The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Inspeccioné el cadáver con esmero de encontrar una posibilidad de resurrección, pero si mi diagnóstico no estaba tan errado, la pobre planta llevaba en este estado más que unas pocas semanas, tal vez más de un mes. Mi antecesor me había cedido un despacho con un ambiente lúgubre cargado de muerte vegetal, y no podía juzgarlo con dureza, si según mis cálculos no estaba tan lejos de los noventa años. Lo apodé Merlín en un arranque de inspiración, y en un par de ocasiones en la única charla que tuvimos de bienvenida y despedida, estuvo a punto de salirme el nombre de los labios. Dijo algo sobre su trayectoria y los muchos estudiantes que pasaron por su aula, que casi me creí el cuento de que llevaba enseñando desde la época medieval, pero no caí en el engaño al recordar que el Royal tenía apenas quince años. Entre las pertenencias que me heredó estaba la fotografía de un beagle, al cual bauticé Arthur, y lo dejé donde lo había encontrado, en el estante de libros sobre encantamientos avanzados.

Con las plantas no podía mostrar la misma misericordia, porque a estas alturas creo que lo más digno para ellas era que les diera un destino final. Sin embargo, la habitación continuaba viéndose melancólica con el azul oscuro de las paredes y la cara de un perro que no era mío como única decoración. Llevaba un par de días así y no podía postergarlo más tiempo, tenía que hacer algo con este espacio para devolverle un poco de vida. Salí al pasillo y viré hacia una de las primeras puertas que encontré entreabierta, espié dentro para comprobar que estuviera vacía de gente, parecía más un aula que un despacho, pero no podía estar seguro porque los salones de adivinación solían ser una cosa imprecisa de definir en cuanto a decoración de interiores. ¡Una planta! Hallé al objeto de mi búsqueda después de un paneo rápido y como en tres pasos quedó a mi alcance, la recogí en brazos para llevármela. Me sorprendí como el ladrón que era al ser pillado con mi botín por una mujer, y si no pegué un grito del susto fue por los años que ejercité compostura en las situaciones más incómodas y también ridículas. — Soy el profesor Thornfield, su nuevo vecino — me presento dando un paso hacia delante y con la mano en el aire para oficializar el saludo. Me percato de mi acto fallido y vuelvo a intentarlo al aclararme la garganta. — Digo, su nuevo colega. Soy profesor de Encantamientos— añado.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Las vacaciones de verano no me eximen de tener que cumplir con algunas de las tareas que se me han adjudicado en el colegio, como asambleas informativas acerca de los cambios que se van a realizar en el mismo el próximo año hasta reuniones con padres cuyos hijos van a tomar clases de adivinación por primera vez este curso y quieren hacerse una idea de cómo va a funcionar la asignatura. No tengo problema con ninguna de esas dos cosas, hasta el momento en que alguno de los susodichos lo tiene con la manera que tengo de impartir mis clases. No es la primera vez, como tampoco espero que sea la última por mucho que me gustaría, que un padre trata de desprestigiar la materia que imparto comparándola con otras de mayor importancia. Eso me pone de mal humor, como es evidente que se percibe por la manera que tengo de cerrarle la puerta del aula en las narices sin opción a que continúe con sus impertinencias.

Trato de relajar mi humor con una taza de té, sentada en la butaca tras mi escritorio mientras echo un vistazo al papeleo que aún tengo que entregar esta tarde sobre la matriculación de nuevos alumnos. Casi se me ha pasado el enfado cuando por el rabillo del ojo puedo percibir como la puerta de la habitación se abre para dejar entrar a un hombre al cual no reconozco. Inconscientemente mis ojos se entrecierran dejando ver mi curiosidad cuando no es a mí a quien pretende dirigirse, sino a una planta que hay al fondo de los salones donde se sientan mis alumnos. No sé por qué el gesto me hace esbozar una sonrisa, observando sus movimientos en el más incómodo silencio entre que el ladrón apaña el objeto deseado y se da cuenta de que no está solo.

Eso provoca que arrastre la silla haciendo ruido con la patas mientras me levanto para acercarme y estrechar su mano, aún manteniendo la sonrisa. – Profesor Thornfield, pues… dígame, ¿tiene usted afán por robar plantas o es solo su manera de causar una buena primera impresión? – Bromeo, aunque no lo dejo ver por la seriedad de mis palabras hasta que relajo la tensión de mis cejas y vuelvo a sonreír. – Phoebe Powell, profesora de adivinación, un placer. – Ahora que murmuro mi nombre en voz alta y tengo el tiempo de pensar en el suyo, ¿no he oído yo ese nombre alguna otra vez? – Puede quedarse la planta, considérelo un regalo de bienvenida. – Definitivamente he oído ese nombre en otra ocasión, me pregunto dónde y por qué me suena tan familiar de repente. – ¿Por qué presiento que debemos conocernos? – Termino por preguntar cuando la curiosidad puede conmigo, ladeando la cabeza en su dirección.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
Me he avergonzado a mí mismo más veces de las que puedo contar en esta vida, que mi cara mantiene su tono a pesar de la pena que siento por tener en manos la prueba que me incrimina de un robo infantil. Las puntas de mis orejas arden como si acabaran de ser chamuscadas con carbón ardiendo, por suerte mi cabello las cubre para que no pueda verse el rojo encendido. —De causar una impresión memorable— la corrijo con una broma improvisada sobre sus palabras, tratando de compensar mi falta con humor y ensancho una sonrisa para reforzar esta primera imagen que espero causar en ella. No sé si es la maceta lo que está a punto de caer de la palma donde la mantengo en equilibrio o si el peso de su mano va a hundirme cuando escucho su nombre.

