The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hace mucho tiempo que no estaba tan nervioso. Mentira, reformulo: hace mucho tiempo que no me pongo nervioso en lo absoluto. Los últimos años de mi vida se han basado en experiencias beneficiadas por mi seguridad palpable y mi fino balance entre la inteligencia y el tacto, pero esto se haya completamente fuera de los límites de mi zona de confort. Soy un hombre de oficina, de negocios y estrategia, no un padre de familia que, de hecho, jamás ha tenido un modelo a seguir como para saber lo que se supone que debo hacer durante toda la velada. Acabo tomando la opción de ser quien hubiese querido que mi padre fuera, aunque siento que es un auto consejo algo ridículo y no ayuda demasiado a mi idea de calmar la ansiedad.

Es por eso por lo que he fumado tres cigarros en los minutos extra que llevo en la puerta del restaurante. Hubiese podido salir más tarde, pero la idea de quedarme en mi casa caminando por las paredes hasta que el reloj marcase la hora se me hacía algo fastidiosa. Es una noche primaveral ciertamente calurosa, pero creo que eso no es excusa para que ande acomodando una y otra vez el cuello de la camisa como si me faltase el aire. ¿Me quedó olor a tabaco? Tengo que llevarme una mano a la boca para echar algo de aliento, pero creo que no es insoportable; por las dudas, mastico un chicle de menta. ¿Cómo se supone que inicie la charla exactamente? No sé tratar niños. Los únicos con los que trato son aquellos que, en actos públicos, aparecen junto con sus madres bonachonas para que les revuelva el pelo o para hacer algo tan ridículo como alzar al crío por vaya a saber qué cuestión. Una vez uno se puso a llorar tanto que casi lo dejo caer, a pesar de obligarme a mantener la sonrisa que, sospecho, se notó en exceso que era cínica. No puedo tener la misma actitud esta noche, en especial si quiero agradarle a mi hija. ¿Quiero agradarle? Sé que sí, solo que lo encuentro completamente extraño.

Estoy masticando el chicle de costado, casi como si se tratase de un tic nervioso, cuando veo aparecer a Audrey por la esquina y me obligo a quitármelo de la boca y lanzarlo al cesto de basura que tengo cerca al despegarme de la pared tan rápido que no parece ser un movimiento casual en lo absoluto. Paso las manos por mi camisa en un intento de estirarla a pesar de que está perfectamente planchada y perfumada, dejando que mis ojos se vayan de inmediato a la cabeza rubia que se encuentra mucho más abajo que mi expareja, congelándome en mi sitio. No sé cómo imaginaba a Margareth, pero de inmediato sé que jamás podría haberla recreado en mi cabeza como para hacerle un mínimo de justicia. No es hasta que están lo suficientemente cerca que les hago un gesto a modo de saludo con la cabeza, escondiendo las manos en los bolsillos de mis pantalones negros.

Audrey… — siento que me demoro una eternidad en hablar, aunque de seguro es solo mi impresión y carraspeo en un intento de recomponer mi tono de voz habitual, dedicándole una sonrisa de bienvenida antes de pasar los ojos a la niña una vez más, tratando de reconocerme en su rostro. Para mi desgracia (o no), no me cuesta demasiado y honestamente no estoy seguro de saber cómo sentirme ahora mismo — Y tú debes ser Margareth. ¿O prefieres Maggie? — es el tono más amable que he utilizado en mucho tiempo, pero no se siente tan fuera de lugar. Por simple inercia, saco una de las manos de su escondite y se la tiendo para que la estreche, olvidando por cinco segundos que esto no es una presentación en medio de una reunión de negocios.

Me esfuerzo y obligo a mirar una vez más a Audrey, desinflando un poco el pecho — De verdad me alegra que hayan podido venir. Hice una reserva en la planta alta, así que nadie va a molestarnos. Pueden pedir todo lo que se les antoje — y no sé de dónde sale, pero un guiño furtivo en dirección a mi hija se me escapa en señal de confianza. Sin mucho más, hago un amague a poner la mano en la cintura de Audrey a modo de invitación, pero queda flotando en el aire y termino señalando la puerta con una floritura de la contraria, dejándolas pasar primero. Va a ser una larga noche.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Me siento, me paro, me vuelvo a sentar. Me miro en el espejo y acomodo la falda de mi vestido por quinceava vez desde que me lo había puesto. Me quito el saco, me lo vuelvo a poner. ¿Debía usar la diadema, o debía llevar el cabello sin adornos? Decido usarla, así que cepillo mi pelo nuevamente antes de colocarla en mi cabeza. Vuelvo a examinarme en el espejo, y es mi reflejo el que me devuelve la mirada. ¿Esperaba otra cosa? Probablemente estar nerviosa, cuando mínimo; pero no son nervios lo que siento. Tal vez ansiedad, pero de la buena, no esa que me daba cuando creía que algún diseño mío no funcionaba.

Mamá me pregunta si estoy lista, y pego un pequeño saltito antes de casi correr hacia la puerta de mi habitación. - ¡Ya estoy! - Anuncio pese a que puede verme perfectamente. Me cierro el único botón de mi saco y hago una pequeña pose para que vea lo que me he puesto. No le pregunto cómo me veo ya que sé que estoy tan perfecta como puedo estar, pero siempre me gusta que admiren mis diseños. - Iba a ponerme los zapatos que me regaló la tía el año pasado, pero me aprietan un poco y preferí usar estos. - Además combinaban a la perfección con mi car… ¡Mi cartera! - ¡Ya vuelvo! - Corro de nuevo hacia mi cuarto y me apresuro a buscar el pequeño bolso que pensaba llevar a la cena, pero no puedo recordar en dónde lo había dejado. ¡Oh, por favor! Había trabajado dos días enteros en el regalo y no podía ser que justo ahora olvidase en donde… Oh, allí estaba. Me cuelgo rápidamente la tira al hombro, y paso las manos por mi vestido, asegurándome de que no quede ninguna arruga.

- Ahora sí, ya estoy. - Aseguro cuando vuelvo a estar al lado de mamá, y le tiendo la mano suponiendo que va a querer usar la aparición conjunta. - También te ves muy bonita. - Y es verdad, se ve más bonita de lo usual; pero supongo que es porque estoy acostumbrada a verla con los atuendos de trabajo, o muy de entre casa.  

