The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
Desde la situación con Ben todo se ha venido abajo. Ni siquiera me he marchado del 14 estas últimas semanas porque, primero, no me atrevo a salir ni estoy con ánimos después de la abrupta marcha de uno de mis dos mejores amigos y, segundo, creo que ahora mismo hago falta aquí. Ben siempre ha desempeñado un papel importante en el 14, ya no solo por los lazos familiares, sino en cuanto a trabajo. Y sí, sé que no puedo suplir su falta, pero entrené con él y algo de conocimientos todavía tengo para tratar de echar una mano con todo lo posible.

Realmente su marcha, y también el no haber hablado con Seth sobre el tema, me ha afectado tanto que ni siquiera he hablado estas últimas semanas con Amarïe cuando el encaprichamiento con ella fue bien fuerte desde el principio. Nunca he terminado de comprender por qué, pero la necesidad de ser algo más que conocidas, e incluso amigas, estuvo ahí desde el primer instante en que la vi. En resumen: es como volver a tener quince años pero sin la excusa de tener las hormonas alteradas.

Así que mis días de volver a vivir en el 14 básicamente se están limitando en echar una mano con el entrenamiento de los más pequeños, en hacer turnos de vigilancia para garantizar que todo sigue con normalidad y que no corremos ningún nuevo riesgo tras la llegada de Arianne, y en patrullar los alrededores cuando es necesario y de paso cazar. Por otra parte, en mi escaso tiempo libre me limito a pasar el rato entrenando, intentando apartar de mi mente todas las posibles situaciones peligrosas en las que puede estar Ben ahora que está en NeoPanem, o vete a saber dónde.

Hoy, y para variar, decido irme al claro a practicar con los cuchillos y afilarlos, como llevo haciendo cada dos por tres, temiendo que en cualquier momento vaya a pasarnos algo. Sin embargo, lo que no esperaba era encontrarme a Amarïe ahí también. Obviamente daba por hecho que también entrenaba, como todos los del 14, pero nunca me había encontrado con ella. Por un momento Ben, Seth y los posibles peligros que pueda acarrearnos Arianne Brawn se esfuman de mi cabeza para dar paso a la imagen de la morena entrenando, alternando mi vista entre sus brazos y sus piernas. Ni siquiera sé cuántos segundos pasan hasta que, como una idiota, consigo abrir la boca para hablar: — ¿Necesitas una mano? — "o lo que quieras y cuando quieras".
Amber J. Pearson
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Amarïe N. Cinnéide
No era por ser negativa pero, en algunas ocasiones, había dudado encarecidamente de la razón por la que aún no habían sido descubiertos. Eran descuidados hasta decir basta, confiaban plenamente en las personas que los rodeaban o en las que habían hecho lo más mínimo por ellos. Los acontecimientos de los días previos habían sido un claro ejemplo. El grandote pelirrojo era alguien indispensable en el distrito catorce, pero, al parecer, había tenido un intenso calentón por una rubia que trabajaba para el Gobierno y la había llevado hasta allí. Hasta a ella le parecería ridícula toda la situación, es más, si alguien le hubiera preguntado probablemente no se habría podido contener y habría reconocido que era hasta divertida.

Ató su cabello en una coleta alta, girando un cuchillo entre sus dedos. No estaba interesada en los entrenamientos que proporcionaban, tampoco en socializar, solo esperaba que las aguas se relajaran para poder dejar el distrito de tanto en tanto para así no sentirse tan encerrada como lo hacía. Por extraño que pareciera, parecía alguien en quien ‘confiar’, o quizás era porque estaban cortos de personal capacitado, pero hasta había tenido que hacer un par de guardias con Ava, conocía su nombre básicamente por la ocasión en la que se encontraron en el bosque.

Clavó los talones en el suelo, adoptando una posición correcta, a la par que cómoda, y lanzando el cuchillo que quedó clavado en el tronco de un árbol cercano. Giró otro entre sus dedos, cambiándolo de mano y soltándolo segundos antes de escuchar una voz tras ella. Una voz conocida y a la que sí podía poner un nombre y un rostro con facilidad. Volvió el rostro hacia ella, esbozando una sonrisa cargada de ironía. —¿Solo una mano? Decepcionante— pronunció con diversión antes de retirar su atención de ella y caminar en dirección al árbol para tomar los dos cuchillos. —Si hubieras ofrecido ambas podría pensar en cosas con las que me podrías ayudar— siguió rezongueando mientras metía los cuchillos en la cartuchera y se enfrentaba a ella. —Es raro verte sin críos a tu alrededor— apostilló metiendo la diestra en el bolsillo de su desgastado pantalón.
Amarïe N. Cinnéide
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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
Toda la seguridad que suelo tener cuando intento tirarle fichas a alguien se desvanece en cuanto Amarïe abre la boca. Cuando digo que es como volver a la adolescencia pero mucho peor es por cosas así, no solamente por otras cosas más físicas o por quedarme embobada mirándola. Si soy sincera, creo que hacía menos el ridículo cuando tuve aquel encaprichamiento tonto por Ben en mi primer año en el 14. Ahora me lo tomo a broma, incluso hasta con el pelirrojo cuando alguna vez lo hemos hablado, pero en su momento fue algo más fuerte de lo que me gusta reconocer... y, aun así, creo que los intentos de ligar me salían mejor que ahora para ser la primera vez que lo hacía.

