The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Mediados de verano,

Perdí el rastro de la criatura al adentrarme al distrito cinco siguiendo el sonido del río, las marcas en el territorio se desvanecieron como si un viento hubiera barrido con toda la evidencia que me indicara donde había acabado su recorrido, el que lo había llevado a atravesar las colinas. El sol está bajando por encima de las ruinas de la presa y me muevo para quedar entre sus sombras. Me acostumbré a que mis pasos no se escuchen, y que sean los ruidos del entorno los que me envuelvan, presto atención a cada uno de estos al entrar por un pasadizo especialmente oscuro. Mis botas se hunden en el barro sucio que me indica que no estoy tan lejos del río, si toco la pared puedo percibir la humedad del musgo contra mis dedos. Doblo en una curva y la luz del día entra por un hueco sobre mi cabeza que me hace parpadear. El rumor de unos pasos hacen que vuelva a enfocar mi vista en el corredor. Pienso en las bestias que merodean en el agua, en el juego del acecho que descarga una dosis de adrenalina por mi cuerpo y tanteo las flechas a mi espalda para reacomodarlas en mi arco.

El distrito cinco está plagado de repudiados, exiliados de los que no quiero saber nada, no es mi trabajo tampoco tener un ojo puesto en ellos. Esa es una tarea de la que se encargan los aurores. No suelo ir más allá de la presa hacia los barrios pobres, ni las fábricas en derrumbe, no soy bienvenido porque mis modales dejan que desear en el trato con traidores. Toparme de cara con un rostro humano en la presa destruida me pone en una alerta mayor que de haberme encontrado con un swooping evil, así que no dudo en alzar mi arco en su dirección para demostrarle que estoy armado. Mi ropa me identifica como un cazador y las suyas, le echo una ojeada, no pueden ser otras que las de una repudiada. El hecho de que se trate de una mujer es lo de menos, todos conocemos los peligros de las arpías o las veelas que pueden ser peores que los de un licántropo. Su aspecto demacrado refuerza esta impresión, y espero sin dar un paso a tener la seguridad de que puedo continuar mi camino sin que se atraviese dándome una sorpresa desagradable.
Anonymous
Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No es una idea muy lúcida por mi parte adentrarme en la antigua presa del cinco ausente de compañía, con nada más que un cuchillo de caza que Moira y yo conseguimos de las manos de un hombre en el mercado negro. Más a sabiendas de que ya hemos repasado la zona en ocasiones anteriores en búsqueda de alguna pista por la cual tirar, para terminar encontrando nada más que nuestras propias huellas. La lógica diría que el río es el lugar idóneo que un grupo de niños seguiría en caso de encontrarse perdidos, por ser una fuente de agua segura y una vía directa hacia alguna clase de poblado. Y pese a que el resultado del rastreo confirma que ninguno de ellos ha pasado por el cinco, me encuentro a mí misma volviendo a buscar el eco de sus figuras en las ruinas que han quedado de la presa.

Tampoco voy a mentir, hay algo reconfortante en el modo que el agua tiene de chocar contra los escombros que han quedado en pie, el silencio más allá del mismo que indica que nadie en su sano juicio pisaría este lugar si no fuera por extrema necesidad, y es esa misma necesidad la que me ha impulsado a buscar un rato de soledad después de estas últimas semanas. Porque el hecho de no encontrar respuestas resulta exasperante cuando de lo único que depende mi existencia es de eso. Eso produce que cada día que pasa la esperanza que le da algo de sentido a lo que estamos haciendo desaparezca poco a poco, junto con mis ganas de seguir adelante incluso cuando no hay nada a lo que aferrarse. Esa clase de pensamientos es lo que hacen que no sea una buena idea que me encuentre sola por estas ruinas, razón por la que decido hacer mi camino de vuelta a la salida por uno de los pasillos que han conseguido sostenerse.

