The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Solo ha pasado una semana. Una semana desde el anuncio que sacudió al país y que me dejó con una pila de tareas y confusiones que debo solucionar, a pesar de que las horas de los días parecen no ser suficientes. Desde el funeral de Sean Niniadis, tengo la sensación de que la rutina se esfuerza en volver a comenzar y que no logra hacerlo del todo. El Ministerio se encuentra agitado y he interrumpido a varios de mis empleados en medio de sesiones de murmullos en los pasillos, esos que apagan en cuanto me ven aparecer. Sé muy bien lo que hablan, de todas formas. Se preguntan si ahora podremos estar tranquilos, si es verdad que la amenaza fue erradicada o es solo un montón de prensa para hacer sentir seguros a los ciudadanos e intimidados a los rebeldes. Algunos, temen la posibilidad de una guerra, otros aseguran que esa opción ya es imposible. No me meto en los chismes, la verdad. Jamás me han gustado.

Por sobre todas las cosas, hay un asunto que tengo que solucionar y que ha quedado en stand by las últimas semanas, mejor dicho, desde el día que Benedict Franco fue capturado. No es un tema que se puede tomar a la ligera y, muchos menos, derivarle a alguien que esté por debajo de mí. Ni siquiera opto por llevarlo al Wizengamot. Esto será una reunión privada, de bajo perfil, entre Arianne Brawn y yo. Los temas privados de la familia Niniadis son algo que se prefiere que no se difundan y lo que ha hecho esta mujer tiene una importancia a nivel nacional un poquito más grave que el resto de los casos que trabajamos en el tribunal. Y ella conoce las leyes, obvio. Aún recuerdo sus años de prácticas como para saber que ella debe estar bien al tanto de la cantidad de problemas a los cuales se está enfrentando.

El calor del verano apenas se siente dentro de la oficina, gracias al aire acondicionado que me permite abrigarme con un saco delgado, el cual se mantiene abierto mientras me doy golpeteos en el abdomen con algunos dedos, delatando mi actitud pensativa. Tengo los ojos posados en la ventana, demasiado ido en mis propios pensamientos como para que el anuncio de mi secretaria por el comunicador tenga que regresarme a la oficina. Aprieto el botón para indicarle que haga pasar a mi invitada y solo pasan segundos hasta que la puerta de mi oficina se abre, regalándome la rubia imagen de Arianne. Le sonrío, claro está, con la amabilidad predispuesta de un jefe preocupado y me enderezo en mi asiento — Por un momento, creí que te habías olvidado de nuestra cita — le hago un gesto tranquilo para que tome asiento delante de mí, moviendo un poco la cabeza, como si de esa manera pudiese analizar su andar y adivinar lo que pasa por su mente — ¿Quieres algo de beber? Porque creo que los dos sabemos que estaremos aquí un buen rato, señorita Brawn — en especial, porque estoy seguro de que ella tiene completa conciencia de los temas que debemos tratar.
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Las cosas se estaban llevando con el cuidado y discreción que se esperaba de la misma. A fin de cuentas no era común que una situación como aquella se diera, pero la importancia no recaía en el hecho de que en el problema hubiera estado envuelto un miembro del Wizengamot sino en la persona en concreto que fue apresada. Decir que los focos se habían desviado de su figura habría sido algo demasiado dramático y falso ya que, literalmente, no hubo foco alguno. Todo se llevó tan en silenciosamente que solo los implicados bien sabían lo que allí se había ‘cocido’.

Otros, bajo las mismas circunstancias, habrían pensado que habían tenido un golpe de suerte ya que la noticia de la destrucción del distrito catorce había copado todos los titulares, sin embargo, la rubia no pensaba lo mismo ni de lejos. Su mente no estaba demasiado preocupada por sí misma, más bien por Benedict y Kyle, desde el mismo momento en el que leyó lo acontecido. Puede que algo más por Benedict debido a la situación. Pensando en la forma en la que le habrían sacado la ubicación, imaginando mil modos y todos poco agradables como para mantenerlos más de unos segundos en su cabeza; habría sido sencillo conseguirlo con Veritaserum, pero dudaba que hubieran hecho las cosas tan sencillas, no si se tenía en cuenta de quien se trataba.

