The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Como cada mañana, nos levantábamos sobre las seis y media para arreglar la casa ministerial de Powell los dos elfos y yo.  No era una ardua tarea, cada uno de nosotros nos encargabamos de los diferentes quehaceres, pero aunque se iban cambiando las tareas durante la semana, cabía añadir que era aburrido y demasiado largo, se notaba que veías perder la vida lentamente y lo peor de todo es que el tiempo era lo más valioso que teníamos, hasta eso se nos había robado. Hubo un tiempo en el que creía que incluso si hubiera consenso magos-humanos podría haber "Un mundo feliz" pero ese pensamiento ahora solo era un dibujo borroso y gris en mis pensamientos. Subí las escaleras llevando unas cosas, pese a que había bastante gente, era tan grande la mansión que parecíamos simples hormiguitas allí dentro. Las habitaciones eran frías, como si estuvieran carentes de personalidad o es que simplemente pese a que hubiera algo, parecía como lejano. Me gustaba sobretodo cuando limpiaba la biblioteca, porque me paraba a leer los títulos y pese a que eran de magia, esa curiosidad era latente y me daban ganas de pronunciar conjuros.

Para no desfallecer en esa perdición de creer que estaba matando tiempo, me había propuesto cotillear todo cuanto pudiese del ministro porque creía que tal vez en algún momento esa información me valdría para algo. Era un plan entre descabellado y estúpido, más lo segundo que lo primero, pero solo hacía mis tareas de "limpieza". Curiosamente, no tenía ningún interés cuando el señor entraba en su casa y simplemente esperaba deseoso el momento de finalizar con el día para volver a la casita de los exteriores donde vivíamos los esclavos, ya que implicaba tener tiempo para nosotros, aunque normalmente se utilizaba para dormir. ¿Sabes cuando ves la vida pasar y ya no hay nada más? ni un ápice de alegría, simplemente eran días lentos, monótonos y carentes de ¿todo?. Lo peor es que no nos podíamos quejar al señor si quiera, porque éramos muebles y tampoco éramos tan idiotas de llamar a la muerte tan rápido.

Lo que me consolaba es que había conocido a un esclavo llamado Sami, dudaba si lo volvería a ver pero después de un tiempo de tan poco socializar, eso había dado como una pequeña chispa a la vida. Corta y fugaz, pero chispa. El momento de ir a comprar juntos se había vuelto un pequeño recuerdo agradable al que recurría antes de dormir en un intento de sacar cosas positivas, algo de lo que también estaba intentando aprender, a sacar cosas positivas para no hundirme más en el asco. Una de las esclavas veteranas vecina me lo había aconsejado junto con dar gracias a algo, pero eso segundo no lograba verlo por lo que no pensaba hacerlo ¿gracias por...que?, ella me decía que por estar vivos, pero aunque la mujer tenía buenas intenciones, en su mirada siempre observaba que su esperanza se había ido como sus años. Esa esclava vecina era como una madre para mí en el poco tiempo, porque me daba tranquilidad cuando era puro nervio.

Luego de limpiar la biblioteca, anduve por el pasillo en dirección a la habitación de Hans. Hansito en mi mente. Era un intento de quitarle tanta mala estigma que le había cogido, pero no servía de mucho. No me caía muy bien pese a hacer el esfuerzo de fingir que sí. Ojalá hubiera un teatro porque al menos de actor tal vez sirviera. Entré en la habitación convencido de que se había ido y cuando lo vi, palidecí al momento. Mierda. Eso lo teníamos prohibido. Si estaba dentro de su cubículo no podíamos entrar pero no lo sabía. Más torpe fue que no había sido silencioso precisamente y seguramente se habría percatado de mi presencia como para irme sigiloso.

-Emm...-seguía en blanco y no supe si en casos de esos se hacían reverencias o que demonios, así que improvisé como una pequeña reverencia con la cabeza a modo de ¿disculpa?- siento haber entrado así, pensaba que no estaría-me fui yendo marcha atrás sutilmente.

"Que esté de buen humor" pensaba mirandolo y deseando irme. Maldita sea.  
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sería excelente que alguien tuviese una pizca de compasión por la salud de mi cuerpo. El estrés ha empezado a hacer de las suyas y he tenido migraña toda la noche, algo que he tratado de combatir con pastillas, una poción y la compañía de una enorme cantidad de té; incluso, he rechazado la idea de salir con Annie, lo que delata mis pocos ánimos. Dicho de otro modo, estoy simplemente agotado y sé que no tengo opción que seguir por esta ruta hasta que pueda descansar sin temer que NeoPanem vaya a estallar en mi tiempo libre. Por eso mismo, esta mañana decido dar el anuncio de que llegaré más tarde al trabajo para poder tomarme las cosas con calma, a sabiendas de que alrededor de las dos iniciará una larga carrera repleta de reuniones que van a dejarme de cama.

