VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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El once no me parece mejor que el doce y, si lo miro un poco más detenidamente, estoy seguro de que se encuentra en peores condiciones. No sé mucho sobre cómo ha sido el pasado distrito por distrito, pero estoy seguro de que este lugar ha sufrido sus penurias. Muchas de las casas y edificios se encuentran en un estado caótico y deprimente y no puedo dejar de pensar que Kyle ha crecido en sitios como este, tan diferentes al verde que recuerdo en casa. No se lo digo, pero me da un poco de pena por él y por su familia, a pesar de que no los conozco. Tampoco me voy a poner a decir estupideces al respecto, creo que ninguno de los dos quiere oírlas.
El viaje fue toda una experiencia, una de esas que admito que jamás creí que necesitaba. Jamás estuve en algo más grande que una moto y tengo que sostenerme de la pared cuando el tren avanza, pero por lo demás, pegarme a la ventana es mi pasatiempo. Sabía que NeoPanem es enorme, solo que no tenía idea de cuánto. Esa emoción se pierde un poco cuando me tengo que quedar solo porque Kyle tiene que atender sus asuntos, así que me quedo apoyado contra una pared de ladrillo que conforma lo que en algún momento fue una casa y ahora no son más que ruinas. Se supone que no debo mostrarme como un extranjero porque eso me hará un blanco más fácil, pero no puedo evitar echar miradas curiosas cada vez que alguien pasa por delante de mí. Lo bueno es que es una calle casi desierta y me hace pensar que no estoy siendo tan descuidado.
Lo malo llega inmediatamente después de ese pensamiento. Puedo ver esos uniformes a lo lejos, porque los conozco bien y están ligados a mis peores memorias. He visto aurores en el doce, con sus guardias y sus miradas escrutadoras, pero no pensé en encontrarlos en este lugar, solo y sin un modo de escapar. Aún se encuentran lejos, lo suficiente como para no fijarse en cómo me despego de la pared y avanzo con un paso apretado que pretende ser casual, hasta que doblo la esquina. Lo hago tan apurado que empiezo un trote inconsciente que se detiene abruptamente cuando mi cuerpo se estampa contra uno mucho más pequeño, haciendo que ambos nos vayamos al suelo. Sé que le aplasto, sé que hay quejas y sé que pido mil disculpas entre balbuceos nerviosos, pero no sé dónde y cómo poner las manos para levantarme sin manosear a la otra persona. Acabo encontrando un hueco entre su brazo y su cuerpo para poder apoyar la mano y me enderezo lo suficiente como para ver que se trata de una niña — Lo lamento, yo solo... ya... — me echo hacia atrás para hacer equilibrio sobre mis talones y me incorporo un poco, tendiéndole la mano para ayudarla — Si no te molesta, tengo algo de prisa.
El viaje fue toda una experiencia, una de esas que admito que jamás creí que necesitaba. Jamás estuve en algo más grande que una moto y tengo que sostenerme de la pared cuando el tren avanza, pero por lo demás, pegarme a la ventana es mi pasatiempo. Sabía que NeoPanem es enorme, solo que no tenía idea de cuánto. Esa emoción se pierde un poco cuando me tengo que quedar solo porque Kyle tiene que atender sus asuntos, así que me quedo apoyado contra una pared de ladrillo que conforma lo que en algún momento fue una casa y ahora no son más que ruinas. Se supone que no debo mostrarme como un extranjero porque eso me hará un blanco más fácil, pero no puedo evitar echar miradas curiosas cada vez que alguien pasa por delante de mí. Lo bueno es que es una calle casi desierta y me hace pensar que no estoy siendo tan descuidado.
Lo malo llega inmediatamente después de ese pensamiento. Puedo ver esos uniformes a lo lejos, porque los conozco bien y están ligados a mis peores memorias. He visto aurores en el doce, con sus guardias y sus miradas escrutadoras, pero no pensé en encontrarlos en este lugar, solo y sin un modo de escapar. Aún se encuentran lejos, lo suficiente como para no fijarse en cómo me despego de la pared y avanzo con un paso apretado que pretende ser casual, hasta que doblo la esquina. Lo hago tan apurado que empiezo un trote inconsciente que se detiene abruptamente cuando mi cuerpo se estampa contra uno mucho más pequeño, haciendo que ambos nos vayamos al suelo. Sé que le aplasto, sé que hay quejas y sé que pido mil disculpas entre balbuceos nerviosos, pero no sé dónde y cómo poner las manos para levantarme sin manosear a la otra persona. Acabo encontrando un hueco entre su brazo y su cuerpo para poder apoyar la mano y me enderezo lo suficiente como para ver que se trata de una niña — Lo lamento, yo solo... ya... — me echo hacia atrás para hacer equilibrio sobre mis talones y me incorporo un poco, tendiéndole la mano para ayudarla — Si no te molesta, tengo algo de prisa.
Luego de haberme mudado, no tenía la misma opinión de los pintorescos paisajes del Ocho que tanto me habían gustado durante mi infancia. Claro, siempre tendría bonitos recuerdos de mi distrito de origen, pero vivir en el Capitolio era una experiencia que abrumaba todos los sentidos, y te hacía pensar que no importaba cuánto tiempo vivieses allí, jamás podrías descubrir todos sus secretos. La gente era bonita y prolija, y cada lugar tenía un encanto único dispuesto específicamente para captar la atención del ojo ajeno.
Tal vez es por eso que, luego de haber vivido en lugares tan bonitos y encantadores, no podía concebir cómo alguien con su completo uso de razón podía siquiera pasar más de veinticuatro horas en el Once por voluntad propia, y mucho menos cómo había podido Phoebe vivir aquí. Todo era gris, sucio y oscuro, y lo único que se me venía a la mente al ver el panorama general era “ruinas”. El distrito se hallaba completamente en ruinas, y la gente que parecía habitar en él no desentonaba con los edificios que se caían a pedazos si es que ya no estaban caídos. Y no quería ni empezar a pensar en el aroma. No había dejado de fruncir la nariz desde que había puesto un pie en el distrito y todavía tenía miedo de tocar cualquier superficie por miedo de contagiarme alguna enfermedad.
Al menos se que no me pasará nada malo gracias a los escuadrones de aurores que veo patrullar por las calles, y eso es lo único que me hace no pegar la vuelta tan rápido como vine. Quería conocer más cosas y demostrar que podía ser lo suficientemente madura. Si mi tía había podido vivir aquí por años y aún así salir tan hermosa y educada como lo era, no me pasaría demasiado por una visita corta, ¿no? Pues al parecer la respuesta era la contraria, porque en cuestión de segundos me veo empujada hacia el suelo, con un peso que me mantiene presionada contra el suelo pese a mis constantes quejas e intentos de empujar. Por suerte la otra persona parece entender que me está aplastando y libera parte de su peso mientras se disculpa. Me concentro en inspeccionar mi estado antes de observarlo, notando un pequeño dolor en el codo que supongo debe ser un raspón producto de la caída. - ¿Si no me molesta? Pues claro que me molesta, no eres precisamente liviano. - Y de golpe lo único que ocupa mi campo de visión es la mano que me tiende, algo sucia, pero lo suficientemente firme como para que la tome y me pueda incorporar con algo de ayuda. - ¿Qué te tiene tan apurado que no ves por dónde caminas? - y me levanto, sacudiendo mi ropa e inspeccionando mi codo antes de por fin prestar atención a la persona que me ha tirado al piso, para desviar la mirada tan rápido como la había posado en su persona. Voy a atribuir el rubor que sube a mis mejillas a la vergüenza que me produjo la caída ahora que podía ver que quien me había aplastado era un adolescente no mucho más grande que yo.
Tal vez es por eso que, luego de haber vivido en lugares tan bonitos y encantadores, no podía concebir cómo alguien con su completo uso de razón podía siquiera pasar más de veinticuatro horas en el Once por voluntad propia, y mucho menos cómo había podido Phoebe vivir aquí. Todo era gris, sucio y oscuro, y lo único que se me venía a la mente al ver el panorama general era “ruinas”. El distrito se hallaba completamente en ruinas, y la gente que parecía habitar en él no desentonaba con los edificios que se caían a pedazos si es que ya no estaban caídos. Y no quería ni empezar a pensar en el aroma. No había dejado de fruncir la nariz desde que había puesto un pie en el distrito y todavía tenía miedo de tocar cualquier superficie por miedo de contagiarme alguna enfermedad.
Al menos se que no me pasará nada malo gracias a los escuadrones de aurores que veo patrullar por las calles, y eso es lo único que me hace no pegar la vuelta tan rápido como vine. Quería conocer más cosas y demostrar que podía ser lo suficientemente madura. Si mi tía había podido vivir aquí por años y aún así salir tan hermosa y educada como lo era, no me pasaría demasiado por una visita corta, ¿no? Pues al parecer la respuesta era la contraria, porque en cuestión de segundos me veo empujada hacia el suelo, con un peso que me mantiene presionada contra el suelo pese a mis constantes quejas e intentos de empujar. Por suerte la otra persona parece entender que me está aplastando y libera parte de su peso mientras se disculpa. Me concentro en inspeccionar mi estado antes de observarlo, notando un pequeño dolor en el codo que supongo debe ser un raspón producto de la caída. - ¿Si no me molesta? Pues claro que me molesta, no eres precisamente liviano. - Y de golpe lo único que ocupa mi campo de visión es la mano que me tiende, algo sucia, pero lo suficientemente firme como para que la tome y me pueda incorporar con algo de ayuda. - ¿Qué te tiene tan apurado que no ves por dónde caminas? - y me levanto, sacudiendo mi ropa e inspeccionando mi codo antes de por fin prestar atención a la persona que me ha tirado al piso, para desviar la mirada tan rápido como la había posado en su persona. Voy a atribuir el rubor que sube a mis mejillas a la vergüenza que me produjo la caída ahora que podía ver que quien me había aplastado era un adolescente no mucho más grande que yo.
Tengo la infantil reacción de querer contraatacar quejándome de que ella no es una pulga cuando ataca contra mi peso, pero me doy cuenta de inmediato de que no es una salida válida porque es, en efecto, una pulga. Ya saben, esas personas no muy altas que digamos, con patas y brazos delgados como ramas. Por eso me conformo con una mueca de redención cuando aprieto su mano y tiro de ella, consiguiendo que ambos estemos de pie en un pispás. Como es una niña, no veo ninguna amenaza en decir la excusa que ya tengo tan aprendida que suena a una completa verdad — Olvidé mi identificación en casa y no quiero tener problemas — no puedo ponerme a duelear con un auror y tampoco está en mis opciones ser retenido, en especial porque les tomaría segundos el descubrir que no figuro dentro de los nombres de su sistema. Lo bueno es que no suelen fijarse tanto en los más jóvenes porque no somos una verdadera amenaza, pero tampoco puedo fiarme del todo; sé que si no les gusta tu cara, no importa tu edad para que te pongan un dedo encima.
El segundo que me toma el reparar que se ha raspado el codo es el que me sirve para oír los pasos que se acercan y actúo por puro instinto. Meto la mano en el bolsillo que hemos expandido mágicamente con Kyle y tironeo de la capa de invisibilidad, la cual sale hecha una bola arrugada. Nada me toma el escondernos a ambos debajo de ella y tiro de la desconocida para apegarnos a la pared, justo a tiempo para ver como los aurores doblan la esquina y pasan frente a nosotros con el ritmo de sus pesadas botas haciendo eco en la calle desierta. Casi no respiro hasta que se pierden de vista, lo que me hace suspirar de alivio y agradecer por centésima vez en semanas el poseer la bendita capa de mi tío — Lo lamento, de veras — tiro con cuidado para no llevarme conmigo algunos de sus pelos y la quito la tela de la cabeza hasta que patina por la mía, quedando sobre mis hombros y dándome el aspecto de rostro flotante — ¿Te duele? — señalo con el mentón el raspón de su codo — Sé que existe un hechizo para esas cosas, pero no lo recuerdo y no pienso practicar, al menos que quieras arriesgarte a terminar llena de pústulas — a pesar de que es obvio que estoy bromeando, doy por sentado por su aspecto que la idea de acabar de ese modo no es algo que le gustaría. Ahora que lo pienso, se ve demasiado bien para ser de por aquí. Quiero decir, su ropa no parece vieja y su cabello de seguro fue lavado esta mañana — ¿Te perdiste? — es una pregunta muy tonta, pero es eso o decirle “el sur queda por allá”.