Llegamos al restaurante sin inconveniente alguno, y trato de asegurarme a mí misma que el pequeño retorcijón que siento en el estómago es por la aparición y no porque estoy a tan solo pasos de ver a mi padre frente a frente. Suelto la mano de mamá, y la llevo a la tira que cuelga de mi hombro, recorriendo con la mirada para todos lados en busca de ver una cara que solo había visto en las noticias. ¿Qué debo decirle? ¿Por qué no había ensayado nada antes de venir? Damos vuelta la esquina y allí está. Creo que no parpadeo desde que mis ojos se posan en su figura, tratando de grabar su imagen en mis retinas y lamentando no tener la memoria eidética de mamá. - Me llamo Meerah. Margareth fue mi abuela. - Mi tono es casi que desafiante, pero me niego a empezar esta relación si me llamaba por el nombre incorrecto. Una sonrisa se me escapa cuando me extiende la mano, y se la estrecho con firmeza, feliz de que no quiera tratarme como a una niña pequeña. - ¿Y yo cómo tengo que decirte? - En mi cabeza siempre había sido “padre” o “progenitor”, pero eran connotaciones muy formales y no sabía si podría decirle “papá” aunque me lo pidiese, era demasiado… ¿familiar?

Me río cuando me guiña el ojo, y no quiero admitirlo, pero se que es una risa más bien nerviosa. - ¿Lo que quiera? Ahora dices eso, pero cuando quiera pedir para probar algo de vino seguro dirás lo contrario. - Mamá siempre decía que no, que era muy chica y no se cuántas cosas más, pero tal vez esto de tener dos padres sí me servía de algo esta vez.
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Salgo del baño y observo los conjuntos sobre mi cama. En ningún otro momento de mi vida había tenido tantas dudas como ahora, pero debía cumplir mi promesa. Me sorprendo al darme cuenta que en realidad no sé que vestir y tomo una de las dos prendas de ropa. No reviso lo elegido hasta que me miro al espejo que hay en la cómoda de mi habitación y noto que es aquel vestido blanco que hacía tiempo no usaba. Realizo un chasquido con mi lengua, por lo molesta que me encuentro hacia aquel hecho y busco algo algún accesorio que agregarle. Por suerte para mí, encuentro un fino cinturón rojo y unos zapatos a juego. Me siento más ansiosa que de costumbre y vuelvo hacia mi cómoda, para apoyarme en ella y poder mirar mi cara al espejo. Me quedo un rato observando, deseando tener una botella del alcohol más fuerte o algún tipo de alucinógeno que hiciera que mi mente se desconectara de todo lo que pasa, de toda esa preocupación y ansiedad o miedo que me desborda. Para mi sorpresa no necesito nada de eso; mirarme unos segundos me calma, como si mi reflejo me realizara algún hechizo tranquilizante. Lanzo un ligero suspiro y reviso el vestuario de la Audrey frente mío. Sólo un segundo estoy así, hasta que opto por cambiar el color de mi pelo. Poco a poco, cada fibra de cabello se transforma para pasar de un rubio bastante llamativo a uno más oscuro, casi parecido a un castaño.

Miro el reloj, asiento a mi reflejo, tomo un bolso en el que guardo mi varita y salgo de mi habitación, mientras las uñas de mis dedos se pintan de un rojo igual que los detalles de mi vestuario. Llego frente a la puerta del cuarto de mi hija y me detengo allí -Ya es la hora Maggs- comento en mi tono normal mientras toco la puerta. En ese momento, sale corriendo y posa frente a mí para que vea su nuevo diseño. Me limito a sonreírle para indicarle que me gusta como le queda y le tiendo la mano; pero antes de que la agarre para poder aparecernos, sale corriendo en busca de algo. No puedo entender como una niña tan pequeña puede llegar a tardar tanto en arreglarse. A los pocos segundos vuelve, así que antes de que pueda escaparse una vez más, tomo su mano y desaparecemos juntas en lo que yo suelto un -Gracias.

Llegamos sin problemas al restaurante y le dedico a mi hija una última mirada mientras suelto su mano. ¿Se encontrará bien luego de aparecerse? ¿Estará demasiado ansiosa? ¿Cómo reaccionará? ¿Tomé una buena decisión? Ignoro todas aquellas preguntas que rondan mi mente y comienzo a caminar hacia la puerta. Al doblar la esquina finalmente lo vemos; Hans está esperando y en cuanto nos reconoce noto su torpe intento de actuar normal. Quiero reír al darme cuenta, pero me encuentro demasiado nerviosa como para poder hacerlo, por lo que simplemente actúo como siempre lo hago. Frente a él, respondo su saludo con el mismo gesto de cabeza y una manera de hablar algo solemne -Hans- digo y veo como se dirige a Maggs. La reacción de mi hija es exactamente la que esperaba que tuviera al escuchar el nombre que tanto le desagrada pero que a mí tanto me gusta, así que escondo una ligera sonrisa antes de hablar -Tendría que haberte dicho que prefiere que le llamen Meerah- menciono al dirigirle la mirada a mi ex. Soy consciente de que por haber omitido esa información, es probable que el señor "ministro de justicia" esté pasando un mal rato, pero no puedo evitar sentirme un poco satisfecha.

Escucho la conversación de ambos y asiento hacia lo de la reserva. Entonces a mis oídos llega la palabra "vino" proveniente de la niña a mi lado y le dedico una furtiva mirada de advertencia. Entiendo muy bien lo que piensa hacer, pero no permitiría algo así. Mi hija no lograría ganarme en un juego ni aunque lo intentara con todas sus fuerzas. Pero me veo obligada a alejarle la vista cuando percibo un movimiento a mi lado y mis ojos van hacia la mano del hombre, que amaga en acercarse a mi cintura. Mi visión se dirigirle hacia Hans para dedicarle una mirada inquisitiva, pero después de un segundo vuelvo a observar a mi hija. Toco la espalda de la menor y le insto a que entre al restaurante. De algo estoy completamente segura, ésta no será una cena del todo cómoda. Por lo menos no para mí.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Eso veo — murmuro ante la aclaración, arqueando una ceja inquisitiva en dirección a mi ex, aunque sin poder contener la sonrisa ladeada. Actitud y determinación, eso me agrada — Meerah será — afirmo con una suave sacudida de nuestras manos, ciertamente complacido por ese gesto. Quizá tengo la suerte de tener por hija a una niña con los pies bien plantados y eso hará de toda esta situación algo mucho más sencillo para mí o, al menos, mínimamente manejable. Lo momentáneamente incómodo llega justo después, cuando ya estoy volviendo a esconder la mano. Esa pregunta me deja un momento desconcertado, especialmente porque no la había considerado — Pues… puedes llamarme como tú quieras. Mi nombre de pila siempre es un buen modo de empezar. "Hans" a secas — sé que es decisión suya, pero si empieza a llamarme “papá” de inmediato necesitaré más de una botella de vino sobre la mesa.

