The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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2 participantes
Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Sabía que habían cosas peores en el mundo, la pobreza, el hambre, las enfermedades, guerras y podía continuar con una extensa e interminable lista mental. Por esto mismo Ariadna se regañaba a si misma, estar triste o enojada con lo que había sucedido en las últimas semanas, que era nada comparado con lo que sufrían y se enfrentaban los demás, era una estupidez.
Tenía que dejar de apartar a las personas de su vida o terminaría como su...No, tampoco así.
Aprovechando el día libre lejos del hospital, durmió hasta pasado el mediodía e incluso se perdió el almuerzo. Como era algo que jamás hacía, su pobre elfina se preocupó bastante por la salud de la rubia.

El celular vibró en la mesita de luz y aunque intentó volver a conciliar el sueño, no pudo. Estiró su brazo con mucha pereza, tanteó la madera con los dedos hasta encontrar el aparato y sin sacar la cabeza debajo de las sábanas, leyó el mensaje que su padrino le había enviado.
Solía verlo casi todos los días en el hospital, pero durante las pasadas semanas había tanto trabajo en todas las áreas, que simplemente perdió la cuenta de cuándo fue la última conversación con el hombre que consideraba un padre.
No podía ignorarlo.
Envió la respuesta estando aún algo somnolienta y luego de estirar su cuerpo hasta escuchar los pequeños crujidos quejosos, caminó hasta el baño privado para tomar una ducha fresca.

Con un bonito sombrero y gafas oscuras protegiéndola de los rayos del sol, caminó entre la multitud eufórica. No entendía cómo podían seguir emocionados y festejando lo ocurrido con el Distrito 14. Si eran terroristas, pero no sólo ellos había perdido, también algunos aurores no ganaron la batalla dentro de las habitaciones del hospital.
Se envolvió a sí misma entre sus brazos y continuó avanzando hasta el café pactado para el encuentro. No tomó asiento, la idea de una caminata por el largo parque de en frente, resultaba más tentadora que poner algo dentro de su estomago.
Aguardó la llegada del hombre y cuando lo tuvo en frente, sonrió enseñando todos los dientes. Claro que terminó envolviendo el torso masculino en un fuerte abrazo, algo que no hacía con Eloise desde hace mucho. —Padrino...— Murmuró. En verdad le venía muy bien aquel encuentro fuera del ámbito profesional.
Ariadna T. Tremblay
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Es el primer sábado de muchos que no tengo trabajo en el hospital, entre unas cosas y otras, al final he terminado pasándome los fines de semana encerrado en mi despacho o atendiendo a mis pacientes. Toda esta situación con el catorce y los aurores que han regresado ha consumido la energía del hospital, pues por un motivo u otro al final todos hemos acabado ayudando incluso cuando no se trata de nuestra especialidad. Es así como funciona cuando tiene lugar una emergencia como la que tuvo lugar hace ya bastantes días.

Es por eso que esa mañana decido no poner ningún tipo de despertador para poder aprovechar el sueño y levantarme descansado, pero igualmente el reloj biológico que tiene estudiado mi cuerpo me hace despertarme más pronto de lo que me gustaría. Bajo las escaleras hasta el piso de abajo mientras me coloco la bata por encima, aun en verano, me es imposible no utilizarla, es como parte de mi rutina y sin ella no sé como funcionar por las mañanas. Aprovecho que Oliver sigue durmiendo para preparar unos huevos con tostadas, son pocas las veces que tenemos las mañanas para nosotros incluso cuando para él son vacaciones. Como sé que va a demorarse en bajar, dejo su desayuno a un lado y me dispongo a probar del mío mientras alcanco mi teléfono móvil.

No tardo mucho en buscar el nombre de mi ahijada entre mis contactos y enviarle un mensaje que indica si está disponible para dedicarme unas horas. Hace tiempo que no pasamos tiempo juntos fuera del trabajo, y puesto que soy su padrino, me veo en la obligación de comprobar que está bien. Con todo lo que ha estado pasando estas semanas, lo lógico sería que se encontrara abrumada, por no decir exhausta. Además, quiero comprobar que todo va bien con su madre, siendo ministra es difícil sacar tiempo para los demás.

Voy vistiéndome mientras espero a una respuesta, sabiéndome que Ariadna también tiene el día libre, no me sorprendería que aprovechara la mañana para dormir todo lo que pueda. Sin embargo, el sonido de mi móvil me indica que ha aceptado mi solicitud, de manera que continuo con mi rutina de aseo. Hace un día espléndido, lo cual es de esperar en la estación en la que nos encontramos, pero aún así no puedo evitar sonreír con alegría, el calor siempre me pone de buen humor.

