si simplemente se sintió con el deber de hacerlo. Sea como sea, las flores huelen bien, y el chocolate siempre resultó una debilidad para mí, así que tampoco me quejo. – ¿También viste la retransmisión? – No sé por qué lo digo con tono de sorpresa, quizá porque no esperaba que las noticias llegaran al norte tan deprisa, teniendo en cuenta que son pocos los lugares de ocio que pueden permitirse tener una televisión. – ¿Cómo…? ¿Cómo se tomaron el ataque en el once? ¿Tú sabes de alguien que pueda haber…? – Formulo con cautela pero sin atreverme a terminar la pregunta. Sé que él no haría daño a nadie, por eso no pongo en duda que no ha tenido nada que ver, pero sé que hay gente en el norte con ideas muy radicales al respecto.

Me dedico a husmear las flores asomando la nariz por el ramo en lo que cierra la puerta. Son bonitas, y aunque en sí no haya hecho nada por merecerlas, se siente bien recibir este tipo de detalles. – Me gustan los bombones. – Reafirmo, dirigiéndole una sonrisa algo tímida al no saber muy bien cómo reaccionar. ¿Cuándo fue la última vez que alguien me regaló chocolates por puro desinterés? Creo que jamás. En su momento nuestra relación nunca se basó en esta clase de afecto, principalmente porque el dinero en el once es algo que se valora bastante y tener el suficiente como para comprar algo así significa que llevas una vida acomodada. Cosa que no era el caso. – De veras, no tenías por qué, de seguro te habrá costado más de lo que merece… – No es por sonar desagradecida, pero no me gustaría pensar que se ha quedado sin comida por una semana solo por darme el gusto.

Poso las flores junto con la pequeña caja sobre el aparador de la entrada de momento, luego ya tendré tiempo de colocarlas en un jarrón de agua para que no se marchiten. – Mejor ahora que ya van a darle el alta, ha tenido bastante suerte. Solo me alegro de poder dejar de vista las salas de hospital, pueden resultar muy agobiantes a veces. – Una experiencia me basta para saber que no quiero volver a pisar sus suelos hasta dentro de mucho tiempo, a ser posible. – ¿Tus hermanos están bien? – Sé que al menos uno de ellos vive en el capitolio porque no es la primera vez que Charles se ha quejado de que él mismo quiere que se venga a la capital, pero no estoy al tanto de si estuvo alguno de los dos o no en la fiesta. Por su actitud deduzco que se encuentra bien, aunque nunca está de mal preguntar.

¿Estás de broma? Me alegro de que hayas venido, solo siento que haya tenido que ser de esta manera. – Y como si temiera que fuera a escaparse por la puerta si no lo hago, le atajo del brazo y lo invito a pasar al salón. Que no es que esté muy lejos porque la cocina y la sala de estar se encuentran en la misma habitación a forma de espacio abierto. – ¿Puedo ofrecerte algo? Hace unos días que no voy a comprar, pero creo que aún queda algo para beber. – Le digo mientras le hago un movimiento con la mano para que se siente en el sofá. Con todas las visitas al hospital se me ha olvidado rellenar la nevera, lo que me recuerda que jamás volveré a comer comida de hospital mientras pueda evitarlo.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Por mi cara, espero que sepa que no la vi-vi, sino que más bien fue un accidente — Estaba en la taberna cuando sucedió. Ya te imaginarás cómo es que han reaccionado todos. Fue un desastre — nadie podía comprender lo que sucedía, muchos gritaban con espanto, otros simplemente decían que se lo tenían merecido. Me sorprendió ver que muchos se debatían entre opinar al respecto o simplemente quedarse callados, a sabiendas de que puedes odiar mucho a un puñado de personas sin desear que cientos de inocentes paguen por ello. Intento encogerme de hombros para no hacer de esto un espamento, en especial porque sé que estoy manteniéndome alejado de todo el lío rebelde como para saber a ciencia cierta de dónde ha salido eso — Rumores, ya sabes que la gente ama hablar incluso cuando no tienen idea de nada. Ya nos enteraremos cuando enjuicien a los capturados — de los cuales tampoco han soltado mucho, para variar. ¿Y por qué tengo la sensación de que va a ser uno de los juicios más importantes de este gobierno, por no decir el más?