Pestañeo demasiado rápido, mi boca se entreabre en algo que no llego a articular. —¿Phoebe?—. No lo pregunto con el tono de quien busca una confirmación, sino de alguien que está evocando un recuerdo impreciso, y no es que tenga que hacer repaso de mi propia lista personal de nombres pasados, sino que recurra a la de mi hermano Chuck y la encuentro rápido. ¿Acaso no se llamaba así…? Bajo mi mirada a la planta, redescubriéndola en mi posesión, y murmuro un poco ausente: —Gracias, es todo un gesto—. Me aclaro la garganta con un carraspeo para recuperarme de lo que para mí si fue una primera impresión con impacto. —¿Tiende a hacer regalos a sus nuevos vecinos o puedo considerarlo como que le he caído bien para comenzar?— pregunto, debatiéndome entre aclararle el por qué mi nombre puede serle familiar, a miedo de que eso pueda cambiar su actitud. Me siento un poco mal cada vez que niego a mis hermanos, a veces ocurre. No es mentira, es omisión. No es negación, son cosas de las que simplemente no hablo si nadie indaga. Entonces… —Puede que tengamos a alguien en común, ¿es posible que cierto joven refugiado en el norte le haya hablado de mí?— pregunto, todavía siendo impreciso.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
De todos los profesores nunca nadie me había robado en el aula, de manera que no tengo más que asentir con la cabeza disimulando la risa cuando se excusa. – Bueno, de eso puede estar seguro. – Bromeo, si terminamos siendo buenos compañeros de trabajo esto siempre podrá ser una historia graciosa de la situación en que llegamos a conocernos. No se lo tengo muy en cuenta porque es verdad que hay ciertos despachos que pueden llegar a ser muy lúgubres y otros que con tanta cosa parecen más un trastero que un lugar de escondite para el profesorado. Las plantas resultan un toque acogedor a cualquiera que quiera hacer reformas en el escritorio, de manera que sacudo la cabeza para restarle importancia al asunto, acompañándolo con un leve gesto desinteresado de mi mano. – Mientras solo sea una maceta... aunque puede robarme a algún que otro alumno de vez en cuando. – Digo a modo de chiste. No es más que cierto que algunos estudiantes se sienten como tres a la hora de impartir la asignatura.

Casi estoy por creer que me estoy imaginando que sí nos conocemos de algo cuando su forma de reaccionar a mi nombre hace que frunza ligeramente el ceño. No obstante, en seguida cambio de expresión al verme envuelta en su broma. – Tiene la suerte de ser el primero que llega después de mí, así que no he tenido mucha oportunidad de hacer regalos a otros compañeros. Tampoco llevo mucho tiempo aquí, me incorporé a mitad del curso pasado. – Explico. Se siente bien no ser la cara nueva para variar, no tener que ser yo la única que a día de hoy todavía se pierde por los pasillos como un pato mareado va a estar magnífico. Ya he dejado apartado a un lado el tema sobre nuestra posible unión cuando su siguiente comentario me deja un tanto confundida. Me cuesta dos segundos atar los cabos sueltos para caer en quién tengo frente a mí. – Eres el hermano de Charles. – Uno de ellos al menos. Mi descubrimiento no es tal con mis palabras como lo es con la manera que tengo de elevar las cejas y abrir los labios en sorpresa. – No sabía que eras profesor, Charlie te mencionó un par de veces pero nunca tuvimos el placer de conocernos. – Lo cual es raro porque literalmente estuve embarazada de él, lo mínimo sería haber sido presentada a algún miembro de su familia, pero dejémoslo en que nuestra relación siempre fue algo peculiar.
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Invitado
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Por ahora será solo esta planta— contesto, permitiendo que quede abierta la oferta que me hace de robarme a sus alumnos después, que puede que sean los mismos que tendrán clases conmigo y en alguna reunión futura lo que debatamos será quien se queda con quien en una custodia compartida entre maestros. Reconozco que la energía de los estudiantes puede ser abrumadora, pero tengo una debilidad por todos aquellos que son especialmente problemáticos y me imagino llevándome con gusto a los renegados de Adivinación. Creo que mis inclinaciones fueron evidentes cuando nada más comenzar como profesor, opté por el Prince en vez del Royal, tal vez no soy muy diferente a mis alumnos favoritos. Si ahora estoy aquí es porque supe hacer de algo minúsculo un problema real, a lo que en mi expediente escogieron llamar como un accidente. —¡Eso es genial!— exclamo, al saber que se incorporó hace tan poco. —Podemos hacer un frente unido de novatos para que los veteranos no se pasan de bravucones con nosotros. Tendremos macetas para defendernos si las cosas se ponen complicadas— bromeo, elevando el obsequio que acaba de darme y sonrío entre las hojas verdes.