El segundo que me toma el reparar que se ha raspado el codo es el que me sirve para oír los pasos que se acercan y actúo por puro instinto. Meto la mano en el bolsillo que hemos expandido mágicamente con Kyle y tironeo de la capa de invisibilidad, la cual sale hecha una bola arrugada. Nada me toma el escondernos a ambos debajo de ella y tiro de la desconocida para apegarnos a la pared, justo a tiempo para ver como los aurores doblan la esquina y pasan frente a nosotros con el ritmo de sus pesadas botas haciendo eco en la calle desierta. Casi no respiro hasta que se pierden de vista, lo que me hace suspirar de alivio y agradecer por centésima vez en semanas el poseer la bendita capa de mi tío — Lo lamento, de veras — tiro con cuidado para no llevarme conmigo algunos de sus pelos y la quito la tela de la cabeza hasta que patina por la mía, quedando sobre mis hombros y dándome el aspecto de rostro flotante — ¿Te duele? — señalo con el mentón el raspón de su codo — Sé que existe un hechizo para esas cosas, pero no lo recuerdo y no pienso practicar, al menos que quieras arriesgarte a terminar llena de pústulas — a pesar de que es obvio que estoy bromeando, doy por sentado por su aspecto que la idea de acabar de ese modo no es algo que le gustaría. Ahora que lo pienso, se ve demasiado bien para ser de por aquí. Quiero decir, su ropa no parece vieja y su cabello de seguro fue lavado esta mañana — ¿Te perdiste? — es una pregunta muy tonta, pero es eso o decirle “el sur queda por allá”.
¿Olvidó su identificación? Nadie olvidaba su identificación, no era la primera cosa que nos enseñaron desde pequeños, pero sí era una a la que ponían especial atención, sobretodo en el colegio en donde en los primeros años no te dejaban ingresar a cursar y debías esperar a que tu padre o tutor fuese a buscarte si te la llegabas a olvidar. Me había pasado solo una vez, pero el regaño de la tía Eunice había sido tal, que desde entonces no podía no llevarla conmigo a todos lados. Vuelvo mi atención al muchacho y trato de examinarlo con todo el detenimiento que puedo mientras busco parecer disimulada. No es la mejor de mis actuaciones, pero es lo suficientemente buena como para garantizar que es alguien a quien no he visto jamás en mi vida.
- Puedo entender eso, pero no es ex… - Me veo interrumpida a mitad de mi regaño, porque en un abrir y cerrar de ojos el chico saca algo de su bolsillo, y no tarda en cubrirnos con eso, en lo que vuelve a presionarme, esta vez contra la pared. ¿Pero qué demonios? Mis mejillas están al rojo vivo, y decido en esos momentos que el repiqueteo acelerado de mi corazón es producto de un temor que sé que no tengo, o de la adrenalina que me da estar escondida bajo lo que en definitiva puedo distinguir como una capa de invisibilidad. A duras penas puedo distinguir al grupo de aurores que dobla la esquina, pero al menos puedo entender que de verdad el muchacho no quiere que lo descubran. ¿Qué tanto lo deben regañar por olvidarse su identificación?
La tela se desliza de mi persona con facilidad, y cuando desvío mi mirada a la persona que me ha metido en todo esto, solo aparece una cabeza sostenida en el medio del aire. - Yo… No, no es nada, y aunque lo fuese tengo díctamo en mi cartera. - Palmeo el pequeño bolso que cuelga a mi lado mientras contengo la risa que se me quiere escapar por su humorada, y esta vez no disimulo en lo que examino con cuidado el espacio en el que se supone que está el cuerpo del muchacho. No sabía que me generaba más curiosidad, si la presencia del chico en sí, o la maravillosa tela que lo envolvía. No puedo evitar que mis dedos se aventuren hacia adelante, y cuando siento que mis dedos entran en contacto con la tela, me aferro a ella con cuidado. - Claro que no, a menos claro que este no sea el distrito Once. En ese caso sí estoy perdida. - Y por unos segundos mi mente se va a la última vez en la que había admitido estar perdida en un distrito que no conocía, y el solo recuerdo hace que frunza la nariz en señal de disgusto. El muchacho que estaba en frente mío podía estar casi tan andrajoso como el esclavo del mercado, pero era mucho más amable, y su presencia no me hacía querer escupirle o correr en la dirección contraria.
- ¿Qué clase de persona se olvida su identificación, pero recuerda convenientemente guardar una capa de invisibilidad en su bolsillo? - Y trato de sonar lo más jocosa posible, pero mi curiosidad es completamente genuina. No tenía idea de quién era el muchacho. Al menos sabía que no era un esclavo ya que se había ofrecido a curar mi herida… o algo así, y tenía una capa de invisibilidad. Jamás había conocido a alguien que tuviese una, y me moría de ganas por poder examinarla a mis anchas, más ahora que había podido ver que el reverso de la tela sí era visible al ojo común, lo cual me generaba un interés que nunca había tenido por dicho artefacto. - Dijiste que tenías prisa pero, ¿me dejas verla unos segundos? si quieres entramos dentro de un local o algo. - No sabía qué tan común era llevar una de estas en este distrito y no quería meterlo en más problemas de los que ya parecía tener. Pero de verdad de verdad quería echarle un mejor vistazo a la tela de la capa.
- Puedo entender eso, pero no es ex… - Me veo interrumpida a mitad de mi regaño, porque en un abrir y cerrar de ojos el chico saca algo de su bolsillo, y no tarda en cubrirnos con eso, en lo que vuelve a presionarme, esta vez contra la pared. ¿Pero qué demonios? Mis mejillas están al rojo vivo, y decido en esos momentos que el repiqueteo acelerado de mi corazón es producto de un temor que sé que no tengo, o de la adrenalina que me da estar escondida bajo lo que en definitiva puedo distinguir como una capa de invisibilidad. A duras penas puedo distinguir al grupo de aurores que dobla la esquina, pero al menos puedo entender que de verdad el muchacho no quiere que lo descubran. ¿Qué tanto lo deben regañar por olvidarse su identificación?
La tela se desliza de mi persona con facilidad, y cuando desvío mi mirada a la persona que me ha metido en todo esto, solo aparece una cabeza sostenida en el medio del aire. - Yo… No, no es nada, y aunque lo fuese tengo díctamo en mi cartera. - Palmeo el pequeño bolso que cuelga a mi lado mientras contengo la risa que se me quiere escapar por su humorada, y esta vez no disimulo en lo que examino con cuidado el espacio en el que se supone que está el cuerpo del muchacho. No sabía que me generaba más curiosidad, si la presencia del chico en sí, o la maravillosa tela que lo envolvía. No puedo evitar que mis dedos se aventuren hacia adelante, y cuando siento que mis dedos entran en contacto con la tela, me aferro a ella con cuidado. - Claro que no, a menos claro que este no sea el distrito Once. En ese caso sí estoy perdida. - Y por unos segundos mi mente se va a la última vez en la que había admitido estar perdida en un distrito que no conocía, y el solo recuerdo hace que frunza la nariz en señal de disgusto. El muchacho que estaba en frente mío podía estar casi tan andrajoso como el esclavo del mercado, pero era mucho más amable, y su presencia no me hacía querer escupirle o correr en la dirección contraria.
- ¿Qué clase de persona se olvida su identificación, pero recuerda convenientemente guardar una capa de invisibilidad en su bolsillo? - Y trato de sonar lo más jocosa posible, pero mi curiosidad es completamente genuina. No tenía idea de quién era el muchacho. Al menos sabía que no era un esclavo ya que se había ofrecido a curar mi herida… o algo así, y tenía una capa de invisibilidad. Jamás había conocido a alguien que tuviese una, y me moría de ganas por poder examinarla a mis anchas, más ahora que había podido ver que el reverso de la tela sí era visible al ojo común, lo cual me generaba un interés que nunca había tenido por dicho artefacto. - Dijiste que tenías prisa pero, ¿me dejas verla unos segundos? si quieres entramos dentro de un local o algo. - No sabía qué tan común era llevar una de estas en este distrito y no quería meterlo en más problemas de los que ya parecía tener. Pero de verdad de verdad quería echarle un mejor vistazo a la tela de la capa.
¿Díctamo? ¿Qué era el díctamo? No puedo acordarme de eso, pero de seguro Beverly tiene una idea, porque suena a algo para curar heridas si me guío por el contexto de la conversación, así que ni me preocupo. Soy consciente de que anda inspeccionando con la mirada todo el espectáculo que me he montado, pero tampoco puedo juzgarla, porque no he visto a nadie en el norte que tenga una de estas cosas. ¿Será normal el poseer una capa o es una de esas cosas que mis tíos jamás se preocuparon en explicarme? — Es el once, puedes quedarte tranquila con eso. Pero no tienes pinta de por aquí… ¿O en tu casa sí tienen una ducha caliente? — en dónde nos estamos quedando no hay ducha, ni caliente ni fría, porque la poca agua que sale proviene de un caño tan destruido que es más que nada barro. Toca limpiarse en arroyos, lo que me hace agradecer que sea verano.
Lo que dice me hace sentir que me ha atrapado en la mentira, pero opto por no demostrarlo y solo me encojo en mi lugar con toda la inocencia que soy capaz de cargar — Cambio de pantalones — es la excusa más tonta que se me ocurre y creo que justamente por eso es tan fácil de creerla. Aparte, solía tener ese problema en casa, cuando podía tener más cosas en los bolsillos que lo justo y necesario; ni hablemos de una mayor cantidad de vaqueros que utilizar y no solamente el andar con lo puesto y otro par que conseguí de pura suerte en el mercado. Su curiosidad parece inocente y, como acepto que ella no puede hacerme daño y tengo que matar el tiempo de espera, miro alrededor en busca de algún local. Como son puros edificios, le hago una seña para que venga conmigo — Por aquí — no cuesta nada el dar la vuelta a la manzana y guiarla por encima de uno de los huecos que se ha hecho en la pared de una de las casas abandonadas. La habitación sin puerta huele a humedad y estoy seguro de que puedo oír una rata caminar no demasiado lejos, pero servirá. Quito la capa por completo de mis hombros cuando me volteo hacia ella y, aunque la aprieto con fuerza en un segundo de vacile, se la tiendo — Fue una herencia — está implícito en el tono de mi voz que eso significa que debe ser cuidadosa porque significa mucho para mí. Y lo hace: es lo último que me queda de una de las personas que más me ha cuidado y que está estrechamente ligado al lugar donde he crecido.
Aprovecho los segundos de calma para mirarla mejor, metiendo las manos en los bolsillos amplios de mi desgastado jean — ¿Estás sola? No pareces muy grande como para manejarte sin ayuda por estas calles — tampoco me quiero hacer el gigante, pero parece un blanco fácil para cualquier asaltante — No voy a mentir, no pareces alguien que pase desapercibida.