Estoy guiándolas hacia el interior, tratando por todos los medios de parecer natural a pesar de que sé que Audrey se ha percatado del movimiento de mi mano, cuando la pregunta de Meerah me hace reír por lo bajo. Me tardo en contestarle porque me detengo frente al encargado para indicar nuestra reserva, así que no es hasta que estamos siendo guiados hacia las escaleras que me fijo en ella de nuevo — Probar un sorbo de vino no le hace mal a nadie — por las dudas, mis ojos van rápidamente hacia su progenitora y tengo que aclararme la garganta — Pero creo que eso es decisión de tu madre — lo último que deseo es iniciar todo esto con una niña ebria y la culpa sobre mi cabeza, pero en verdad creo que no tiene nada de malo. Cuando era niño, me dejaron probar el vino apenas mojándome los labios y me pareció asqueroso gracias a un paladar no acostumbrado, por lo que simplemente lo rechacé por mi cuenta y no volví a preguntar.

La zona de reserva es un amplio balcón donde la brisa apenas se siente en cuanto nos abren la enorme puerta de vidrio. La verdad es que, en esta ocasión, no estaba buscando ostentar, sino más bien el poder conversar con ellas en privado sin temer que alguien pudiese oír nada de nuestras vidas. Sé que hubiera sido más sencillo el simplemente invitarlas a casa, pero eso sería un poco más personal y no deseaba arriesgarme. Por otro lado, soy consciente de que tengo que aprovechar lo que la vida me da ahora que tengo la oportunidad — Tomen asiento donde quieran — me volteo apenas para darle las gracias al empleado con una amistosa palmada en el brazo y muevo una de las sillas, enderezando un poco la espalda. Bien, aquí estamos. Una cena con dos personas con las que jamás hubiera imaginado compartir una velada.

Mis dedos acarician el lomo del menú en un gesto casual, excusándome para no tener que clavar la mirada en ninguna de ellas por un momento — Te ves bien, Audrey — comento de forma desinteresada, manteniendo la vista gacha al abrir la carta y empezar a leerla con atención — Pero creo que Meerah te ha ganado en estilo — mis ojos se van directamente hacia la diadema y me obligo a ocultar la sonrisa detrás del menú, elevándolo un poco. No es la primera Powell a la que veo usar un decorado como ese en el pelo, pero es un recuerdo demasiado lejano como para traerlo a colación. Tratando de evaporar sentimentalismos, me llevo el puño a la boca y me aclaro la garganta — Dime, Meerah: ¿Te gusta vivir en el Capitolio? — es una pregunta simple, que no debería acarrear algún compromiso. Es como cuando te encuentras en una gala y las respuestas más banales suelen ser las que dan pie a las charlas de negocios. Intento echarle una ojeada, demostrándole que estoy dándole mi atención a pesar de hurgar la lista de comidas — Hace añares que no voy al distrito ocho, pero recuerdo que era muy diferente a todo esto. ¿Siguen haciendo los mejores bombones frente a la plaza? — sin darme cuenta, la pregunta es para ambas cuando mi rostro va directamente a Audrey. Se trataba de una chocolatería inmensa, con decorados de todos los colores dignos del distrito de las artes. De lo mejor que me he llevado a la boca — ¿Cómo se llamaba el lugar? ¿”Los Droobles de…”? — ¿De qué? Era un nombre propio, pero no lo recuerdo.

Mis labios se mueven de un lado al otro, presionados en un gesto pensativo, hasta que dejo la carta sobre la mesa — Si algún día buscan una chocolatería digna, hay algunas en el centro que podría recomendarles — estiro una mano para tomar uno de los grisines de queso de la panera y le doy un mordisco, notando de soslayo como el camarero se acerca con la obvia intención de preguntar qué vamos a ordenar. Al menos, yo me he decidido por una buena pasta rellena — ¿Ya eligieron? — pregunto, levantando el grisín para que el buen hombre me espere un segundo. No me tardo en efectuar el pedido, el cual cierro al dirigirme a mi ex — ¿Compartimos un vino?

Porque sí, después de todos estos años y todos los errores quizá podemos darnos el lujo por cinco minutos de ser dos adultos que pueden compartir una botella sin sacarse los ojos.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
“Hans”, no estoy acostumbrada a llamar a los adultos por su nombre de pila tampoco, pero suponía que podía hacer una excepción esta vez; después de todo, él había accedido a decirme Meerah y no “Mags”, se ha ganado eso. Asiento con la cabeza para dejarle saber que estoy de acuerdo, y me dejo guiar dentro del restaurante, ignorando todo lo que puedo la mirada que me lanza mi madre. - Mamá dirá que no. - Aseguro como si fuese lo más obvio del mundo. - Y no entiendo por qué, en el colegio nos explicaron las propiedades antioxidantes del vino y el cómo tomar media copa por día era un beneficio para la salud. - De acuerdo, lo de que fuese un beneficio lo leí en una revista, pero lo otro si lo habíamos visto en el colegio y tenía curiosidad por la bebida.

Subo los escalones con todo el cuidado que puedo para no tropezarme y hacer un papelón a los pocos minutos de haberlo conocido, y para cuando llegamos al bonito balcón en dónde cenaremos, sonrío. Tenía miedo de haber elegido mal mi atuendo o que el lugar fuese muy refinado o algo así. Por suerte todo es simple y hermoso y nada que me haga sentir fuera de lugar, así que tomo asiento en frente de Hans y miro la silla que tengo al lado, esperando que mamá se siente allí. No tardo en relajarme e imito a mi padre tomando la carta para poder revisar el menú, pero antes de pasar siquiera la primera página su comentario me sorprende y me hace sonreír. - Gracias Hans. - Pruebo como se siente decir su nombre, y me sorprende lo fácil que se siente el llamarlo así. - El vestido lo hice yo misma. - Aclaro con suficiencia y vuelvo la vista a la carta, pero en seguida vuelve a distraerme con una pregunta.

¿Me gustaba vivir en el capitolio? No estaba segura, extrañaba a mi tía, a mis amigos y a la profesora Yorkey, pero debía admitir que era algo más emocionante estar en plena ciudad. El colegio nuevo era más difícil que el anterior, pero eso justamente me divertía y estaba segura de que no tardaría en hacer algunos amigos. - Supongo que sí. La gente va apurada todo el tiempo, pero me gusta. Y el Royal es bastante interesante también. - Además, sentía que había mucha más variedad de todo; incluso la mercería, que en el ocho no faltaban, parecía gigante y llena de cosas que no estaba segura de haber visto. - ¿Los droobles de qué? - Miro a mamá con el ceño fruncido, como inquiriendo si sabe de lo que habla. No hay ninguna chocolatería en la plaza, pero hay un puesto de batidos que es excelente. - Además de que el dueño me conocía y siempre le ponía más confites a las bebidas que le pedía.