Verla sonreír me relaja un poco, al menos me siento un poco menos patético y puedo responderle de la misma forma — No te preocupes, tenía algo de dinero guardado de una apuesta… no importa — no voy a ponerme a hablar de ese tipo de cosas, no en este momento dónde importan otras. No sé cómo sentirme al respecto de que su hermano esté saliendo del hospital vivito y coleando, supongo que debo alegrarme por ella y, además, el sujeto no me ha hecho nada personalmente. Sí, puedo encontrar su reputación en la justicia como algo desagradable, pero más allá de eso, no tengo opinión — Me alegra saberlo. Ambos van a poder descansar, debió ser horrible — acabo diciendo, creo que justo y conciso. Al menos la siguiente pregunta me hace sonreír más ampliamente — Los dos, sí. Ninguno asistió, así que puedo decir que tengo una familia completa — o, al menos, casi. Mi madre biológica no cuenta.

No llego a hacer mucho porque no se demora en tomarme del brazo y me veo guiado hasta el sillón, tratando de no ser tan obvio con mi inspección del lugar. Nada mal para una chica que vivió en la calle — No es necesario, aunque… — me rasco la nariz con los nudillos y le dedico una sonrisa tímida, acomodándome en el sillón — Hace mil años que no tomo café. ¿Tienes? — es un lujo, uno de los que no acostumbro a darme en el once. Creo que nadie, a decir verdad. Con todo, me siento obligado a agregar — Phoebe, sé que suena un poco… desubicado. Pero si necesitas ayuda, con lo que sea… — hago unos chasquiditos con la lengua en un intento de encontrar un modo de expresarme y alzo las manos para que no me malinterprete — Sé que has estado sola y con todo lo que ha pasado, no sabía si … bueno, estás entera, eso es obvio. Pero quiero que sepas que, pase lo que pase, puedes contar conmigo. Porque lo sabes… ¿verdad? — y sino, viajé hasta aquí para que no lo olvide.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me permito asentir con la cabeza, meditando en mi cabeza la situación que me explica como si yo misma hubiera estado allí. La gente del norte puede llegar a ser muy cruel, en especial aquellos que no tienen excesiva simpatía por los que viven en el capitolio. Sin embargo, no hay que ser una persona muy decente para no querer que miles de personas inocentes acaben como lo hicieron. – Que esperemos que sea pronto, pero tanto tú como yo sabemos que eso no parará lo que se está por venir. – Creo que es la primera vez que comento este tema con alguien desde que ocurrió el atentado. Tratar de asimilar lo que llevo días pensando en mi cabeza no es lo mismo que tener a alguien con quien poder compartirlo. Hay muchas personas que participaron en el ataque que aún están por ahí sueltas, y el ministerio no va a permitir que queden impunes, incluso si eso significa la guerra.

Pese a que me queda bien claro que el tema del dinero no ha sido un problema, no puedo evitar sentirme de otra forma que no sea ligeramente culpable al estar tratándose de una persona que vive de muy poco. Al final, como también me siento agradecida, lo dejo estar y me animo a sonreír nuevamente, aunque mi expresión cambia al instante al pasar a hablar nuevamente del atentado. – Según lo que cuentan los supervivientes, sí, debió de ser algo más que horrible. – Coincido con un deje de lástima, aún recordando los primeros días en los que no dejaron de llegar personas al hospital, cada cual en peor estado. Siento lástima por todas ellas, esas que no tuvieron la oportunidad de regresar con sus seres queridos. Elevo la mirada al darme cuenta de que he ido reprimiéndola inconscientemente cuando afirma que sus hermanos están bien, lo cual me saca una de las sonrisas más honestas. – Está bien oír eso, ¿llegué a contarte que trabajo con tu hermano en el colegio? – No sé si alguna vez alcancé a contárselo, lo que sí sé es que me alegro de poder cambiar de conversación a un tema más liviano.

La confesión del café me toma por un momento por sorpresa, aunque no es muy difícil de comprender si piensas que es una de las cosas que uno no se puede permitir todos los días en el once. Ahora es una necesidad tan vital para mí que me había olvidado de cuando suponía un lujo en mi día corriente. – Marchando un expresso… – Bromeo, un tanto entusiasmada por tener a alguien en la casa y por demás conocido. No tardo mucho en poner la cafetera porque es lo único que suelo poner estos días, metiendo un par de cápsulas instantáneas para no demorarme demasiado. Aprovecho para llevarme una taza para mí también en lo que sus siguientes palabras hacen que me tiemble un poco el pulso y esté a punto de tirarlo todo, aunque lo disimulo haciendo como que me tropiezo con la alfombra. Por suerte no se desborda nada y puedo posar la taza sobre sus manos en lo que me dejo caer a su lado.

