The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La noche me agarra con una luna creciente gibosa que ilumina la copa de los árboles y permite que el vuelo sea tranquilo, en especial por la ausencia de nubes en un cielo demasiado estrellado a falta de grandes edificios. Ha sido una jornada eterna y he pasado gran parte del día sobrevolando los bosques aledaños del distrito doce, tratando de no desviarme de la ruta impuesta por Riorden Weynart. Como es lógico, no he encontrado nada, ni siquiera un rastro de tela o tierra removida. Ha pasado demasiado tiempo, la primavera le ha dado paso al verano y las semanas transcurrieron sin novedades, aumentando una inquietud que, a muchos les resulta ridícula. El catorce ha sido destruido, la amenaza se supone que se ha evaporado, pero yo no me lo trago. Prometí solucionar esto, por los civiles que lo lloran, por un ministerio que podría perder su imagen eficiente, por la cantidad de horas y horas de trabajo extra que todo esto acarrea. Sé que busco muertos, pero sus cadáveres pueden darnos información útil. O tal vez no.

Es bueno saber que hoy he venido solo, porque eso me permite moverme sin necesidad de andar chequeando a un compañero. Sobrevuelo el límite del distrito y poco me toma el encontrarme en el centro de éste, sacudiendo las alas agotadas sobre el tejado de una casa hecha pedazos. Un grupo de adolescentes pasa cerca, en la calle contraria, hablando de tonterías que no me interesan en un tono de voz demasiado alto. Lo único que ellos pueden ver es un ave de plumaje blanco que les grazna, pero pronto se pierden en la noche. Da igual, tengo asuntos más urgentes esta noche que buscar niños. Me toma cinco minutos el sentir que he descansado lo suficiente para bajar al callejón que tengo a pocos metros y sacudirme al recuperar la forma habitual. El chip creado por Annie cae sobre mi mano y lo siento algo tibio cuando lo meto dentro del bolsillo delantero del jean desgastado, cerca de la varita. En lógica, mi ropa no es llamativa. Incluso aprovecho que es una noche fresca para acomodarme la delgada chaqueta y subirme la capucha al abandonar el pasaje. No seré Jamie Niniadis, pero sé que mi rostro no es uno de los favoritos en los distritos del norte y, aunque confío en mí mismo, tampoco soy tan idiota como para arriesgarme a ir campante por la vida. Mejor prevenir que lamentar, dicen por ahí.

Bajo las calles hasta llegar a un sitio con el cual tengo una extraña relación de amor-odio. A simple vista, se trata de una escalera de piedra que parece llevar a un sótano con pase a la calle, pero el aroma y el ruido del otro lado dejan bien en claro que se trata de un bar. Es apestoso y la bebida sabe como la mierda, pero es el mejor sitio dónde los ebrios sueltan la lengua por un par de monedas o sonrisas complacientes. Empujo la puerta con cuidado, porque sé que por poco aplasto a un tipo inmenso del otro lado contra la pared y echo un vistazo. No es un sitio muy concurrido, pero los murmullos no se hacen desear, dándome a entender que la clientela está despatarrada por todos los rincones. Solo por si las dudas, acomodo un poco la capucha y doy algunos pasos, notando como el gordo con nariz de marmota de Laurie sigue atendiendo en la barra. ¿Dónde se ha metido este sujeto…?

Es conocido por muchas personas que Bob Nutters tiene oídos en todos lados gracias a su manejo de niños de la calle y, para colmo, es un bocón si tiene la motivación necesaria. Tengo que admitir que, aunque es enano, pelado y tiene un aliento asqueroso, ha sabido cómo sobrevivir en este lugar de un modo algo ingenioso. Como es costumbre, lo puedo divisar al fondo del bar, aunque no se encuentra solo. Está inclinado sobre la mesa para charlar con una mujer de cabello oscuro, murmurando tan rápido que, me hace pensar, no soy el único que ha venido hasta aquí por su labia. Me detengo a mitad de camino, meditando si debo interrumpir o aguardar un momento, cuando sus ojos diminutos parecen verme. Y a la mierda mis dudas, porque a falta de hechizos de seguridad, se levanta de la mesa con una rapidez alarmante y desaparece de inmediato. Hijo de su madre…

En segundos en los cuales mi cerebro empieza a trabajar con rapidez, veo como la desconocida que lo acompañaba se pone de pie y amaga a salir de aquí, pero antes de perder otra oportunidad, doy unas pocas zancadas y le corto el paso, imponiendo mi altura sobre la suya — Tiene usted un gusto extraño por la compañía — es un tono amable y hasta falsamente divertido con la situación, regalándole una vaga sonrisa que, estoy seguro, puede ver perfectamente — ¿Puedo tener cinco minutos de la suya o tiene prisa por ir a alguna parte? — porque estoy cansado, irritado e impaciente, así que prefiero hacer todo demasiado rápido. Y si Bob no me dijo nada personalmente, tal vez ella sí lo haga.
Hans M. Powell
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Kennedy Wang
La vida y prioridades han cambiado mucho. Ya no puedo recordar la última vez que tuve un momento a solas en el loft para escribir algo, una noticia, un titular, lo que sea... Hay tareas más importantes y no estoy segura de cómo manejarlo. Hasta ahora he vivido en la clandestinidad pero con una meta simple: Lanzar las verdaderas noticias para que Neopanem escuche algo más a parte de lo que el Capitolio quieren que sepan. Eso ha cambiado a la búsqueda de un grupo de niños que no conocen el país ni tienen contactos como para arreglárselas. He estado en sus zapatos, era mayor que ellos, y aún así me costó años establecerme hasta estar medianamente cómoda. Ahora me encuentro lejos del distrito que desde hace años puedo llamar hogar. Quiero volver a casa pero no quiero hacerlo con las manos vacías, al menos una pista del paradero de los niños debo conseguir... O quizás de alguno de los adultos pues no todo está perdido con ellos. Cualquier buena noticia es bien recibida.

