The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Just a little accident ✘ Ariadna
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Esto de incluir la paternidad en mi vida diaria es un sacrificio que no sabía que iba a tener que hacer, pero bueno, aquí estoy. Sentado en una de las sillas del club de campo de la isla ministerial, observando por encima de mis lentes de sol como Meerah se termina su helado de chocolate con toda la delicadeza que jamás habría pensado que una niña de doce años podría tener. Es domingo, el sol está en lo alto y es la primera vez que tengo a mi hija pasando un fin de semana conmigo, lo que significa que a) no he salido anoche y b) la he arrastrado fuera de la casa con tal de no tener que pensar en cómo entretenerla. No se me dan bien los niños, ya lo he dicho mil veces, así que opto por los métodos básicos y clásicos que funcionan con todo el mundo: mucha comida y libertad de hacer lo que quiera, mientras no termine en problemas. Cuando el postre se ha terminado, me ofrezco a hacerle una lista de actividades que puede realizar, desde andar a caballo o ir al spa, mientras yo hago mi partida de golf. Claro está, me queda el ofrecerle que me acompañe, pero no parece muy entusiasmada con la idea de ir juntando pelotitas detrás de mí, así que acordamos el volver a juntarnos aquí en una hora. Bien, es tiempo suficiente como para relajar el cerebro y volver al ruedo.

Chequeo más de una vez por dónde es que se va cuando me pongo de pie y me dirijo al campo de golf, donde hago petición de mi saco, el cual un elfo me pasa con mucho cuidado. Ando chequeando que estén todas las pelotas cuando la cabeza rubia de Meerah vuelve a aparecer, lo que me hace sobresaltarme e irme hacia atrás — ¡No te aparezcas así! — mascullo, pero vale, porque así es como termino en medio del campo con una niña que afirma que ha decidido que todas mis sugerencias no le llaman la atención y que ha optado por que le enseñe a jugar. Y ahí se me va la hora de paz, muchas gracias.

El sol me está quemando la nuca y me mantengo con los brazos cruzados, murmurando indicaciones una y otra vez con un dejo de cansancio en la voz. Quizá debería haber sido más claro, porque cuando Meerah da un golpe algo más fuerte de lo que debería, me levanto los lentes y los apoyo en mi cabello para seguir el trayecto de la pelota, la cual se eleva tal vez demasiado alto como para ser seguro. En efecto, puedo ver como la misma se estrella contra la cabeza de alguien y creo que tanto Meerah como yo nos llevamos las manos a la boca con horror, en una expresión que delata demasiado la genética compartida. La oigo disculparse, pero ni siquiera la miro cuando sacudo la mano — Solo junta los palos y ve hacia el club. Iré en un momento — porque, sí, me echo toda la culpa de darle la oportunidad a una niña de revolear una pelota por el aire.

El terreno empinado me permite el trotar con mayor rapidez hasta que llego junto a la víctima, reconociendo a Ariadna a pocos metros. Creo que no ha sido nada grave, así que tengo que morderme el interior de la mejilla para no reírme — Algún día nos veremos y los dos estaremos enteros, señorita Tremblay — es un intento de broma que busca aligerar el ambiente y alzo las manos, estirando un poco el cuello como si, de ese modo, pudiese chequear el estado de su cabeza — Lo siento, de verdad. ¿Estás bien?
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
¡Vamos Artemisa!— Exclamó la rubia, acariciando el pelaje dorado de su yegua. En cuanto volvió a acomodarse, sujetando las riendas con fuerza y su cuerpo con las piernas clavadas dentro de los estribos a los costados del animal, chistó y relajó los brazos, llevando el torso hacia adelante.
Ya había logrado domesticar a su mascota, ahora intentaba dar saltos con obstáculos, sin derribar las barreras colocadas a lo largo y ancho del campo.
Un par de minutos después, con la respiración algo agitada, frenó y sonrió palmeando el lomo de Artemisa. De 16 vallas, únicamente 7 rodaban por el suelo. —Eres la mejor.

Luego de alimentar, cepillar y comprobar que todo estaba perfecto con el animal, se quitó los accesorios de seguridad y cambió la camisa sucia por una nueva. Las botas y el pantalón podía soportar el resto del día en el precioso club.
El sol de la mañana ya había logrado que sus brazos, cuello y rostro estuvieran levemente sonrojados, así que en el interior de los baños se aplicó un poco de crema humectante con protector solar. Si planeaba continuar cabalgando luego del almuerzo, no quería terminar el día con su madre regañándola como si aún tuviese 10 años.
La comida transcurrió con tranquilidad, sin embargo cuando la hora del postre y café llegó, la rubia no dejó de mover rítmicamente los pies dando pequeños golpes al suelo y al aire. Necesita huir.
Se disculpó con su madre y los amigos de ella, se levantó de su asiento y se alejó del salón sin voltear. Eso si que era peligroso.

Las siguientes horas transcurrieron con tranquilidad, logró evitar el spa, por lo tanto también a su progenitora y se refugió en el campo, con Artemisa y Liesel (Lady Cora lo llevó al Club luego de la última cabalgata).
Cansada de tanto ejercicio para un Domingo, sujetó al gato entre los brazos y se alejó de los establos.
No iba prestando atención, sólo tarareaba y observaba con curiosidad cada árbol, arbusto y flor. Era relajante y le gustaba ver tanto verde, luego de estar toda la semana encerrada dentro del hospital.

El golpe de un desconocido objeto en su cabeza hizo que soltara a Liesel y este asustado, gruñó bastante ofendido, corrió hasta trepar un árbol cercano y descansó en la cima de una de las ramas más gruesas.
Por su lado, Ariadna frotó su cuero cabelludo y buscó con la mirada el culpable de su dolor. No era para tanto de todos modos.
Se llevó una gran sorpresa cuando el Ministro apareció en su campo de visión. —Señor Powell, me temo que eso es imposible. Nuestros encuentros al parecer siempre será desastrosos.— Murmuró.
Cuando encontró la pelota en el suelo, frunció el ceño y por primera vez miró el rostro de Hans al hablar. —¿Esa cosita fue la que me golpeó?— Esa diminuta pelota si que le iba a sacar un chichón.
No se preocupe.— Le restó importancia al asunto y sin dejar de frotar, para evitar la posible hinchazón, levantó la mirada hacia los frondosos árboles. Donde rayos se había metido el bastardo. —De casualidad ¿No vio hacia donde saltó a mi gato?
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Desastrosos, sí, por no hablar de un poco vergonzosos si me pongo a analizar las últimas veces que intercambiamos algún tipo de interacción. Dejo caer las manos cuando me aseguro de que parece que no va a gritarme o algo parecido, siempre haciendo gala de su impasible carácter, y acabo chequeando la pelotita que levanta del suelo. Chasqueo la lengua y me hundo un poco entre mis hombros, buscando ser dueño de una inocencia que no me caracteriza en lo absoluto — Sí, fue un golpe de principiante. A veces me olvido que algunas personas creen que darle con fuerza es lo único que necesitan para dar en el blanco — me ahorro de los detalles o las bromas que podría sacar a colación. Estiro la mano para que me la devuelva, pero que busque algo a su alrededor me permite el echar una ojeada, no muy seguro de qué se supone que estamos buscando — ¿Tenías un…?