Lo que dice me hace sentir que me ha atrapado en la mentira, pero opto por no demostrarlo y solo me encojo en mi lugar con toda la inocencia que soy capaz de cargar — Cambio de pantalones — es la excusa más tonta que se me ocurre y creo que justamente por eso es tan fácil de creerla. Aparte, solía tener ese problema en casa, cuando podía tener más cosas en los bolsillos que lo justo y necesario; ni hablemos de una mayor cantidad de vaqueros que utilizar y no solamente el andar con lo puesto y otro par que conseguí de pura suerte en el mercado. Su curiosidad parece inocente y, como acepto que ella no puede hacerme daño y tengo que matar el tiempo de espera, miro alrededor en busca de algún local. Como son puros edificios, le hago una seña para que venga conmigo — Por aquí — no cuesta nada el dar la vuelta a la manzana y guiarla por encima de uno de los huecos que se ha hecho en la pared de una de las casas abandonadas. La habitación sin puerta huele a humedad y estoy seguro de que puedo oír una rata caminar no demasiado lejos, pero servirá. Quito la capa por completo de mis hombros cuando me volteo hacia ella y, aunque la aprieto con fuerza en un segundo de vacile, se la tiendo — Fue una herencia — está implícito en el tono de mi voz que eso significa que debe ser cuidadosa porque significa mucho para mí. Y lo hace: es lo último que me queda de una de las personas que más me ha cuidado y que está estrechamente ligado al lugar donde he crecido.
Aprovecho los segundos de calma para mirarla mejor, metiendo las manos en los bolsillos amplios de mi desgastado jean — ¿Estás sola? No pareces muy grande como para manejarte sin ayuda por estas calles — tampoco me quiero hacer el gigante, pero parece un blanco fácil para cualquier asaltante — No voy a mentir, no pareces alguien que pase desapercibida.
Levanto una ceja ante su comentario, pero lejos de sentirme ofendida, puedo entender que las cosas por acá no son iguales al Capitolio, o siquiera al Ocho. - No sabía que aquí no habían duchas calientes… - Me muerdo el labio inferior y tengo el impulso de invitarlo a casa aunque sea para que se asee como corresponde, pero no lo conozco e incluso aunque mamá no me matase por llevar a un completo desconocido, sabía cómo comportarme. - ¿Sabes como hacer el encantamiento Fregoteo? Podría ayudarte con… - Y levanto una mano en un ademán que busca señalarlo, pero que se queda a mitad de camino al darme cuenta lo maleducada que debo estar sonando. - Lo lamento, solo estoy de visita. - Trato de cambiar de tema sin mucho éxito, lo que me lleva a volver la mirada al piso por unos segundos.
No esperaba que respondiera mi pregunta, pero cuando lo hace se me escapa una risa tonta por lo bajo, cosa que odio. Más cuando no había razones en sí para reírme, simplemente se trataba de un muchacho despistado como cualquier otro. ¿Qué tanto costaba revisar las bolsillos de las prendas antes de sacárselas o ponérselas? Hay cosas sin las que no podía salir de casa: mi monedero, mi identificación, mis llaves y mi varita. Eso sin contar que todo lo que tenía puesto debía combinar al menos, pero no iba a exigir eso de alguien que ni siquiera tenía agua caliente en su hogar.
No sé por qué es que me dejo guiar sin inconveniente por un completo extraño, y mucho menos aún entiendo qué me motiva a seguirlo a un edificio que además de parecer abandonado, parece tan estructuralmente estable como las relaciones (o falta de ellas) que tiene mi padre. No es un lugar al que entraría por gusto jamás en la vida, y también sería uno que jamás mencionaría de ser posible, pero al menos cumple con mi pedido y me tiende su capa con una confianza que yo no prestaría a nadie que acabara de conocer… o al menos creía que no lo haría con algo tan delicado y con tanto sentimiento como el que sentía que tenía ese manto. - Siempre creí que serían completamente invisibles… parece ¿seda? Pero no es seda, es algo más pesada y mucho más hermosa. - Parece una reliquia antigua, y aunque mi mente piensa en la cantidad de prendas reversibles que podría hacer con una tela como esta, por algún motivo no podía siquiera pensar en marcar o cortar esta capa de forma alguna. ¿Qué tan difícil sería conseguir capas de invisibilidad en el mercado? - Gracias. - Se la devuelvo, y me muerdo la lengua para no hacer algo tan idiota como el tratar de comprársela. No había salido con mucho dinero, y además de saber que esas cosas eran valiosas, dudaba de que quisiera vender una herencia como esa.
Frunzo automáticamente el ceño cuando me trata de nena pequeña, pero mi expresión me dura menos que un suspiro, porque antes de poder refutar lo que dice, su siguiente comentario me hace sonrojar nuevamente. No sabía por qué, pero me parecía bonito que me dijesen que no paso desapercibida. Aunque fuese solo por estar un poco más limpia que el resto. - Mi tía solía vivir aquí, y bueno… Cumplo trece en pocas semanas, no soy pequeña y se cuidarme. - De acuerdo, cumplía trece en un poco más que un par de semanas, pero la intención era la misma. Sabía cuidarme y sino… pues era lo bastante recursiva como para creerme capaz de salir de cualquier situación. - Tú no pareces muy grande tampoco. ¿Qué edad tienes?
No esperaba que respondiera mi pregunta, pero cuando lo hace se me escapa una risa tonta por lo bajo, cosa que odio. Más cuando no había razones en sí para reírme, simplemente se trataba de un muchacho despistado como cualquier otro. ¿Qué tanto costaba revisar las bolsillos de las prendas antes de sacárselas o ponérselas? Hay cosas sin las que no podía salir de casa: mi monedero, mi identificación, mis llaves y mi varita. Eso sin contar que todo lo que tenía puesto debía combinar al menos, pero no iba a exigir eso de alguien que ni siquiera tenía agua caliente en su hogar.
No sé por qué es que me dejo guiar sin inconveniente por un completo extraño, y mucho menos aún entiendo qué me motiva a seguirlo a un edificio que además de parecer abandonado, parece tan estructuralmente estable como las relaciones (o falta de ellas) que tiene mi padre. No es un lugar al que entraría por gusto jamás en la vida, y también sería uno que jamás mencionaría de ser posible, pero al menos cumple con mi pedido y me tiende su capa con una confianza que yo no prestaría a nadie que acabara de conocer… o al menos creía que no lo haría con algo tan delicado y con tanto sentimiento como el que sentía que tenía ese manto. - Siempre creí que serían completamente invisibles… parece ¿seda? Pero no es seda, es algo más pesada y mucho más hermosa. - Parece una reliquia antigua, y aunque mi mente piensa en la cantidad de prendas reversibles que podría hacer con una tela como esta, por algún motivo no podía siquiera pensar en marcar o cortar esta capa de forma alguna. ¿Qué tan difícil sería conseguir capas de invisibilidad en el mercado? - Gracias. - Se la devuelvo, y me muerdo la lengua para no hacer algo tan idiota como el tratar de comprársela. No había salido con mucho dinero, y además de saber que esas cosas eran valiosas, dudaba de que quisiera vender una herencia como esa.
Frunzo automáticamente el ceño cuando me trata de nena pequeña, pero mi expresión me dura menos que un suspiro, porque antes de poder refutar lo que dice, su siguiente comentario me hace sonrojar nuevamente. No sabía por qué, pero me parecía bonito que me dijesen que no paso desapercibida. Aunque fuese solo por estar un poco más limpia que el resto. - Mi tía solía vivir aquí, y bueno… Cumplo trece en pocas semanas, no soy pequeña y se cuidarme. - De acuerdo, cumplía trece en un poco más que un par de semanas, pero la intención era la misma. Sabía cuidarme y sino… pues era lo bastante recursiva como para creerme capaz de salir de cualquier situación. - Tú no pareces muy grande tampoco. ¿Qué edad tienes?
— Oh, me enseñaron a usarlo, pero no voy a… — muevo una mano para indicarla a ella de arriba a abajo, dando a entender que no pienso desnudarme frente a una niña pequeña a la cual no conozco. La desnudez no es algo que nos moleste a los del catorce, hemos crecido juntos y las duchas en las grutas eran demasiado comunes como para preocuparnos por la falta de ropa, pero a ella no la conozco. Además, no tiene pinta de ser una niña a la que le guste que me quite la ropa mientras ella sostiene el chorro de agua. Se ve demasiado… pulcra para eso.
La miro con detenimiento en lo que ella inspecciona la capa y yo uso ese tiempo para analizarla a ella. Como ya dije, es demasiado delgada y su pelo brilla con el toque de las personas que le dan importancia a esos asuntos, no como nosotros. Creo que los ojos son un poco grandes para su cara o, al menos, me resultan así porque tiene un rostro de figura alargada. No es fea, pero tiene rasgos de muñeca frágil — No lo sé — me encojo de hombros al reparar en lo que me ha dicho — Con suerte sé diferenciar el algodón de las otras telas. Nunca he preguntado y jamás me han enseñado — me ahorro el decir que tampoco era demasiado primordial ese conocimiento, al menos de donde vengo. Siempre me he conformado con tener algo para vestir, pero parece que eso no ha sido un problema para ella. Apenas le sonrío frente a su agradecimiento y guardo la capa con mucho cuidado en mi bolsillo, esperando que no sobresalga ni una sola punta.
¿Qué es lo que tiene en la cara? ¿Este lugar es demasiado caluroso para ella? Miro alrededor como si eso fuese de ayudar para chequear el ambiente, pero pronto me distraigo de mi cometido con lo que dice — Sí, eso lo explica mejor — murmuro con respecto a lo de su tía. Entonces, su modo de hablarme hace que levante un poco el rostro con intenciones de verme más alto, aunque sé que no es de mucha ayuda. Mi altura sigue dejando que desear, me conforma que ella sea aún más pequeña y que parezca que aún no ha dado el estirón — Cumpliré dieciséis en octubre. Sea como sea, sigo siendo mayor — no sé de dónde saco esa competencia, debe ser la costumbre de convivir con gente como Zenda. Intento aflojar un poco la postura en señal de paz y me mantengo cruzado de brazos frente a ella, sin saber muy bien qué hacer ahora. ¿Solo me despido y ya? — Entonces… Si viniste porque tu tía vivía aquí, ¿dónde está ella? — intento encontrarle la lógica a que la hayan dejado sola en este lugar, no demasiado seguro y sí bastante lúgubre como para que sea un punto de fácil acceso para cualquiera que quiera aprovecharse de ella — ¿Necesitas…? ¿Quieres que te acompañe a algún lado? — yo sí tengo tiempo libre, puedo ayudarla si está en problemas. Me remuevo un poco, pero acabo descruzando un brazo para tenderle la mano con toda la elegancia y caballerosidad que soy capaz — Ken.
La miro con detenimiento en lo que ella inspecciona la capa y yo uso ese tiempo para analizarla a ella. Como ya dije, es demasiado delgada y su pelo brilla con el toque de las personas que le dan importancia a esos asuntos, no como nosotros. Creo que los ojos son un poco grandes para su cara o, al menos, me resultan así porque tiene un rostro de figura alargada. No es fea, pero tiene rasgos de muñeca frágil — No lo sé — me encojo de hombros al reparar en lo que me ha dicho — Con suerte sé diferenciar el algodón de las otras telas. Nunca he preguntado y jamás me han enseñado — me ahorro el decir que tampoco era demasiado primordial ese conocimiento, al menos de donde vengo. Siempre me he conformado con tener algo para vestir, pero parece que eso no ha sido un problema para ella. Apenas le sonrío frente a su agradecimiento y guardo la capa con mucho cuidado en mi bolsillo, esperando que no sobresalga ni una sola punta.
¿Qué es lo que tiene en la cara? ¿Este lugar es demasiado caluroso para ella? Miro alrededor como si eso fuese de ayudar para chequear el ambiente, pero pronto me distraigo de mi cometido con lo que dice — Sí, eso lo explica mejor — murmuro con respecto a lo de su tía. Entonces, su modo de hablarme hace que levante un poco el rostro con intenciones de verme más alto, aunque sé que no es de mucha ayuda. Mi altura sigue dejando que desear, me conforma que ella sea aún más pequeña y que parezca que aún no ha dado el estirón — Cumpliré dieciséis en octubre. Sea como sea, sigo siendo mayor — no sé de dónde saco esa competencia, debe ser la costumbre de convivir con gente como Zenda. Intento aflojar un poco la postura en señal de paz y me mantengo cruzado de brazos frente a ella, sin saber muy bien qué hacer ahora. ¿Solo me despido y ya? — Entonces… Si viniste porque tu tía vivía aquí, ¿dónde está ella? — intento encontrarle la lógica a que la hayan dejado sola en este lugar, no demasiado seguro y sí bastante lúgubre como para que sea un punto de fácil acceso para cualquiera que quiera aprovecharse de ella — ¿Necesitas…? ¿Quieres que te acompañe a algún lado? — yo sí tengo tiempo libre, puedo ayudarla si está en problemas. Me remuevo un poco, pero acabo descruzando un brazo para tenderle la mano con toda la elegancia y caballerosidad que soy capaz — Ken.