Pasé gran parte de la mañana sobrevolando las afueras del distrito pues cuando tuve que esconderme evité la sociedad lo máximo posible. Debo admitir que lo ideal sería que Benedict y Alice realicen la búsqueda en múltiples lugares pues son quienes conocen a los chicos... Mi último recuerdo de ellos es cuando aún usaban pañales así que es algo difícil meterme en sus mentes para adelantarme a sus pasos. Pero ese es el problema, ellos no pueden dividirse por todo Neopanem así que debemos ayudar, tomar un papel más activo en lo que está ocurriendo y haciendo eso, exponernos a un peligro mayor al que jamás nos hemos enfrentado.

Al final tomo un descanso pues el esqueleto de mis alas duele, dolor que se traslada a mis omóplatos cuando vuelvo a mi forma humana. Ingreso a un bar al que frecuento más de lo que me gustaría y pregunto por mi contacto habitual, no conozco tipo más desagradable pero aún así debo acomodarme el cabello y fingir una sonrisa encantadora para que hable sin reservas. Menciona movimientos sospechosos en el mercado así que supongo que mi tarea para mañana será visitar ese lugar, solo espero que Ferdia tenga un colchón disponible en algún lugar pues me niego a dormir en el chiquero que hacen llamar habitación de éste lugar.

Bob observa a alguien y aprovecha que sigo su mirada para desaparecer. El norte es grande, pero puedo decir que gracias a mi trabajo conozco a mucho de sus habitantes, o al menos su aura en general y el joven que aparece frente a mis ojos tiene todos los signos de ser un extranjero, sobre todo porque parece ocultarse como espía principiante lo que me dice que su rostro quizás es conocido. Una vez que lo tengo cerca reconozco al ministro de justicia Hans Powell así que respondo a su sonrisa aunque dejo que mis ojos muestren sorpresa al mismo tiempo. Esto no es casualidad.

- En el norte se tiene la compañía que se puede, no podemos darnos el lujo de ser exquisitos - respondo fingiendo un acento británico que he perfeccionado con el tiempo por la compañía de Jeff. Con desconocidos debo ser cuidadosa pues ya me ha ocurrido que me reconozcan por el show de radio que solía tener en los días de los Black - Cuando el gobierno pide unos minutos no se puede decir que no, señor Powell - agrego haciendo un ademán para que tomemos asiento en una de las mesas.

Acomodo el vestido gris que llevo y lamento no haberme puesto zapatos altos para no verlo desde tan abajo. Lo más conveniente en ésta clase de misiones es estar cómoda, pero desde hace tiempo que he encontrado en los tacones una fuente de poder subestimada por muchos. Por suerte los taburetes compensan un poco la falta de largor de mis piernas y podemos vernos a una altura más equitativa.
Kennedy Wang
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No me sorprende que me reconozca. Puede que esta no sea mi ropa habitual para salir en público y que hace tres días que no me he afeitado, pero peco de ser uno de los rostros más conocidos del gobierno en los últimos meses. Eso me lleva a simplemente empujar la capucha hacia atrás y pasarme una mano por el cabello, tratando de sacudirlo un poco al sentir como la tela me lo ha aplastado al cráneo — Es bueno que no tenga que aclarar ese punto — respondo simplemente, en un tono quizá demasiado condescendiente. Agradezco estar de espaldas al resto de la clientela cuando se acomoda en un taburete y la imito, tomando asiento justo frente a ella. Puedo divisar con el rabillo del ojo el movimiento que Laurie hace en la barra, pero levanto una mano en su dirección para indicarle que estaremos bien. No quiero alcohol, tampoco planeo quedarme demasiado y no me interesa si mi compañía necesita refrescarse la garganta. Creo que Laurie lo comprende, porque se detiene en seco y finge limpiar una copa de la cual parece que será incapaz de quitarle la capa de grasa.

Acomodo los codos sobre la mesa el unir mis manos mientras echo un vistazo disimulado a nuestro alrededor, pero parece que nadie se fija en nosotros. Mejor, porque no deseo tener que sacar la varita o activar la alarma del chip que hace un pequeño bulto en mi bolsillo — Me imagino que usted sabe muy bien con quién estaba conversando, señorita… — parece mayor que yo, pero aún así paso de decirle “señora” porque creo que no lleva sortija de matrimonio y paso de escuchar quejas estúpidas sobre la edad; no parece tener ese estilo, pero ya he aprendido a atajarme de las miradas de reproche de algunas mujeres — … creo que no me ha dicho su nombre — y sé de inmediato que es muy probable que no me lo diga, al menos no el verdadero. He conocido a muchas personas en los últimos años en los cuales me he movido por aquí y pocas han sido en verdad honestas. Observo el pequeño pote de maní que decora el centro de la pequeña mesa circular y paso de probar su contenido, el cual debe estar asqueroso, pero sí lo acomodo en una de mis mañas para hacer que quede justo en el medio del mueble — Parecía que usted y Bob Nutters estaban teniendo una conversación más que interesante, pero resulta que todos los que se juntan con él en este lugar, lo hacen por un solo motivo y no es precisamente porque sea una de las personas más agradables de todo el distrito — paso la mano por la mesa, buscando sacudir algunas migajas, hasta que vuelvo a unir mis dedos sobre ella y fuerzo una rápida sonrisa de labios apretados en su dirección.