Visitar al Ministro de Justicia era uno de aquellos encuentros que habría preferido evitar por el resto de su vida, y aún más teniendo en cuenta las circunstancias en torno a las que se había derivado la misma. No tardó demasiado en llegar hasta la puerta del despacho del mismo, después de cruzar un par de palabras con su secretaria, e indicándole que ella misma podría abrirse la puerta. Decir que no había hablado con él desde su época de practicante era demasiado, pero lo cierto es que pocas eran las palabras que cruzaron el uno con el otro. Se trataba de una de aquellas personas que consiguieron desagradarla, lo cierto es que la mayor parte de la gente le resultaba indiferente, pero, simplemente, ellos dos no eran compatibles en modo alguno.

Prensó los labios, inclinando ligeramente la cabeza a modo de saludo, cerrando la puerta a sus espaldas y caminando en dirección a una de las sillas que había  al otro lado de la mesa. Respiró con tranquilidad, manteniéndose, simplemente, como ella era. No era resignación, solo conocimiento de causa. —Es mi jefe, no es algo que pueda ignorar con facilidad—. Delatando con sus propias palabras que si hubiera sido con otra motivación seguramente ella no estaría allí sentada. Negó con la cabeza. —Pensaba que todo estaba ya resuelto— comentó —Ya sabes, con la ley en la mano y esas cosas que se suelen decir— agregó dejando ir parte del aire que ocupaba sus pulmones.

Tanto la rubia como él conocían la ley; y lo suyo no era algo leve por demasiadas razones. —Aunque si estoy aquí, y no siendo investigada por uno de mis compañeros supongo que tengo ‘suerte’— trató de contener la ironía de sus palabras, sonando lo más neutral posible; a fin de cuentas estaba frente al Ministro en relación a un asunto de seriedad, por mucho que se hubieran conocido durante sus épocas estudiantiles y de prácticas, él seguía siendo él y ella… ella.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mi relación con Arianne Brawn siempre ha sido meramente profesional. Pude haber participado activamente en sus prácticas como estudiante y nos cruzabamos continuamente en el tribunal, especialmente cuando todavía era juez, pero jamás ha pasado más allá de eso. Esto es… ¿Cómo decirlo? Bien, sé que no le agrado. Y sé que ella sabe que yo creo que es demasiado blanda para el puesto que se supone que está ocupando. Y aquí estamos, con la prueba de que mis suposiciones sobre mis empleados jamás son erróneas. Su presunta calma me ayuda a mantener la sonrisa, aunque ésta no se refleja en ningún momento en mis ojos — Creo que es un poco más complicado de lo que usted cree. Solucionar la pila de problemas que se formó en las últimas semanas nos tomará un poco más de tiempo — quizá ella creyó que podía relajarse, pero lo último que se ha pasado por mi cabeza es que estamos de vacaciones, a pesar de las temperaturas altas del verano. Bueno, puede que haya deseado en más de una ocasión el tomarme una semana de libertad, pero tengo bien asumido que durante un tiempo eso será imposible.

Como no exige nada para beber, decido olvidarme de las cordialidades e ir directo al grano. Apoyo los codos en el escritorio y así puedo juguetear con mis pulgares, entornando mi mirada por encima de ellos — Podría decirse que tiene suerte de no haber pasado sus días en prisión desde que fue sorprendida teniendo a un enemigo público del gobierno dentro de su propiedad, señorita Brawn — mis palabras son claras y calmas, más no dejan de evidenciar dureza — Y los dos estamos muy al tanto de nuestra constitución como para saber la clase de pena que la gente como usted se merece por tal delito — la ejecución ha sido moneda corriente de los últimos años, incluso por crímenes con menor importancia nacional que este. Dejo caer los brazos y me acerco el expediente del caso, el cual reposa en uno de los rincones de mi escritorio, para abrirlo y echarle una ojeada — Hace tres semanas, Benedict Franco fue apresado en su propiedad del distrito cuatro en medio de la noche, ¿me equivoco? — la mirada que le lanzo por encima del archivo deja bien en claro que no, no lo hago — Sé de buena fuente que durante su interrogatorio, el señor Franco afirmó que se coló en su casa y que usted es completamente inocente. Ahora, si me lo permite, creo personalmente que eso es basura — los dos tenemos experiencia para saber cómo eso funciona. Las mentiras, las tretas, los cuentos que la gente dice en los momentos de urgencia, donde cada segundo para pensar en como salvar o salvarse a uno mismo cuentan.