Me gusta su sugerencia de conocer lugares en dónde vendan chocolates, pero supongo que será decisión de mamá el si podremos ir o no así que no digo nada y me pongo a tratar de revisar el menú por tercera vez. No quería comer ninguna carne porque hace poco tiempo se me había caído la última muela y todavía estaba a medio crecer, se me llegaba a atascar comida ahí y podría llegar a morirme de vergüenza. - ¿Puede ser Pansotti alla genovese? - No estoy segura de haberlo pronunciado del todo bien ya que creo que he terminado adoptando un acento más bien francés, pero el italiano todavía no me sonaba del todo bien a los oídos. - Y una soda de limón, por favor. - Agrego mientras que ellos hablan algo acerca de un vino. Tal vez sí podría probar un poco, a fin de cuentas.

- Es tu turno de responder. ¿Es cierto que lograste demostrar la culpabilidad de los Millard en menos de diez minutos? - Ya, creo que no es lo que nadie se esperase que preguntara; pero antes de cambiarme de colegio casi todos en el Prince hablaban de ese caso. Los traidores que habían asesinado a un mago en defensa de unos muggles que estaban refugiando. La profesora Bernard no hacía más que alabar a Hans cuando se dio a conocer la condena, y no podía evitar sentir algo de curiosidad. Quiero apoyar las manos en mi regazo para que no se note que he cerrado los puños en un gesto ansioso, pero termino topándome con mi cartera y entonces recuerdo el regalo. Me muerdo el labio y miro a mamá en busca de una respuesta, ¿debía dárselo ahora? ¿o debía esperar hasta después de comer?
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Subo escaleras ignorando la conversación sobre el vino que ambos tienen, sin importarme dar más datos al respecto. Entiendo bien que mi hija lo quiera probar y eso, pero no permitiría a una menor de edad ingerir alcohol bajo mi consentimiento. Finalmente, llegamos a un enorme balcón bastante cómodo y privado. Me quedo unos segundos admirando el esplendor del lugar y luego tomo asiento en el lugar libre. Al parecer, Hans desea que la cena fuera más bien privada y así lo prefiero yo también. No quiero tener que mantener la compostura o cuidar mis palabras, sólo espero poder hablar sin censura.

Tomo un menú, sin abrirlo, al tiempo que el cumplido de mi ex llega a mis oídos y respondo con una ligera sonrisa -A Maggs le gusta diseñar su propia ropa. A diferencia de mí tiene un gran sentido estético- admito, dedicándome a observar las reacciones de las dos personas cerca mío.

Abro la carta, la observo con la asombrosa velocidad que suelo leer los libros y abro la boca para hablar mientras tanto -Droobles de Mannie- recuerdo, al mismo tiempo en el que suelto esas palabras, aquella chocolatería y el tiempo que pasábamos con Hans comprando dulces en ella -La cerraron hace tiempo- no sé exactamente cuando cerró, pero cuando me decidí a volver al 8 con mi tía y mi hija ya nacida, el local no se encontraba y en su lugar había otro- Ahí construyeron el puesto de batidos- recuerdo, mientras que termino de leer todos los platos que se encuentran en el menú.

Escucho la sugerencia del ministro mientras cierro el menú y lo dejo a un lado -Prefiero no comer chocolate- no me gustan demasiado desde el nacimiento de mi hija pero entonces me doy cuenta de que, aunque mi tono es el mismo de siempre, la frase pudo haber sonado algo brusca, así que pienso una excusa - hay más de siete partes de insectos presentes en el chocolate, entre ellos cucarachas- nunca me dieron demasiado asco los insectos, pero cuando era más chica algo de repelús les tenía, así que suena como una excusa válida y me conformo con eso - Pero si quieren, vamos algún día- intento volver a la conversación para pasar desapercibido todo ese asunto, pero no estoy del todo segura si mi comentario fue el correcto para hacer y menos aún en una cena.

Por suerte el camarero de acerca y toma nuestro pedido -El tercer plato del menú de carnes para mí, por favor- pido, recordando que el tercer plato era el que tenía la guarnición más abundante, a pesar de que alguno de sus ingredientes eran cosas que antes solía disgustarme. Pero... ¿quién le teme a una buena comida cuando probó las mezclas de seguridad nacional en las acampadas? Eso ni se podía considerar alimento porque eran horribles y nunca se sabía que contenían. Pero como uno no podía morirse de hambre si quería seguir con vida. Así que después de probar algo así, mi estómago ya no es tan quisquilloso.

-Está bien- afirmo hacia lo del vino -El mejor Sangiovese que tenga- a pesar de que ese hábito no forma más parte de mí e intento esquivar las bebidas alcohólicas, sé que tarde o temprano necesitaré algo que me ayude a pasar una velada sin estar tan nerviosa a pesar de mostrar lo contrario.

Levanto la mano para agarrar algo de la panera, pero el comentario de Margareth me detiene en el proceso y decido acomodarme un poco en la silla. Observo a mi hija y enseguida noto a que se debe esa pregunta, así como la tonalidad de ella. Conozco el caso ese, a pesar de que poco he oído de él, las noticias permanecieron en mi mente como una de las mayores atrocidades que mi tía y gente como el ministro, que ahora es Hans, cometieron. Personas que habían matado en protección de otras personas... eso hacen supuestamente los aurores a cada momento. Sin embargo, se los toma culpable de un crimen por el hecho de haber matado a magos para proteger a "simples" no magos. El crimen era tomarlos como culpables. Pero lo peor de todo no es el caso, sino la tonalidad con lo que las maestras le enseñan cosas así a sus alumnos, como si los que estaban bien fuera el mago asesinado y los culpables fueran los no magos y los que los ayudan. Ese pensamiento me aterra y aún más me aterra el que mi hija lo vea como algo correcto. Oculto el escalofrío que recorre mi espalda y sonrío a Maggs mientras que mis ojos le dedican una fuerte advertencia - No se hablan de asuntos de trabajo en la mesa, ya lo sabes- es una buena excusa para dejar ese tema de lado, después de todo eso es algo que le inculqué a mi hija de muy chica.

Con la suerte nuevamente de mi lado, el camarero vuelve con la bebida de Maggs y con el vino que mi ex y yo compartiremos. Veo como sirve el vino para que Hans cate mientras que espero que él asienta para que finalmente sirva en mi copa. Cuando ésta se llena del vino, vacío la mitad del contenido sin preocuparme demasiado en  el sabor de éste y le doy el resto de la copa a mi hija para que pruebe - Sólo por hoy, puedes probar un poco - le advierto y sólo espero.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mis ojos delatan una genuina sorpresa, pasando la mirada de una a la otra — Vaya, me parece estupendo. Parece que haber crecido en el ocho ha dado sus frutos — no tengo mucho contacto con la gente de ese distrito desde que no tuve más razones para regresar, pero no puedo decir que no utilizo sus productos cuando los mejores costureros y estilistas provienen de allí — Es una ironía en sí misma, considerando que eres metamorfomaga, Aud — bromeo en tono simple, dedicándole una rápida sonrisa en cuanto asegura que Meerah le gana en cuanto a estética. He conocido metamorfomagos que hacen uso y abuso de sus talentos, pero admito que no todos logran hacerlo con gracia.

