The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Arya E. Jackson
Hace mucho que no vengo al distrito doce. He estado muy ocupada en el cinco como para siquiera pensar en arriesgar mi cabeza en moverme por calles donde se supone que no existo, si podemos ponerlo de esa forma. Tengo un pasado por estos pagos que pocas personas considerarían como respetable, pero he aprendido a ignorar las voces que me siguen cuando creen reconocerme. Y digo “creen”, porque estoy segura de que saben quien soy, pero no se atreven a admitirlo porque eso significa que se han rebajado a pasar tiempo conmigo y solicitar mis servicios. Es obvio que nadie va a admitir eso en voz alta.

La única razón por la que me arrastro hasta el mercado es porque tengo que comprar algunos objetos que no puedo conseguir en otro lado y que aquí tienen un precio razonable para mi limitado bolsillo. Algunas plantas curativas, comida extra por si Amber decide aparecer y así poder enviarles a mis amigos del catorce, latas de conserva… ha sido un duro invierno, pero la llegada del calor ha logrado que me mueva sin temor a asomar la nariz fuera de mi guarida. He escuchado cientos de cosas, pero todavía no me he atrevido a averiguar cuales son ciertas. Temo más por la gente de lo que me atrevo a admitir, pero lo puedo mantener para mis adentros y nadie va a molestarse.

Acomodo mi fina chaqueta al poner un pie dentro del mercado y mi cara se frunce en señal de desagrado. Estoy acostumbrada al mal olor, pero parece que ha habido algún problema con alguna cloaca cercana porque el ambiente apesta más de lo normal, y eso es decir mucho si estamos hablando del doce. Meto las manos en mis bolsillos para asegurarme que continúo poseyendo la billetera y camino con paso ligero, dispuesta a recorrer los puestos que ya conozco y marcharme lo más rápido posible. Hace meses que los aurores se han puesto demasiado insistentes en el norte y no sé exactamente por qué, pero una parte de mí lo sospecha. Solo espero que sigan aumentando la seguridad, porque eso significa que no han capturado a nadie que me importe.

Estoy mirando una mesa bastante concurrida, repleta de pócimas de diferentes tamaños y colores, cuando una melena oscura y familiar capta toda mi atención. Trato de no ser tan invasiva y me acerco, tocando su hombro — Pero tan solo mira a quien trajo el viento — suena a que me estoy mofando, pero en verdad es bueno ver una cara amiga de vez en cuando. Amiga, conocida, da igual: Lara me cae bien y es lo que importa — ¿También te rebajaste a buscar drogas entre las criaturas del abajo mundo o solo es un paseo turístico?
Arya E. Jackson
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Soy como un carroñero buscando entre artefactos inservibles alguna pieza que me sea de utilidad para sumarla a mi colección. Regateo con el pobre hombre que puede ganarse los galeones que le servirán para el día y al final me lo vende por el precio que creo justo. Porque no creo en la caridad. Pagaré lo que creo que vale y volveré otras veces por la conveniencia del negocio, pero no me sobra el dinero como para caminar por las calles de los distritos más pobres obsequiando monedas a los niños. Ya quisiera. Mis actos solidarios se limitan a echar un vistazo a una moto voladora que está que se cae a pedazos si se eleva diez centímetros y prometo traer mis herramientas la próxima.

Guardo en mi mochila la pieza que obtuve y que me servirá para las ideas que me reservo para mí. Muchas de las cosas que tengo en el taller son patrocinadas por el ministerio porque son quienes las usan, y a veces solo tengo ideas que no harán una diferencia en el mundo, que son pura motivación y distracción para mí. Pruebo hechizos y circuitos eléctricos con libertad de errar, de crear una quimera horrible de veinte centímetros que nunca verá la luz. Pero es mía. Sigo recorriendo las tiendas del mercado fijándome si hay algo más que puedo llevar que me sea útil, porque no estoy ansiosa por volver a casa. Este distrito puede que no sea muy popular entre los magos, que en el Capitolio viven el lujo extravagante, y sé que las mejores y más caras piezas las encontraré en los distritos del sur, pero a mí me gustan los distritos del norte. El sol pega un poco fuerte y el polvo se siente en el aire que se respira, en especial el distrito 12 que tiene su pasado de romance con el carbón. Pero me agrada.

Tengo una camiseta oscura sin mangas, porque media hora antes anudé la camisa alrededor de mi cadera, y siento directo sobre mi piel el toque de una mano. Preparo mi mejor expresión a mí no me jodas si se trata de un desconocido que cree que puede servirme de compañía, cuando veo de quien se trata. Sí que tengo un gusto particular en personas, porque me alegra ver la cara conocida de Arya. —Necesitaba escapar un rato del mundo perfecto de allí arriba y aprovecho para venir a mirar por las almas descarriadas de estos lares, a ver si alguno me invita a tomar algo— contesto. Me retiro un poco de la mesa donde los productos a la venta están expuestos para poder conversar entre ellas, y quedamos al borde del camino entre tiendas por donde circula la gente, que no es mucha a estas horas. O tal vez nunca es mucha. —¿Estás viviendo aquí?— le pregunto por curiosidad.
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Arya E. Jackson
Uff, bueno. Si quieres mi opinión, evita que alguno de por aquí te invite un trago. Harán que pagues en cuanto empiecen a abusar de la cantidad de cervezas que ellos no pueden costear por su cuenta — le aconsejo con un revoleo divertido de ojos. Tal vez Lara y yo no somos las mejores amigas, pero es una de las pocas personas que me quedan que me producen cierta alegría al volver a cruzarnos, sea por casualidad o porque necesito de su ayuda. En una vida como la mía, es difícil atarse a las personas y mucho más conseguir que se queden más tiempo del normal y una mecánica simpática siempre es bienvenida.