No hace falta darle demasiadas vueltas, porque el siseo que proviene de una de las ramas cercanas hace que levante la cabeza y entorne los ojos al enfocar al bicho de pelos chamuscados que nos observa desde lo alto. Estoy seguro de que mis ojos se han expandido y que mis cejas se curvaron en señal de sorpresivo desconcierto — ¿Eso es un gato? — pregunto sin poder contenerme, dejando salir la consternación — Lo siento, pero es un poco… no seas descortés, Hans … peculiar — por no decir, perturbador. Carraspeo con fuerza al regresar mi atención a ella y le regalo una breve sonrisa para pedirle permiso, tomando la pelota de sus dedos para esconderla entre los míos — Nunca me llevé bien con ellos. Nada personal, solo que siempre me hacen estornudar — una de las buenas razones por las cuales no tengo mascotas.

Tras hacerla girar entre mis dedos, meto la pelotita en los bolsillos profundos de mi pantalón y uso la mano libre para frotarme la barbilla, esa que delata que hoy en la mañana no me tomé siquiera el trabajo de afeitarme — ¿Quieres que…? — es dudoso, pero busco señalar su cabeza y disimulo el gesto pasando a meterme los dedos por el pelo para echármelo hacia atrás — No sé si… Bueno, ¿te duele? No pude ver dónde fue que te golpeó, pero es buena señal que no cayeras al suelo. He visto gente terminar con una contusión por estas cosas — un poco dramático, pero tengo que dar las gracias que los brazos de una niña no pueden haber hecho mucho daño.
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Si antes estaba preocupada en encontrar el objeto que le había golpeado y en frotar su cabeza para que no se le forme un chichón, todo queda olvidado ante las palabras del Ministro.
Ariadna levantó la cabeza y arqueó las cejas sin bajar la mano de sus cabellos. —Bueno señor Powell, creí que tenía mejor autoestima, me ha sorprendido.— Y ella también mordió el interior de su mejilla para no reír. No había tanta confianza como para hacer bromas de ese estilo y si las había hecho, estaba ebria. —Sólo espero que con practica, sus métodos de dar en el blanco mejoren.— Ya basta, busca a Liesel.

Cuando la expresión de Hans cambió, la rubia siguió el camino de su mirada y sonrió al ver a su precioso gato en la cima del árbol. Parecía un impresionante rey león, su pelaje brillaba bajo el sol y la suave brisa los movía casi danzando. Una obra de arte.
Eso se llama Liesel y si, es un gato.— Respondió fulminándolo con la mirada. Le devolvió la bendita pelota y luego de limpiarse las manos en la tela de su pantalón blanco, se acercó al árbol para comprobar la distancia que había entre la rama y el suelo. No iba a subir, ella no treparía ni siquiera borracha. —Al menos ya sé que no tendré visitas inoportunas por su parte, señor Powell...A no ser que le guste estornudar.— No tenía sentido alguno lo que acababa de decir. Cerró los ojos y negó para si misma, colocando sus brazos en forma de jarra. —Me refiero a que no moleste al gato o dejaré que pasee por sus jardines.
La amenaza no era del todo cierta, obviamente.

La bruja llamó a Gaspard y el elfo apareció a los pocos segundos junto a ella, se encargó de recuperar la mascota y se la llevó de regreso a su mansión, para que James le diera un baño.
En ese momento Ari sintió un leve mareo, pero no le dio importancia, sabía que no tenía una contusión, sólo se aseguraría de no dormirse en un par de horas..."Por las dudas".
El Ministro se acercó y ¿le estaba ofreciendo su ayuda? —Estoy bien, en serio. Buscaré un poco de hielo y por la mañana tomaré una aspirina.— Empezó a caminar de regreso al edificio central del Club, tal vez allí podrían darle algo congelado para poner sobre su cabeza.
Sé que no tengo una contusión, así que no se preocupe...Mañana tendré demasiado trabajo como para poner esa excusa si quiero faltar.— Bromeó y luego olvidó ocultar una pequeña risita. —Doy las gracias porque su golpe fue de principiante y no tan fuerte...Duele, pero no tanto.
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Se me achinan los ojos en mi intento de arquear una de mis cejas, abriendo y cerrando la boca reiteradas veces en un intento de comprender si lo que me dice es una broma o un comentario sin mala intención — No quiero sonar engreído, pero tiendo a dar en el blanco — como no sé muy bien de qué estamos hablando, prefiero dejarlo ahí. En especial porque ella se pone a defender a su bola de pelos de ojos diabólicos y yo levanto las manos hacia arriba con un rápido puchero que pretende liberarme de toda culpa — No sabía que mis visitas eran inoportunas, señorita Tremblay. Tendré cuidado de ir con un encantamiento de casco-burbuja cuando tenga que visitar a su madre por motivos laborales — o alguna que otra copa de vino o whisky. Bajo la mano con un falsamente serio asentimiento de la cabeza, dando un beso a uno de mis dedos en señal de promesa de que jamás molestaré a su gato. Como si tuviera ganas o tiempo para eso, de todos modos.

Me quedo rezagado en lo que dura todo el espectáculo de la aparición del elfo, ahorrándome el preguntarle por qué había traído al gato al club en primer lugar. Su negativa a mi oferta me lleva a encogerme vagamente de hombros, restándole importancia y me dedico a estirarme la chomba clásica de golf como si estuviese arrugada, aunque estoy seguro de haberla agarrado de la pila de ropa planchada esta mañana — Tú eres la experta. Aunque si terminas faltando al trabajo por esto, me sentiré culpable en caso de que un paciente en grave estado no pueda ser atendido. Ya sabes, cargo de conciencia — se me permite hacer comentarios idiotas, espero, si considero que la conversación seria ha pasado de largo y parece que no tengo de qué preocuparme. Al menos, ya tuve la decencia de disculparme y podemos regresar a nuestras actividades.