Cojo aire, llevándome el borde del vaso a los labios y sorbiendo un poco mientras le escucho terminar de hablar. También me quemo la lengua en el proceso. – Oh… Sí, claro que lo sé, Charlie, no hacía falta que… Estoy bien. – Poso la taza de vuelta sobre la mesa, evitando su mirada unos segundos hasta que la cercanía me obliga a elevar los ojos hacia los suyos. – Bueno, puede que sí haya algo… pero tú no tienes por qué escuchar mis problemas. – Me repaso rápidamente los labios, apartándome un mechón mojado que cae sobre mi rostro en lo que vuelvo a enfrentar su mirada. Bueno, a nadie más voy a poder decírselo así que no pierdo nada. – Hace unas semanas, tuve una discusión con mi hermano, y digamos que no terminó extremadamente bien. Estaba cabreada, le dije algunas cosas que no debería haber dicho, pero desde que pasó lo del ataque… No he podido dejar de pensar en que hubiera pasado si él hubiera muerto, en como habrían acabado las cosas. – El remordimiento de los últimos días es algo completamente distinto a lo que he podido sentir en otras ocasiones, y creo que tiene que ver con el hecho de que no me había importado mi familia hasta saber de la existencia de Hans. – Y sé que no te cae bien, que no apruebas de sus métodos, yo tampoco, es una de las razones por las que discutimos, pero… ¿y si estamos perdiendo el tiempo? ¿y si nuestra relación siempre estuvo predestinada a la distancia? No quiero volver a herirlo. – Porque sé que en ese momento lo hice, y volveré a hacerlo si es que no nos ponemos de acuerdo en qué es lo que ambos queremos. – Las cosas eran mucho más fáciles cuando aún vivía en el once. – Resoplo, no muy segura de que me pille el punto.
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Charles B. Sawyer
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Bueno… — a pesar del obvio nerviosismo a causa de la incomodidad, la sonrisa que le entrego es de mera disculpa — ¿Qué me dirías si te dijera que le he pedido ayuda para encontrar tu departamento? No sabía dónde vivías y no quería molestar y siendo que ustedes trabajan juntos… — muevo mis manos para gesticular que, básicamente, eso se solucionaba solo. Espero que no se lo tome como que soy un acosador perturbador. Gracias al cielo no nos detenemos tanto en ello, hablar del café me da el tiempo suficiente como para sentirme un poco más dentro de la conversación y no tanto en la línea del ex psicópata. El aroma que pronto se desparrama por la habitación es más que suficiente como para considerarme satisfecho. Creo divisar por el rabillo del ojo que se tropieza, pero no estoy seguro de si estoy alucinando. Al final, estiro mis manos hacia la taza, murmuro un agradecimiento y la cierro entre mis dedos, demasiado gustoso frente a la sensación cálida que nada tiene que ver con el verano pronto a morir. Esto, esto era justamente lo que necesitaba.

Sacudo la cabeza en un intento de darle a entender que no ha sido ningún problema, pero es apenas un movimiento seco y silencioso a causa de encontrarme bebiendo de un café que sabe mejor de lo que recordaba. Lo bueno, o malo, es que tiene algo para contarme y eso me da la excusa perfecta para quedarme callado mientras ella habla, aunque cada cosa que dice me hunde más en el sofá. Como Phoebe me conoce, sé que no espera una gran declaración de mi parte, pero aún así me relamo y finjo estar pensando una respuesta inteligente agradecido de que la infusión está en el medio para silenciarme unos momentos — Primero que nada, no lo conozco, no puedes decir si me agrada o no. Sí, creo que las leyes que pregona son una basura, pero de ahí a pensar en él como persona… — la verdad, jamás lo he hecho y tampoco sé si me interesa. Quizá, por ella puedo hacer un esfuerzo — Phee, mis hermanos y yo tampoco crecimos juntos y, con cada día que pasa, sé que no tenemos casi nada en común. Pero son mi familia, en las buenas y en las malas y adoro a esos idiotas, a pesar de que no lo diga muy seguido — sé que estoy sonando muy sentimental y agradezco que no puedan escucharme. Doy otro trago al café, con la vista fija en cualquier punto de la habitación como si de esta manera pudiese concentrarme mejor — Creo que jamás deberías llamarlo una pérdida de tiempo. Asumo que le quieres, ¿no es así? — aventuro — Tal vez no puedan compartirlo todo, tal vez deban ser selectivos con ciertos temas de conversación, pero cuidarse es su tarea. Al fin y al cabo, son la única familia que les queda — al menos, que yo sepa.

