The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es un gesto disimulado, ese que hago para chuparme el pulgar que aún tiene rastros del sushi que acabo de picotear de una de las fuentes. Es sábado por la noche y no estoy en casa ni en un bar, lo que significa que me encuentro asistiendo a una de estas cenas a toda ostia que muchos de mis colegas disfrutan de montar de vez en cuando para hacer negocios, presumir de sus posesiones y reírse en voz alta sobre lo bien que les va en la vida y lo mucho que pueden beber sin sentirse culpables. Hace un tiempo que no uso corbata de moño, así que Josephine me la acomoda por quinta vez en la velada con un gesto casi que hasta casual, cumpliendo su rol de asistente incluso cuando no estamos en el ministerio. Bueno, para algo es que le pago y le compro vestidos para que me sea de apoyo en este tipo de reuniones, especialmente cuando olvido nombres o tengo que conversar con alguien para no sentirme solo. ¿Para qué quiero una esposa, si tengo una secretaria?

En algún punto de la velada, encuentro toda la charla sobre economía demasiado aburrida y vacío la copa de champagne de un solo tirón antes de pedir disculpas a un grupo de banqueros, dándole un empujoncito a Jo para que me acompañe. No tardamos en salir a uno de los enormes balcones de la mansión, donde al menos corre algo de viento y el olor a flores me recuerda lo cercano que tenemos el verano, por lo que automáticamente me tironeo del cuello de la camisa para sentir que corre algo de aire — Si oía al señor Hamill hacer otro chiste sobre gnomos y muggles, iba a tener una urticaria — comento con desgano, echándole un vistazo a las sombras del jardín. En su mayoría, parejas que buscan un momento de intimidad y, algunas varias, abusar de la oscuridad para que nadie se entere de alguna que otra infidelidad. Es normal en estas reuniones, después de todo. Los excesos son moneda corriente en el Capitolio, especialmente cuando eres rico y la gente te rodea como moscas de verano. Creo que me he curado de espanto hace al menos siete años.

Y sí, tengo que admitirlo, a veces yo también abuso de esos excesos o caprichos. Hoy es algo técnicamente inocente e incluso tengo el decoro de hacer uso de la sombra de una de las cortinas. Solo un par de besos, que va, como cuando nos aburrimos en las tardes no tan cargadas dentro del ministerio y ella pasa a mi oficina con la excusa de algún papel que archivar. Bueno, y admito que algo de manoseo, porque ya no tenemos más quince años y creo que nadie se conforma con algo tan simple como un besuqueo hoy en día. No es hasta que acomodo mi cabeza para dejar que Josephine bese mi cuello que entorno mis ojos, notando la figura rubia que sale al balcón y nos arrebata el momento de soledad. Por inercia, empujo a mi secretaria detrás de la cortina y la cubro, rogando que tenga la inteligencia de moverse con rapidez para entrar una vez más a la fiesta haciendo uso de la cobertura de la tela.

Carraspeo, pasando una mano por mi cabello en un intento de disimular que ha tenido un par de manos encima hace dos segundos y meto las manos en los bolsillos de mi pantalón, haciendo un movimiento con mi cabeza a modo de saludo. La última vez que vi a esta mujer es una situación que realmente esperaba no tener que recordar, así que lo mejor que se me ocurre es el actuar con naturalidad — No esperaba verla aquí, señorita Tremblay — saludo simplemente — No creí que este tipo de fiestas fuesen de tu estilo.
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
La rubia apoyó ambas manos sobre el lavabo del baño de invitados y acercó el rostro hasta casi tocar el espejo con la nariz. Primero comprobó que su maquillaje estuviese perfecto, luego se quedó admirando el color de sus ojos bajo aquella interesante luz. Todo se sentía más extraño, relajado y vaya que se veía guapa. Tenía ganas de comer pasta.
Una pequeña risita brotó de sus labios y terminó guiñándole a su reflejo, en un gesto de pura coquetería. —¡Bella, está noche podrías salvar cinco vidas en dos segundos!— Exclamó, mas luego frunció el ceño y volvió a pararse con la espalda derecha. —Y conocerás a un joven muy apuesto, pero inteligente. Si que si...— Antes de salir del lavatorio, presionó sus palmas debajo del pecho y las levantó, tratando de verse un poco más voluptuosa. Al notar que era en vano, rió y abandonó el baño, no sin antes recuperar la quinta copa casi vacía.

Ariadna no era de beber, un simple vaso de vino encendía sus mejillas y uno y medio, debilitaba sus piernas.
Aquella noche había sido la excepción a todas, por lo general se cuidaba mucho con las bebidas y procuraba estar perfecta a todas horas, sin embargo, cuando la conversación entre su madre y sus colegas se puso sumamente aburrida y tediosa, decidió abandonar el bar y seguir su propia fiesta en otro salón.
Con el trago en su mano izquierda, avanzó entre los grupos reunidos y empezó a jugar. Un sorbo cada vez que alguien mencionaba una compra nueva o adquisición valiosa, dos sorbos si alguien hablaba de la economía del país, tres sorbos si alguien se emocionaba por los próximos juegos y anunciaba que ya sería patrocinador, cuatro cada vez que un invitado maltrataba a algún esclavo o elfo y cinco...Si notaba gestos obscenos entre las parejas reunidas en la pista de baile.

Al salir de tocador, acomodó su vestido blanco y como pudo intentó llegar al balcón sin causar una escena, claro que también evitando la sala del bar, donde su madre probablemente aún estaría bebiendo.
Un, dos, tres, un, dos, tres...— Contaba los pasos en su mente e intentaba no romper a carcajadas, rogando alcanzar su meta sin obstáculos.

