OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Parece que he perdido todo razonamiento lógico o control sobre mis sentidos. Estoy hace al menos cinco minutos con la vista fija en un punto aleatorio de la pared, oyendo el eco de la voz de Josephine en algún punto en la lejanía. Puedo notar que está chasqueando sus uñas bien pintadas delante de mis ojos, pero no es hasta que sacude uno de mis hombros que no regreso en mí mismo, parpadeando para ver su rostro preocupado inclinado junto a mí. Me pregunta si estoy bien, pero no soy capaz de otra cosa que apenas separar los labios y mover solo un poco mi cabeza, aunque sin un verdadero significado. ¿Cómo es posible…?
Mis dedos arrugan el papel hasta que queda presionado entre mis dos manos y dejo caer mi cabeza contra ellas, respirando en un intento de controlar mis pulsaciones. Después de tantos años, después de tantos problemas, de tanto hacer preguntas a las personas equivocadas y meterme en lugares donde mi cabeza podría tener un precio muy elevado, al fin la he encontrado. Un simple informe entregado por un auror que me ha ayudado en mi trabajo de investigación, tan normal como el archivo de ingreso del colegio Royal. Una profesora prácticamente nueva, traída desde el distrito once para enseñar adivinación. El distrito once. Hemos estado cerca tantas veces…
— Josephine, cancela mis citas del día — es una orden repentina porque me levanto tan rápido que estoy seguro de que no se lo esperaba, a juzgar por el modo que tiene de dar unos cuantos pasos hacia atrás — Tengo que tratar un asunto personal en el colegio Royal. Dile a Perkins que evalúe los casos del 115 al 200 en mi ausencia. ¡Y que nadie toque mi cafetera! — sin decir mucho más, me acomodo el saco y salgo disparado de la oficina, dejándola de pie posiblemente sin comprender ni la mitad de lo que ha pasado. Para cuando salgo del ministerio, no doy más que unos pasos en la calle que me desaparezco para que mis pies se posen en la entrada de una de las mejores escuelas de magia del país.
Nunca le he tenido demasiado cariño al Royal porque no he llegado a estudiar aquí, pero sí le tengo respeto. A juzgar por el sonido que puedo percibir desde su interior, los estudiantes se encuentran en clases y eso hará mucho más sencillo mi paseo, si consideramos que de ese modo puedo evitarme preguntas que ya son un incordio y el fingir que sonrío a los niños que tienen la extraña manía de pegarse a los políticos como garrapatas. Lo positivo de ser yo, por otro lado, es que me es muy sencillo el que me dejen pasar y pronto estoy subiendo los escalones, tratando de encontrar el salón que ando buscando con tanto desespero. Dijeron que era en el último piso, que lo vería de inmediato…
La puerta está abierta y asomo la cabeza para darme cuenta de que no hay estudiantes a la vista, así que nadie debe cursar la materia en este horario. Mi atención se la lleva la cabellera castaña que me da la espalda, posiblemente chequeando papelerío estudiantil de su escritorio o vaya a saber qué cosa, pero tampoco me importa demasiado. Es el apretón en mi pecho lo que delata lo mucho que he añorado este momento, dejándome estático en la entrada del salón, aún sosteniendo un informe que no he conseguido de una manera completamente legal. Abro la boca, pero no sale la voz. ¿Será posible que sea…? — Phoebe — la llamo en un sonido para nada familiar, posiblemente porque es la primera vez desde la muerte de mi madre que mi temple se toma el atrevimiento de quebrarse.
Mis dedos arrugan el papel hasta que queda presionado entre mis dos manos y dejo caer mi cabeza contra ellas, respirando en un intento de controlar mis pulsaciones. Después de tantos años, después de tantos problemas, de tanto hacer preguntas a las personas equivocadas y meterme en lugares donde mi cabeza podría tener un precio muy elevado, al fin la he encontrado. Un simple informe entregado por un auror que me ha ayudado en mi trabajo de investigación, tan normal como el archivo de ingreso del colegio Royal. Una profesora prácticamente nueva, traída desde el distrito once para enseñar adivinación. El distrito once. Hemos estado cerca tantas veces…
— Josephine, cancela mis citas del día — es una orden repentina porque me levanto tan rápido que estoy seguro de que no se lo esperaba, a juzgar por el modo que tiene de dar unos cuantos pasos hacia atrás — Tengo que tratar un asunto personal en el colegio Royal. Dile a Perkins que evalúe los casos del 115 al 200 en mi ausencia. ¡Y que nadie toque mi cafetera! — sin decir mucho más, me acomodo el saco y salgo disparado de la oficina, dejándola de pie posiblemente sin comprender ni la mitad de lo que ha pasado. Para cuando salgo del ministerio, no doy más que unos pasos en la calle que me desaparezco para que mis pies se posen en la entrada de una de las mejores escuelas de magia del país.
Nunca le he tenido demasiado cariño al Royal porque no he llegado a estudiar aquí, pero sí le tengo respeto. A juzgar por el sonido que puedo percibir desde su interior, los estudiantes se encuentran en clases y eso hará mucho más sencillo mi paseo, si consideramos que de ese modo puedo evitarme preguntas que ya son un incordio y el fingir que sonrío a los niños que tienen la extraña manía de pegarse a los políticos como garrapatas. Lo positivo de ser yo, por otro lado, es que me es muy sencillo el que me dejen pasar y pronto estoy subiendo los escalones, tratando de encontrar el salón que ando buscando con tanto desespero. Dijeron que era en el último piso, que lo vería de inmediato…
La puerta está abierta y asomo la cabeza para darme cuenta de que no hay estudiantes a la vista, así que nadie debe cursar la materia en este horario. Mi atención se la lleva la cabellera castaña que me da la espalda, posiblemente chequeando papelerío estudiantil de su escritorio o vaya a saber qué cosa, pero tampoco me importa demasiado. Es el apretón en mi pecho lo que delata lo mucho que he añorado este momento, dejándome estático en la entrada del salón, aún sosteniendo un informe que no he conseguido de una manera completamente legal. Abro la boca, pero no sale la voz. ¿Será posible que sea…? — Phoebe — la llamo en un sonido para nada familiar, posiblemente porque es la primera vez desde la muerte de mi madre que mi temple se toma el atrevimiento de quebrarse.