Tiene sentido; aún recuerdo que el mudarme a la capital fue bastante abrumador en ese entonces para mí y el uno siempre fue bastante céntrico en comparación al ocho — Acabará por gustarte aún más cuando puedas recorrer todos los museos. ¿Alguna vez fuiste a la ópera? Es uno de esos puntos clave que debes visitar si deseas conocer el Capitolio. Una vez fui allí con la ministra de educación, el ministro de defensa y sus respectivos familiares y fue una completa excelencia — aunque ahora que lo pienso, tal vez no es el mejor lugar para el entretenimiento de una niña. ¿O le gustarán esas cosas? Tendré que investigarlo, pero ahora no tengo tiempo para hacerlo ya que paso a no llevarme la sorpresa de que Audrey recuerde el nombre de la tienda cuando Meerah asegura que no existe. Puede que a veces la memoria que posee mi ex sea irritable, pero ahora mismo solo sirve para hacerme mover mi cabeza en un gesto tan afirmativo como nostálgico — Es una pena. Con tu madre solíamos comprar una caja entera de bombones rellenos de helado, Meerah. Era algo así — intento marcar el tamaño con mis manos, primero más corto luego lo extiendo un poco en un intento de recordar cuánto ocupaba esa caja en nuestras manos — y los comíamos en la plaza. Eran increíbles — me sorprende a mí mismo el hecho de recordar algo tan simple como eso, a pesar de que han sido cientos de veces las que repetimos ese pequeño ritual cuando éramos más jóvenes. Si esa plaza hablase, contaría un par de anécdotas sobre dos adolescentes y sus charlas sin mucho sentido al pie de la fuente. Estoy seguro de que jamás me besuqueé tanto con alguien en algún lugar público como en el costado de esa frente. Las hormonas de la juventud.

Mi nariz hace un movimiento crispado con eso de los bichos y los chocolates, no muy seguro de que tan cierta sea esa información o de dónde la ha sacado — Si los insectos saben tan bien… — me limito a contestar como para restarle importancia. Por segunda vez en tan solo días, Audrey me sorprende con la aceptación de una propuesta y solo me queda el mirar a nuestra hija en busca de aprobación. Sí, nuestra. Así de extraño — Prometo que no tendrán cucarachas — mascullo con complicidad.

La petición de la comida es algo que se zanja con rapidez y ni siquiera llego a abrir la boca para sugerir un vino que Audrey ya lo está haciendo por mí, ganándose una veloz ceja arqueada hasta que hago un gesto para el mozo, indicándole que estoy de acuerdo — Una total mejora luego de los bombones de helado — sé que es una broma que simplemente le hago a mi ex, pero también admito que tiene cierto tinte de complicidad que asumo como clásico si consideramos que tenemos un pasado en común, muy a pesar de dónde nos encontremos hoy en día. Suerte para mí, Meerah decide que es ahora cuando puede hacerme las preguntas que quiera y el tema que toca me toma por sorpresa, haciendo que acomode el cuello de mi camisa con tal de moverme. El caso de los Millard es uno de los más famosos de mi carrera y el que me puso en el centro de la buena crítica social, otorgándome una mayor fama en un momento clave para mi reputación como juez del Wizengamot. Abro la boca para contestar pero Audrey me interrumpe, haciendo que la mire con la sorpresa de una persona a la cual jamás le hablan por encima. Intento disimularlo con un movimiento casual en el asiento y carraspeo — Solo te diré que no quiero presumir y lo de los diez minutos es una pequeña exageración — me explico, tronándome los dedos al entrelazarlos entre sí. La pequeña pausa es la que utilizo para sonreírle a la niña con suficiencia — En realidad fueron once minutos con treinta y tres segundos — las pruebas estaban servidas en bandeja, así que no fue muy difícil.

Los pasos del camarero me alertan de su llegada antes de verlo aparecer y por inercia acomodo mi copa, usando mis dedos para mover un poco la base. Con el tinto llenando el cristal, me tomo la molestia de saborearlo con un poco de pan y comprobar su sabor, acabando por hacer un gesto de aprobación. Estoy girando la botella que quedó en la mesa para chequear la etiqueta cuando oigo como Audrey le ofrece un poco de alcohol a la niña, por lo que levanto la vista hacia ellas — Si sientes que el sabor es muy fuerte, mójate los labios — sugiero — Te va a dar tiempo para acostumbrarte antes del trago — no tengo idea de si es una norma, pero cuando empezaba a beber era algo que me solía ser de ayuda.

Dejo la copa en su sitio y chequeo sobre mi hombro por mera costumbre, esperando ver la cena que aún no llega, más no por hambre sino por el simple hecho de hacer algo. Al final, recuerdo algo y me llevo las manos al pecho, tanteando mi camisa hasta que llego a los bolsillos de mi pantalón — Acabo de recordarlo — suelto, hasta que siento el bulto de mi billetera y tironeo hasta sacarla — Quería hacer un regalo, pero no tenía idea de qué comprar. Ya saben, no es como si… como si nos conociéramos. Además, algo me dice que el hecho de que Meerah haya sido una niña me complica más el saber qué regalarle. Abro mi billetera y saco con cuidado un papel, el cual le tiendo a mi hija con cuidado de que no se le caiga en el zumo de limón — No es mucho, pero espero que le saques jugo — no es más que una orden de compra por una buena suma de galeones en una de las librerías más grandes del Capitolio, donde podrá encontrar lo que guste. Y si no es una persona lectora, siempre puede utilizarlo en la sección de juegos y música. Sin intenciones de que Meerah se fije en lo siguiente, hago un movimiento rápido para sacar un cheque y se lo paso a Audrey por la mesa — Si no lo quieres, puedes abrir una cuenta bancaria para ella. Por los últimos doce años — sé que es una suma algo exuberante de dinero, pero es que no sé con exactitud lo que ha tenido que trabajar para mantenerla o cuánto ha gastado. Lo importante es que planeo que a partir de ahora sea un poco diferente. No puedo prometer otra cosa.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
No voy a negar que me enorgullece que estén hablando de mi gusto por el diseño, y aunque no quiera parecer muy obvia, no puedo evitar enderezarme en la silla ante la atención que me regalan por unos breves momentos. Incluso río, pese a que me sorprende que Hans sepa que mi madre es metamorfomaga. Que no debería sorprenderme si considero que estuvieron juntos en algún momento, pero mamá era tan recatada y cuidada con su talento, que hay veces en las que olvidaba su capacidad. A diferencia de su memoria eidética, no solía verla hacer uso de su habilidad para cambiar de apariencia lo cual, en mi más humilde opinión, lo consideraba un desperdicio. ¡Las de cosas que podría hacer de tener ese don! - Pero es bonita y se arregla lo suficiente. Aunque no me deje peinarla en las mañanas. - Agrego. Porque podrá no tener sentido de la estética, pero nadie negaría que mi madre era una linda mujer.