La primavera llegaba a su fin y la fresca brisa golpeó su rostro. En un gesto muy casual se apoyó en el barandal del balcón y permaneció derecha, hasta que notó que alguien le hablaba.
Al darse la vuelta con demasiada lentitud, sonrió y murmuró el discurso que ya sabía de memoria. —Buenas noches, sí muy linda fiesta...La estoy pasando de maravilla, muchas gracias.— Sin embargo cerró la boca al notar y entender quién y qué le estaban diciendo. —Señor Powell...Vaya...Quien lo diría...— Susurró y su actuación se fue al carajo, cuando tuvo que sostenerse de nuevo para no caer de culo al suelo. En ese entonces notó los tacones de alguna mujer detrás de la cortina y rompió a carcajadas. —He conocido gente muy vanidosa y excéntrica, pero jamás creí ver una cortina con zapatos.— Comentó ladeando la cabeza, al tiempo que intentaba recuperar la copa que había abandonado en algún lugar. —De todos modos me gusta su estilo y tengo hambre.
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Está ebria? ¿Es en serio? No puedo reírme, pero aún así la comisura de mis labios se eleva un poco al encontrar esto completamente irónico. La última vez que nos vimos, era yo el que parecía no poder mantenerse de pie; ahora es ella la que parece que va a perder su dignidad en cinco segundos. Su risa, por otro lado, me parece lo suficientemente desconcertante como para poner mi mejor expresión de inocente confusión, hasta que el comentario final me arrebata un suspiro y relajo la tensión de mis hombros — Josephine… ¿Puedes dejarnos solos cincos minutos? — la respuesta que recibo es un movimiento entre las cortinas hasta que la pobre puede salir, algo despeinada por la situación y alisando su vestido con manos nerviosas. Sé que está murmurando algo entre dientes (posiblemente, nada agradable) antes de hacerme el gesto de que esperará por mí en el vestíbulo, a lo que respondo con un movimiento de cabeza. Que ridículo.

No es hasta que su cabeza castaña ha desaparecido entre la multitud que doy un paso hacia la rubia, manteniendo la distancia — Si tienes hambre, siempre puedes ir en busca de un aperitivo. Creo que hay sushi de sobra — las carcajadas que llegan desde el jardín me hacen voltear la cabeza, chequeando al juez William Owen desapareciendo entre los árboles con una mujer al menos veinte años menor que él que, obviamente, no es su esposa. Muy bien por usted, viejo panzón ¿Cuánto has bebido, Ariadna? — no la conozco demasiado, pero jamás creí verla… bueno, así.

Me remuevo un poco en mi lugar y me atrevo a dar otro paso, recargándome en el barandal de mármol para echarle una ojeada. No sé ni por qué me molesto, si consideramos que probablemente mañana no lo recuerde, pero prefiero asegurarme antes de que su boca ebria diga algo indebido en cuanto regrese a la fiesta — ¿Sabes? Agradecería que no le dijeras a nadie lo que acabas de ver — señalo como quien no quiere la cosa con la cabeza, haciendo alusión a la dirección en la cual mi secretaria ha desaparecido — Un poco de confidencialidad paciente-médico — fuerzo una sonrisa, tratando de respirar con calma — ¿Puedo confiar en ti?
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Ariadna estaba algo agachada, observando los bonitos zapatos de la cortina, la risa escapaba de su boca y sus manos la sostenían de una posible caída. Cuando la bonita mujer salió por detrás, se levantó y su boca formó un perfecto circulo abierto. Estaba sorprendida y sin saber el porqué, paseó la mirada por todos lados, ¿Había más gente escondida por allí?
Sacudió la mano derecha para despedirse de la morena, un gesto perfectamente delicado y entrenado, pero que en su estado se veía más divertido que otra cosa.

La mención del sushi le revolvió el estomago y de nuevo tuvo que sujetarse al borde del balcón con ambas manos. —He perdido mi copa de vino, no recuerdo dónde la dejé...Y quiero pasta. Mmm sí, deliciosa pasta con salsa, cualquier salsa.— Comentó sonriendo con los ojos algo cerrados, tratando de enfocar la imagen del Ministro de justicia frente a ella.
La pregunta fue muy difícil, podía recordar absolutamente todos los conjuros, pociones y procedimientos médicos, mas no la cantidad de copas que había ingerido. Maldito juego. —Mmm tú dime. Yo lo sé, pero tú no.— Respondió inflando el pecho, intentando permanecer parada y no tambaleándose. —Sólo estaba haciendo un juego muy divertido, pero no te puedo invitar, porque ya lo gané yo.

Las risas entre los arbustos captan su atención y aunque no reconoce a las personas fugitivas, la carcajada vuelve a escapar de los labios de la rubia. —Se van a morir y todos van a irse al infierno.— Gritó en voz alta, pero al entender que es lo que había hecho, hizo cuerpo a tierra y quedó sentada en el balcón, con las manos tapando su boca. —Yo no fui.
Aunque puso su mejor sonrisa inocente, al levantar la cabeza apoyada en la pared y observar al hombre, negó. —Nopppp.

Y esa fue toda la respuesta que iba a obtener de ella, a los pocos segundos se puso de pie, acomodó el vestido y su peinado e hizo una muy torpe reverencia. —Un placer haberlo visto, señor Powell. Me retiro. Buenas noches.— Saludó y cuando estaba por ingresar de nuevo al salón, volteó y lo señaló con el dedo indice. —No olvide usar protección, no tiene idea de la cantidad de enfermedades de transmisión sexual que hay últimamente. Encima se han potenciado y cuesta más eliminarlas...Es doloroso, muy doloroso.
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Pasta? ¿De dónde piensa sacar pasta en un evento como este? Parpadeo dos veces, tratando de seguir el hilo de una conversación que creo que está manteniendo por sí sola, porque no sé de que juego habla, o lo que se supone que debo decirle, o quien sabe qué cosa. Así que solamente me quedo de pie, rogando que el karma no sea un hijo de puta y tenga que soportar que me vomite encima, y realmente deseando que tenga la capacidad de mantenerse de pie y no me obligue a arrastrarla dentro hasta encontrar a su madre. No tanto por ella, pero sí me preocupa lo que puedan decir de mí.

El grito me toma por sorpresa y me inclina vagamente hacia atrás, pero casi de inmediato hago un amague a sostenerla cuando veo que se lanza al suelo — ¿Estás segura de que solo bebiste? — pregunto con la claridad de que tengo mis serias dudas. He estado ebrio en cientos de ocasiones, pero creo que nunca reaccioné de ese modo tan… histriónico. Esa negativa tan infantil me deja confundido, apoyado con una mano en el mármol en un intento de descifrar qué es lo que ha querido decir — ¿No dirás nada o no puedo confiar en ti? — lo que me falta, que una ebria se ponga a gritar cosas sobre mujeres escondidas detrás de la cortina en mi presencia.