El propio ruido de mis pisadas junto con la sonoridad de mis propios pensamientos, que hacen que tenga la cabeza en cualquier otro lugar menos donde debería, esconden otras no tan conocidas, presentándose como la figura de un hombre a escasa distancia. Mi primer instinto es llevarme la mano hacia la parte trasera de mi pantalón donde guardo el cuchillo, pero apenas tengo tiempo de hacerlo que se encuentra apuntándome con su arco. Sus ropas me permiten reconocerlo como un cazador, no como un auror, aunque tampoco es que vaya a hacer ninguna diferencia el tipo de uniforme que lleve. Tomo aire, elevando una de mis manos lentamente en su dirección a modo de tregua en un intento de que esto parezca un simple malentendido, mientras mantengo la otra sobre mi espalda en busca de aferrar el mango del arma. Ahora son los latidos de mi corazón los que se escuchan con estruendo, pero aún así soy capaz de alzar la voz con bastante firmeza: – No busco problemas, solo estaba buscando a alguien, nada más. – En momentos como estos agradezco que nunca tuvieran la oportunidad de marcarme con la m que hace tan distintivos a los humanos, pues estaría en una situación complicada de haber sido lo contrario, y espero, profundamente, que no se le ocurra pedir ninguna clase de identificación.
Alice D. Whiteley
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Invitado
Invitado
Todos están buscando a alguien o algo en estos territorios, el viejo cuento de los traidores. Se dispersan por el norte como ratas, se escabullen y ni siquiera pueden encontrarse entre ellos. Actúan con el instinto animal de supervivencia que los lleva a arrastrarse para esconderse en los huecos de las ruinas, de ella puedo decir que se ve como si acabara de salir del pozo más profundo. No solo por lo raído de su atuendo, sino por su semblante. No hablo con las bestias, para conocerlas me baso en los signos perceptibles en sus caras, en sus gestos corporales. Y por eso identifico el movimiento de su mano hacia su espalda, como el inconfundible reflejo de quien sujeta un arma. Reafirmo mi posesión del arco y frunzo el ceño. -Mi arma está a la vista, no escondas la tuya- le ordeno, haciendo evidente que no ignoro su intención de causarme daño en defensa, pero que lo haga solapadamente no me deja confiar en su excusa que bien puede ser una mentira improvisada.

Estoy en alerta porque el arma que esconde en su espalda puede ser una de esas pistolas muggles, que en manos diestras pueden ser tan rápidas como mi flecha. Confío en mis habilidades y en la tecnología que aplicaron para perfeccionar a las armas de caza que, pero no me creo invencible. No la subestimo, de los sobrevivientes del norte siempre hay que tener cuidado. Las adversidades en la vida hacen que las personas desarrollen destrezas que las hace más fuertes o más astutas. Es una ley tan antigua como que alguna vez no fuimos tan distintos a las bestias. -No he visto a nadie cerca de la presa- le informo, para desmentirla o para que note lo equivocado de su andar que en vez de hallar a quien busca, coincidió conmigo. Solo para presionarla, mientras espero que se desarme, continúo: -¿A quién buscas?-. Lo hago sonar otra vez como una exigencia, así como los aurores piden identificaciones, con la diferencia de que el papeleo siempre me pareció una pérdida de tiempo y siempre, siempre, seguir un rastro se vuelve mucho más motivador.
Anonymous
Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Pese a que mantengo un contacto directo en su figura, atenta a cualquier movimiento o simple gesto que pueda realizar, me fijo por el rabillo del ojo en la esquina en caso de que aparezca más compañía inesperada, aunque el silencio entre ambos me indica que lo más probable es que se encuentre solo. No es la primera vez que alguien me apunta directamente sobre el pecho, flecha o varita vienen siendo lo mismo cuando se trata de un gesto tan derecho, de manera que me encuentro a mí misma tomando aire por la nariz en un intento de mantener la calma. No es una situación nueva si se tiene en cuenta el repertorio de hace unas semanas. – Como quieras. – Muevo la muñeca para desenfundar el cuchillo, sin apartar la vista y manteniendo un semblante serio a pesar de que por dentro quiero salir corriendo. No es que un cuchillo sea tan ilegal como lo sería de haber tenido una pistola, pero eso no quita que él sea un cazador y yo alguien que probablemente le diera un buen ascenso de saber de quien se trata realmente.