Distingo la figura rubia de mi ahijada a escasos metros de mí, y para cuando estoy lo suficientemente cerca de ella como para llamar su atención, me veo envuelto en un abrazo que correspondo con ganas. Mis labios se posan sobre su cabeza en un gesto cariñoso y cuando la separo de mí la tomo por la parte baja de los hombros para verla bien. - ¿Cómo has estado? ¿Todo bien en el trabajo? No te he visto el pelo estas últimas semanas, me tenías preocupado. - La suelto aún con la sonrisa en mis labios. - Me alegro de que contestaras a mi mensaje, aunque no te hubiera culpado de querer seguir bajo las sábanas, han sido unas semanas de locos, ¿eh? - Y honestamente, quien la culparía.
Nicholas E. Helmuth
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Ariadna no recordaba mucho acerca de los días posteriores a la muerte de su padre, todo era un descontrol, un caos que parecía nunca acabar. Lo único que si podía rememorar, era la figura de su padrino estando presente en todo momento, no sólo para ella, para su madre también.
Él la había sostenido durante el velorio, él le regaló su primera bata cuando comenzó a estudiar medicina y así, constantemente, era su padrino en quien más confiaba.

Acarició con sus manos la tela color durazno de la falda y trató de quitarle las arrugas, era un gesto que sólo hacía cuando estaba impaciente y nerviosa, jugar con las manos.
Por suerte Nicholas no se hizo rogar y puntual, como también lo era la rubia, la alcanzó en un fuerte abrazo, que terminó con un maravilloso gesto, tan pequeño pero necesario.

Elevó las comisuras de sus labios y acomodó el sombrero en su cabeza, con todo el saludo y el beso, se había corrido hacia atrás y casi que lo perdía.
Él hombre frente a ella, era una de las pocas personas que podían leer las expresiones de su rostro, por lo tanto mantuvo las gafas oscuras tapando las ojeras y sus ojos humedecidos ¿Tan sensible se iba a poner por un tonto abrazo?
Jamás creí decir esto, pero todo era más sencillo cuando sólo era una estudiante.— Respondió bromeando y sujetó las correas de su pequeño bolso sobre el hombro derecho. —¿Tienes ganas de beber algo? Porque pensaba que tal vez sería mejor dar un paseo primero.— Y con su dedo indice, sumado a un suave movimiento de cabeza, apuntó hacia el enorme parque frente a ambos.

No había ignorado la pregunta que le estaba haciendo, sólo hacía tiempo para encontrar las palabras que podía mencionar.
Todo era un desastre, no sólo en el hospital, también en su vida privada. Había peleado con Riley, con Dave e incluso con su madre. Había perdido un paciente y atendido a otro demasiado pequeño. Un maldito desastre. —Bueno, hay mucho trabajo por hacer, pero por suerte todo bien. Los aurores que combatieron contra los traidores han ido al área de hechizos...Así que tranquilo.
Ariadna T. Tremblay
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Por el modo que muevo mis labios la sonrisa que pretendo mostrar se transforma en una mueca que me es imposible ocultar. - Bienvenida a la vida adulta. Me temo que la cosa no mejora a partir de aquí, un día amaneces estudiando y al siguiente pagando las facturas de la luz. - Bromeo y ahora sí sonrío con ello. Desgraciadamente, es lo que toca cuando uno va haciéndose viejo. Empiezas por terminar la carrera y acabas acumulando facturas, detrás de la colada de tu hijo y tratando de no llegar tarde al trabajo. Para mi suerte las cosas han mejorado bastante desde los últimos años y puedo decir que llevo una vida bastante acomodada. Siempre lo fue, después de todo no puedo quejarme, pero tampoco puedo negar que las cosas podrían haber sido más sencillas de haber estado mi mujer.

- Un paseo suena perfecto, y después podemos sentarnos en una cafetería a tomar un café si te apetece, o lo que sea. - El café es lo único que me mantiene despierto cuando debo despertarme temprano para ir a trabajar, pero puesto que hoy no es uno de esos días, cualquier otra bebida me viene bien. - Hace un día fantástico, debería salir más a menudo, antes tenía el hobby de salir a correr por las mañanas, quizás vuelva a hacerlo. - Resultaba muy beneficioso porque durante esos minutos no tenía que pensar en nada y me servía para tener la cabeza despejada en el trabajo. No sé en que momento intercambié esa afición por la cafeína, pero supongo que el hecho de que me esté haciendo viejo tiene algo que ver.

Asiento lentamente con la cabeza, prestando atención a sus palabras mientras me rasco la barbilla. - Nunca llegamos a hablar de eso, no fue una situación agradable, pero no hace falta que diga que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? - En ningún momento quisiera sobrepasar la línea entre la confianza y su espacio personal, pero dado que tenemos una relación estrecha, de padrino a ahijada, quiero tener la garantía de que todo va bien. - Sé que tu madre ha estado muy ocupada últimamente. - No falta decir que entre nosotros siempre ha habido cabida para confesiones que puede que en el hogar de los LeBlanc no tenga lugar.
Nicholas E. Helmuth
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Vaya, esa es si que es una buena noticia, no sabía que mi vida a partir de ahora sería sólo trabajar y pagar los impuestos...Debo de estar muy vieja.— Continuó bromeando, mas no pudo evitar sentir un extraño sabor amargo dentro de la boca, ¿Eso sería todo? Quizás en verdad no estaba aprovechando su tiempo y tenía que salir más.
Se aferró a la correa de su bolso para mantener las manos ocupadas y agradecida por la aceptación de su sugerencia, empezó a caminar hacia el parque.