— Ya sabes que tienes mis dos manos a tu disposición cuando quieras — respondo lo primero que se me pasa por la cabeza. No, no tengo mi toque particular y confianza, pero tampoco voy a quedarme callada como una idiota... y menos cuando me suelta comentarios de ese estilo con segundas. — Y para cualquier otra cosa que no sea entrenar. — A estas alturas ya no intento ni esconder que obviamente quiero algo con Amarïe y no un simple entrenamiento. En fin, debe de saber mis intenciones desde hace mucho porque creo que todo el distrito se ha dado cuenta de cómo me quedo mirándola, desgraciadamente. De hecho, una vez la señora Robinson me soltó, y cito textualmente, "que cuando iba a hablar con esa muchacha morena tan guapa". Así que asumo que todos a estas alturas lo saben.

No puedo evitar soltar una risa con su comentario. Para bien o para mal, en eso están consistiendo básicamente mis días de vuelta en el 14. No me quejo, porque adoro a estos enanos como si fueran mis propios hijos o hermanos pequeños, aunque me niegue a tener críos yo en un futuro. — Sí, creo que suelen intentar que les dé algún dulce del exterior más que entrenar. A este paso mes tocará enseñarles como a las mascotas, que por cada cosa correcta que hagan, les daré un premio — bromeo. No es mentira, porque siempre que vuelvo vienen en masa preguntando si he traído cosas nuevas, pero también me gusta consentirles de vez en cuando y por eso suelto intentar traer algo del exterior. — ¿Y qué? ¿Qué te parece la vida en la tierra prometida del 14?
Amber J. Pearson
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Amarïe N. Cinnéide
Que Amber despertaba cierta curiosidad en ella no era nada sorprendente ni que hubiera escondido o reprimido, estaba allí y no la molestaba. Era del tipo de personas que le gustaba conseguir todo lo que se proponía, cuando de hombres se trataba era pan comido, eran tan manejables que, a veces, le daban pena. Bueno, quizás nunca le daban pena en absoluto. Se rió divertida, inclinándose ligeramente hacia ella. —Pierde el aliciente si te lo pido directamente— murmuró sonriendo a la par que regresaba a su postura inicial —, ¿a quién no le gusta que lo sorprendan?— agregó.

Siempre le había gustado jugar, incluso cuando las cosas estaban más que claras y al alcance de su mano pero, entonces, ¿no era demasiado aburrido? Se notaba demasiado lo que ambas querían; algunas miradas decían mucho más que miles de palabras juntas sin sentido. Cruzó ambos brazos bajo el pecho, alzando ambas cejas mientras hablaba. La molestaba ver tantos críos corriendo de un lado para otro, nunca le habían gustado demasiado y, desgraciadamente, en algunos momentos comprendía el desagrado que sintió su propia madre cuando supo que estaba embarazada de ella. No eran más un incordio que te ataba a una vida  y una realidad que quizás no era la querida. —Los estás malcriando— dijo simplemente, manteniendo ambas cejas alzadas mientras pronunciaba aquellas palabras.