Para él no soy más que una repudiada, de lo que me tengo que aprovechar si quiero que mi excusa tenga sentido. – Puedes dejar de apuntarme ya. – Le recuerdo, aunque no es como que esté en posición de reclamar nada. Ya no solo porque tiene pinta de ser cuatro veces más fuerte que yo, sino porque además no vamos a comparar el hecho de que aparte del arco, probablemente también lleve encima una varita con la que puede dejarme indefensa en segundos. – No parece. – Reafirmo, dándome tiempo a pensar en lo que decir a continuación sin levantar sospechas. – Ahora si no te importa, estaba haciendo el camino de vuelta. Como te he dicho no busco problemas. – Está en mi camino, aún apuntándome, pero me atrevo a dar un paso hacia delante. – No creo que eso sea de tu incumbencia. – Y no sé por que digo eso repentinamente molesta, cuando sé perfectamente que me estoy jugando la cabeza, pero tiene que ver con el hecho de que este hombre trabaja para el gobierno que me ha destrozado la vida. Aprieto los labios, dándome cuenta de mi error al instante, de forma que trato de aligerarlo. – Nadie que sea de importancia para ti, de todos modos. –.
Alice D. Whiteley
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Invitado
Invitado
El destello del filo del cuchillo al quedar a la vista me hace arquear ligeramente una ceja, espero a que lo arroje a un costado o a mis pies, pero lo retiene en su mano. Ni siquiera pestañeo cuando me ordena que deje de apuntarla con mi flecha por haber cumplido con mi petición. —¿Por qué bajaría mi arma si aún sostienes la tuya?— pregunto en cuestionamiento a su intención de hacer de esto un trato justo. El que haya puesto su daga a la vista no es como si se hubiera desarmado, no puede esperar que haga lo mismo, sigue siendo una amenaza y no perdería ni un segundo en mirar más allá de su hombro si es que no quiero arriesgarme a acabar con ese puñal en mi pecho. Por sobre todas las cosas, lo que nunca dejará de indignarme en el norte, es que siendo una repudiada, no puede exigirle nada a un cazador del ministerio. Si paso de apuntar su pecho a sus pies no es por acatar lo que me dice, sino porque confío en ser lo suficientemente rápido de reaccionar si intenta algo.  

Pese a su intención de sonar conciliadora, percibo cierta prepotencia en su tono al poner en duda de que sea cierto que no he visto a nadie cerca de la presa, cuando no tengo razón de mentirle. Y además, es su respuesta insolente de que no tengo por qué preguntar por la identidad de quien busca lo que me da motivos para reafirmar mis pies sobre el suelo, inmóvil en mi sitio que obstruye su paso. Si quiere seguir de largo tiene que pasar por mí y no me ha gustado su manera de contestar, tomo una inspiración de aire que hace mover los lados de mi nariz en un refunfuño. —Resulta que ahora sí es de mi incumbencia— decido. Debería preguntarle por su identidad para incomodarla, pero insisto en querer saber detrás de quien va. —¿A quién buscas?— lo hago claramente para molestarla, para que dé el paso en falso que me sirva como excusa. No necesito en realidad esa información, no es como si yo fuera a asumir esa búsqueda. Pero el que responda es un recordatorio que necesita para que sepa cómo funcionan las leyes también en el norte y en la asimetría de poder en la que nos encontramos.
Anonymous
Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Ladeo la cabeza ante su reproche, odiando tener que darle la razón en ese punto. No tengo intenciones de soltar mi arma, así como él tampoco las tiene pese a que baja de apuntarme el pecho a una parte más inferior. Lo tomo como una oportunidad, de manera que vuelvo a guardarme el cuchillo en el bolsillo y elevo las manos hacia él, moviendo los dedos con cierta sorna. Suelto un suspiro que me da lugar a bajar los brazos a ambos lados de mi cuerpo, aunque percibo en el suyo que no va a dejarme marchar tan fácilmente. – ¿Qué es lo que quieres? – Escupo. Esto no tiene que ser más que un encuentro inoportuno en un lugar inadecuado, nada más. Los dos podemos volver por nuestros respectivos caminos y no cruzarnos las caras nunca más, ¿por qué demorarlo?