Apenas llevo unas semanas viviendo en el capitolio tras una mudanza exprés desde el once y no me es necesario más tiempo para confirmar que odio la capital. No hay algo específico que me desagrade como tal, y hasta puedo reconocer que tiene cierto encanto en lo que a estructura se refiere, sin embargo, sé que no está diseñada para alguien como yo. Toda mi vida me he dedicado a pasar desapercibida, a ser la última persona con la que te puedes encontrar en la calle, es simplemente como me gusta. Nadie te molesta y nadie te trae problemas. En la capital ser invisible es casi imposible, no por que siempre haya alguien dispuesto a perseguirte tratando de vender algo o por que haya cámaras persiguiendo a vete tu a saber que famoso, si no por lo cotillas que pueden llegar a ser las personas aquí. El primer día que llegué no hicieron falta ni dos horas para tener a la mitad del vecindario asomando la cabeza por sus ventanas o directamente ir a tocar el timbre de mi puerta con la intención de husmear.
Puede que el colegio sea lo único positivo que haga que no me vuelva por patas al once, eso y que estoy segura de que, si eso ocurriera, tendría a un séquito de aurores en mi puerta con un billete de vuelta al capitolio. De todas maneras, el Royal no es mucho más distinto del Prince, a donde yo acudí cuando aún estaba en edad de enseñanza. Las diferencias más notables es que es más lujoso y, por ende, más grande, los alumnos parecen tomarse más en serio sus clases y los profesores son más estrictos de lo que lo eran en el Prince. Jamás he dado clase, no sé que es lo que se espera de mí, aunque por lo que he podido escuchar de algunos alumnos por los pasillos, la adivinación nunca ha sido una asignatura tomada en serio. Lo cual en cierta parte me esperaba, pues he conocido a poca gente a lo largo de mi vida que entienda algo sobre el arte de la adivinación.
Por esa misma razón, las primeras clases que tomo las dedico a entender sobre los alumnos y sobre lo que ellos creen que trata la asignatura, así como lo que esperan aprenden en mi clase a final de curso. - Por cuarta vez, August, las cartas del Tarot no sirven para ganar apuestas en el bingo. – Digo cuando le echo un vistazo desde arriba a su pergamino. Cuando la hora marca el final de la clase, me paseo por las mesas de los chicos recogiendo los pergaminos que les he pedido rellenar y los apilo en un montón sobre mi antebrazo. De vez en cuando le echo un vistazo a las respuestas y no puedo evitar reírme cuando por el rabillo del ojo leo que uno de ellos espera poder adivinar lo que quiere su madre por su cumpleaños. Otros ni siquiera se cortan cuando escriben que solo escogieron la asignatura porque les parecía una chorrada y fácil de aprobar.
Para mi suerte la siguiente hora la tengo libre, por lo que puedo hacerme una taza de té con la tranquilidad de saber que nadie va a molestarme en los próximos minutos. Dejo el montón de pergaminos sobre mi escritorio y me acerco a la cómoda de mi derecha para preparar el té mientras con una sacudida de mi varita hago que un montón de pergaminos se extiendan sobre las mesas del aula para la siguiente clase. Me llevo la taza conmigo y le pego un sorbo en lo que vuelvo a mi mesa para sujetar un folio con la mano que tengo libre y pasear mis ojos por las respuestas de Maverick Carter. Estoy en medio de la lectura cuando una voz pronuncia mi nombre a mis espaldas. – Profesora Powell para usted, señor… – Me giro para descubrir al que creía que sería un alumno, pero me encuentro con que no lo es. – Oh, lo siento, creí que sería usted un alumno. ¿Puedo ayudarle en algo? – Deposito mi taza en el pequeño plato y me libero del pergamino dejándolo sobre el escritorio, dando unos pasos para acercarme un poco hacia la puerta. – ¿Nos conocemos de algo? Su rostro me resulta vagamente familiar. – Aunque a quien voy a engañar, últimamente todo el mundo me resulta extrañamente familiar, como si les viera aparecer en mis sueños.
Puede que el colegio sea lo único positivo que haga que no me vuelva por patas al once, eso y que estoy segura de que, si eso ocurriera, tendría a un séquito de aurores en mi puerta con un billete de vuelta al capitolio. De todas maneras, el Royal no es mucho más distinto del Prince, a donde yo acudí cuando aún estaba en edad de enseñanza. Las diferencias más notables es que es más lujoso y, por ende, más grande, los alumnos parecen tomarse más en serio sus clases y los profesores son más estrictos de lo que lo eran en el Prince. Jamás he dado clase, no sé que es lo que se espera de mí, aunque por lo que he podido escuchar de algunos alumnos por los pasillos, la adivinación nunca ha sido una asignatura tomada en serio. Lo cual en cierta parte me esperaba, pues he conocido a poca gente a lo largo de mi vida que entienda algo sobre el arte de la adivinación.
Por esa misma razón, las primeras clases que tomo las dedico a entender sobre los alumnos y sobre lo que ellos creen que trata la asignatura, así como lo que esperan aprenden en mi clase a final de curso. - Por cuarta vez, August, las cartas del Tarot no sirven para ganar apuestas en el bingo. – Digo cuando le echo un vistazo desde arriba a su pergamino. Cuando la hora marca el final de la clase, me paseo por las mesas de los chicos recogiendo los pergaminos que les he pedido rellenar y los apilo en un montón sobre mi antebrazo. De vez en cuando le echo un vistazo a las respuestas y no puedo evitar reírme cuando por el rabillo del ojo leo que uno de ellos espera poder adivinar lo que quiere su madre por su cumpleaños. Otros ni siquiera se cortan cuando escriben que solo escogieron la asignatura porque les parecía una chorrada y fácil de aprobar.
Para mi suerte la siguiente hora la tengo libre, por lo que puedo hacerme una taza de té con la tranquilidad de saber que nadie va a molestarme en los próximos minutos. Dejo el montón de pergaminos sobre mi escritorio y me acerco a la cómoda de mi derecha para preparar el té mientras con una sacudida de mi varita hago que un montón de pergaminos se extiendan sobre las mesas del aula para la siguiente clase. Me llevo la taza conmigo y le pego un sorbo en lo que vuelvo a mi mesa para sujetar un folio con la mano que tengo libre y pasear mis ojos por las respuestas de Maverick Carter. Estoy en medio de la lectura cuando una voz pronuncia mi nombre a mis espaldas. – Profesora Powell para usted, señor… – Me giro para descubrir al que creía que sería un alumno, pero me encuentro con que no lo es. – Oh, lo siento, creí que sería usted un alumno. ¿Puedo ayudarle en algo? – Deposito mi taza en el pequeño plato y me libero del pergamino dejándolo sobre el escritorio, dando unos pasos para acercarme un poco hacia la puerta. – ¿Nos conocemos de algo? Su rostro me resulta vagamente familiar. – Aunque a quien voy a engañar, últimamente todo el mundo me resulta extrañamente familiar, como si les viera aparecer en mis sueños.