Dejó caer los brazos, sacando uno de los cuchillos de la cartuchera y girándolo entre sus dedos. —En lo único en que se diferencia esto del distrito 11 es que aquí hay vacas— bromeó alejándose de ella y volviendo a colocarse en posición para lanzar el cuchillo contra el árbol. —Tú los conoces de siempre y te sientes en casa, para mí esto parece una comuna hippie— continuó antes de lanzar el cuchillo y que este se clavara ligeramente pero acabara cayendo al suelo. Caminó hasta este, acuclillándose y sosteniéndolo entre sus manos. —Es el primero que fallo en semanas, debes distraerme demasiado— comentó en voz alta a la par que se reincorporaba con completa normalidad.
Amarïe N. Cinnéide
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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
La miro de manera desafiante y con segundas intenciones nada más escuchar lo que dice. Claro que no tiene la misma gracia que te lo pidan, y en cualquier otro momento me lanzaría al ataque, pero ahí, y de nuevo, tenemos el gran problema: alrededor de ella no sé cómo se supone que debo reaccionar. Me impone, y no estoy acostumbrada a que eso me pase porque suelo provocar que sea al revés; me gusta llevar las riendas y ser quien mande, no voy a negarlo. — Pero me sorprendería que tú lo pidieras directamente, Amarïe — acabo por decir. Es lo único que se me ocurre, y es la pura verdad. Parece cortada por el mismo patrón que yo: le gusta ser quien controle. — ¿No crees? — añado mientras me acerco a ella. Quizá no tenga mi confianza usual ni mi seguridad, pero tampoco pienso quedar tan ridícula. Llega un punto en el que me acerco tanto a ella que puedo notar su aliento contra mis labios, pero al final lo que acabo haciendo es quitarle uno de los cuchillos que lleva guardados y lo lanzo contra el primer maniquí que veo.

Una risa se escapa de mis labios cuando habla sobre los niños, y me tomo mi tiempo para contestar mientras voy hacia el maniquí de entrenamiento para recoger el cuchillo. — Quizá, pero quiero que sean felices y que conserven la poca inocencia que tienen durante el mayor tiempo posible. — Un tiempo que por desgracia no será demasiado largo. Desde siempre han sido entrenados para posibles ataques, para defenderse, y llegará un día en el que tengan que vivir con la preocupación que tenemos todos los adultos de aquí: que en cualquier momento puedan atacarnos. Claro que ahora son conscientes, pero es diferente cuando lo ves con los ojos de la niñez. Y si mis dulces ayudan a rebajar ese peso, esa carga, lo haré siempre que pueda.

Entiendo su comparación con la comuna hippie porque hasta yo misma me sorprendí la primera vez que llegué, y eso que tenía la mentalidad de una cría de catorce años y obviamente el 14 no estaba como está ahora. — Lo sé, a Bessie y compañía se les coge cariño rápido — bromeo. — No es el único secreto que tenemos, ¿sabes? Que quede entre tú y yo... — añado, pero hago una pausa para darle dramatismo al asunto. — Eowyn tiene una reserva de maría escondida. — No lleva el tiempo suficiente aquí como para saber cómo es de verdad Eowyn, aunque seguramente alguna sorpresita se haya llevado ya. Por otra parte, no voy a negar que ver que falla el tiro me sorprende, y alzo ligeramente las cejas con su comentario de excusa. — Quizá pueda ayudarte a relajarte... O podemos seguir practicando, tú decides.
Amber J. Pearson
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Amarïe N. Cinnéide
Sonrió, encogiéndose ligeramente de hombros a la par que establecía unos cuantos centímetros de distancia entre ambas. En realidad no era algo sorprendente que pidiera, u obtuviera, lo que quería. Por ello, que ella ‘catalogue’ de sorprendente que lo pida la hizo reír con cierta ironía impregnada en sus carcajadas. Le gustaba controlar, lo hacía la mayor parte del tiempo, pero, en ocasiones, le gustaba dejar a un lado sus medios habituales y jugar un rato. Se inclinó ligeramente hacia ella cuando se acercó tanto que, si se quedaban en silencio, podrían percatarse de los latidos y la lenta respiración contraria. —Tienes razón en algo…— susurró lentamente, provocando que sus labios casi se rozaran. Aunque retirándose hacia atrás cuando ella también lo hizo. —Yo no pido las cosas, las tomo— concluyó retirándose hacia un lado para observar el cuchillo clavado en uno de los maniquíes cercanos.

Dejó ir el aire tan bruscamente que casi resonó en todo el claro. Prefería no tener que hablar de niños, inocencia y felicidad. Pero, sobre todo, de los niños. Llanamente no le gustaban y no había nada que hacer en relación a aquel aspecto; pero a ella parecía gustarle bastante la presencia de todos aquellos pequeños intrusos. ¿Qué pensaría si supiera que ella misma era madre de ‘alguien’ del que no sabía sexo, nombre ni situación? La verdad, tampoco le importaba demasiado lo que los demás pudieran pensar de ella ni sentía ningún interés. Dobló las rodillas, escuchando sus palabras pero estando más centrada en el hecho de que había fallado un tiro después de tanto tiempo. No es que fuera la mejor del distrito con aquello, pero podía presumir de su rapidez para adaptarse a cualquier situación, incluso a aquella.