Me acabo el café, posiblemente muy rápido y apoyo la taza sobre la mesita ratona que tenemos delante, lo que me permite frotarme las manos entre sí con algo de lentitud — Al final, creo que sabrás qué hacer. Tú siempre fuiste la lista aquí, yo solo hago el esfuerzo — acabo bromeando, rogando que eso nos saque un poco de la charla seria que no me merezco tener — Si quieres mi opinión, cualquier persona, sea amigo, hermano, ministro o rata de alcantarilla… quien sea, sería afortunado de tenerte. Y si lo que necesitas es volver al once… — le doy una palmadita en la rodilla — Sabes que siempre serás bienvenida.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Por alguna razón su confesión me hace gracia, cuando debería tener una reacción un poco más acorde al hecho de que sea tan fácil encontrar el piso de una persona estos días, pero a fin de cuentas es Chuck, y la razón por la que no empiezo a enloquecer sobre posibles futuros ladrones es únicamente esa. – No es un problema, por suerte no conozco a tanta gente como para que alguien quiera saber dónde vivo. – Lo cual es, tristemente, muy cierto. Tampoco me considero una persona famosa como para considerar mi vivienda personal de importante secretismo, puesto que al final, no dejo de ser nada más que una simple profesora. – Es un hombre simpático, tu hermano… Ahora que va a empezar el colegio le veré más a menudo, solo hemos coincidido una vez nada más. – Le explico, aunque me permito obviar la parte en la que me robó una planta como ejercicio de presentación. No es la táctica que hubiera utilizado yo en su caso, pero que ahora el recuerdo siempre me hará reír.

Esta vez me aseguro de soplar ligeramente el contenido de la taza antes de llevarme el mismo a los labios, siendo yo la que permanece callada en lo que he terminado con mi declaración. No espero una respuesta demasiado concreta, aunque tampoco creo que sea ese el motivo por el cual haya decidido contarle esto, más bien por tener a alguien con quien compartirlo sin necesidad de obtener una solución exacta. Con todo lo que dice, muevo mis ojos en su dirección en lo que doy un pequeño sorbo al café, permitiéndome tragar con lentitud de la misma manera que tomo sus consejos. – Lo sé, no esperaba que todo fuera como hace quince años tampoco, pero es como si no le reconociera a veces, y no sé qué es lo que me asusta más, si no poder aceptar esta nueva persona o que nuestras diferencias acaben rompiéndonos. – Confieso. Sí, le quiero, es evidente que lo hago porque si no lo hiciera no estaría aquí sentada preocupándome por ello, pero eso no quita que haya cosas que no me gustan de él. – Pero supongo que tienes razón, al menos, quiero creer que no estuvimos tanto tiempo separados solo para terminar igual. – Reconozco que ha sido más de una vez la ocasión en la que he pensado en lo que hubiera pasado si ninguna de estas casualidades hubieran tenido lugar. Si LeBlanc nunca hubiera acudido al once, irrumpido en mi vida en ese preciso momento, solo para acabar recuperando algo que creía perdido.

Su cumplido en contraste con el comentario despectivo hacia sí mismo hace que ponga los ojos en blanco, quedándome con las ganas de darle un codazo y viéndome imposibilitada de hacerlo por tener aún la taza entre las manos. – Siempre tan afable contigo mismo. – Murmuro a modo de broma antes de terminar el líquido y dejar que corra por mi garganta en lo que extiendo los brazos para posar el vaso, justo cuando sus palabras provocan que me sonroje ligeramente. Trato de que no se me note tomándome unos segundos extra en colocar la taza sobre la mesa, aunque termino por elevarle la mirada tímidamente. – Gracias. – Y no sé por qué el calor vuelve a apoderarse de mis mejillas cuando lo digo. Aprovecho el contacto de su mano para bajar la vista hacia allí mismo, y puede que me tome demasiada confianza dado el tiempo que ha pasado entre nosotros, pero me atrevo a posar una de mis manos sobre la suya para darle una ligera caricia a sus dedos. – Pero siempre hablamos de mí… Creo que no hace falta decir que yo también estoy para ti si alguna vez lo necesitas. – Elevo los ojos hacia los suyos buscando su mirada. – Sé que el once puede tornarse un poco muerto a veces. – Y para ser honestos no sé con qué intenciones digo eso último, pero lo hago igualmente.
Phoebe M. Powell
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— ¿Qué es tan malo que no puedes aceptarlo? — no contengo mi curiosidad, en parte porque siento que me estoy perdiendo de algo y seré incapaz de darle un consejo acertado si no conozco la historia completa — Sé que tu hermano es juez y todo eso, pero hablas de él como si hubiera vendido su alma al diablo — que no es muy diferente a lo de ser parte de este gobierno, pero creo que entiende mi punto. Tampoco me quiero meter en su vida personal, si tengo que ser sincero conmigo mismo. No me siento calificado para dar consejos, mucho menos familiares, pero supongo que no tengo otra opción que hacer un esfuerzo — No podemos pretender que las personas sean las mismas después de veinte años. Tal vez solo necesitan tiempo y paciencia y, si has podido soportarme cuando fue el momento, estoy seguro de que eres una persona paciente — intento ponerle algo de humor a la situación, por mucho que sé que no es momento de hacer chistes. Siento pena por Phoebe, a decir verdad. La conozco lo suficiente como para saber que su vida ha sido una seguidilla de desgracias y creo firmemente que se merece ser feliz, aunque sea llevándose bien con la única familia que le queda. Y si aquel tiene que ser un ministro, pues no voy a juzgarla. No elegimos a nuestros familiares, eso lo sé bien.