Que se ponga de pie tan rápido me hace dar un paso hacia atrás. ¿Se despide, así como así, sin asegurarme de que no va a abrir la boca? Yo sí abro la mía, en un intento de detenerla, pero ella misma lo hace y se voltea con una frase que me obliga a abrir mis ojos entre la sorpresa y la inocencia — Yo no me iré a casa con nadie esta noche… — es una frase automática, pero entonces recuerdo que Josephine está esperando y resoplo sin poder contenerme. Sí, como ya dije, es sábado y posiblemente nos marchemos juntos, con la excusa de que tenemos un montón de documentos que analizar. Soy un ridículo cliché de joven político — Gracias por el consejo, Ariadna — acabo refutando en algo parecido a un gruñido.

No sé qué es lo que me motiva, si el chequear que se porte bien o el ver su cuerpo tan poco estable, pero por alguna razón avanzo hacia ella y le ofrezco mi brazo para que se sujete — Déjame que te acompañe a buscar un vaso de agua. ¿Crees que puedes caminar sin vomitarte encima? — mis palabras son amables, pero mis ojos se encuentran algo incómodos cuando analizo el cómo debemos caminar por los extremos de la habitación contigua para no llamar la atención — Yo también tengo un consejo para ti: si no sabes beber, no lo hagas y mucho menos estando en público — intento llevarla conmigo, mostrándome algo impaciente — Bien podrías llamar a tu elfina doméstica y que te lleve a casa — eso es lo bueno de los elfos. Su magia basta para que el llamarlos por su nombre sea lo único que necesitamos para que aparezcan a nuestro lado. Si ella se va, yo puedo quedarme tranquilo. Dudo que mañana recuerde algo de esto, de todos modos.
Hans M. Powell
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Oculta en el suelo del balcón, la rubia mantiene su boca tapada y observa con sorpresa al joven frente a ella, ¿Acaso había gritado por primera vez en...años? Una pequeña sonrisa se formó en su rostro y terminó empujando al ministro para cubrir también sus labios. —Shhh...Nos van a descubrir y claro que sólo bebí, ¿Qué estás insinuando?— Fingió estar herida o enojada, pero a los pocos segundos la risa volvió a estallar. —Ya, ya, lo siento. Puedo comportarme, señor Powell...Pero usted no.— Siguió riendo hasta que un par de lagrimas cayeron por sus mejillas.
De nuevo la misma pregunta, Ariadna suspiró y rodó los ojos en un gesto de aburrimiento. —Eres muy aburrido, no me gustas.— Murmuró y mientras se ponía de pie, volvió a mirarlo de frente. —No puedes confiar en mi.— Y de nuevo las carcajadas brotaron sin filtro alguno, ¿Por qué se estaba riendo tanto?

¿No sabes la frase? Los niños y los borrachos nunca mienten, bueno...tú estás mintiendo y que feo, Hans. Creí que ya había confianza entre nosotros.— Se le había mezclado absolutamente todo y las cosas que murmuraba, entre tambaleos, no tenían siquiera coherencia. —De nada, mis consejos son los mejores.

Estaba a punto de pisar la sala, cuando él la ayudó a mantenerse estable durante la caminata. —¿Por qué me estás ayudando? Y claro que no, estoy muy bien...No me llamo Hans, soy Ari.— Se presentó y siguió los pasos del brujo, sosteniéndose de su brazo. —Así que...Así es como te observan cuando alguna chica va a tú lado.— Murmuró en voz baja, procurando reír internamente, no debía causar más problemas. —De todos modos no quiero que me vean contigo, quitas las posibilidades de que encuentre a mi futuro novio esta noche...— Aquel pensamiento quedó en el olvido cuando uno más importante surgió. La rubia se detuvo en la mitad de la sala, no apartó su brazo, pero si lo miró con desconfianza. —¿Tú alguna vez te acostaste con mi madre?— Preguntó y luego aprovechó el pasar de uno de los elfos, para tomar una nueva copa. —Ven con mamá.

¿Y ese qué clase de consejo es? Yo no estoy ebria, sólo un poquitín alegre...Se supone que es una fiesta. Todos se estaba divirtiendo, menos yo.— Admitió en voz baja y cuando quiso beber un sorbo de su copa, terminó apoyando su cabeza en el pecho del hombre, para poder hacerlo. Uno, dos, tres tragos sin respirar y luego se volvió a erguir. —¿Tan rápido te aburres de todas o sólo conmigo? Aún no quiero ir a casa.— Y se sintió tan infantil, que por la vergüenza dejó de sostenerse de él. —La noche recién empieza ¿no?— Preguntó dispuesta a irse hacia otra sala, mas al ver la cantidad de personas y lo difícil que era usar tacones, volvió a aferrarse al brujo. —No necesito su ayuda señor Powell, pero vamos hacia allá, lejos del bar que está mi madre.
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Debería creerme, me estoy comportando. Tengo que mover la lengua dentro de mi boca cerrada para tragarme todo lo que podría decir, moviéndome para zafarme no solo del toque en sus labios sino también de toda la verborragia que viene a continuación — No planeo gustarte, así que seguiré siendo un aburrido — respondo simplemente, tratando de mantener el tono cordial a pesar de su siguiente negativa. Ruedo los ojos sin poder contenerlo ni disimularlo, dándome por vencido. Que Josephine espere, porque tendré que solucionar esto primero si no queremos un pequeño escándalo de oficina.

Me hago el completo desentendido de toda esa acusación sobre que estoy mintiendo porque, a decir verdad, lo que decida hacer luego de esta fiesta es asunto mío. Lo que sí, tengo que emplear algo de fuerza en el brazo del cual se sostiene para no irme al suelo con una mujer alta por sí misma, que para colmo lleva unos tacones que temo que se me claven en el pie — No, no estás nada bien — afirmo, quizá más para mí que para ella. Me encojo de hombros porque no tengo idea de cual es la visión que tienen las mujeres cuando van de mi brazo, pero lo siguiente sí me hace reír — En este estado, dudo que consigas un novio. Algún viejo que quiera abusar de la situación… bueno, eso es más probable. Hay unas cuantas pirañas en esta fiesta — le hago el gesto de chasquear los dientes con un solo mordisco al aire, burlonamente sensual, tratando de darle a entender que aquí la gente solo busca divertirse. Una mujer joven, bonita y ebria es presa fácil. Para mí desgracia, Ariadna decide hacer una pregunta perturbadora y me detengo de prepo, haciendo que su cuerpo frene con el mío — ¿Qué? ¡No! — por lo general no me escandalizo cuando me hacen preguntas de esa índole, pero ahora mismo estoy seguro de que mi expresión es de puro espanto — ¿Cómo crees que…? ¡Tu madre fue mi profesora! — un escalofrío. No es que Eloise sea una fea mujer, pero… ¡Por favor!