Uno de los pocos datos que logré conseguir cuando tuve los contactos necesarios fue que había existido una estudiante del Prince que respondía al nombre de Phoebe Powell. Pasé años después de eso tratando de encontrar a la que en ese momento sería una adulta, rebuscando entre los distritos más pobres en un intento de conseguir un mínimo de información, pero parecía que nada era realmente exacto o que la muchacha se había evaporado de la nada. Después de tanto tiempo, al fin la veo voltearse y mis ojos tratan de reconocer al menos la sombra de la niña que recuerdo, pero hay muy poco de mi hermana en esta mujer. No la culpo, porque éramos mocosos cuando nos separaron y dudo mucho que existan otras Phoebe Powell que se parezcan tanto a la memoria que tengo de mi difunta madre. Creo que eso es lo primero que me congela en mi sitio, lo segundo es que no me reconoce.
— Claro… — murmuro más para mí que para ella. Tengo dos opciones: o me ha visto en la televisión o hay una parte de mí que todavía le recuerda al niño que ella conoció. Meto las manos en los bolsillos de mi saco y bajo la vista a mis pies, barriendo por un instante el suelo con mi zapato importado, de un cuerpo quizá demasiado brillante para estar en una simple aula escolar — No tuve en cuenta el paso del tiempo. Sé que estoy empezando a arrugarme — intento bromear, señalándome la frente al alzar las cejas. No me atrevo a avanzar, así que la miro desde mi lugar como si fuese uno de los mocosos que atienden a sus clases. Sé que debo decir algo antes de que esto se vuelva raro — Soy yo, Phoebs — ¿Cuándo fue la última vez que dije ese apodo cariñoso en voz alta? Trato de hacer algo de memoria, pero la verdad es que no lo recuerdo. Sí puedo decir que una de las últimas memorias que tengo con ella es el haber ido a buscarla al parque y, cómo ninguno de los dos quería regresar a casa con nuestro padre, terminamos merendando con el dinero que me había sobrado de la escuela en un café del distrito 1. No pasó mucho tiempo después de eso que papá decidió que ella era una paria y era mejor quitárnosla de encima. Intento aclararme la garganta, porque no es momento para ser un llorón — Hans.
Siempre tuve la idea de que, si ella me recuerda, no será con mucho cariño. Fui lo suficientemente cobarde como para no admitirle a mi padre que también poseía magia y, aunque en ese entonces lo veía como un acto de supervivencia, acabó siendo lo que me dejó viviendo con él a solas durante años hasta que pude ponerlo en su lugar gracias a Jamie Niniadis. Vacilante, doy un paso hacia ella sintiendo mis labios temblar y obligándome a morderlos para no cometer una estupidez — Soy tu hermano, Phoebs, yo… — saco las manos de los bolsillos y miro hacia atrás, chequeando que nadie aparezca por la puerta — Lo siento, lo siento tanto. Todo esto es mi culpa. Absolutamente todo — yo dejé que esto pasara. Se suponía que yo era el hermano mayor que debería cuidarla y no estuve allí para detener a ese imbécil. No pude enfrentarlo y me quedé encerrado en un dormitorio que se volvió demasiado pequeño como para sentir que me ahogaba. Y mi hermana me necesitaba y yo no estaba para ayudarla.
— Claro… — murmuro más para mí que para ella. Tengo dos opciones: o me ha visto en la televisión o hay una parte de mí que todavía le recuerda al niño que ella conoció. Meto las manos en los bolsillos de mi saco y bajo la vista a mis pies, barriendo por un instante el suelo con mi zapato importado, de un cuerpo quizá demasiado brillante para estar en una simple aula escolar — No tuve en cuenta el paso del tiempo. Sé que estoy empezando a arrugarme — intento bromear, señalándome la frente al alzar las cejas. No me atrevo a avanzar, así que la miro desde mi lugar como si fuese uno de los mocosos que atienden a sus clases. Sé que debo decir algo antes de que esto se vuelva raro — Soy yo, Phoebs — ¿Cuándo fue la última vez que dije ese apodo cariñoso en voz alta? Trato de hacer algo de memoria, pero la verdad es que no lo recuerdo. Sí puedo decir que una de las últimas memorias que tengo con ella es el haber ido a buscarla al parque y, cómo ninguno de los dos quería regresar a casa con nuestro padre, terminamos merendando con el dinero que me había sobrado de la escuela en un café del distrito 1. No pasó mucho tiempo después de eso que papá decidió que ella era una paria y era mejor quitárnosla de encima. Intento aclararme la garganta, porque no es momento para ser un llorón — Hans.
Siempre tuve la idea de que, si ella me recuerda, no será con mucho cariño. Fui lo suficientemente cobarde como para no admitirle a mi padre que también poseía magia y, aunque en ese entonces lo veía como un acto de supervivencia, acabó siendo lo que me dejó viviendo con él a solas durante años hasta que pude ponerlo en su lugar gracias a Jamie Niniadis. Vacilante, doy un paso hacia ella sintiendo mis labios temblar y obligándome a morderlos para no cometer una estupidez — Soy tu hermano, Phoebs, yo… — saco las manos de los bolsillos y miro hacia atrás, chequeando que nadie aparezca por la puerta — Lo siento, lo siento tanto. Todo esto es mi culpa. Absolutamente todo — yo dejé que esto pasara. Se suponía que yo era el hermano mayor que debería cuidarla y no estuve allí para detener a ese imbécil. No pude enfrentarlo y me quedé encerrado en un dormitorio que se volvió demasiado pequeño como para sentir que me ahogaba. Y mi hermana me necesitaba y yo no estaba para ayudarla.
La sonrisa amistosa que llevo dibujada en los labios pronto se torna en una sonrisa incómoda cuando el hombre empieza a hablar para sí y no acabo por entender su comentario sobre la vejez, casi como si esperase que tuviera un efecto en mí que es evidente que no tiene lugar. Puedo notar como mis dedos se aferran alrededor de la madera de mi varita y mis labios se tensan, enseñando los dientes en una sonrisa semi falsa con cierta inseguridad. No es hasta que pronuncia mi nombre, o más bien un apodo cariñoso de él, que mi cuerpo se echa hacia atrás hasta toparse con el escritorio, lo que hace que pierda un poco el equilibrio y vierta ligeramente el contenido de la taza sobre la mesa. — ¿Phoebs? — Conozco a una sola persona que me ha llamado así en el transcurso de mi vida, aquella persona que pensaba jamás volvería a ver, y no necesito la confirmación de su voz para saber de quién se trata.