Lanzo el expediente sobre la mesa y me cruzo de brazos, volviendo a recargarme contra mi respaldar, pero sin quitar mis ojos de su rostro de mejillas rosadas. La cara de una muñeca, esa que nadie creería que podía ser tan incompetente — Usted sabe muy bien por qué estamos hablando en mi despacho y no en el Wizengamot. No hay necesidad de poner el foco de atención en esto ahora mismo, con los tiempos frágiles que corren — mi voz se suaviza, pero mis facciones no. Intento, por todos los medios, contener un suspiro que delate mi agotamiento — Hemos perdido gente, señorita Brawn. Buenos aurores, excelentes hombres y mujeres. Incluso Sean Niniadis nos fue arrebatado. Así que, cuando me responda, quiero que piense que no tiene sentido que me mienta porque los dos sabemos que ya no queda nadie a quien proteger — el distrito catorce ahora es una pila de cenizas que se terminará perdiendo en el viento. Aflojo un poco el apriete de mis brazos y paso algo de saliva — ¿Cuál era su relación con Benedict Franco y por qué estaba en su casa esa noche?
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
En el mundo había dos tipos de personas, aquellos a los que se podía ignorar por completo aunque te molestaran, y a los que no podías ignorar por más que lo hicieras. Las relaciones eran complicadas, fueren del tipo que fueren, y por eso prefería mantenerse al margen; esquivar todo enlace que la pudiera unir a otra persona. No le había sido excesivamente complicado durante los últimos años, pero siempre acababa apareciendo aquella minúscula excepción que trastocaba absolutamente todo. Por suerte no era una persona que se asustara con facilidad, no al menos con las palabras, por lo que estaba más tranquila de lo que muchos otros hubieran estado sometidos a la misma presión y situación a la que se estaba enfrentando. ¿Acaso pensaba que no sabía a qué tipo de penas se arriesgaba con lo que hizo? La rubia lo sabía pero, aun así, hizo lo que hizo.

Permaneció en silencio, manteniendo su claro mirar fijo en él mientras parloteaba. No habría sido la primera vez que diera con sus huesos en prisión por razones más que injustas aunque, en aquella ocasión, ella era la que se había buscado que así fuera. Parpadeó un par de veces, no pudiendo evitar dejar ir todo el aire de sus pulmones, meneando la cabeza hacia ambos lados. Alguien había dado ‘el chivatazo’ diciendo que él se encontraba allí y, por tanto, estaba demasiado desubicado el hecho de considerar que se coló en su casa y, casualmente, aquel día fueron a su casa y lo apresaron. No es que fuera una basura de escusa, es que estaba cogida con pinzas se mirase por donde se mirase. Ella misma había escuchado aquel tipo de mentira en más de una ocasión, y nunca las había creído dentro de su trabajo, aunque las hubiere comprendido fuera de éste, por lo que no eran de extrañar sus palabras. Encogió los hombros, recolocando las manos sobre sus piernas y ojeando de soslayo lo que era el expediente del caso. Prensó los labios, volviendo a alzar la mirada hacia él y dejando ir un suspiro cargado de sarcasmo de entre sus labios. —Las cosas, finalmente, salieron como estaban destinadas a terminar, ¿me equivoco?— contestó calmada. No es como si mucho hubiera cambiado con el hecho de que ella lo hubiera resguardado durante aquel tiempo porque, al final, todo había acabado donde otros querían.

Mordió su lengua. —¿Está insinuando que todas esas personas murieron por mi culpa? Lo hubiera protegido o no, todo habría acabado del mismo modo. No hay diferencia en el hecho de haber sido apresado en mi casa a haberlo sido en cualquier otro lugar—. Ni siquiera tenía la menor idea de donde se encontraban sus sobrinos o su hermana, si habían muerto en aquel asalto al distrito catorce, y él hablaba de pérdidas de aurores que habían ido allí a acabar con todo aquello que se moviera en la zona. No le alegraban las pérdidas, pero tampoco podía decir que se compadeciera de ellos. —Estamos en su despacho y no en Wizengamot porque quiere solucionar las cosas de la forma más silenciosa posible— comenzó a contestar a su pregunta —, por tanto no creo que tenga verdadera relevancia qué tipo de relación, si es que existía, nos podría haber unido ni si fue casualidad que los aurores aparecieran en mi casa la misma noche que él entró— entrelazó las manos sobre sus piernas, acomodándose mejor en el sillón.