La imagen mental que me planta en la cabeza hace que mire con deseo la copa que acaba de agarrar, la cual le quitaría si no fuese porque estoy lo suficientemente traumatizado como para no reaccionar con rapidez — No necesitas ponerte así para divertirte — es el consejo más de viejo amargado que he dicho en años, pero no puedo evitarlo. Me balanceo un poco cuando deja caer su peso contra mi pecho, lo que me provoca el intentar empujarla con cuidado — Como que no entras en la categoría de “todas” — sé que sueno un poco infantil, pero es una respuesta que no llego a medir, mucho menos porque ella se pone a dar indicaciones. Aprovecho la situación para quitarle lo que queda del trago con la mano que tengo libre, me lo bebo de un tirón y dejo la copa, viendo mi oportunidad — Por aquí — arrastrarla es un poco difícil si consideramos el peso de una persona ebria, pero tengo suerte de tener algo de fuerza que me permite conseguir mi cometido. Nos llevo por el contorno de la habitación y cruzo el arco que lleva a una nueva sala, mucho más oscura que la anterior, donde freno a un elfo con algo de brusquedad — Necesito un vaso de agua fría — demando, el cual no tarda en aparecer en las manos de la criatura. Sin agradecerle, me volteo hacia mi acompañante y se lo entrego — Bebe esto o tendré que usarlo para mojarte la cara. Aunque te vendría bien algo de café — eso lo siento un poco más complicado de conseguir.

Nos aparto del camino en cuanto un grupo de banqueros pasa cerca de nosotros, así que aprovecho el movimiento para encerrarnos en uno de los rincones. Si la mantengo cerca de la pared, darle la espalda al resto de los invitados será sencillo — Entonces, dime una cosa — como una bandeja pasa cerca, aprovecho y manoteo un pequeño vaso de licor, el cual me bebo de un saque — ¿Cómo puedo comprar tu silencio? No me hagas sobornarte cuando estás así — acabo bromeando, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Entrecerrando los ojos culpa del cambio de luz entre el balcón y la brillante sala, la bruja avanza junto a Hans intentando no tropezar con nada y nadie.
Era la primera noche que pasaba fuera del hospital en meses y quería hacerlo durar y disfrutar, así que volver a casa no estaba entre ninguna de las opciones. —Eso fue desagradable.— Comentó, sin embargo la mordida que lanzó al aire le hizo reír. No fue una carcajada de persona ebria, fue mas bien una pequeña y sutil risa, en serio le había parecido divertido. —Pero sé que es cierto...No me dejes con un viejo, por favor.— Le pidió algo aterrada, no se le había ocurrido que un hombre podía abusar de su estado y ahora se arrepentía.
¿Y qué tiene que ver? Muchos jóvenes sienten atracción hacia sus profesores, no me sorprendería si tú también.— Murmuró parpadeando demasiadas veces, antes de volver a beber sorbitos de vino de su nueva copa. Esperaba no perder también esa.

Jamás antes había bebido, sólo quise probar...Muchos lo hacen y parecen divertirse.— Comentó y con el dedo indice, aún sujetando el vaso de cristal, picó una, dos, tres veces las mejillas del hombre. —¿Siempre has sido tan cachetón o ahora tienes un poco de sobre peso?— Preguntó con curiosidad. Ariadna estaba a punto de preguntar el tamaño de otras cosas, cuando el ministro le quitó la copa y la vacío. —¡Oye! Eso era mío.— Y sin agregar nada más, avanzó entre los invitados hasta la siguiente sala.
El dolor de cabeza se aligeró gracias a la tenue luz. —¿Cómo que no entro?— Preguntó algo ofendida, cruzándose de brazos y fulminándolo con la mirada. —Tú no entras en la mía.— Infantil, lo sé. Al tener al elfo en frente, murmuró en voz baja y posteriormente aceptó el vaso de agua.

Comenzó a beber sorbitos pequeños, sin embargo le parecía sumamente aburrido, más aún cuando notó el trago de whisky que él había ingerido en cuestión de segundos.
Sintió como su espalda chocaba contra una de las paredes, la cabeza le dio vueltas, pero el cuerpo del juez detuvo su posible caída al ponerse frente a ella. —Me estás ayudando sólo porque no quieres que diga que te vi manoseándote con esa mujer.— Gruñó y trató de alcanzar un trago un poco más emocionante. Estaba lista. —Vale, jugaré su juego, señor Powell.— Apoyó su dedo en el hombro de él y trató de apartarlo de su camino. —No diré nada, sólo si...— Y se quedó en silencio durante unos segundos, ¿qué podía pedirle? —Antes que nada, no puedes sobornarme, ya te lo he dicho...Y segundo, no diré nada si está noche, me acompañas como si fuese tú cita. No, no quiero que nos besemos, ni terminemos en la cama. Sólo quiero ver cómo es ese Hans.— Pidió riendo y acabó con el liquido transparente. —Y no, no acepto otra cosa a cambio.
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Respeto a tu madre, Ariadna — es una respuesta cortante, pero en verdad espero que se olvide de todo esto si planea seguir agarrada de mi brazo por más tiempo sin que la deje caer o se la pase a un viejo abusivo — Y depende de cada persona. Yo personalmente disfruto de recordar lo que he hecho durante la noche anterior — además, es mucho más fácil el mantener la dignidad si no me sobrepaso con el alcohol. Ahora, cuando es en la intimidad, la cosa es muy diferente. Me pondría a dar ejemplos, pero lo que dice hace que me lleve la mano a la cara, tratando de chequear si tengo papada o no — Claro que no… — No lo he hecho… ¿No? Me paso la mano por el abdomen como si de esa manera pudiese chequearlo, pero es algo que tendré que hacer en casa. ¡Que justamente me ejercito para no ser una bola de oficina!

No tengo intenciones de entrar en nada tuyo — bien, Hans, eres tan suave como un vagabundo sudado en verano. Cierro brevemente los ojos en una mueca al percatarme de cómo ha sonado y chasqueo la lengua — Ya sabes de lo que hablo, tu lista — podemos decir que lo otro tampoco, pero no quería ser tan explícito. Lo bueno es que parece que ahora nos estamos entendiendo, así que respondo a su suposición sobre Josephine con una sonrisa que hasta podría ser considerada maliciosa — Hay que evitar habladurías, ya sabes — dejo el vaso vacío sobre el mueble que tiene a su izquierda y meto las manos en los bolsillos de mi pantalón, levantando un poco el saco en el proceso para poder alcanzarlos. Por fin parece estar entrando en la idea, así que apenas miro como me toca con su dedo y aguardo con expectativa, hasta que lo que sale de su boca… me saca totalmente de onda.