Cuando sus tacones subieron a la acera, luego de cruzar una de las avenidas principales, emprendió rumbo hacia el largo pasadizo construido entre los arboles y arbustos. Todo el recorrido estaba adornado con luces, bancos y fuentes de agua, algunos comerciantes paseaban sus carritos de comestibles, tratando de provocar y tentar más que nada a los niños, para que sus padres le compraran dulces. —El clima últimamente es maravilloso, sin embargo tú hobby deportivo debería regresar y no por el calor, si no porque la camiseta ya te queda algo ajustada, padrino.— Mordió su labio inferior para ocultar la pequeña sonrisa y ladeó la cabeza para que él no la viera reír.

Claro que la nueva pregunta borra por completo cualquier gesto que anteriormente había realizado, acomodó mejor las gafas de sol y luego de aclarar la voz, levantó la barbilla e infló el pecho. No podía contarle todo, simplemente no. —Lo sé, mas no hay nada que pueda contar. Mis días son aburridos e incluso los de James, el nuevo esclavo de mamá, seguro que son más interesantes.— Murmuró y sin darse cuenta, de nuevo se estaba abrazando a si misma. En serio era algo que debía dejar de hacer.
Su posición de defensa, su tono neutro y el pecho inflado con orgullo, todo se desmoronó con la última afirmación. No era una pregunta, porque él sabía cómo era Eloise. —Mi madre ha estado muy ocupada desde que enterramos a mi padre, no es nuevo y estoy acostumbrada. En verdad no tiene sentido que hablemos de esto cuando nada cambiará. — Fingió estar interesada en un pichón que bebía agua de un bebedero sin apagar, aunque la verdad era que no podía mirarlo a la cara. Si lo hacía, sabía que empezaría a llorar y no porque su progenitora trabajaba demasiado, si no por todo lo ocurrido en las últimas semanas.
Ariadna T. Tremblay
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Me rasco la nuca con una sonrisa divertida en los labios, sin poder evitar mirarla como si estuviera diciendo lo de la adultez completamente en serio. - También tiene su parte divertida, ahora que eres adulta puedes hacer todas esas cosas que no podías cuando eras más niña, como no sé... salir a tomar una copa suena como una buena opción. - No tengo la imagen de mi ahijada emborrachándose con sus amigos todos los fines de semana, es una chica demasiado responsable, pero qué se yo, una escapada a las playas del cuatro con sus amigos tampoco suena mal. Ya sabéis, ese tipo de cosas que los padres, y me incluyo, no dejan hacer a sus hijos cuando todavía no son lo suficientemente responsables.

He de reconocer que me esperaba ese comentario, de manera que bajo la mirada a mi estómago apretando los labios uno contra otro en un intento de contener la risa. - ¿Tanto se aprecia? El invierno fue largo e hizo muchos estragos, pero si hasta mi ahijada lo nota voy a tener que cambiar mi dieta. - Murmuro con gracia. No me importan las verduras, es más, suelo acompañarlas con cada comida, pero se ve que la proporción entre las grasas y la lechuga no son equitativas. Igualmente, que Ariadna que siempre me ve con buenos ojos es capaz de advertir unos kilos de más, tendré que hacer un esfuerzo por llenar el plato de verde más de vez en cuando.

Por su lenguaje corporal, algo me dice que no está siendo del todo sincera conmigo, pero como no quiero sobrepasar su espacio, me resigno a soltar un suspiro. - No te quito la razón, la rutina del día a día puede llegar a ser aburrida, es cuestión de encontrar algo que haga de cada día una diferencia. - De otra manera, creo que yo me hubiera muerto del aburrimiento de la misma manera que ella parece estar sintiéndose ahora mismo. - Pero tampoco se puede esperar a que las oportunidades llamen a la puerta por su cuenta, hay que salir a buscarlas. ¿Por qué no te vienes un día a cenar a casa? Estoy seguro de que Ollie estará encantado de verte, y así por lo menos despejas de la rutina aunque sea por una noche. - No es raro que las LeBlanc acudan a comer de tanto en tanto, pero con todo lo que ha estado pasando, hace tiempo que ninguna de las dos rubias se han pasado por allí.

