The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es estúpido, pero estoy ansioso, casi puedo decir que nervioso. Creo que nadie podría juzgarme, si consideramos dónde estoy parado ahora mismo. Hace unos dos meses que no veo a Audrey, dicho de otro modo, desde esa cena donde pude ponerle rostro y voz a mi hija. Desde ese entonces, solo hemos conversado por teléfono para pedir su permiso en cuestión de almuerzos o visitas, pero nada que tenga que ver con nosotros. Meerah es el hilo conector, nosotros dos solo somos dos extraños que en algún momento tuvieron mucho en común. He visto estas situaciones cientos de veces, pero desde el punto de vista de abogado y no como aquel que tiene que solucionar el conflicto. Acomodo un cuadro por mera inercia, buscando que se encuentre derecho y le echo un vistazo a mi sala de estar, completamente iluminada por la luz solar que reza que en cuatro días empieza el verano y empezará a hacer calor. De entre todos los lugares donde podríamos haber elegido para reunirnos, mi casa me pareció el más seguro: no habrá ojos curiosos ni oídos levantados. Solo ella, yo, nuestro pasado y los papeles sobre la mesa.

Desde que supe que Meerah existe como una persona real que camina, piensa y respira, he tenido bien en claro que deseo ser parte de ella y de su vida. Esto es un papeleo que no reforzará el lazo que estamos creando paso a paso, pero sí hará todo mucho más real. Será mi hija a pie de la ley, podré darle mi apellido si lo desea y el secreto empezará a correr con mucha mayor credibilidad en cuanto alguien revise mis datos. Pero es mi decisión y sé que es lo correcto, porque no seré el padre desastroso que temí ser en el momento en el cual creí que ella estaría mejor sin mí. Tengo que tomar aire en varias ocasiones frente al espejo del vestíbulo y, solo porque sí, me acomodo el cabello hacia atrás y tironeo de mi camiseta como si buscase estar presentable. Sé que no tengo que impresionarla, pero una parte de mí busca parecer el hombre responsable y decente que se supone que debería ser en algo como esto.

El comunicador de los guardias de seguridad de la isla ministerial suena y anuncia que la señorita Audrey Niniadis ha llegado de visita, por lo que doy mi aprobación y oigo cómo la dejan pasar. Un último vistazo a mi reflejo y avanzo hacia la puerta de entrada con desenvoltura, a sabiendas de que tengo unos minutos hasta que llame a la puerta. Así es como oigo el timbre y abro casi de inmediato, consciente de que la última vez que estuvimos a solas en una casa la situación y el escenario eran muy diferentes. Éramos mucho más jóvenes y no estábamos en el hall de una mansión, para variar — Es un gusto verte, Audrey — es un saludo genuino, tal como mi sonrisa. Me aparto para dejarla pasar y cierro la puerta detrás de ella, sabiendo que a partir de ahora estamos solos y esto recae sobre nosotros. Me giro en su dirección, frotando mis manos ansiosas entre sí y acabo haciéndole un gesto en dirección a la sala — Espero que hayas tenido un buen viaje. ¿Quieres algo de beber? ¿Tienes hambre? — un chasquido de mis dedos basta para que la elfina Poppy aparezca junto a nosotros, dispuesta a recibir órdenes. No tengo problema en que tome lo que quiera, mientras podamos resolver nuestros asuntos con eficiencia y sin navegar demasiado en aguas que de seguro ninguno de los dos quiere tocar.
Hans M. Powell
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I remember it all too well ✘ Audrey {ᶠˡᵃˢʰᵇᵃᶜᵏ} Oxzp2zI
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Una simple reunión con una ex pareja. Parezco una estúpida por estar nerviosa sobre una cosa como esa cuando nunca estuve así al realizar cosas mucho más peligrosas. Sin embargo, no podía evitar el sentir eso mientras me terminaba de vestir, aconsejada por mi hija, y también justo ahora, caminando en dirección a la casa del Ministro Hans Powell. La cara de sorpresa de los guardias al avisar que no era a la casa de los Niniadis a la que me dirigía, tampoco había ayudado a calmar mis nervios.

