The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Recuerdo del primer mensaje :

¿Por dónde se supone que…?

Giro las anotaciones que la elfina doméstica de la señora Leblanc me hizo de buena fe porque nadie me explicó cómo llegar a la tintorería, pero o estoy quedándome ciego o su pulso es una basura. Además, todavía no me acostumbro a la inmensidad del Capitolio. Es todo demasiado… demasiado. Los edificios parecen tocar el techo, la gente se viste con colores estridentes y el ruido de las calles parece un montón de chatarra estallando una y otra vez. Lo peor de todo son las personas, para variar. Como dignos magos de la alta sociedad, pasan por mi lado como si fuese una sombra y muchos de ellos se toman la metáfora muy literal porque no tienen reparo en llevarme puesto. Esto de llevar las ropas apagadas que me identifican como un esclavo me vuelven una basura a los ojos de cualquiera, así que no puedo decir que lo mío sea un paseo de placer.

Volteo la hoja una vez más y me resigno. Como nadie va a responderme si pregunto, me tiro a la sospecha de que esa curva indicada es la esquina de la calle principal y empiezo a caminar con paso apurado, buscando no ser arrastrado por la marea de la gente que ha salido temprano del trabajo. Cualquiera diría que a media tarde las calles deberían estar un poco más despejadas, pero es una vil mentira. Tengo que esquivar a una señora muy gorda que, para colmo, es seguida de un esclavo alto y escuálido que carga cientos de cajas, así que me agacho para pasar por debajo de ellas sin llevármelas puestas. Es en mi alboroto que tropiezo y choco de lleno con alguien, cuyo cuerpo intento alejar por inercia cuando mis manos se agitan en el aire y se apoyan en el torso contrario — ¡Lo siento, lo lamento mucho! Yo… — siempre me han dicho que no mire a los ojos a los magos que no me lo han permitido, pero en mi accidente me es imposible no reconocer los orbes con los cuales he chocado — ¡Lara! — mi corazón da un vuelco, calentándose por la sorpresa de, por fin, ver un rostro amigo en las últimas semanas. Y yo que me quejaba por haber tenido que salir de la isla.

Sé que no puedo abrazarla, aunque sea mi primer instinto, porque se vería sospechoso, así que pego el papel a mi pecho y lo aprieto con dedos ansiosos, mirándola de pies a cabeza como si de esta forma pudiese adivinar de dónde viene — ¿Qué haces aquí? De verdad, aquí— intento no sonar tan maleducado y automáticamente miro alrededor. Por suerte, el resto anda tan ocupado en ir y venir que ni se fijan en nosotros — ¡Creí que no te vería de nuevo! — que me comprasen y perder el contacto siempre ha sido uno de mis miedos. Hasta ahora y para con todos mis amigos, se ha cumplido.
James G. Byrne
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James G. Byrne
Fugitivo
La sorpresa que destila mi rostro viene obviamente de que jamás pensé que alguien como ella habría pisado alguna vez la isla ministerial, pero no se lo reprocho. Al menos me da la razón con lo de Andrew y me hace sentir menos ridículo. No voy a juzgar su experiencia, en parte porque no soy quien para hacerlo y por otra porque cada quien hace de su cuerpo lo que quiere, así que me limito a escucharla. Jamás le he dado importancia al tema, posiblemente porque no es la preocupación inicial de alguien que ha crecido en un mercado de esclavos. Los adolescentes normales pueden salir, embriagarse y hacer lo que deseen, pero yo no he tenido esa parte en mi vida. Su empujón, por otro lado, hace que quiebre mi silencio con una risa — Lo siento, voy a procurar el comprar condones cuando esté de regreso — le contesto con divertido sarcasmo.