He dejado una pila inmensa de documentos inéditos y sumamente privados sobre mi cama; esos mismos que estuve analizando hasta que las neuronas estuvieron a punto de explotar. No es más que una pila de información confidencial sobre la búsqueda de los Black sobrevivientes, puntos de encuentro y reuniones de los rebeldes que he tenido que releer en busca de algún detalle que se me pudo haber pasado por alto. Informes sobre las personas que he espiado, conversaciones que he mantenido, secretos que he rescatado. Si algo de eso abandonase esta habitación, sería un escándalo. Pero sé que no pasará, porque mi dormitorio es mi santuario, porque aquí yo tengo el control de todo.

Creo que quiero ahogarme con la ducha, porque no recuerdo la última vez que estuve dentro por cuarenta minutos sin estar acompañado. Para cuando por fin salgo, me envuelvo en la toalla por simple costumbre y ni me molesto en secarme por completo, dispuesto a ir en busca de algo de ropa con un amplio bostezo que delata mis pocos ánimos al cruzar la puerta de mi baño en suite. Lo que no me espero es salir y escuchar el ruido de alguien más entrando por la otra entrada, lo que me hace saltar hacia atrás y trato de no tropezarme ridículamente con mis pies mojados, por lo que me sostengo del marco — ¡Por Merlín, Harek! — la mano que me queda libre frota mi sien en un gesto frustrado, tratando por todos los medios el no matarlo a pesar de que todavía tengo el corazón al galope — ¿Acaso no te diste cuenta de que jamás bajé a desayunar? ¿Para que diablos tienes los ojos o los oídos, si no vas a utilizarlos? — estúpidos humanos. Ni siquiera saben hacer bien lo que se supone que deben hacer para pagar la excusa de simplemente existir. Me enderezo, abriendo y cerrando los dedos al darme cuenta de que no tengo mi varita, así que gruño y me obligo a avanzar por la habitación en dirección a la puerta enorme que da lugar a mi guardarropa, aunque mis ojos me delatan yendo de inmediato a la pila de hojas sobre la cama. No va a tocar nada, lo sé bien, pero su presencia me fastidia — Te lo he dicho mil veces. ¡Toca siempre antes de entrar! Si no estoy, nadie va a responder. ¿Acaso es taaaan complicado?
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
En el fondo pensaba que con un poco de suerte lo vería como un error humano, aunque ellos también cometían esos fallos, el problema es que dudaba mucho que se les castigara de igual manera. Observé a Hans en un intento de falsa sonrisilla inocente, se me daba de pena pero era un intento de ¿acercar posturas?, joder, que patético me parecía todo. Cuando hizo aquellas preguntas claramente intencionadas para atacar, lo miré un tanto molesto pero hice mucho esfuerzo por suavizar las facciones y no ser tan evidente. Expulsé aire lentamente como si así echase todas las ganas de gritar como un poseso y enrabietado niño de cuatro años, era uno de tantos métodos que estaba adquiriendo para no acabar muerto antes de tiempo, pero temía por el día que estallase tanto rencor contra el mundo porque seguramente nunca más vería la luz del sol. Mientras éste me trataba de idiota en arriba, contaba hasta veinte mentalmente con esa fingida y asquerosa sonrisa complaciente, agaché la cabeza pero miré a la ventana casi por inercia para luego volver a él.

—En otras casas no hacía falta llamar y...aún se me olvida. No volverá a pasar
— era una clara y soberbia mentira, pero él no lo sabía, aunque si leía la mente estaba jodido.—Ya sé que no fue a desayunar, por eso mismo creí que no estaría y ya se hubiera ido a trabajar o donde quiera que se fuese, señor Powell — le estaba cogiendo gustillo a eso de improvisar medio verdades o medio mentiras según conveniencia para salir airoso de situaciones, gracias a este trabajo, nos daba mucho tiempo a pensar y de alguna manera éramos como unas palomas conspiradoras en silencio. Ojalá poder conspirar con otros esclavos para ganarnos la libertad a la fuerza, pero ninguno quería morir y no les culpaba. Todo eso parecían sueños abstractos pintados en madera de roble. ¿Dónde estaría el resto de mi familia? ¿Estarían bien?. Seguí echando marcha atrás hasta dar con la puerta y acaricié suavemente el pomo con las manos en la espalda con clara intención de irme y que él se olvidara de ese errorcillo.

