The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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A estas horas del sábado no hay alma que quede en el taller, salvo la mía. Las ventajas de vivir tan cerca, tengo que salir por la puerta lateral, cruzar el callejón que lo separa del viejo edificio de ladrillos rojos en dos pasos y subir por la escalera metálica hasta llegar mi departamento. Cuando llamé a Meerah le pedí que pasara por aquí así puedo trabajar hasta su llegada, de otra manera no tengo apuro por volver a mi casa. Mi madre no me espera hasta mañana que es el obligatorio almuerzo de los domingos, somos una familia con tradiciones como cualquier otra, a pesar de que seamos dos miembros. Por eso mismo, no importa cuántos años tenga, estoy obligada a presentarme ante mi madre los domingos y hablar de nuestra semana. Ella vive en el otro extremo del distrito, en esas casas grandes pero con un jardín descuidado que desentona con el resto, porque no tiene tiempo de limpiar la maleza. El contraste de nuestros barrios nos permite tener tema seguro de conversación.

Supongo que soy una persona de familia después de todo, porque así como los domingos son para mi madre, este sábado se me ocurrió cenar con mi autodesignada hijastra -por parte materna- y aunque me digo que es para seguir hablando de su emprendimiento y ver en qué puedo ayudarla, lo cierto es que todavía me queda dando vueltas todo lo que no le dije en esa comida. Me siento en falta con ella, como si hubiera hecho algo mal y ella ni siquiera lo sabe. Tal vez lo hice. Y por eso armaría para ella una máquina de coser del tamaño de un elefante con tal de compensar. Me sobresalto cuando de la chimenea que usan algunas de nuestras visitas y ciertos clientes sale Meerah, es la manera más segura de viajar para no preocupar a Audrey. —¡Hey! ¡Llegaste! — la saludo, tirando la última de las herramientas dentro de una caja de metal y la acomodo en la repisa que tengo enfrente.

Todo el lugar está casi a oscuras, a estas horas la luz se enciende por sectores restringidos dependiendo de nuestra ubicación. El galpón es una carcasa inmensa y en penumbras sobre nosotras. —Recogeré unas cosas y nos vamos— le indico haciendo un movimiento con mi mano para que me siga a una de las oficinas que usamos cuando necesitamos trabajar aislados, aquella de la que tomé posesión hace tiempo. —¿Qué te gustaría cenar?— consulto mientras cargo una mochila con unas nimiedades que tengo dispersas sobre el escritorio. —Puedes pedir lo que quieras, yo pago— bromeo, porque ella me conoce como para saber que cocinar no es un plan factible. Me detengo por un momento, con mi mano a medio camino de tomar mi cuaderno de bocetos, porque tomo consciencia de que Meerah sería en teoría la otra Powell que también visita mi taller. Arrojo el cuaderno dentro de la mochila y me doy la vuelta con una sonrisa que sirve de disfraz para mis pensamientos. —Si quieres llevar algo, tómalo— le ofrezco, podemos inspeccionarlo en casa y con nuestra atención en eso, bordear una conversación que necesito tener con ella.
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M. Meerah Powell
Fugitivo
De todos los métodos de transporte que había experimentado, tenía que decir que la red flú era uno de los que menos me gustaban. Incluso la escoba, más insegura y volátil me gustaba más que meterme en el oscuro recoveco de la chimenea, lleno de hollín y suciedad. No era una casualidad que estando con estas temperaturas hubiese preferido usar mis borcegos para la visita al taller de Lara en lugar de sandalias o zapatos, pero bueno, iba a su taller precisamente, y el calzado abierto no era seguro en esos lugares. No sabía en qué podía estar trabajando, pero si tenía que soldar o cortar metal, los borcegos definitivamente serían la mejor elección.

Al menos mamá no me hizo tantas preguntas cuando le pedí permiso de visitar a su ex, pero suponía que era porque habían hablado previamente entre ellas, o habían vuelto a juntarse y no le molestaba que pasara tiempo con ella. Si lo pensaba, ninguna de las opciones era excluyente, pero sea lo que fuera, no me iba a quejar. Tras asegurarme de tener mi teléfono en el bolsillo por cualquier cosa, recito todo lo claro que puedo la indicación antes de tirar los polvos al suelo y experimentar la sensación espantosa de viajar vía chimenea. Lo peor claro está, es el aterrizaje. No importa con cuánta suavidad haya tratado de aparecer, siempre terminaba desparramando cenizas y en varias ocasiones, con un leve ataque de tos.

- Dame un minuto que le tengo que avisar a mamá. - Le advierto con un ademán de la mano izquierda, levantando el dedo índice en clara señal de espera mientras que con la derecha tipeo con rapidez el mensaje que le indica a mi progenitora que sí, he llegado a destino y sin inconvenientes. No sé de dónde saca la preocupación de que puedo llegar a equivocarme al indicar mi destino, pero siempre me hace mensajearla cuando no estoy usando un traslador. - Ahora sí. Perdón por eso, ya conoces a mamá. - Ruedo los ojos con una sonrisa en la cara porque, aunque fuese molesto, antes era a la tía Eunice a quien tenía que avisarle, y la tía y la tecnología… bueno, no eran dos cosas que funcionasen juntas.