Con un suspiro de alivio, me giro para ir detrás de ella, pero no doy más que unos pasos cuando su comentario me hace sonreír, más para mí mismo al considerar que ella no puede verme al ir delante — El golpe no fue mío. No sé qué tanto hiero tu orgullo si te digo que vino de la mano de una niña de doce años — sé que es un poco extraño que me proclame acompañante de infantes, así que aprieto un poco el paso para estar a su altura y poder hablar en un tono normal — Aunque me puedo echar la culpa de que no fui un buen instructor. La verdad, se me da muy mal enseñar. Creo que por eso jamás me dediqué a la docencia, falta de paciencia aparte — en algún momento del inicio de mi carrera, me fue ofrecido el puesto de profesor de leyes. No está de más aclarar que lo rechacé y es un poco obvio de que no fue solamente porque me interesaba más ejercer la justicia que explicarla. Levanto la mirada para chequear a cuánto estamos de distancia del centro del club, aunque soy incapaz de ver la figura de mi hija por ninguna parte — Prometo que le diré a Meerah que sea más cuidadosa la próxima vez. No queremos que tu gato se quede sin pelo por culpa de una pelota.
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Caminar cuesta arriba es una tarea que resulta agobiante bajo el sol de la tarde, por lo tanto la rubia bajó un poco la velocidad y distancia de sus pasos, permitiendo al hombre de piernas cortas que la alcanzara. —¿Cargo de conciencia? Creía que para ser juez, abogado y demás, eso es lo segundo que pierden...Claro que por primero me refiero a la moral.— Ariadna en verdad no pensaba las cosas así, sólo estaba molestándolo un poco, ya que por primera vez en...sus últimos dos encuentros, ninguno estaba a punto de vomitar sobre el otro.    

La revelación de su atacante la detuvo en medio de la duna, con la respiración algo agitada, observó al brujo y sonrió de oreja a oreja. —¿Una niña de doce años? ¿Debo demandarlo por algo, señor Powell?— Estaba segura de que el moreno frente a ella no estaba haciendo nada malo, simplemente fue una vieja broma que todavía recordaba a la perfección. —Y mi orgullo no se hiere tan fácil, pero si...Por favor dígale a la niña que se busque un mejor instructor de golf.

Continuó la subida y no interrumpió al brujo mientras hablaba, principalmente porque se concentró en apretar el bulto que se había formado en su cabeza. Sabía que le saldría un chichón, desde niña era propensa a tener varios de esos, sumado a los moretones que se creaban al instante en su piel. —Mi caso resulta ser todo lo opuesto, si me gustaría ser profesora, pero amo mi trabajo y creo que ayudo más en la sala de cirugías que en el aula del colegio.— Bajó el brazo que acariciaba sus cabellos y guardó las manos en los bolsillos de su pantalón de jinete. La botas hasta la rodilla ya estaban ahogándola por el calor. —Me parece que jamás le dije esto a alguien, pero si no estudiaba medicina, hubiese sido profesora de Defensa contra las artes oscuras...— Mentira, si su padre no hubiese muerto en manos de una bestia,  probablemente habría sido una aburrida profesora de literatura. Ariadna no tenía ni el físico, ni el carácter necesario para impartir una materia tan importante.

Estando a pocos metros del edificio, la rubia acomodó un poco los mechones sueltos de su cabello detrás de la oreja y con el dedo indice apuntó hacia una mesa vacía. Una clara invitación para que la acompañara. —¿Puedo preguntar quién es Meerah?— Por supuesto que ya había escuchado varios rumores y es por esto mismo que esperaba una respuesta honesta del hombre frente a ella.
Al alcanzar el lugar vacío bajo la sombra de una sombrilla, tomó asiento y llamó a la joven que trabajaba sirviendo. Sólo pidió algo congelado o un poco de hielo para su cabeza y una botella de agua. —¿Desea algo señor Powell?
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No puedo contener el ruedo de ojos que los pone por un momento en blanco, acostumbrado a los constantes ataques que mi profesión tiende a recibir — Tengo mi moral, aunque no lo creas — es mi simple respuesta. Tampoco me voy a poner a debatir un tema que sé que no tendrá final, porque es domingo, porque tengo sueño, porque el calor me está quemando la cabeza y empiezo a arrepentirme de no tener conmigo ningún gorro. Solo por eso y como si fuese de ayuda, bajo nuevamente los lentes de sol para que ocupen otra vez su lugar, ocultando la mirada divertida que le lanzo — Puedes demandarme por mal instructor, pero eso es todo. Se lo diré — aunque estoy seguro de que la niña no va a dejarme pasar esto, para bien o para mal.

Soy completamente consciente del modo que tiene de apretarse la cabeza y eso hace que me muerda la lengua para contener la pregunta repetitiva y fastidiosa, decidiendo el confiar en sus palabras que aseguran que se encuentra bien. Sé que una pelota de golf no parece gran cosa, pero un mal golpe siempre puede ser un problema — ¿Defensa? — repito, un poco sorprendido porque, a decir verdad, jamás lo imaginaría — Al menos, tienes la paciencia del docente. Yo creo que no podría sopotar más de dos minutos sin decirle a algún estudiante que es un incompetente — intento que suene lo más elegante posible, cuando estoy seguro de que cualquier sabría que “incompetente” es lo más suave que podría llamar a algún inútil.

Me descoloca un poco que me señale una de las mesas exteriores, así que me obligo a detenerme y volver sobre mis pasos cuando me percato de ese detalle. La pregunta inicial me deja un extraño sabor en la boca, pero estoy ocupado en tomar asiento como para contestar de inmediato y eso da tiempo a una nueva incógnita — Almorcé hace solo un rato, gracias de todos modos. Al menos que puedas conseguirme unas vacaciones... — me acomodo en la silla y apoyo los brazos sobre la mesa, frotando las manos entre sí al analizarla con la mirada con mi mejor rostro comprensivo — Duele, ¿eh? — me aventuro, haciendo un ruidito con la lengua que intenta compadecerse de ella. No es hasta que la empleada que nos atiende se marcha, que me decido a contestarle — Es mi hija — no voy a ocultarlo; ella preguntó, así que yo contesto. Pero solo le he dicho esto a tres personas en voz alta y aún sigue sonando antinatural. Me remuevo y acomodo el cuello de mi camiseta, tratando de mostrarme calmo y casual — Es la primera vez que la traigo aquí, así que puedo apostar también que fue su primera vez jugando al golf. Puede que te la cruces en alguna que otra ocasión — al menos, tengo planeado que sus visitas se repitan. A pesar de la sombra producida por la sombrilla, me acomodo para ser capaz de atrapar su mirada — Es un asunto medio privado, tú me entiendes.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Esta vez fue ella la que rodó los ojos hasta ponerlos en blanco y sin borrar la sonrisa de su rostro, continuó caminando cuesta arriba. —Si, defensa. Tal vez si me hubiese dedicado a eso, tendría mucha más fuerza en mis bíceps.— Y el tono bromista queda al descubierto cuando sus labios pronuncian demasiado las últimas dos letras de la palabra "ps".
Al imaginarse a Hans de profesor, diciéndole a sus estudiantes de todo, menos incompetente, por supuesto que a los gritos, se le escapan un par de carcajadas, las cual logró ocultar exitosamente mordiéndose el labio inferior al tiempo que negaba con la cabeza. —Menos mal que todavía no tiene hijos.