Lo que dice le vale una sonrisa de mi parte, reprimiendo un poco las ganas de reír — Sabes lo bien que se me da tirarme flores — bromeo, consciente de que no soy precisamente la persona más egocéntrica que alguien pueda toparse; a decir verdad, casi siempre peco de pesimista frente a todo lo que tenga que ver conmigo mismo. No tiene que agradecerme, pero no se lo digo, sé que ya lo sabe. Lo que no me espero, es el no ser capaz de apartar la mano porque la suya se ha decidido por aparecer, acariciando mis nudillos en un gesto demasiado familiar. A pesar de la garganta seca, esa que me hace pasar algo de saliva, tomo el impulso de mover mis yemas y así presionar nuestros dedos, como si tuviesen la obligación de juntarse — Bueno, es un poco muerto porque me hace falta la vocecita molesta que me dice que no debo realizar apuestas porque a ella le salen mejor — le recuerdo en tono jocoso, me atrevo a levantar la vista de nuestras manos unidas y me encuentro reflejado en sus ojos, siempre tan grandes, siempre tan claros. Bien, puede que Phoebe Powell sea, posiblemente, la mujer más hermosa que he visto. Sé que no estoy de visita precisamente por ello, pero me tomo dos segundos para admirar sus facciones como si fuese la primera vez, preguntándome exactamente qué hago aquí, por qué llego a la puerta de una mujer que asumí hace tiempo que no me necesitaba y que yo tampoco la necesitaba a ella. Supongo que, siendo dos personas demasiado solas y con familias que se perdieron en el transcurso de la vida, es cuestión de tiempo el que nos busquemos otra vez. Debe ser eso.

Me aferro a esa idea, a que necesitaba una confirmación de su estado de salud porque es lo más parecido que tuve a una relación dentro de un distrito demasiado gris, como para seguir preocupándome por ella. Quizá eso es lo que me lleva a levantar la mano que tengo libre, acariciar el contorno de su mandíbula y hundir los dedos en su cabello, acercando mi rostro al suyo — Lo lamento — me disculpo por adelantado, lo siento necesario ante el atrevimiento de buscar sus labios con la urgencia de lo apresurado y lo inseguro, confiado solamente en que no es algo que pueda contener. Algunas cosas son, en definitiva, inevitables.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Encuentro apropiado que quiera conocer de que hablo, porque a fin de cuentas solo le estoy ofreciendo pinceladas de lo que ha estado pasando en las últimas semanas, por lo que tampoco siento que sea justo el pedirle su consejo cuando no le estoy dando todas las piezas del puzle. Suspiro, dándome tiempo a pensar en la mejor forma para explicarlo sin tener que relevar mucha información que prometí que no haría. – Está bien. A mi hermano le encomendaron una tarea de vital importancia para el gobierno, la cual tiene que ver con encontrar a un niño, y sé que esto va a sonarte muy confuso pero no puedo decirte el porqué de esta búsqueda, te pondría en peligro. – Si mi hermano es capaz de borrar del mapa a todos aquellos que sepan de la existencia de este heredero Black, no creo que tenga ningún problema con deshacerse de un repudiado del norte más. Es algo que ha dejado muy claro y no quiero ser yo la que ponga en esa situación a Charlie. – Y creo que puedes imaginarte lo que harán con él si llega a aparecer. – Para ellos es así de simple, hacer como si nunca hubiera existido y problema resuelto. – A lo que voy es que… si mi hermano no tiene problema con eso, ¿qué más cosas puede llegar a ser capaz de hacer? – No hubiera pensado jamás en la historia de mi hermano como un asesino, espero el momento en que se dé cuenta de que lo que está haciendo está mal, pero como también se trata de la seguridad de su familia, no sé si alguna vez lo hará.