Creo que la ojeada que echo alrededor delata que sigo buscando mercancía a pesar de dejarme llevar por ella, pero un bufidito gracioso descarta lo que acaba de sugerir — Jamás vendré a instalarme al doce. Hay demasiada vigilancia — no es como que el cinco sea mejor, pero no estamos tan a los límites y todos sabemos lo que eso significa. El gobierno tiene una manía con controlar las fronteras, así que si me voy a morir de hambre lo voy a hacer en un sitio donde al menos pueda trabajar en paz — Aunque los aurores están demasiado activos últimamente, en todos lados. ¿Han dicho algo de eso en las noticias? — yo no tengo televisión, lo poco que me entero es por la radio de Kenny y los rumores de las calles, tal vez algún que otro diario perdido y descartado. Tendría que conversar con Amber o Benedict pronto, si quiero estar al tanto de las novedades.

Sin darle mucha vuelta, le enseño la mochila que llevo colgada al hombro y sonrío — Da igual. Sigo en el cinco, solo vengo por algunas provisiones — estiro el cuello para ver detrás de ella la mesa de pócimas que dejamos atrás, preguntándome cual de todas ellas podría ser buena para el catarro: esa siempre viene bien — ¿Qué hay de ti? ¿Sigues donde siempre o ya te cansaste de la hipocresía local? — niego una y otra vez como si estuviese decepcionada de ella, pero la sonrisa no se me escapa — Algún día aceptarás mi oferta de dormir en el suelo de mi horrible departamento. Es una mugre pero, ey, no hay como el hogar. Y podrías evitar toda esa fachada del ministerio de magia, con sus tipos elegantes y sus mujeres pulcras — que asco.
Arya E. Jackson
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Lo tendré en cuenta—. Aprecio el consejo de la chica porque hay una verdad irrefutable en lo que expone, no te puedes esperar algo distinto de un sitio tan sumido en la miseria como el distrito 12. Una carcajada brota de mi garganta al imaginarme esa improbable situación y muevo la cabeza, negándome a asumir el gasto en cervezas de algún imbécil. Ahora que la he encontrado, mi propósito se cumple con ella, a pesar de que esté más interesa en las pócimas del mercado que en tomar otro tipo de trago. Tomo nota de que muchas de las personas que me agradan, no podrían sentarse conmigo en la barra de un bar con toda la banalidad del acto. Porque son esclavos, repudiados, asociales… la gente que me gusta.

Por las razones que una persona no compraría una casa en el doce, la vigilancia no la hubiera puesto entre las primeras. Como se trata de Arya, lo entiendo sin que haga falta que me lo explique. Cuando eres bruja y te mueves libre de un distrito a otro siempre que tengas un traslador con los papeles en orden, a veces olvidas que esa misma libertad territorial no la tienen otros y que los aurores no están para protegerte, sino lo contrario. Que fácil, ¿no? Si me ganara el repudio del ministerio, los amigos se volverían enemigos. —Sigo pocas noticias. Después de todo, no puedo creer en lo que dicen. Siempre me pregunto si están mintiendo— opino. Esta es una apreciación muy personal, si compartiera todos los valores de la filosofía pro-magos, podría aceptar las noticias que nos venden como la verdad absoluta. Pero no lo hago. Nunca lo hago. No creo en verdades absolutas de nadie.

Porque podría preguntarle a Arya sobre los repudiados, más que eso, procurar entender a los rebeldes a través de ella. Si no lo hago es porque no me convenzo de que sean la solución y supongo que también porque todavía tengo miedo. Es jodido ser honesta conmigo cada mañana y decirme que tengo miedo, cuando actúo ante los demás como si nada me amedrentara. —¿Qué te hace falta? Te ayudaré a buscar— me ofrezco. La estaría ayudando a ella, a nadie más. Su pregunta no me sorprende, lo bueno es que puedo ser honesta. Guardo mis manos en los bolsillos traseros de mi pantalón y muevo los hombros. —Sigo donde siempre, la hipocresía la reduzco al mínimo para que no me rompa los nervios— digo.

Doy una vuelta para regresar a la mesa con los filtros. —Ese es el punto, el distrito 6 es mi hogar. No me imagino lejos de sus talleres y las máquinas. Y puede ser una mierda la mayor parte del tiempo, con la obligación de ir a cumplir horas en el ministerio, pero… — no todos son hombres elegantes y mujeres pulcras.  Hay algunos pocos que me caen bien, que son gente que valen la pena. Esto no puedo decírselo a Arya, porque son pro-magos. —es llevadero— digo en cambio. —¿Buscas algo en especial? — consulto, levantando una pequeña botella de cristal para revisar la etiqueta. Me niego a comprarle drogas a Riley de este mercado, pero puedo llevarle alguna pócima alucinógena para compensar.
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Arya E. Jackson
A veces mienten. A veces, tristemente, no — se me frunce el ceño cuando recuerdo la ejecución pública de Sebastian Johnson el año pasado. Estuvo en todas las noticias y, en cierto modo, los cargos por los cuales lo condenaron eran ciertos y, para el gobierno de Niniadis, en extremo graves. Hace años que conocí a ese hombre, pero el saber cómo murió y que toda la nación lo estuvo festejando me llenó de nauseas y una extraña ansiedad por querer incendiar el Wizengamtot. Claro que ese no es mi trabajo y solo me quedo quietita en mi lugar sin llamar la atención. A nadie le importa una prostituta de los distritos pobres.

Tanteo mis bolsillos en busca de una lista que olvidé hacer esta mañana, por lo que me veo obligada a hacer memoria por mi propia cuenta — Pociones, especialmente curativas. Algo de comida que pueda conservar… ya sabes, se viene el verano y el invierno se llevó mis mejores provisiones — no voy a decirle que deseo también llevarme algunos productos de más para enviar al norte del país, pero creo que la mirada que le lanzo es lo suficientemente significativa como para que pueda notarlo. No es común que una mujer de mi tamaño que vive sola llene una mochila, así que tampoco estoy siendo muy disimulada que digamos.