—Sólo dígame cuales son las palabras exactas que quiere que diga o lo que quiere que haga, señor ministro—. La verdad estaba sobrevalorada en su conversación. Si realmente importara ella ya estaría, como bien había dicho, encerrada en prisión desde hacía varias semanas o puede que su cabeza ya no estuviera en el mismo lugar.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Al menos, en esa parte no se equivoca. Todo siempre apuntó a que iba a acabar de esta manera, porque siempre llevamos las de ganar incluso cuando la incógnita jugaba a su favor. Pero la naturaleza es sabia, las cosas siguen su curso y el karma actúa por voluntad propia. Me sorprende el modo que tiene de ver mis palabras, me dejan un momento perplejo, analizando su semblante con una mirada escrutadora. Al final, mastico un poco la punta de mi lengua y dejo salir el aire con suma lentitud — Tiene relevancia, señorita Brawn, porque su relación con el susodicho podría ser la diferencia entre la cadena perpetua y una llana ejecución — claro está, si este fuese un caso más sencillo — No la culpo por las muertes de los aurores que cayeron bajo su servicio, pero siento que usted se está burlando de su memoria y su sacrificio con sus juegos infantiles — este es mi despacho, sí, pero algunas normas siguen estando vigentes.

Me comprende, eso lo tengo bien en claro. Apoyo las manos en el escritorio y me pongo de pie con desenvoltura, doy la vuelta al escritorio y me apoyo en éste, quedando a su lado. Es una postura mucho más confianzuda, pero a su vez, pretendo que me oiga con mucha claridad — Al menos, parece que tiene una pizca de intuición — le concedo, tratando de acomodarme un poco las ideas antes de abrir la boca. Eso me lleva a relamerme un poco, raspando mi labio con los dientes delanteros — Pues verá, Brawn. Su situación ahora mismo pende de un hilo. Con solo un chasquido de dedos, usted podría estar perdiendo la cabeza mañana por la mañana. Sin juicio, sin posibilidad de defenderse, por meras suposiciones con las cuales usted no quiere colaborar. Obviemos la siempre confiable posibilidad de traer una poción de la verdad, porque creo que usted no quiere eso… ¿No? — ninguno lo desea, no cuando tiene tantas pruebas en su contra. Me acomodo en el lugar y le sacudo un poco el hombro, quitándole una pelusa con la impunidad de tener un estatus superior al suyo en esta escala de poder — Pero, como ya dijimos, el ministerio no puede mostrarse débil ahora. Y un empleado traidor sería una pésima imagen, así que le ofrezco una alternativa. Si yo respiro en una dirección, usted va hacia allí. Si necesito que salte a un abismo, usted lo hará sin chistar. Y, sobre todas las cosas, si un rebelde se comunica con usted, sea quien sea, como sea… — me detengo un momento, alzando mis ojos en su dirección con mirada vivaz, a pesar de su frivolidad — Me lo entregará. Porque el catorce ha sido destruido, pero sé por demás que esto no ha terminado. Y usted sabe lo que le conviene tanto a su persona como a los que la rodean. ¿Está claro? — me inclino hacia ella, tomando la postura que deja mi nariz a solo centímetros de la suya — Solo quiero su total y devota fidelidad, señorita Brawn. Jamie Niniadis podría usar a una persona como usted, yo podría hacerlo, siempre y cuando usted sepa lo que le conviene.
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
No infravaloraba ningún tipo de situación, mucho menos los catalogaría como juegos infantiles. —En ese caso la información tiene relevancia para mi persona, por lo que prefiero abstenerme de corroborar o negar la relación que se nos atribuye— contestó llanamente. Podía tener repercusiones sobre ella, una cadena perpetua o una ejecución; era obvio que una tenía mayores connotaciones negativas, al menos a la larga, pero en cualquier momento podía decir lo contrario y disfrutar de la de muerte, ¿no? Entrelazó las manos sobre su regazo, dejando que su mirar siguiera todos y cada uno de los movimientos que él ejecutaba, no prestando demasiada atención a ninguno de ellos. Simplemente quería dejar claro quien estaba por encima de quién, que el hecho de estar allí y no ante un tribunal o en la cárcel ya era un privilegio que le estaba concediendo. Que ella no era nada más que una molestia con la que tenía que lidiar sin hacer demasiado ruido.