La confesión hace que trague saliva, a punto de morderme el labio inferior con los dientes incisivos superiores de no ser por que lo que dice hace que asienta con la cabeza. – Ya, ya sé que no, sólo prométeme que no dirás nada de esto. – De todo lo que hemos hablado, lo que más me preocupa es que por error termine por soltar algo de esto y lo convierta en un blanco para mi hermano. Es por eso que levanto la mirada en busca de sus ojos, cayendo en la cuenta de que me transmiten la confianza suficiente para saber que no lo hará, independientemente de que yo se lo haya pedido ya. A pesar de todo, agradezco que aún podamos bromear incluso cuando la conversación ha tomado un desvío denso que nos aleja bastante de las personas que solemos ser estando juntos. El contacto con sus dedos hace que yo misma también busque que estos se junten, sonriendo de forma algo tímida como si se me hubiese olvidado de que hace un tiempo este tipo de gesto no era algo inusual. – Y con todo sabes que tengo razón, puedo demostrártelo cuando quieras. – Le reto, esta vez alzando un poco más las mejillas en lo que siento su mirada algo más intensa que hace unos segundos.

Al mismo tiempo que no esperaba que el contacto se alargara por mucho más tiempo, me encuentro a mí misma siendo la que espera a que sus caricias sean las que me busquen, manteniendo los ojos fijos en los suyos por los segundos que duran antes de que el beso me obligue a cerrarlos. Y supongo que se siente bien, sentir que después de todo, hay alguien que necesita de mí de la misma manera que yo lo hago de él. Es por eso que en vez de terminar con el contacto, busco acortar la distancia entre nuestros cuerpos al rodear sus hombros con el brazo y acariciar su cuello. Tan solo me separo para elevar la mirada hacia sus ojos en lo que mi nariz sigue rozando la suya. – ¿Por qué? – Inquiero en saber ante su disculpa en un susurro, tan cerca que mis labios chocan ligeramente con los suyos al hablar. No espero a que conteste antes de volver a besar su boca, saboreando el aroma a café que dejan sus labios y parte del peso de mi cuerpo se inclina sobre su torso.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Tanto secretismo solo me confirma que el gobierno es un drama constante, uno de esos que me interesan menos que las películas románticas que tanto le gustan a mi hermano. Aún así, se me ensombrece el rostro dos segundos y sé que no me molestaría en defender a un ministro asesino de niños, al menos no si no fuera porque Phoebe parece de verdad disgustada y estoy aquí para serle de apoyo, no para sumarle más preocupaciones — Quizá no tiene otra opción — sé que el tono de mi voz es dudoso, pero intento mostrarme lo más seguro posible — No lo sé, Phee. Tal vez deberían volver a conversar de ello con más calma y tratar de entenderse, aunque sea un poco. No creo jamás que matar a un chico sea algo perdonable — aclaro, casi de inmediato — Pero negarse a las peticiones de Jamie Niniadis es algo que la gente no puede hacer, ni siquiera sus colegas — por algo siempre ha estado en la cima. En cuanto a su petición, me llevo los dedos a la boca, los beso y finjo cerrar un candado. De mí, no oirán ni una sola palabra.

No me interesa discutirle sobre quién puede llevar la razón o la voz cantante, no cuando mi boca está más preocupada en redescubrir la suya, tratando de asegurarse que no ha pasado tanto tiempo como para olvidarme cómo se siente. Conozco a Phoebe de pies a cabeza, la he recorrido en incontables ocasiones, pero este beso, este tacto, se siente nuevo, renovado y excitante. Que se separe me obliga a entreabrir los párpados, busco su mirada en tanto una sonrisa delgada se asoma por mis comisuras — Porque me estoy tomando demasiadas libertades contigo esta tarde — apenas es un susurro, que muere en su boca cuando regresa a demandar la mía en conquista. El peso de su torso me asegura la confianza de aferrarme a ella, moviendo su cuerpo delgado para conseguir que sus piernas se acomoden a ambos lados de mi regazo y así tener la libertad de que mis manos acaricien sus curvas, ahogado en los suspiros que se derriten entre un beso y el otro.  No soy un hombre que pierda la consciencia fácil, pero Phoebe siempre ha tenido algo más. Supongo que a mí mismo.