Pese a que el taller se encuentra casi en penumbras, no puedo evitar que mis ojos recorran las distintas mesas de trabajo, tratando de divisar qué eran los objetos en sombras. Era una persona curiosa por naturaleza, y cualquier cosa innovadora siempre iba a llamar mi atención. - Mmmm… ¿Sigue estando ese local que vende los panzottis con salsa? Tengo ganas de comer pastas aunque esté haciendo algo de calor. - Cuando la pasta era rica, la temperatura era lo de menos, y ese local se había ganado mi amor la última vez que había venido de visita. - No sabría qué, ¿alguna recomendación?- Consulto examinando una estantería con objetos que no conozco. - Sino siempre puedes mostrarme que tienes de nuevo en tu cuaderno. Me gusta cuando explicas tus ideas.
M. Meerah Powell
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Invitado
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Claro, tomate tu tiempo— extiendo una sonrisa de aprobación para Meerah que cumple con la indicación de su madre de reportarse al minuto de llegar por la chimenea. No quiero tener problemas con Audrey. Se sabe que es de los medios de transporte más utilizado entre familias por la conexión segura, pero no es infalible. —Dile que estás sana y salva, que no te has pillado ningún punto ciego— digo al pasar, curvando mis labios con picardía. Siempre me ha preocupado ese rumor que comentamos con algunos colegas y de los que no hay comentarios oficiales, porque se descarta como una tontería. De todos los transportes, me sigue pareciendo el más seguro para que viaje una chica de doce años, en especial si no es mi hija y no quiero de esos accidentes que justo ocurren cuando los chicos quedan a cargo de alguien más.

El taller es un espacio inmenso que compartimos entre varios mecánicos, un par de la edad de mi padre, donde todo está a la vista y desordenado, por eso también prefiero llevar cuanto antes a Meerah a mi casa. Por su atuendo, veo que se adecuó al ambiente, pero este no es un lugar donde podamos traer sobrinos o hijos a mirar, a menos que sean del distrito y tengan vocación para el trabajo. Entonces, nunca es demasiado pronto para traerlos. Sucedió conmigo, ¿no? Cargo en mi mochila lo que no puedo dejar en la oficina y asiento cuando ella propone cenar pasta. —¿Quieres ir allí?— consulto y cierro la mochila. —De acuerdo, hablemos de ideas mientras cenamos— soy sincera. Lo dudé por un minuto, pero con ella si siento que puedo mostrarle mi cuaderno. Tal vez no todo, claro. Un poco, que es más de lo que muestro a la mayoría.  Si no quiere llevar nada y en cambio escuchar sobre algunas de las notas que tengo en el cuaderno, podemos postergar nuestra ida a la casa.

Bordeo el escritorio y la rodeo por los hombros con mi brazo para salir de la oficina, guiarla por la penumbra del amplio salón principal hasta una de las salidas alternativas y llegar a la acera. —Si no te importa, podemos ir caminando, queda cerca— digo, soltándola de mi agarre ahora que las luces de la calle nos sirven para ver donde pisamos. —¿Sabes? Creo que tu madre podría estar interesada en una nueva línea de escobas de control parental— le cuento, es parte del trabajo que venimos haciendo en el taller. —En su teléfono podrá ver tu ubicación, si estás en movimiento o no y también si te excediste en el límite de velocidad— le lanzo una mirada y arqueo mis cejas, mi expresión demuestra lo gracioso que me parece esto. Por Morgana, hubiera odiado que mi mamá me regalara una de esas escobas siendo adolescente. Pero eran otros tiempos, yo también fui una adolescente diferente a lo que es Meerah.

La mochila me cuelga del hombro y todavía llevo puesta la ropa de oficio, unos vaqueros y la camisa de la misma tela. Supongo que se puede ver rara mi entrada al local con una niña que no comparte conmigo ninguna similitud de rasgos, y como siempre me ha importado mucho lo que puedan decir y opinar otros, ocupo una de las mesas que quedan con vista a la amplia ventana que da a la calle. Pedimos los panzottis sin que haga falta examinar la carta, sabemos lo que queremos, por eso estamos aquí. Y cuando quedamos solas otra vez, saco el cuaderno del bolso, lo coloco sobre la mesa, pero no lo abro. Cruzo mis brazos encima. —A ver qué opinas de esto…— comienzo. —Mi madre tiene una alfombra voladora, la heredó de unos parientes hace muchos años. Es bellísima, a pesar de que el tejido a estas alturas está raído. Como sabrás, entre otros transportes, la alfombra no es el más popular…— me encojo de hombros, como si no entendiera el por qué de estas preferencias, cuando soy de las primeras en pedir una escoba o un traslador cuando se trata de viajar. —Pero a ti que te gusta la moda, sabrás entender que la alfombra es más que un transporte, es clase y elegancia— me sonrío, porque estas palabras las tomé de mi madre cuando me explicó lo que haría. —Ella quiere una línea de alfombras que gusten por su estética, se usará nanotecnología para que el material se regule a los cambios de temperatura de los ambientes durante el viaje. ¡Ah! Pero me pidió algo más— ruedo los ojos— quiere un sensor para identificar si hay criaturas mágicas cerca o un foco de magia, digamos, magos en acción. Riesgos del viaje, quiere prevenirlos— explico a grandes rasgos.

Nuestros platos de comida llegan y en la pausa de silencio, me aclaro la garganta para salir un poco del tema del trabajo. Solo porque Meerah lo pidió, hablé sobre ello y el proyecto del que mi madre quiso hacerme parte, cuando siempre fue una mujer que hizo una carrera laboral en solitario. Debe ser por la alfombra, que en teoría es mi herencia también y hay algo de sentimentalismo allí, a pesar de que el único romántico de nuestra familia fue alguna vez mi padre. Sobre familias… —¿Qué tal llevas lo de conocer a tu padre? — pregunto con cautela, si invito a pasar el rato a Meerah no es para tenerla escuchando mis monólogos. Lo que piensa o lo que siente sobre ciertas cosas me intriga mucho, porque es una mirada nueva, refrescante. —¿Cómo ves que lo lleva tu mamá? — digo lentamente con un cuidado mayor. No quiero inmiscuirme en lo personal, pero toda esta situación debe exigir que Meerah reacomode muchas cosas en su mente y a veces ayuda hablarlo.
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Me encojo de hombros cuando me pregunta ya que, si tenía que ser sincera, no me molestaba en lo absoluto comer afuera. Si decidía eso en lugar de pedir para llevar, pues agradecía haber combinado perfectamente mi calzado con mi vestido, de lo contrario jamás me dejaría ver en público sin importar que tan remoto sea el distrito que visitaba. - Cómo tú prefieras. Yo ya elegí la comida, tu elige el lugar. - Me llevo las manos detrás de la espalda y la miro expectante.