¿Pero no va a qué? No entiendo por qué me señala siendo que yo estoy perfectamente aseada. No necesito del hechizo para poder bañarme y… oh. - ¡No estaba diciendo que debías usarlo ahora! - Y si lo quería hacer, tenía el suficiente tacto y sentido de la prudencia como para abandonar la habitación. No quería verlo, argh. Un escalofrío me recorre el cuerpo, pero es uno motivado por la vergüenza absoluta. - Pero es un buen hechizo… más si luego se usa el de aire caliente. - Más de una vez había lavado unas cuantas telas de esa manera, y luego de aprender a usar la tinta china, era la única forma de que mis manos volviesen a tener la tonalidad correcta.
Ni siquiera me molesto en rodar los ojos cuando deja en claro que su conocimiento sobre los tipos de telas es nulo, estoy acostumbrada a que las personas por lo general no sepan diferenciar el chifón de la muselina así que simplemente lo observo guardar la capa con detenimiento. ¿Que la capa no destaque contra su bolsillo será producto de un hechizo expansor? ¿o es propiedad especial de la tela? De verdad tenía que ponerme a investigar. Tal vez podría consultar con Lara o su madre, seguro ellas tenían una mejor idea de dónde conseguir una de esas, o de cómo fabricarlas. No que Lara se especializara en lo textil, pero su mente era una maravilla en sí misma si su cuaderno de trabajo y su taller servían de algún indicio.
- Tres años no es nada, aunque eso explica por qué no te vi en el Prince antes. - Recién ahora que vivía en el Capitolio había empezado a relacionarme con gente de Segundo Curso, y eso era mayormente gracias a Hero y su fiesta de cumpleaños. Aún así, luego de mi cumpleaños dejaría Primero atrás y podría usar al fin las corbatas azules. - No vine con mi tía. No estoy segura de que le gustaría verme aquí… A nadie de mi familia si voy al caso, pero necesitaba, ¿conocer para entender? - La diferencia entre los distritos parecía abismal en algunos casos y por lo que me contaban del norte, no podía imaginar a Phoebe viviendo aquí durante toda su vida. Probablemente venir sola no había sido la decisión más inteligente del planeta pero… De momento no había salido mal. Vuelvo a mirar al desconocido, y cuando me tiende la mano apenas y dudo unos segundos antes de tomarla. Ni siquiera había pensado en la suciedad que debía tener. - Meerah. - Trato de que mi tacto se mantenga firme y cuando suelto el agarre ni siquiera limpio mi mano. - Y no estoy yendo a ningún lado en especial, supongo que iba a comer algo en un rato, aunque no conozco nada por aquí. Quería recorrer un poco... ¿tú dices que llamo demasiado la atención? - No podría andar a mis anchas si ese era el caso pero no sabía que hacer para mimetizarme con el distrito.
Ni siquiera me molesto en rodar los ojos cuando deja en claro que su conocimiento sobre los tipos de telas es nulo, estoy acostumbrada a que las personas por lo general no sepan diferenciar el chifón de la muselina así que simplemente lo observo guardar la capa con detenimiento. ¿Que la capa no destaque contra su bolsillo será producto de un hechizo expansor? ¿o es propiedad especial de la tela? De verdad tenía que ponerme a investigar. Tal vez podría consultar con Lara o su madre, seguro ellas tenían una mejor idea de dónde conseguir una de esas, o de cómo fabricarlas. No que Lara se especializara en lo textil, pero su mente era una maravilla en sí misma si su cuaderno de trabajo y su taller servían de algún indicio.
- Tres años no es nada, aunque eso explica por qué no te vi en el Prince antes. - Recién ahora que vivía en el Capitolio había empezado a relacionarme con gente de Segundo Curso, y eso era mayormente gracias a Hero y su fiesta de cumpleaños. Aún así, luego de mi cumpleaños dejaría Primero atrás y podría usar al fin las corbatas azules. - No vine con mi tía. No estoy segura de que le gustaría verme aquí… A nadie de mi familia si voy al caso, pero necesitaba, ¿conocer para entender? - La diferencia entre los distritos parecía abismal en algunos casos y por lo que me contaban del norte, no podía imaginar a Phoebe viviendo aquí durante toda su vida. Probablemente venir sola no había sido la decisión más inteligente del planeta pero… De momento no había salido mal. Vuelvo a mirar al desconocido, y cuando me tiende la mano apenas y dudo unos segundos antes de tomarla. Ni siquiera había pensado en la suciedad que debía tener. - Meerah. - Trato de que mi tacto se mantenga firme y cuando suelto el agarre ni siquiera limpio mi mano. - Y no estoy yendo a ningún lado en especial, supongo que iba a comer algo en un rato, aunque no conozco nada por aquí. Quería recorrer un poco... ¿tú dices que llamo demasiado la atención? - No podría andar a mis anchas si ese era el caso pero no sabía que hacer para mimetizarme con el distrito.
¿El Prince? ¿Qué es el Prince? Estoy seguro de que lo escuché nombrar, quizá de la boca de Kyle, pero ahora mismo no lo recuerdo y la miro con una expresión confundida. Sin embargo, el contexto de la frase me dice que debo callarme la boca y no preguntar algo obvio que me deje como un ignorante, más por seguridad que por mantener mi orgullo intacto — ¿Entender qué? ¿La brecha de las clases sociales? — nunca supe mucho del tema, hasta donde tengo entendido todo se divide entre ricos y pobres, magos poderosos y aquellos a los cuales ellos repudian. He vivido en una burbuja por demasiado tiempo, lo suficiente como para sentir que no puedo seguir del todo una conversación con una niña de trece años que parece haber crecido en un lugar completamente opuesto al mío. Al menos, sé que está sola y eso significa una menor cantidad de problemas para mí. Puedo hablar con una niña sin sentirme en peligro, pero meter a un adulto en la ecuación siempre puede ser problemático, en especial con la manía que tienen de querer solucionarlo todo. Parece que nunca han visto a un chico muriéndose de hambre, para variar.
— Una vez leí un cuento con una niña llamada Meerah. Algo sobre un viaje y un montón de monstruos que salían de noche para que no llegue a destino. Algo así, fue hace años — me encojo de hombros porque soy incapaz de recordar con exactitud la historia, pero sé que será suficiente para no olvidar su nombre. No puedo no reírme ante lo siguiente que dice con la burla hacia la inocencia ajena, pero me silencio cuando algo de polvo cae sobre nuestras cabezas. Alzo la mirada en busca del culpable, pero no es más que un poco de techo recordándonos que estamos en un lugar completamente inestable. A juzgar por el aspecto del edificio, la caída de yeso y ladrillo es algo totalmente natural — Tal vez si te tiramos al piso y ruedas un poco, tendrás un aspecto más parecido a las personas que andan por aquí — bromeo. Algo me dice que no lo hará ni aunque se lo diga en chiste. Como no conozco mucho del once pero tampoco quiero verme como un completo extranjero, solo alzo un hombro con una muequita — No he visto grandes lugares de comidas, pero hay algún que otro vendedor ambulante al cual le puedes pedir algo, si tienes dinero. Lo único que tengo es esto — me las arreglo para sacar la bolsa arrugada de maní del bolsillo, la cual está por acabarse, y se la muestro — ¿De dónde eres? — es una pregunta inocente, no pretendo sonar como que la estoy juzgando antes de tiempo, pero creo que no me sale muy bien cuando la miro de arriba a abajo en busca de algún indicio que sé que no encontraré porque no tengo idea de cómo son las cosas en el sur — Puedo ayudarte a buscar algo para comer, pero no puedo prometer que sea lo más nutritivo que hayas comido en tu vida.
— Una vez leí un cuento con una niña llamada Meerah. Algo sobre un viaje y un montón de monstruos que salían de noche para que no llegue a destino. Algo así, fue hace años — me encojo de hombros porque soy incapaz de recordar con exactitud la historia, pero sé que será suficiente para no olvidar su nombre. No puedo no reírme ante lo siguiente que dice con la burla hacia la inocencia ajena, pero me silencio cuando algo de polvo cae sobre nuestras cabezas. Alzo la mirada en busca del culpable, pero no es más que un poco de techo recordándonos que estamos en un lugar completamente inestable. A juzgar por el aspecto del edificio, la caída de yeso y ladrillo es algo totalmente natural — Tal vez si te tiramos al piso y ruedas un poco, tendrás un aspecto más parecido a las personas que andan por aquí — bromeo. Algo me dice que no lo hará ni aunque se lo diga en chiste. Como no conozco mucho del once pero tampoco quiero verme como un completo extranjero, solo alzo un hombro con una muequita — No he visto grandes lugares de comidas, pero hay algún que otro vendedor ambulante al cual le puedes pedir algo, si tienes dinero. Lo único que tengo es esto — me las arreglo para sacar la bolsa arrugada de maní del bolsillo, la cual está por acabarse, y se la muestro — ¿De dónde eres? — es una pregunta inocente, no pretendo sonar como que la estoy juzgando antes de tiempo, pero creo que no me sale muy bien cuando la miro de arriba a abajo en busca de algún indicio que sé que no encontraré porque no tengo idea de cómo son las cosas en el sur — Puedo ayudarte a buscar algo para comer, pero no puedo prometer que sea lo más nutritivo que hayas comido en tu vida.
Cuando un nuevo sonrojo hace aparición en mis mejillas, puedo sentirme confiada de que el sentimiento que lo provoca es claramente la vergüenza. No quería que me viese como una niñita mimada que no conocía nada del mundo pero aún así… esa descripción me calzaba como anillo al dedo. No tenía idea de qué me había dado realmente el impulso para venir hasta aquí pero, en definitiva. su resumen era tremendamente acertado. - ¿Y qué si ese es el caso? - ¿Tan malo era tener ese tipo de ignorancia? No es que siempre hubiésemos tenido dinero. Mi madre había tenido que criarme prácticamente sola por años, pero el concepto del Norte y la pobreza que en él se vivía no eran conceptos con los que estuviese familiarizada del todo. Incluso en el Prince, en donde era común el ver a niños que provenían de estos lares, no me juntaba con ellos o… bueno, eran ellos los que no se juntaban con nosotros. Había una barrera implícita que los profesores no se animaban a romper, y que nosotros no nos animabamos a saltar.
- ¿Un cuento? - Jamás había escuchado de un cuento protagonizado por un personaje que se llamase como yo. Simplemente me gustaba mi segundo nombre lo suficiente como para poder olvidar el motivo por el cuál mi madre me había puesto el primero. Nunca me había detenido a inquirir de dónde había sacado mi segundo nombre luego de haberme garantizado que no era de ningún familiar muerto. - Si recuerdas cómo se llamaba, me gustaría poder leerlo algún día. - Tal vez ni siquiera fuese un cuento muy conocido, o tal vez fuese parte de un rejunte de historias, pero me gustaría investigar si ese era el caso.
Mi expresión cambia repentinamente cuando Ken sugiere que ruede por el piso, y aunque no se vuelve una de completo espanto, es obvio que me disgusta la idea. ¿De verdad…? - ¿Cuenta si ensucio mi camisa y luego me la vuelvo a poner? No quiero sonar muy delicada, pero de verdad creo que me agarraré algo si me tiro al piso. - De nuevo, había ratas en este lugar. No quería rodar en su excremento y sufrir vaya a saber qué tipo de enfermedades gracias a eso. - Ahora vivo en el Capitolio, pero soy del ocho en realidad. - Y cualquier lección que haya tenido acerca de hablar con desconocidos ha volado por la ventana a estas alturas. Pero el muchacho no es alguien que me inspire desconfianza, o parezca un asesino serial. Ignoro su mirada de escrutinio y en un acto reflejo, me aferro a la correa de mi bolso.- ¿Tú llevas mucho por aquí? - Tal vez si conoce lo suficiente, pueda convencerlo de pagarle si me mostraba un poco y luego me acompañaba a tomar el traslador más cercano. - Me conformo con que sea comestible… creo. ¡Nada de insectos! - Le aclaro temiendo que eso sea una posibilidad. - Muéstrame un lugar que te guste, yo invito.