Mis manos ascienden por su cuello hasta tomar con cuidado su rostro, jadeo al obligar que nuestros labios se despeguen al menos por dos segundos, en los cuales intento acompasar la respiración. No obstante, no me separo de ella, como si su aliento fuese vital para poder mantener la cordura — No tienes idea… — farfullo, tratando de enfocar sus ojos a pesar de la poca distancia entre ambos — de lo mucho que te he extrañado. Y lamento tanto haberme alejado… — porque no supimos hacer otra cosa, no cuando la vida nos llevó por caminos diferentes después de un evento en común que nos sacudió lo suficiente como para recordarnos que somos adultos. No tengo palabras, no las suficientes, busco mi silencio regresando a su boca y examinando partes de su cuerpo que jamás creí que volvería a tocar, porque si esto también va a ser efímero, me llevaré conmigo todo lo que pueda.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Opto por creerle, porque de alguna manera su visión de las cosas tiene más sentido que pensar que mi hermano es un asesino de sangre fría al que no le importa quien debe caer si con eso asegura el bienestar de su familia. Aunque pensar que lo hace por temor a las consecuencias no mejora el hecho de que lo esté haciendo por mantener su posición. Aún así decido creerle, y no sé muy bien si esa reacción tiene que ver con que no quiero hablar más del tema. Al menos no ahora, cuando no disponemos de mucho tiempo como para hacer de esto una visita exclusiva para solucionar mis dudas, las cuales tampoco estoy muy segura de que vayan a desaparecer antes de volver a hablar las cosas con mi hermano. Ahora no es el momento adecuado, no después de lo que ha ocurrido hace apenas unos días, pero hago una nota mental de sacar mi indecisión a relucir cuando tanto Hans como yo nos encontremos en disposición de hacerlo.

Por el momento solo decido preocuparme por recorrer sus labios con los míos, disfrutar de la sensación de sosiego que acude a mi cuerpo al sentir el contacto de sus manos sobre el mismo. No recuerdo cuando fue la última vez que me tomé la libertad de besarle, de acariciar su piel con las yemas de mis dedos, pero tampoco me es necesario hacerlo porque es mi boca junto con mis manos quienes se encargan de rememorar cada una de las partes de su cuerpo a las que quiero llegar. No alcanzo a escuchar muy bien lo que dice entre los suspiros que se apropian del silencio, menos cuando mi corazón acelerado retumba en mis oídos al punto de no poder controlar el ritmo de mi respiración sobre la suya. Aún así, alcanzo a ahogar una sonrisa en lo que mis dientes se toman la libertad de rozar suavemente sus labios, al mismo tiempo que su agarre me obliga a doblar las rodillas para quedar sentada sobre su regazo.

A pesar de que se separa para mirarme, mantengo la vista fija en sus labios, jadeando en busca de aire, pero a la espera de volver a compartir el mismo. Porque hacía tanto tiempo que nadie me tocaba de esta manera que renegar mis sentimientos hacia él no es algo que acuda a mi cabeza. Puede que todo este tiempo en el que no haya buscado el afecto de nadie haya sido una señal de que lo nuestro nunca llegó a morir del todo, que era necesaria una mínima muestra de cariño para darme cuenta de que sigo completamente perdida por él. – El sentimiento es mutuo, pero no fuiste el único que se alejó, yo también tuve mi parte de culpa… – Aunque no estoy segura de hasta qué punto importan las culpas ahora que siento de nuevo una presión contra su boca. Esa misma que libero para bajar a besar su cuello en lo que deposito un beso nuevo a medida que voy subiendo, rodeándolo con mis manos. Solo me animo a volver a elevar la voz cuando mis dedos acarician el contorno de sus labios segundos antes de robarlos con los míos. – Podrías… quedarte esta noche… – Murmuro entre besos cortos. Todas las que quiera, en realidad, pero tampoco quiero pecar de ansiosa.
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Charles B. Sawyer
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No sé si es momento de debatir y echar culpas, sé que las relaciones son de a dos y si fallan o funcionan, viene de la mano de ambos. No era el momento, lo supe desde que todo se terminó. Necesitábamos crecer, sanar una pérdida que no sabíamos que había llegado y plantearnos qué tipo de vida deseábamos para nosotros, cada uno por su lado. Lo aprendí con los meses y las cervezas, alguna que otra charla con mis hermanos o colegas, ni voy a hablar de las compañías nocturnas que se sintieron mucho más vacías que su calor. Me sonrío por el cosquilleo de sus labios en mi cuello, paso mis dedos por su cintura y busco colarme bajo su remera, acariciando la piel de su espalda, tan suave y cálida como la recuerdo. Recuperar sus labios sobre los míos, de esa manera tan breve y familiar, me hace reír contra su boca, aunque intento verla con mis cejas arqueadas con la picardía plasmada — ¿Me está haciendo una propuesta indecente que no podré rechazar, profesora Powell? — me mofo, acomodándome de manera que me apego a ella, observándola desde abajo — Hay un pequeño detalle… — beso su mentón, dejo que mi nariz patine por su cuello y mis dientes fastidian en el contorno de su clavícula — No conozco el camino a tu cama. Y siento que hay demasiados asuntos pendientes como para conformarnos con un sillón.