Estoy a apenas unos centímetros de cruzarlo para seguir por donde he venido cuando tiene que comportarse como un completo idiota. Aunque teniendo en cuenta que trabaja para Jamie no sé ni por qué me sorprendo. Le miro de arriba a abajo, tan plantado en el suelo como su ego le impulsa a repetir la pregunta cómo si no le hubiera escuchado ya. – A un viejo amigo. No esperaba que acudiera tampoco, corren tiempos difíciles. – Como estoy segura de que va a comprender. Es la excusa más patética que se me podría haber ocurrido la verdad, pero tampoco es como que pudiera decirle que estoy buscando a un grupo de niños perdidos en un lugar tan remoto y deplorable como lo son estas ruinas. Una persona que puede llegar a aparecer o no es una disculpa tan penosa como lo puede llegar a ser de convincente. – ¿Contento? – Me atrevo a añadir, no sin antes comprobar que sigue manteniendo intenciones de no dispararme. – ¿Entonces vas a dejarme pasar o qué? – No soy tan estúpida como para meterme en una pelea con alguien que me dobla en tamaño y probablemente también en técnica, pero si tengo que hacerme pasar para seguir mi camino lo haré antes de terminar en un cuartel.
Alice D. Whiteley
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Invitado
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Afino mi mirada, entrecerrando mis ojos, y hago ese gesto en vez de poner hacer rodar mis ojos porque no quiero perderla de vista ni una fracción de segundo. Se guarda su arma en vez de entregármela o tirarla al suelo, creo que no estoy siendo muy específico en mi manera de hacerle entender que eso es lo que espero de ella. ¿De qué me sirve que me muestre su daga y luego la vuelva a colocar en su bolsillo? ¿Qué le haga un cumplido? No soy bueno con las charlas de negociación, no es la práctica más habitual en mi trabajo, y es que evito conversaciones incluso con aquellas bestias que tienen la facultad de hablar. Poder articular una palabra no hace que el cerebro de un animal se compare con el de un mago, y por supuesto, tampoco puedo esperar que sea similar el de un mago y alguien que sobrevive como una repudiada en el norte con sus reglas de la ley del más fuerte. Por ciertas reglas generales, criaturas, repudiados y magos estamos en escalafones distintos, y personas como ella están en medio.

Yo no tengo por qué contestar tus preguntas— replico con su mismo gesto altanero, manteniendo mi tono bajo. —¿No crees que han pasado suficientes años como para entender cómo funciona la lógica entre alguien de seguridad nacional y una paria?— pregunto. Si me molesta a veces que haya jóvenes con una rebeldía insolente, que prácticamente han crecido en esta situación de marginados por la sociedad, me molesta aún más que haya quienes tienen toda la edad para adecuarse a las reglas del juego y no lo han hecho. —Un viejo amigo…— repito, todo el tiempo evasiva con sus respuestas y se parece demasiado a estar persiguiendo a un demiguise que se hace invisible cuando estás a punto de cerrar las manos sobre una parte de su cuerpo, huyendo otra vez. Esa sensación me provoca una picazón molesta en la piel de mis brazos y por eso doy un paso hacia ella para responderle, cerrando solamente mi mano izquierda alrededor del arco. —No— contesto simplemente para hacerle saber que no estoy conforme con lo que me ha dicho hasta ahora, y le hago lo que creo que bien podría haber sido la primera pregunta y a la que no puede escapar. —¿Quién eres?—. Le cedo tres segundos para me lo diga o improvise una mentira, antes de usar mi mano libre para intentar rozar la daga que tiene en el bolsillo*.

Dado de fallo
OFF: Alice le puede romper los deditos si quiere :D
Anonymous
Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Ya sé que no tiene que responder a mis preguntas, lo ha dejado muy claro desde que este encuentro inoportuno tuvo lugar, pero nunca está de mal intentarlo. Hasta con alguien que merezca tan poco respeto como la figura de autoridad que tengo en frente. El hecho de que me llame una paria no me molesta tanto como el hecho de que ponga en evidencia la superioridad con la que escupe sus palabras, como si de alguna manera eso le hiciera mejor que yo, lo cual estoy bastante segura de que es así de verdad. – Oh, y apuesto que te encanta gritarlo a los cuatro vientos para que todo el mundo lo sepa. – Digo sin apenas pestañear, resoplando con desdén a pesar de que estoy tirando mi fachada de perro muerto completamente por la borda. A estas alturas me es igual que crea que soy una repudiada del norte más, prefiero eso a que se entere de que la realidad es que no aparezco en esa pirámide mental que tiene montada. Porque para ellos los humanos ni siquiera merecen que se les adjudique una categoría.

Tampoco tengo intenciones de entregarle mi arma porque es la única defensa que tengo en caso de que quiera abalanzarse sobre mí, siendo que él es tres veces mi tamaño no tendría ningún problema para inmovilizarme sin que apenas oponga resistencia. Por esa misma razón, sabiendo que va a tratar de desarmarme en cuanto tenga oportunidad, no quito el ojo a sus manos independientemente de que alce la voz. Gracias a eso puedo moverme lo suficientemente rápido hacia un lado y agarrarle la muñeca para retorcérsela cuando se atreve a ponerme una mano encima. Puede que no sea la persona más fuerte en un combate cuerpo a cuerpo, no dadas las circunstancias y mucho menos después de como estamos viviendo, pero tampoco necesito de mucha fuerza para golpearle con la rodilla que espero le dé de lleno en el estómago*. – ¿Acaso saberlo va a hacer una diferencia? – Le respondo cuando pregunta por mi nombre, poniendo una distancia necesaria entre nosotros entre que lo veo retorcerse.