Puedo frenar a quien se propasa conmigo, créeme — es lo único que diré, dejando que acomode mi pelo como quiera. Marcar derecho de piso en el mercado me ha enseñado muchas cosas — Y jamás tuve problemas cuando se trató de… bueno, conseguir cosas — sé que no quiere escuchar esas historias, yo no querría hacerlo. No estoy muy orgulloso de ellas, para variar. Que el tema se vaya a la situación con Meerah Niniadis Powell me ayuda a no pensar en eso, así que por un momento no reparo en que el nombre salió de su boca y no de la mía — No la toqué como si… Espera. ¿La conoces? — quizá la vio en la televisión, es lo más lógico, pero igual la miro con una mezcla de sorpresa y sospecha. Pero no, el modo en el cual habla de ella me deja bien en claro que sí la conoce y eso solo hace que apoye las manos en el suelo para incorporarme de un salto torpe — En jaque mis pelotas. Terminó lloriqueando y chillando como un bebé porque no podía hacer más que discutir y todas esas chiquilinadas que dicen las nenas malcriadas — no me interesa mucho que la conozca, porque eso no cambiará la opinión que tengo sobre ella — Veamos, veamos. Me trató de asqueroso, maleducado y escoria. Me amenazó con que su padre se metería conmigo si supiera que le he discutido sus leyes, me revoleó unas pastillas por la cabeza… — voy enumerando con ayuda de mis dedos, caminando en un pequeño ida y vuelta delante de ella — ¡Yo solo le dije unas cuantas verdades! Y sé que me sobrepasé al agarrarla del brazo, pero es que… me quitó la paciencia — lo digo como si fuese la mayor excusa de todas.

Me detengo delante de ella con un resoplido que me sacude un rizo. Sé que no va a juzgarme, pero no puedo asegurar que no me tire una reprimenda. Para evitarme ese trago, le paso la bola a ella — ¿Y tú cómo es que te relacionas con gente así? Pensé que tenías mejor gusto cuando se trata de compañías. Quiero decir… mírame a mí — señalo mi pecho como si fuese el ejemplo glorioso de la genialidad y le sonrío, tratando de volver a los chistes que se alejan de mis quejas.
James G. Byrne
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Invitado
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Termino de acomodar sus mechones con mis dedos cuando estos vuelven a caer en desorden, puedo ver en él algunos de los rasgos que me recuerdan al chico que conocí. Me cuesta abarcar todo el tiempo que transcurrió desde aquellos días en una fracción de segundos al enfrentarme a su rostro joven, creció y lo hizo también en maneras de procurarse aquello que resguarda un poco su orgullo. Eso que me molesta en otras personas -cuando el orgullo es más bien presunción de una posición para la que no hicieron mérito sino que les correspondió por nacimiento- me alegra ver en James. No creo que el orgullo sea algo malo. Ayuda al espíritu a sostenerse ante el sometimiento en ocasiones. Doy por hecho que esa actitud le traerá más problemas que un comportamiento complaciente, y me muerdo la lengua para no abundar en recomendaciones de que se cuide. Lo viene haciendo bien hasta ahora, ¿no? Acaricio su pómulo con mi pulgar antes de romper el contacto y prefiero no indagar en las situaciones a las que hace mención.

Colocar a Meerah en medio de la conversación me pone recelosa de lo que pueda decirse, y si lo pienso bien, se ha colado en varias de mis charlas con otras personas últimamente, debido a la habilidad que tiene de marcar su presencia. —Sí, la conozco— no quiero negar a Meerah, ni tampoco mentirle a James. Si giro esta situación como si se tratara de un tablero, y me encontrara en situación de ser interrogada por Meerah sobre sí conozco a James, dudo de cuál sería mi respuesta. Si lo negaría, si no me importaría mentirle a ella. Que se conozcan me coloca en una posición impensada, y si bien las coincidencias abundan en el Capitolio, no puedo tomar distancia como lo hice con Audrey y Hans que son adultos y tienen un control sobre las circunstancias de sus vidas, estos chicos… a veces solo parecen estar siendo sacudidos por un huracán que los rodea especialmente a ellos.

Pese a que ambos tienen más gestos de madurez, de los que yo tuve hasta los veinticinco años. Mis ojos me hacen ver desorientada cuando me cuenta que Meerah acabó llorando como niña en ese encuentro. No puedo creer que me esté mintiendo sobre su reacción, pero sí suena a una chica distinta a la que conozco. Lo demás… me hace suspirar. —Por lo que puedo entender, los dos acabaron con los nervios del otro. Eso explicaría porque Meerah terminó llorando…— opino y si bien puedo decir que no le ocurrió nada a James a partir de lo que veo y a juzgar por lo que me dijo, de que ella guardó el secreto, lo mismo pregunto: —¿En el mercado lo notaron? ¿Se ensañaron contigo?—. Lo miro de soslayo, sopeso cuánto de lo que sé puedo compartir porque las coincidencias no valen como excusa para hablar más de la cuenta sobre vidas ajenas. Si fuera por mí, una esfera de mi vida jamás rozaría a otra. Las personas que me importan no chocarían con otras. —Espero que Meerah no diga nada, porque no es otra niña rica y malcriada a la que sus padres ignoran. A su padre le importa— murmuro y fijo mis ojos en su cara. —Como vives en la isla, estarás rodeado de familias de ministros, y no es lo mismo ofender a un amo del distrito 3 o 6… a cometer un agravio contra los que sientan en los principales sillones del ministerio—. Que lo diga yo es un sinsentido, Jim debe saberlo mejor.