No estoy segura de qué cosa me emociona más de todo lo que dice, si los museos, la ópera, o que nombre a los ministros. - ¡Nunca he ido! - Y creo que pego un pequeño saltito en la silla, pero siempre quise ir a la ópera, o al teatro en general. - Me gusta la música, incluso canto un poco. Pero me gustaría muchísimo poder ver cualquier cosa en escena. En la tele no puedes apreciar todo de la misma manera. - ¡Los trajes, las luces, las telas!- Aunque sí he ido a algunos museos de por aquí, la profesora Yorkey me ha mostrado muchos artistas y tengo que admitir que Van Gogh es mi favorito. - Y me fuerzo a detenerme ahí, porque si sigo hablando de arte podría no acabar nunca, y no quiero que mi padre me vea como una loca entusiasta en la primera cena que compartimos. Ya suficiente con que mamá me pusiera en off en alguno de mis largos discursos cuando encontraba alguna idea para una nueva tela. - ¿Van a muchos lados con los ministros? - Cambio de tema con bastante interés pese a que trato de no mostrarlo. - Mis amigas del Prince siempre peleaban al no ponerse de acuerdo por quién de los dos es más apuesto, si tú o el ministro Weynart. - Lo cual era un tema muy frecuente y casi que hasta polémico, pero a mí siempre me divertía.

Me siento algo extraña cuando cuenta la anécdota de los bombones de halado porque no sé cómo preguntarles acerca de cómo fue su relación en el pasado. Con mi madre había hablado poco, y con Hans básicamente nada, pero sentía muchísima curiosidad acerca de cómo es que personas que me parecían tan diferentes, podrían haber tenido intereses en común tiempo atrás. Sin embargo, no toco el tema y simplemente asiento con la cabeza cuando hablan. Ya luego el consultaría a mamá cuáles eran las cosas que podría preguntar, o lo hablaría con Hans si en algún momento nos reuníamos a solas. Claro que no me callo cuando mi madre nombra lo de las cucarachas, y el “diaj” que se me escapa suena lo suficientemente alto como para no poder disimularlo. - Al menos cuando me dijiste que usaban escarabajos para hacer los labiales, creí que lo hacías para que no me maquille. No hacía falta que arruinaras el chocolate. - Me quejo con el ceño fruncido hasta que Hans opta por bromear. Esperaba poder olvidarme de los insectos en el chocolate si es que la salida a la chocolatería se llegaba a concretar.

Ignoro por completo la advertencia de mi madre con respecto a las cuestiones de trabajo porque siempre es un tema que nos lleva a discusión. Yo no puedo preguntarle por trabajo en la mesa pero ella sí puede preguntarme por el colegio, y eso es completamente injusto; así que cuando se daban esas situaciones optaba por mantenerme callada y terminábamos por comer en silencio. No iba a mantenerme en silencio teniendo a mi padre delante de mí por primera vez en mis cortos doce años de vida, así que podría castigarme luego todo lo que quisiera si tanto le molestaba. - Sigue siendo impresionante. Dicen que tardaron más en decidir la condena, que lo que tú tardaste en resolver el caso. - Mis manos aprietan mi cartera con un leve dejo de ansiedad, pero me emocionaba un poco el poder hablar con él de estos casos. ¿Qué gracia tenía sino tener un padre famoso?

Al parecer a mamá no le hacía mucha gracia, pero no importa, porque incluso aunque sea para cambiar de tema, me deja probar del vino que le sirvieron. - ¡Gracias! - Tomo la copa con cuidado, pero no me la llevo a los labios, sino que la apoyo en la mesa delante de mí para luego agarrar la servilleta que adorna el plato. La sacudo para extenderla y la doblo por sobre sí misma una vez antes de llevarla a mi regazo y alisarla con cuidado para que cubra la mayor parte de mi falda. Luego sí procedo a tomar el cristal y, siguiendo el consejo de mi padre, mojo mis labios lo suficiente como para poder probar con cuidado el sabor. Tengo que admitir que no estoy segura de qué sabores esperaba encontrar, pero el gusto amargo que adorna mi lengua claramente no era uno de ellos. Tomo un trago esta vez, algo tentativo, y tardo en saborearlo incluso luego de haberlo ingerido. - Sabe a cerezas maduras y a té negro. - Nada especialmente rico, pero tampoco algo que podría considerar feo. Solo se sentía extraño en mi paladar, y algo picante en mi garganta. - ¿Hay vinos que sean más dulces? - Consulto devolviendo la bebida a mi madre con todo el cuidado que puedo para no volcarlo. ¿Tal vez debería haberlo probado con pan también? No quería dejar migajas en la copa de mamá.

Me encojo de hombros para mí misma y estiro la mano para tomar un trago de mi propia bebida, pero la detengo a medio camino cuando dice que tiene un regalo para mí, y me quedo mirándolo con curiosidad hasta que termino de estirarme para tomar la pequeña tarjeta de papel que me entrega. Los ojos se me abren bastante cuando reconozco el logo de la librería y me emociono sin poder evitarlo. Si consideramos que las únicas personas que me han dado regalos hasta el momento fueron mi tía y mi madre (además de mis amigos en mis cumpleaños), mis acciones no deberían sorprender a nadie. Pero incluso yo me sorprendo a mí misma cuando me encuentro fuera de mi silla y dando la vuelta a la mesa para rodear a mi padre en un primer abrazo que no se siente tan extraño como debería. - Gracias, yo también tengo un regalo para ti. - Y saco la caja en dónde se aloja la corbata azul que yo misma había cosido y bordado con pequeños detalles en hilo de oro. Extendiéndole el obsequio casi que con temor, me mordisqueo el labio inferior y comienzo a balancearme sobre mis talones y mis puntas a la espera de su devolución.
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
-Soy buena imitando, no creando. Eso se lo dejo a ella- admito algo molesta de que aquel hombre decida soltar como si nada el hecho de que poseo tal habilidad. Sea una broma o no ya que no estoy completamente segura de eso, me limito a contestar con solemnidad, a pesar de encontrarme algo molesta. ¿A cuantas más personas le habría dicho aquello? Había hecho un buen trabajo en ocultar mi metamorfomagia hasta ahora y uno de los pocos que saben sobre ella termina siendo el Ministro de Justicia.