- ¿Un cuento? - Jamás había escuchado de un cuento protagonizado por un personaje que se llamase como yo. Simplemente me gustaba mi segundo nombre lo suficiente como para poder olvidar el motivo por el cuál mi madre me había puesto el primero. Nunca me había detenido a inquirir de dónde había sacado mi segundo nombre luego de haberme garantizado que no era de ningún familiar muerto. - Si recuerdas cómo se llamaba, me gustaría poder leerlo algún día. - Tal vez ni siquiera fuese un cuento muy conocido, o tal vez fuese parte de un rejunte de historias, pero me gustaría investigar si ese era el caso.
Mi expresión cambia repentinamente cuando Ken sugiere que ruede por el piso, y aunque no se vuelve una de completo espanto, es obvio que me disgusta la idea. ¿De verdad…? - ¿Cuenta si ensucio mi camisa y luego me la vuelvo a poner? No quiero sonar muy delicada, pero de verdad creo que me agarraré algo si me tiro al piso. - De nuevo, había ratas en este lugar. No quería rodar en su excremento y sufrir vaya a saber qué tipo de enfermedades gracias a eso. - Ahora vivo en el Capitolio, pero soy del ocho en realidad. - Y cualquier lección que haya tenido acerca de hablar con desconocidos ha volado por la ventana a estas alturas. Pero el muchacho no es alguien que me inspire desconfianza, o parezca un asesino serial. Ignoro su mirada de escrutinio y en un acto reflejo, me aferro a la correa de mi bolso.- ¿Tú llevas mucho por aquí? - Tal vez si conoce lo suficiente, pueda convencerlo de pagarle si me mostraba un poco y luego me acompañaba a tomar el traslador más cercano. - Me conformo con que sea comestible… creo. ¡Nada de insectos! - Le aclaro temiendo que eso sea una posibilidad. - Muéstrame un lugar que te guste, yo invito.
No sé qué tiene de interesante llamarse como alguien de un cuento y ahora me preguntó por qué solté esa información sin sentido, pero aún así hago mi mejor esfuerzo en recordar algo de esa historia. Llegó un punto que el libro estaba tan viejo que había perdido su cubierta, así que el título es algo que se quedó olvidado en los muchos años que transcurrieron después — No lo recuerdo, pero si lo consigo alguna vez, prometo llevártelo — sé que es una promesa vacía, de esas que uno hace solo por simpatía cuando sabemos que nunca más vamos a volver a vernos. No estoy aquí para hacer sociales con niñas y buscar cuentos que regalarles solo porque me siento un poco culpable por haberla aplastado.
Esta vez no me puedo contener y aprieto los labios en un intento de que la risa no salga, pero aún así lo hace, con bastante aire acumulado — No seas exagerada. Hay sitios peores. El otro día tuve que dormir en una casa abandonada que estaba llena de agujas usadas. Kyle… — me interrumpo ante mi error, así que continúo con algo más de calma — mi amigo dice que es normal, porque muchos adictos encuentran en la droga la capacidad de sobrevivir a pesar del hambre. Esta casa se encuentra hasta limpia — he visto otras cosas un poquito más desagradables, pero se me hace que no son cosas que se le dicen a una niña. Que diga que es del Capitolio me provoca una mirada de sorpresa, creo que hubiera retrocedido si no fuese por la aclaración que me regala sobre el distrito ocho — Sí que estás al norte de tu casa — acoto — ¿Cómo son? El ocho y el Capitolio. Jamás he ido — eso no debería ser sospechoso, consideremos que aquí todo el mundo es pobre, soy joven para desaparecerme y moverse en tren es algo costoso para hacerlo constantemente. Igual, me siento algo incómodo al tener que aclarar lo siguiente — Vengo del doce — y eso es lo máximo que puedo decirle sobre mi ignorancia en este sitio.
Me toma desprevenido su ofrecimiento de comida gratis y me demoro lo suficiente en responder como para dar un bote ante su aclaración sobre los insectos — ¡Yo no como insectos! Una vez comí tortuga, pero nada de insectos — que yo recuerde — ¿Tienes dinero? No vi muchos sitios en este distrito con buena pinta, pero los que parecen más ricos o menos contaminados son algo caros para el habitante promedio. Mira — me tomo el atrevimiento de darle un empujoncito para que salga conmigo a la calle y me asomo primero para chequear que no hay aurores en la costa. Al sentirme seguro, le hago un gesto y comienzo a caminar con paso apresurado — Creo que hay una cantina aquí cerca, si no me equivoco. ¿Tienes antojo de algo en particular? ¿Qué come la gente en el Capitolio? — que duda infantil, pero aún así…. — ¿Tienes algún horario de llegada? Si tienes tiempo, podrías contarme más sobre cómo son las cosas allí.
Esta vez no me puedo contener y aprieto los labios en un intento de que la risa no salga, pero aún así lo hace, con bastante aire acumulado — No seas exagerada. Hay sitios peores. El otro día tuve que dormir en una casa abandonada que estaba llena de agujas usadas. Kyle… — me interrumpo ante mi error, así que continúo con algo más de calma — mi amigo dice que es normal, porque muchos adictos encuentran en la droga la capacidad de sobrevivir a pesar del hambre. Esta casa se encuentra hasta limpia — he visto otras cosas un poquito más desagradables, pero se me hace que no son cosas que se le dicen a una niña. Que diga que es del Capitolio me provoca una mirada de sorpresa, creo que hubiera retrocedido si no fuese por la aclaración que me regala sobre el distrito ocho — Sí que estás al norte de tu casa — acoto — ¿Cómo son? El ocho y el Capitolio. Jamás he ido — eso no debería ser sospechoso, consideremos que aquí todo el mundo es pobre, soy joven para desaparecerme y moverse en tren es algo costoso para hacerlo constantemente. Igual, me siento algo incómodo al tener que aclarar lo siguiente — Vengo del doce — y eso es lo máximo que puedo decirle sobre mi ignorancia en este sitio.
Me toma desprevenido su ofrecimiento de comida gratis y me demoro lo suficiente en responder como para dar un bote ante su aclaración sobre los insectos — ¡Yo no como insectos! Una vez comí tortuga, pero nada de insectos — que yo recuerde — ¿Tienes dinero? No vi muchos sitios en este distrito con buena pinta, pero los que parecen más ricos o menos contaminados son algo caros para el habitante promedio. Mira — me tomo el atrevimiento de darle un empujoncito para que salga conmigo a la calle y me asomo primero para chequear que no hay aurores en la costa. Al sentirme seguro, le hago un gesto y comienzo a caminar con paso apresurado — Creo que hay una cantina aquí cerca, si no me equivoco. ¿Tienes antojo de algo en particular? ¿Qué come la gente en el Capitolio? — que duda infantil, pero aún así…. — ¿Tienes algún horario de llegada? Si tienes tiempo, podrías contarme más sobre cómo son las cosas allí.
No sabía si sentirme aliviada o preocupada de que hubiese sitios peores, pero considerando que el mercado de esclavos no era un lugar precisamente bonito… - ¿Sobrevivir? Esa gente solo está apurando su muerte a cambio de unos pocos minutos de liberación. Cómo si la droga fuese más importante que la comida…- Mamá me había hablado de las adicciones, de los psicotrópicos y de varias cosas más en un intento de mantenerme al tanto de los peligros del exterior. No estaba de acuerdo con las decisiones que tomaba la gente, y posiblemente jamás entendería la motivación detrás del todo. Aún así, no era mi problema, y mientras que no tuviese que rodar en un piso lleno de agujas, por mí que el resto hiciera lo que quisiese.
A sabiendas entonces de que lo de rodar no era una opción, al menos desarmo mi peinado y me revuelvo un poco el pelo. Sacando la camisa de dentro de la pollera, y tratando de verme, sino sucia, cuando menos algo desalineada. No es un gran cambio pero al menos sabía que no portaba el look de “ni un cabello fuera de lugar” - No te rías. - Le advierto, elevando el índice a la altura de mi rostro en una señal de alto. - ¿Qué cómo…? - Bajo la mano con lentitud, y cierro los dedos sin llegar a formar un puño, pero con un nerviosismo extaño que me hace rascarme el pulgar con el índice. - Altos, grandes y ruidosos. Pero muy bonitos. El capitolio tiene demasiada gente, pero las personas son bastante buenas. Hice unos cuantos amigos desde que fui allí. Casi no extraño a mis compañeros del Prince. - Con quienes seguía teniendo contacto, pero solo a través de WizzardFace. - ¿Y cómo es el doce? Solo vine a este por mi tía, pero por lo que me contaron, no es un lugar bonito.
Me relajo cuando dice que no piensa en comer insectos, pero me vuelvo a tensar cuando nombra el haber comido… - ¿Tortuga? - Me recorre un escalofrío involuntario y lo miro como si le hubiese salido un tercer ojo en la frente. - Sí tengo dinero, pero no tengo nada de antojo en particular. Dónde tú digas está bien. - Lo sigo puertas afuera y poco me falta para que se me escapa una risita tonta cuando comienza a hacer preguntas. - Cualquier horario antes de las once de la noche está bien. Aunque no entiendo a qué vienen tantas preguntas sobre el Capitolio. - Después de todo, no había habido ningún elemento fuera de lo común en los últimos meses. - Nunca los ví comer nada muy raro solo… ¿comida?
A sabiendas entonces de que lo de rodar no era una opción, al menos desarmo mi peinado y me revuelvo un poco el pelo. Sacando la camisa de dentro de la pollera, y tratando de verme, sino sucia, cuando menos algo desalineada. No es un gran cambio pero al menos sabía que no portaba el look de “ni un cabello fuera de lugar” - No te rías. - Le advierto, elevando el índice a la altura de mi rostro en una señal de alto. - ¿Qué cómo…? - Bajo la mano con lentitud, y cierro los dedos sin llegar a formar un puño, pero con un nerviosismo extaño que me hace rascarme el pulgar con el índice. - Altos, grandes y ruidosos. Pero muy bonitos. El capitolio tiene demasiada gente, pero las personas son bastante buenas. Hice unos cuantos amigos desde que fui allí. Casi no extraño a mis compañeros del Prince. - Con quienes seguía teniendo contacto, pero solo a través de WizzardFace. - ¿Y cómo es el doce? Solo vine a este por mi tía, pero por lo que me contaron, no es un lugar bonito.
Me relajo cuando dice que no piensa en comer insectos, pero me vuelvo a tensar cuando nombra el haber comido… - ¿Tortuga? - Me recorre un escalofrío involuntario y lo miro como si le hubiese salido un tercer ojo en la frente. - Sí tengo dinero, pero no tengo nada de antojo en particular. Dónde tú digas está bien. - Lo sigo puertas afuera y poco me falta para que se me escapa una risita tonta cuando comienza a hacer preguntas. - Cualquier horario antes de las once de la noche está bien. Aunque no entiendo a qué vienen tantas preguntas sobre el Capitolio. - Después de todo, no había habido ningún elemento fuera de lo común en los últimos meses. - Nunca los ví comer nada muy raro solo… ¿comida?