La bordeo para chequear la zona de medicinas y mantengo la oreja parada para escucharla hablar, sin moverme demasiado rápido para no perder el hilo de la conversación — ¿Máquinas y horarios? Suena al paraíso en su forma terrenal — bromeo con sarcasmo y me hago con una de las botellitas, chequeando su etiqueta. ¿Poción para dormir? Conozco algunos que necesitarían de estas para casos medicinales, así que agarro más de una y las empiezo a acomodar a lo largo de mi brazo — Pero si tú puedes soportarlo, lo tendré en cuenta, aunque mi oferta sigue en pie — le guiño el ojo con un movimiento rápido de mi cabello en su dirección y acabo por reírme. Sé que mi propuesta no es tentadora, pero puedo jugar dos segundos con que lo es. Si pudiese elegir en un sitio más cómodo sin tener que soportar el pertenecer al sistema, lo haría con gusto. Por ese lado no pienso juzgarla, no soy quien para hacerlo.

Pócima para el estornudo, para el dolor físico, para las migrañas… — No exactamente. Lo útil. ¿Viste dónde están las hierbas medicinales? Creo que las cambiaron de lugar desde la última vez que vine — me meto la mano en el bolsillo para rebuscar en busca de las monedas y efectúo el pago con gran rapidez. Lo que sí me cuesta es el poder colocar las pociones dentro de mi bolso sin que ninguna se me caiga al suelo, pero con el suave replicar del cristal asumo que ninguna va a partirse en el camino. Tiro del cierre y lo acomodo en mi hombro, haciéndole una seña para que siga conmigo — No me he contactado con mis amigos en meses — bajo un poco la voz, realmente esperando que comprenda de quienes estoy hablando. Es puro instinto, pero mis ojos se van a las paredes del mercado, esas que han sido cubiertas cientos de veces con los carteles de los más buscados. He visto rostros conocidos saludarme desde las paredes en cada ocasión que paseo por aquí, pero generalmente son un alivio. Si los están buscando, es que no los han encontrado — No sé cuando podría volver a verlos, pero quiero estar preparada para cuando aparezcan. Si una es precavida, jamás te tomarán por sorpresa. ¿No? — como si algo pudiese sorprenderme a estas alturas. Al final, volteo el rostro hacia ella con una sonrisa y le doy un amistoso y suavecito codazo en uno de sus costados — Eso debe ser lo bueno de vivir en un distrito que no se cae a pedazos. Hay cosas que son un poco más estables. ¿Verdad?
Arya E. Jackson
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Arya sabe más cosas que yo y de las que pueda enterarme mirando las noticias en la televisión. Tiene certezas sobre ciertas cosas, porque ha visto una realidad que desconozco, conoce personas con discursos que pueden contradecir a los oficiales. Al aislarme en mi burbuja, no contrapongo discursos, cierro mis oídos a las versiones. Confío en mis convicciones para tomar decisiones y no sé qué creer de los demás, de todo lo que dicen. Mi propia voz sigue siendo más fuerte dentro de mi cabeza, por más que esté confundida la mayor parte del tiempo. Y si busco verdades, no lo hago acudiendo a personas que dicen tenerlas, sino a los marginados. Tampoco pido que me digan nada, sé que es riesgoso lo que pueda confiarme Arya. Solo la observo, trato de entenderla, agradezco su invitación de vivir con ella. Aún quedan personas que pueden ofrecer lo poco o la nada que tienen, en un mundo que pone demasiadas exigencias sobre nosotros… o mueres.

Puedo ayudar con las pociones— digo. Lo de la comida no es mi fuerte, tengo conocimientos básicos y limitados en esa materia, los imprescindibles para la supervivencia, y si cometo un error con las conservas, puedo arruinar la esperanza de comida segura por meses de una persona. Sé que esto se trata de algo que está más allá de Arya, aunque me diga que no lo hago por nadie más, sé que hay muchos más detrás de ella. Recorro la mesa deslizando en línea recta mi mirada por las etiquetas, leyendo los nombres y sus efectos, encontrando algunas que tengo en un botiquín del taller y muchas otras de las que no consigo en la botica de mi distrito y aquí están. Se trata de un surtido para afectar todos los sentidos. Cierro mis dedos alrededor de un filtro de cicatrización de heridas y otro que mantiene la lucidez en pacientes adoloridos. Aunque no sé por qué alguien querría mantenerse lúcido al dolor. Parece que puede ser útil, sin embargo.

El paraíso es diferente para cada persona, ¿nunca lo escuchaste?— me sonrío a su broma. Reconozco que sueno como una fanática cuando hablo del taller y de mi casa, entre tanta gente que se traslada y se exilia, los que migran al Capitolio atraídos por el lujo y los que son empujados a los distritos periféricos, yo no quiero estar en otro lugar que no sea el sitio donde crecí, porque todavía es muy fuerte el sentimiento de que si me voy, cortaré con lo poco que me queda de mi padre y será abandonar a mi madre. Busco las hierbas medicinales entre el montón de frascos, mientras ella paga al vendedor por su compra. Ese hombre no puede creer que todo sea para una chica, sin embargo su semblante es imperturbable. Mis dedos alzan una bolsita con ramillas a la vista, están clasificadas en varias y cada una con el nombre de hierba. —¿Te sirven así?—pregunto y pago esto con mis propios galeones.