Mi boca se abre en una mezcla de indignación, sorpresa, risa y frustración, acompañada por las cejas que se me alzan hasta que creo que se camuflan con el cuero cabelludo. Pestañeo, no muy seguro de haberla oído bien y paso a mirar a nuestro alrededor, chequeando que nadie la haya oído — Sería más fácil si me hubieses pedido solo sexo — declaro en un murmullo. No es que pensaba dárselo, había pensado en un soborno algo más simple, como algo material que ella desease, pero juro que prefiero el hacerle un favor detrás de una cortina que arrastrarla conmigo toda la noche fingiendo algo que ni sé cómo se supone que se finge — ¿Cómo sería “ese Hans?” No sé cómo crees que funciona — no tiendo a tener citas. Josephine me acompaña a los eventos en papel de asistente y las mujeres con las que salgo ocasionalmente… bueno, no son citas. Solo conversamos, bebemos y cogemos, así de burdo — Creo que no he tenido una cita desde hace años. Dudo que te pueda mostrar demasiado — nuestro alrededor tampoco me da muchas pistas. Las parejas que tengo a la vista o bailan, o se besuquean, o conversan en los rincones oscuros de la habitación. Con resignación, le quito el vaso vacío, lo pongo junto al que era mío y tomo una de sus manos para llevarla conmigo hacia lo que se supone que es la pista de baile.

No soy un buen bailarín, jamás lo he sido ni me he preocupado por ello. Así que la hago girar para que dé una vuelta hasta que volvemos a quedar frente a frente, tratando de comprender cómo se supone que esto debe continuar. Me basta con tratar de seguir el ritmo con mis pasos, aunque es un poco obvio de que estoy más centrado en la conversación — Ahora, si quieres conocer a “ese Hans— uso la mano que me quedó libre para remarcar comillas en el aire, revoleando los ojos con cierta gracia — Vas a tener que ayudarme. ¿Qué se supone que se hace cuando se es cita de alguien? Porque dudo mucho que te interese escucharme hablar de negocios o del día de mierda que he tenido. Y ya aclaramos que nada de besuqueos ni sexo, así que se me han acabado las opciones.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Creo que sí.— Comentó en tono burlón, picando un poco más las mejillas del Ministro. Mierda Ariadna, compórtate. —Deberías tener cuidado con los bocadillos dentro de la oficina, na, na, naaa.— Tarareó al ritmo de la música que sonaba de fondo.
Abandonó los cachetes del hombre para poder sostenerse una vez más al brazo y así evitar caer en medio del salón. Si mañana se olvidaba de todo lo que estaba haciendo, mucho mejor. Que vergüenza.

En un abrir y cerrar de ojos, se encontraban en una nueva sala, un poco más obscura, menos concurrida y definitivamente no podía recordar cómo se había dirigido hasta allí. —Tampoco es que te dejaría entrar.— Comentó ofendida, jugando con el vaso de agua entre sus manos.
Poco a poco el mareo iba pasando, sin embargo todavía sentía las piernas algo dormidas y la cabeza pesada. —A mi lista, obviamente que hablo de eso.— Aclaró cerrando los ojos, al tiempo que soltaba varias carcajadas.

¿Sabes? No es tan malo esto de la..."Borrachera".— Por alguna extraña razón, los cabellos del ministro se volvieron sumamente interesantes y no pudo contenerse, estiró las manos y trató de acomodarlos, claro que sólo logró todo lo opuesto. —Jamás lo había hecho y bueno, tampoco es que puedo ir a trabajar si he bebido.— Se apartó de la melena como si esta le hubiese quemado y llevó sus manos al pecho, horrorizada. —Mis pacientes no pueden verme así.

Su preocupación laboral quedó en el pasado, cuando las palabras de Hans ingresan a su cerebro. —¿Qué? Yo no te he pedido sexo.— Sus mejillas se tornaron rosas y casi que suelta el vaso, necesitaba algo más fuerte si iban a tener ese tipo de conversación.
Una pareja muy cariñosa pasó cerca de ambos, estaban algo ebrios y con claras intenciones, así que ni siquiera miraron en su dirección. Ariadna claro que aprovechó el momento para estirarse un poco y mirar desde arriba al Ministro, rebajándolo con la mirada. Já, enano.  —No tengo idea de cómo es ese Hans.— Admitió ladeando la cabeza.

Cuando el brujo le quitó el vaso y la tomó de la mano, intentó seguirlo sin tropezar con sus tacones. Claro que una vez dada la vuelta, tuvo que sostenerse de él con ambas extremidades, pues el salón se sacudió tanto que tuvo que cerrar los ojos.
La rubia respiró profundo y poco a poco comenzó a danzar al ritmo que él marcaba. Dos o tres veces observó sus zapatos para no perder la pista y cuando la conversación inició, Ariadna obviamente carcajeó. —Entonces no tienes citas, pero si sexo y besuqueo. Creo que no entiendo a los jóvenes de hoy en día.— Bromeó imitando a la perfección el acento y tono de su madre, para luego sonreír. —Tampoco he tenido muchas citas y para ser honesta, todas han sido un fracaso absoluto. Si quieres hablarme de tú día de mierda, no me molesta.— Y esa era la frase más seria y sincera que había dicho en toda la noche. —O puedes volver con esa mujer...no seré la razón por la cual tú no te diviertas esta noche.— El vino por fin se estaba desvaneciendo, con lentitud, pero lo hacía. Ari continuó danzando, sosteniendo una de las manos de Hans y abrazando el hombro contrario. —Prometo que no diré nada.
Ariadna T. Tremblay
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Qué clase de vida aburrida tienes si esta es tu primera borrachera? — no pienso en lo que estoy diciendo porque estoy más concentrado en su modo de despeinarme, lo que mantiene mis ojos fijos hacia arriba, tratando de seguir el movimiento de sus manos sin éxito alguno. Es su horror el que me hace reír, un poco confundido por esa actitud tan infantil — Creo que aquí, nadie se está fijando en ti. Tus pacientes deben estar muy ebrios, si es que han venido — digo al pasar. Y es que, de veras, estoy casi seguro de que somos el menor de los problemas o intereses de todos los presentes ahora mismo. Lo que se diga después, cuando todos recuperen la cordura, es otro tema muy diferente. No puedo contenerme y pongo los ojos en blanco. No puedo creer que estoy metido en esto… — sé que no lo pediste — me ahorro el explicarle todo lo sucedido porque sé que su cerebro borracho no va a registrar ni la mitad de las cosas que le diga. Me encojo de hombros, porque tampoco sé quién es ese Hans; tampoco sé cómo funciona lo que ella está pidiendo, así que voy a hacer un esfuerzo mínimo y posiblemente penoso.