Al tomar asiento en la mesa libre del jardín, llevó la mirada hacia el salón interior y al ver que estaba demasiado repleto de personas, supo que tomó la decisión correcta al quedarse atrás.
Sólo el hielo y la botella de agua, entonces.— Pidió a la chica con amabilidad y apoyando los codos sobre la madera, continuó frotando el chichón. Eloise la mataría por estar sentada de esa forma.
Ariadna levantó la mirada hacia el Ministro y entrecerró los ojos, no sabía si estaba bromeando o en verdad le importaba su dolor. —Un poco, si...Pero esto es nada comparado con lo que tenía un grupo de cazadores, que tuve que atender la semana pasada. Los ataques de los demonios del agua no son nada bonitos ni tan sencillos...como una pelota de golf.

La mujer se retiró con el pedido prometiendo traer las cosas lo más rápido posible y entonces llegó la revelación que en un principio si le sorprendió y no ocultó los gestos de su rostro que lo indicaban, mas a los pocos segundos, suavizó el semblante de su cara y soltó un par de carcajadas. —Sabia que los rumores no podían ser todos mentira, pero vamos señor Powell...La próxima vez que lo diga, no se remueva tanto en el lugar y dígalo con mayor orgullo.— La bruja levantó la barbilla, infló el pecho y puso la mejor de sus sonrisas, esa con la que básicamente lograba salirse de todas las situaciones donde no quería estar. —"Es mi hija, señorita Tremblay".— Trató que su voz sonara más grave, mas lo único que consiguió fue regañarse a si misma y cubrirse el rostro entre las manos.

Cuando la bendita bolsa con hielo apareció, agradeció la atención y de inmediato la llevó a su cabeza para acomodarla sobre el chichón. —Bueno, si tengo una contusión al parecer.— No, no la tenía pero era una buena escusa para lo que acababa de hacer.  
No debe ser lindo que aparezca una niña de ¿12 años? diciendo que es su hija. Y no me malinterprete, me refiero a que no debe ser agradable saber que perdió tantos años, que no estuvo para muchas de sus experiencias nuevas y travesuras.— Frunció el ceño, mientras arrugaba la nariz y se quitaba la bolsa por un par de segundos.  —Sé que no soy quien para decírselo, pero si, debería traerla más y pasar todo el rato posible para recuperar esos días en los cual no estuvo presente...

El sol era un dolor de cabeza, asi que cuando el Ministro se acomodó para murmurar el pedido final, Ariadna se estiró y tomó sus gafas, para colocarlas sobre el puente de su nariz, ocultando sus ojos. Si, su rostro era demasiado chico y le quedaban enormes. —Comenzaré a cobrar por cada secreto suyo que deba guardar, tal vez así logre a fin de año solucionar el problema de pobreza en algunos Distritos.— Y sonriendo se acomodó en el asiento, dejando el hielo sobre el golpe.
Ariadna T. Tremblay
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Ministro de Justicia
Suena fascinante — es claro por el tono de mi voz que no lo es. Quiero decir, de seguro su trabajo es interesante y poco rutinario, pero el solo imaginarme cómo deberían verse esos cazadores hace que se me crispe el rostro por un momento. Lo bueno es que nosotros no tenemos que preocuparnos por eso ahora, solo por una pelotita que quizá le deje un chichón y, por mi parte, por el modo que tiene de reírse de mí — ¿Rumores? — por un momento, me muestro confuso, en especial porque he hablado con pocas personas sobre esto. Eso sí, no tardo en recordar que Meerah se ha paseado por mi departamento, mi oficina y los ojos de Lollis siempre están puestos en las acciones de donde pueda sacar un escándalo. Es lo malo de tener una vieja chusma en uno de los cubículos más cercanos al pasillo que va camino a mi despacho. El otro día hasta vi a Josephine poniéndole sal en lugar de azúcar al café de la señora porque aparentemente también había estado desparramando nuevos chismes sobre ella.

Estoy orgulloso de ella. No tanto de tu imitación de mi voz. ¿Así sueno? — me acomodo mejor contra mi asiento, echándole una sonrisa. Apenas me fijo en como el hielo llega a ella, porque sigo hablando — Fue mi decisión acercarme a ella. Meerah no sabía de mí, yo no estaba seguro de si ella había nacido… — no voy a ponerme en detalles personales con Ariadna, pero creo que es lo suficiente como para explicar mejor la situación sin ganarme el título de padre abandónico del año. Sé que me he perdido gran parte de su vida, pero al menos lo estoy intentando — Hago lo mejor que puedo — es una declaración un poco más vulnerable de lo que hubiese creído. Nadie te enseña cómo ser un padre y me he saltado toda la clase introductoria, porque lo que tengo delante es una niña que ya tiene su pensamiento formado, su personalidad marcada y yo debo acoplarme a eso.

La resolución de la rubia me saca una carcajada que intento contener, lo que acaba haciendo que me muerda la lengua con gracia — No te estoy pidiendo que guardes ningún secreto. A decir verdad, no es algo que estoy ocultando, pero prefiero ir despacio. Ya sabes, mantenerlo con un perfil bajo. No me interesa que el ojo público se ponga en ella, a sabiendas de lo que puede llegar a ser — los chismes serían lo de menos y estoy seguro de que la vida de Meerah, medianamente normal, se tornaría en un escándalo amarillista. Cómo puede afectar o no todo esto a mi imagen, es otro tema — Pretendo que tenga una vida normal y completa a mi cuidado. No quiero que mi familia se vuelva un circo — lo he visto, tristemente de la mano de los Niniadis. Son poderosos, sí, pero lo que hacen o dejan de hacer siempre fue el punto de comidilla para los civiles. Con la muerte de Sean, ese lado posiblemente se ponga brumoso durante un tiempo.

Me inclino hacia delante, apoyando el codo en el borde de la silla y así recargando mi mentón en mi mano — Así que… ¿Dices que tienes una contusión? ¿No hay un hechizo para eso? — la verdad es que no tengo idea. La medicina jamás fue lo mío, pero tal vez un episkey debería bastar.
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Sí, así es exactamente como suenas.— La rubia dejó que el Ministro hablara y por mientras se dedicó a colocar el hielo sobre su cabeza, mas lo siguiente que dijo, hizo que Ariadna se encogiera en el asiento apoyándose en el respaldar. —No estoy juzgándolo, señor Powell y no creo que me tenga que dar explicaciones.
La bruja creció en un hogar poco convencional, no sólo era hija única, también había perdido a su padre. Aunque los recuerdos estaba allí, desde hace tanto tiempo sólo eran ella y su madre. Nadie más y quizás esa era la razón por la cual quería tener una familia enorme en el futuro.
No podía imaginarse lo doloroso y extraño que se sentiría, saber que una persona tiene un hijo de 12 años y de un día para el otro tener que involucrarlo en todos los aspectos de la vida.
Ari bajó el hielo a la mesa y luego de abrir la botella de agua, bebió unos cuantos sorbitos pausados. Refrescante y mucho mejor. —No tengo experiencia con niños, pero si sé que mientras demuestres interés, eso para ellos es suficiente.