Mientras doy mis pasos hacia la vivienda correspondiente, recuerdo las decisiones que había tomado al aceptar ésta reunión. Debíamos arreglar la situación con Maggs ya que el hombre había decidido hacerse cargo de ella y por su bien no deberíamos pelear. Lo sabía desde la cena de meses atrás, las ganas de pelear con él, de provocarlo, aparecían con la idea de que la niña que crié pasara por experiencias similares a las mías. Bueno, por eso y por el extraño y obvio apoyo de Hans a la barbárica política de mi trastornada tía. Debía mantener eso a un lado y recordar que él es alguien como yo, que odia a su progenitor tanto como para no querer ser un padre de mierda.

Respiro un segundo frente a la puerta, procurando apaciguarme, y toco el timbre una vez que lo logro. La puerta se abre, dejándome ver al ministro y haciéndome recordar aquellos momentos en los que eramos jóvenes y solía invitarme a pasar tiempo con él. Claro que ésto se trata de una reunión más formal, pero eso no evita que lo que pasa por mi mente me dibuje una ligera pero sincera sonrisa en la cara -El gusto es mío, Hans- respondo ingresando a la estancia. Solía decir esa frase como mero protocolo, pero ésta vez realmente lo siento así, después de todo el verlo me había traído un buen recuerdo.

Recuerdo que una de las ideas para aceptar ésta reunión había sido la de analizar, poder entender a que se debería enfrentar mi hija en cuanto firmáramos los papeles. Por ese motivo procuro observar el lugar atentamente, sólo cuando sé que él no está observándome. Las casas de los ministros siempre eran muy ostentosas y ya no eran sorpresa para mí. Por lo que enseguida vuelvo la mirada hacia Hans, mientras él habla. Entonces, con el chasquido de sus dedos veo aparecer a una elfina e intento mantener el mismo humor de antes. Los elfos son unas de las criaturas más cercanas a la humana y el que los magos los usen como esclavos... atroz, me parece tan atroz como podría parecerme si fuera un humano. Pero... ¿debía sorprenderme? Si en la actualidad a los humanos los ponían como esclavos de magos por el simple hecho de no poseer magia. Mantengo la compostura, tratando de ocultar lo que pasa por mi cabeza, y niego -Por ahora, nada. Gracias- a pesar de como era cuando él me conoció, había aprendido muy bien a disimular en éstos años.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Bueno, no, no me esperaba encontrarme con que me esté sonriendo y tengo que mirarla dos veces para asegurarme que sea un gesto sincero y no una sonrisa asesina o, en su defecto, efecto de alguna droga o alcohol. No me queda otra opción que sonreír de regreso y, aunque intento que sea un gesto genuino, me siento un poco fuera de lugar al hacerlo. No sé cómo actuar ahora que estamos solos, a sabiendas de todo lo que ha ocurrido entre nosotros y que tenemos a una persona en el medio que depende de que no seamos dos completos idiotas esta tarde. Tuve mis errores en el pasado, pero no tengo intenciones de que esta jornada sea uno de ellos.

Los segundos que se tarda en darme una respuesta se me hacen eternos, pero bastan para que sacuda la mano tranquilamente en un gesto que Poppy toma automáticamente como el permiso para retirarse. Es irónico, porque aún recuerdo al Hans adolescente que invitaba a Audrey a su casa o, más bien, a la sala de estar de su abuela casi senil. Poco tiene que ver con el actual, especialmente si nos fijamos en el cambio de escenario — Bueno, eso nos deja el ir directo a los negocios — intento una nueva sonrisa amable y creo que sale un poco más creíble. Uso mi brazo para señalarle el camino a la sala, moviendo mi cabeza para secundar el gesto — Por aquí, por favor — casi se siente como una reunión de trabajo. La guío hasta que me puedo acomodar en el sofá y, como no sé si se sentirá cómoda por ello, busco poner cierta distancia entre mi postura y la suya, excusándome al ser libre de inclinarme sobre la mesa ratona donde he colocado los papeles — No es muy complicado, es un simple procedimiento que no nos tomará mucho porque no necesitamos intermediarios. Solo nosotros y los papeles — eso es lo bueno de ser yo, me ahorro en abogados y en pasos a seguir que para todo el mundo son tediosos. Me froto una ceja con los dedos antes de presionar una de mis sienes, tratando de relajarme — Tú eres la tutora legal de Meerah, por lo que tienes todo el derecho sobre ella hasta que cumpla la mayoría de edad. Pero puedes reconocerme como el padre y llegar a un común acuerdo. Ya sabes, visitas, cuotas alimentarias, mi derecho a decidir sobre ella como otro tutor — intento ir lento, en especial porque también lo uso para hacerme la idea. Con un suspiro, me atrevo a mirarla — Y, si ella lo desea, tener el derecho de llevar mi apellido — espero que sepa que no quiero obligarla. Eso debería ser decisión solamente de Meerah.