»¿Vas a jugar conmigo al “dime con quién andas y te diré quien eres”? — hago una mueca profunda al bromear sobre mis compañías, en lugar de contestar sobre cómo terminé vinculada a personas que no podrían tener menos en común y que ojalá sigan caminando por rumbos que nunca llegarán a cruzarse. El problema es que el maldito mundo es redondo, así que al final nos encontramos todos. —Si te sorprende saber que conozco a Meerah — evito pisar el territorio escabroso de sus padres al no mencionarlos—, tengo que decirte que creo que conozco a tu amigo Drew — lo llevo hacia un terreno más seguro para los dos, donde podremos relajarnos. Extiendo mis brazos hacia adelante y entrelazo las manos para aliviar la tensión de mi postura. —Conocí a un Andrew, está en casa de mi mejor amigo. Atractivo, muy muy alto, ojos azules creo, pasó los treinta…— menciono algunos rasgos al azar, es una descripción ambigua que creo que podría ajustarse a muchos hombres y trato de pensar en algo que sirva para tener la certeza de que es el mismo, pero como no lo conozco lo suficiente, no se me ocurre qué.
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James G. Byrne
Fugitivo
Claro, ahora yo tengo la culpa de que una malcriada pierda los nervios porque no le gusta que le digan la verdad, que ironía. Suelto un “pfff” que hace temblar mi labio inferior y miro alrededor como si me estuviese tratando de idiota, balanceando un poco mi larguirucho cuerpo como un péndulo — Claro que no. No me habría comportado así si alguien estaba mirando — he crecido en ese lugar, conozco sus trucos y cuando debo parecer más manso de lo que jamás voy a ser. Tengo la mala suerte de poseer un carácter de mierda y una posición social que choca con ello, así que no me ha quedado de otra que entrenarme a mí mismo con el correr de los años y de los castigos. Es su consejo, por extraño que suene, lo que me hace cambiar un poco la expresión y tornarla en una seria, masticando la punta de mi lengua hasta que me permite meter un pequeño bocado — Eso depende. ¿Te sientas a tomar el té con los ministros y sus hijos? — no puedo juzgarla como juzgaría a otras personas porque la conozco, pero tampoco puedo imaginar cómo es que se relaciona con esa gente. Trabaja en el ministerio, sí, pero dudo que Meerah ande visitando a los empleados así porque sí, no me dio ese tipo de impresión — Ahora entiendo por qué fuiste a la isla. Quizá la próxima vez, yo te lleve la bandeja — es una broma, sí, pero tiene un dejo de amargura. Nada señalaría más nuestras diferencias que una escena como esa. Siempre supimos que ella estaba en mucha mejor posición que yo, pero no necesito de una demostración gráfica.

Que vuelva sobre Drew hace que mis ojos se abran hasta alcanzar una dimensión exagerada porque eso sí que no me lo espero. Bueno, lo otro tampoco, pero ya me entienden. Hay miles de Andrews y estoy seguro de que no debe ser el único mastodonte de ojos azules, pero ya hemos tenido demasiadas coincidencias por un día como para dejarlo pasar — ¿Tiene la voz así? — pongo un tono mucho más grueso que el propio, obligándome a que mi boca parezca una bocina de corneta por dos segundos — ¿Y tiene una actitud descarada sin remedio? Porque te digo que, si es él, tu amigo debe tener cuidado — intento recordar si me ha dicho su nombre en alguna ocasión, pero soy un asco con recordar los nombres de aquellos a quienes jamás he conocido — Andrew tiene una pésima fama con sus amos. Ha vuelto al mercado en más de una ocasión por provocar um… muchas traiciones a la raza — no puedo contenerme y se me escapa la sonrisa divertida, sacudiendo la cabeza como si fuese un niño pequeño e irremediable.