Una pareja que se ríe a carcajadas pasa por detrás de mi espalda, por lo que espero a que se alejen para seguir hablando, deseando el no tener que elevar la voz para que ella pueda escucharme — Si no le molesta, me gustaría saber por qué lo buscaba y, debo advertirle, se me da muy bien el saber cuándo me están mintiendo. Gajes del oficio, usted sabrá entender — por lo que me dijo, tiene muy bien en claro a qué me dedico. Mis ojos se pasean por las facciones de su rostro, hasta detenerse en los suyos y lanzo un suspiro que delata mi grado de cansancio — Le aconsejo ser honesta conmigo, porque estoy seguro que tanto usted como yo solo deseamos volver a casa sin ningún inconveniente — dependiendo de su respuesta, puedo saber que tan útil puede serme. Y si no está dispuesta a cooperar, siempre me queda el soborno… o la magia, pero esa prefiero no usarla. No ahora.
Hans M. Powell
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Kennedy Wang
El ministro se quita la capucha y me decepciono un poco cuando los demás presentes en el bar no se giran a mirar. Habría sido interesante que se acerquen y juntos plantearle todas nuestras inquietudes sobre los descuidos de los distritos, desigualdades en las leyes y pedir que por favor nos explique su plan de gobierno para el futuro... Pero eso no pasaba ni cuando la democracia estaba vigente, soñar no cuesta nada. Es interesante, en realidad, tener un ministro tan joven a cargo de la justicia de Neopanem pues soy partidaria de que la experiencia es lo único que te curte en el terreno y... ¿Qué demonios puede saber sobre la vida este casi adolescente con barba? Si ha vivido algo aún no ha tenido ni tiempo para procesarlo, ni tampoco para entrar en razón.

Al menos sí me ha dado un dato sobre el comportamiento del gobierno en lo que va de nuestra charla y me ayudará a confiar aún menos en Bob. Si antes lo tenía con pinzas, ahora lo pincharé como un malvavisco sobre el fuego y no dudaré en dejarlo caer si abre la boca demás para el otro lado. No soy idiota, sé que algunos de mis informantes juegan a dos puntas, algunos por miedo y otros porque solamente les interesa el dinero, pero prefiero guardar contacto con aquellos que tienen su corazón en el lugar correcto.

-Elizabeth Dankworth - me presento con una inclinación de cabeza, no pienso tenderle la mano. Es uno de mis tantos nombres, pero Bob me conoce por ese así que será mejor mantenerlo - Le contaré un poco sobre mí para que se relaje un poco... Vivo en el distrito 5, un amigo mío vino a hacer negocios en el mercado del 12 y no ha vuelto en varios días, así que vine a buscarlo - la mejor forma de contar una mentira es envolverla con la verdad - Bob me daba información sobre eso, no estoy orgullosa de tener que sonreírle para que me diga algo pero suele responder mejor a las caras bonitas... Usted de seguro entiende.

Con los años me he vuelto buena con las mentiras, pero si bien conozco a Hans Powell no sé que trucos puede traerse bajo la manga ¿Que hay si es legeremante? En ese caso estoy perdida y lo mejor que puedo hacer es lanzar un patronus de advertencia y que todos abandonen el loft pues el secreto quedaría expuesto. De todas formas confío en mis habilidades así que mantengo su mirada y no dejo que ninguna otra expresión demasiado evidente pase por mi rostro, tampoco puedo jugar a cara de póker pues sería antinatural.

- Me temo que aún me falta recorrer un largo camino antes de poder volver a casa, desearía tener su suerte - me atrevo a agregar enterlazando las manos sobre mi regazo. Llevo la varita oculta en mi muslo, por debajo de la falda del vestido, así que creo que es la mejor posición para poder tomarla de ser necesario. De verdad espero no tener que llegar a eso pues sería un terrible primer duelo para mí... No hace falta ser un genio para saber que el ministro de justicia sería un duro oponente.
Kennedy Wang
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mi cabeza rebota suavemente en un gesto afirmativo, dándole a entender que comprendo lo que me dice y lo acepto como la verdad que pretende confiarme — La gente confía más en aquellos que toman como alguien atractivo, es una debilidad clásica y demasiado antigua — comparto, torciendo los labios como si no pudiese comprender esa manía. No me gusta dejarme engatusar por caras bonitas, uno lo aprende con el correr del tiempo y algunas malas experiencias. Seré joven, pero no hice una carrera tan exquisita en tan poco tiempo por ser un idiota — ¿Y qué clase de negocio es ese, señorita Dankworth? — ladeo mi cabeza en un gesto que le regala toda mi atención, entornando un poco la mirada en plena seriedad — No estoy aquí para presentar cargos contra usted, así que no se preocupe por eso — a decir verdad, ahora mismo no soy un ministro. Mi trabajo es otro y se aleja un poco del movimiento de oficina por el cual bailo todos los días.

Le sonrío como si fuésemos viejos amigos y solo pudiese compadecerme de su mala suerte, en muestra del deseo de que llegue a su casa temprano, sana y salva. El resoplido que suelto y me acomoda en el asiento delata comprensión, haciendo que juegue la carta de la honestidad — Entonces haré esto lo más rápido posible — prometo — Estoy seguro de que ha oído las noticias. No parece una mujer ignorante, si me lo permite — al menos, sabe quien soy y eso significa que es una de esas personas en el norte que prefieren mantenerse informadas. Me mordisqueo una piel suelta del labio inferior, consiguiendo arrancarla con rapidez — Me preocupan los actos delictivos en la periferia, señorita Dankworth. Tengo varias familias que aguardan una respuesta porque no tienen idea de lo que ha pasado con sus seres queridos, esos que salieron en una misión hace unos pocos meses y jamás regresaron. Usted entenderá, prefiero ser yo quien lo averigue antes de hacer de esto un enorme problema para todos. Nadie por aquí quiere quedar fichado por la justicia y créame, no deseo ver como interrogan a cualquier pobre sospechoso o echan abajo puertas de inocentes buscando respuestas — honestamente, eso sería un desastre demasiado costoso. La gente del norte gana, yo gano, todos felices. Esto no es solo un endulzamiento de sus oídos.