-Los museos son una gran atracción, algo interesante, pero no creo que una niña disfrute de eso. La ópera... creo que te gustaría eso Maggs- le dedico una ligera sonrisa a mi hija y los dejo seguir hablando, escuchando pacientemente cualquier cosa que salga de sus bocas. Entonces observo a mi hija con algo de confusión, cuando escucho la confesión sobre que sus amigas hablaban de quien era el más apuesto. ¿Acaso las niñas de ahora pensaban esas cosas? -¿Hablan de la satisfacción que le genera la estética de personas que podrían ser sus padres?- no pude evitarlo, sus palabras me habían tomado por sorpresa y el estar con Maggie podía hacer que perdiera un poco mi compostura -Olvídalo- intenté mostrarme de nuevo apacible, pero en mi mente sigue rondando aquella idea. ¿Con que personas se había juntado mi hija en el 8?

-No puedes prometer algo así Hans, la forma de la elaboración de los chocolates es lo que hacen que tengan partes de insectos. No hay nada que se pueda hacer al respecto. Si comes chocolates, comes insectos- lo corregí, el hacerlo era normal para mí. Más aún cuando la persona que tengo en frente ya me conoce lo suficiente como para no poder ocultarlo. Entonces el reproche de Maggs hizo que la mirara atentamente -No usaría una excusa tan vaga, algunos labiales están hechos con escarabajos. Si quisiera que no te maquillaras sólo te lo diría- admito. ¿Acaso mi hija me cree capaz de usar las artimañas que utilizo con los demás en ella? Si era así, la niña tenía muy mal concepto mío.

Me alegro de que cambien de tema, sino no sería capaz de aguantar mucho en la velada. Escuchar sobre crímenes era algo de mi día a día y si había aceptado una cena con el Ministro de Justicia tendría que aceptar que se siguiera hablando de eso. Pero ya bastante nerviosa me sentía sin siquiera hablar de atrocidades, sabía que si ese tema era abordado, no podría aguantar mucho más. Agradezco así, que el cambio de tema y la distracción haya funcionado. -Los hay, generalmente los blancos suelen ser más dulces- agrego recuperando mi copa y tomando el resto de vino como si de agua se tratara -Sólo espero que si quieres tomar me consultes antes y no exageres- recordar la época en donde estaba descontrolada me hacía querer proteger a Margareth, no deseaba que ella terminara como yo.

Sirvo más vino en mi copa mientras que mi hija da una vuelta y abraza a Hans, su padre. Sí, es su padre y debo recordarlo. Pero no me había dado cuenta antes de que podría resultar tan posesiva con una persona, no hasta que veo a Maggs abrazar al hombre y siento una ligera molestia. Tomo vino, intentando olvidarlo, sin embargo me molesto aún más cuando veo deslizar el cheque sobre la mesa -Hans, guarda eso- le advierto demostrando algo de enojo en la voz pero no en la cara, intentando contenerme aún más de desvanecerme de ahí con mi hija -Abre tú la cuenta y comprarle lo que quiera. No necesito que me des dinero. Si me ofreces otra vez no respondo de mí- nunca en mi vida me había sentido tan ofendida y realmente hubiera sido capaz de atacar al ministro de justicia sin miedo alguno sino fuera porque llegó el camarero con nuestra orden. Con un suspiro, decido calmarme. ¿Porque Hans podía hacer que me enojara tanto? No llegaba a comprenderlo del todo y no tener una respuesta me fastidiaba.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La ópera, muy bien; al menos parece ser que a Meerah le entusiasma y que Audrey parece aceptarlo. Y tengo intenciones de seguir la charla sobre arte, de verdad, pero la niña de la mesa suelta un comentario que no me esperaba y parece ser que a su madre también la toma por sorpresa. Al final, mi boca se abre y cierra un par de veces hasta que no puedo contenerme — ¿Y quién gana? — pregunto en tono divertido, echándole una mirada a mi ex con intenciones de que entienda de que no deseo apremiar esa actitud, sino más bien el divertirme dos segundos. Vamos, tampoco es algo tan malo… ¿No?

Me encojo de hombros con total impunidad, tratando de no mostrarme tan fatalista — Nadie se ha muerto por comer chocolate, ¿no? — digo simplemente. Tampoco es que deseo contradecir todo lo que dice mi ex, así que intento utilizar el tono más amable que soy capaz. Esto es como estar en una junta de trabajo con personas desconocidas, demasiado complicadas de leer como para saber qué decir, así que te la pasas tanteando. Hubo una época en la que conocía a Audrey, quería creer que a la perfección. Ahora siento que, cuanto más la miro, menos sé quien es la mujer que tengo delante. No me culpo ni tampoco la culpo a ella: no la veo desde semanas antes de mi cumpleaños número veintiuno. En ese entonces, éramos personas muy diferentes y hemos tomado caminos muy opuestos, al menos en lo personal. Que los dos trabajemos para el ministerio de magia es un tema aparte.

Tengo que cubrir mi boca con la copa para no reírme de la charla de vinos, tentado a una broma que no sé si será bien recibida, así que me muerdo la punta de la lengua para no hablar sobre la Audrey adolescente que bebía conmigo los sábados a la noche, aunque fuese de la forma más inocente. Por suerte, el asunto de los regalos me permite guardar silencio, al menos hasta que Meerah reacciona de la última manera de lo que hubiera esperado. Bueno, no sé si la última, porque no sé cómo es que actúan los niños en particular. Me encuentro repentinamente inclinado hacia atrás, dejando la copa con un movimiento veloz en la mesa para evitar que su contenido se desparrame por mi camisa, culpa de un abrazo que me agarra con la guardia baja. Es triste, pero no sé cómo es que me siento ahora mismo. Me conformo con apoyar la mano en su espalda y darle un golpecito, hasta que me encuentro libre y con una caja casi en la nariz — Eh… — parpadeo, le echo un vistazo a su madre y luego a ella, encontrándome con una carita tan expectante que me hace sentir un poco incómodo y culpable — … gracias, Meerah. No tenías que… — apoyo la caja en mi regazo y rebusco en su interior, abriendo un poco los ojos al sacar la corbata con mucho cuidado. Me basta con darle la vuelta para ver la falta de etiqueta, lo que extrañamente me pinta una sonrisa en los labios — ¿La hiciste tú? — aventuro con suavidad. Mis dedos rozan la tela, testeando su calidad y descubriendo, para mí sorpresa, lo profesional de su textura — Tienes una mano excelente. Parece hecho en Morgana’s — la apoyo en el inicio de mi cuello en un intento de probarla, lanzándole un vistazo antes de volver a guardarla con suavidad — Tienes talento — al menos, eso es algo que nadie puede negar y, siendo honestos, no sé muy bien cómo se supone que deba actuar ahora. ¿Debería abrazarla? No, eso no sería genuinamente yo. Así que me limito a una sonrisa, al menos sintiéndola sincera.