Estamos a una buena distancia del oído del hombre cuando menciona a sus amigos, y el uso de esa palabra queda resonando en mi mente. Son sus amigos, pero está sola. Porque ellos están luchando sus propias batallas, en tanto ella le compra pócimas curativas. La lealtad en la amistad es un valor que pocas personas pueden sostener, posible cuando las cosas están bien, dudosa cuando las circunstancias la obligan a estar presente. Sigo su mirada hacia las paredes, rostros que para mí no significan nada y para ella en cambio... —Eso es bueno— digo vagamente, respecto a su comportamiento precavido. Espero que lo sea en todos los sentidos. Ruedo los ojos al oír su referencia a mi hogar tan estable. —A riesgo de romper tu fantasía, en el distrito 6 explotan muchas cosas en los talleres que lo de la estabilidad no es tan cierto— bromeo. Se me ocurre una idea, muy mala idea. —Podría dejar mi hogar dulce hogar un día para ir a visitarte. Dar una vuelta por sus fábricas abandonadas es mejor que un parque de diversiones. Y podría — miro al frente para no cruzarme con sus ojos, hablo bajo para que nadie escuche— traerte algunas cosas que necesites de mi distrito. Para ti— entonces sí la miro. Puede sonar a advertencia de que no debe compartir, pero las dos vamos a faltar a eso.
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Arya E. Jackson
Agradezco su ayuda, de verdad. Creo que queda bien en claro por el modo en el cual le sonrío, delatando lo mal acostumbrada que estoy a la soledad. Vivir entre los repudiados no es un asunto fácil. Somos la paria de la sociedad, esas voces que el gobierno ignora y trata de callar cuando se vuelven demasiado ruidosas. La gente está furiosa, eso se puede ver en todos lados, especialmente en las calles pequeñas, sucias y llenas de vagabundos. Mientras que en los distritos más poblados la gente vive como reyes y reinas, nosotros nos conformamos con las migajas. Prefiero nuestra libertad, sí, pero nadie puede decir que somos realmente libres si no tenemos poder de decisión sobre lo que haremos con nuestra vida. Somos marginados y moriremos marginados, al menos que alguien logre conseguir lo contrario. Sé que es un imposible, un sueño muy lejano, pero todavía queda un gramo de esperanza.

Lo oí. Siempre dije que mi paraíso sería un montón de gatitos y helado de chocolate — bromeo, justo antes de chequear las hierbas y darle mi aprobación con un gesto de la cabeza. La veo pagar y tuerzo un poco la boca, pero se lo dejo pasar solo por unos segundos. Tengo cosas más importantes en las que poner mi atención, como sus relatos sobre un distrito en el cual jamás he puesto un pie — Suena un buen plan. Hay algunas fábricas que son un sueño — intento utilizar el tono de voz que emplearía una vendedora de viajes y suelto un suspiro fingidamente soñador. Pero debo detenerme, tirar con gentileza de su brazo y echarle una mirada de advertencia, realmente esperando que nadie se fije en nosotras. Especialmente los aurores que van y vienen a sus anchas — No quiero que tengas problemas por mi culpa — contesto con simpleza.

Tengo que acomodar mejor la mochila para ser libre de rebuscar en busca de monedas y se las entrego, buscando devolverle lo que ha pagado — Tengo de sobra. He recibido una visita que me dejó una buena paga — creo que no es necesario aclarar el tipo de visita. A veces, cuando alguien del Capitolio se rebaja a nuestro territorio, significa que yo podré comer mejor por al menos unos meses. No doy nombres porque intento ser profesional, pero creo que queda implícito que gracias a esa persona, soy capaz de llenar mi mochila — Mira el lado positivo, también era bueno en la cama, así que salí ganando por dos — antes de que pueda rechazarlo, pongo las monedas en su mano y empiezo a caminar con un paso más ligero, buscando evitar ojos que confundan nuestro comportamiento con alguna clase de tráfico — Aunque sí puedo pedirte un favor. ¿Tienes algún espejo comunicador de sobra? Necesito uno en caso de emergencias. Con los tiempos que corren, espero una más temprano que tarde.
Arya E. Jackson
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Cada quien con su paraíso—. Mi sonrisa se extiende un poco más, con un dejo de nostalgia por todas las cosas que no volverán y que nunca podrán ser. El cielo de una repudiada son muchos gatos y helado de chocolate, y son las cosas que pueden ser tomadas a chiste que se quedan resonando en mi cabeza, por eso necesito del ruido constante del taller y del metal contra el metal que rellenen todos los espacios de mi mente, donde quieren quedarse ciertos pensamientos a importunar. Me guardo ese atisbo de desasosiego, porque el ánimo de Arya me prohíbe sentir compasión por ella, no creo que eso quiera y por ello en mi ofrecimiento procuro ser más práctica. —No tienes que preocuparte por darme problemas, soy capaz de encontrarlos por mí misma. Y si evito uno, en la esquina me encuentro con dos— lo digo con toda resignación sobre mi carácter.

No pretendo ejercer una caridad en la que no creo. Si quiero hacer algo por ella, ¿qué puedo darle que le sea realmente útil? Siempre hago estas cosas desde lo que sé hacer y con lo que me gano la vida. Como hace ella. Cierro los dedos alrededor del dinero que me da y lo devuelvo a mi bolsillo. Yo no juzgo a la gente, para eso le pagan a alguien más. El trabajo que hace Arya para recibir galeones que le asegure comida y llenar una mochila con pócimas para sus amigos, puede que sea más digno que ciertas acciones de los funcionarios con traje inmaculado en el ministerio. —Siempre es bueno que sea un ganar-ganar— comento como de pasada.

Estamos dentro de la marea de gente y una mujer usando un pañuelo tipo turbante pasa cortando el lazo invisible de nuestra conversación. Todos se ven aquí tan sospechosos, todos. Y los aurores controlando como centinelas en el patio de una prisión. Espero a dar tres pasos antes de dar un pequeño paso hacia Arya, para que al pedirme su favor no lo escuche nadie más por accidente. —Puedo conseguirlo— susurro. Riley dice que si podemos llamarnos por teléfono, ¿para qué necesitamos espejos? Bien, genio, a veces son necesarios cuando estás viviendo en el margen de la ley. Claro que no es algo que le pueda echar en cara, porque no le hablo de mis otros tipos de amistades.