Sin embargo, lo que dice a continuación hace que la mire con gesto compungido y la frente ligeramente arrugada. - No digas eso... sé que no puedo pedirte que la entiendas, porque eres su hija, pero dale tiempo, tarde o temprano se dará cuenta por sí sola de que no puede refugiarse en el trabajo. - Cada uno tiene su manera de superar un trauma, en el caso de Eloise el puesto de ministra le vino al pelo para eso. Cuando mi mujer murió dando luz a Oliver, podría haberme ocurrido lo mismo, pero decidí arroparme en la gente que tenía a mi alrededor antes que caer en la desgracia. Pero entiendo perfectamente que toda la situación es complicada porque lo he vivido desde más o menos la misma perspectiva.
Nicholas E. Helmuth
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Tan sólo unas semanas atrás había bebido más de lo que debería y fue gracias al ministro de justicia, que todo el papelón pasó desapercibido. Lo único que la avergonzaba horrores era recordar pequeñas partes de la velada y por supuesto, la espantosa resaca al día siguiente.
Desde entonces no quería siquiera beber una copa de vino durante el almuerzo, otro punto de diferencia entre ella y su madre. —Supongo...Sí debería salir más y lo extraño de tú consejo, es que no eres el primero que me lo dice.— Respondió con un leve encogimiento de hombros, acompañado de un imperceptible suspiro. Que aburrida era.

Un poco más relajada por el cambio de tema, soltó algunas carcajadas y terminó estrechando los hombros de Nicholas con uno de sus brazos, para no detener la caminata. —Tranquilo, no se ve mal...Mi consejo no se basa en lo estético, si no en que espero que tú y Ollie estén comiendo más saludable. La última vez que fui a tú casa y nos diste hamburguesas para cenar, casi muero del dolor de estomago al otro día.— Y era cierto, Ariadna no estaba acostumbrada a comer alimentos fuertes en calorías, colesterol o con mucho frito, menos de noche. Esa fue la razón para que en plena madrugada siguiera despierta y abrazada al inodoro de su baño. Un horror.

La rubia acomodó el sombrero sobre su cabeza, para luego peinar los cabellos de manera tal que cayeran en ambos hombros. El hombre junto a ella creía que sus bajos ánimos se debían a la estresante y abrumadora rutina, y aunque en parte era cierto, no le estaba contando todo y tampoco lo haría. —Si eso lo sé, sólo...Perdí un paciente hace poco, lo había atacado una mantícora y no pude hacer mucho.— No, no podía contarle el resto. Ni a él, ni a Eloise, ni a nadie.
La invitación le dibujó una enorme sonrisa en el rostro, ya que últimamente la enorme mansión se sentía mucho más grande y silenciosa, una noche en casa de su padrino sonaba excelente. —Eso me encantaría, pero debes prometerme que no serán hamburguesas esta vez.

Intentó mantener el mismo ritmo que las pisadas de Nicholas, al tiempo que sujetaba con ambas manos la correa de su bolso, sin embargo su respiración se tornó algo agitada y tuvo que disminuir su caminar.
El gesto de felicidad en sus labios se borró lentamente y para ocultarlo mordió el inferior con algo de fuerza. —Padrino, sabes que soy la personas más paciente del mundo, pero también conoces a mi madre. Temo que, de darse cuenta que ha desperdiciado toda la vida trabajando, lo hará demasiado tarde.— Ariadna dejó caer los parpados durante unos segundos y posteriormente se quitó las gafas de sol, ya no le importaba que él viera las bolsas negras debajo de sus ojos. —No hablemos de ella, ¿vale? ¿Cómo está Ollie?
Ariadna T. Tremblay
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Sé que no es fácil compaginar el trabajo con la vida social, más cuando los horarios no te permiten seguir una rutina normal, como es el caso de los sanitarios como nosotros, de manera que tampoco me considero la persona idónea para andar dando consejos de relación. Sin embargo, no me sorprende que no sea la única persona que se lo ha dicho, conozco a mi ahijada lo suficiente para saber que no es de las jóvenes más fiesteras que puede haber.

Mis labios se tuercen cuando su risa me contagia y tengo que lanzar un suspiro de resignación. Es cierto que desde que nos mudamos al capitolio ya hace muchos años hemos tenido que apañárnoslas solos para cocinar, pues cuando aun vivíamos en el dos mis hermanas ayudaban bastante con la comida. Solían pasarse de vez en cuando con tupers de recetas que ellas mismas habían preparado y no era extraño que se auto invitaran a nuestra casa para preparar una cena rica. - Siento lo de la hamburguesa, ya sabes que la cocina nunca fue mi especialidad, pero casi prefiero mis elaboraciones antes que dejar que Ninkey ponga algo en el fuego. - Bromeo sobre la elfina que lleva años trabajando para nosotros. En cuanto a limpieza de hogar es estupenda, pero digamos que la cocina tampoco es su fuerte. Quizá debería buscar a alguien para hacer ese tipo de tareas ahora que podemos permitírnoslo.

La preocupación que siento por su estado se refleja en la manera que tengo de apretar un labio contra otro formando una línea fina, arrugando un poco la frente con consternación. - Perder a un paciente es complicado, y nunca se hace más fácil, por muchos años que pasen, me temo que nuestra profesión es así. Unas veces se gana y otras se pierde, lo importante es saber separar la vida laboral de lo personal. - Es comprensible que siendo tan joven y habiendo trabajado durante tan poco tiempo le afecten las experiencias de sus pacientes más de lo que sería recomendable. Ese error lo cometemos todos los que entramos en el sector, creer que uno se puede hacer cargo de todo, que vas a ser el que haga la diferencia, solo para darte cuenta con el paso de los años que no puedes salvarlos a todos.