Me dejo guiar cuando me ayuda a atravesar el pequeño laberinto que es su taller y lo agradezco ya que no quería mancharme con grasa o algo parecido al no saber dónde estaban las cosas. - No me molesta caminar, es el único tipo de ejercicio que disfruto. - ¿Contaba como ejercicio? Me gustaba pensar que sí, porque de lo contrario, si no contaba con la actividad física del colegio, el único ejercicio que hacía era el de levantarme todas las mañanas de la cama. Contando la cantidad de intentos que eso llevaba, podría decir que eran abdominales o algo así. - Yo que tú no asociaría mi nombre a ese proyecto. Porque entiendo la seguridad y todo lo que conlleva, pero creo que serás declarada la enemiga pública número uno de todos los adolescentes si lo haces. - Mamá estaría encantada de tener algo de eso para controlarme, no en tiempo real, pero sí el estar segura de que había llegado a destino. - Aunque yo no puedo hablar mucho, no me gustan las escobas. - Eran incómodas, arrugaban la ropa, dejaban callos en las manos, y no había forma de montar una y no terminar completamente despeinada.

No tardamos en llegar y en ordenar la comida una vez dentro del local. No es un negocio precisamente bonito y de no estar con ella la primera vez que vinimos, probablemente jamás hubiera entrado. Gracias al cielo lo habíamos hecho, y había conocido lo que era la gloria en forma de pasta rellena. Ni siquiera en el capitolio había encontrado algún lugar que hiciera la pasta como en este, así que el pequeño reencuentro con Lara en el almuerzo era más que agradecido en esta ocasión.

- Nunca he viajado en alfombra. - Confieso mientras me estiro por encima de la mesa para poder mirar el diseño que se muestra en su cuaderno. No es que entienda demasiado de sus anotaciones, pero me parecía mejor la idea de una alfombra en cuál poder estirarte, antes que un incómodo palo entre las piernas. - No tengo demasiada idea de cómo son como método de transporte, pero clase y elegancia son dos de mis palabras favoritas. ¿Tienes quién haga los diseños? - Y trato de sonar profesional en lugar de completamente ansiosa, pero no lo logro del todo y estoy segura de que Lara puede descubrir mi tono esperanzado de fondo. - Se tendría que usar material impermeable por el tema de la humedad en las alturas, e incluso podrían hacer algunas con doble forro y hacer la base con pelo de Demiguise. - Mamá me ha hablado de ellos como criaturas, pero jamás había querido usar su pelaje ya que, en mi tipo de diseños, lo invisible no era algo que fuese útil.

Sigo ojeando las hojas que tienen los diseños de las alfombras y casi que no presto atención a la llegada de la comida.  Si no fuera porque Lara se aclara la garganta para llamar mi atención, probablemente seguiría perdida pensando en diferentes combinaciones, tejidos o telas que podrían usarse para fabricar algo útil, pero con estilo. - ¿Hay alguna forma correcta de llevarlo? - Contesto mientras pongo algo de queso sobre el plato que nos acaban de traer. - Siempre quise conocerlo, pero no me esperaba que fuese alguien famoso de quien hubiese hablado decenas de veces en clase o con mis amigas. - Generalmente pensaba en mi padre como una figura abstracta a quien quería conocer, nunca se me hubiese imaginado que podría ser alguien que, en cierta forma, ya conocía. - Mamá se muestra demasiado abierta como para ser alguien que me negó por doce años cualquier tipo de información sobre mi progenitor. O sobre su familia si vamos al caso. Así que supongo que lo lleva mejor que yo incluso. - No es que estuviera del todo contenta con ella, pero contestaba casi todas mis preguntas y no me negaba visitar ni a mi abuelo, ni a mi tía, ni a mi padre; así que prefería perdonar sus años de silencio ya que era un beneficio para mí. - ¿Tú que puedes decirme de Hans? Solo lo he visto dos veces, así que creo que sabrás más tú de él, que yo.
M. Meerah Powell
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Invitado
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Tengo que contener la carcajada que me sube por la garganta, de lo inesperado que me resulta su comentario, y es que todavía no puedo anticiparme a las expresiones de Meerah que nunca dice nada sin ton ni son, sino que lo presenta a su manera. Cuando yo tenía doce años procuraba todos los deportes, claro que en muchos fracasaba por mi temperamento y honesta falta de habilidad, pero el entusiasmo por estar en movimiento y la energía que a esa edad desbordaba de mis poros me tenía saltando dentro del taller de mis padres de un lado al otro. Era necesario darme una ocupación que regulara ese ánimo. ¡Las escobas! Amaba las escobas, solía decir que tendría una colección envidiable en todo el distrito. El contraste de mi yo de doce años con Meerah me roba una sonrisa resplandeciente, creo que nos hubiéramos llevado pésimo si coincidíamos en el Royal. Pero le llevo más de quince años y la encuentro encantadora en sus maneras. —Sé que los adolescentes nos odiarán— admito. —Yo misma me miro en el espejo y me odio por haberme convertirme en el enemigo— me rio. La seguridad es esencial, ese es el punto. El mundo está cada vez más loco (¿o siempre lo estuvo?) y cuidar a los niños y chicos está entre las prioridades de algunos proyectos, si bien no es algo que andemos divulgando.