Con las gafas de sol cubriendo los dolorosos rayos del sol, estiró las piernas por debajo de la mesa y se permitió relajar un poco. No se estaba tan mal debajo de la sombrilla. —No creo que sea la persona indicada, pero si algún día necesita ayuda y el plan a, b y c no pueden, estoy dispuesta a sacrificar un par de horas de mi muy interesante vida, para cuidar a la niña que me ha causado una contusión.— Y por supuesto que lo último fue una broma.

Una gran y sincera sonrisa se formó en el rostro de la rubia, quien giró un poco el torso buscando a la famosa "Meerah". No la culparía si había decidido que el golf era demasiado aburrido y encontró algo mucho mejor. Ella se tardó un día entero y luego supo que nunca en la vida volvería a jugarlo.
Señor Powell, creo que ya sabe cómo soy en ese sentido. Mi madre es bastante pública, pero logré mantenerme fuera de las cámaras, incluso en mi época de adolescente. No soy esa clase de persona, no iré a la prensa y menos a los cotilleos dentro del spa.— Unas pequeñas risas escaparon de su boca y cuando la seriedad regresó a su rostro, levantó la mano en señal de promesa.

Existe una perfecta teoría de que los médicos son los peores pacientes del mundo, Ariadna no sabía si eso era cierto con el resto de sus compañeros, pero en su caso, si lo era. No sólo odiaba enfermarse y ser atendida, tampoco le gustaba hacerse hechizos curativos en ella misma. Por favor, ¿Qué clase de persona se sacaría muestras de sangre? —No tengo una contusión, pero un simple hechizo bastará...¿Cómo mueve la varita en estas situaciones, señor Powell?
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No conozco tanto a Ariadna Tremblay como para asegurarme que sería una buena o mala niñera pero esa sugerencia, sea broma o no, me planta una imagen visual en la cabeza que me hace soltar una risa repentina y alta, que me obliga a sujetarme el abdomen con una mano — Si crees que puedes sobrevivir algunas horas en solitario con Meerah… — dejo caer con simpleza. No sé por qué, pero estoy seguro de que esa interacción podría ser de lo más interesante, vista desde afuera. Pero no digo que la adulta sea la que la pase bien en la ecuación.

Alzo una mano y muevo dos dedos en una señal afirmativa, porque tengo que concederle eso. No sé mucho de su vida privada y, en gran parte, estoy seguro de que se debe a que jamás se ha metido en los cotilleos de la prensa. Es obvio que Ariadna no tiene reconocimiento social por sí misma ya que la fama es debido a ser hija de una ministra y no a su trabajo en sí, pero las familias siempre terminan ligadas o resultando víctimas en un efecto rebote — Agradezco eso — me limito a contestar — No necesito a más viejas hablando de con cuántas mujeres he dormido, cuando más de la mitad son pura mentira — que conste, no soy ni un cuarto de desastre de lo que pintan. Tengo mi decoro y mis límites.

Estoy seguro de que, de estar bebiendo algo, ya estaría atragantado de la manera más infantil posible. Sí me permito reírme entre dientes con los labios apretados y empujo los lentes para que se acomoden en el puente de mi nariz, buscando ocultar mi expresión idiota — Bueno, jamás me lo habían preguntado así… — murmuro en tono empalagoso, aunque pronto me fuerzo a dejar de sonreírme a pesar del tirón en mis comisuras. Tengo que crecer en algunos aspectos, lo sé — Ya, hablando en serio. Tú eres la sanadora. Solo conozco hechizos para cortes o fracturas y son muy básicos — me vuelvo a levantar los lentes cuando me acerco un poco más, estirándome un poco sobre la mesa para poder chequear su expresión y levantar los ojos a su cabeza, como si pudiese ver el chichón sobresaliendo entre sus cabellos rubios — Si quieres, puedo buscar más hielo o acompañarte a tu casa en caso de que necesites descansar. No prometo ser un buen enfermero, pero es lo mínimo que puedo hacer — al fin de cuentas, es en parte mi culpa. Sin moverme de mi sitio, vuelvo a dejar caer los anteojos — ¿O prefieres que busque a tu madre? Puede que ella solo se ría en tu cara, pero debe haber visto un golpe o dos si ya crió a alguien — y está claro que yo experiencia en ese campo no tengo.
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Lo hizo sonar como si su hija fuera un verdadero demonio, lo cual pongo en duda, señor Powell.— Murmuró la rubia y luego recordó que la niña la había golpeado con una pelota de golf. Ahora era presa de sus palabras, deseando que el Ministro nunca le pidiera hacer de niñera estando sola.

Se quitó las gafas de sol y se las devolvió al hombre sentado frente a ella, mientras regresaba la bolsa de hielo a su cabeza. En verdad necesitaría una aspirina por la mañana.
Cerró los ojos para asentir con la mirada y luego soltó un par de carcajadas, las cual trató de controlar cubriéndose el rostro con la mano libre. —Y eso que jamás has asistido al club de lectura de los Jueves por la noche. Creo que esas señoras pasan diez minutos leyendo una buena historia publicada...y el resto de la reunión hablando de quién duerme con quién.— La rubia humedeció sus labios y no pudo borrar la sonrisa de su rostro. Había participado un par de veces del ya mencionado encuentro, mas al entender cómo funcionaban las cosas, decidió continuar leyendo en la comodidad de su sofá, sin correr peligro de conseguir otra cita a ciegas con uno de los nietos soltero. —No te has enterado por mi, pero eres el favorito. Así que si te arden las orejas esos días, ya sabes cual la causa.

El ataque de risas del señor Powell la tomó por sorpresa, no pudo ocultar sus gestos de confusión y al recordar qué había preguntado, frunció el ceño y negó con la cabeza. —Por favor, ya tiene sesenta años...¿En serio le causa risa eso?— Tal vez por ser médica ya había perdido el pudor ante ciertos comentarios, palabras o expresiones. —¿Prefiere qué le pregunte cómo sigue funcionando su pene o si consume alguna poción que lo ayude con las erecciones?— Atacó en venganza en cuanto escuchó el tono presumido del brujo sentado frente a ella. Al caer en la cuenta de que tal vez se había pasado de la raya, apresurada extendió la mano junto con la bolsa de hielo y la movió hacia los lados en señal negativa. —No quiero una respuesta, lo siento.