Aprovecho mi postura para inclinarme un poco hacia delante, manteniendo una mirada segura además de enseñarle como se me patina una tenue sonrisa de medio lado — Tengo amigos en el norte, Elizabeth. Personas que confían en mí y yo confío en ellos plenamente. Pero no son suficiente, no ahora. Necesito que usted sea tan amable de decirme si ha visto u oído algo digno de mención. Lo que sea — me detengo un instante antes de continuar — Si teme por su seguridad, soy el mejor para resguardarla — porque sé que muchos en este sitio no abren la boca por miedo a que les corten la garganta. Y así es como me he ganado cientos de favores.
Hans M. Powell
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Kennedy Wang
Me permito sonreír pues el atractivo, o al menos la sangre que corre por mis venas, me ha ayudado desde el día de mi nacimiento. La gente no puede resistirse a una bebé semi veela, tampoco puede reprocharle las travesuras a una niña de ésta raza y mi yo adolescente supo jugar muy bien sus cartas para llegar rápidamente a dónde quería estar, y eso sería mi a veces extrañado programa de radio en el Capitolio. Pero con el tiempo he aprendido a ser cauta, a controlar el efecto de mi voz pues los más despiertos saben reconocer cuando están siendo encantados y en un mundo como el de ahora, no es conveniente revelar mi naturaleza de criatura.

- Se dará cuenta si le miento ¿Cierto? - respondo a su pregunta fingiendo algo de preocupación - Uno no puede vivir de pan, así que robó unos teléfonos y fue a intercambiarlos por algo de carne allí - lanzo la falsa confesión con una mueca. Todos sabemos que el ministerio tiene cosas más importantes de las qué encargarse que un simple carterista, supuestos terroristas por ejemplo - Es solo por ésta ocasión, no lo volverá a hacer - agrego sin exagerar con los ojos de cachorro desamparado, Elizabeth Dankworth también sabe que en realidad no es algo tan grave.

Cuando comienza a hablar contengo la respiración por unos segundos y me alivia escuchar que no está aquí por aquello que sospechaba. Al parecer busca información sobre el último escuadrón de aurores desaparecidos y me sorprende no tener que mentir al respecto pues he llevado a cabo una investigación, no demasiado larga pues eran callejones sin salida, y no conseguí demasiada información sobre eso - He visto las noticias, sí - me hubiese gustado escuchar las mías propias pero no siempre se puede ganar como periodista independiente, algunas cosas se nos escapan y tratamos de compensarlas cuando se nos presenta una nueva oportunidad - Lamento decir que no puedo ayudarlo con eso... Cuando lanzaron la noticia hubo rumores de algunas criaturas que fueron repudiadas saldrían a la caza en busca de las varitas de esos aurores pero fueron solo eso, rumores - no soy estúpida como para creer que creerá así de fácil que en realidad no sé nada, mejor darle un dato del que pueda aferrarse aunque tampoco lo guíe a ningún lado.

Su repentina cercanía me alarma un poco y por instinto llevo la mano un poco más cerca del sitio en donde se encuentra resguardada mi varita. No tengo razones para creer que sospecha algo, pero aún así nadie murió por ser demasiado precavido. Sin embargo no estoy lista para dejarlo ir sin más pues me ha confirmado otro dato que hará que suba aún más las barreras. No sé que clase de amigos puede tener en el norte, quizás espías con un sueldo de mierda por vivir en la parte baja de Neopanem o quizás estúpidos que creen que conseguirán algo por parte del gobierno si los ayudan ¿Qué no han aprendido de la historia? Lo que importa es la sangre.

- Soy solo una habitante del distrito 5 ¿Por qué habría de temer por mi seguridad? - pregunto inclinándome un poco hacia atrás - La mejor forma de mantenerse a salvo es mantenerse fuera de los problemas, el pobre Lincoln no ha vuelto a casa y solo ha robado unos teléfonos... Me preocupa que le pueda haber pasado algo solo por eso, jamás me atrevería a codearme con personas peligrosas - si se me permite elogiarme a mí misma, mierda que soy buena en ésto de inventar historias, quizás debería haber aceptado la oferta de radio teatro que me hicieron hace ya unas cuántas décadas atrás.
Kennedy Wang
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Hans M. Powell
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Y así, sin más, no le creo. Tengo mis razones, por supuesto, pero me las trago por un momento con una relamida de mis labios que pretende ser tranquila — Ya veo — es una respuesta escueta, se lo dejaré pasar por cinco minutos, porque siempre me es interesante ver qué cartas deciden enseñar en una partida con límite de tiempo. Por otro lado, sí capta mi atención con su declaración sobre el escuadrón y lo anoto mentalmente, aunque hay cosas que no me cuadran — ¿Dices que están tan desesperados que un par de repudiados de la sociedad sin medios, eliminaron a un grupo de aurores experimentados? — intento encontrarle la lógica, pero no la veo, en especial porque su capitán era una de las grandes promesas del departamento. Si esta mujer no está mintiendo, la gente de por aquí es más idiota de lo que pensaba. O peligrosa, depende cómo se quiera ver el tablero.