Tengo que pedirte un favor a cambio—. Suena feo que lo plantee así, pero tengo una idea. Una terrible idea. —Ya que tienes las fábricas cerca de casa, ¿podrías rebuscar entre la chatarra y conseguirme cosas que creas que puedan servirme? Si te visito en tu distrito de ensueño, no podré llevar lo que uso en el taller. Tendrá que ser una valija ligera—. Y una visita corta, nada que haga notar mi ausencia en mi taller o en el ministerio. Lo bueno es que no hay muchas personas que se pregunten por mí y todos están acostumbrados a mis largos tiempos de soledad como una ermitaña cuando trabajo. Comienzo a convencerme de que será una idea posible, mala sí, pero posible.
Anonymous
Arya E. Jackson
Puede conseguirlo. Que lo diga así me pinta una sonrisa y suspiro en alivio, me llevo la mano al pecho en señal de agradecimiento y relajo la postura — Gracias. De verdad, mil millones de gracias — no es fácil encontrar gente dispuesta a ayudar en estos días y, mucho menos, personas que lo acepten de inmediato en las cuales pueda confiar. Basta con mirar a nuestro alrededor para darle una explicación a mis eternas sospechas, en especial porque jamás sabes con qué puedes encontrarte. Con las aguas turbias, es mejor no hundirte demasiado.

No me ofende ni sorprende la petición de un favor a cambio, así que solo paro la oreja y miro a nuestro alrededor tal y como lo haría de estar buscando un nuevo puesto, aunque solo es un intento de actuar como si nada estuviera pasando. No estamos haciendo nada que sea ilegal, hasta donde yo sé. Solo dos viejas amigas intercambiando información y favores — ¿Estás en aprietos, Lara? — le digo en tonito travieso, jugando a burlarme de ella — Puedo conseguirte lo que quieras. Te asombrarías de la cantidad de porquería que la gente tira cuando ya no le encuentran utilidad, así que no será un problema. Pero creí que el ministerio les proporcionaba los materiales — al menos, los más importantes — Si acudes a mí, es porque no debe haber un registro. ¿O son proyectos personales? — tal vez solo quiere armarse un coche nuevo y eso es todo, pero algo me dice que nada de esto tiene que ver con un medio de transporte.

No es que la quiera dejar atrás, pero un pequeño puesto repleto de latas y frascos de vidrio me llama la atención suficiente como para pasar por su lado e ir directamente a chequear los alimentos en exposición. Muchos de seguro huelen para la mierda, así que mis dedos flotan por encima de los que tienen un aspecto más confiable para chequear su fecha de vencimiento — ¿Tienes una lista en particular o cualquier porquería te viene bien? — le pregunto como si estuviésemos de compras en un shopping de la alta sociedad y le muestro el frasco de legumbres en busca de su opinión — No se me da bien el construir cosas, así que tendrás que guiarme.
Arya E. Jackson
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Se siente un poco mal el agradecimiento de Arya, por una combinación con otros sentimientos que tienen su tiempo incordiándome cuando estoy a solas con mi conciencia. La sonrisa que le ofrezco es tirante, hay mucho de pena en el gesto y no por humildad, siento que no hago suficiente por ella como para que me demuestre ese afecto. Si hago más estaré en problemas otra vez, ¿en serio lo quiero? No. Caminaré por el borde manteniendo el equilibrio todo lo que pueda, mientras nadie mire. Estoy pensando en cómo colaborar dentro de esos límites que me impongo por la seguridad de ambas, cuando su pregunta me dispara una alarma y un emergente sentido de precaución que me acompaña en los últimos años. ¿En aprietos? Todavía no. Todavía.

El ministerio nos pone en las manos lo más caro e insólito que te puedas imaginar y también tienen un control sobre cada tornillo que si lo uso en algo no tienen registrado, los tendré tirándome de la oreja— explico, un poco cómico si lo planteo así. Soy cuidadosa con los materiales de los proyectos ministeriales y también los insumos que llegan al distrito desde mi última mala experiencia. Nada como la práctica para entender cómo se aplican las reglas y cuando eres sobre quien las aplican, el aprendizaje es aún más efectivo. Pero la chatarra de los distritos… está fuera del inventario que debo justificar ante el ministerio. Esto me abre la posibilidad de algo que no estuve considerando. Proyectos personales, sí… y más que eso. —Vamos a pensarlo como un resguardo. ¿Y si una de mis visitas se vuelve definitiva? — ¿Y si me caigo del borde? No, no quiero, pero tampoco me estoy manteniendo en la zona segura. —Si lo pierdo todo, en algún lugar quiero tener algo escondido—. Me convenzo a mí misma de que esta vez sabré ver las señales de peligro y escaparé a tiempo. Si soy honesta, me temo que caminaré directo hacia esas señales.