Las nuevas sugerencias de Hans hicieron que Ari elevara las comisuras de sus labios sin enseñar los dientes, estaba claro que todavía se sentía algo culpable por el accidente. —Soy una sanadora, pero odio hacer hechizos sobre mi. Es...— Se estremeció en el lugar y tuvo que dejar la bolsa junto a la botella de agua. No tenía palabras para explicar lo mucho que aborrecía eso.
Hielo ya tengo y aunque quiera irme a casa, dudo que usted pueda dejar aquí a su hija. Además...no quiero ganarme el odio de la pequeña, por robar parte de su tiempo con ella. Tal vez debería volver a su papel de instructor de golf.
Le regaló una pequeña y educada sonrisa, la cual desapareció ante la mención de traer a su madre.
Si antes había hablado de madurez, perdió por completo la credibilidad cuando tomó un cubito de hielo y lo arrojó hacia el rostro del Ministro de justicia. —Yo puedo buscar a su secretaria para una reunión familiar, así que mejor cállese.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es un poco deprimente, pero no me sorprende esa declaración — ¿Acaso no tienen algo más interesante que hacer que el hablar de la vida de los demás? — no es una queja hacia ella, sino a esas personas tan poco interesantes como para no encontrar chismes sobre ellos mismos. Paso de ponerme a explicar la verdadera versión de la mitad de los rumores que oigo, porque sé que no tiene sentido y tampoco se lo debo, tanto como ella no lo ha pedido. Lo que sí me descoloca es su modo de reaccionar a una simple broma, demasiado sencilla para hacerla, haciendo que mi boca se entreabra en un gesto que parece dar a entender que yo fui el accidentado con una bola de golf y no ella. Sé que no quiere una respuesta, pero soy incapaz de contenerme — Mi pene funciona bien, gracias por la pregunta. Todavía puedo prescindir de las pociones para hacerlo funcionar y no he tenido quejas al respecto — si alguien lo ha hecho, al menos no fue en mi cara y es algo totalmente válido. No me creo el amante del siglo, pero aún así… — Lo que creo que no funciona del todo bien es su sentido del humor, señorita Tremblay. Creí que en los veintis era más sencillo aceptar las bromas que vienen sin mala intención.

No comprendo lo que quiere decir porque no sé la diferencia entre hacer hechizos sobre los demás o uno mismo, pero tampoco se lo voy a discutir porque no soy experto en el área — ¿Qué va a sucederle en la isla más segura de toda la nación? No es un bebé, podrá comprender si necesitas ayuda y es perfectamente capaz de encontrar mi casa por su cuenta — tampoco es muy difícil ubicarse en la isla y siempre están los elfos para enviar mensajes. Mis ganas de ser considerado frente al incidente que ayudé a provocar se van al caño por un hielito que me da en la nariz y una amenaza que no entiendo de dónde nace, pero que hace que una sonrisa fría se extienda por mi cara, abusando de mi postura en la mesa para echarle una mirada que pretende ser sobradora en una rápida pasada por su rostro — Solo estaba ofreciendo mi ayuda y pensé que su madre podría tener una mejor solución para esto. No hace falta que llame a Josephine. Si quiero invitarla, tengo su número y si ella quiere verme, ella sabe muy bien dónde queda mi casa y, mejor aún, mi cama — tomo algo de aire y lo largo lentamente — Cuando ofrezco respeto, solo espero recibir lo mismo, señorita Tremblay. Espero de verdad que no vuelva a hablarme de ese modo o tendré que considerar que una de las personas que más respeto no es una buena educadora dentro de su propio hogar, valga la ironía.

Con un aire agotado, me reacomodo en el asiento, me seco el agua del hielo en mi cara y me quito los lentes para limpiarlos con el borde de la camiseta — Si estás ofendida conmigo por no haberte cumplido los caprichos en la fiesta de hace semanas, solo dilo. Pero no estoy acostumbrado a que me manden a callar y prefiero hacerlo cuando a mí se me da la gana — y si se ha olvidado de todo lo que me ha dicho, no tengo problema en recordárselo.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Ariadna guardó silencio durante unos segundos, con la mirada algo pensativa. —Supongo que no, debe ser una vida muy aburrida como para pasar los días hablando de los demás. Lo bueno es que no todos escuchan los rumores y quienes si lo hacen, son muy poco inteligentes.
La rubia muy pocas veces intentaba bromear y al escuchar al Ministro de justicia, anotó mentalmente no volver a probar su lado cómico oculto. Era mejor que permaneciera allí, sin ser descubierto.
Apoyó el codo derecho en el apoya brazos, sujetando su frente y puente de la nariz, estaba muy avergonzada por obtener esa información cuando en verdad no quería.
Señor Powell, me disculpo por mi...eso. Mi sentido del humor es bastante extraño y para ser honesta no soy muy buena haciendo bromas.— Se sentó con la espalda erguida y juntó las manos acomodándolas sobre las rodillas.

La respuesta ante la preocupación de dejar a su niña sola en el club, bastó para que la rubia accediera mentalmente a aceptar la compañía del brujo, durante su caminata hasta la casa.
Dejó la bolsa de hielo sobre la mesa y cuando abrió la boca para volver a hablar, Hans se adelantó y le otorgó un largo discurso que le hizo abrir los ojos como platos. No paró siquiera para respirar y el bochorno que sintió Ariadna en ese momento, fue enorme, tanto que sus mejillas se ruborizaron y deseó enterrarse bajo el hoyo número seis.
¿Era un buen momento para fingir demencia o tal vez un desmayo causado por el golpe anteriormente recibido?

Iba a disculparse por segunda vez consecutiva, cuando el Ministro habló de su madre y su forma de educarla. No tenía ni idea.
Permitió que siguiera opinando y criticando, y cruzada de brazos, lo observó arqueando una de sus cejas. —Primero y principal, no vuelva a poner en dudas el trabajo de mi madre, ella es muy capaz y eficiente, una de las mejores ministros en la actualidad y estoy segura de que en el futuro, nadie podrá cubrir su puesto.— Respondió sin elevar el tono, siempre manteniendo la tranquilidad, lo único que no deseaba en esos momentos era causar una escena. —Segundo, creí que su sentido del humor era mejor que el mío, porque todo lo que he dicho ha sido eso, un simple chiste y lamento mucho si no supe expresarlo bien.

En ningún momento apartó la mirada del rostro del hombre, si se detuvo para tomar un poco de aire y luego continuó. —No estoy ofendida con usted, le repito, intentaba bromear. No es de mi incumbencia el estado de su pene, ni lo que hace con su secretaria y tampoco me interesa que cumpla o no lo que usted llama caprichos.— Esta vez si apartó la mirada, cualquier objeto era más llamativo que el rostro de Hans. —En serio lo siento, no fue mi intención faltarle el respeto o callarlo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Al menos se disculpa, pero lo que dice sobre su madre me hace mirarla como si no pudiese entender cómo no ha captado que no estaba hablando precisamente mal de su madre — Eloise es alguien a quien siempre he admirado. Solo que no pensé que tendría una hija que le anda revoleando hielos por la cara a personas que apenas y conoce. La próxima vez… bueno, aclare sus chistes o piense dos veces antes de abrir la boca. Tienes una muy bonita, señorita Tremblay, pero te aconsejo que aprendas a medir lo que sale de ella — que lo tome con toda la amabilidad y parsimonia de la que soy capaz, en especial porque aún siendo una gota helada resbalando por el costado de mi nariz.