Si colaboraba la respuesta sería exactamente la misma que si no lo hacía así que, ¿por qué hacerlo? No era alguien que siguiera a pies juntillas los ideales del gobierno; era irónico porqué estaba allí entonces. No le gustaba lo que había estado haciendo durante los últimos años y aún le pesaba, sabía que no era algo que cuadrara con ella, pero el destino era caprichoso y daba demasiadas vueltas. Volvió el rostro hacia él, dejando que su ceño se frunciera ligeramente. Quizás el fuera alguien capaz de pisotear a todo aquel que se pusiera en su camino, sin importar si éste se dirigía hacia arriba o hacia abajo, pero ella no era alguien con aquella moralidad. ¿Quería que, incluso, vendiera a sus sobrinos si iban en busca de su ayuda? Ello sin tener en cuenta… que quizás ahí fuera no existiera nadie que necesitara su ayuda.

Quizás era mejor perder la cabeza. Prensó los labios, alejando la mirada hacia los papeles que reposaban sobre la mesa, centrando su atención en éstos pero, realmente, no teniéndoles interés alguno. Tragó saliva. El mero hecho de pensar que alguien pudiera hacerle algo a su madre o a Marco la ponía enferma, conseguía que su garganta se secara y sintiera el suelo temblar bajo sus pies. Desde el inicio aquella carta había estado entre la baraja de posibilidades con las que jugó, las que sabía que existían pero prefirió no tener demasiado presentes. Hasta que acababan de golpearla en la cara con la fuerza de la realidad. —No creo que ningún rebelde intentara contactar conmigo— pronunció casi en un hilo de voz, un tono que no pudo controlar a tiempo y delató el cierto ‘temor’ que le habían provocado sus palabras previas. Para el catorce, si es que alguien quedaba, posiblemente, era la persona que las había delatado al Gobierno, por lo que se trataba de una opción aislada. Y puede que debería haber sido así desde el mismo inicio.

Retrocedió ligeramente, arrastrando la silla hacia atrás, cuando se acercó demasiado a ella. —No quiere mi total y devota fidelidad, quiere que me convierta en una marioneta que usar para sus intereses y arrojar cuando convenga— citó sus palabras agregando la clara intención con las que habían sido pronunciadas. —Quiero que mi familia quede fuera de esto, no tienen que ver ni con lo que pude haber hecho ni con lo que pueda hacer—. Su cerebro trataba de trabajar a toda velocidad; intentando sacar pros y contras de ello. Ser una marioneta no era tan malo, ¿no?, aunque tenía claro que ninguna idea benevolente vendría a la mente ni de él ni de la Jamie Niniadis. Solamente tenía que evitar cualquier tipo de contacto con todos aquellos fuera del radar del Gobierno, mantener su vida como lo había sido antes de aquel día en el norte.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Pues debemos estar abiertos a las posibilidades, ¿no? — lo suelto como si estuviéramos hablando del resultado de un partido de Quidditch y no de conexiones que podrían valer la vida de su familia y ella misma. No puedo dejar ese canal abierto, no esta vez, cuando sé que el riesgo será aún mayor si fallo. Ella puede asegurarme que ningún rebelde va a contactarla, yo prefiero tener el terreno cubierto.  Me ahorro el decirle que necesitará de un abogado, aquí no existirá juicio que valga, en especial porque somos dos personas que conocen la ley de principio a fin. Si ella ha decidido “guardarse la información”, es su problema. Sé que la voy a conseguir, le guste o no. La idea me hace suspirar con pesadez. ¿Por qué las personas no hacen todo mucho más simple y agradable?

Su manera de retroceder me deleita, provoca que me sonría con cierta diversión burlesca. La acusación hace que alce un hombro como quien no quiere la cosa, aceptando su elección de palabras si busca ponerse melodramática — Si desea verlo de esa manera… — lo dejo a su criterio, personalmente creo que lo está exagerando. Me acomodo en el borde del escritorio y tiro un poco de la corbata hacia abajo como si así pudiese enderezarla, arrugando el entrecejo porque, como no, siempre viene la defensa de la familia. La comprendo, de veras; casi todo lo que he hecho, fue para asegurarme que los Powell no tuvieran la mancha que la anterior generación se ocupó de hacer crecer — No tocaré a su familia, señorita Brawn, al menos que me dé motivos para hacerlo. Tengo todo el derecho a ponerlos bajo vigilancia y reclamar un testimonio si usted está metida en comportamientos sospechosos y lo sabe muy bien — si ellos son inocentes o culpables, es algo extra. No voy a sumarme problemas si ellos resultan ser inocentes.