Tiene lógica que se haya incorporado hace unos meses y no tengo por qué preguntarme la razón por la que no nos cruzamos en el Prince, siendo que hay solamente dos escuelas de magia. Si no me equivoco en cuanto a lo Charles solía contar, ella también vivía en el norte, mis pocas visitas a esos distritos fue para coincidir con mi hermano o por visitar algunos sitios que por su fama, no es donde esperaría encontrarme a nadie como ella. Claro que todavía es muy pronto para hacerme una impresión, y no suelo tener por regla crear un juicio a partir de lo que otra persona me cuenta, así que supongo que tendré tiempo para conocer y saber quién es la mujer con la que mi hermano casi formó una familia. —Tiendo a pensar que los encuentros se dan cuando tienen que darse, nunca antes, nunca después…— comento, pensando si no soy culpable en parte por mi reserva, de nunca haberla conocido, de que en realidad no me muestre ante otros con alguno de mis hermanos por una actitud de negación que hasta ahora ninguno me recriminó. —Si Chuck no lo ha dicho es porque mi trabajo como profesor no es lo más destacable en mí— digo, incapaz de abandonar mi tono bromista. —Soy profesor de día y murciélago de noche, lo segundo siempre da más para hablar…—. La apunto con la maceta. —No sabía que eras maestra. ¿Qué te parece? ¿Te pasa lo mismo que a mí que cada vez que ves a alguien con su varita en la nariz piensas «Oh, esta es el mejor trabajo del mundo»?— pregunto, con un dejo romántico en mi voz, como si en verdad pensara eso, aunque no está muy lejos.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Su excitación por no ser el único que recién empieza en el colegio es un sentimiento que me hubiera gustado compartir nada más llegar a la institución, pero el hecho de incorporarme a mediados de curso ya resultó un impedimento al intentar que nadie me tomara por nueva. Su propuesta me hace la suficiente gracia como para elevar las mejillas al mismo tiempo que suelto aire por la nariz, sin saber muy bien qué tanto nos van a ayudar unas macetas en el caso de que alguien tenga algo contra nosotros. – Esperemos que no tengamos que llegar a eso… – Acompaño en lo que cruzo los brazos sobre mi pecho en un gesto sumamente despreocupado ahora que no tiene intenciones de robarme ningún objeto más. – Pero puedo enseñarte un poco la escuela, si quieres, al principio a mí me costó un tanto saber qué dirección tomar para encontrar las aulas. Así te ahorro el ser el foco de chistes sobre cuan perdido está el nuevo profesor de encantamientos, error de principiante. – Ahora sí que tengo que reírme al recordar las miraditas por parte de los alumnos, aquellas que me gané los primeros días cuando apenas sabía diferenciar la izquierda de la derecha por los pasillos. Ahora no puedo hacer otra cosa que recordarlo con diversión, pero en su momento no es que me hicieran especial gracia.  

Para ser hermano de Charles, no es que su comportamiento sea muy similar, aunque sí que es verdad que reconozco en sus comentarios un deje humorístico que me recuerda bastante a su hermano. Definitivamente no esperaba terminar trabajando con uno de sus hermanos, lo que me hace pensar en si él mismo conocerá de esta coincidencia tan peculiar. – Eso suena muy profundo… ¿seguro que no vienes a reemplazar mi puesto? – Bromeo cuando empieza a hablar sobre encuentros predestinados a pasar en cierto momento, no muy segura de si sería la expresión que yo utilizaría para este caso. – Oh, bueno, no… Quiero decir, sí te mencionó alguna vez, pero digamos que la familia nunca fue un tema de conversación demasiado común cuando aún… – No llego a terminar la frase porque honestamente creo que no es necesario. No sé hasta qué tanto tendrá informado Chuck a sus hermanos de la relación que teníamos, puesto que como dije, la familia no es algo de lo que acostumbráramos a hablar. Al menos no juntos, y creo que por mi parte creo que queda bastante claro el por qué. – Sí, bueno, no fue mi intención terminar como maestra, pero una cosa llevó a la otra y… aquí estamos. Me gusta más de lo que hubiera creído, para serte honesta. ¿Tú siempre tuviste vocación por ser profesor? – En mi caso fue puro resultado de la casualidad que me llegara a gustar este trabajo, pero sé de gente que sabe bien desde un principio lo que quiere. Evito nombrar la “ayuda” que recibí por parte de la ministra de educación porque no sabría decir si es un buen momento para explicar realmente como es que acabe aquí.
Phoebe M. Powell
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Como te habrás dado cuenta…— digo, mi mano moviéndose en el aire para abarcarme de cuerpo entero. —Tengo la capacidad de reírme de mí mismo, no me importaría tomar por equivocación la izquierda en vez de la derecha y es posible que lo haga con intención en más de una ocasión— reconozco, cargando con mi maceta que me hace un chiste en medio de su sala y tan alto que debería darme vergüenza que en todos estos años no haya trabajado más en dar una imagen seria para mi reputación, en especial porque debería tener una delante de una clase. —Te acepto que me enseñes el colegio, porque siendo honesto sí me gustaría saber dónde está el baño en cada piso— añado, así tendré la oportunidad de conocer el edificio de mi nuevo colegio con alguien más que sirva para las explicaciones y me de sus propias impresiones de qué puertas cruzar y cuáles evitar. Esbozo una sonrisa rápida cuando se siente amenazada en su puesto por un comentario al aire, haciendo de esto también una broma entre los dos. —Para cuando te resfríes, tenme en cuenta para que pedir que me haga cargo de tu curso— respondo, que no la quiero dejar sin puesto, pero creo que podría apañármelas dando un poco de teoría sobre adivinación.