La sigo hasta el puesto de conservas y echo una mirada de reojo para comprobar donde se encuentra la persona más cercana. —¿Cualquier cosa por la que todavía pueda correr una mínima descarga de electricidad?— le digo disimulando mi sonrisa. No tiene caso que pida modelos específicos porque sus opciones no serán tan amplias. —Cosas prácticas, Arya. Las que tendrías en tu casa si funcionaran—. Así comencé y no me importa empezar de nuevo. Acerco el frasco de legumbres a mi nariz y no huele tan mal si se lo aparta del resto de las muestras. —Pasable— confirmo. Mis hábitos de cocina prepararon mi nariz para comprobar qué cosas todavía son comestibles, y también a mi paladar, así que no soy quisquillosa. Giro otro frasco de legumbres en mi mano –mejor ir sobre seguro y por eso elijo las legumbres otra vez-, y me planteo seriamente que haré si esta fuera mi única opción de almuerzo. —Sabes bien que si hablo contigo y pierdo mi tiempo en estos distritos, es porque no soy lo que se dice una devota al régimen. Puede que todavía haya muchas cosas que me sujetan en mi distrito y no quiero abandonar, pero nunca se sabe…— retomo lo anterior y hablo cada vez más bajo— Basta muy poco para que algo se rompa y mi relación con el ministerio es frágil, cada vez la siento más frágil— admito, contrario a lo segura que me mostré un rato antes de poder seguir tolerando todo hasta que se gaste por su propio peso y soberbia.
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Arya E. Jackson
Tal y como me imaginaba, el ministerio controla sus materiales, pero lejos de alarmarme por eso, la miro con cierta alarma porque no puedo creerme que no tenga problemas si está considerando el mudarse, de verdad, aunque sea por situaciones externas — No vas a perderlo todo — se lo aseguro, apretándole con rapidez el hombro en un intento de gesto amistoso. Tal vez no sea mucho, pero es lo único que tengo para mostrarle mi apoyo, aunque no valga demasiado — Y si eso pasa, siempre puedes contar conmigo. Seré tu depósito personal — no es que tenga mucho espacio, pero siempre me las arreglo. Si he podido meter cinco tipos del catorce en una de sus excursiones fallidas dentro de mi departamento, puedo hacer cualquier cosa. Al menos entiendo lo que quiere decir, así que hago una listilla mental — Cacharros que puedan servir en mi casa. Entendido. El basural será un buen sitio de búsqueda — tampoco es que me dan asco las ratas o las cucarachas, así que será un paseo tranquilo.

Como parece que nadie va a morir intoxicado por esto, separo un par de latas y chequeo lo que parecen ser unas hierbas comestibles, las cuales olfateo con mayor confianza. Tras vivir en el catorce, es mucho más fácil saber de esta clase de alimentos que los que encontrarías en una tienda — ¿Frágil por tu culpa o la de ellos? — utilizo un tono de voz suave, sí, pero mi modo de hablar se pone casual. Ni siquiera me molesto en mirarla, tomando algo de jengibre — Debes tener cuidado, Lara. Hoy en día parece que cualquier excusa es válida para condenar a alguien. ¿Viste las noticias de la semana pasada, el caso de la señora con los dos niños? — no recuerdo sus nombres, pero parece ser que separaron a una madre muggle que había vivido escondida de sus dos hijos pequeños, los cuales terminaron en un orfanato por ser demasiado jóvenes para ser juzgados, pero quedaron fichados para cuando sean mayores. La madre, obviamente, fue castigada severamente en público y enviada al mercado de esclavos. Pude ver por la televisión vieja de un bar las imágenes de cuando los separaron, entre gritos, llantos y pataleos, pero ya tengo estómago para estas cosas. Lo que sí me produce, es miedo. Hay varias personas que quiero proteger y no puedo hacerlo si se meten en problemas.

Me apresuro a pagar con algunas monedas y coloco mis nuevas compras cuidadosamente en la mochila, esperando que nada se rompa ni se caiga. La tela empieza a volverse un poco pesada, lo que en cierto modo me causa satisfacción — Solo haz lo que tengas que hacer, pero encuentra el modo en el cual no sea ilegal. Si eres inteligente, no tendrán por donde agarrarte si te encuentran. Además, hay aurores que no son tan listos, porque se basan más en la fuerza bruta que en las neuronas — si lo sabré yo. Da igual, porque creo que estoy divagando — ¿Ha pasado algo por lo que estés preocupada o es simple paranoia del ciudadano promedio?
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Agradezco el gesto de querer reconfortarme, si bien no lo necesito todavia. No es como si estuviera con el tiempo corriéndome para que busque alternativas entre las pocas que se tienen cuando perdemos la simpatía del ministerio. Su ofrecimiento de apoyo es la tabla más segura a la que aferrarse, que cualquiera de las que podrían prometerme mis conocidos en el Capitolio. Suena injusto hacia mis pocos amigos, en especial con Riley que me dio muchas pruebas de que es incondicional, pero no hemos tenido una prueba tan determinante aún como la de aclarar cuáles son nuestros bandos en la causa de los Niniadis. Arya tiene menos lujos que toda esa gente y ofrece lo que tiene, es más generosa que mucha gente y me gustaría ser un poco más como ella. Ese sentimiento de que mi lugar y mi afinidad está con los marginados se acentúa en momentos así. -Cuando pueda iré al distrito cinco y podemos hacer una primera excursión por el deposito de chatarra- propongo. Tendré que esperar unas semanas antes de improvisar una escapada como la de hoy, por precaución.

Nada llama la atención demasiado a menos que se vuelva recurrente y se establezca un patrón. Por eso mis visitas al mercado también son espóradicas, aleatorias, y pienso en ellas cuando Arya me previene de lo fácil que condena el ministerio. -Es frágil por culpa de ellos, claro, que hacen reglas estúpidas- mascullo entre dientes para controlar mi desagrado y que no se escuche entre los otros concurrentes del mercado. Si la segunda vez que la justicia del Ministerio cayera con su filo sobre mi cabeza, mi amistad con un esclavo bien podría ser la causa. Me provoca un asomo de humor negro que ni siquiera sea una relación sexual, una pasión de las que se pueden argumentar que anulan el buen sentido. Lo que sucede es que un muchacho nacido muggle me cae mejor y tiene más valor para mi que toda esa idea de que los magos somos superiores y los muggles son nuestros enemigos, por eso humillarlos es justificado. Puras estupideces, supongo que solo puedo verlo yo. Porque no puedo entender por qué una mujer y sus dos hijos pueden ser ejemplo de algo que me quiere explicar. -¿Qué sucedió? - preguntó. Si tuviera que seguir todas las noticias oficiales de Neopanem...