Muevo un poco los labios en una mueca y suelto los papeles para unir los dedos de mis manos, los cuales se encuentran estirados — Antes que nada, quiero dejar en claro que no pretendo quitártela. Tú fuiste su madre y su padre por doce años y no puedo competir contra eso. Podemos debatir tus condiciones, si tienes algunas — y diablos, que estoy seguro de que las tiene. Me acomodo en el asiento y me quito un mechón de los ojos, dispuesto a continuar, aunque esquivo su mirada — Sabes que solo intento hacer las cosas bien — quedó en claro la última vez que nos vimos, tanto a solas como con la niña. Cometí un error al marcharme y sé que no va a perdonarme, yo tampoco lo haría. Pero no necesito su perdón, solo su firma.
Hans M. Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Ir justo a los "negocios" es justo lo que necesito, como el no alargar demasiado una reunión que sólo se necesita para arreglar los asuntos con "nuestra" hija. Sí, aún después de todo, sigue pareciéndome raro el decir nuestra, cuando sólo yo fui quien cuidó de ella durante tantos años. Pero no era tiempo de discutir sobre aquello, así que lo sigo sin hacer ningún comentario.

Tomo asiento en el lugar que me indica. Admito para mis adentros que toda aquella situación es incómoda y cuando analizo su comportamiento también puedo descubrir que Hans se siente igual. Aquello me ayuda a relajarme aún más y, sin perder mi típica postura educada, procuro distenderme un poco de todo. Era una reunión, sí, tenía que verla como trabajo, pero ¿quien dice que no actúo como si lo fuera? Después de todo, había engañado a varios estirados con la sola idea de mostrarme confiada a pesar de no estarlo -Mejor así, discutir durante horas para llegar a un mismo resultado que al principio me parece una pérdida de tiempo- me atreví a mentir descaradamente de manera totalmente natural. Mi objetivo era que el padre de mi hija se diera cuenta cuanto había cambiado en realidad y, el admitir que seguía siendo la misma persona temperamental que disfrutaba de una buena discusión siempre que resultara en aprendizaje, era justamente lo que contrario.

Asiento con la cabeza y escucho lo que tiene para decir. Escudriño atentamente sus acciones, notando con rapidez que probablemente le cueste un poco hacerse a la idea de que a partir de hoy, que al retirarme de su cara, será el padre de una niña oficialmente. Alzo una ceja, a propósito, para denotar ligera sorpresa que realmente no siento -¿Acaso dudas de poder cuidar de una niña?- intento divertirme con lo que sucede, hacerlo sufrir un poco, ponerlo más nervioso de lo que debe estar. Todo cada una de mis bromas como una pequeña venganza por todo lo que había pasado por su culpa -Los años de despertarse a las 3 de la mañana y cambiar pañales ya pasaron- digo, manteniendo el tono de voz sereno, ese que quizás Hans interprete como enojo, pero mi único objetivo es bromear con él.

Sin pensarlo más, me inclino hacia la mesa y recojo los papeles que se suponía debían firmarse, echándoles un rápido vistazo mientras escucho la voz del ministro - Si quisiera que mi hija nunca se enterara de la verdad, nunca sabría que "Hans Powell" es su padre- comento, enfatizando un poco en el nombre. Muevo las hojas rápidamente, en el tiempo que a cualquiera le llevaría contar cuantas eran y continúo hablando- Sabes que pude haberle creado un padre falso- vuelvo a dejar los papeles y lo observo atentamente. Inventar una historia y usar mis poderes especiales para que nunca supiera la verdad podría haber sido de lo más simple para alguien que no olvida nada de lo que dice y que es metamorfomago, así que... podría haberlo conseguido sin problemas.