Sé que quizá estoy diciendo cosas que no lo dejan muy bien parado, así que me obligo a ponerme un poco más serio — Es un excelente tipo — aclaro, aunque en un tono que parece más bien una confesión — Cuidó de mí cuando nadie más lo hizo y jamás tuvo problema en ser el amigo o el hermano que necesitaba, incluso en la enfermedad. Si tu amigo le cae bien, estará en buenas manos, por muchas bromas pasadas de mambo que pueda llegar a hacer — puede ser un desastre, pero dudo mucho el estar vivo si no fuese porque él se tomó la molestia de mantenerme así.
James G. Byrne
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Invitado
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Me conforta saber que no le trajo problemas el episodio con Meerah que, en otro contexto, fuera del juego de posiciones en el que se encuentran, bien podría haber sido una discusión de adolescentes, pero los insultos que podrían haber intercambiado fueron de otro calibre y eso me hace notar cómo está cambiando la mente de los jóvenes, de acuerdo de una nueva estructura jerárquica que viene fortaleciéndose hace más de una década. Me apena que Meerah vea en un chico como James a alguien inferior que tiene derecho a humillar, pero mi simpatía con ella no llega al punto de tener una influencia sobre su visión de las cosas. Ni siquiera lo intento con Jim con quien puedo ser un poco más honesta… o tal vez no. Su pregunta me desestabiliza, sentarme a una mesa con un ministro y su hija es un recuerdo sobre el que todavía no se juntó polvo. Muevo mis dedos entrelazados en lo que pretende ser un gesto vago, sin significado, estoy concentrando mi tensión en ese punto, mi mirada buscando cualquier punto en mi entorno donde pueda fijarla. -Puedo asegurarte que merienda en la Isla Ministerial no está en mi agenda como una cita de todos los jueves- digo, no sé cómo logro articular algo que suena entre una broma y una afirmación seria. No tengo que explicarle el por qué de mi visita a la isla, no es como si eso pudiera servir para esclarecer lo que sea, en todo lo volvería más raro. Y mi respuesta mordaz para cualquiera de que soy libre para andar por donde se me plazca, sería muy cruel hacia Jim. Me trago el comentario y me sabe amargo. -Si sirve de algo, no tengo planeado poner un pie en ese lugar otra vez. No encajo con el paisaje y su puerto no vale el cambio- chasqueo la lengua en reprobación a esa posibilidad. No sé que me impulsa a prometerle algo así, a menos que sea para mi propia tranquilidad.

Procuro que la conversación gire hacia Andrew y creo que lo consigo, el clima se distiende un poco para mí cuando sus señales para saber si hablamos del mismo esclavo me sacan una carcajada. -No estoy segura de que así suene su voz…- apunto en broma. Lo otro me hace pensar y revisar mi conversación con Drew en la cocina de Riley para determinar desde ese único encuentro si puedo calificarlo como descarado. -Y de eso tampoco estoy segura… ¿debería juzgar a partir de si fue descarado conmigo o cómo?-. Puede que su consejo de que es mi amigo quien corre riesgo responde mi pregunta. Sonrío de soslayo, esto me provoca la gracia de un chiste negro. No debo, pero lo hallo entretenido. -Tengo que admitir que tenía la expectativa de encontrar algún día en casa de Riley a un atractivo y descarado hombre, aunque en circunstancias distintas. La vida tiene extrañas maneras de cumplir nuestros deseos- musito. No puedo del todo alegrarme que un hombre así pase a ser parte de la vida de Riley, si eso se vuelve una posibilidad de pena de muerte para mi mejor amigo. -No, no hay razón para preocuparme por él. No es del tipo que sea fácil de tentar… si lo sabré...- me convenzo a mí misma. -Es del tipo racional, la atracción mental es importante-. Pero sigue siendo un mortal voluble a lo atractivo que se pueda presentar ante su vista, todos los somos al final de cuentas.