La carcajada que sale mis labios suena tan seca, al pedido de Arya de que sea inteligente en mis actos no puedo obedecer. Es una virtud que algunas personas me reconocen porque me valúan a mi partir de mi trabajo, pero si supieran las muchas decisiones erradas que tomé en mi vida, sabiendo que estaba mal, que nada bueno podría salir de ello. -¿Puedo decir que lo intentaré?- y me lo cuestionó en primer lugar a mi misma. ¿Puedo asumir el compromiso propio de ser más sensata esta vez? No lo sé, no lo sé. -Es simple paranoia del ciudadano promedio- se me escapa una risa sarcástica, porque no es una mentira lo que digo, y tampoco es toda la verdad. La cuestión es... ¿cuánto puedo decirle a Arya? Y no, no tiene que ver con la confianza. Sino cuánto deseo cargar a la otra persona con mis propios temas. -¿Qué más necesitas en el mercado? - inquiero, al ver que su mochila está casi repleta y no queda espacio para mucho más. No, no preguntaré de más sobre esta reserva. Puedo tenerlo frente a mis narices, pero cuanto menos sepa yo también sobre las actividades de la chica, estaremos bien. Seguridad para ambas, en este frágil mundo. -Es hora de que vuelva a mi distrito- le digo, es cierto que me tardé más de lo previsto. -Te buscaré dentro de unas semanas- le prometo, para que sepa que hablaba en serio sobre todo lo anterior.
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Arya E. Jackson
Pongo mi mejor cara de comprensión porque entiendo muy bien eso de que toda la situación sea frágil porque ellos se lo buscaron. Es gente que busca aprobación frente a situaciones que están cargadas de injusticia. Su pregunta solo sirve para que afirme ese pensamiento al estar obligada de recordar los detalles que he visto muy por encima — Una muggle llevaba años escondida en un sótano, donde tuvo a dos hijos pequeños. Los descubrieron por culpa de un vecino y, bueno, ya sabes. La torturaron en público y la mandaron al mercado. Todavía tratan de encontrar al padre de las criaturas, pero ya sabes como son… — ninguno de esos niños ni su familia se salvará de ser marcada en el futuro. Resoplo con ironía — Pero… ¡Hey! Que ellos pregonan justicia, así que nosotros debemos ser los equivocados — los que sí vemos a los niños llorar.

Su carcajada me toma por sorpresa, pero no hace más que hacerme sonreír, aunque sea por compromiso — que lo intentes me basta — aseguro con honestidad. No puedo pedirle más que eso a las personas, porque sé mejor que nadie que las promesas se hicieron para ser rotas. Hay cosas que solamente no se pueden controlar — Tengo una idea o dos sobre eso — porque siempre estuve entre el ciudadano por debajo del promedio, el que vive con el miedo. Lo bueno es que poca gente me registra, salvo los que saben en verdad quien soy. Que pregunte por mis necesidades me regresa a la realidad y eso hace que me ponga a revisar mi mochila, segura de que no podré llenarla mucho más — Puede que me dé una vuelta más para chequear que no me olvido de nada, pero creo que tengo lo que necesito — ¿Querrán cosas como papel higiénico? Debería ponerme a buscar.

Solo la miro de nuevo porque creo que básicamente se está despidiendo, así que decido no tomar más de su tiempo. Hago un asentimiento y acomodo el bolso, más que agradecida por haber tenido de su compañía — Te estaré esperando. Puedo prometer una rica sopa, si no hace mucho calor — tampoco es que puedo ofrecer mucho más, para variar, pero no pienso quejarme. Hay cosas peores, eso lo sé muy bien.
Arya E. Jackson
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Supongo que sobre esta historia que me cuenta Arya, los medios de Neopanem dieron su propia versión. Como todos los hechos que relatan no quiero saber qué sucede en el mundo a partir de su mirada, con sus definiciones de quienes son los buenos y los malos, lo que es correcto o incorrecto. Si lo escucho desde los labios de Arya, tiene un impacto mayor sobre mi sensibilidad, logro una empatía lejana con esa mujer que tenía por crimen ser muggle y que por años al esconderse pretendía salvar a sus hijos. ¿En ese se convirtió el mundo? Nos escondemos en un hueco oscuro y pasamos hambre, porque fuera todo es todavía peor. Echo una mirada de soslayo a la chica que me acompaña. Suspiro por todo lo que podría decir sobre la justicia, de cómo cada quien la usa como estandarte para sus convicciones personales, y al final es una sola, una que nunca logramos abrazar.

¿Te puedo hacer una pregunta? — digo en cambio, la observo de lado. —¿Qué harías si tuvieras un hijo?— y no quiero decir algo tan estúpido como “en tu situación”, queda implícito su trabajo, el distrito donde vive y sus contactos, pero más que eso toda la situación injusta que vive día a día y determina mucho de lo anterior. Tampoco pregunto qué haría si quedara embarazada, porque para eso hay una respuesta fácil. Se trata de la idea de tener, como esa mujer, una vida aparte de la propia que se condena por herencia. Tengo la esperanza de que esto cambie. No, la certeza de que así será. Nada dura demasiado tiempo y el universo reorganiza todo siguiendo un patrón de equilibrio-caos. Tendremos que esperar a que los equivocados sean quienes instauren una nueva idea de justicia, de que los poderosos sean atravesados por esta misma palabra, y aunque lo espero, cuando ese día llegue, no sé en qué lugar del caos estaré y que tan vertiginoso será todo. Por ahora mi promesa queda en el intento de mantenerme a salvo, no en lograrlo.