Una de mis cejas tironea hacia arriba hasta arquearse ante su observación, torciendo mis labios en una curva — Como si tú nunca lo hubieras hecho — si dice que no, no se lo creo. No tiene nada de malo el divertirse y Ariadna es más joven, es bonita y tiene una buena posición económica que le abriría cualquier puerta que desee para su entretenimiento — Oh, bueno, me haces sentir mejor con respecto a ser un fiasco amoroso — bromeo, sacudiendo un poco la cabeza. Aprieto un poco más el agarre de su mano, usando la que poso en su cintura para cuidar de su equilibrio y que mis pies no mueran pisoteados por sus tacones. Intento recordar alguna anécdota penosa de mi día, revoleando los ojos hacia arriba en un gesto pensativo — Puedo hablarte de una junta eterna con el ministro de salud. Algo sobre leyes sanitarias — mi nariz se arruga en señal de lo poco que me interesa el tema, pero pronto mi expresión cambia y no puedo evitar reírme. Por inercia, estiro el cuello en busca del cabello de Josephine, pero no logro verla por ningún lado — Entre nos… — murmuro, sonriendo más para mí mismo cuando volteo los ojos hacia ella — es mi secretaria. Y estoy seguro de que no debe estar muy contenta conmigo ahora mismo — la he escuchado bufar cuando la envolví con la cortina, así que no me sorprendería encontrarme con un reproche luego. Lo malo de intimar con tus asistentes, es que acaban existiendo ciertas libertades que en una relación laboral normal no deberían existir.

Solo debo esperar unos minutos, asegurarme de que no va a gruñirme cuando aparezca, así que uso ese tiempo en hacer girar a Ariadna una vez más y atajarla con un poco más de precisión — Aunque si quieres, puedo dejarte aquí sola. Estoy seguro de que el señor Russo estará encantado de sacarte a bailar — con algo de disimulo, uso mi barbilla para señalar al hombre que se ve aburrido y algo ebrio en un rincón, de calva prominente. El subgerente del banco nacional — He oído que tiene al menos seis amantes diferentes y ninguna llega a los treinta. Tal vez la pasas bien — es solo un rumor que oí en uno de los pasillos, pero no puedo evitar usarlo a modo de broma — Aunque su esposa debe estar en la otra habitación, probablemente ahogando las penas en alcohol por un matrimonio de mierda. Es una pena que no pueda apelar a un divorcio — tengo entendido que se han casado bajo el gobierno anterior, eso explicaría cómo es que no hubo un caso de repentina muerte por el rompimiento de un juramento inquebrantable. Eso no deja de hacer toda la situación medianamente cómica — Se me hace que tú necesitas más diversión que yo. Por algo, tú eres la ebria y yo sigo sobrio.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
He estado ocupada haciendo cosas más importantes.— Frunció el ceño y cruzó los brazos de manera defensiva. Era cierto lo que decía, Ariadna priorizó sus estudios, residencia y especialización, antes que locas noches de puro alcohol.
No cualquiera era medimaga con 25 años, pero no diría eso en voz alta frente al juez más joven de NeoPanem, claramente sería motivo de discusión y ego y estaba demasiado borracha para hacer eso. —Eso es lo bueno de mi trabajo, cualquiera podría ser mi paciente y eso significa que tendría más trabajo que tú y tus papelitos.— Relajó los brazos al costado de su cuerpo y lo observó sin parpadear, como si su cerebro estuviera procesando todo lo que había dicho. —Yo...No tengo idea de por qué dije eso y me alegró que estemos de acuerdo en que no te pedí se...eso.

Aferrada a su cuerpo, la rubia se deja guiar a través de la pista de baile y tal como él lo dijo con anterioridad, nadie siquiera los miraba. —Emm bueno...no.— Comentó riendo y sus mejillas descubrieron un nuevo color rosa, medio rojo con tonos violetas.
Por suerte para ella o para el juez, el vaso de agua había servido para calmar el mareo y en ningún momento, mientras danzaban, clavó los altos tacones en sus pies. —¡Oh! Amo las leyes sanitarias, hacen mi trabajo mucho más fácil y evitamos muchos problemas, contagios o infecciones. Los recién graduados no están muy metidos en el tema y eso...¿No quieres hablar de eso, verdad?— Preguntó con una sonrisa algo tensa, la cual desapareció en cuanto Hans fue honesto respecto de la mujer.
Sin notarlo, Ariadna observó hacia todos lados buscándola y luego se centró en él. —¿Tú secretaria? ¿Eso no te da problemas en el trabajo?— La curiosidad era inocente, mas luego comenzó a sentirse algo mal y terminó soltando el agarre a su torso, para finalizar el baile. —Deberías ir con ella y lo digo en serio, puedo encontrar algo divertido para hacer...— Y se estiró para agarrar un pedacito de sushi, el cual rápidamente llevó a su boca. —Como esto.— Murmuró con la boca llena y a los pocos segundos, su rostro divertido se transformó en completo asco. Agarró una servilleta y escupió dentro, para luego disimuladamente dejarla debajo de un bowl con extraño contenido. —Mmm...no me gusta el salmón crudo.

Toda la historia del señor Russo, sus amantes y esposa, le parece algo trágico. —Y por eso es que nunca me casaré. Todos los contratos de alguna forma u otra te traen problemas, el matrimonio no queda excluido.— Pensó en voz alta y recuperó una copa de vino, cuando uno de los elfos pasó junto a ambos. Necesitaba enjuagar de su lengua el desagradable gusto. —Si...bueno. No salgo mucho, casi siempre estoy de turno en el hospital...Sólo quería aprovechar la noche.— Admitió sonriendo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Se me escapa un chistido, tratando de no sonar tan sobrador como creo y fallando abruptamente en el intento — Intenta tú ser ministro y conversaremos luego— puede tener la cantidad de pacientes que quiera, pero jamás tendrá más trabajo que yo. El simple pensamiento es hasta ofensivo, pero no se lo digo. Menos por todo el malentendido sexual, ese que me hace rodar los ojos con un toque de gracia. Es su confesión siguiente la que me hace mirarla con sorpresa, más no insisto en saber sobre la falta de experiencia en una persona que apenas conozco. No voy a meterme en esos asuntos, no es de mi incumbencia y tampoco tengo la confianza necesaria.