Muevo la cabeza y sacudo una mano como si quisiera eliminar sus excusas de persona inocente y tranquila de un sopetón, porque siempre me ha aburrido esa postura que la gente toma en sus intentos de jugar el papel de mosquita muerta — Porque es muy simple, señorita Dankworth. Las personas que no tienen nada que ocultar no lo repiten. Además, creo que se está olvidando de un pequeño detalle — me silencio porque reconozco al hombre que se acerca y pasa cerca de nuestra mesa; se trata de un sujeto con el cual no me llevo muy bien y es el doble de lo que soy yo, así que me rasco la cabeza para ocultar mi perfil un momento antes de seguir hablando, endureciendo la mirada al centrarla en ella — Verá, quizá Bob sea una rata cobarde, pero he perdido la cuenta de las veces que me ha dicho todo lo que quería saber. Sí, tartamudea a veces y sé muy bien que lo hace para salvarse el culo, pero jamás ha dejado de darme lo que le pido. Ahora… — no puedo contener la sonrisa burlona — ¿Por qué ha huido hoy? Eso me deja dos opciones: o tiene algo que ocultar mucho peor de lo que ya sé de él o simplemente no quiere que lo agarre con usted. ¿Y por qué sería eso? Quiero decir, él no escaparía si solo estuviera dándole información sobre un carterista — no tengo idea de quién es y posiblemente él tampoco sepa mucho, pero ha tenido sus razones para marcharse. Y sí, estoy lanzando suposiciones al aire dentro de las opciones que encuentro, pero siempre es interesante ver cómo las personas reaccionan. Eso dice mucho más de lo que hablan.

Le diré una cosa, un pequeño secreto — me acomodo para poder tantear mi bolsillo y saco con cuidado el pequeño chip, el cual le enseño con un breve balanceo de mis dedos — ¿Ve ese pequeño botón? — pregunto, haciendo una seña con un dedo que intenta no bloquear su visión — Estoy siendo moritoneado y, si yo lo deseo, le enviará una señal directa a Riorden Weynart. Estoy seguro de que sabe de quién le estoy hablando — al fin de cuentas, ha sido la mano derecha de Jamie Niniadis durante añares — Así que lo dejaré muy fácil para usted. ¿Qué es lo que hablaba con nuestro pequeño amigo y por qué me miente al respecto? — encierro el chip entre mis dedos en un puño, relajando mi rostro hasta regalarle mi expresión más inocente — Ninguno de los dos quiere empezar una escena en este lugar, ¿no es así, Elizabeth? — y aún así, mi mano libre baja a mi regazo, lista para cualquier movimiento. Lo delato con el movimiento impaciente de mis dedos.
Hans M. Powell
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Kennedy Wang
Y así de repente su expresión cambia lo que me indica que se ha terminado la charla amigable que podría finalizar con un brindis y luego tasa, tasa cada uno para su casa. Sin embargo, siento algo de enojo conmigo misma porque en realidad ha interpretado mal mis palabras, no me refería a que los supuestos repudiados atacaron a los aurores, sino que fueron a por sus varitas luego de que fueron reportados como desaparecidos... Pero no importa que me aclare ahora mismo, sé que ya no hay vuelta atrás porque la duda ha sido instalada. Mierda. Venía demasiado bien - No, señor Powell, solo fueron a buscar las varitas cuando desaparecieron - comento con la voz tan tranquila como antes, pese a que sé que ya es en vano.

Habría preferido delatarme yo misma antes de que llegue a la verdad por la forma de actuar de Bob. El muy estúpido no sabe mantener la calma pero no creí que ésto llamaría la atención de Powell... Al parecer se conocen mucho más de lo que creía así que el desagradable sujeto quedará fuera de mi lista de informantes hasta nuevo aviso. Eso si puedo salir de aquí con lengua como para seguir charlando en busca de información.

- No puedo hablar sobre las acciones de los demás - la única salida que se me ocurre es decir algo lo suficientemente convincente como para que crea que Bob puede serle de más ayuda que yo con ésto pero no me atrevería. Fui yo la quien se arriesgó quedándose a charlar así que no haré que el tipo pague por mis errores, aunque puede que se lo merezca un poco - Pero no imagino razón por la cual sería un problema que usted lo vea conmigo ¿Quién cree que soy? - pregunto con el ceño fruncido. Dudo muchísimo que la respuesta correcta siquiera esté cruzando por su cabeza.

Por supuesto que vino con respaldo, ya me gustaría a mí tener toda una operación de inteligencia siguiendo mis pasos. Pero así no funcionan las cosas aquí, somos nosotros contra lo que nos topemos en el camino y, en mi caso, parece ser un puñado de políticos con la capacidad de hacerme volar en dos segundos - ¿Tiene una cámara también? Me gustaría enviar saludos - se me escapa y me arrepiento de inmediato, no es lo más inteligente pero el juego de fingir ignorar lo que ocurre ya no puedo mantenerlo más.

Veo dos alternativas aquí. Sigo mintiendo hasta que ya no dé para más y Hans hará lo que tiene que hacer o finalmente lo enfrento. En caso de que las cosas salgan bien me convertiré en una cara conocida, tendré que encerrarme por un tiempo pues mostrarse abiertamente en contra del gobierno no me saldrá gratis. En el peor de los casos hasta aquí he llegado... ¿Será una buena última batalla? No lo sé, pero digna seguramente sí.