Hablar de mis hermanos no es un tema el que me detendría por mí mismo, ella no lo hace tampoco, y sin embargo, siento que hay algo ahí que se queda como un gran elefante blanco en la habitación. Supongo que es porque sé un poco sobre la historia de ambos, que no desalienta mi curiosidad por escuchar lo que ella pueda decirme, creo que me intriga mucho saber cómo es la versión de la historia de la mujer que amó mi hermano y sí, porque al final de cuentas, me preocupo por Chuck y Jerek al punto de querer entrometer en sus vidas si es que tengo la oportunidad. — ¿Estás ocupada o podemos hacer el recorrido? Aprovecharé para llevar esta planta que me regalaron a mi despacho…— digo, cuando ella se interrumpe antes de acabar esa oración referida a mi hermano. Me adelanto hacia la puerta esperando que venga conmigo, mientras lo hago respondo a su pregunta de un modo en mi pecho se llena de la satisfacción que llevo en estos diez años de hacer lo que me gusta. —Siempre— digo, —mis padres solían responder todas mis preguntas y me daban largas explicaciones sobre cómo funcionaban las cosas, me encontré haciendo lo mismo con otras personas después…— explico. Cuando la tengo caminando a mi lado, hacia el pasillo que comunica todos los salones de esta planta, vuelvo a girar la conversación a un punto anterior. —¿Sabes que con mis hermanos tenemos una historia familiar complicada, verdad? Y supongo que a veces no llegamos a resolver eso, lo arrastramos de por vida.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Charles y tú tenéis eso en común entonces. — Digo, siguiendo la broma acerca de como se ríe de sí mismo con una sonrisa en los labios. He pasado demasiado tiempo con su hermano como para saber que a él también le gusta mofarse de sus defectos, al punto de que muchas veces me he planteado si realmente se tiene algo de estima. Espero que eso haya cambiado, aunque a juzgar por nuestro último encuentro, no lo ha hecho mucho. Con la confesión de Logan me queda claro que se trata de algo que viene de familia. — Mmm, ¿el baño en concreto? ¿Pretendes que ese sea tu refugio cuando los chavales se te rebelen? No mi opción, pero... de acuerdo. — Bromeo, alzando las cejas pero con la mirada baja. O quizás simplemente tenga incontienencia urinaria, pero eso es algo que prefiero no tener que preguntar. Sería un poco inapropiado por mi parte. — Ah, ¿que sí te gusta la adivinación? — Entrecierro los ojos como si estuviera debatiéndome entre si considerarlo una amenaza o no, a la espera de que sea él quien se anime a contarme su interés por las artes adivinatorias.

Volteo la mirada hacia el escritorio, sabiendo que cuando vuelva voy a tener que llevarme el papeleo a casa por no haberlo terminado aquí, pero por este momento su compañía resulta mucho más interesante que cualquier informe estudiantil, por lo que con un gesto de la mano me ocupo de reordenar las hojas para que queden colocadas y arrastro la silla con intención de que eso responda a su pregunta. — ¿Son maestros también o solo es que eras un chico muy curioso? — Indago, aunque sin querer meterme en temas que no me competen. He aprendido por cuenta propia que la familia no es algo con lo que uno quiera meterse, más cuando son historias tan complicadas. La de Charles y sus hermanos es, en definitiva, una de esas. — Mi hermano solía decir que me pasaba horas dándole explicaciones a mis peluches cuando era más niña, aunque yo no lo recuerdo. Creo que solo me gustaba tener a alguien a quien mangonear, problemas de ser la menor, supongo. — Extiendo las palmas de las manos hacia delante como si fuera algo evidente, segura de que podrá entender de lo que hablo. No es algo que venga especialmente a cuento, pero siento la necesidad de intercambiar información sobre mí para que no sea solo una conversación de a uno.