Acierto huhu
Alice D. Whiteley
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Invitado
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Todos lo saben— replico, es una verdad innegable, la realidad por desagradable que sea para los repudiados no es algo que puedan evadir, los encuentra a la vuelta de cada esquina estos distritos pobres. —Si te lo tengo que aclarar es por culpa del equivocado orgullo que personas como tú todavía pueden encontrar en la miseria. Y no es una buena virtud en ningún repudiado— mi consejo suena como una advertencia calma de lo que sucederá a continuación. No soy lo suficientemente solidario como dejarlo en un llamado de atención, no es joven para que se le disculpe su altanería, y creo que tampoco concedería eso a un chico. Las circunstancias nos han colocado a todos en los lugares en los que estamos, se trata de reafirmación. Uso una de mis manos para tratar de alcanzar su daga, con una ventaja de estatura a mi favor que ella burla con un movimiento ágil, deteniendo mi muñeca.

Ese gesto me hace saber que no es la primera vez que esta mujer se encuentra en combate. Pero no sería la única en saber cómo defenderse en esta tierra de perdidos, en la que ni siquiera pueden confiar en aquellos que están en su misma situación, todos tramposos y desleales. Salvajes, es lo que pienso, cuando dobla mi muñeca y aprieto mi mandíbula. Recibo el golpe en mi estómago con una mueca, no logra derrumbarme por mantenerme firme sobre mis pies. El ruido del arco al caer apenas se escucha cuando abro mi mano para soltar el arma y así poder usarla al hacer girar la muñeca que ella retuerce, colocándola de espalda, entonces doblo su otro brazo hacia atrás, reteniéndola*. —Sí, la diferencia está en que estás obligada a dar tu identidad a un miembro de seguridad nacional si te lo ordena y no hay razón válida por la que negarte— lo digo en el tono formal que he escuchado en algunos aurores cuando exigen esta información, y añado: —Y porque ustedes son nadie  la mayoría de los días, aprovecha las oportunidades que tengas de decir tu nombre.  

Anonymous
Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
La prepotencia nunca ha sido algo de mi agrado, creo que es evidente por el modo en que tengo de mirarlo como si me hubiera escupido en la cara, aunque sus palabras no están muy lejos de hacerlo. – Es algo más que orgullo lo que vas a encontrar aquí. – Le recuerdo. No veo necesario el decirle que las personas que viven en el norte, repudiados, parias, traidores, como sea que quiera llamarnos, tienen algo mucho más poderoso que el orgullo. En algún momento algo más feliz de mi vida hubiera dicho que la esperanza es un buen sentimiento al que sacar provecho cuando literalmente no tienes nada más a lo que aferrarte, pero con los golpes y repetidas caídas al vacío he llegado a la conclusión de que si bien la fe en que las cosas cambiarán es alentador, no es tan fuerte como lo puede llegar a ser la venganza. Desafortunadamente para él y para los de su grupo, de esa hay mucha por el norte.

No sé por qué no aprovecho la oportunidad para salir corriendo, a sabiendas de que aludir una figura autoritaria no es tan malo como lo es el haberla agredido. Lo cierto es que no tengo tiempo si quiera para pensar una salida cuando con su mano retuerce mi brazo como si de un fideo se tratara, lo cual no está muy lejos de ser verdad en contraste con el tamaño de sus músculos. Mi respiración se torna un tanto agitada cuando forcejeo con intención de soltarme, pero el agarre es demasiado fuerte, por lo que suelto un suspiro de resignación que me revuelve un poco el pelo. – Grace Crawford. – Miento rápidamente. Es uno de los pocos nombres que recuerdo de cuando aún iba al colegio siendo una niña, una que, por cierto, me caía bastante mal. Quizá sea por eso por lo que la recuerdo al instante, solo espero que con el transcurso de los años se haya perdido por ahí para no joderme ahora. De todas maneras, nuevamente es solo una distracción, que me sirve para deshacerme de su maniobra pasando por debajo de su brazo, agarrando el cuchillo con una mano y pegándole un codazo con fuerza en toda la nariz*. Fíjate, al parecer sí que sangran. En cuanto se aparte a un lado, ahí va mi oportunidad para escapar.