Mis conversaciones cotidianas se dan con personas de mi rubro, mi madre y mi mejor amigo incluidos, salvo este último nadie más tiene permiso de espiar mi cuaderno. Cuando noto que Meerah de refilón está mirando las notas, lo coloco en el centro de la mesa para que pueda mirar a sus anchas, su interés evidente me invita a hablar más de la cuenta, abrumarla con detalles y me sorprende cuando aporta sus propias opiniones. —Creo que mi madre aun no habló con nadie del distrito 8. Esto es un proyecto personal y no creo que acepte la colaboración de alguien que no le conceda a la alfombra la misma importancia que ella—. También tenía esa idea de que se debía con el estilo de la alfombra heredada, pero combinando colores no es la mejor. Tiene buen ojo crítico para las cosas, lamentablemente no artístico. Al menos no para ponerse a diseñar, ese es un talento reservado para personas especiales. Como Meerah. —¿Te gustaría hablar con ella? — ofrezco y me inclino un poco más hacia adelante. —Pero no le digas ex abuelastra o tendré que responder preguntas incómodas, ¿de acuerdo?    
   
Y sobre preguntas que pueden ser incómodas, hay un par que espero que no lo sean para Meerah. Meneo con la cabeza en una negativa porque no creo que hay formas correctas o incorrectas de conocer a un padre cuando se tiene doce años de ignorar su identidad. Lo que me interesa es saber cómo se siente al respecto, no las formas. Muevo la pasta de mi plato con el tenedor para que la salga se disperse mientras la escucho. El punto que ella señala es interesante, estamos acostumbrados a ver rostros en la televisión o en fotografías de los medios que se vuelven conocidos para nosotros por su fama y creemos saberlo todo de ellos, hasta que se da el contacto, una coincidencia que los vuelve real y ahí está la persona detrás del personaje mediático. Y en el caso de Meerah, es su padre, con quien comparte sangre. Frunzo mi boca en una línea tensa, midiendo qué tanto puedo decirle sobre Audrey a su propia hija que la conoce mejor que nadie. —¿Estás enojada con ella? — pregunto y entonces lo hago, doy mi opinión buscando que si hay algo de rabia en Meerah hacia su madre, sea comprensiva con ella. —Tu madre suele darme la impresión de que lleva bien muchas situaciones, pero nunca tuvo nada fácil y son muchas las cosas que se calla para poder seguir dando esa impresión—. Cosas que no preguntaré a menos que me las cuente por propia voluntad. En cambio, su hija si puede exigirlo, lo hizo durante años y Audrey aun así calló. Pincho la pasta y mastico un par antes de tener que dar a su vez una opinión sobre Hans. Por todas las fuerzas que soy capaz de reunir en el universo, trato de que nada, absolutamente nada en mi expresión muestre una alteración. ¿Exactamente qué de todo sobre Hans le puedo decir a su hija? Tengo unos segundos para pensar una respuesta que no me comprometa. —No es un mal sujeto— digo y logro enfocar mi mirada en ella. —Se esforzó mucho por llegar donde está y trabaja para resolver algunas mie… algunos conflictos internos, pero creo que tiene toda la intención de ser un buen padre. Creo que especialmente para ti, mostrará esa mejor versión de sí mismo que construyó con tanto esfuerzo.
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M. Meerah Powell
Fugitivo
¿Si me gustaría hablar con ella? Estaba de broma, ¿verdad? Me encantaría poder presentar algún tipo de proyecto que mostrara mis dotes artísticas y profesionales. - ¿Crees que me consideraría pese a mi edad? - Ese era el mayor impedimento que tenía para cualquier cosa, y no me sorprendería que su madre no me regalase ni un minuto de su tiempo al considerarme una niña. Que lo era, seguro; pero la moda es mi pasión, y para esas cosas no hay edad. O al menos eso es lo que solía ganarme un poco más de tiempo generalmente. - Si tu me dices que realmente no le importará que tenga doce, voy a preparar unos diseños para presentarle. Y no, no voy a decirle ex abuelastra; ni siquiera le digo abuelastra a Jamie. - De solo pensarlo me daba escalofríos. - Ni siquiera conozco a Jamie… - Y en el caso de hacerlo seguía prefiriendo pensarla como la ministra, o a lo sumo como la mamá de Hero.

Lleno el tenedor y me aseguro de mojar bien en la salsa antes de llevarlo a mi boca, meditando la pregunta de Lara antes de responder. - No es enojo… No lo creo al menos. Solo que sigo sin entender por qué tanto secreto. - Tal vez sería de esas cosas que entendería al ser más grande. De momento solo me parecía una idiotez innecesaria que prefería ignorar. - ¿O sea que mentir y fingir ser fuerte es un buen ejemplo a seguir? - No había sido mentira tanto como omisión, pero el punto seguía siendo el mismo. No estaba enojada con mamá, pero tampoco estaba feliz por todo lo que había ocultado. Sin embargo, prefería no pensar en eso y ocupar mi tiempo en tratar de asimilar todo mi nuevo entorno.

- No me voy a asustar porque digas “mierda”, prometo no repetirlo ante mis compañeros si te hace feliz. - No me gustaba mucho decir palabras groseras, pero tampoco me gustaba que las callaran delante de mí. Me llevo otro bocado a la boca mientras la escucho, y tengo que masticar y tragar antes de sonreírle. - Me gusta eso de que quiera ser un buen padre, pero me has dicho menos de él que los programas de chismes que pasan a la tarde. - De verdad, su vida era pública, sabía a grandes rasgos muchas cosas de él, pero quería otro tipo de opinión. - ¿Son amigos o no?
M. Meerah Powell
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La verdad de que la familia de Meerah es atípica me provoca una punzada de algo inexplicable. Si alguna vez pensé que su situación era similar a la mía por ser criada sola por su madre, pese a que sea en circunstancias diferentes, la manera en que su árbol genealógico se abre dista de ser lo conocido o convencional. —Puedes decirle Mo, su nombre es Mohini. Prefiere que la llamen así en vez de que la traten con títulos como señora o madre— tuerzo mi sonrisa hacia un lado. —Y no, no le importará tu edad. Si me hice mecánica, no fue de pura suerte. Mis padres me ponían herramientas en las manos desde los tres años y me daban cosas rotas con las que entretenerme— le cuento. De los dos, quien más me consentía era mi padre, que a veces no estaba de acuerdo con que se me exigiera de más. Solía hacer recomendaciones esporádicas de que se me tratara como la niña que era, y que caían en saco vacío. —Para mamá nunca eres demasiado joven para trabajar tu potencial sí lo tienes. Y si no lo tienes, en trabajar para tener uno— explico. —Solo te diré que te armes de tus mejores diseños, no se impresiona fácilmente, y a cuanto más talento perciba que tienes, más va a exigirte— lleno mi boca con pasta para no seguir adelantando a Meerah todo lo que aprendí sobre mi madre en treinta años de vida, es preferible que la conozca por su cuenta y con sus maneras.