- Nada de hamburguesas. - Y para reafirmarlo acompaño mis palabras con un gesto cortante de mi mano. - Entonces queda zanjado, trataré de buscar una noche en la que ambos estemos libres y te avisaré con unos días de antelación, ¿te parece bien? - Por suerte aún queda tiempo para que las vacaciones de verano terminen, por lo que Ollie no tendrá ningún problema para ajustarse a nuestro horario. Se me ocurre decirle que su madre también puede venir, al fin y al cabo este tipo de veladas las solemos hacer los cuatro juntos de vez en cuando, pero siento que en esta ocasión, la necesidad de una noche lejos de su madre es mayor.

Ralentizo el ritmo de mis pisadas cuando veo que Ariadna tiene problemas con seguirme el paso, y es que una vez comienzo a caminar, se me olvida que no todos van al mismo ritmo que yo. - Me temo que conozco a tu madre demasiado bien. - Confieso un poco entre risas pero manteniendo la seridad con la que está tratando el asunto. Eloise y yo llevamos siendo amigos desde bien comenzada la infancia, conocemos los secretos del otro muchísimo mejor que los propios y aún así, tengo que reconocer que en ocasiones a mí también me sorprende. - Como quieras. - Murmuro tras un suspiro cuando decide no hablar más de su madre, elevando las mejillas para sonreír pero sin llegar a enseñar los dientes unos minutos después. - Oliver está bien, ya sabes como es, aunque me parece que está un poco estresado con eso de no saber lo que quiere hacer en el futuro. - Siempre tendrá mi apoyo, haga lo que haga, solo espero que se tome el tiempo que necesite para escoger la decisión adecuada. -
Nicholas E. Helmuth
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Los ojos de Ariadna se abrieron como platos y negó con la cabeza ante la idea de que la vieja elfina de su padrino pusiera una olla al fuego. —Por dios no, Ninkey es más distraída que yo luego de hacer una guardia de veinticuatro horas, incendiará toda tú casa.— Y al recordar una posible solución, detuvo el caminar y revolvió su bolso hasta encontrar un pequeño imán mágico de una tienda dónde solía comprar...bastante. —Aquí, está mujer hace las mejores viandas y tiene mucha variedad, es de buena calidad y sobretodo, sano. Suelo comprarle cuando estoy en el hospital.— Le explicó al hombre mientras se lo entregaba. A parte de todo lo que acababa de decir, los precios no eran elevados y al mismo tiempo le daba una mano a la señora que había enviudado y debía mantener a tres pequeños niños.

De nuevo continuó con el paseo, disfrutando del sol y la suave brisa de verano contra su cuerpo. La rubia se quitó las gafas oscuras y las acomodó colgando en el cuello de la blusa color durazno, quería observar con detalle los colores de las nuevas flores brotando y de los árboles florecidos. Le encantaba está época del año. —Sé que es importante separar la vida laboral de lo personal, pero no se me da nada bien.— Admitió en voz baja. —Sólo...Es injusto que hagamos tanto y trabajemos tan duro, para luego perder y es una enorme responsabilidad el tener la vida de una persona en tus manos. Cuando decidí ser sanadora, jamás pensé en toda la responsabilidad que caería sobre mi.— No podía hablar de este tema con su madre, no era lo mismo y tal vez Nicholas si la entendería. Él tenía mayor experiencia comparada con la casi nula de Ariadna que recién empezaba.

La promesa le sacó una gran sonrisa y movió la cabeza debajo del enorme sombrero para asentir. —Me parece perfecto, me avisas y yo arreglo mi agenda. Podría incluso quedarme a dormir, así luego de la cena vemos una película o...sacamos a Oliver para su primer trago responsable.— Sugirió y mordió el interior de su mejilla para evitar reír. El pobre niño tenía al padre más guardabosque posible, por supuesto que ese puesto estaba luego de Eloise, y sabía lo mucho que le costaba a su padrino ver a su hijo crecer.

Al ver una extensa porción de césped verde muy bien cuidado, le dieron ganas de echarse allí en lugar de regresar a la concurrida cafetería. Así que cuando una bruja detuvo su carrito de bebidas y algunos bocadillos, no dudó en preguntar. —¿Qué te parece si le compramos algo a ella y luego nos sentamos allí?— Sugirió.
Ariadna escuchó las novedades de su primo y no pudo evitar soltar algunas risitas. —Todos pasamos por la etapa donde no sabemos cómo seguir o qué dirección tomar sabiendo que esa elección determina el resto de nuestra vida, sólo dile de mi parte que no se apresure, es lo mejor.
Ariadna T. Tremblay
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Bajo la mirada con una sonrisa en mis labios cuando veo que no soy el único que coincide con la opinión que tengo acerca de mi elfina doméstica. - Si no fuera por el tiempo que lleva en nuestra familia me hubiera planteado seriamente el dejarla en libertad, le hemos cogido cariño después de todo. - Supongo que es por su característico sentido del humor, y porque en ocasiones puede acertar en la cocción de la tarta de manzana, no siempre, pero la intención es lo que cuenta. Entonces es cuando me ofrece algo que me cuesta distinguir entre que lo saca de su diminuto bolso. - Vaya, gracias, no suena mal, me fiaré de tu palabra. - Digo guardándome el imán en el bolsillo de mi pantalón. Tampoco hace falta que la comida sea gloriosa para llevarmela a la boca tras un largo día en el hospital, de manera que esto podría servirnos.