Me apresuro a salir por la puerta antes de que esta se cierre de golpe, caminando a su lado con lentitud viendo que no tenemos prisa. Para mi sorpresa, el tema familiar vuelve a salir a la luz, esta vez no por mi cuenta. Soy consciente de su pasado, al menos lo que he llegado a comprender durante los años que Charles y yo estuvimos juntos, lo que me lleva a asentir con la cabeza afirmativa. — Es lo que tiene la familia, no es algo de lo que uno pueda desprenderse tan fácilmente. A veces ciertas cosas no pueden resolverse, no porque no lo hayamos intentado, sino porque simplemente es así. — Digo, no muy segura de a donde quiere llegar con este tema, pero encontrándome con la curiosidad de querer saberlo. Sé por experiencia propia que la familia no es algo que se escoge, que muchas acaban rotas sin que haya opción a arreglo.
Phoebe M. Powell
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Charles y yo somos como dos gotas de agua— bromeo en algo que se puede refutar tan fácil, es que ni siquiera me parezco físicamente a mis hermanos, quienes heredaron los rasgos rubios de nuestra madre biológica. A mí me ha tocado lidiar con el reflejo de las facciones de un muggle que nos rechazó, fantasma aparte de los muchos que cargamos los niños de familias fragmentadas, y he tenido que aprender a reírme con todos ellos, sobreponerme a cada defecto y a cada error con una carcajada que se escuche alto. He tenido una vida como para cubrir las heridas de los traumas con un par de recuerdos felices que han valido toda la pena que viví antes. —¿Acaso hay algún lugar mejor para ir a llorar a escondidas cuando los chicos me tomen el pelo?— pregunto, con mis manos en los bolsillos al tiempo que me balanceo sobre mis pies, con una sonrisa que se sale por los lados de mis comisuras.

Es la misma expresión risueña que se mantiene cuando contesto a su siguiente pregunta: —¿A quién no? Todo eso de que una taza de té pueda decirte si morirás joven o que una carta de tarot te diga que serás rico. ¿O ves esta línea en mi mano, que cruza toda la palma y se abre en tres?— inquiero, enseñándosela en alto desde la distancia en la que me encuentro de su escritorio. —Me han dicho que tengo un encuentro predestinado en mi vida, con alguien realmente especial. Así da gusto pagar galeones— sigo, con el ánimo de bromear desvaneciendo un poco cuando nos desviamos a temas más serios, pese a que hablar de mis padres adoptivos no me quita la sonrisa. —Son nerds, curiosos, les gusta aprender cosas nuevas, inventan otras— hago un movimiento con la mano en el aire, con ese tono relajado que siempre me provoca hablar de ellos. —Y criaron un hijo así— como si eso lo explicara todo. Una afirmación que a oídos de otra persona no daría lugar a pensar que soy adoptado, pero ella lo sabe. Me río por lo bajo cuando justifica sus ademanes de maestra siendo niña por un complejo de hermana menor. —Como hermano mayor puedo decirte que toda nuestra autoridad es fachada, los menores siempre nos tienen en su palma. Cuando Eugene me hace un puchero, me tiene dándole palmaditas en la espalda— bromeo. —Tu hermano… ¿es el ministro Powell?— hago la asociación por apellido.

Cargo con mi planta bajo el brazo cuando salimos al pasillo, acorto mis pasos para acoplarme a su caminar lento, que no tenemos prisa y no hay una estampida de estudiantes a la vista, lo que deberíamos aprovechar porque en septiembre ese será un paisaje de ensueño en los corredores. No nos alejamos mucho del tema de la familia, aunque mi expresión se va tornando más grave, estamos rozando un límite que no sé cómo cruzar y a la vez, como hermano mayor entrometido, acabo por pisar. —Pero de las malas experiencias se pueden sacar buenos aprendizajes— ladeo una sonrisa que no llega a mis ojos, ese es mi alma de maestro hablando. —Todo lo que pasó, todas las malas decisiones que tomaron otras personas, los recuerdos, me gusta creer que nos llevan a la oportunidad de hacer las cosas bien, a la esperanza de que podemos y merecemos algo mejor, que siempre valdrá la pena intentarlo…— la miro de soslayo. —Nos merecemos cosas buenas en la vida, es un convencimiento que tengo, cada más fuerte.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Cualquiera que no conociera a los hermanos coincidiría en decir que no tienen nada en común, físicamente hablando son los tres bastante distintos incluso siendo los tres hombres, aunque soy capaz de reconocer algunos aspectos entre Charles y su otro hermano el famoso que en Logan, ahora que lo tengo delante, no soy capaz de ver. Supongo que ahí la genética jugó una estrategia curiosa a la hora de repartir caracteres. No obstante, a un lado de eso, hay gestos, movimientos que no me es complicado confundir entre ellos como si se tratara de la misma persona. Al final, tengo que sonreír por el comentario, junto con la sacudida de cabeza leve que me marco cuando menciona el baño como el mejor lugar de escondite para llorar. No se lo digo, porque imagino que ya lo sabrá después de haber trabajado con niños mucho más tiempo que yo, pero que lo vean en pleno acto de debilidad no lo coloca en una buena posición.