acierto huhuhu
Alice D. Whiteley
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Pura mierda— muerdo la respuesta entre mis dientes, eso es lo que sobra en estos distritos, si el orgullo les sirve para vestirse que lo hagan, porque no hay muchas chances de algo diferente en su futuro cercano. El ministerio se encarga de aplacar cualquier asomo de rebeldía, le tocará a ella su turno en algún momento supongo, pero no lo haré yo. No es mi trabajo, ni tengo el morbo que otros de mis colegas para abusar de los repudiados. Son invisibles para mí la mayoría de los días, hasta que chocan conmigo. Al tenerla sujeta por la espalda, tengo que moderar la fuerza con la que estrujo su muñeca, que no es la misma que uso cuando me saltan algunas ferias y tengo que sacármelas de encima para proteger mi yugular.

Su forcejeo me obliga a tener que hacer más presión para retenerla, me burlo con una sonrisa desde detrás de su cabeza. —Así que Grace… ¿Tu hermano no será Chace?— me mofo de lo que creo que es una mentira, no me doy cuenta que relajo un poco el agarre de su brazo y su codo se estrella contra mi nariz haciendo que me eche hacia atrás, tropezando con mis propias botas. La suelto y tengo que disimular el aullido de dolor con un insulto a los infiernos. —Serás…— no llegó a decir lo que pasa por mi mente, que el ruido de escombros rodando al suelo me ponen en alerta. La pared de la cueva está fracturada en varias partes, son rendijas oscuras por las que no metería mi cabeza. Cubro mi nariz con una mano que se mancha de sangre, el olor a óxido es penetrante.

Quieta— ordeno en un susurro y alzo una mano para indicarle que se quede en su sitio. Doblo mis rodillas para poder estirar mi brazo hacia donde quedó mi arco y para cuando las primeras patas de la acromántula salen de la grieta en el muro, estoy tensando el arco y en el aire se condensa niebla mágica para tomar la forma de una flecha que parece echa de madera con un filo certero y mortal. Aguardo a que la criatura esté a la vista, irguiéndose intimidante en todas sus patas, no es tan grande así que supongo que no es adulta. Sin embargo, me obliga cambiar de una criatura a otra como objetivo y tengo que colocarme delante de la mujer para apuntar a la araña, así ponernos a resguardo. —Tienes lo que tarde en disparar para irte y espero no volver a verte— digo, prefiero indicarle su posibilidad de huida a darle la oportunidad de que me clave su cuchillo por la espalda.
Anonymous
Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No le he dado ningún motivo para que crea nada de lo digo, si acaso mis acciones demuestran que no estoy en posición de concederle ni una mísera perspectiva acerca de mi vida. Quizás por eso que me hace hasta gracia que continúe con la mentira y ahora que estoy libre de su agarre, me permito ladear la cabeza en chiste.  – Creo que te confundes con mi primo, ¿lo conoces? – Y de no ser por que ambos sabemos que me lo estoy inventando y por la sonrisa irónica de mis labios, hubiera resultado una actuación casi convincente. Sin embargo, me aprovecho de que el golpe lo empuje hacia atrás para moverme a una distancia segura, que me hubiera servido para huir de no ser por el temblor que recorre una de las paredes y me distrae de mi tarea inicial.

No tenía intenciones de moverme, la verdad, no cuando veo aparecer unas patas negras por una grieta gruesa que atraviesa la roca, esas mismas patas que me hacen apartarme como si no hubiera visto una jamás. La realidad es muy distinta, pues conozco demasiado bien la forma que adopta una acromántula por experiencias pasadas y no muy buenas. ¿Este no era cazador? Pues ya tiene a la presa que andaba buscando, no tenemos por qué demorar esto mucho más tiempo. – El sentimiento es mutuo. Fue un placer. – Ironizo. Ni siquiera siento lástima por dejarlo solo con la araña porque honestamente, no me puede importar menos lo que le pueda pasar. Casi puedo escucharme diciendo que salude a mi primo de mi parte, pero me lo ahorro y utilizo ese tiempo en salir por patas de la cueva, buscando un camino de vuelta por el que no tenga que encontrarme con su cara nunca más.
Alice D. Whiteley
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