Giró el cuchillo entre sus dedos, volviendo a meterlo en su lugar y encaminándose, nuevamente, hacia ella. ¿Eowyn? ¿Esa mujer, no era la que tenía una hija y cierta edad pero se comportaba como si aún estuviera en sus quince? Ahora se explicaba demasiadas cosas. Rascó la parte posterior de su cabeza, haciendo un gesto con los labios antes de volver junto a ella y meter las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones. —Das una impresión exterior muy diferente a la que proyectas en distancias cortas— comentó sin filtro alguno, liberando las manos y señalándola de arriba a abajo. —Pareces de las que toman decisiones pero a mí me ofreces dos opciones para que yo sea la que elija— continuó —, quizás me he equivocado dándote las riendas— agregó con una media sonrisa divertida, alejándose un par de pasos de ella y encaminándose al lugar en el que había dejado su chaqueta antes de empezar a practicar con los cuchillos.
Amarïe N. Cinnéide
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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
Arqueo ligeramente las cejas con su provocación, y la observo mientras recoge el cuchillo. No voy a negar que parece la clase de persona decidida que sí, que no pide permiso, pero ese tipo de personalidad, por decirlo de alguna manera, no termina de encajar ahora mismo conmigo por el efecto que tiene en mí. Es un poco incompatible, pero tampoco pienso darme por vencida por muy en ridículo que quede delante de ella porque es el efecto que me provoca al no saber cómo reaccionar ni qué decir en situaciones tan básicas como esta. — Supongo que entonces no nos interesa lo mismo — añado al final. Asumo que entenderá a qué me refiero porque no parece tomar la iniciativa y siempre acabo siendo yo quien le va detrás sin conseguir nada. Quizá no soy directa, pero siempre he creído que le he dejado mis intenciones bien claras.

Esta vez no le tomo prestado ningún cuchillo, sino que saco un par de los que llevo colgados en el cinto, y apunto hacia otro de los muñecos de entrenamiento. No me cuesta demasiado acertar en el blanco a pesar de la tensión que la morena me hace sentir; llevo media vida entrenando en este claro y es como si todo esto formara parte de mí. En cuanto pude ponerme en pie cuando llegué aquí hace casi quince años, y cuando las heridas y golpes ya se me habían curado, Echo ya me tenía entrenando con el resto de los niños. Quizá no es la mejor vida, pero es la vida que a veces añoro ahora que vivo fuera. Supongo que a ojos del resto, como por ejemplo Amarïe, pueda no resultar llamativa la idea de crecer aquí, pero aunque estemos encerrados y escondidos, y en constante peligro, al menos podemos vivir como queremos y con los ideales en los que creemos.

Cuando se acerca a mí, vuelvo a guardar los cuchillos y centro la atención en ella. Sus palabras me descolocan por un instante porque no comprendo a lo que se refiere, hasta que entonces lo entiendo todo de golpe. Quizá es porque he perdido práctica, más de la que pensaba, pero en ningún momento había pensado que me estaba dejando la iniciativa a mí porque estaba empezando a creer que simplemente no le llamaba la atención en otros sentidos y que esto no era más que un juego para ella. — Ya... Seth y Ben son mis mejores amigos, así que digamos que no he tenido unos buenos maestros en técnicas para ligar. — Es una broma, pero una que seguramente no pille por el poco tiempo que lleva aquí. A veces se me olvida que hay cosas que no comprenderá porque lleva aquí unas semanas, pero no puedo evitar soltar esa clase de comentarios. Aun así, cayendo en su trampa provocativa, termino acortando la distancia que nos separa con unas intenciones muy diferentes a las de antes de robarle un cuchillo. Esta vez no noto su aliento contra mis labios, sino que directamente notos sus labios sobre los míos mientras la acerco más hacia mí, agarrándola por la camiseta. No es un beso largo, pero lo suficiente como para dejarlo claro que, a pesar de todo, puedo llevar las riendas. — Quizá esto responda tu duda — digo sin soltar la mano del cuello de su camiseta y todavía a escasos centímetros de su rostro.
Amber J. Pearson
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Amarïe N. Cinnéide
Algunas personas aprendían de sus errores y no los volvían a cometer; ella, simplemente, iba de por libre sin importarle demasiado las consecuencias, no haciéndole demasiado caso al precio de las cosas si le podían ofrecer un mínimo de satisfacción. De aquel modo las cosas eran más divertidas, aunque no podía negar que perder no era algo que se le diera especialmente bien, o al menos que asumiera de la mejor manera posible. Metió las manos en los bolsillos de sus desgastados pantalones vaqueros. Cuando Amber estaba cerca las cosas eran algo más interesantes y llevaderas que cuando tenía que lidiar sola con todos aquellos hippies; estaba más dispuesta a lidiar durante el tiempo que fuera necesario con la de castaños cabellos.