Un pájaro revolotea de forma escandalosa y se posa en el alféizar de la ventana, llevándose por un momento mi atención visual. Esto me deja unos segundos de silencio y ventaja dentro de mi propia cabeza antes de abrir la boca, aunque me tomo un suspiro antes de seguir hablando — Todo lo que ha dicho o cómo ha actuado, la pone bajo una obvia postura. Una que en el ministerio no aprobamos y que tendrá que corregir si desea mantener la cabeza pegada al cuerpo — suena a un consejo casi casual — Necesitará ganarse su lugar si no quiere volverse alguien desechable, un problema molesto. Así que necesito una prueba de lo mucho que desea seguir respirando — me relamo con los labios apretados, pasando la lengua por mis dientes y parte de la encía antes de chasquearla y volver los ojos a ella — ¿Sabe algo de una red terrorista en el norte, señorita Brawn? Porque si ha encontrado a uno, puede encontrar dos.
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Si pretendía que reconociera o hablara de algo de lo que no tenía a menor idea, estaba muy equivocado y ambos estaban perdiendo un muy valioso tiempo, aunque, probablemente, si lo hubiera dicho en voz alta él le habría indicado que el suyo era mucho más valioso que el de ella. Las personas que se creían superiores a los demás eran de aquel tipo, a los demás solo les tocaba soportarlos e ignorarlos en completo silencio. Alzó la mirada, observándolo con la tranquilidad que tanto la caracterizaba. Siempre pensó que no tenía nada más que perder y ello le concedía el ‘beneficio’ de ser de aquel modo, no importarle nada demasiado ni sentirse atada a nada, pero su teoría estaba desgajándose por todas partes.

Prensó los labios. Lo único que le quedaba era alejar, aún más, a los miembros de su familia para que no tuvieran nada que ver con ella; no supieran cuando entraba o salía de casa o que hacía en sus horas libres. —No existirán motivos para ello— acabó aceptando en tono bajo. Si aquello era todo lo que le preocupaba o debían concretar, ya estaba todo listo. Solamente quería salir del despacho y volver a llenar de aire limpio sus pulmones, la estaba ahogando de sobremanera y no tenía ni la menor idea de cuánto tiempo más aguantaría teniendo que soportar preguntas o advertencias mal disfrazadas de comentarios. Frotó las palmas de las manos contra sus piernas, frunciendo el ceño cuando escuchó su suspiro y se obligó a mirarlo.

Dejó ir todo el aire que quedaba en sus pulmones, hundiéndose en el sillón. Ni siquiera sabría cómo ir al distrito catorce, nunca había querido preguntar absolutamente nada para no tener aquel tipo de información a la que ahora se tenía que enfrentar. Para salir de un asunto debía de zanjar otro y, total, las cosas estaban más que claras. —No tengo ningún conocimiento sobre ninguna red terrorista— habló sin pensar demasiado en ello porque, en aquella ocasión, no tenía que hacerlo. —El hecho de que pueda existir una red de tal tipo conlleva un peligro nacional real continuó hablando, y haciendo especial hincapié en la palabra real. —, y lo hubiera comunicado inmediatamente de haberlo sabido—. Una cosa era proteger a una persona que solo quería poder seguir viviendo su vida sin ningún miedo,, sin querer dañar a los demás, otra muy diferente las asociaciones de aquel tipo que pretendían imponerse mediante la violencia. Y todos sabían hacia donde llevaba la violencia. —Nunca apoyaría tal movimiento—. No estaba del todo conforme con la situación a la que se había visto abocada una parte de la población, pero ello tampoco quería decir que apoyaría un movimiento que hiciera daño indiscriminado. —y lamento que tenga tal impresión— concluyó, con la mirada fija al frente, sin dirigirle ni una leve mirada durante las palabras que pronunció ni después de éstas.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tomo su promesa, incluso cuando ha demostrado no ser una persona de fiar. Sé cómo es la gente, sus debilidades pueden poner en juego sus propios ideales e intenciones, la familia siempre es un punto sensible y espero que en esta ocasión sea suficiente. Puedo sentir un suave tirón en mis cejas frente a su respuesta y los dedos tamborilean en mi rodilla con una increíble paciencia, guardando silencio y otorgándole la palabra. Al final, la observo como si en su rostro tuviese todas las respuestas del universo y acabo sacudiendo la cabeza, desviando la mirada como si hubiese un asunto zanjado — Ya veo — digo simplemente — Entonces, debo suponer que lo que la ha metido en este problema no es su fe en un movimiento rebelde, sino en una persona. Opciones hay pocas, señorita Brawn, las cartas que se barajan siempre acaban hablando por sí solas — es hacer una cuenta simple, puras matemáticas. Cuando pasaste tu vida en el análisis de los seres humanos y sus culpas, hay cosas que parecen estar pintadas en el aire con colores brillantes.