Bueno, para serte sincera, eres de las pocas personas que conozco que realmente creen en estas cosas. La mayoría piensan que no es más que una artimañana para sacarles el dinero... — En especial cuando no les gusta lo que escuchan, de esos me encontré muchos cuando en el once sí debía usar mi habilidad para ganar algunas monedas y poder vivir. Ahora que no me hace falta, la verdad que solo viene a mí gente a la que no le queda otra que creerse lo que digo por el simple hecho de ser ellos los que buscan de mi ayuda y no del revés. — Mmmm... — Murmuro pensativa, tomándome la libertad de tomar la mano que extiende en alto cuando habla de su destino y entrecerrar los ojos en una concentración fingida. — Te timaron, el único encuentro que vas a tener en los próximos veinte años será con una anciana de tres gatos y que vive de la pensión. — Me resulta fácil el bromear, aunque no le permito darse cuenta de que lo hago hasta que una sonrisa traviesa cruza mis labios y suelto su mano. Me cuesta comprender quien es Eugene al principio, siendo que los nombres aun titubean en mi cabeza con todo el cambio, pero finalmente termino por entender. — Supongo que cada cual tiene sus desventajas. — Concuerdo. Ser el mayor no siempre es lo mejor, pero tengo por claro que el menor tampoco se queda corto en algunos puntos.  A lo siguiente, asiento con la cabeza silenciosa, meditando mis palabras puesto que no sé la idea que tiene sobre la situación del país. — Lo es. Nuestra historia también es algo complicada. — No sé hasta qué medida Charles le habrá contado sobre mí a sus hermanos, por lo que prefiero tantear primero el terreno antes que irme a temas delicados sin que venga a cuento.

Encuentro en Logan una calma y serenidad que en Charles me costaría destacar, en especial cuando se trata de mirarle el lado positivo a las desgracias. No que su hermano sea un pesimista ahogado en la miseria, pero tampoco lo tengo por el tipo que dedica su tiempo libre a dar consejos de futuro. — Desde luego. No es que sea rencorosa, ni mucho menos, pero sí creo que cada uno recoge lo que siembra, tarde o temprano. — La vida tiene formas curiosas de trabajar, y de llevarnos por caminos inesperados con cambios que no vimos venir. — Me gusta la manera que tienes de ver las cosas, Logan, el mundo suele pecar de pesimista estos días. — Admiro que, pese a eso, siga manteniendo la esperanza de que las personas buenas reciben lo que merecen.
Phoebe M. Powell
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¡Escépticos! ¡Magos escépticos! ¿Hay una ironía mayor que esa?— hago de mi pose seria y mi nota dramática en la voz una broma para los dos, resplandece un brillo de humor en mis ojos al momento de hacerle un guiño. Supongo que siendo alguien con el don para esas cosas, chocarse con personas así provoca un malestar inevitable, se recibe una crítica que no se merece. Nunca he creído que los dones sean para guardarse, sino que todo potencial debe ser explorado y mostrado. Las críticas y la apatía, ¡son lo peor! Si los profesores que regañan más de lo que estimulan me sacan canas siendo tan joven, me he jurado nunca convertirme en uno de esos. Y su profecía que busca desalentarme en mi confianza ciega a esa línea que se abre en tres puntas, no logra que una a esa horda de ateos. — Pues… ¿quién sabe quién puede ser esa mujer?— le digo en un tono solemne, —Supongo que alguna vez escuchaste la historia del hilo rojo, la de aquel joven emperador que llamó a un hechicero para que pudieran rastrear a donde llevaba ese hilo del destino anudado a su pulgar. Y se indignó tanto al ver que acababa en una mujer pobre con una niña en brazos, que muchos años después al casarse reconoció en su esposa a esa niña— le guiño un ojo, confiando en la buena fortuna de mi futuro, pese a todas las malas profecías que pueda haber sobre mi destino. De historias complicadas hay muchas, desde relatos como este y también dramas familiares, así que no hago más que sonreírle quedamente. No será en esta oportunidad que indague más al respecto.