Tengo el tenedor deambulando por mi plato sin pellizcar nada, trato de buscar una respuesta a su pregunta y tampoco la encuentro. Puedo hacer especulaciones de por qué alguien oculta la identidad del padre de su hija o la identidad de su familia misma, se me ocurren muchas buenas razones. En honor a la verdad, no sé por qué lo hizo Audrey y no haré de esta cena un espacio para barajar posibilidades. Me encojo de hombros, uniéndome a la incertidumbre de Meerah. A lo demás contestó con toda sinceridad: —En la vida tendrás que mentir y fingir ser fuerte demasiadas veces. No necesitas ningún ejemplo a seguir, todos acabamos por hacerlo— comento. —Si una persona te importa, siempre trata de escuchar las razones que mueven sus acciones—. No quiero que parezca sabiduría barata de adulta, así que me entretengo con mi pasta a la que dedico toda mi atención los segundos de tregua que tengo, antes de enfrentarme al camino sinuoso que ella me tiende.

A su pregunta, cruzo el tenedor en el plato y lo aparto para poder cruzar los brazos sobre la mesa, lo que me permite inclinarme un poco más hacia adelante, estudiándola con suspicacia. Estoy casi convencida de la intención inocente que hay en sus palabras, si las percibo capciosas debe ser por mi consciencia inoportuna. —No, no somos amigos— contesto. Lo aclaramos recientemente en una interesante charla. No hay lugar a vacilaciones o réplicas. Al ser posible, me reclino un poco más hacia Meerah para hablar en un tono de confidencia y sonsacarle la respuesta que ella parece esperar de mí, pero que ya tiene. —¿Qué crees que sucede entre tu padre y yo, Meerah?— inquiero. —¿A qué conclusión llegaste?—. Siento por ella una lealtad imprecisa que me motiva a querer compartir lo poco o la información al azar que tengo de Hans, pero no hay nada que pueda decir sin que se me cuestione cómo lo averigüé, y que mi ayuda se convierta en una trampa para mí misma.
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Las cejas se disparan bien alto en mi frente ante la explicación de Lara, más conmocionada por el hecho de que quiera que llame a su madre por nombre de pila que por el hecho de entender un poco más de su personalidad gracias a lo que me cuenta de su pasado. Me cuesta imaginarla de pequeña siendo que siempre tuve una imagen muy marcada de ella, pero a su vez me da algo de gracia pensar en una niña pequeña rodeada de herramientas y con grasa en las mejillas. - Me crié con Audrey Niniadis, no voy a llamar a un adulto que no conozco por su nombre. No a menos de que me lo pida. - El respeto hacia los demás es una de las lecciones que más me ha inculcado mi madre, y ni siquiera el aval de su hija me haría llamar a la madre de Lara por su apodo sin conocerla. - ¿Su apellido también es Scott? - No iba a asumir que había cambiado su apellido al casarse, o que Lara había heredado el apellido por parte de su padre. Mejor era estar segura para evitar momentos incómodos e innecesarios.

Dejando de lado el dilema del nombre, vuelvo sobre la idea de los posibles diseños para las alfombras y casi que me relamo internamente ante la anticipación. - Siempre presento mis mejores ideas. No podría mostrar algo mediocre sin querer morir por la vergüenza. - Debo tener una expresión horrorizada en mi rostro, pero de tan solo pensar que me conozcan por un mal trabajo… No, me negaba a eso.

- No tengo problema en escuchar las razones de la otra persona. Cuando la otra persona las dice y no se las guarda por doce años. - No es que no hubiese perdonado a mamá… que no lo había hecho del todo si era sincera. Simplemente prefería no dar demasiadas vueltas al tema porque estaba queriendo concentrarme en formar una relación con mis parientes recién descubiertos. No me servía estar mal con mamá cuando de ella dependía el que pudiese o no salir de mi casa. - Gracias por tu sinceridad de todos modos. - Me gustaba que Lara no quisiese disfrazar la realidad frente a mí, como si fuese una niña a la que había que proteger de los malos hábitos.