Soy consciente de que las cejas se me arquean de modo sutil en cuanto ella empieza a despeinarse, ni hablemos de que sus intentos de que su ropa no destaque me dan ganas de empezar a reírme de ella, algo que no hago por pura caballerosidad. Su advertencia hace que levante las manos y los hombros como si quisiera frenar un ataque, mostrándome algo escandalizado — ¡Si yo no he dicho nada! — exclamo, aunque la última palabra se me patina en una pequeña risita que intento disimular. Me es un poco extraño que me hable de que las personas del Capitolio “son buenas”, en especial porque siempre escuché pestes de ellos. Supongo que eso depende de qué lado mires las cosas, ella es una niña que ha crecido dentro de esta sociedad y debe tener otro tipo de ideas inculcadas. Tengo que masticar el interior de mi mejilla para no preguntar, de nuevo, qué es el Prince, pero por suerte ella me da la excusa para hablar de otra cosa — Sucio. Hay un mercado donde puedes conseguir de todo y cerca de las zonas de las minas, hay mucho carbón en todas partes. La mayoría de las calles son de tierra, pero eso me gusta. Y si sabes cómo salir al bosque… — no se lo digo, pero eso es lo más parecido a casa que he tenido desde que llegué a NeoPanem. Tampoco me quiero poner sentimental, no ahora.
Cualquier cosa que quiera está bien, perfecto. Intento no mostrarme tan avergonzado por mi curiosidad, soy capaz de disimular el sonrojo en las orejas por fingir estar más interesado en encontrar el camino que en ella — ¿Nunca tuviste preguntas sobre sitios en dónde no estuviste nunca? Quiero decir… — intento explicarme, moviendo una de mis manos de un lado al otro como si eso sirviera de algo — Si el mundo es tan inmenso… ¿No te preguntas cómo debe ser ese sitio que jamás pudiste pisar? Para ti puede ser “solo comida”, pero estoy seguro de que hay platillos que para ti son comunes y que yo jamás he podido probar. “Brecha de clases sociales” — le recuerdo, obviando que he crecido en un sitio muy diferente a este o a cualquiera que ella pueda siquiera conocer. Tengo que admitirlo, es bueno conocer a alguien cercano a mi edad que pueda decirme cómo son las cosas del otro lado. La otra cara de la moneda, supongo.
Como dije, o eso creo, la cantina está lo suficientemente cerca como para que lleguemos en un pispás. No sé si es un sitio muy agradable para traer a una niña, ahora que lo miro mejor. Los vidrios no se ven muy limpios y desde aquí puedo ver que una de las mesas está siendo ocupada por un anciano con aspecto de pocos amigos. Además, cuando empujo la puerta y le hago una seña para que pase primero, soy capaz de oír una música demasiado vieja y deprimente salir de vaya a saber dónde. Da igual, tampoco es que hay demasiadas opciones en un distrito como este y es esto o llevarla a comer a un puesto callejero lleno de cucarachas — Nunca he ordenado nada — admito. No sé si lo entiende en el sentido literal al cual me refiero, solo he visto cómo el resto lo hace. Por eso, miro el mostrador, no muy seguro de qué hacer, por lo que me froto un brazo con la mano y paseo la vista por las mesas — ¿Nos sentamos? Ellos vienen a nosotros, ¿no? — cuestiono — ¿Cómo sabes qué ordenar? — Ya, creo que son muchas preguntas y ya estoy perdiendo una parte de mi dignidad.
Cualquier cosa que quiera está bien, perfecto. Intento no mostrarme tan avergonzado por mi curiosidad, soy capaz de disimular el sonrojo en las orejas por fingir estar más interesado en encontrar el camino que en ella — ¿Nunca tuviste preguntas sobre sitios en dónde no estuviste nunca? Quiero decir… — intento explicarme, moviendo una de mis manos de un lado al otro como si eso sirviera de algo — Si el mundo es tan inmenso… ¿No te preguntas cómo debe ser ese sitio que jamás pudiste pisar? Para ti puede ser “solo comida”, pero estoy seguro de que hay platillos que para ti son comunes y que yo jamás he podido probar. “Brecha de clases sociales” — le recuerdo, obviando que he crecido en un sitio muy diferente a este o a cualquiera que ella pueda siquiera conocer. Tengo que admitirlo, es bueno conocer a alguien cercano a mi edad que pueda decirme cómo son las cosas del otro lado. La otra cara de la moneda, supongo.
Como dije, o eso creo, la cantina está lo suficientemente cerca como para que lleguemos en un pispás. No sé si es un sitio muy agradable para traer a una niña, ahora que lo miro mejor. Los vidrios no se ven muy limpios y desde aquí puedo ver que una de las mesas está siendo ocupada por un anciano con aspecto de pocos amigos. Además, cuando empujo la puerta y le hago una seña para que pase primero, soy capaz de oír una música demasiado vieja y deprimente salir de vaya a saber dónde. Da igual, tampoco es que hay demasiadas opciones en un distrito como este y es esto o llevarla a comer a un puesto callejero lleno de cucarachas — Nunca he ordenado nada — admito. No sé si lo entiende en el sentido literal al cual me refiero, solo he visto cómo el resto lo hace. Por eso, miro el mostrador, no muy seguro de qué hacer, por lo que me froto un brazo con la mano y paseo la vista por las mesas — ¿Nos sentamos? Ellos vienen a nosotros, ¿no? — cuestiono — ¿Cómo sabes qué ordenar? — Ya, creo que son muchas preguntas y ya estoy perdiendo una parte de mi dignidad.
Le regalo una mala mirada pese a que se justifica, ya que puedo escuchar la pequeña risa que se le escapa. No era mi culpa el no haber pensado que el distrito estaría lleno de gente sucia. Sabía que no tenían muchas comodidades, pero Phoebe era tan bonita y prolija que no podía imaginar que el resto se vería… bueno, no lo diría en voz alta porque no era de buena educación. - Sé que no es mi mejor intento, pero luego de tu historia de las agujas y las drogas… - Me estremezco de manera involuntaria pese a que de esa forma me hago ver como alguien aún más delicada de lo que ya debo parecer, pero no cambio de opinión. No iba a revolcarme por el piso a riesgo no solo de enfermarme, sino que de infectarme con algo mucho peor.
- ¿Más sucio? - Se me escapa cuando el primer adjetivo con el que describe el doce es ese. - Aunque eso del mercado tiene su atractivo. - Había algunas telas y tintes que eran difíciles de conseguir y tal vez en ese lugar… aunque claro, la parte de camino de tierra y carbón no eran cosas que se mezclaran bien con las telas, pero uno nunca sabía. Tal vez, y solo tal vez, trataría de convencer la próxima vez a Phoebe para que me acompañe al doce. - Nunca estuve en el bosque, o en ningún lugar que tuviese más vegetación que un jardín. - Y no estaba ansiosa por estarlo, pero tampoco sería una experiencia a la que me negaría. Sonaba como una especie de aventura y de alguna manera querría ponerlo en una lista de cosas hacer a futuro. Claro, luego de ponerme en forma, y de crear el vestuario apropiado para la ocasión.
Lo sigo con más seguridad de la que debería siendo que el muchacho sigue siendo un completo extraño, pero al menos parece conocer un poco más este distrito y me hace ver un poco menos como una completa turista. - A decir verdad, no, no realmente. Mi profesora de historia en el Prince nos contaba que el mundo fuera de Neopanem estaba completamente destruido. - En teoría ella había vivido unos años en Europa, antes de los Niniadis, y nos contaba que no era bonito. Que elegir entre vivir ocultos en el país, o libres fuera de él era una de las cosas más difíciles de hacer. Y algo de un atentado en una ciudad llamada Londres, pero ya no recordaba tanto. No me gustaba mucho pensar en el pasado y la historia del país me daba mala vibra. - En el ocho no vivíamos tan cómodas como en el capitolio y, a decir verdad, la única pregunta que tenía en esos momentos era quién era mi padre.
Alzo una ceja con escepticismo cuando llegamos a la cantina, y tengo que armarme de valor para no plantarme allí mismo y negarme a entrar. Tenía hambre, y no podía ser tan nena exquisita en un distrito como este. Ken me deja adentrarme primero y tengo que admitir que se ve un poco mejor de lo que aparenta por fuera. Tengo que recordar que ya había tenido un prejuicio similar cuando había ido a visitar a Lara, y al final había probado las pastas más ricas de mi vida. - ¿Nunca? - Me da algo de pena su confesión, pero trato de que no se me dibuje en la cara en lo que soy yo esta vez la que lo guío a una de las mesas. - No sé que tal sea aquí, pero en la mayoría de los lugares una vez que se toma asiento, vienen a traernos el menú y a tomar nuestra orden. - Elijo la mesa que parece estar junto a la ventana más oscura de todas, recordando el detalle de que el muchacho no tiene su identificación encima. No quería que por acompañarme se metiera en problemas. - No sé qué tipo de comida tendrán, pero aprendí que cuando uno no tiene idea lo mejor siempre es pedir hamburguesa y papas. Es muy raro que sean incomibles. - Y pese a que trato de no comportarme en exceso como una lady, tengo que hacer un gran esfuerzo para no sacar mi pañuelo para limpiar mi asiento antes de tomar asiento. - ¿Has probado hamburguesas? - Ya que habla de la diferencia de platillos, mi pregunta es completamente válida.
- ¿Más sucio? - Se me escapa cuando el primer adjetivo con el que describe el doce es ese. - Aunque eso del mercado tiene su atractivo. - Había algunas telas y tintes que eran difíciles de conseguir y tal vez en ese lugar… aunque claro, la parte de camino de tierra y carbón no eran cosas que se mezclaran bien con las telas, pero uno nunca sabía. Tal vez, y solo tal vez, trataría de convencer la próxima vez a Phoebe para que me acompañe al doce. - Nunca estuve en el bosque, o en ningún lugar que tuviese más vegetación que un jardín. - Y no estaba ansiosa por estarlo, pero tampoco sería una experiencia a la que me negaría. Sonaba como una especie de aventura y de alguna manera querría ponerlo en una lista de cosas hacer a futuro. Claro, luego de ponerme en forma, y de crear el vestuario apropiado para la ocasión.
Lo sigo con más seguridad de la que debería siendo que el muchacho sigue siendo un completo extraño, pero al menos parece conocer un poco más este distrito y me hace ver un poco menos como una completa turista. - A decir verdad, no, no realmente. Mi profesora de historia en el Prince nos contaba que el mundo fuera de Neopanem estaba completamente destruido. - En teoría ella había vivido unos años en Europa, antes de los Niniadis, y nos contaba que no era bonito. Que elegir entre vivir ocultos en el país, o libres fuera de él era una de las cosas más difíciles de hacer. Y algo de un atentado en una ciudad llamada Londres, pero ya no recordaba tanto. No me gustaba mucho pensar en el pasado y la historia del país me daba mala vibra. - En el ocho no vivíamos tan cómodas como en el capitolio y, a decir verdad, la única pregunta que tenía en esos momentos era quién era mi padre.
Alzo una ceja con escepticismo cuando llegamos a la cantina, y tengo que armarme de valor para no plantarme allí mismo y negarme a entrar. Tenía hambre, y no podía ser tan nena exquisita en un distrito como este. Ken me deja adentrarme primero y tengo que admitir que se ve un poco mejor de lo que aparenta por fuera. Tengo que recordar que ya había tenido un prejuicio similar cuando había ido a visitar a Lara, y al final había probado las pastas más ricas de mi vida. - ¿Nunca? - Me da algo de pena su confesión, pero trato de que no se me dibuje en la cara en lo que soy yo esta vez la que lo guío a una de las mesas. - No sé que tal sea aquí, pero en la mayoría de los lugares una vez que se toma asiento, vienen a traernos el menú y a tomar nuestra orden. - Elijo la mesa que parece estar junto a la ventana más oscura de todas, recordando el detalle de que el muchacho no tiene su identificación encima. No quería que por acompañarme se metiera en problemas. - No sé qué tipo de comida tendrán, pero aprendí que cuando uno no tiene idea lo mejor siempre es pedir hamburguesa y papas. Es muy raro que sean incomibles. - Y pese a que trato de no comportarme en exceso como una lady, tengo que hacer un gran esfuerzo para no sacar mi pañuelo para limpiar mi asiento antes de tomar asiento. - ¿Has probado hamburguesas? - Ya que habla de la diferencia de platillos, mi pregunta es completamente válida.