Por unos segundos en los que se me corta la respiración, mi corazón empieza a palpitar con fuerza, más de lo que soy capaz de aguantar sin oxígeno, por lo que termino por abrir la boca con la intención de decir algo, pero acabo por apretar los labios al encontrarme sin palabras. Frente a mis ojos tengo a mi hermano, a quien consideraba una de las personas más imprescindibles en mi vida cuando aún le tenía cerca, a quien no esperaba volver a ver. Cuando mi padre me abandonó yo era tan pequeña que me fue imposible volver sobre sus pasos, aprendí a apañármelas por mi cuenta, e incluso cuando crecí, nunca tuve los medios suficientes para encontrar a mi familia, o lo que quedaba de ella. Con el tiempo simplemente dejé de necesitarlos. Ahora, teniéndole frente a mí, pese al evidente paso de los años, aún puedo reconocer en su rostro alguno de sus gestos, incluso cuando creía haberme olvidado en cierta medida de su aspecto.
Mi cerebro aún está procesando la información, tratando de no paralizarse ante el nuevo shock que significa una noticia de este calibre. Me es muy difícil guardar la compostura, en especial porque mis ojos comienzan a humedecerse a gran velocidad independientemente de cuantas veces parpadee para hacer desaparecer las lágrimas que amenazan con escaparse de mis ojos. Ni siquiera estoy segura de poder escucharle con claridad, ya que un zumbido atraviesa mis oídos y me impide captar las palabras que murmura. Al final no puedo aguantarme más y mi cuerpo se abalanza sobre el suyo para abrazarle con fuerza, recordándome las noches de oscuridad en las que corría a sus brazos en busca del mismo afecto. Porque en ese momento siento la necesidad de protegerme bajo su cuerpo, olvidando por los minutos que dura el contacto todos los días que pasé sola, y que jamás me busco. En ese instante le perdono todo, todo lo que podría haber hecho y no hizo, todo lo que sufrí en silencio no por su culpa, pero sí porque él no quiso dar la cara. Ni siquiera me importa que hace más de quince años que no le tenía tan cerca, porque con mi cara pegada a su camisa, me percato de que sigue oliendo como mi hermano mayor.
Me separo con suavidad, elevando la cabeza para observar su figura sin ser capaz de murmurar palabra. De repente es como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún estuviéramos viviendo en nuestra casa del uno, cuando mamá aún estaba viva. — ¿Dónde has estado? — Es más una demanda que una duda, aferrándome a uno de sus brazos con mi mano, como si el simple hecho de soltarlo fuera a dejarlo escapar. Mi pregunta va dirigida tanto a la actualidad como al pasado, y a toda su vida en general, puesto que mi yo de doce años recuerda una figura totalmente distinta de la que se presenta a sus ojos. En el once vivía ajena a la situación del país, encender la televisión me resultaba una pérdida de tiempo, y para ser sincera, me gustaba poder vivir aislada de los problemas. Necesito un minuto para analizar su ropa y sus gestos corporales para hacerme entender que, si bien yo me he pasado la vida sobreviviendo a base de monedas perdidas, él ha tenido más suerte. — Hans, yo... todo este tiempo... ¿Dónde estabas? — Repito. Mi voz suena tan ahogada que no la reconozco como propia. Pasé tanto tiempo necesitando su ayuda que ahora me es imposible decirlo en voz alta sin que se me corte la voz.
Por unos segundos en los que se me corta la respiración, mi corazón empieza a palpitar con fuerza, más de lo que soy capaz de aguantar sin oxígeno, por lo que termino por abrir la boca con la intención de decir algo, pero acabo por apretar los labios al encontrarme sin palabras. Frente a mis ojos tengo a mi hermano, a quien consideraba una de las personas más imprescindibles en mi vida cuando aún le tenía cerca, a quien no esperaba volver a ver. Cuando mi padre me abandonó yo era tan pequeña que me fue imposible volver sobre sus pasos, aprendí a apañármelas por mi cuenta, e incluso cuando crecí, nunca tuve los medios suficientes para encontrar a mi familia, o lo que quedaba de ella. Con el tiempo simplemente dejé de necesitarlos. Ahora, teniéndole frente a mí, pese al evidente paso de los años, aún puedo reconocer en su rostro alguno de sus gestos, incluso cuando creía haberme olvidado en cierta medida de su aspecto.
Mi cerebro aún está procesando la información, tratando de no paralizarse ante el nuevo shock que significa una noticia de este calibre. Me es muy difícil guardar la compostura, en especial porque mis ojos comienzan a humedecerse a gran velocidad independientemente de cuantas veces parpadee para hacer desaparecer las lágrimas que amenazan con escaparse de mis ojos. Ni siquiera estoy segura de poder escucharle con claridad, ya que un zumbido atraviesa mis oídos y me impide captar las palabras que murmura. Al final no puedo aguantarme más y mi cuerpo se abalanza sobre el suyo para abrazarle con fuerza, recordándome las noches de oscuridad en las que corría a sus brazos en busca del mismo afecto. Porque en ese momento siento la necesidad de protegerme bajo su cuerpo, olvidando por los minutos que dura el contacto todos los días que pasé sola, y que jamás me busco. En ese instante le perdono todo, todo lo que podría haber hecho y no hizo, todo lo que sufrí en silencio no por su culpa, pero sí porque él no quiso dar la cara. Ni siquiera me importa que hace más de quince años que no le tenía tan cerca, porque con mi cara pegada a su camisa, me percato de que sigue oliendo como mi hermano mayor.