Unos segundos de silencio se forman en lo que seguimos comiendo, pero Lara no tarda demasiado en contestar mi pregunta. No puedo decir que no me siento un poco decepcionada con su respuesta, pero no a todo el mundo podía gustarle mi padre, y comprendía que no fuesen amigos. O eso hacía hasta que la castaña me devuelve una pregunta que no me esperaba. ¿Qué creía…? - Hasta hace diez segundos, a ninguna. Solo que no todo el mundo podía creer que Hans era de lo más agradable. Ahora… - ¿Debía ser directa? La miro detenidamente antes de estirar mi mano hacia el vaso y tomar un trago antes de responderle. - ¿Te acostaste con él? ¿O lo estás haciendo de forma regular? - No iba a pensar en nada malo sobre ella por haberlo hecho, pero tampoco iba a tratar de esconder lo que había descubierto menos de un minuto atrás. Si lo pensaba con detenimiento, ahora todo el almuerzo pasado cobraba sentido.
M. Meerah Powell
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Dejemos que sea ella quien te lo pida— acepto, reprimiendo mi sonrisa. Cada vez que hace gala de los buenos modales que posee, cuesta concebir que sea una chica que no tiene pelos en la lengua para decir lo que piensa. ¿Cómo lograr combinar ambos aspectos? No lo sé. Pero de ella nunca se dirá que en su actitud avasallante ha faltado el respeto a alguien alguna vez. Si acaso su impertinencia es su manera directa de encarar cada cosa que despierta su curiosidad. —Y no, su apellido es Khan. Tengo que reconocer que eso nos salva de que haya confusiones en el área de trabajo en el que nos movemos con colegas y clientes— contesto a su siguiente pregunta, si es que Meerah está pensando qué unir al título de «señora». Temo que mamá muera de la impresión si una niña la llama «señora Khan», no logro hacerme una idea de cómo reaccionaría a los modales encantadores de Meerah y a su muestra de diseños. Si le agrada demasiado, cabe la posibilidad de que espere que a mi edad tardía aprenda un poco de ella y me comporte un poco más decentemente como hija. Sonrío porque tengo la franca esperanza de que puedan trabajar juntas. —Esa es la actitud que siempre te llevará un paso por delante de cualquiera— la felicito por siempre aspirar a mostrar lo mejor, eso es en realidad mostrar lo mejor de sí misma. Al menos en mi trabajo, veo que eso funciona. A las mejores ideas se destinan un mayor porcentaje de presupuesto, consiguen mejores inversores. Se trata al fin de cuentas de una competencia.

Estoy perdiendo el interés en la comida, me encuentro defiendo el accionar de Audrey aun desconociendo los motivos que la impulsaron a callar tanto tiempo. —Por lo general, los padres subestiman a los hijos— esto que digo no es una revelación original, una nueva ley universal que deba ser puesta en consideración de la humanidad. Todos lo sufrimos; todos como hijos, algunos como padres. —Doce años parece mucho tiempo, pero no lo es cuando se trata de la edad de una hija y cuando si hay que de dar razones, la principal preocupación siempre es que la otra persona las entienda— mareo a mi tenedor en el tenedor así como yo misma con mis cavilaciones, entonces su comentario me pesa en el estómago. No llego a dar una reacción significativa, solo le sonrío, apenas. Los halagos sobre mi sinceridad pueden ser un tanto equívocos.

En consideración a lo mucho que agradece que se le hable sin rodeos y con madurez, cuando expone para mí lo que sabemos que es verdad y que entre tantas opciones posibles es la que haya elegido, hace más sencillo admitirlo. Suspiro y mi intranquilidad encuentra sosiego, no hay necesidad de solapar nada con mentiras rebuscadas. —Sí, lo hice. Sucedió en dos ocasiones. No lo calificaría como algo regular teniendo en cuenta que llevo años trabajando para él y todo apunta que continuaré con ese trabajo— contesto. No se arma un patrón a partir de dos acontecimientos, no importa que la última vez haya ocurrido hace poco tiempo y el futuro es bastante extenso, impredecible. Coloco mi barbilla sobre el puente que formo con mis manos entrelazadas, para poder sostener el contacto visual con ella. —Es cierto que la relación que mantengo con tu padre es principalmente laboral— es importante recordar esto, sirvió para aclarar un par de preocupaciones que me asaltaron al dejar su casa. Es bueno poder expresar en voz alta el resultado de mis cavilaciones, aunque sea a los oídos de la hija del mismo Hans, porque nunca se lo hubiera compartido a nadie más. No acostumbro hacer parte a otras personas de mis meditaciones. En esta cuestión de los secretos, jamás podría juzgar y condenar a Audrey, no cuando tengo los míos y los mezquino.

»Volviendo a tu pregunta sobre qué puedo decirte de él…— retomo el punto que nos trajo hasta aquí y froto mi barbilla. —Ya te dije que tiene un par de conflictos personales que lo demoraron un poco en asumir y reconocerse como padre. Pero los dos tienen un encanto similar, el que te conozca es como caer en su propia trampa— disimulo una sonrisa, y miro al espacio vacío sobre nuestras cabezas. —Cuando dictamina una regla personal, jamás la romperá. Lo que puede ser bueno o malo, dependiendo de la situación. Si él dice «de aquí no pasaré», no lo hará y no hay persuasión que valga. Tendrás que tener cuidado con eso cuando quieras conseguir lo que sea. Pero también es algo bueno, no sobrepasa límites, tiene escrúpulos…— lo medito un poco más. —También es un tipo de costumbres. Corre por las mañanas, se acuesta con su secretaria, tiene la misma mecánica hace años— añado con un poco de humor. Ladeo mi cabeza hacia Meerah. —Eso es lo que puedo decirte desde mi punto de vista, apenas un recorte de su personalidad. Habrá otras personas que lo conocen mejor y es cuestión de tiempo para que lo conozcas mejor que nadie.
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M. Meerah Powell
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¿Mohini Khan? Debo decir que no es un nombre que haya escuchado con anterioridad, pero tenía su encanto y su personalidad. Casi que ansiaba descubrir a la persona que había detrás de ese nombre, más aún si tenía en cuenta quién era su hija y como debía haberla criado. Si la madre se parecía siquiera un poco a Lara, y no me trataba como una niña de cinco años solo por mi estatura, probablemente ya me cayese bien. Su siguiente comentario me hace suponer que deben ser parecidas físicamente si es el nombre lo que evitaba las confusiones, y no tardo en imaginarme en una versión más grande de la castaña, con una expresión algo más severa, y un par de arrugas a los costados de los ojos. - Gracias. - Le sonrío ante su cumplido, con toda la sinceridad que soy capaz, al saber que ella también es sincera con sus palabras.

Me limito a asentir cuando dice que los padres suelen subestimar a los hijos, pero no acoto nada más para poder dejar morir el tema ahí mismo. No quería seguir dándole vuelta al tema de mi madre, como si hubiese forma de analizar lo que pasaba por su cabeza. Mi madre era de manual en algunas cosas, pero cuando se trataba de su vida privada solo podía imaginar una gran incógnita con muchos acertijos para resolver. Tratar de entenderla era algo que requería tiempo, paciencia y comprensión; y a decir verdad yo solo contaba con una de esas tres cosas.