Sé que es difícil hacer una separación entre el trabajo y la vida personal, más en nuestra profesión donde cada día se ven cosas horribles y es inevitable no tomárselas a pecho, pues al final son las vidas de las personas las que están en juego. - No creo que a nadie se le de bien, pero sigue mi consejo cuando te digo que trates de no interponer tus sentimientos o acabarás haciéndote daño, y no quiero que eso pase. - Mi brazo rodea sus hombros hasta que mi mano alcanza su brazo contrario y lo acaricio a modo de consuelo. No quisiera ver a mi ahijada sufriendo de esa manera por cosas que a menudo son inevitables. - Lo sé, y desgraciadamente va a haber más ocasiones en las que te acuerdes de los fracasos antes que lo que sí merece la pena recordar, por eso debemos esforzarnos en ver la realidad desde un punto crítico. - Después de todo no somos dioses, hacemos todo lo que podemos para salvar las vidas de aquellos que están al borde de la muerte. - En ocasiones nuestro trabajo no es suficiente y debemos aprender a aceptarlo. - Musito con un deje de resignación.

- Por supuesto, me aseguraré de que Ninkey tenga una cama preparada. - Añado sonriente, aunque mi sonrisa se intercambia por una mueca cuando escucho lo del trago responsable, moviendo las cejas hacia arriba y hacia abajo en duda de si sería el primero. Conozco a mi hijo lo suficiente y sé que es un chico responsable, pero también sé que le gusta pasárselo bien de vez en cuando. Me fijo en la mujer que aparece a nuestro lado con un carrito de bebidas cuando Ariadna advierte su presencia, a lo que respondo con un movimiento afirmativo de mi cabeza para después acercarnos a ella. - Pide lo que quieras, corre de mi cuenta. - Lo cual tampoco es mucho si tenemos en cuenta que se trata de una simple vendedora ambulante. Por mi parte le pido un café en un vaso con hielos para que por lo menos esté fresco y cuando Ariadna toma lo suyo le tiendo a la mujer unas monedas. - Cualquier cosa que decida tendrá mi apoyo, siempre ha sido un chico muy dedicado con lo que le interesa, así que no tengo duda de que elegirá lo correcto, o por lo menos algo que le guste. - Eso es algo que siempre le he recordado, que en la vida hay que escoger caminos que satisfazcan para no verse envuelto en la pérdida del mismo.
Nicholas E. Helmuth
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Un pequeño pájaro, bastante colorido, juntaba ramitas para armar su nido en la cima de un árbol. Ariadna lo siguió con la mirada un par de veces, sin olvidar que su padrino le estaba dando un buen consejo que en verdad necesitaba.
El gesto afectuoso la tomó por sorpresa, no estaba acostumbrada a recibir abrazos y por esto mismo no tardó en acomodar su cabeza, sobre el hombro de la figura paterna más cercana que tenía. —Lo intentaré...¿Tú te has hecho daño al interponer los sentimientos?— Preguntó mientras su brazo rodeaba la espalda baja masculina y se mantenía allí. —Objetiva como un robot sin sentimientos.— Bromeó sin borrar la diminuta sonrisa de su rostro y soltó un ligero suspiro de sufrimiento. —Lo único que espero es que con los años todo se vuelva más llevadero. No tienes ni idea lo que me dolió ver a este niño pequeño.— Alto ahí, rubia. No digas más.

El gesto de duda no pasó desapercibido y la rubia mientras se apartaba para caminar con mayor comodidad, rió. Estaba segura de que no sería el primer trago de su primo, pero le gustaría ver a su padrino en la situación planteada: Con ella y Oliver dentro de un bar, donde probablemente ambos intentarían buscarle una pareja o dos.