Me separo con suavidad, elevando la cabeza para observar su figura sin ser capaz de murmurar palabra. De repente es como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún estuviéramos viviendo en nuestra casa del uno, cuando mamá aún estaba viva. — ¿Dónde has estado? — Es más una demanda que una duda, aferrándome a uno de sus brazos con mi mano, como si el simple hecho de soltarlo fuera a dejarlo escapar. Mi pregunta va dirigida tanto a la actualidad como al pasado, y a toda su vida en general, puesto que mi yo de doce años recuerda una figura totalmente distinta de la que se presenta a sus ojos. En el once vivía ajena a la situación del país, encender la televisión me resultaba una pérdida de tiempo, y para ser sincera, me gustaba poder vivir aislada de los problemas. Necesito un minuto para analizar su ropa y sus gestos corporales para hacerme entender que, si bien yo me he pasado la vida sobreviviendo a base de monedas perdidas, él ha tenido más suerte. — Hans, yo... todo este tiempo... ¿Dónde estabas? — Repito. Mi voz suena tan ahogada que no la reconozco como propia. Pasé tanto tiempo necesitando su ayuda que ahora me es imposible decirlo en voz alta sin que se me corte la voz.
Me reconoce. Es obvio cuando creo que va a caerse sobre el escritorio como si hubiese visto un fantasma. No la juzgo, estoy seguro de que posiblemente no sea más que un espectro dentro de su vida. ¿Cuánto tenía la última vez que nos vimos? ¿Ocho años, nueve a lo sumo? No soy nadie para ella, si consideramos el poco tiempo que estuvimos juntos y, aún así, sé que la sangre es más fuerte que ninguna otra cosa. A pesar de todo lo que hemos pasado y que, justamente, sean los lazos sanguíneos lo que he tratado de ignorar por todos estos años. Que mi padre haya sido un idiota no quiere decir que yo deba cargar con su cruz.
Mis manos se levantan en un intento de pedirle que no llore, pero no alcanzo a hacer mucho que ya la tengo rodeándome con sus brazos y dejándome en estado de estupefacción. ¿Cuándo fue la última vez que alguien me abrazó de esta manera? Mejor dicho, reformulo la pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que permití que alguien me abrazara de esta manera? Mis brazos se sacuden en el aire sin saber donde apoyar las manos y termino correspondiendo el gesto, hundiendo el rostro entre un cabello que huele como lo recuerdo y que provoca que hunda mis dedos en su espalda. La diferencia de altura no es mucha, pero sigue sintiéndose pequeña entre mis brazos, lo que me arrebata una extraña y ahogada risa que se apaga contra su hombro al estrecharla con más fuerza. Es un extraño calor el que invade mi cuerpo, completamente nuevo, arrasando con la amarga sensación de haberme equivocado una vez más. Realmente espero que mis piernas no fallen por culpa de la impresión, porque creo que sería en exceso ridículo.
Phoebe se separa, quizá demasiado rápido, y su pregunta provoca en mí la clase de risa breve y sorprendida que nadie ligaría de inmediato a mi persona — ¿En dónde estuve yo? ¡Tengo exactamente la misma pregunta! — me volví loco buscándola. Hice una carrera entera en base a culpar muggles y rastrear su paradero. Y todo este tiempo estaba destinada a dar clases en la escuela de mayor prestigio del país. Sé que me analiza con la mirada y yo no tardo en hacer lo mismo. Reconozco esos ojos y esa boca, el poroto en la punta de la nariz que ambos compartimos y el remolino que se le arma en el pelo porque yo tiendo a luchar con eso todos los días antes de ir al trabajo — ¡Estaba aquí! Aquí, aquí — mis manos se pasean por sus brazos en una caricia cargada de incredulidad hasta aferrarme a sus muñecas — Te busqué todos estos años… ¡Me convertí en juez! Bueno, era juez, ahora pasé a ser ministro — es mucho y creo que es confuso de explicar en tan pocos minutos, así que sacudo la cabeza para descartar ese problema — Te rastreé, pero solo pude averiguar que te graduaste del Prince. ¿Dónde estabas? Tuve que… ¡Mira! — el papelito que llevaba conmigo termina plantado frente a su nariz sin pudor alguno, enseñándole sus propios datos de ingreso como docente de la institución — Phoebs, yo nunca paré de buscarte. Yo… — me relamo los labios con ansiedad y mastico el inferior con los incisivos, buscando sus ojos con los míos — Hice justicia, Phoebe. Por ti y todos los que sufrieron como nosotros. Empecé con él y nunca me detuve — sé que sabe de quien le estoy hablando. Del hombre que la abandonó en medio de la nada, que golpeó a nuestra madre hasta provocarle la muerte y al cual arrastré de los pelos hacia la calle cuando los aurores de Jamie Niniadis llegaron al distrito 1 a reclamarlo como territorio del nuevo régimen — Pero eso no importa ahora. ¿No? Quiero decir… ¡Estamos juntos! — hay tanto que tengo que contarle. Lo bueno es que sé que tenemos todo el tiempo del mundo: no voy a dejar que me la quiten de nuevo.
Mis manos se levantan en un intento de pedirle que no llore, pero no alcanzo a hacer mucho que ya la tengo rodeándome con sus brazos y dejándome en estado de estupefacción. ¿Cuándo fue la última vez que alguien me abrazó de esta manera? Mejor dicho, reformulo la pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que permití que alguien me abrazara de esta manera? Mis brazos se sacuden en el aire sin saber donde apoyar las manos y termino correspondiendo el gesto, hundiendo el rostro entre un cabello que huele como lo recuerdo y que provoca que hunda mis dedos en su espalda. La diferencia de altura no es mucha, pero sigue sintiéndose pequeña entre mis brazos, lo que me arrebata una extraña y ahogada risa que se apaga contra su hombro al estrecharla con más fuerza. Es un extraño calor el que invade mi cuerpo, completamente nuevo, arrasando con la amarga sensación de haberme equivocado una vez más. Realmente espero que mis piernas no fallen por culpa de la impresión, porque creo que sería en exceso ridículo.