No estoy segura de qué pensar cuando me confirma que sí durmió con mi padre, más que nada porque pasé bastante tiempo con la visión de ella y mi madre juntas. Era divertido si me lo ponía a pensar, el que pudiese imaginar a Lara con ambos en situaciones diferentes (que no incluían nada sexual, gracias), pero que aún así no pudiese visualizar a mis padres juntos. ¡Y había compartido una cena con ambos! Es solo que… se sentían como personas tan diferentes, tan opuestas, que no entendía como en algún momento pudo haber algo entre ellos. Lara y Hans ya eran otro tema aparte, y aunque la castaña me asegurase que su relación actual era meramente laboral, no podía dejar de pensar que tenían una especie de no se qué, que los hacía verse bien estando juntos. Suponía que debía ser por haberlos visto juntos en el almuerzo.

Luego ennumera un montón de cualidades y datos que desconocía de mi padre, y mientras trato de asimilar todo lo que me dice, no puedo evitar que se me escape un comentario casi burlón. - Para mantener una relación principalmente laboral, sí que conoces a Hans.
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-¿Será que soy una persona observadora?- lo planteo como un interrogante y un amago de broma, en mis ojos destella un brillo de humor que dura dos segundos. Esto me pasa por tratar de tener una conversación honesta con Meerah en la que pongo en voz alta lo que hasta entonces no salía de mi mente, me choco con mis propias contradicciones y las respuestas que arme para ella serán trompicones para tratar de salir de un laberinto. -Es la impresión que tengo de él, y puede que si me escuchara en este momento diría algo así como "No soy un hombre de costumbres, Scott"- lo remedo haciendo que mi voz suene más gruesa y sigue sin ser parecida a la suya. -Claro que nunca sabremos si en serio estoy equivocada o solo lo dice para contradecirme- revoleo los ojos mientras disimulo una sonrisa. Ella lo vio en primera fila, él siempre me lleva la contraria aunque haya sobradas evidencias de que soy quien tiene la razón, modestia aparte.

Picoteo de mi plato, le doy un espacio de tiempo para sus comentarios, si es que tiene alguno, o que el silencio me de la tregua que necesito antes de volver al campo. -Y, ¿por qué crees que una relación laboral no sirve para conocer a la gente?- pregunto, poniendo esa posibilidad sobre la mesa para que podamos estudiarla.- Es tan válida o puede que más que otras relaciones para juzgar el carácter de una persona y aprender algunos de sus hábitos o manías. Como diseñadora, irás teniendo los tuyos y descubrirás particularidades que pocos conocen-. Meneo la cabeza de un lado al otro, un par de carcajadas me raspan la garganta. Encuentro muy cómica esta situación de exponer una relación laboral como algo más cercano entre dos personas, despojándola de la ligereza con la que solemos decir "es solo un cliente", y no nos involucramos. Porque esa es la máxima: no te involucras con los clientes si quieres hacer tu trabajo bien y que al acabar te paguen por ello. Se resguarda una distancia, siempre. Pero los conozco, puedo hacer una ficha de cada cliente que puso un pie en mi taller y bautizarlo con un mote.

Y anticipándome a lo que podría ser un caminar por sendero escabroso, continuo:- Además, en relaciones más estrechas como las de un par de amigos, la de una madre y una hija, o una pareja...¿en serio puedes decir que conoces a la otra persona?- . Muevo mi mano hacia ella por encima del plato y de la copa de agua, la referencia abarca su relación con Audrey así como mi amistad de años con Riley. -Me he dado cuenta que en estas relaciones se reprimen aristas del carácter o en la intención de agradar, se actúa de una manera falsa, se miente o se omite. Hay quienes al acabar relaciones de diez años dicen no conocer a la otra persona, de que tal vez nunca la conocieron como en verdad era. Y déjame decirte... el mecánico, el médico o el abogado que atendió a esta persona durante diez años, seguro la conoce mejor. No sufrirá de esa decepción- al terminar la animo a darme su parecer con una mirada y curvando mis cejas en una expresión abierta a lo que pueda opinar. Mojo mis labios con la copa de agua, me siento llena y no sé si es por la cena o por lo mucho que he hablado.
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M. Meerah Powell
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- ¿No soy un hombre de costumbres, Scott? - Una de mis cejas vuela hacia mi frente, mientras que mis labios desaparecen para formar una fina línea firme que amenaza con romperse en cualquier momento. No me esperaba que Lara lo imitase agravando su voz, pero no es eso lo que me causa gracia, sino el que de alguna manera puedo visualizar perfectamente a mi padre diciendo eso, y por alguna razón eso es lo que me pinta la risa en la mirada. - Por favor, eres una mentirosa, y lo sabes. Yo soy una buena observadora, y he conocido al hombre más por tí que por él mismo. - No es que Hans fuera cerrado, lejos de eso. Pero es difícil conocer la verdadera naturaleza de una persona cuando estás tratando de no cagarla y comportarse como corresponde. Al menos Lara ya me conocía lo suficiente como para creer que había una determinada confianza entre nosotras.