Cuando el hombre estuvo de acuerdo, Ariadna se acercó al carrito y pidió un vaso de ensalada de fruta de estación, ya que se veía refrescante, recientemente hecha y dulce. —Gracias, pero no deberías, puedo pagar por mi.
Probó los primeros bocados mientras esperaban por el café de Nicholas y cuando este entregó las monedas a la señora, caminó hasta la porción de césped cuidado y con delicadeza se dejó caer hasta quedar sentada. Estiró las piernas, las cruzó ya que llevaba una falda y apoyó con cuidado la espalda en el tronco del árbol. —¿Y tienes idea de cuales son algunas de las opciones?— Levantó la mirada hacia el rostro de su padrino, al tiempo que llevaba una cucharada de ensalada a su boca.
Aunque no lo estaba demostrando con sus expresiones, en verdad estaba feliz de haber aceptado la invitación de el brujo. Salir de casa hacia un lugar que no fuera el hospital, pasar el rato con un conocido, lejos de todo, le había devuelto un poco el buen humor. Además la fruta estaba deliciosa al igual que el clima.
Ariadna T. Tremblay
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Le doy un trago al café en mis manos para después rascarme la barbilla pensativo ante su pregunta, lo que me recuerda que debo afeitarme pronto, no que la lleve larga pero me incomoda siquiera que no esté completamente ausente. - Una vez tuve un paciente joven, llevaba muy poco tiempo trabajando y era inexperto, entablé una relación bastante cercana con su madre. Como médico siempre quieres tener a los parientes en el lado bueno, pero cometí un error, le prometí que no le pasaría nada su hijo, que estaría bien. - Tomo aire para llenar mis pulmones una vez los recuerdos comienzan a aflorar en mi cabeza. Hago un gesto con mis cejas alzándolas muy rápido para dar a entender como terminó todo sin tener que mencionarlo, al mismo tiempo que bajo la mirada hacia el vaso antes de volver a posar mi mirada sobre mi sobrina. - En un trabajo así, no puedes prometer nada que sea incierto. - Al final por muy bien que esté alguien o por muy buen pronóstico que tenga, cualquier mínima cosa o fallo puede torcer el resultado esperado. Lo aprendí por las malas, pero jamás volví a cometer el mismo error.

- Bueno... un robot tampoco. Lo suficiente para que tus pacientes sepan que te preocupas por ellos, pero sin llegar a comprometerte demasiado. - Para estas situaciones es conveniente recordar el dicho de que lo mejor para guiarse en la vida no son los extremos, sino el punto medio. Claro que encontrar ese punto requiere de mucha experiencia que muchos no encuentran hasta pasados ya los cincuenta. - ¿Era un niño? No lo mencionaste. - Murmuro cauteloso ante la reacción que pueda tener, si no ha querido mencionarlo ha debido de ser por algo, puesto que los pacientes pediátricos suelen ser los que más se recuerdan por su corta edad. Es por eso que yo prefiero tratar con personas más adultas, no es que no merezcan el mismo respeto ni nada por el estilo, pero la ingenuidad y pureza de un niño es algo que no puedo contener por la misma razón que no podría soportar a mi hijo sufriendo.

Alzo las mejillas pegándole otro sorbo a mi bebida, la cual ya casi me he terminado con tan solo dos tragos. - Lo sé, pero en ocasiones me gusta encargarme de mis obligaciones como padrino e invitar a mi ahijada aunque sea una joven independiente. - Le digo a modo de broma con una pizca de orgullo. Ariadna siempre tendrá un pequeño hueco en mi corazón, pues a pesar de no compartir sangre, la quiero como si fuera una hija mía más. Me subo un poco los pantalones antes de doblar las rodillas para sentarme en el suelo, soltando un suspirito y poniendo cara dramática para darle a entender a mi sobrina que el hacerse viejo tiene sus consecuencias. - Esa pregunta es mejor que se la formules a él, porque para mí cada día me viene con una propuesta diferente. - Termino por reírme porque al final es algo por lo que todos pasamos, unos lo tienen más claro y otros tienen que tomar el camino largo y dedicar unos años más a encontrar su pasión, pero el tiempo no importa si uno termina por el buen camino. - Le gusta el quidditch, pero no creo que quiera dedicarse a ello profesionalmente, lo considera más un pasatiempo, aunque no lo juega mal. No sé cuando será su próximo partido ahora que la temporada ha terminado, pero puedo llamarte si un día te apetece ir. - Si a planes se quejaba, ya tiene a su tío para organizarle una cena con película e invitación directa al partido de su primo.
Nicholas E. Helmuth
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
La bruja prestó atención a la historia relatada por su padrino, varios de sus colegas y compañeros le habían contado una parecida, incluso sus profesores pasaron por algo similar cuando entablaron una relación más afectuosa con sus pacientes y por esto mismo el único error que no había cometido, era hacer promesas que no sabía si podría cumplir.
Asintió con la cabeza entendiendo el final que tuvo el niño y el sabor dulce de la fruta en su boca, se tornó un poco agrio. —Creo que precisamente con eso, no tendré problemas.— Comentó sujetando su vaso de ensalada con ambas manos mientras caminaba hacia el bonito espacio en el verde césped.
El día del accidente, Ariadna se había despedido de su padre con un fuerte abrazo y como estaba comiendo una paleta frutal, sin querer manchó su mejilla con pegote de mango. Él no la regañó, se rió y besó su frente, antes de dar la media vuelta y abandonar el hogar con el bolso colgando del hombro.
Allí es cuando la niña comprendió lo fácil y débil que es la vida humana, como se evapora y apaga en un abrir y cerrar de ojos...Como todo cambia en un parpadeo.