La aclaración de todo aquello que no debería importarle me hace más gracia que otra cosa. Levanto una mano para sacudirla en un intento de restarle importancia y muevo un poco los labios de un lado al otro, provocando que mi nariz se mueva como la de un conejo pachorro — Ya, olvídalo. Solo tómalo como una lección de dónde usar filtros y cómo. Ahora estamos en un club, la vez pasada solo era una fiesta, pero hay que evitar que esas cosas se escapen si alguna vez nos encontramos en un área un poco más formal — no sé muy bien por qué, pero mi cuello se estira en busca de la imagen de Eloise, como si de esa manera pudiese chequear que está viendo o escuchando esta conversación un poco inverosímil. No porque sea extraña, sino porque no comprendo cómo es que he terminado planteando límites con mi persona con su hija de veinticinco años — No somos amigos para poseer esa confianza, señorita Tremblay. Te tengo cariño y respeto a tu persona, es todo. ¿O no nos conocemos desde que eras una niña? — y yo un adolescente algo callado, pero no me iré a esos detalles.

Sin ir más lejos, me pongo de pie, acomodo los lentes al engancharlos en el cuello de mi chomba y le tiendo una mano que pretende ser amable para ayudarla a ponerse de pie — Ahora, con toda la buena predisposición y educación, te llevaré a tu casa. No quiero que te desmayes a mitad del camino o que alguien te lance un hielo por la cabeza — extiendo mis ojos en una exagerada expresión de horror, que culmina con una vaga sonrisa. Si los puntos están aclarados, podemos tomar las disculpas y seguir con nuestras vidas.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Durante toda su vida había sido una niña muy callada y educada, le costaba expresar su opinión y la timidez le jugaba malas pasadas. Su misión imposible era ganar una discusión con su madre, sin terminar con un enorme nudo en la garganta. Ariadna quería ser escuchada.
Y ahora estaba allí, sentada en medio del club, recibiendo una lección por parte de un hombre que no era nadie en su vida. Ni siquiera su padre había alcanzado a decirle esas cosas, y la rubia estaba segura de que "medir lo que sale de su boca" es algo que él jamás le hubiese pedido. —Entendido.— Murmuró al final, sólo para no continuar con la misma conversación.

De nuevo el hombre mencionaba lo ocurrido en la fiesta donde Ari perdió el control con la bebida, ella no recordaba nada, sólo pequeñas partes borrosas y una mañana de resaca terrible. Tenía miedo de preguntar a qué se refería así que no lo hizo. —No se preocupe, señor Powell, no necesito que me siga repitiendo el cómo debo comportarme. No soy una niña.
La bruja sujetó la botella de agua y bebió los últimos sorbos hasta vaciarla, luego se acomodó el pelo para quitarse mechones de la cara y frunció los labios para contener la pequeña sonrisa. —No tengo memorias sobre usted en mi niñez, señor Ministro.— Y era cierto, Ariadna no solía prestar atención ni siquiera en las galas o actos, menos dentro de su casa. Si recordaba a un flacucho mayor que no hablaba, pero eso era todo.

Alzó la mirada cuando el hombre se puso de pie y con una pequeña sonrisa ladeada, tomó la mano para levantarse de su asiento. —Y yo con toda la buena predisposión acepto la oferta, muchas gracias señor Powell por ser tan gentil.— Dejó la bolsa con hielo sobre la mesa y abrazándose a si misma, empezó a caminar hacia la salida del club, soltando una pequeña risita ante el gesto que realiza con sus ojos.
No estaban lejos de su casa, pero no tenía las fuerzas necesarias para hacer uso de la aparición.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Menos mal, el acné era espantoso. Y no sé por qué usaba el pelo como los demás, si eso hacía que mis dientes se vieran más grandes de lo normal — no tengo problema en bromear sobre mi yo adolescente, en especial porque sé muy bien que el pasado ha quedado enterrado, con mis errores y aciertos — Yo sí me acuerdo de ti, porque fuiste a buscar a tu madre a la escuela en un par de ocasiones. Aunque solo me acuerdo con exactitud de la vez que llevaste dos coletas y tu madre te presentó a la clase — luego habían salido al pasillo y no tengo idea de qué sucedió, fue hace demasiado tiempo como para recordarlo. Luego de eso, no le di mucha importancia e incluso pasé años sin saber de ella, hasta que empecé a relacionarme con su madre en un ámbito más laboral y las galas se hicieron presentes en nuestras vidas. Me guste admitirlo o no, la alta sociedad es un círculo cerrado y muy celoso de los suyos.

Dejo caer su mano y escondo la propia en el bolsillo, haciendo uso del brazo que me queda libre para hacerle un gesto que la invita a caminar primero así puedo seguirla — Tengo mis días — busco quitarle la poca seriedad al asunto y lanzo una mirada sobre mi hombro al interior del club, pero no hay ni rastro de Meerah. Si voy y vuelvo rápido, puedo decir que he cumplido con mi palabra y, además, mi hija no tendrá que esperar demasiado. Es bueno saber que parece que todo le ha quedado claro y que podemos saltearnos los momentos incómodos, en especial cuando nos alejamos de cualquier mirada curiosa que pudiera malinterpretar que nos marchemos juntos a media tarde. Quizá es una isla exclusiva, pero los invitados de sus habitantes nunca faltan los fines de semana y ya he tenido malas experiencias al respecto.

El bien cuidado camino pronto se aparece bajo nuestros pies, pero al chequear la distancia con la mirada, me volteo hacia mi acompañante — ¿Te molesta si nos aparezco frente a tu casa? Quizá te duela la cabeza, pero hará todo esto mucho más rápido y no creo que deberías moverte demasiado luego de un golpe fuerte — no sé qué tanto se le ha inflamado, pero tampoco voy a arriesgarme. Claro, hablando siempre desde la ignorancia. Con mis manos, amago a tomarla en un gesto que pide el permiso para hacerlo y, en cuanto me aferro a sus dedos, la sacudida no tarda en aparecer. Nuestros pies se tambalean en la entrada de su mansión, dejándonos al resguardo del sol. Me suelto con rapidez y doy dos pasos hacia atrás, desviando los ojos hacia la doble puerta que tenemos delante y que nos separa de su vestíbulo — ¿Te ayudo con tu chichón o seguirás sola desde aquí? — pregunto, no muy seguro de si el hielo ha hecho o no, efecto — No quiero tener que darle explicaciones a Eloise si te encuentra en un estado deplorable.
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Ariadna T. Tremblay
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Al hacer un poco de memoria para acordarse del día de aquella anécdota, Ariadna empezó a reír en silencio, sin dejar de caminar hacia la salida del club. —No me hagas recordar eso, fue tan vergonzoso.— Si, su madre la había expuesto frente a un salón lleno de chicos y chicas mucho más grandes que ella ¿Lo peor? Allí estaba su amor imposible, el estudiante que traía locas a todas las niñas del colegio, incluso a las más jóvenes. Enamoramientos infantiles. —Lo divertido es que buscaba a mi madre porque había olvidado la mochila en casa. Hice un escándalo porque según yo, una niña que me odiaba, la había ocultado y no me la quería devolver.— Trató de buscar el rostro del señor Powell entre las memorias de ese día, pero no, no lo recordaba.