Y si quiero empezar a trabajar en ello, debo volver a la seguridad y al ruido de mi distrito, donde se supone que debería estar y no merodeando por horas en el mercado del distrito 12. Que si los aurores no me siguen con la mirada no es por falta de razones para que desconfíen de mí, sino porque alguien más se encargó de que esas razones queden archivadas. No puedo abusar de mi buena suerte. —Comeré lo que sea, soy mi propia cocinera casi todos los días y ese frasco de legumbres con olor sospechoso es tentador si lo comparamos con mis mejores platos— sonrió con el humor cambiando la expresión de mi rostro, vuelve ese destello que me hace obviar que estamos caminando en puntillas en algo que es demasiado grande para nosotros, complicado de entender y alterar, y que podemos dar un paso en falso en cualquier instante, tal vez lo estoy dando ahora mismo. —Veré qué puedo llevar yo como aporte—. Por supuesto, nada comestible hecho por mí, me refiero a otro tipo de cosas en verdad útiles.
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Arya E. Jackson
Jamás me habían hecho esa pregunta, así que me quedo muda en un intento de formularla una vez más dentro de mi cabeza y tomarme un tiempo pequeño en contestarla — Siempre dije que no quiero tener hijos — empiezo, hablando tan lento que parece que voy sílaba por sílaba — pero de tenerlo, sé que estaría condenado incluso aunque tuviera magia por tener a una madre como yo. También sé que haría lo que fuera para protegerlo, de que nadie le ponga las manos encima, pero… ¿Realmente podemos asegurarles un futuro feliz cuando llevamos la desventaja? — no hay niños que no pasen hambre e injusticias si nacen en el norte, eso no es ningún secreto — ¿Qué harías tú? — ella está en una mejor situación, pero depende de ella el traer o no un bebé a una sociedad como la nuestra.

La apelación a su mala cocina me basta para mejorar mi humor, así que me tomo el atrevimiento de evaporar la distancia entre las dos para darle un rápido pero cariñoso abrazo que me permite hablar cerca de su oreja — Te tendré los cacharros que encuentre preparados entonces — me separo con un golpe amistoso en el brazo y acomodo mi equipaje para que nada termine en el suelo — ¿Puedo pedir que tu aporte sea un refresco de lima? Hace siglos que no bebo uno de esos y me encantan — son un lujo que no solemos tener por aquí y de solo pensarlo se me hace agua la boca, por simple y aburrido que suene — Sino, con que puedas llegar sin ningún inconveniente es aporte suficiente. El cinco no es el mejor lugar para perderse — cuando recién me mude allí terminé en un callejón que es mejor olvidar.

Con un último chequeo a nuestro alrededor, meto una mano en el bolsillo de mi ligero abrigo y le sonrío — Supongo que eso es todo por hoy — nunca me es agradable el despedirme de las personas, porque jamás sé cuando será la próxima vez que las vea y, en especial, si es que habrá próxima vez. Así que suspiro con algo de resignación — De verdad espero que llegues sana y salva a casa, Lara.
Arya E. Jackson
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Por todas las razones que menciona, tener un hijo sería complicado. Tampoco planeo colaborar con el poblamiento de Neopanem para que mis hijos sean educados bajo el dogma de los Niniadis, ni ningún otro dictador que los suceda si el gobierno cambia y no para mejor. Pero si sucediera… hago el mismo intento de planteármelo así como lo hizo Arya. Mi primer pensamiento es que huiría, a donde fuera, debe ser el hábito arraigado de escapar que me impulsa a considerar esta posibilidad que implicaría ir un poco más lejos de mis salidas instintivas, supongo que buscaría lo que sea que esté por fuera de todo lo que conozco, lo que podría ser un horizonte inalcanzable y no llevarme a ninguna parte.

Tengo que ser realista al admitir que tener un hijo, con todo lo que conlleva, no me movería ni un pie fuera del distrito 6. No haría ni una sola estupidez que lo ponga en peligro, supongo que mi madre me dio un buen ejemplo. —Lo educaría para que sea una persona fuerte, creo— contesto. Lo que sé es que no lo escondería temiendo el día que lo encuentren. Lo haría fuerte para que pueda enfrentarse al mundo en contra, porque quizá sea un poco más valiente que yo. Me apenaría aun mas tener un hijo, si es que se parece a mí. —También lo llevaría todos los domingos de visita al cinco, a hacer visitas al mercado de esclavos, lo mandaría al Prince en vez del Royal…— sonrío con humor amargo. —Nunca me di cuenta que tenía tantos planes para un hijo—. Y lo acabo ahí, porque son fantasías peligrosas.

Me reconforta su abrazo aunque sea breve, hay una dulzura en ella que me hace olvidar que tenemos casi la misma edad y la siento mucho más joven, con una bondad que todas las circunstancias no pudieron empañar. Me pregunto cómo lo logra, cómo hace que sonría porque su petición se limita a un refresco y eso es todo para que se sienta satisfecha. Conversar un rato con ella logra levantarme el ánimo mucho más que estar con gente que conozco del ministerio, y eso que nuestros temas de charla no son especialmente bonitos. A pesar de ello, estoy sonriendo cuando nos despedimos. —Tengo un buen sentido de la orientación y sabré llegar a tu casa a salvo y con el refresco de lima. Y si mi tendencia a los problemas se cruza en medio, llegaré un poco más tarde. Pero llegaré— le aseguro. Hasta ahora, ningún inconveniente me detuvo. No quiero alargar la despedida, porque estoy segura de que nos volveremos a ver. —Lo mismo para ti, mantente segura— le pido. La miro por un segundo más, uno muy largo, entonces me doy la vuelta para alejarme y aunque un par de veces amago mirar por encima de mi hombro, sé que lo mejor es seguir avanzando evitando el contacto visual y usar el traslador en cuanto estoy a una distancia considerable del mercado.
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