Phoebe se separa, quizá demasiado rápido, y su pregunta provoca en mí la clase de risa breve y sorprendida que nadie ligaría de inmediato a mi persona — ¿En dónde estuve yo? ¡Tengo exactamente la misma pregunta! — me volví loco buscándola. Hice una carrera entera en base a culpar muggles y rastrear su paradero. Y todo este tiempo estaba destinada a dar clases en la escuela de mayor prestigio del país. Sé que me analiza con la mirada y yo no tardo en hacer lo mismo. Reconozco esos ojos y esa boca, el poroto en la punta de la nariz que ambos compartimos y el remolino que se le arma en el pelo porque yo tiendo a luchar con eso todos los días antes de ir al trabajo — ¡Estaba aquí! Aquí, aquí — mis manos se pasean por sus brazos en una caricia cargada de incredulidad hasta aferrarme a sus muñecas — Te busqué todos estos años… ¡Me convertí en juez! Bueno, era juez, ahora pasé a ser ministro — es mucho y creo que es confuso de explicar en tan pocos minutos, así que sacudo la cabeza para descartar ese problema — Te rastreé, pero solo pude averiguar que te graduaste del Prince. ¿Dónde estabas? Tuve que… ¡Mira! — el papelito que llevaba conmigo termina plantado frente a su nariz sin pudor alguno, enseñándole sus propios datos de ingreso como docente de la institución — Phoebs, yo nunca paré de buscarte. Yo… — me relamo los labios con ansiedad y mastico el inferior con los incisivos, buscando sus ojos con los míos — Hice justicia, Phoebe. Por ti y todos los que sufrieron como nosotros. Empecé con él y nunca me detuve — sé que sabe de quien le estoy hablando. Del hombre que la abandonó en medio de la nada, que golpeó a nuestra madre hasta provocarle la muerte y al cual arrastré de los pelos hacia la calle cuando los aurores de Jamie Niniadis llegaron al distrito 1 a reclamarlo como territorio del nuevo régimen — Pero eso no importa ahora. ¿No? Quiero decir… ¡Estamos juntos! — hay tanto que tengo que contarle. Lo bueno es que sé que tenemos todo el tiempo del mundo: no voy a dejar que me la quiten de nuevo.
Todos estos años, jamás me imaginé que este momento llegaría a suceder algún día. Después de entender que mi padre no me quería en su familia, asumí que él tampoco estaba interesado en buscarme. Nunca le culpé de lo que pasó, mi hermano simplemente tuvo más suerte que yo a la hora de esconder nuestros poderes. Debí haberlo buscado, si no cuando gobernaban los Black después debí hacerlo. La rabia y la confusión me nublaron el juicio durante los primeros años que tuve que apañármelas sobreviviendo por mi cuenta, pero con el tiempo acepté que las cosas resultaron así no por que mi hermano no me quisiera, si no porque quizás no tuvo la opción.
Ahora, escuchando sus palabras, comprendo que nunca dejé de estar en su cabeza y ojalá pudiera decir lo mismo de mi parte. Sin embargo, tampoco puedo martirizarme por algo que no estuvo en mi mano. — Yo... No tuve oportunidad... ¡Era tan pequeña, Hans! Yo no decidí desaparecer, papá me hizo desaparecer. — Siento como se me revuelve el estómago solo de pensar en la figura de mi padre, aquella persona que temí durante tanto tiempo tras la muerte de mi madre. Hacía tanto tiempo que no pronunciaba algo en su nombre que el recuerdo me trae imágenes a la cabeza que no quisiera ver de nuevo, por lo que tengo que sacudir la cabeza para sacármelas de ahí. — Por años creí que tú tampoco quisiste encontrarme. No sabes como fue después de que él me dejara en aquella carretera, como un perro que ya nadie quiere. — No sabría decir que fue peor, si los gritos y la violencia de casa, o el no tener nada para llevarme a la boca en días y el frío que calaba mis huesos cada noche de invierno. — No quería terminar en un orfanato, así que me convertí en una sombra, viviendo bajo el techo de casas abandonadas y alimentándome a base de sobras. — Si tenía esa suerte. Hubo momentos donde creía que moriría de hambre, un cuerpo tan delgado que apenas se distinguía de perfil.
— ¿Juez? — No es una pregunta que necesite confirmación, sino una manera de crear una imagen suya en mi cabeza distinta de la que tiene mi joven yo. En ese momento me doy cuenta de que no le conozco, no sé como ha sido su adolescencia, si se comporta de la misma manera como creo recordar, o de si aún tiene las manías que tanto me hacían rabiar cuando era una cría. Mis pensamientos se interrumpen cuando sitúa frente a mis ojos un informe tan cerca que al principio no soy capaz de enfocar a las letras. Mis muñecas se sueltan de su agarre y mis dedos atrapan los folios antes de que pueda volver a guardárselos. Es mi ingreso al Royal, junto con todos los datos que el gobierno conoce de mí, que, a juzgar por lo que pone aquí, son más de los que creía posible. La parte de la videncia parece que es lo que más les interesa de mis aptitudes como profesora de adivinación, pues aparte de eso, mis estudios nunca fueron enfocados a la docencia. — ¿Cómo has conseguido esto? — Idiota de mí, si es ministro tiene prácticamente acceso a todo lo que quiera. — He estado en el once, jamás me moví de allí. Es el lugar para personas como yo. — O lo que sea que eso signifique.
Aún con el informe entre mis manos elevo la mirada hacia él y analizo sus palabras desde otra perspectiva. — ¿Nuestro padre está...? — No termino la pregunta porque se me corta la respiración antes de poder acabar la frase. No sé que efecto puede tener en mí el saber que mi padre ha muerto a manos de la venganza de mi hermano. ¿Qué idea me da eso sobre la persona en la que se ha convertido? Dejo que el folio caiga sobre el suelo para sujetar sus manos entre las mías, acariciando sus palmas con mis dedos en un gesto delicado. Niego con la cabeza mientras una tímida sonrisa se escapa por mis labios. — Nada de eso importa. ¡Fíjate! ¡Si aún te ríes igual! — Su rostro ha ido adquiriendo cierta madurez, pero sigue teniendo los mis rasgos que yo conocí. — Oh, Hans, ¡nunca pensé que esto ocurriría! — Aunque ahora que lo pienso dos veces, hace unas semanas las cartas me revelaron que algo del pasado volvería a cruzarse en mi camino. Honestamente creía que se trataba de mis calcetines favoritos que perdí esa misma semana en la mudanza.
Ahora, escuchando sus palabras, comprendo que nunca dejé de estar en su cabeza y ojalá pudiera decir lo mismo de mi parte. Sin embargo, tampoco puedo martirizarme por algo que no estuvo en mi mano. — Yo... No tuve oportunidad... ¡Era tan pequeña, Hans! Yo no decidí desaparecer, papá me hizo desaparecer. — Siento como se me revuelve el estómago solo de pensar en la figura de mi padre, aquella persona que temí durante tanto tiempo tras la muerte de mi madre. Hacía tanto tiempo que no pronunciaba algo en su nombre que el recuerdo me trae imágenes a la cabeza que no quisiera ver de nuevo, por lo que tengo que sacudir la cabeza para sacármelas de ahí. — Por años creí que tú tampoco quisiste encontrarme. No sabes como fue después de que él me dejara en aquella carretera, como un perro que ya nadie quiere. — No sabría decir que fue peor, si los gritos y la violencia de casa, o el no tener nada para llevarme a la boca en días y el frío que calaba mis huesos cada noche de invierno. — No quería terminar en un orfanato, así que me convertí en una sombra, viviendo bajo el techo de casas abandonadas y alimentándome a base de sobras. — Si tenía esa suerte. Hubo momentos donde creía que moriría de hambre, un cuerpo tan delgado que apenas se distinguía de perfil.