Si estamos hablando del mismo Andrew, el sujeto que conozco mejora en mi apreciación al saber todo lo que hizo por James en el mercado. Da la talla para ser la persona que me gustaría que cuidara de Riley si yo no estoy. Mi amigo tendría sus objeciones sobre ese punto, somos tan arraigadamente individualistas que nuestra amistad es una dependencia que de cortarse podría hacernos más mal que bien. Por mucho tiempo sentimos que el otro era la única persona que nos comprendía, el único contacto real, y curiosamente no era algo físico, sino mental. Pero si llegara a cortarse necesitamos de cosas físicas, reales, a las que sujetarnos. Me gustaría que él lo tuviera. -Espero que estemos hablando del mismo Drew- digo con auténtica esperanza de que así sea. -Riley es una buena persona, muy buena persona… teniendo en cuenta su suerte de nacimiento. Nunca hizo piel de la educación que le dieron. Tiene una conducta limpia de toda esa basura- comparto. Puedo dar fe sobre sus acciones, respecto a sus pensamientos no. Nuestro grado de confianza sigue dejando una reserva de pensamientos por fuera de las charlas. -Andrew también está en buenas manos con él- lo miro de reojo. Se escucha… raro hablar así de ellos.
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James G. Byrne
Fugitivo
No, yo tampoco estoy seguro de que así suene su voz, pero como soy un pésimo imitador solo me río y me encojo de hombros como si esa fuese toda mi excusa — Tienes que mostrarte agradecida de que no lo hayas encontrado de la forma que esperabas. Con Andrew, eso podría ser un problema —  supongo que ella jamás lo delataría, pero todos sabemos lo que pasa con los magos que se involucran con los muggles. Nosotros lo tenemos bien presente, en especial si consideramos que la base de nuestra amistad es el miedo a que alguno de los dos quede delatado, especialmente ella. Yo soy solo una paria, pero una bruja que traicione a los suyos sería severamente castigada. La miro con un toque de incredulidad, debatiéndome entre reírme o no — Por favor. Todos caemos ante alguien que nos parece que está bueno a pesar de lo racional, no me lo niegues — hay que tener nervios de acero para no hacerlo y ser un esclavo de toda la vida no me ha privado de tener algo de conocimiento en el área.

Por lo que dice, también espero que estemos hablando de la misma persona. No conozco a Riley, pero si es amigo de Lara, no debe ser un mal tipo. Quiero decir, estamos hablando de la mujer que arriesga su propio cuello en ser amiga de un esclavo y jamás se ha enfurecido conmigo por ponerla en riesgo —  Si estamos en lo cierto, los dos podrían haberla tenido peor y eso es bueno — me encojo de hombros y tanteo mis bolsillos como si llevase conmigo algún reloj, pero solo encuentro el papel de las compras. Sé que no tenemos tanto tiempo, así que miro hacia la entrada del callejón. Nadie se ha fijado en nosotros, al menos no aún y eso es algo que tomo como positivo. Podemos decir que tenemos algo de suerte entre toda nuestra porquería.

Saco el papel para echarle un vistazo y muevo mis labios en diferentes muequitas, hasta que alzo la vista en su dirección — Creo que es un poco obvio el que no deberías decirle a Meerah que me conoces. No sería bueno para ti — yo estoy a salvo, al menos de momento. No hemos vuelto a cruzarnos y, si no abrió la boca hasta ahora, puedo ir zafando del castigo. Aprieto el papel entre mis dedos, obligándome a una sonrisa — ¿Jueves en dos semanas?
James G. Byrne
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Invitado
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Lo sé— asiento, agradezco el haberme encontrado con una escena inocente en casa de Riley en la que solo había un hombre limpiando la cocina, en vez de una situación que se ajustara más a mis ridículas expectativas. Claro que por mi amigo no habría dicho nada, si me lo planteo como una posibilidad, sé que lo encubriría en cualquier situación que lo expusiera a un castigo. También tengo presente que en un acto de suma hipocresía, evitaría a toda costa que se involucrara en algo así y le hablaría de las consecuencias fatales. Tomaré nota mental de repasar la constitución con Riley y puede que mis visitas a su casa se vuelvan más frecuentes, no confío enteramente en lo que acabo de decir. James consigue que tenga que aceptarlo en voz alta. —Muchas veces nuestra mente ni siquiera entra en el juego, escapa de su comprensión— reconozco. —Pero cuando hay un par de luces rojas de alarma encendidas, créeme que lo racional se impone y se vuelve un incordio. De ahí que lo obviemos…— corre a cuenta de cada quien. —¿Qué sería de nosotros sin un par de malas elecciones que se vuelven un placer culposo?— le doy la razón y me encojo de hombros, en verdad lo intento, pero no puede mantenerme en la línea recta de las decisiones acertadas de cada día. Cargo con mis arrepentimientos como cualquiera, y también con la certeza de que en mi lucha con el tiempo, si volviera al pasado tomaría todas las mismas malas decisiones, otra vez.