- No queremos comenzar una escena - repito suspirando - ¿Le molesta si vamos afuera? Podemos hablar más tranquilos - allá donde puedo escapar volando. Además comienzo a evaluar la posibilidad de que algunos de los presentes en el bar estén comprados por el ministro. Sé muy bien que ninguno de ellos está aquí por mí. Pese a lo que digo, me quedo en el lugar con la mano a pocos milímetros del mango de mi varita, esperando su reacción a todo ésto. Pese a no tener mucha experiencia en duelos, confío en mi velocidad para al menos conjurar rápidamente un escudo y poder alejarme.
Kennedy Wang
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Quién creo que es? La analizo con la mirada, paseando por lo que tengo a la vista de ella, hasta que tuerzo la boca en una mueca de ignorancia — No confío en las caras bonitas, creo que quedó claro — respondo con simpleza, como si fuese el motivo que necesito para excusar mis sospechas. Cualquiera de los pensamientos que se han asomado por mi cabeza se encienden ante la respuesta que tomo como mordaz de su parte, la cual increíblemente me hace sonreír — No, pero tiene un sentido de la ubicación bastante preciso — guardo una vez más el chip en la seguridad de mi ropa, a sabiendas que, de todos modos, mi comunicador se encuentra preparado en el otro bolsillo. Si hay algo de lo que jamás van a acusarme, es de falta de precaución.

Es bueno ver que usa la coherencia — hago un ruidito con la lengua como si hubiese llegado a una resolución que no me decepciona, casi pareciendo un padre preocupado. Me pongo de pie con el cuidado de no hacer demasiado ruido para llamar la atención y muevo mi brazo en un gesto educado, señalando la puerta — Las mujeres primero, dicen por ahí — con una sonrisa, espero a que se mueva para hacer lo mismo detrás. El cambio de aire viene bien, en especial porque la brisa de verano me ayuda a aclarar el panorama que se ve tan nebuloso dentro de un sitio que apesta a orina y a alcohol. Subimos las escaleras de piedra que nos dejan en la calle, la cual se encuentra desierta y la única luz que ilumina la vereda titila en un obvio desperfecto técnico, algo que nadie arreglará al ser una de las zonas más carenciadas del país. Y sin decir más, no espero a que se voltee para sacar la varita. Me gusta ser justo en estos casos, pero en el norte jamás se juega limpio. Lo aprendí por las malas hace mucho tiempo.

Siempre voy a estar agradecido por la existencia de la magia no verbal. Me da el juego rápido que necesito para sacudir la varita y que el incarcerous brote con rapidez, dejando al descubierto las gruesas sogas que se enroscan alrededor de su cuerpo menudo y lo lanzan al suelo, tal como firmes serpientes — Lamento esto, Elizabeth … ¿Siquiera se llama así o es una de esas muchas personas que ocultan su identidad? ¿Tiene al menos una identificación consigo que secunde sus palabras? Porque odio recordarle esto, pero es contra la ley estar sin identificar — mis palabras son tan calmas y ronroneantes como mis pasos, esos que se acercan a ella hasta que me inclino, poniéndome de cuclillas delante de ella y jugueteando con la varita entre los dedos — Si no tiene nada que ocultar, no tiene razones para mentir. Y debe creerme cuando le digo que estoy muy… — ruedo un poco los ojos con un resoplido —muy cansado con todas las mentiras de la gente de este lugar y su manía de complicarme el trabajo. Solo quiero que me diga la verdad, eso es todo. Y no tendremos que llevarlo por las malas — solo por fastidioso, le doy un toquecito a una de las cuerdas con la punta de la varita. Espero que no se ponga en difícil, porque ya no cargo con tanta paciencia.
Hans M. Powell
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Kennedy Wang
Se me escapa una risa pues es la primera vez que mi rostro me juega en contra, o más que mi rostro mi aura en general pues dudo que de no tener sangre de veela mi cuerpo llamara la atención de alguna forma. Así que está confiando en su instinto en ésto y lamento decir que no le falla... De ser un gobierno democrático me alegraría de que nuestros representantes tengan un talento natural para su puesto, pero estoy hablando con el enemigo y cualquier cosa que pueda usar en nuestra contra es lamentable - Y eso que no llevo maquillaje - agrego rodando los ojos, solo lo guardo para ocasiones muy especiales pues, ahora, prefiero gastar mi dinero de otras formas.

Me indica que pase adelante y dudo por un segundo pues la regla número uno es no darle la espalda al enemigo. Pero que va... Quizás sea un estúpido del gobierno pero supongo que aún le queda algo de caballerosidad, es del Capitolio después de todo y si las cosas siguen como cuando abandoné aquel lugar, la galantería no ha muerto. Además, ir adelante me otorgará una oportunidad perfecta para volar ni bien ponga un pie afuera del bar.

Al salir no llego a ir muy lejos que siento como tres cuerdas me pegan los brazos contra el cuerpo y por la fuerza del impacto caigo al suelo. Bueno... Estaba equivocada y al parecer han caído tan bajo como para atacar por la espalda a alguien del que solo desconfían por tener cara bonita - Creí que no estaba aquí para presentar cargos en mi contra, señor Powell - respondo desde mi posición mientras deslizo la varita por mi muslo con cuidado, fuera del alcance de su vista. Por suerte es lo suficientemente arrogante como para acercarse y ponerse de cuclillas, en lugar de tenerme bien vigilada a lo lejos.

Una vez que tomo mi varita intentando librarme con un evanesco no verbal pero supongo que aún me falta práctica con eso pues no funciona. Me encuentro en una situación complicada pues si utilizo segundos demás en librarme, quedaré expuesta a lo que pueda ocurrir luego así que no veo más remedio que... - De acuerdo, pidió honestidad y es lo que tendrá - murmuro apuntando como puedo hacia sus piernas flexionadas - Depulso- conjuro y el cuerpo del ministro sale disparado a un costado lejos de mí. Eso servirá para ganar tiempo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No deseo hacerlo, al menos que me dé razones — tan simple como eso. ¿Acaso es tan difícil de entender? Puede colaborar e irse a casa, demostrar que no ha mentido ni tiene nada que ocultar. Jamás voy a comprender cómo es que las personas buscan complicarse, cuando es muy simple quedarse en la línea recta de la ley, no ser un problema. Y no llego a decir más, incluso cuando tengo intenciones de dar una respuesta burlesca, que ella ataca de manera repentina y me echa hacia atrás.