Solo a ti podría interesarte un tema como éste. Ahora entiendo por qué no sales mucho — murmuró en tono bromista. ¿A quién podría entusiasmarle algo como "leyes sanitarias"? Admito que son necesarias, pero están lejos de mis temas de interés. Es su reacción sobre Josephine lo que me quiebra y hace reír, meneando la cabeza de un lado al otro — ¿Por qué me traería problemas? Los dos sabemos que es algo puramente profesional y no tengo a nadie en mi departamento que pueda darme órdenes — soy la cabeza del poder legislativo y judicial. Las únicas personas que tengo por encima de mí jamás se preocuparían por si me acuesto con mi asistente o no. Y en cuanto a los chismes... que digan lo que quieran. Ariadna me suelta y eso hace que baje las manos, dejándola en libertad. Estoy por contestarle, pero la aparición del sushi y su penoso espectáculo me dejan en mi lugar, torciendo la expresión en una mueca de asco. — Tienes la elegancia de un esclavo rengo — no sé hasta que punto estoy bromeando.

Me encojo de hombros porque el tema de Russo no es de mi verdadero interés y me preocupa un poco más el hecho de que agarre otra copa de vino, esa que me hace alzar la mano en un intento de quitársela — Al menos coincidimos en algo. No pienso casarme — es una decisión lógica, a mi parecer. Regreso su sonrisa, apretando con suavidad los dedos sobre los suyos, esos que sostienen la copa que intento acercar a mí para que deje la bebida, al menos por esta noche — Deberías salir más. Sino, llegarás a los cincuenta y te darás cuenta de que no disfrutaste la juventud cuando deberías haberlo hecho. Créeme, soy más viejo que tú— como si eso me privase de salir, de todos modos. En un intento de evitar que beba, acerco su copa a mis labios y doy un generoso trago — Siempre te quedan los treinta para vivir "el tiempo de tu vida". Creo que vienen siendo mi mejor década y eso que recién comienzan.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
¿Qué tiene de malo? Es un tema interesante, tanto como las inversiones, los juicios y...Todo eso que ustedes hacen. No debes menospreciar la medicina y la salud, porque cuando te estés muriendo, nosotros somos los que pueden darte pociones para que te vayas en paz y tranquilidad, sin dolor...O hacer que tus últimas horas sean horrorosas.— Ariadna se cruza de brazos y lo observa de manera desafiante, retándolo a que hable con su enorme ego una vez más. Sin embargo los efectos del alcohol aún dominaban parte de su mente y cuerpo, así que acerca su rostro hacia el oído del juez y sin bajar los brazos, admite. —Pero yo no hago eso, es algo horrible.

La conversación continua y la canción termina, dando comienzo a una nueva un poco más lenta que la anterior. Para la rubia, todas eran lo mismo desde que había llegado. —Oh cierto, discúlpeme señor que no tiene nadie por encima, que no debe rendirle cuentas a nadie y puede hacer lo que se le de la gana. Disculpe mi error, por favor no me demande.— Volvió a rodar los ojos y esta vez no se gastó en replicar, sólo utilizó el sarcasmo como una muy desagradable y poco elegante respuesta, para luego caminar hacia la mesa con bocadillos fríos.
El incidente del sushi se podría haber evitado, si Ariadna hubiese visto los pequeños pancitos rellenos con queso, tomate, albahaca y jamón. Esos si que se veían deliciosos. —Yo...No me compare con un esclavo, señor Powell.— Murmuró apenada, levantando el rostro e inflando el pecho con orgullo. Si, era su peor momento pero al menos tendría algo de dignidad. —Quizás esta no es mi mejor velada, pero al menos yo no he vomitado sobre nadie.

Le sonrió de oreja a oreja y a los pocos segundo volvió a reír, bebiendo un sorbito de vino. Le estaba agarrando la mano, ya no estaba nada mal.
Yo salgo, sólo que no a fiestas. Me gusta pasar mi tiempo libre con mi yegua en el club y...nadar, me gusta también cantar y tocar el piano...Y...vale, no es taaaaan divertido, pero he hecho cosas.— Se encogió de hombros, para luego fruncir el ceño al verlo beber de su copa. En ningún momento ella soltó el vino, así que tuvo que acercarse para que ninguno de los dos acabara manchándose. —Señor todopoderoso, podría conseguir su propio trago y...yo estoy en mi mejor década, eso se lo aseguro. Usted en cambio, ya es tapete viejo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Jamás dije que fuesen leyes inútiles, solo no son mis temas favoritos a tratar — me explico con toda la amabilidad de la que soy capaz, haciendo un enorme esfuerzo para no reírme de ella y de su constante actitud a la defensiva. Sí me río por ese murmullo en mi oído, el cual provoca que alce mis cejas con aire inocentón — Menos mal — replico. Por otro lado, no sé cómo mantengo la paciencia por ese sarcasmo que sí me enfría la mirada, a pesar de que acentúa la sonrisa socarrona que pinta mi boca — ¿Tienes veinticinco o quince? — pregunto muy al pasar, dejándolo como un simple comentario a pesar de buscar demostrarle que su actitud de ebria no es muy digna que digamos, mucho menos tratando de burlarse de mí. Obviemos que le estoy contestando, porque no soy alguien que guste de quedarse callado.

Mi estómago me recuerda que ha pasado un rato desde que me he metido algo sólido en la boca, pero no puedo hacer más que una pasada visual a la mesa de bocadillos porque la charla continúa. Me sonrío, tratando de mantener la vista lejos de ella en esa fracción de segundo, fingiendo estar más concentrado en un plato de pequeños sándwiches — Nunca vas a dejármelo pasar. ¿No? — comento con diversión. He intentado olvidar la noche en que llamé a su puerta con fiebre y vómitos, porque no recuerdo haber perdido tanta dignidad junta como en esas horas. Al menos, puedo decir que es algo que ha ocurrido entre los dos y morirá entre los dos. Puedo confiarle eso.