Ante el gesto de invitación del ministro, avanzó primero con los brazos aún rodeando su propio cuerpo y en cuanto notó a un grupo de señoras mayores cambiando de sala, aumentó aún más la velocidad de sus pasos. Realmente no quería ver a su madre mientras tenía dolor de cabeza.

Cuando el mármol del interior del club se transforma en césped recién cortado, la voz de Hans la detiene y aunque la idea de usar la aparición ya la había descartado, supuso que sería más rápido y eficiente, como quitar la bandita de un tirón.
Tomó aire llenando sus pulmones y aceptó la idea.

Sus dedos se entrelazaron con los de él y cerró los ojos esperando la familiar veloz sacudida.
Aunque ella no hizo mucho, al abrir sus parpados frente a su hogar, se sintió terrible. No sólo mareada, también descompuesta, iba a devolver todo el almuerzo en el precioso jardín.
De nuevo respiró profundo, intentando recuperar la estabilidad y el control de su cuerpo. —Creo que puedo sola desde aquí, muchas gracias señor Powell.— Murmuró sonriendo falsamente, con el rostro demasiado pálido, pero al menos había logrado dar un par de pasos hasta sujetarse de las columnas del vestíbulo. En cuanto él se fuera, llamaría a James. —No se preocupe, de nuevo muchas...— Y la voz femenina se detuvo, cuando la imagen de su vecino y jardin empezó a distorsionarse, tornándose borrosa.
Sus pensamientos médicos fueron inmediatos, sabía que se le había bajado la presión, así que intentó sujetarse a cualquier cosa antes de que las piernas cedieran ante su propio peso. No se desmayó, pero si perdió el sentido de la conciencia durante unos segundos.
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Bien, ella afirma que puede sola, eso significa que mi trabajo está listo y puedo regresar al club a seguir con mi domingo familiar. No fue tan terrible, para variar. Estoy listo para una despedida y mi retirada cuando su voz se interrumpe y mi alarma se enciende — ¿Estás bien? — es una pregunta un poco sin sentido, porque puedo ver como el poco color se le escapa de la cara como si se tratase de un soplo de viento. Su cuerpo se balancea y, aunque en primera instancia tengo el impulso de echarme hacia atrás, me doy cuenta de que eso terminaría con ella de boca en el suelo y ninguno por aquí quiere ver eso. Consigo atajarla con los brazos y me ayudo con mi torso para no irnos los dos al piso, aunque tengo que flexionar un poco las piernas por culpa del largo de su cuerpo — Menos mal que pesas menos que un fideo, Ariadna — no sé si es un reproche o no, porque mi voz suena entrecortada por mi postura.

Me las arreglo para sostenerla con un brazo y así tener la libertad que me permite tocar el timbre, porque sé que debe tener las llaves en los bolsillos y no pienso manosearla para encontrarlas. Al final, la elfina de la casa hace su aparición con bastante rapidez y puedo ver como sus ojos se asemejan a dos pelotas de tenis cuando caen en la figura de su ama. Comprende de inmediato lo que quiero hacer porque no se interpone en mi camino, ese que hago arrastrando el cuerpo de la rubia hasta la sala donde una vez ella supo atenderme en un estado penoso. La ironía del karma, supongo. La dejo caer con algo de brusquedad sobre los almohadones al sentir la libertad de mis brazos y ordeno a la elfina que traiga algo con azúcar para beber, mientras bordeo el sillón y tomo los talones de sus largas piernas para levantarlas hacia arriba, evidenciando lo largo de sus extremidades. No, no soy un experto, pero conozco los bajones de presión y sé que esto debería ayudar.

No es hasta que creo que puede oírme con normalidad, que separo un poco sus piernas para poder verla desde mi postura, tratando de no reírme ante lo ridículo de la situación — Me habría hecho el trabajo más simple si te hubieras conformado con medir un metro setenta — es un falso reclamo, ese que me permito hacer mientras vuelvo a bajar sus piernas con mayor cuidado — ¿Te sientes mejor?
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La poca fuerza de sus brazos no lograron sostener el resto del cuerpo cuando las piernas cedieron, y aunque al momento pensó que terminaría estrellada sobre el suelo, el Ministro se adelantó y la sujetó con algo de dificultad, no por su peso si no por la altura.
Quiso responder, pero no podía mantenerse en pie, le costaba dejar los ojos abiertos y aunque intentó sujetarse de Hans para no ser una carga muerta, también falló en eso.

Pudo ver a Lady Cora abrir la puerta y luego flotó hasta el sofá del salón más grandes, donde se dejó caer en los cómodos almohadones de vellón.
Las voces que escuchó no tenían sentido y parecía que hablaban a lo lejos, así que utilizó los brazos para cubrir su rostro y se relajó para que el mareo se le pasara pronto.

Al apartar las manos, lo primero que notó fue a Hans oculto detrás de sus piernas levantadas. En otro momento la risa se habría escapado de su boca verdaderamente fuerte, pero se sentía terrible. —Usted es quien necesita un par de centímetros más.— Y sonrió un poco, para que entendiera que sólo era una broma. Sabía que su altura era un problema en muchas situaciones y de niña era la principal razón del bullying que recibió por parte de sus compañeras.
La elfina apareció preocupada y se paró junto a la rubia, demasiado cerca, sujetando entre sus pequeñas manos el vaso con jugo. —Estaré bien, creo. Sólo fue la presión.— Informó, mientras sentía que el ministro dejaba caer sus piernas con mayor cuidado. Ante esas acciones, Ariadna comprendió que él también sabía cual había sido la razón de su desmayo parcial. —Papá solía molestarme, pidiéndome que le avisara cuando comenzaría a llover. Ya que lo sentiría antes.— Comentó con una diminuta mueca que intentaba ser sonrisa.

Trató de sentarse, pero al final se conformó con levantar la cabeza para beber un par de sorbos del jugo y posteriormente devolverlo a Lady Cora, quien más tranquila desapareció detrás de las puertas de la cocina. Seguro que estaría llamando a Gaspard, James o su madre. —En verdad nuestros encuentros son terribles. Gracias por no dejarme caer al suelo, señor Powell. Le debo una.— Murmuró en voz baja, colocando su brazo extendido sobre los ojos, estaba segura de que no se movería del sillón dentro de los próximos minutos.
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