Había observado como él miraba unos documentos y los protegía de alguna manera, así que ya tenía el manjar deseado una vez éste se fuera a alguna reunión. No sabía que contenía pero cualquier cosa valdría para poder manejarla a favor, eso esperaba.

—¿Puedo irme? deseará terminar de acicalarse y esas cosas ¿no?
—pregunté sonriendo leve de manera mucho más sincera dado que él se ha delatado. Miraba los documentos de reojo con muchísima curiosidad pero intentaba disimular y fingir que estaba arrepentido por haber causado ese magnánimo error.— Y bueno, no es complicado, pero soy solo un estúpido humano—rodé los ojos, ese mago no sabía las ganas que tenía de que desaparecieran, de que se pudrieran con sus conjuros y los gusanos se los comieran, incluso los buitres, carne deshecha ahí como meros seres inferiores o restos de lo que una vez fueron. Deseaba su caída, ellos jugaban con la ventaja de la magia, era imposible que lográramos vencerlos, con un conjuro nos dejarían deshuesados como carne de barbacoa ¿que demonios hacían los rebeldes? pese a que entendía la posición de los otros también. Gruñí levemente para mí dándole la espalda con intención de irme.

—Si desea algo, llámeme—necesitaba salir porque como era normal, el rencor se volvía a apoderar de mi ser como cada día y en estos momentos necesitaba alejarme de ese mago y preparar la comida o lo que hiciera falta, para no soltar sandeces. ¿Irse sin órden estaba dentro de lo estipulado? Ojalá prestara más atención a sus órdenes y normas.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No me interesa lo que hicieran en otras casas — es un tono que pretende ser amable pero conciso, porque creo que siempre he sido demasiado obvio cuando se trata de mi manejo con la servidumbre. ¿Has servido a otros magos y brujas? Bien por ellos, pero mi casa, mis reglas. No puedo evitar el mirarlo con una ceja arqueada, arrugando un poco la expresión como si algo no me cuadrase — ¿Y cuando me retiro sin desayunar, Harek? — es una pregunta capciosa, es obvio. Si yo no desayunase, no llegaría vivo al ministerio y, en caso de no pasar por la cocina por culpa de un apuro, Poppy siempre retira la comida para que no se desperdicie. Si él es un despistado, no es mi problema.

No le doy mucha importancia a que se encuentre en la habitación, porque en lo que a mí respecta, un esclavo tiene tanta categoría como lo tiene el mueble de la esquina. Así que me adentro al vestidor, rebusco en el cajón de la ropa interior y me coloco el bóxer por debajo de la toalla, manteniendo un mínimo de intimidad. Lanzo el paño a un lado a sabiendas de que vendrán a recogerlo en cuanto me marche y me calzo los pantalones, abrochándolos cuando me asomo por la puerta del vestidor, chequeando el modo con el cual se atreve a rodarme los ojos. Eso hace que arquee mis cejas, manteniendo un rostro prácticamente sereno mientras paso los manos por los agujeros de mi camisa negra — Un momento, Harek — interrumpo su huida y me acerco a él, sin hacer ruido con los pies descalzos. Abotono pacíficamente mi camisa, hasta que quedo justo frente a un esclavo que es algunos centímetros más alto que yo, pero es tan delgado que parece un fantasma — Aunque me contenta que comprendas bien que “estúpido humano” es tu mejor calificativo… — es un tono pausado y sereno. Aprovecho a acomodarme el cuello de la camisa y le hago un gesto para indicarle que me pase las medias y los zapatos — … hay algunas cosas que me gustaría conversar contigo. En primer lugar, yo que tú recordaría que jamás debo reprochar, contestar o siquiera argumentar contra mi amo. En segundo lugar — estiro un brazo para tomar un perfume, el cual me echo rápidamente antes de volver a colocarlo en su sitio — rodar los ojos en mi dirección podría valerte una semana sin comer. Y en tercer lugar… — no puedo evitarlo; mis ojos lo analizan de pies a cabeza como si se tratase de una mosca fastidiosa de verano — cuidaría el tono de mi voz. Recuerda para quien trabajas. No quieres regresar al mercado y ser considerado un objeto defectuoso. ¿Verdad?

Hay mucha gente que reprocha mi trabajo, pero no comprenden la mitad de mis motivos. He decidido hace mucho tiempo que poner a los muggles en su sitio es una tarea digna y tener a uno que no me sirva será penoso más para él que para mí. Con un chasquido de la lengua, mis cejas se mueven en su dirección y fuerzo una rápida sonrisa — Ahora vete de mi vista antes de que me arrepienta de ser demasiado bueno contigo. ¿Entendido?
Hans M. Powell
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