La sorpresa me dura segundos, especialmente porque mi atención se la lleva el dolor agudo que me golpea cuando la espalda choca contra el suelo y me arrebata una bocanada de aire. El golpe me marea lo suficiente como para que tarde en notar que he perdido la varita y me impulso con dificultad, levantándome lo suficiente como para tantear el suelo con rapidez en su busca. Hay mugre y ramas, pero no hay rastro de la varita en medio de la oscuridad — Espero que sepa que lo que acaba de hacer es sumamente ilegal. Le concedo su rapidez como algo admirable — mis dedos rozan el mango de mi varita y me pongo de pie de un salto, pero para cuando la luz del confringo sale de la punta, ella se ha movido y el tacho de basura de a pocos metros explota, con un estruendo que me toma por sorpresa y eleva una capa de humo. Es una pena no poder solucionar esto como dos personas civilizadas
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Kennedy Wang
Son unos simples segundos pero sumamente valiosos pues es mi oportunidad de escapar de las cuerdas. No he llegado a convertirme en una especie de celebridad en el pasado por ser discreta así que uso mi mejor arma escurriéndome de las cuerdas en modo de serpiente. Así logro arrastrarme hasta el callejón más cercano justo para esquivar la explosión del ministro. Bien podría escapar ahora mismo, pero no voy a hacerlo... Ya quedé expuesta y quizás pueda sacar algo de éste duelo ¿Información? No lo creo, pero quizás sí una pieza de tecnología del Capitolio como es el chip que lleva guardado en su bolsillo pueda servirle a Mimi para algo. Quizás para encontrar a esos benditos aurores desaparecidos y quizás, con algo de suerte, nos ayude a dar con los restantes miembro del 14. Ingeniería inversa, o algo así.

- Atacar a un civil sin razón tampoco sería legal en un mundo más justo - respondo desde mi escondite antes de sacar mi varita a descubierto y apuntar hacia dónde se encuentra - ¡Expelliarmus! - conjuro apuntando a su mano y la varita sale volando de ésta unos metros a su derecha. Ahora sí puedo dejarme al descubierto sin miedo a morir en el intento y agradezco esas cortas clases de Moira. Quizás no tengo el repertorio más grande de hechizos, pero lo simple a veces también es efectivo.

- Quédese ahí - ordeno sin bajar la varita. Quédese ahí o podría causarle un corte muy leve pues el hechizo más elaborado que podría hacer es un sectum. Pero eso él no lo sabe - Explíqueme... Vino por aurores perdidos y termina atacando a alguien que no tiene nada que ver con eso ¿A qué le teme el ministerio, señor Powell? Ya destruyeron el 14 ¿Qué más quieren?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
El humo prenda un farol, es muy probable, así que debería llevar esta situación a un lugar más alejado o presionar el botón necesario en el chip para llamar por refuerzos. No llego a hacer ninguna de las dos cosas, porque la varita sale disparada de mis dedos y, aunque mi cuerpo tiene el impulso de ir hacia delante, me detengo en seco ante su amenaza — ¿De verdad hay gente que piensa todavía que el mundo es justo? — es lo primero que se me escapa, pero no soy tan idiota como para moverme cuando estoy desarmado, así que solo alzo vagamente las manos delante de mí. Obviemos que es un civil que se está negando a darme información que le he pedido explícitamente, lo que la pone en desventaja en cuanto a hablar de injusticias se refiere.

Mis cejas se disparan hacia arriba porque, debo admitirlo, esta mujer tiene más huevos que muchos de los aurores que he visto en el ministerio —Atacar” es una palabra muy fuerte, a decir verdad. Solo reclamé su verdad, su identificación y usted fue quien terminó atacando a un funcionario del gobierno. ¿Quién es quien tiene el verdadero problema aquí? — pregunto, usando el tonito que utilicé el otro día para indicarle a Meerah que se estaba equivocando cuando quiso meterse en mi despacho de lleno. Incluso sacudo la cabeza, haciendo que un mechón de cabello se me vaya a los ojos — Pero es bueno que traiga al catorce a colación, señorita. Eso deja bien en claro su postura en todo esta cuestión — No me sorprende, a decir verdad. El norte está lleno de gente que ve en nosotros un montón de injusticias, especialmente porque hablan con el estómago vacío. Uno de esos errores de nuestra ministra que aún no encuentro el modo de mejorar sin poner en riesgo mi propia carrera — Pero… ¿Temer? Ser cautos no es lo mismo que ser cobardes. Solo quiero que las cosas se hagan de manera correcta, saber qué sucedió con los nuestros, darles un descanso justo… — porque sé que estamos buscando muertos, no tiene sentido fingirlo.

A pesar de que no me muevo, mis ojos sí lo hacen, testeando el suelo con cierta urgencia en busca de la varita que la oscuridad perdió de vista — ¿Por qué me esquiva, si puedo preguntarlo? Si usted fuese una civil inocente, no estaría apuntándome con la varita. ¿Podría bajarla un poco? Tengo una junta pública en dos días y no podría ir sin una ceja o sin dientes.
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Kennedy Wang
Aprieto fuertemente la mandíbula cuando pregunta aquello pues no son palabras que deberían salir de la boca de un ministro. Todos sabemos que son imbéciles solo preocupados por su causa, pero su deber es fingir preocuparse por el pueblo ¿O no? Ni siquiera estoy pidiendo que haga algo, solamente que esconda el goce que siente al tenernos como estamos. Me gustaría dejar la varita a un lado y darle una paliza con mis propias manos, podría hacerlo, pero desgraciadamente no he traído mi espada. Tengo una nueva arma, pero no debería dejar de lado la anterior de ahora en más.