La ironía de todo esto, es que soy quien se ha vinculado con un esclavo de la peor manera, con un aprecio sincero. Le echo una mirada de reojo, si este chico no fuera un esclavo, podría hacer girar al mundo en reversa. Si bien no tiene magia, tiene una chispa de la que muchos magos carecen. Una chispa de algo que quiero proteger, por más que me haya dado muestras de que es capaz de cuidar de sí mismo y a medida que pasen los años se haga más difícil mantener estos encuentros, si es que las circunstancias en las que vivimos se prolongan. Busco un pedazo de cielo por encima de los edificios, que con sus sombras nos refugian en este callejón. Los cambios han tardado siglos en darse, la libertad no es algo que hayan reconquistado los primeros esclavos y pueden pasar muchas épocas hasta que un chico similar a Jim, nacido en su misma suerte, sea declarado libre. Agradezco silenciosamente su amabilidad al ser quien me pide que no le hable de él a Meerah, me salva de la culpa de callar por mi propia cobardía. —Si vuelves a tener un encuentro desagradable con ella, quiero que me lo digas. Meerah no me lo dirá— le pido, es lo menos que puedo hacer a cambio. —Y encontraré la manera de interceder antes de que su madre o su padre actúen desde la rabia por sentirse ofendidos— prometo, sabiendo que puede tomar con recelo mis palabras. Vuelvo a acariciar el pelo sobre su frente con mis dedos, como si no fuera algo real, como si fuera algo que se desvanecerá de un momento a otro, inevitablemente sucederá. —Jueves en dos semanas— confirmo.
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James G. Byrne
Fugitivo
La cara que le pongo es la de un adolescente idiota que ha encontrado el modo de fastidiar a alguien con la cosa más inmadura que se le ha cruzado por la mente — Parece que sabes sobre placeres culposos — me burlo con un dejo infantil y picarón, moviendo los hombros como un subibaja hasta reírme de mí mismo. No puede ser que tenga veinte años y siga fastidiando con este tipo de cosas, pero también he aprendido que no tengo mucho más con qué divertirme. Ser yo te hace ver el lado simple de la vida, por mucho de lo que puedas quejarte de él. Puedo quejarme de mi existencia, pero tener la capacidad de seguir bromeando es algo que siempre admiré y agradecí en mi propia persona. Muchos esclavos se dejan morir, hundiéndose en su depresión y desgracia, y después estoy yo.

Intento pensar las razones por las cuales mi camino podría volver a cruzarse con el de Meerah Powell Niniadis y el solo imaginarlo con ese nombre me pone la cara de alguien que está teniendo constipación emocional. Las opciones no son alentadoras, porque van desde una acusación a un mal encuentro en la isla si consideramos que tiene pase por portación de genética, así que opto por pensar que lo mío es mala suerte y necesidad de mantener un perfil más bajo que el de costumbre — ¿Así que debo decirte si una niñita me está acosando? Eso es vergonzoso hasta para mí y eso que no me queda mucha dignidad en el cuerpo — intento no sonar demasiado serio, pero sé muy bien por qué lo dice. Niñas como Meerah son un peligro para personas como yo, en especial si les caemos mal. Por un berrinche, pueden costarte un par de torturas o dedos de las manos, a veces algo peor. Una vez oí sobre un esclavo que fue ejecutado por una mentira causada por un niño pequeño y caprichoso que lo acusaba de ser ladrón solo porque él gastaba demasiado dinero en tonterías y debía encontrar un chivo expiatorio: exagerar el relato con falsos maltratos fue la frutilla del postre que cerró el destino del pobre muggle. Intento no pensar en eso a pesar de que me estremezco, agradeciendo una caricia que me devuelve al mundo real y presente, donde todavía nadie puede lastimarme — Gracias, aunque de verdad espero que ninguno de ellos quiera perder el tiempo con alguien como yo — es una ilusión tonta, si consideramos la mezcla de apellidos que tiene, pero vale soñar.