Lo que sí me sorprende, es la reacción de Audrey. Sospecho que mi expresión es un completo poema al menos por un segundo, debatiéndose entre la sorpresa, la confusión y la indignación. ¿Es eso una amenaza? Puede que no alce la voz, pero no puedo tomarme sus palabras con amabilidad. Mis labios se prensan, evitando decir palabra alguna hasta que el camarero se retira tras dejar la cena y, aprovechando su interrupción, apoyo el cheque y lo atrapo con el peso de la panera para evitar que se vuele. No es hasta que el buen hombre se marcha, que vuelvo a abrir la boca — No es dinero para ti, es dinero para ella. Estoy tratando de ser un padre decente y pretendo que tú seas la adulta responsable que administre su dinero. Legalmente, yo no tengo ese poder. Tú eres su tutora — respondo con la voz más calma posible. Ni siquiera observo mi plato, el cual huele extremadamente bien, porque estoy más concentrado en cruzarme de brazos sobre mi pecho para mantener la compostura. No tenía intenciones de una conversación como esta delante de la niña, pero he aprendido a no quedarme callado y eso es un poco más fuerte — Pero, si insistes… — basta con rebuscar dentro de mi billetera para sacar una pequeña tarjeta negra y tendérsela a Meerah entre mis dedos — Cualquier cosa que necesites de mí, puedes llamarme. Y usa ese dinero en lo que más te plazca — me basta con guardar una vez más la billetera para empezar a comer, aunque no puedo decir que tenga mucho apetito. Solo dos minutos después, mis ojos observan a mi ex pareja en un intento de mantener la calma — No vine aquí a pelear contigo y lo sabes — y juro que trato, de verdad trato, de sonar calmo. Solo ruego que pueda comprenderlo.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Ruedo los ojos cuando mamá dice que los museos no son interesantes, aunque se lo dejo pasar esperando que hable de una generalidad y no de mí en particular. ¡Iba a clases de arte! ¿cómo no iba a disfrutar de un museo? Mi favorito igual estaba en el Ocho, la exhibición de trajes contemporáneos que había en el museo de la fábrica principal era una de las cosas más bellas que había.

- Mamá, por lo que yo sabía, cualquier hombre por encima de los veintiocho podría haber sido mi padre. - Y no, no me siento culpable de haber remarcado eso porque fueron años y años de jamás decirme nada; estoy completamente en lo cierto. Si me ponía a pensar en todos los hombres que podrían haber sido mis padres… lo admitía, nunca había imaginado que el Ministro de Justicia era siquiera una posibilidad, pero había tratado de no pensar demasiado en ello en general. - Empatan. Tú eres el soltero más codiciado al parecer… - el Ministro Weynart podía no estar casado, pero era de conocimiento popular el hecho de que tenía pareja.

- Entonces asumí mal yo. Y sí usaré labial. - No iba a ponerme analizar cada cosa que usaba si tenía que considerar todos los datos que había dicho mamá. Prefería ser feliz en la ignorancia de alguna de esas cosas. - Entonces… ¿podrías pedir vino blanco en la próxima cena? - Sí, sí, tenía doce, lo sé; pero realmente me generaba curiosidad el por qué la gente se entusiasmaba tanto con las bebidas alcohólicas. Quería entender cual era la peculiaridad de las mismas.

Creo que se me escapa un chillido que, de tan agudo, resulta casi inaudible para mis progenitores. Pero es normal. Nunca nadie había hecho esa comparación con mi trabajo, que podía ser porque nadie tenía el dinero suficiente para comprar en Morgana’s; pero era como mi sueño hecho realidad. No podía decir que era todo lo que aspiraba a ser en la vida, porque estaba lejos de querer imitar a alguien, mi propósito era lograr ser mejor que cualquier tienda de alta costura en todo Neopanem y estaba convencida que lo lograría. Pero que ahora, con tan solo doce años me comparasen de esta manera…

Claro que el momento no dura, mi mamá demuestra su carácter por primera vez en lo que va de la noche y de golpe toda la emoción se esfuma de mi cuerpo. ¿Están… están peleando? No sabía del todo si ese era el caso, llevaba menos de una hora de conocer al hombre, y doce años de mi vida no me habían alcanzado para terminar de conocer a mi madre. No quiero meterme en medio de ellos, no ahora… no nunca. - Yo… gracias. - Y casi que corro de vuelta a mi asiento para guardar la tarjeta en mi bolsito mientras trato de pretender que esto no acaba de suceder. Me concentro en mi plato, y ruego a quien sea que no se pongan a discutir allí mismo, o me vería obligada a hacer un acto de niña llorona o algo así. - Al final no me dijiste si se juntan mucho entre los ministros, Hans. - Trato de cambiar el tema.
M. Meerah Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Lo que dice mi hija sobre el vino blanco me deja un poco pensativa, preguntándome si realmente dejaría a una niña probar alcohol. Pero enseguida comprendo que es mejor que lo pruebe conmigo delante que con sus amigos por pura curiosidad. Así que, después de un corto silencio, le respondo -Si la comida lo amerita, sí. Pediré vino blanco y te dejare probar- si había algo que mis años de borracheras me habían enseñado, es que un vino con la comida correcta era mucho más delicioso.

La velada se había vuelto de lo más molesta con el pasar del tiempo y el ver a mi hija tan cerca del hombre, que ni siquiera había querido que la trajera al mundo, me generaba montones de sentimientos encontrados. Una parte de mí se alegra de que Maggie esté feliz, pero otra se siente furiosa sobre todo lo pasado, probablemente... ¿celos? ¿Acaso se puede sentir algo así sobre un hijo? ¿O simplemente tenía miedo por que mi hija sufriera el abandono que yo sufrí a su edad? Entonces comprendí de donde provenía mi ira, el porque había contestado así a Hans. Observo al ministro, con más tranquilidad que la que había demostrado hacía unos segundos, mientras habla con mi hija. Luego dirijo mis ojos a la panera que sostiene el cheque; no suelto ninguna palabra a la vez que mi mano la retira y agarra el papel que marca una buena cantidad de dinero. -No quiero saber nada de éste dinero- sin duda parece que iba a continuar lo que parecía una pelea, pero simplemente me guardo el cheque y sigo hablando -así que dejaré que Maggs decida que hacer con él.

Escucho la frase de mi ex y concuerdo. Lo creo conocer lo suficiente como para saber que realmente no desea armar problemas, por lo menos no en éste lugar. Así que le respondo comenzando a ocuparme de mi plato -Claro que lo sé- procuro sonar calmada, pero algo me dice que mi frase sonó de manera más sarcástica. Simplemente decido ignorarlo y cerrar mi boca.

Me dedico a mostrarme apacible el resto de la cena y comer lo que se encuentra en mi plato, simplemente lanzando algún que otro dato o comentario sin importancia en los momentos indicados. Así, cuando la cena finaliza, me despido lo más educadamente posible de Hans y dejo que Maggs también lo haga. Después de darles un tiempo, le tomo la mano a mi hija y nos desaparecemos de aquel lugar.
Audrey S. Niniadis
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