¡Por supuesto que todos cosechan lo que siembran!— exclamo, dándole la razón en ese sentido, y haciendo mi propio aporte para demostrarle por qué soy un buen suplente como maestro de su asignatura, si alguna vez no puede dar una clase. —Leyes del karma y del darma. Haz cosas malas, recibirás cosas malas. Pero si haces cosas buenas…— digo, y le dirijo una mirada larga, una que recorre cada rasgo de su rostro joven, así como suelo detenerme en las facciones de Chuck cuando tengo ocasión. —Sucede que a la gente le resulta más fácil creer que las cosas malas están a la vuelta de la esquina, y aunque hagan buenas, no esperan cosas buenas. ¡Y a veces las reciben! Las rechazan por creer que no lo merecen o por creer que no es posible— suspiro, un poco angustiado de no poder prestar mi mirada de ver el mundo a las otras personas, que mi pecado es el exceso de optimismo precisamente, ¡lo sé! ¡Mi culpa de ser un niño mimado los últimos veinte años! Creer en eso de que la suerte puede cambiar, que tocas fondo un día, pero puedes estar volando al siguiente. O será que lo sucede es que aprendes a subir, a volar incluso con heridas. —Phoebe, tengo que serte honesto. El mundo no me parece bonito y arcoiris, la humanidad a veces me resulta insoportable, tengo mis días que me tiro en la cama y miro la pared, en que despotrico por un comentario desafortunado que golpeó mi susceptibilidad. Pero tiendo a rebuscar entre los malo hasta dar con esa pequeña cosa buena que sé que está ahí, siempre la está… solo hay que saber ver, afinar la mirada. ¡Y ahí está! — chasqueo los dedos con la mano que me queda libre, la otra todavía carga a cuestas con la planta. Volteo hacia ella con una media sonrisa. —¿Soy demasiado optimista para ser maestro de adivinación, verdad? Nunca me llamarían para ser tu suplente— bromeo.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Había escuchado esa historia antes, no las suficientes veces como para narrarla por mi cuenta pero sí para saber cómo termina. Es curioso que nos sintamos identificados con este hombre al que la fortuna le sorprendió casándose con la mujer que en su día había sido la niña de una campesina, porque a todos nos gustaría poder pender de ese hilo para llevarnos hacia dónde sea que está dirigido, incluso cuando el resultado no sea el esperado. Al final, todos tenemos la forma de llegar a nuestro destino, independientemente del camino que escojamos para llevarnos hasta él. — El destino tiene formas extrañas de actuar, ¿no crees? — Sonrío con picardía. No me gusta pensar que tengo la suerte de estar un paso por delante que el resto, porque la videncia no deja de ser un juego al vacío cuando se trata de leer el futuro. Puedes creer que una acción está obligada a ocurrir, pero nunca sabes la manera en qué se va a desarrollar ni las consecuencias que conllevan. No sé si esta habilidad mía es un don o una forma de torturarme por los destinos que no puedo controlar.

Desde luego, tiene mucha más experiencia que yo a la hora de promover una visión que no deprima a media clase, porque tengo que reconocer que cuando se trata de adivinación, a los alumnos no les suele gustar escuchar que hay más cosas que pueden salir mal, que no del revés. — Vivimos en una sociedad pesimista, por desgracia, no sé si porque los errores del pasado nos impulsan a ello o porque buscamos una excusa para creer que no nos merecemos ser felices. — Me encojo de hombros, sin darle muchas vueltas a lo que ocurre en mi cabeza cuando lo digo. La triste realidad es que estamos más acostumbrados a recibir malas noticias que buenas, y cuando estas últimas se presentan la reacción esperada no concuerda nunca con el resultado.

Camino con los brazos arrimados a mi cuerpo, abrazándome a mí misma en lo que una mirada hacia él me tiene mirándolo más de la cuenta, quizás por lo absorta que me quedo en sus palabras por llevar una razón indiscutible. Podría decir que hago el intento en mi día a día de pensar como él, pero las experiencias pasadas se encargan de deshacerse de cualquier pensamiento positivo cuando la situación es la contraria. — Sigo diciendo que debería haber más gente como tú, muchas personas se ciegan a la primera de cambio, yo entre ellas no soy muy dada a ver lo bueno entre la desgracia. Serás un buen profesor aquí, Logan. — Sonrío, afianzando la seguridad de mis palabras, realmente siento que necesitamos a alguien así entre nuestras filas. Ladeo la cabeza, riéndome un poco entre dientes ante la vuelta a la broma de sacarme el trabajo. — Bueno, quizás no des el pego para profesor de adivinación, pero como psicomago seguro te ofrecerían contrato si lo de encantamientos no te funciona. — Lo digo con un toque de humor también, pese a que no estoy muy segura de que sea un broma del todo. De veras tiene talento para hacerte sentir mejor con uno mismo.
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Podría hacer de esa frase mi religión— contesto, porque soy un fiel creyente de que el destino encontrará una manera de hacer que las cosas sucedan, que nunca será del modo en que lo imaginamos posible. Se desliza una sonrisa por mis labios hacia ella, que mucho debe saber sobre lo impredecible que es medir o sacar una fotografía a un destino que juega con movimientos inesperados, siguiendo un plan invisible que desconocemos, pero que ha definido la hora y el lugar para cada encuentro, y ahí vamos nosotros, llamándolo «casualidad». —Es como caminar por un corredor lleno de luz, donde podemos ver cada cosa, nos sujetamos a las paredes si dudamos, pero hay otro corredor, que es el mismo, en el que vamos tanteando a ciegas, ¿no crees?— divago, con una voz un poco ausente, de pronto soy más consciente del peso de la planta que cargo que de nuestro entorno, y con un simple pestañeo, vuelvo a la realidad presente en la que me veo caminando con ella con un pasillo que no tiene nada de extraordinario, en una escuela que tampoco me parece fuera de lo común, por más que desconozca la ubicación de sus salones.