La confirmación le vale una sonrisa y me separo con intenciones de seguir mi camino. ¿Cuánto tiempo nos hemos demorado? ¿Me retarán por esto o todavía puedo encontrar una excusa? Con el cuerpo enderezado, doy un par de saltos en mi sitio y vuelvo a chequear la entrada del callejón — Entonces, será hasta dentro de dos semanas. Debo irme antes de moverme demasiado de mi horario — ruedo los ojos como si estuviese quejándome de un padre demasiado estricto y le tiendo la mano, con intenciones de tomar la suya y darle un apretón cariñoso a modo de saludo — No me falles, Lara. Esto de poder ver a alguien es un milagro — no creí que nos volveríamos a encontrar, así que no voy a desperdiciar la oportunidad — Esta vez seré yo quien salga primero. Solo cuídate, ¿sí? — sé que va a hacerlo, como siempre. Le dedico una última sonrisa antes de darle la espalda, avanzando con paso casual hasta pisar una vez más la calle, rogando que estas dos semanas pasen volando y que nada se interponga entre nosotros, tal y como siempre ha sucedido. Un poquito de esperanza.
James G. Byrne
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Invitado
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Sí, tienes que hacerlo— lo digo como si esto no estuviera sujeto a debate, por un momento hasta sueno como mi madre con imposiciones que me hacía cuando era adolescente. «Porque lo digo yo», era la razón irrefutable. Me masajeo la frente con una mano porque la consciencia de mi vejez anticipada me tiene cometiendo actos impensados, a veces no reconozco las palabras que salen de mi boca. Sonó más cautelosa de lo que suelo serlo sobre mis propias acciones. — Tienes que decirme si una niña de la familia Niniadis e hija del ministro de Justicia te molesta. No la subestimaría, la conozco como para saber que en la palma de su mano concentra más poder del que nosotros gozamos— digo en una octava un poco alta, estoy abriendo un espacio para que James indague que tanto conozco a Meerah, así que no me niego a la despedida cuando se da, porque hablar de la niña y su familia es todavía complicado como para comentárselo a alguien más que no sea mi genio invisible en algunas noches de desvelo en el trabajo.

Suspiro. —Yo también espero que estén demasiado pendientes de sus propios asuntos como para que ese episodio pase a mayores—. Por lo que sé, Audrey y Hans tienen bastante en sus oficinas del ministerio, además de algunos dilemas personales como para que Meerah encuentre el momento de presentar su queja. Tampoco lo creo imposible, ella sabría hallar el tiempo. Si no lo ha hecho, es porque no quiere. Me extraña, pero no indagaré sobre ello cuando tenga la ocasión de hablar con la chica. Porque James sigue siendo mi secreto y los secretos solo funcionan si no pasa de involucrar a dos personas, las mismas a quienes atañe la cuestión. Así podremos hacer posible los encuentros futuros, esos que no hacen daño a nadie, pero que son un crimen. Estoy asumiendo una cita que a la larga solo tiene un final predecible, y me resigno a este, no me imagino otro posible. Pero una fuerza me empuja a encarar el siguiente encuentro como la posibilidad de que haya otros, muchos otros. Tomaré los recaudos que hagan falta.

Me sujeto de su mano y respondo con el mismo cariño a su gesto. — cuidate— contesto. Retengo su mano lo que puedo hasta que tengo que soltarlo para que se vaya, si algo le pasara creo que la última de mis ilusiones acabaría por quebrarse. Deslizo mi mirada hacia la pared de enfrente, ascendiendo hasta donde se recorta la figura del edificio contra el cielo. Los minutos que espero a que James ponga distancia pasan lento, pero cada segundo retumba en mis oídos. A veces tengo muy presente el ritmo del tiempo, está avanzando a un paso de caminante, lo que da una impresión de calma a todo lo que está ocurriendo, una sensación de que estamos seguros y protegidos, de que hoy no será el día en que todo acabe. Mis pies por sí solos abandonan el callejón y cuando me acoplo al andar del resto de los transeúntes, deambulo media hora más cargando con mis compras. Esquivar miradas lo hago con la facilidad de la práctica y soy una más del montón con mi bajo perfil, mientras lo sea no podrán reconocer mi traición.
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