— ¿Juez? — No es una pregunta que necesite confirmación, sino una manera de crear una imagen suya en mi cabeza distinta de la que tiene mi joven yo. En ese momento me doy cuenta de que no le conozco, no sé como ha sido su adolescencia, si se comporta de la misma manera como creo recordar, o de si aún tiene las manías que tanto me hacían rabiar cuando era una cría. Mis pensamientos se interrumpen cuando sitúa frente a mis ojos un informe tan cerca que al principio no soy capaz de enfocar a las letras. Mis muñecas se sueltan de su agarre y mis dedos atrapan los folios antes de que pueda volver a guardárselos. Es mi ingreso al Royal, junto con todos los datos que el gobierno conoce de mí, que, a juzgar por lo que pone aquí, son más de los que creía posible. La parte de la videncia parece que es lo que más les interesa de mis aptitudes como profesora de adivinación, pues aparte de eso, mis estudios nunca fueron enfocados a la docencia. — ¿Cómo has conseguido esto? — Idiota de mí, si es ministro tiene prácticamente acceso a todo lo que quiera. — He estado en el once, jamás me moví de allí. Es el lugar para personas como yo. — O lo que sea que eso signifique.
Aún con el informe entre mis manos elevo la mirada hacia él y analizo sus palabras desde otra perspectiva. — ¿Nuestro padre está...? — No termino la pregunta porque se me corta la respiración antes de poder acabar la frase. No sé que efecto puede tener en mí el saber que mi padre ha muerto a manos de la venganza de mi hermano. ¿Qué idea me da eso sobre la persona en la que se ha convertido? Dejo que el folio caiga sobre el suelo para sujetar sus manos entre las mías, acariciando sus palmas con mis dedos en un gesto delicado. Niego con la cabeza mientras una tímida sonrisa se escapa por mis labios. — Nada de eso importa. ¡Fíjate! ¡Si aún te ríes igual! — Su rostro ha ido adquiriendo cierta madurez, pero sigue teniendo los mis rasgos que yo conocí. — Oh, Hans, ¡nunca pensé que esto ocurriría! — Aunque ahora que lo pienso dos veces, hace unas semanas las cartas me revelaron que algo del pasado volvería a cruzarse en mi camino. Honestamente creía que se trataba de mis calcetines favoritos que perdí esa misma semana en la mudanza.
Cada cosa que dice me confirma lo que siempre supe: que mi padre es un monstruo y lo que nos hizo fueron las acciones de alguien que no podría siquiera llamarse un hombre. Intento por todos los medios el no imaginarme lo que me está contando, pero la verdad es que durante los años he creado esas escenas en mi cabeza una y otra vez, preguntándome dónde estaría y qué le habría pasado. No fue solo una oportunidad en la cual mi imaginación desarrolló incluso los peores escenarios, esos que jamás me atreví a decir en voz alta. No me fastidia hablar de abusos o asesinatos en el día a día, pero no puedo aplicar la misma lógica cuando se trata de mi propia hermana.
Solo puedo asentir ansiosamente, como un niño orgulloso de que reconocen sus logros, cuando se muestra sorprendida por quien soy ahora. El gesto de mi rostro deja bien en claro que ha preguntado simplemente una obviedad, pero en lugar de responderle solo me quedo con lo último que ha dicho — El once no es el lugar para ti, Phoebs — insisto, picándole cariñosamente el mentón. Es uno de los pocos gestos que recuerdo de mi madre, que solía empujarnos la barbilla para que la mantengamos en alto y olvidemos nuestros problemas. Es obvio que no tengo demasiada gente en el mundo que me haga recordar las expresiones que he heredado de mi progenitora — Es aquí, conmigo. ¿Dónde estás viviendo? ¿Te han dado una buena casa? Tengo un loft en el centro el cual no estoy ocupando ahora mismo. Ya sabes, isla ministerial y todo eso — lo que quiera de mí, lo tendrá. No he pasado como veinte años tratando de saber de ella como para ponerme en exquisito.
¿Nuestro padre está…? Mis labios se prensan y sé que mis ojos se han helado. Me cruzo de brazos en un gesto entre evasivo y protector y me apoyo vagamente en uno de los pupitres, moviendo apenas uno de los hombros — No lo sé. Jamás me molesté en saber qué le ocurrió — acabo confesando en un murmullo más grave de lo normal — Lo entregué a los aurores apenas llegaron a tomar el distrito uno. Gritó, pataleó, lloró… hasta creo que se cagó en los pantalones. Si lo mataron o lo vendieron al mercado de esclavos es algo que ignoro y que prefiero seguir ignorando — lo arranqué de mi vida como una bandita. Cuando cerré la puerta de casa ese día, sabiendo que se había ido para siempre, había respirado con calma por primera vez en siglos. Fue una sensación extraña, liberadora y sumamente poderosa.
Que sus manos toquen las mías hace que estire mis dedos sobre los tuyos y olvide con un golpe de calidez todos esos malos recuerdos. Sonrío para mí mismo al notar lo mucho que hemos crecido en un gesto tan simple, elevando los ojos hacia los suyos al oírla hablar — Hay menos cosas de las cuales reírse, pero creo que al menos eso no ha cambiado — al menos, de cuando las cosas estaban bien. Los últimos años que pasamos juntos no cuentan. Aprieto aprensivamente sus manos al reírme, deslumbrándome ante lo familiar de cada una de sus expresiones. Quizá sea una adulta, pero es mi Phoebe — Juro que hasta pensé en darme por vencido, pero justo hoy… ¿Cómo terminaste dando clases? Sé que te gustaba jugar a la maestra con tus peluches, pero del dicho al hecho hay un largo trecho — le guiño un ojo porque ese guiño solía ser mi modo de fastidiarla sobre que jamás haría las cosas que ella decía que deseaba hacer. Por ejemplo, cuando amenazaba con comerse mis chocolates y yo sabía que jamás lo haría — Hay cientos de cosas que tengo que contarte. Sé que no te casaste porque, bueno, leí tu informe — con gracia, le hago una muequita que tuerce mis labios como si estuviese entre avergonzado y disculpándome a la vez — Tengo una hija. ¿Puedes creerlo? Es una muy larga historia, pero no me he casado tampoco — no me doy cuenta de que estoy hablando en voz alta de mi vida privada en un aula escolar, así que vuelvo a mirar alrededor con cierto aire de paranoia — ¿Tienes que seguir trabajando ahora? Siempre puedes venir conmigo. Quiero que vengas conmigo. Podemos comer algo, lo que quieras, hasta esa pizza que a ti te encantaba y yo odiaba. No lo sé… — sé que estoy siendo insistente, pero soy incapaz de contener la cantidad de energía y ansiedad que me consume por cada centímetro de mi piel — Siento que si salgo por la puerta, vas a volver a desaparecer.