Ah, así que el Prince es un colegio, bueno saberlo. Yo solo asiento como si estuviese totalmente entendido en el tema, aunque he aprendido sobre el exterior gracias a Sophia y sus clases llenas de paciencia para un montón de enanos inquietos. Pero, sinceramente, hay otra de las cosas de las que dice que me llama un poquito más la atención y es la que me obliga a mirarla con los ojos algo abiertos — Yo tampoco sé quién es mi padre — confieso, sé que no viene a cuento, pero supongo que es algo normal cuando encuentras a alguien en tu misma situación. O algo así — ¿Tú ya lo encontraste? — y, de verdad, espero que lo haya hecho. Siendo yo, sé lo horrible que es no saber de dónde provienes.
Me trago el orgullo y niego con la cabeza. Al menos, Meerah no hace más preguntas al respecto y parece tomarlo con naturalidad; eso es lo que puedo rescatar de mi viaje hacia una de las mesas, siguiendo su cuerpo diminuto sin chistar, a pesar de que barro el sitio con la mirada en busca de ojos poco amigables. Bueno, cualquier cosa, supongo que siempre podemos ponernos la capa y salir corriendo — Sentarse, menú, sujeto que te toma el pedido. Bien, comprendido, no parece muy difícil — por lo que vi en algunas de estas situaciones, la gente paga luego y se marcha. Creo que puedo hacerlo, con la diferencia de que es ella quien tiene el dinero. Me acomodo frente a ella y dejo las manos en mi regazo al no saber dónde ponerlas, creo que mi expresión es la de un completo estúpida al verme algo desentendido de lo que me está diciendo — ¿Hamburguesas? — intento hacer memoria. ¿Qué eran las hamburguesas? Ah, sí — El trozo de carne entre dos panes. Comí algo así, alguna vez… — pero no eran como las de los dibujos de los libros, sino una variante muy casera del distrito catorce en casos muy particulares. Estoy seguro de que lo que coma aquí va a tener un sabor muy diferente.
Tomo lo que supongo que es el menú y le echo un vistazo, seguro de que no puedo reconocer ni la mitad de los platillos que hay en este lugar — ¡Tienen gaseosas! — es una exclamación que me nace de lo más profundo, por lo que oculto un poco el rostro detrás de la carta para que no pueda ver mi expresión — Bebí muy pocas veces, en casa eran como un lujo — no le voy a explicar que era cuando robaban alguna del norte y la llevaban, muchas veces casi sin gas y poco sabor — Pero creo que tomaré tu consejo. Hamburguesas, papas y gaseosa. ¿Vas a querer postre? — me tomo ese permiso aunque no sea yo quien invite, pero no me contengo a mirarla por encima del menú moviendo mis cejas como si buscase el tentarla — Podemos compartir un… ¿Qué es un brownie?
Me trago el orgullo y niego con la cabeza. Al menos, Meerah no hace más preguntas al respecto y parece tomarlo con naturalidad; eso es lo que puedo rescatar de mi viaje hacia una de las mesas, siguiendo su cuerpo diminuto sin chistar, a pesar de que barro el sitio con la mirada en busca de ojos poco amigables. Bueno, cualquier cosa, supongo que siempre podemos ponernos la capa y salir corriendo — Sentarse, menú, sujeto que te toma el pedido. Bien, comprendido, no parece muy difícil — por lo que vi en algunas de estas situaciones, la gente paga luego y se marcha. Creo que puedo hacerlo, con la diferencia de que es ella quien tiene el dinero. Me acomodo frente a ella y dejo las manos en mi regazo al no saber dónde ponerlas, creo que mi expresión es la de un completo estúpida al verme algo desentendido de lo que me está diciendo — ¿Hamburguesas? — intento hacer memoria. ¿Qué eran las hamburguesas? Ah, sí — El trozo de carne entre dos panes. Comí algo así, alguna vez… — pero no eran como las de los dibujos de los libros, sino una variante muy casera del distrito catorce en casos muy particulares. Estoy seguro de que lo que coma aquí va a tener un sabor muy diferente.
Tomo lo que supongo que es el menú y le echo un vistazo, seguro de que no puedo reconocer ni la mitad de los platillos que hay en este lugar — ¡Tienen gaseosas! — es una exclamación que me nace de lo más profundo, por lo que oculto un poco el rostro detrás de la carta para que no pueda ver mi expresión — Bebí muy pocas veces, en casa eran como un lujo — no le voy a explicar que era cuando robaban alguna del norte y la llevaban, muchas veces casi sin gas y poco sabor — Pero creo que tomaré tu consejo. Hamburguesas, papas y gaseosa. ¿Vas a querer postre? — me tomo ese permiso aunque no sea yo quien invite, pero no me contengo a mirarla por encima del menú moviendo mis cejas como si buscase el tentarla — Podemos compartir un… ¿Qué es un brownie?
Me compadezco automáticamente de su situación cuando dice no saber quién es su padre. Porque por más de que trataba de dejarlo atrás, no podía no sentir enojo a veces cuando recordaba los doce años de ignorancia por los que había pasado. Porque él parecía más grande que yo, y todavía no lo había encontrado. - Hace pocos meses. Resultó que mi madre siempre lo supo, y decidió que era conveniente no decirme. - Y me encojo de hombros porque no quiero ir construyendo mi enojo frente a él, estando en esa situación. No sabía si su madre también habría estado en falta al no decírselo, o si ella sí no lo sabía y es por eso que no podía delegar la información.
Al menos el tema se desvía hasta la comida en sí y puedo centrarme en la incredulidad y la pseudo fascinación que tenía en esos momentos, al descubrir que existía alguien que no había probado una hamburguesa hecha como dios manda. Y sé que debería ver lo que ofrecen en el menú, pero me encuentro más entretenida con sus reacciones. ¿Cómo debía vivir si es que se emocionaba de esa forma por gaseosas? De nuevo, no sobraba el dinero durante mi niñez, pero las gaseosas estaban lejos de ser consideradas un lujo imposible de adquirir. ¿Pero qué tipo de precios manejaban estos lugares? - Presta eso. - Parece que ya ha decidido lo que va a pedir, así que quiero ver qué más tienen que podrían mejorar su experiencia, y hacer la mía al menos decentemente comestible. - No pienses que voy a compartir un brownie, jamás. - Le advierto mirándolo por encima de la carta que tengo abierta. - Es mi postre favorito de chocolate y si podemos, lo quiero con helado. Deberás pedir uno para tí, o luchar. Porque no pienso ceder la mitad de mi postre. - Y vuelvo la vista al menú, inspeccionando que si bien no tenía comidas necesariamente sanas, no tenían ningún ingrediente al que no estuviese acostumbrada. - Pide la hamburguesa con queso, panceta y cebolla caramelizada. - Le aconsejo poniendo boca abajo el papel y llamando hacia el mostrador con una seña de la mano. - Y las papas con cheddar. - Hay cosas que es muy difícil que hicieran mal, e incluso si la hamburguesa terminaba siendo un desastre, uno no podía equivocarse con papas.
Un hombre que se podía definir cuando menos robusto, me devuelve la seña desde el fondo e interpreto que lo debo esperar un minuto. No parece irritado, lo cual tomo como buena señal. - ¿No eres de por aquí, verdad? - Y no me refiero al once en particular, pero es solo que hasta los niños pequeños terminaban acostumbrándose a las hamburguesas en el colegio. Tal vez venía de Europa, o había sido educado en casa. - Lo siento, solo que tienes un aire… ¿Exótico? No en el mal sentido, claro. - Y me sonrojo, porque no puedo creer que le haya dicho eso a alguien que tenía más suciedad encima que las uñas de Charlie luego de un partido de quemados. Corro el rostro hacia el mostrador, y me siento completamente aliviada cuando veo al hombre acercándose hacia nosotros.
Al menos el tema se desvía hasta la comida en sí y puedo centrarme en la incredulidad y la pseudo fascinación que tenía en esos momentos, al descubrir que existía alguien que no había probado una hamburguesa hecha como dios manda. Y sé que debería ver lo que ofrecen en el menú, pero me encuentro más entretenida con sus reacciones. ¿Cómo debía vivir si es que se emocionaba de esa forma por gaseosas? De nuevo, no sobraba el dinero durante mi niñez, pero las gaseosas estaban lejos de ser consideradas un lujo imposible de adquirir. ¿Pero qué tipo de precios manejaban estos lugares? - Presta eso. - Parece que ya ha decidido lo que va a pedir, así que quiero ver qué más tienen que podrían mejorar su experiencia, y hacer la mía al menos decentemente comestible. - No pienses que voy a compartir un brownie, jamás. - Le advierto mirándolo por encima de la carta que tengo abierta. - Es mi postre favorito de chocolate y si podemos, lo quiero con helado. Deberás pedir uno para tí, o luchar. Porque no pienso ceder la mitad de mi postre. - Y vuelvo la vista al menú, inspeccionando que si bien no tenía comidas necesariamente sanas, no tenían ningún ingrediente al que no estuviese acostumbrada. - Pide la hamburguesa con queso, panceta y cebolla caramelizada. - Le aconsejo poniendo boca abajo el papel y llamando hacia el mostrador con una seña de la mano. - Y las papas con cheddar. - Hay cosas que es muy difícil que hicieran mal, e incluso si la hamburguesa terminaba siendo un desastre, uno no podía equivocarse con papas.
Un hombre que se podía definir cuando menos robusto, me devuelve la seña desde el fondo e interpreto que lo debo esperar un minuto. No parece irritado, lo cual tomo como buena señal. - ¿No eres de por aquí, verdad? - Y no me refiero al once en particular, pero es solo que hasta los niños pequeños terminaban acostumbrándose a las hamburguesas en el colegio. Tal vez venía de Europa, o había sido educado en casa. - Lo siento, solo que tienes un aire… ¿Exótico? No en el mal sentido, claro. - Y me sonrojo, porque no puedo creer que le haya dicho eso a alguien que tenía más suciedad encima que las uñas de Charlie luego de un partido de quemados. Corro el rostro hacia el mostrador, y me siento completamente aliviada cuando veo al hombre acercándose hacia nosotros.
Me gustaría poder decir algo más profundo, algo que comparta mi sensación de malestar y que deje bien en claro que lo lamento porque sé lo horrible que es que te mientan con algo como esto, pero lo único que sale de mi boca es — Eso es una mierda — ahí se va, material poético de primera calidad. Al menos, la charla se desvía del tema incómodo de las paternidades dudosas y se vuelca en algo mucho más placentero y familiar, como la comida o la falta de ella. El menú desaparece de mis manos con la rapidez que tiene para robármelo, pero como ella parece ser la experta en el tema, no me quejo — ¿Chocolate con helado? — una vez probé helado de chocolate, pero creo que no estamos hablando de lo mismo — ¿Crees que podrías luchar conmigo? — casi suena a un reto, culpa de la sonrisa burlona y divertida que me tuerce la boca. He peleado por comida hasta con un zorro enano que nos había robado el conejo de la trampa y no hablemos de Zenda cuando estaba de mal humor y con hambre, lo cual siempre es más peligroso que cualquier animal. Meerah no parece una contrincante difícil, pero tampoco me veo empujando su cuerpo diminuto por un postre. Mis fantasías sobre una batalla campal se evaporan cuando empieza a señalarme lo que debo pedir y como apenas reconozco los ingredientes, asumo que no me vendrá mal el llenarme la panza de cosas nuevas ahora que alguien más va a pagar por mí. Es mejor esto y un dolor de estómago que conformarme con más latas, cuando tengo la oportunidad de algo diferente.