Su lista de actividades me hace pensar en alguien que creció entre paños de seda, algo parecido a mi infancia pero mucho más cuidada. Quiero decir, los Powell teníamos dinero cuando los Black estaban al poder, pero la realidad nos tocó de formas diferentes. La vida de Ariadna suena bien en comparación a mis propios recuerdos — Eres demasiado pulcra para tu propia salud mental, Ariadna — digo simplemente, como si fuese consejo sabio. El sabor del vino se desliza por mi paladar, distrayéndome un poco del comentario que debería horrorizarme y, en su lugar, solo me hace reír con incredulidad — No dirás lo mismo cuando pases los treinta. ¿Me veo tan viejo? — sé que no. Conozco los rasgos que han cambiado, pero estoy lejos de ser un vejestorio o de preocuparme por el exceso de arrugas. Así que solo le sonrío con suficiencia al bajar la copa que ambos sostenemos, afianzando el agarre con mis dedos — Y no quiero mi propio trago, quiero este. No sería una persona responsable si dejo que sigas bebiendo, ¿no te parece? — estiro la mano que tengo libre y tomo uno de los pequeños sándwiches, me lo llevo a la boca y le doy un rápido mordisco. Tras tragar, le sonrío con los labios apretados — ¿Vas a soltar la copa o tendré que beber contigo colgada de mi mano? No me quejo, pero será un poco incómodo en un par de tragos más.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
El clima dentro de la enorme mansión ya la estaba asfixiando y la fina capa de maquillaje no ocultaba el sonrojo propio del alcohol mezclado con el calor. Acomodó su cabello para que cayera sobre un hombro y con la mano libre de copa, abanicó la zona del cuello y de su nuca. Así iba a controlar la temperatura.
Nunca.— Le sonrió divertida y bebió un sorbo pequeño del vino. Si bien eso no era cierto, Ariadna no volvería a mencionar el accidente de esa noche, no había nada de malo bromear un poco con el Ministro.

Tomaré eso como un cumplido, no hay nada de malo en hacer las cosas como se debe.— Al decir aquellas palabras, la rubia se puso algo nerviosa y trató de disimular, fingiendo que observaba los rostros de los demás invitados dentro de la enorme sala, la cual cada vez se sentía más pequeña.
Ariadna era una chica correcta, bastante tranquila y callada, pero luego de la muerte de su padre, no había estado en buenos lugares.
Las drogas y el alcohol se mantenían constantemente dentro de su cuerpo y de no ser por Elijah, quien la ayudó a regresar de su largo duelo, no sabría siquiera si estaría viva.
Las palabras del señor Powell captan de nuevo su atención y entrecerrando los ojos, ladea un poco la cabeza. —Bueno...Si fuera tú comenzaría a usar cremas nocturnas, sobre todo en el contorno de los ojos y boca. También intentaría fruncir menos el ceño porque...—Y estirando la mano, picó con el indice la frente del hombre más bajo que ella. —Se te empiezan a notar las arrugas aquí. Así que ya sabes, menos enojón te verás mejor.

La bruja puso los ojos en blanco y dejó ir la copa, no tenía sentido seguir luchando y tampoco haría el ridículo. —Todo tuyo, disfruta.— Declaró y se estiró para agarrar un bocadillo de queso fundido, salsa agridulce y pollo. —De todos modos ya me iré a casa.— Y mientras comía, comenzó a caminar hacia la salida. Como la fiesta no era lejos de la mansión de su madre, caminar serviría para despejar su mente.
Cuando recordó sus modales, regresó hasta donde estaba Hans y soltó una pequeña carcajada. —Lo siento, gracias por el baile y por cuidarme. Espero que tú noche termine mucho mejor y...estamos a mano ahora, ¿no?— Bromeó al recordar los constantes intentos del hombre, ofreciendo costosos regalos para mantener su boca cerrada. —Buenas noches, señor Powell.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Lejos de preocuparme, en especial porque esto proviene de alguien ebrio, me permito reír con su análisis de mis supuestas arrugas. Sé que hay marcas de expresión que antes no estaban, pero no es algo que me quite el sueño — No soy tan enojón. Tienes una imagen de mí que difiere un poco de la realidad — explico calmamente, llevándome una mano a la frente para frotar allí donde ha picado. No soy el alma de la fiesta, eso lo sé y también soy consciente de mi seriedad al momento de tratar asuntos importantes y laborales. Pero no soy un amargado cascarrabias, o al menos eso me gusta pensar.

Es un alivio y un triunfo personal el que me deje la copa de vino. Eso me permite el enderezar mi espalda y beber cómodamente, lejos de la postura incómoda que podría generar murmullos de más sobre un nuevo rumor falso. He escuchado muchas historias sobre mí y sé que no me dañaría el escuchar que he bailado y bebido demasiado cerca de la hija de la ministra Leblanc, pero tampoco quiero sumar algo a la lista y puedo apostar que Ariadna no es alguien que acostumbre a lidiar con los cotilleos de oficina ministerial — ¿Tan temprano? — pregunto, aunque tampoco me afecta: de hecho, creo que le vendría bien una ducha e ir directamente a la cama — Solo intenta no partirte al aparecerte en el muelle de la isla. No sería una buena noticia para tu madre — o para los pobres guardias. De todas formas, mi sonrisa solo señala mi estado bromista.

La veo ir y venir en un parpadeo, de modo que ni me muevo del lugar en el cual bebo con la confianza de que no pasaría mucho hasta que volviera a verla. La oigo con curiosidad, hasta que no puedo evitar reírme y meneo la cabeza, dejando la copa ya vacía sobre la mesa — Estamos a mano. Ha sido un placer, señorita Tremblay — me paso una mano por el pecho para acomodarme el traje y le hago un ademán amable a modo de saludo — Que tengas una buena noche.

Antes de quedarme solo, le dedico una rápida sonrisa y abandono la habitación con paso confiado. Josephine está cerca de la escalera principal y abre los ojos al verme, alzando los brazos en un gesto de confusión y petición de una explicación. Yo solo niego rápidamente para indicarle que es mejor no hablar y paso una mano por su cintura, murmurándole que es mejor que salgamos de aquí, porque la noche es larga y hay cosas más interesantes que hacer que quedarnos entre un montón de viejos ebrios. Como ya he dicho antes, no estoy tan arrugado y Ariadna me ha dado el buen visto para divertirme.
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