Es tradición heredada, la de creer que no merecemos ser felices. Suelo pensar que es cosa de nuestros antepasados, que dejan sus memorias en nosotros, y todas esas brujas que alguna vez ardieron en hogueras por su condición, nos recuerdan desde el instinto de que estamos hechos para las tragedias…— explico, como si estuviera dando cátedra delante de estudiantes en el grado de especialización, que hasta mi voz se ha vuelto más grave, aunque no esté haciendo otra cosa que revolver mis pensamientos más profundos, porque no puedo dejar una pregunta abierta sin barajar una respuesta posible, por improbable que sea en realidad. —Si nos ocurren cosas malas, quiero pensar que hay un equilibrio cósmico y nos corresponden cosas buenas también. Pero te confesaré uno de mis secretos…— carraspeo fuerte para limpiar mi garganta, y en medio de todo mi discurso optimista por el que podría ganarme premios de charlatanería, quiero mostrarle que hay detrás de todos esos pensamientos.

Las desgracias nos acechan a la vuelta de cada esquina, ¿verdad? No las buscamos y ahí están, nos asaltan de golpe. En cambio las cosas buenas no, nos cansamos de esperarlas en nuestra puerta. Pues no hay que esperar. Porque tal vez nadie venga a darnos esa cosa buena como un premio que llega tarde— apunto, revelándole esa decepción que todos tememos, que no haya bondades destinadas a nosotros y tener que vivir con eso. ¿Qué nos queda? ¿Una vida de lamentos? Soy el niño que fue adoptado porque una niña murió y su lugar quedó vacante en el corazón de unos padres generosos, me dieron todo lo que a ella no pudieron, y tomé todo eso, porque me sentía tan herido que lo necesitaba, no creo que lo mereciera, sino que estaba ahí y lo tomé. —Entonces es cuando hay que buscarlo, manotear las cosas buenas que estén a nuestro alcance y atraparlas entre nuestros dedos el tiempo que sea, que tampoco son eternas. No quedarnos a esperar a que si lo merecemos, lo tendremos. Nos los merecemos porque sí y vamos a buscarlo— digo, y que luego no se diga que es Jerek con sus aires de celebridad el más consentido de los dos, porque sueno como un tonto niño que tuvo todo juguete que pidió, cosa de la que debería sentir pena, en cambio lo uso para dar consejos de vida. —Como psicomago no me iría tan bien, hay mucha competencia. Pero podría pararme en una esquina y vender consejos a un galeón. Escribir cartas a dos galeones…— me río por lo bajo para que sepa que estoy bromeando, y recupero parte de mi seriedad al continuar, con mi mirada puesta en cualquier punto que no sea ella. —Lamento que lo de mi hermano no haya funcionado una primera vez, pero no me gustaría que creyeran están destinados a algo así. Espero que ambos tengan una segunda oportunidad, y no digo que juntos, pero quién sabe…— muevo mis hombros, y repito sus mismas palabras: —El destino tiene extrañas maneras de actuar.
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Phoebe M. Powell
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Personalmente, no es que crea que una persona no merezca ser feliz, es que la historia me ha demostrado en determinadas ocasiones que aquellas que son buenas de corazón, no siempre terminan obteniendo un buen final, mientras que aquellas que no lo merecen, lo reciben. Es por eso que en ocasiones no entiendo de qué manera funcionan las cosas desde ahí arriba, quien es el que decide quienes son dignas de un camino lleno de gracia y riqueza, cuando hay tantas otras que solo se encuentran con piedras que entorpecen ese camino. Luego, está la parte de quien recibe lo que da, que en ese caso solo hay una persona que se me viene a la mente sin siquiera pensarlo, mi padre. Él sí que obtuvo lo que se merecía, pero… ¿mi madre? Ella no era más que bondad, y mira el resultado que eso le dio.

Supongo que tienes razón, aunque no sería la primera vez que alguien por buscar oro terminó encontrando carbón. — Me encojo de hombros, no queriendo romper el momento de positivismo por su parte, porque no creo que todo sea desgracia y destrucción, pero tampoco creo que sea cuestión de ir buscándolo cuando muchas veces, ni siquiera está ahí. Él tiene una visión muy distinta a la que conozco en Charles, y supongo que la diferencia recae en que, pese a ser hermanos de sangre, se criaron en ambientes completamente diferentes, de la misma manera que Hans y yo también lo hicimos. No me había percatado de ese detalle hasta ahora, que he tenido la oportunidad de conocer a uno de sus hermanos más allá de comentarios banales de pareja. Como dije, la familia nunca fue nuestro plato fuerte de conversación.

Cuando le menciona, tomando un giro que no esperaba, le miro y sonrío a medias. — No sabría que decir, después de lo que ocurrió… simplemente nos distanciamos, nunca llegamos a hablarlo como se debe, supongo que no era el momento, pero me gustó poder verle. — Concluyo. Espero que sepa entender a qué situación me refiero, porque no me veo capaz de empezar a dar detalles sobre mi embarazo, mucho menos en un lugar como este que, pese a no haber niños correteando, siento que me escuchan continuamente. Mi vida privada no es algo de lo que me guste hablar estando dentro de estas paredes, no sé si porque me siento completamente ajena a las vidas de estas personas, que acostumbran a criarse entre ricos, o por otra razón en particular. — Ve a dejar la planta, anda, que se te va a caer el brazo, te esperaré aquí. — Señalo con sorna cuando llegamos a lo que parece ser su nuevo despacho, con una mueca divertida en los labios.
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