Me pongo de pie y acomodo mi saco, doy la vuelta al escritorio y regreso a mi asiento — De todos modos, esperaré que mantenga su palabra y que, cualquier cosa que oiga, me la informe. La estaré vigilando muy de cerca y espero que su teléfono esté preparado para recibir mis llamados en el momento en el cual la necesite. Usted sabe lo que es conveniente, señorita Brawn. Ninguno de los dos quiere que las cosas terminen mal. No tengo ningún interés en firmar más sentencias, si éstas pueden ser evitadas — me acomodo en la enorme silla y me echo un poco hacia atrás, sin despegar mis ojos de ella — Si quiere mejorar su impresión en este departamento, de verdad espero que se esfuerce por ello. Hay personas que ruegan por una segunda oportunidad y espero que no la desperdicie — por su bien, por el mío, por el de todos.

Con un resoplido que delata mi cansancio, hago una floritura con la mano y la invito a retirarse, desviando la mirada hacia la pila de papeles que reposan en una de las esquinas de mi escritorio — Eso es todo. Le informaré cuando la necesite. Ah y, por cierto… — trago un poco de saliva y apenas le lanzo un vistazo de soslayo — Lamento su pérdida, señorita Brawn — aunque los muertos sean nuestros enemigos, pero siempre he creído que una guerra es innecesaria si la gente fuese un poco más civilizada. Tomo algunos de los archivos y, sin decir ni una palabra más, giro la silla para darle completamente la espalda. Aún hay mucho que hacer y cuento con que ella ya no sea un verdadero problema.
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Dejó ir todo el aire de sus pulmones, poco más tenía que decir, y poco más iba a pronunciar por más preguntas que formulara. —Me ha metido en éste problema que alguien se coló en mi casa— corrigió. Quizás era más que obvio que aquella no era la verdad, pero, de momento, no había nada que apuntara a lo contrario por lo que no se pronunciaría en sentido opuesto por más que tratara de confundirla y en revesarla con sus palabras. Era alguien inteligente, sino fuera así no habría llegado hasta ministro, pero ella misma había usado aquel tipo de artimañas en interrogatorios de testigos como para saberlo de primera mano.

Recibió con agrado el hecho de que desapareciera de un lado, le devolviera su espacio vital y volviera a su lugar en vez de intimidarla desde la cercanía. De verdad odiaba cuando alguien estaba demasiado cerca, mucho más si no era alguien de su agrado y trataba de pisotearla con su mera presencia. Se permitió alejar la mirada unos instantes, dejando que sus claras orbes vagaran por la estancia hasta que acabaron fijos en la ventana, observando las nubes durante el escaso tiempo que duró el silencio que el volvió a romper. Regresó su atención hasta el sillón que tenía enfrente, concretamente sobre la persona que lo ocupaba, y permaneció en silencio. —Será el primero en saber cualquier tipo de información que llegue hasta mi— concedió en pocas palabras. Mejorar su impresión. Nunca le había interesado lo que los demás pudieran pensar de ella, aquello no iba a cambiar en absoluto, no necesitaba la opinión de los demás, no vivía de ello.

Aun así asintió con la cabeza, levantándose automáticamente en el mismo momento en el que la confirmación de que no había nada más a resolver y podía marcharse llegó hasta ella. Trató de esbozar una sonrisa educada y cordial a la par que inclinaba ligeramente la cabeza en señal de despedida. Pero siempre existía la puntada final; aquella que muchos disfrutaban dando. —Estaremos en contacto entonces— fue lo único que contestó antes de marcharse del lugar tan rápido como pudo. Quizás no había ido todo tal mal como pudo pensar, pero ahora tenía un dedo acusador señalándola a ella y su familia, quizás habría sido mejor perder la cabeza y dejar de ser un problema para los demás y ella misma.
Arianne L. Brawn
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