Me giro para ver las interacciones de Meerah con el sujeto de la taberna, pero su pregunta me regresa toda la atención a su sonrojo, uno que no puedo identificar pero que me hace algo de gracia. O al menos, me reiría si no fuese porque me acomodo en el asiento con un carraspeo que busca quitarme cualquier rastro de molestia de encima — Te dije, vengo del doce. Vivo con otros chicos — no estoy mintiendo, solo estoy ocultando parte de la verdad — ¿Qué significa “exótico en el buen sentido”? ¿Me estás tratando de fenómeno? — mi broma se pierde por debajo de la voz del sujeto que nos pide por nuestras indicaciones y yo observo a Meerah, aunque me tomo el atrevimiento de hablar primero — ¿Pueden ser dos hamburguesas? — busco la aprobación en la cara de mi acompañante, pero el sujeto pide más detalles y vacilo un poco. ¿Qué era lo que tenía? Ah, sí, lo de la cebolla. Creo que me demoro un poco más de lo normal, pero en cuanto el encargado se retira, siento que pudo haber sido peor. Incluso me giro en dirección a Meerah, orgulloso y todo — Aún tienes que contarme sobre las comidas del Capitolio. ¿Comen muchas hamburguesas por allá? — le recuerdo. Todavía tenemos tiempo y con el estómago lleno, soy el mejor oyente.
Me giro para ver las interacciones de Meerah con el sujeto de la taberna, pero su pregunta me regresa toda la atención a su sonrojo, uno que no puedo identificar pero que me hace algo de gracia. O al menos, me reiría si no fuese porque me acomodo en el asiento con un carraspeo que busca quitarme cualquier rastro de molestia de encima — Te dije, vengo del doce. Vivo con otros chicos — no estoy mintiendo, solo estoy ocultando parte de la verdad — ¿Qué significa “exótico en el buen sentido”? ¿Me estás tratando de fenómeno? — mi broma se pierde por debajo de la voz del sujeto que nos pide por nuestras indicaciones y yo observo a Meerah, aunque me tomo el atrevimiento de hablar primero — ¿Pueden ser dos hamburguesas? — busco la aprobación en la cara de mi acompañante, pero el sujeto pide más detalles y vacilo un poco. ¿Qué era lo que tenía? Ah, sí, lo de la cebolla. Creo que me demoro un poco más de lo normal, pero en cuanto el encargado se retira, siento que pudo haber sido peor. Incluso me giro en dirección a Meerah, orgulloso y todo — Aún tienes que contarme sobre las comidas del Capitolio. ¿Comen muchas hamburguesas por allá? — le recuerdo. Todavía tenemos tiempo y con el estómago lleno, soy el mejor oyente.
Puedo sentir el desafío pintado en su voz y la sonrisa que lo acompaña me hace elevar la ceja en respuesta. ¿Por un brownie? - Me permito esta vez sí examinarlo de arriba a abajo, y de abajo hacia arriba por encima de la mesa y tengo que admitir que, pese a que es obvio que es más grande y corpulento que yo, tal vez y podría hacerle frente de algún modo. - Si es pelea física, no. - Charlie podía tener las mejores intenciones del mundo y aún así, eso no sería suficiente como para volverme otra cosa que no sea un fideo menudo. - Pero no soy mala con los encantamientos. Los brownies lo valen - Al menos los ricos, esos que estaban recién horneados y con el helado derritiéndose arriba… no era fanática de los postres, pero los brownies entraban en una categoría aparte.
Tardo unos segundos en comprender cómo es eso de que vive con otros chicos, y es ahí cuando lo entiendo. Debía vivir en un orfanato, eso tenía más sentido. Tal vez incluso habría escapado del mismo. Sabía que las casas de acogida no tenían la mejor de las reputaciones, pero cosas como su estado en general, y su falta de conocimiento de cosas tan sencillas como una hamburguesa se explicaban por si solas en ese entonces. Pobrecito… la debe haber pasado mal. Eso no impide que mi rubor aumente cuando hace referencia a mi inoportuno comentario. No, para nada. Solo que tienes un acento particular. Y buenos modales. - Aprieto los labios unos segundos antes de decidir contar. El último encuentro que tuve con un desconocido en un distrito nuevo… No fue placentero ni memorable. Odio que me traten como una niña pequeña o se burlen de mi. - Y Ken, a diferencia del esclavo mugriento y maleducado, no había hecho ninguna de esas cosas.
Lo dejo recitar la orden y lo observó divertida mientras tanto, pensando que vacila y se entusiasma en partes iguales, lo mismo que yo cuando voy a comprar botones. - Supongo que sí. La gente allá vive apurada así que cuanto más rápida la comida, mejor. Sandwiches, papas, ensaladas y comida china son lo más común. - había visto lo que era el centro en horario de almuerzo y ufff. - Yo personalmente prefiero un buen plato de pasta rellena. Mejor aún si tiene champiñones y crema. - Y gracias al cielo la comida llega en ese momento, porque tanto hablar de comida me ha abierto el estómago aún más. Agradezco al señor que nos sirve, y me apresuro a colocar una servilleta sobre mi regazo y a acomodar la disposición de los platos y la porción de papas a mi antojo. A estas alturas ya no me importaba destacar. - Adelante, prueba. - Y no empiezo a comer. Ansiosa de ver su reacción
Tardo unos segundos en comprender cómo es eso de que vive con otros chicos, y es ahí cuando lo entiendo. Debía vivir en un orfanato, eso tenía más sentido. Tal vez incluso habría escapado del mismo. Sabía que las casas de acogida no tenían la mejor de las reputaciones, pero cosas como su estado en general, y su falta de conocimiento de cosas tan sencillas como una hamburguesa se explicaban por si solas en ese entonces. Pobrecito… la debe haber pasado mal. Eso no impide que mi rubor aumente cuando hace referencia a mi inoportuno comentario. No, para nada. Solo que tienes un acento particular. Y buenos modales. - Aprieto los labios unos segundos antes de decidir contar. El último encuentro que tuve con un desconocido en un distrito nuevo… No fue placentero ni memorable. Odio que me traten como una niña pequeña o se burlen de mi. - Y Ken, a diferencia del esclavo mugriento y maleducado, no había hecho ninguna de esas cosas.
Lo dejo recitar la orden y lo observó divertida mientras tanto, pensando que vacila y se entusiasma en partes iguales, lo mismo que yo cuando voy a comprar botones. - Supongo que sí. La gente allá vive apurada así que cuanto más rápida la comida, mejor. Sandwiches, papas, ensaladas y comida china son lo más común. - había visto lo que era el centro en horario de almuerzo y ufff. - Yo personalmente prefiero un buen plato de pasta rellena. Mejor aún si tiene champiñones y crema. - Y gracias al cielo la comida llega en ese momento, porque tanto hablar de comida me ha abierto el estómago aún más. Agradezco al señor que nos sirve, y me apresuro a colocar una servilleta sobre mi regazo y a acomodar la disposición de los platos y la porción de papas a mi antojo. A estas alturas ya no me importaba destacar. - Adelante, prueba. - Y no empiezo a comer. Ansiosa de ver su reacción
¿Acento particular? No encuentro nada raro en mi modo de hablar. ¿Buenos modales? No recuerdo que alguien haya halagado esa parte de mí antes. Puede que la sorpresa se pasee brevemente por mi cara, pero pronto encuentro un modo de distraerme de esos elogios — ¿Por qué alguien podría burlarse de ti? Digo, además de que no quieres rodar por un suelo lleno de jeringas… — lo digo como si estuviese hablando de algo completamente lógico a realizar, pero decoro el chiste con una sonrisa que lo da a entender. Me he burlado de mucha gente en mi vida, lo admito, en especial de Jared porque sé que le molesta y me divierte verlo haciendo berrinches. Hasta ahora, Meerah no me ha dado motivos para molestarla de verdad y, de hecho, se está mostrando muy amable conmigo. Estoy casi convencido de que la gente del Capitolio no es tan terrible como la pintan, incluso cuando han nacido en el ocho. Wow, quien diría que en NeoPanem habría algo más que blancos o negros.
— ¿Comida china? — he oído de los chinos, pero no sé exactamente en qué consiste ese tipo de platos. ¿Será arroz como en los cuentos cargados de estereotipos? — Papá me daba pastas cuando iba a tener una jornada que gastase mucha energía. No mi papá de verdad, mi papá… bueno, el hombre que me crió. No tiene importancia — no quiero hablar de eso, sacudo la cabeza y desvío la mirada hacia la ventana más cercana en un obvio intento de evitar esa conversación. No solo porque apenas y la conozco, sino también porque estoy esquivando las charlas al respecto desde hace semanas. Lo bueno para mí es que la comida hace su acto de presencia y puedo distraerme, un poco emocionado, para qué mentir, por el tamaño de ese platillo. Estoy por ponerme a comer, pero ver como se acomoda hace que me detenga en busca de algún indicio de que eso es protocolar. No lo había visto en nada, así que asumo que no y eso me queda bien en claro cuando me insiste para comenzar; tengo que decirlo, tanta atención es un poco incómodo — Espero que no quieras envenenarme — bromeo y, sin tantas vueltas, doy el primer mordisco.
Es-la-puta-gloria. Creo que los ojos se me van para atrás antes de cerrarlos al masticar con lentitud, apenas siendo consciente de como una cebolla se me patina entre los labios — ¿Y puedes comer esto todos los días? — pregunto sin haber tragado del todo. Me chupo el pulgar, algo grasoso y me hago con una papa frita, la cual muerdo en uno de los extremos — Deberías conocer a mis amigos y enseñarles a comer. Algunos siguen convencidos de que comer conejo es lo mejor que pueden aspirar en la vida — lo que me lleva a pensar… ¿Cómo serán sus amigos? ¿Serán esos niños insufribles mimados de los que tanto me hablaron? — ¿Sabes? Tú habla, yo como. Solo dime: ¿qué haces en tu tiempo libre? — porque todavía Kyle no me está buscando y no todos los días puedes pasar un rato agradable con alguien que ha vivido una vida opuesta a la tuya. Lejos de las desgracias, como un niño normal, de la cual puedo aprender un poco entre hamburguesas y brownies.
— ¿Comida china? — he oído de los chinos, pero no sé exactamente en qué consiste ese tipo de platos. ¿Será arroz como en los cuentos cargados de estereotipos? — Papá me daba pastas cuando iba a tener una jornada que gastase mucha energía. No mi papá de verdad, mi papá… bueno, el hombre que me crió. No tiene importancia — no quiero hablar de eso, sacudo la cabeza y desvío la mirada hacia la ventana más cercana en un obvio intento de evitar esa conversación. No solo porque apenas y la conozco, sino también porque estoy esquivando las charlas al respecto desde hace semanas. Lo bueno para mí es que la comida hace su acto de presencia y puedo distraerme, un poco emocionado, para qué mentir, por el tamaño de ese platillo. Estoy por ponerme a comer, pero ver como se acomoda hace que me detenga en busca de algún indicio de que eso es protocolar. No lo había visto en nada, así que asumo que no y eso me queda bien en claro cuando me insiste para comenzar; tengo que decirlo, tanta atención es un poco incómodo — Espero que no quieras envenenarme — bromeo y, sin tantas vueltas, doy el primer mordisco.
Es-la-puta-gloria. Creo que los ojos se me van para atrás antes de cerrarlos al masticar con lentitud, apenas siendo consciente de como una cebolla se me patina entre los labios — ¿Y puedes comer esto todos los días? — pregunto sin haber tragado del todo. Me chupo el pulgar, algo grasoso y me hago con una papa frita, la cual muerdo en uno de los extremos — Deberías conocer a mis amigos y enseñarles a comer. Algunos siguen convencidos de que comer conejo es lo mejor que pueden aspirar en la vida — lo que me lleva a pensar… ¿Cómo serán sus amigos? ¿Serán esos niños insufribles mimados de los que tanto me hablaron? — ¿Sabes? Tú habla, yo como. Solo dime: ¿qué haces en tu tiempo libre? — porque todavía Kyle no me está buscando y no todos los días puedes pasar un rato agradable con alguien que ha vivido una vida opuesta a la tuya. Lejos de las desgracias, como un niño normal, de la cual puedo aprender un poco entre hamburguesas y brownies.
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