- Ya veo que el talento que le falta al conjurar hechizos lo compensa con la capacidad de manipular las palabras, podrá contar una bonita historia a su favor no importa como termine ésto - respondo sin dejar de alternar mi vista entre sus manos, labios y ojos, atenta a cualquier eventualidad pues la magia sin varita es algo que existe y sería una estúpida al no tenerlo en cuenta. Algún día quizás pueda hacerla también, pero de momento, necesito mi canalizador.

- Coincido... Probablemente esos aurores solo obedecían órdenes por miedo a quedarse sin empleo y tener que vivir aquí. Tienen familias así que no solo ellos responden a sus acciones ¿Me equivoco? - con suerte algún día quedarán librados de esa presión. Y los que estaban allí por gusto dudo que tengan un segundo de descanso en el infierno - ¿Puede ir sin orgullo? Porque ese quedará aquí a sabiendas que una repudiada de la mitad de su tamaño logró vencerlo ¡Desmaius!

Una luz roja sale de la punta de mi varita e impacta en el pecho del ministro dejándolo inconsciente. No sé que tanto durará el hechizo así que me apresuro a correr hacia él y revisar los bolsillos hasta encontrar el chip que tal vez o tal vez no pueda servirnos para algo. Espero que un bombarda sirva para desactivarlo, de todas formas no cometeré la estupidez de llevarlo hasta la red pues ahí no habrá fidelio que valga.

Lo veo allí tirado en el suelo y me pregunto qué haría otra persona en mi lugar ¿Matarlo? ¿Secuestrarlo? Eso sería una declaración de guerra y no creo que estemos listos para eso aún, no con los niños perdidos y sin tropas suficientes. Mal tiempo, supongo, en el futuro habría sido un encuentro estratégico y utilizable. Ahora mismo, solo quiero salir de aquí antes de que despierte como ogro enojado. Aún así siento la necesidad de dejarle un regalo de despedida, así que tomo la varita que perdió hace un minuto y la parto al medio dejándola sobre su cuerpo, conseguirá otra, lo sé, pero el ministerio necesita saber que no es tan invencible como cree, se llevará una sorpresa al descubrir qué es lo que los espera detrás de sus muros.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Cometo la infantil reacción de poner los ojos en blanco en cuanto insulta mis habilidades mágicas, porque una mala jugada no significa una mala mano, pero tampoco me voy a poner a discutir algo como esto — ¿Acaso no tiene sentido dentro de su cabeza que hay personas que cumplen con su deber de manera honrada y justa? No todo el mundo tiene prioridades tan egoístas como la suya. Algunos, como esos aurores, saben lo que es mejor para su gente — me sorprende que aún existan magos que se quejen de nuestro gobierno, más si recordamos cómo eran las cosas antes — Si no fuese por nosotros, usted no estaría sacudiendo esa varita — viviría en secreto, no podría usar su magia, todo estaría contenido y sería un caos. Nosotros ponemos orden, tan simple como eso.

Abro la boca para clamar que mi orgullo es algo que siempre consigo mantener intacto, pero la ironía es la que me golpea en forma de rayo rojo en el pecho y me lanza hacia atrás. La cabeza parece estallar cuando caigo y la visión se me nubla tan rápido que pronto estoy viendo todo negro, con un pitido incesante en los oídos que parece disminuir o subir su volumen con el correr de los segundos que parecen una eternidad. Siento el cuerpo pesado y, a pesar de que hay una parte de mi cerebro que me grita que debo moverme, me cuesta tener la capacidad de siquiera llamar a la movilidad de mis extremidades. No sé cuánto ha pasado cuando sacudo un brazo, tratando de abrir los ojos con una expresión y un leve quejido que dejan bien en claro que me duele hasta el culo. Levanto la cabeza con algo de dificultad, sin ser capaz de centrar la mirada cuando el tanteo sobre mi pecho hace que toque la varita que ha dejado sobre mí. Un momento, eso no tiene sentido…

Creo que me despierto haciendo un sobreesfuerzo cerebral cuando puedo notar que mi varita está partida en dos, haciendo que abra mis ojos de par en par — Pero que hija de … — se me ahoga la voz con la frustración y la ira hasta que me enmudezco, alzando la vista hacia ella. Bien, piensa rápido. No puedo atacarla sin varita, pero tampoco se la voy a dejar fácil. Así que actúo por instinto. Una sacudida veloz me sirve para que el halcón salga disparado hacia arriba con un graznido, hasta posarme sobre el techo del edificio más cercano y recuperar mi forma habitual. Apenas le echo un vistazo desde la altura cuando busco el chip, pero al no encontrarlo saco el comunicador que, aparentemente, no ha tocado. Bien, será un poco más largo que tocar un simple botón, pero… — Annie, chequea las últimas coordenadas de mi chip e informa a Riorden de una nueva actividad sospechosa. Mujer asiática, unos cuarenta años, ha utilizado el nombre de Elizabeth Dankworth y no tuvo problemas en atacarme y destruir mi varita — no me detengo al hablar, caminando con velocidad por el tejado de cemento que me permite apretar el paso — Que envíe aurores de inmediato, estoy desarmado — apagar el comunicador me da la libertad de correr hacia el otro extremo del tejado y, apenas echándole un vistazo a la mujer, dar el salto para convertirme y emprender el vuelo con un aleteo furioso. Sé que ahora no puedo atacarla, pero me gustaría ver qué tan bien se desenvuelve en la corte.
Hans M. Powell
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