La pregunta de Nicholas le sacó una diminuta sonrisa y en respuesta sólo se encogió de hombros, al tiempo que arqueaba ligeramente las cejas. —Por lo general los niños que vienen a mi área, son por confusión y miedo de los padres. Es muy extraño que sean casos en serio, casi siempre atendemos a quienes están expuestos a las criaturas por sus trabajos, aurores, cazadores, pescadores...—Y la lista continuaba. —No creí que fuera necesario, es todo.— "Si, porque si dices la verdad, tendrás graves problemas" Respondió la vocecita dentro de su cabeza, "Él no lo entendería".

Apartó sus cabellos del rostro y movió el vaso en círculos lentos para mezclar el jugo con las frutas, luego la risa escapó de sus labios. —Agradezco eso, sin embargo debo corregir tú error, ya que aún no soy independiente por completo.— Ariadna podía dejar la casa de su madre cuando quisiera, pero ese era el problema, no quería. Ella era su única familia junto con Nicholas y Ollie, ni siquiera pudo conocer a sus abuelos, no tenía tíos, tías, primos, nada. Desde siempre fueron ella dos y no perdería eso.
Se acomodó sobre el césped, apoyando la espalda contra el tronco y sin intenciones de ser maleducada, cuando observó que su padrino intentaba agacharse tal y como ella lo había hecho, trató de imitar con su boca el sonido que hace la madera vieja, ese crujido irritante y aterrador. Claro que no le salió para nada bien y sólo terminó riendo. —Lo haré en la cena, tal vez te sorprenda y siga tus pasos.— Sonrió y apoyó su cabeza en el hombro masculino durante unos segundos.

Al volver a incorporarse para continuar comiendo su ensalada de frutas, observó a los brujos y brujas que paseaban frente a ellos. —Hace años que no piso un estadio de Quidditch, volvería sólo por los deliciosos bocadillos.— Bromeó aceptando la segunda invitación. Al parecer Nicholas se había tomado muy en serio eso de que debía abandonar un poco la casa y el trabajo, si seguían hablando, terminaría con veinte planes nuevos para agendar y no olvidar.
Ariadna T. Tremblay
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Soy el primero en reconocer que perder a un ser querido no es algo que se pueda asimilar de forma fácil, e incluso, basándome en mi propia experiencia, nunca se llega a superar del todo. Perdí a mi mujer cuando dio a luz a lo que hoy en día es lo más importante en mi vida, y pese a tomar la decisión de seguir adelante, no fue algo que pudiera hacer solo, hay días que me despierto por las mañanas sintiendo su presencia a un lado de la cama. La pérdida es algo que siempre se queda con nosotros, recordándonos lo sencillo que es salir herido. Es por eso que tengo que dirigirle una mirada sincera, apenas dibujando una sonrisa triste con mis labios en lo que dejo escapar un suspiro. Es de esa manera que sacamos lo mejor de las situaciones adversas, y en este caso es la relación que mantuvimos los Leblanc con los Helmuth pese a las dificultades.

Asiento con la cabeza, comprendiendo lo que me dice sobre los niños, yo mismo he tratado con ellos en más de una ocasión, y en más de una los hemos perdido también. – Por eso es bueno que no te guardes lo que sientes, Ari. A veces las palabras no son suficientes para hacernos sentir mejor, pero ayudan. – Porque es lo que siempre va a quedarnos, el consuelo que podemos ofrecernos entre nosotros. La familia está para eso, puede que haya momentos en los que no nos comprendamos, pero siempre estaremos ahí para ellos, en las buenas y en las malas. – Bueno, la independencia siempre llega tarde o temprano, no tengas prisa por eso. Además, puede que tu madre no pase tanto tiempo en casa, pero de seguro le agrada llegar del trabajo y tenerte allí. – No hay duda de que tienen sus cosas y sus diferencias, que en los últimos años su relación no ha sido de las mejores, pero se quieren, solo se tienen entre ellas, sin contarnos ni a mí ni a Ollie.

Bajo la mirada hacia mi café, jugando con el líquido mientras le doy un par de vueltas al interior con la mano teniendo cuidado de que no se desborde. Le doy un último sorbo a lo que queda antes de sonreír por ese gesto cariñoso al apoyar su cabeza sobre mi hombro. Me da tiempo a posar un beso fugaz sobre su cabello antes de que se reincorpore como si aún tuviera diez años. Parece mentira que se haya convertido en una mujer adulta cuando hace nada y menos solía tenerla subida a mis hombros. – Te alegrará saber entonces que los siguen haciendo, cuando empiece la temporada de nuevo te avisaré, estará bien ir con alguien más que no sean padres gritones. – Me rio. Creo que yo nunca he puesto en ridículo a Oliver como lo hacen los padres fanáticos de sus compañeros que gritan por cualquier infracción y se toman el juego demasiado en serio.
Nicholas E. Helmuth
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