Es mi turno de llevarme un bocado a la boca antes de continuar con la charla, y no puedo evitar pensar que me ha atrapado en mi propia acusación. Trago y busco mi bebida para que baje tanto la comida como la opinión que he expresado antes. - ¿Puedo sacar la carta de “tengo doce, no entiendo de relaciones” y pedir el postre? - Es obvio que bromeo, pero el pequeño chiste me da tiempo a ordenar un poco mis ideas antes de plantear lo que realmente opino. - No creo que nadie conozca a otra persona del todo, jamás. Y tienes razón, hay mucha falsedad incluso en las relaciones más cercanas, pero no por eso uno deja de conocer a la otra persona. Los profesionales como tú dices, no se decepcionan porque nada esperan. Yo como diseñadora y aspirante a estilista, quiero conocer el carácter y los gustos de los demás para mejorar, pero eso no significa que quiera conocer su rutina de los sábados, o cómo les gusta cierta comida. - Claro que desde mi futura profesión, había aspectos determinados a tener en cuenta, y esperaba cumplir con ellos para poder obtener una visión panorámica que me ayudara a resaltar mi objetivo. - Y si lo hiciera, seguramente sea para ganar el favor del otro. ¿Eso no cuenta como falsedad?

Entendía su punto de vista, pero sería una tontería decir que exclusivamente se ganaba más de una relación laboral que de una personal. - En todo caso, el conocer a la otra persona depende de lo que el otro esté dispuesto a dejar ver, y de lo que uno esté dispuesto a entender; que no siempre concuerdan, y tal vez es por eso que hay tanta confusión. - Pienso en mi relación con Audrey y al compararla con mi relación con Lara puedo notar grandes diferencias. - Con mamá no puedo tener estas conversaciones porque siempre siento que hablo con una enciclopedia, aún así a ella es a la primera a la que voy a llamar si algo me pasa. Y las dos cosas se dan porque conozco como pueda o no reaccionar. - Creo que no sé como más expresar mi opinión, así que tomo el pan que está al costado, y lo paso por el plato para limpiar lo que queda de salsa. - Eso sin contar el como puedan o no afectar las jerarquías a la relación. ¿Sabes lo odioso que es escuchar como respuesta el “porque soy más grande”?
M. Meerah Powell
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Muevo la cabeza de un lado al otro. —Es cuestión de tiempo, te harás tu propia impresión de él que puede desmentir muchas de las cosas que te he dicho— murmuro, mis ojos vagan por la comida de mi plato que va escaseando, el tenedor roza la losa sin que atrape nada para llevarme a la boca. Lo que hago es evitar que la mirada de Meerah se cruce con la mía por su insistencia incansable de vincularme con su padre de un modo estrecho, como si lo conociera, cuando no hace más que sumirme en confusiones cuando me habla y nunca mis pronósticos sobre su accionar son acertados. Tiendo a proyectar en las personas mis prejuicios y mi modo de interpretar las cosas, si le confío mi percepción sobre Hans es porque espero que arme sus propios criterios con el transcurrir del tiempo a su lado, desde su lugar de privilegio como hija. No miento cuando digo que podrá conocerlo de una forma distinta a la de la mayoría, su relación será única. Si bien creo que muchas relaciones cercanas solapan aspectos del carácter de cada persona, haciendo que entre amigos y familiares haya omisiones y mentiras, y que las laborales dan la seguridad de saber qué esperar de la otra parte y no es errado tampoco pensarlo como que nada se espera, por eso no hay decepciones, es lo que me dice Meerah.

De todo lo que me haya dicho en lo que tengo que darle la razón y lo hago con un asentimiento del mentón cuando lo menciona, es que no importa la falsedad que exista en una relación, no importa que no haya intención de conocer al otro, será en el roce cotidiano que se manifiestan esos mínimos actos que nos permiten juzgar el carácter de la persona. Es lo que me sucedió toda la vida con Riley, somos en esencia solitarios y nos guardamos mucho de lo que pasa por nuestras mentes. Pero me conoce, lo conozco, en esos detalles que surgen de lo cotidiano y lo espontáneo. Con la madre de Meerah es similar, ella no se abrió conmigo confiándome secretos y para interpretarla traté de leer los signos que fue dejando. Y tampoco tenía la intención abierta de conocer a Hans, fui armando mis opiniones en base a los vistazos que pude echar a la persona por detrás del traje. ¿Son cosas que me sirven para completar su ficha como cliente? Ciertamente no y tampoco quiero ganarme su favor, no hay tal cosa en el acuerdo que tenemos. Pero sonrío a Meerah al contestarle: —No lo llamaremos falsedad, sino tácticas de venta. Tienes que conocer a tu cliente para vender.

La observo con atención cuando explica que no siempre coinciden dos personas, una con intención de mostrarse y la otra de entender, situaciones en que la predisposición de cada parte importa. Mi sonrisa decae un poco. —Creer que la otra persona no va a entendernos o no hará el intento, es la principal razón por la callamos muchas cosas. Sentirnos incomprendidos siempre termina por aislarnos— musito. Pienso en el por qué no llegué a sincerarme con mi mejor amigo, por qué también con mi madre, ¿desde cuando hablo más de la cuenta y nunca digo lo que realmente importa? ¿Cómo logre conservar secretos durante tantos años? Por la incomprensión. Porque no creí que nadie pudiera hacerlo. Y espero mucho de Meerah con mis planteos, con poca consideración a sus trece años, como para revelarle cosas que sus oídos nunca deberían escuchar. Disimulo una carcajada cuando hace referencia a esa cuestión de la edad, que la hace víctima de la arrogancia de frases del tipo “porque soy más grande”. —Lamentablemente… siempre encontrarás personas en un escalón más alto que el tuyo. Muchos por sus inseguridades internas se reafirman en esa idea de ser más grande— me encojo de hombros. —Y en el caso de tus padres, estás inevitablemente en una relación de desequilibrio. Ellos tienen el poder— sonrío a modo de broma. — ¿Ya terminaste de comer? Como esta noche no están presentes, puedes pedir el postre que quieras.— le propongo. Llamo a quien nos atendió para que regrese a retirar nuestros platos vacíos. — Cuando acabes volveremos a la casa y me fijaré si me quedó algo de los bocetos de mi madre para mostrarte en qué consiste su trabajo con las alfombras. Haremos un poco de trampa, te enseñaré lo que sé y así colaboraré para que puedas impresionarla— le guiño un ojo.
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