- Lo sé, por eso estoy aquí. Pero intentarlo no es suficiente, también los que lo intentan pueden cagarla en grande- eso lo se de antemano y si el hombre recordara también mis confesiones de adolescente, probablemente supiera que alguien que "intentara" como lo había hecho Sean, también podría arruinarlo todo. -Condiciones...- ahora soy yo la que me acomodo en el asiento, cruzo las piernas y pongo mis manos entrelazadas sobre las rodillas mientras pienso. Pero mientras mi mente recorre muchas ideas, ninguna me parece correcta. Sólo una cosa resalta entre todos los pensamientos - Hay algo - mis ojos se posan exactamente en su rostro, esperando a revisar su expresión- Sean correctas o no, siempre dejo que Maggs forme sus propias ideas sobre las cosas. Nunca le impongo mi opinión, siempre le cuento hechos al cien por ciento, datos puros y que ella pueda pensar lo que ella quiera basado en los dos lados de la historia. No me gusta restringir sus propios pensamientos y espero que tú hagas igual.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mis ojos se alzan en su dirección con una ceja arqueada y prenso mis labios, apenas asomando la lengua al relamerlos — Nadie viene con un libro de instrucciones y estoy haciendo mi esfuerzo por conocerla sin errar en el proceso — intento sonar lo más calmo y educado que puedo, incluso le regalo una sonrisa pequeña que no tarda en desaparecer. En parte agradezco no haber estado ahí para cambiar los pañales, estoy seguro de que habría sido un enorme y catastrófico desastre. A lo siguiente me quedo callado, jamás mencioné que ella deseara mantenerme oculto, si lo hizo todo este tiempo es algo que no voy a cuestionar porque no me he ganado ese derecho tras mi modo de actuar — Agradezco que no lo hicieras, pero no te estaba acusando de ello — me aclaro, alzando mis manos por un momento antes de volver a estrecharlas — Pero creo que ella debe tener la última palabra sobre qué apellido llevar. Será su nombre, no el nuestro.

Lo que siento en la boca del estómago no es agradable, pero intento por todos los medios no demostrar ninguna expresión a pesar de mantener los ojos puestos en ella. Sé que puedo cagarla de la noche a la mañana, estoy caminando a ciegas intentando ser el padre de una niña que ya tiene pensamientos y crianzas inculcadas desde hace años. Me limito a guardar silencio y esperar a que hable, aunque me toma por sorpresa su única condición, lo suficiente como para extender mis ojos — ¿Lo dices por mi profesión? — no puedo evitar preguntarlo, puesto que muchos tienen ideas demasiado formadas con respecto al camino que he elegido en mi vida. Es extraño, considerando que ella salía conmigo cuando decidí estudiar leyes en el Royal e iniciar mi carrera — Al contrario de la creencia popular, no fuerzo a los demás a pensar como yo. Sé que Meerah es inteligente y no pretendo cambiar nada de ella. Hiciste un buen trabajo estos años — me encojo de hombros porque es una realidad, no una boba oportunidad de elogiarla, cuando no lo necesito. Meerah me ha demostrado que es una niña inteligente y perspicaz con mucha personalidad y eso es más de lo que hubiera pedido.

Me muevo para alcanzar la lapicera y empujo algunos de los papeles en su dirección, señalando con la punta donde ella debería firmar en primer lugar — Estos son los que me dan el derecho a ser su tutor, sé que lees rápido, pero si quieres llevártelos a tu casa y revisarlos tranquila no tengo ningún problema — es extraño cómo son las cosas. Es la primera vez que compartimos un sofá en años y, ahora que puedo verla mejor, reconozco algunas de las facciones de la Audrey que yo conocí. Las emociones son las que cambiaron, nosotros lo hicimos y en parte, eso es lo que me provoca el bajar un poco el tono de voz — Sabes que no voy a abandonarla de nuevo, ¿no es así? — no estoy seguro de si ella necesita esa seguridad o soy solo yo, pero siento que necesito decirlo — Muchas cosas cambiaron desde que dejamos de vernos. Quizá no soy el padre ideal, pero planeo estar para ella. Y si tú necesitas de mi ayuda para cualquier cosa… — me muevo un poco, torciendo mis labios al encogerme de hombros — Estoy dispuesto a una crianza compartida y no pretendo que nos llevemos mal. Más allá de nosotros, ella siempre estará en el medio — y, nos guste o no, nos conectará hasta el día de nuestra muerte.
Hans M. Powell
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