Arqueó ambas cejas,  soltando una carcajada que acompañó de una media sonrisa divertida que dejó prendida en sus labios durante unos instantes. —Un par de cosas acaban de cobrar sentido— corroboró sin apartar la sonrisa de sus labios. No conocía demasiado a los habitantes del distrito catorce, pero suficientes ‘historias’ había acabado escuchando entre los susurros o las risas de unos y otros. Para bien o para mal había un par de nombres que se repetían con demasiada frecuencia y que habían provocado que la curiosidad la llevara hasta encontrar unos rostros que ubicar con los mismos.

Puede que un gesto le hubiera indicado lo que iba a pasar pero en su mente estaba demasiada marcada la idea de que ella necesitaría algo más de tiempo, alguna indirecta más, o quizás que fuera la propia Amarïe la que acortara las distancias de una vez por todas. Sus labios se encontraron con los contrarios, empequeñeciendo más el espacio que existía entre ambas. Mas poco duró la sensación de cercanía. —Me gustan las respuestas más a fondo— insinuó provocativa antes de volver a acortar las distancias entre ambas. ¿Alguien era de preliminares? Puede que la semi-veela lo fuera un poco, pero no cuando hacía meses que había tenido el ojo fijo en Amber y se sentía con demasiada urgencia de algo más entre ambas.  No hizo amago de deshacerse de su agarre, simplemente se acercó más a ella, rozando ligeramente sus labios, pero permitiéndose a sí misma tomar, en parte, la iniciativa. Sus manos se alzaron, recorriendo sus caderas en primera instancia pero no quedándose ahí. Poco a poco se internaron en su camiseta, dejando que sus pulgares se enredaran con la costura baja de la misma y ésta ascendiera conforme sus manos lo hacían.
Amarïe N. Cinnéide
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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
Su comentario sobre que algunas cosas ahora cobran sentido provoca que arquee ligeramente las cejas, y la miro, intentando comprender a qué se refiere. — ¿Qué cosas? — acabo por preguntar. Amarïe no es una persona muy expresiva y fácil de leer, lo que hace que no pueda averiguar el significado que hay detrás de su comentario. Si fuera cualquier otra persona me estaría preocupando por si es algo sobre esos comentarios de orgías en el bosque que una vez Ben me dijo que Eowyn podría ir soltando por ahí, pero teniendo en cuenta lo abierta que parece Amarïe en ese sentido... No es que vayamos haciendo eso, pero viendo que, al parecer, piensa que soy un poco cerrada, tímida, indecisa o como quieras llamarlo, creo que no me importaría que creyera que es cierto. En realidad soy más bien al revés, excepto cuando la otra persona me gusta de verdad, como es el caso de la persona que tengo delante.

Hay un instante en el que me sorprende que me devuelva el beso porque estaba empezando a pensar que de verdad ya no le interesaba más allá de una simple amistad. De hecho, tengo que morderme un poco los labios entre beso y beso cuando mete las manos debajo de mi camiseta para reprimir un pequeño gemido por orgullo, y al final, por mucho que me duela, agrando un poco la distancia entre ambas. — No es que no quiera esto, pero creo que deberíamos ir a otro sitio... A no ser que quieras que en dos horas la noticia vuele por todo el distrito y la señora Robinson te pregunte mañana si vamos a mudarnos juntas. — Suena a broma y a exageración, pero he vivido aquí el tiempo suficiente como para saber que es la pura verdad. — Podemos ir a las granjas. Los niños tienen que estar a punto de venir al claro a entrenar, y los adultos tienen reunión del consejo. Nadie debería pasar por allí hasta mañana — sugiero. Después, miro a ambos lados para asegurarme de que ninguna persona cotilla esté mirándonos a escondidas, y todavía con las manos en su cintura, la atraigo hacia a mí para darle otro beso. — Más a fondo dices, ¿no? Ya veremos en un rato — susurro de manera provocativa contra su oreja.

Me tomo la libertad de cogerla del brazo más próximo que pillo y llevarla en dirección a las granjas, en un intento también de demostrarle que tengo más iniciativa de la que quizá he podido darle a entender por culpa de lo que me impone. Una vez allí, entramos en el cobertizo donde guardamos la mayoría de herramientas y de pienso para los animales. Estoy dispuesta a aprovechar el tiempo perdido durante estos meses desde el día en que la conocí. Hemos pasado por mucho, desde una simple partida de cartas con Joyce, a un atentado, la muerte de Joyce y un rescate en menos de un año.
Amber J. Pearson
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