Paso las manos por algunos mechones de su cabello, el cual sigue húmedo, pero busco ahorrar tiempo y tironeo de su remera, pasandola por su cabeza hasta lanzarla a un lado. Huele a jabón y supongo que eso es el aroma a crema, pero me preocupo más en recorrer su piel, mis labios forman un ligero camino por su pecho, bajando poco a poco hasta presionar su vientre. La puedo sentir respirar, casi tan rítmicamente como yo. Mis brazos la rodean, buscando que el abrazo se vuelva eterno y no sea necesario el separarnos hasta que nos agotemos el uno del otro y me olvido que hace calor de verano, porque su temperatura no me molesta en lo absoluto. Me contagia, me embriaga, me hace sentir que todo este tiempo que nos separamos no ha existido y que los golpes de las peleas no son tan fuertes. Al final, las cosas solo tenían que retomar su curso por su cuenta.

Deshacerme de mi remera es mucho más rápido, pero los movimientos decisivos están cuando aprieto con fuerza sus muslos y consigo levantarnos a ambos, buscando sus labios en un beso que, irónicamente, se torna más tranquilo y paciente — Te toca guiar el camino — le recuerdo, apenas oyendo el tono de mi voz. No será necesario hablar a partir de ahora. Hay miles de cosas que necesitamos decirnos, pero será nuestro tacto el que se encargue de hacerlo.
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Phoebe M. Powell
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Una de mis manos pasa a acariciar su mandíbula en lo que la otra se apoya sobre la cabecera del sillón, a una altura que me permite contemplar sus ojos claros y pegar mi nariz a la suya desde arriba. – Bueno… eso depende de lo que entiendas por propuesta indecente – Bromeo sin poder contener una sonrisa al sentir el roce de sus labios sobre mi piel, los cuales provocan que un cosquilleo recorra todo mi cuerpo, en especial cuando sus dedos se pasean por mi espalda al colarse por debajo de la blusa. Sé que la temperatura está empezando a subir cuando el deshacerme de la parte superior de mi ropa hace que mi pelo ligeramente empapado choque contra mi espalda y algunas gotas de agua se escapan por la nueva textura ahora que no tienen de la tela para arrimarse. De todas las situaciones posibles, no hubiera pensado terminar quitándome las prendas de forma tan rápida, pero ahora no puedo dejar de desear que desaparezcan por completo para volver a sentir el roce de su piel contra la mía como hacía tanto tiempo que no ocurría.

Supongo que es por eso por lo que ayudo de forma algo torpe a pasar su camiseta por la cabeza con mis manos, solo para tener el permiso de besar sus labios cuanto antes. Pese a que es evidente que el tiempo ha pasado entre nosotros, no siento que haya hecho diferencia alguna en la manera que tengo de mirarle, de querer que me toque como si hubiera sido ayer mismo cuando lo hizo por última vez. Creo que es así que puedo confirmar que cuando dos personas están predestinadas a encontrarse, no importa lo que tenga lugar por el medio. Cuando menos me doy cuenta, me encuentro elevada sobre sus brazos y sonriendo sobre sus labios cuando los mismos se mueven. – Es la primera puerta por el pasillo a la izquierda. – Le indico en un murmullo, agradeciendo que no haya mucho recorrido hasta la habitación y que tampoco dé opción a perderse.  Aprovecho a liberar mis manos de su rostro sin perder de vista sus labios, subiendo los dedos por mi espalda para desabrochar el enganche del sostén y poder desprenderme de él. Estoy segura de que en algún momento cae al suelo, pero no me paro a comprobarlo porque tampoco pienso que importe, no ahora que estoy por recuperar algo que creía perdido en el pasado.
Phoebe M. Powell
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