Solo puedo asentir ansiosamente, como un niño orgulloso de que reconocen sus logros, cuando se muestra sorprendida por quien soy ahora. El gesto de mi rostro deja bien en claro que ha preguntado simplemente una obviedad, pero en lugar de responderle solo me quedo con lo último que ha dicho — El once no es el lugar para ti, Phoebs — insisto, picándole cariñosamente el mentón. Es uno de los pocos gestos que recuerdo de mi madre, que solía empujarnos la barbilla para que la mantengamos en alto y olvidemos nuestros problemas. Es obvio que no tengo demasiada gente en el mundo que me haga recordar las expresiones que he heredado de mi progenitora — Es aquí, conmigo. ¿Dónde estás viviendo? ¿Te han dado una buena casa? Tengo un loft en el centro el cual no estoy ocupando ahora mismo. Ya sabes, isla ministerial y todo eso — lo que quiera de mí, lo tendrá. No he pasado como veinte años tratando de saber de ella como para ponerme en exquisito.
¿Nuestro padre está…? Mis labios se prensan y sé que mis ojos se han helado. Me cruzo de brazos en un gesto entre evasivo y protector y me apoyo vagamente en uno de los pupitres, moviendo apenas uno de los hombros — No lo sé. Jamás me molesté en saber qué le ocurrió — acabo confesando en un murmullo más grave de lo normal — Lo entregué a los aurores apenas llegaron a tomar el distrito uno. Gritó, pataleó, lloró… hasta creo que se cagó en los pantalones. Si lo mataron o lo vendieron al mercado de esclavos es algo que ignoro y que prefiero seguir ignorando — lo arranqué de mi vida como una bandita. Cuando cerré la puerta de casa ese día, sabiendo que se había ido para siempre, había respirado con calma por primera vez en siglos. Fue una sensación extraña, liberadora y sumamente poderosa.
Que sus manos toquen las mías hace que estire mis dedos sobre los tuyos y olvide con un golpe de calidez todos esos malos recuerdos. Sonrío para mí mismo al notar lo mucho que hemos crecido en un gesto tan simple, elevando los ojos hacia los suyos al oírla hablar — Hay menos cosas de las cuales reírse, pero creo que al menos eso no ha cambiado — al menos, de cuando las cosas estaban bien. Los últimos años que pasamos juntos no cuentan. Aprieto aprensivamente sus manos al reírme, deslumbrándome ante lo familiar de cada una de sus expresiones. Quizá sea una adulta, pero es mi Phoebe — Juro que hasta pensé en darme por vencido, pero justo hoy… ¿Cómo terminaste dando clases? Sé que te gustaba jugar a la maestra con tus peluches, pero del dicho al hecho hay un largo trecho — le guiño un ojo porque ese guiño solía ser mi modo de fastidiarla sobre que jamás haría las cosas que ella decía que deseaba hacer. Por ejemplo, cuando amenazaba con comerse mis chocolates y yo sabía que jamás lo haría — Hay cientos de cosas que tengo que contarte. Sé que no te casaste porque, bueno, leí tu informe — con gracia, le hago una muequita que tuerce mis labios como si estuviese entre avergonzado y disculpándome a la vez — Tengo una hija. ¿Puedes creerlo? Es una muy larga historia, pero no me he casado tampoco — no me doy cuenta de que estoy hablando en voz alta de mi vida privada en un aula escolar, así que vuelvo a mirar alrededor con cierto aire de paranoia — ¿Tienes que seguir trabajando ahora? Siempre puedes venir conmigo. Quiero que vengas conmigo. Podemos comer algo, lo que quieras, hasta esa pizza que a ti te encantaba y yo odiaba. No lo sé… — sé que estoy siendo insistente, pero soy incapaz de contener la cantidad de energía y ansiedad que me consume por cada centímetro de mi piel — Siento que si salgo por la puerta, vas a volver a desaparecer.
Cuando me pellizca el mentón por un momento siento que el tiempo no ha pasado, que volvemos a ser los mismos chiquillos que jugaban a la pelota en el jardín de la casa mientras mamá hacia galletas de canela para merendar. El estómago se me hace más pequeño pese a que trato de sonreír, una risa nostálgica que deja bien claro lo mucho que echo de menos como eran antes las cosas, antes de que metiera la pata. — Fue mi culpa, debí haberlo controlado, si no nos hubiéramos peleado nada de esto hubiera pasado, y todo seguiría como siempre. Mamá aún estaría viva. — Es la primera vez en mucho tiempo que admito en voz alta la culpa que me corroe por dentro. No lo pienso a menudo porque de eso ya pasaron demasiados años como para que sirva de algo lamentarme, pero ahora, con su rostro frente al mío, me recuerda todo lo que tuvimos y que mismamente perdimos.
— Me gusta el once. — Reconozco. — No es estresante como el capitolio, allí nadie te hace preguntas incómodas, ni se meten en sus asuntos. Fue un hogar para mí durante mucho tiempo.— Tuve mis momentos está claro, pero creo que al final terminé por cogerle gusto a la gente y a sus costumbres, hice amistades allí que estoy segura durarán para toda la vida. Es cierto, no había mucho que hacer al margen de trabajar para ganarte la vida, mi día a día era más una rutina, no como aquí que las posibilidades de entretenimiento son infinitas. Sin embargo, sé que voy a echar de menos a las personas del once y sus peculiaridades. — Creo que jamás me acostumbraré al estilo de vida que tienen aquí. — Su oferta, por otro lado, me conmueve, pese a que tengo que rechazarla con un leve movimiento de mi cabeza. — No tienes que preocuparte, el gobierno se encargó de darme alojamiento. Vivo en un apartamento no muy lejos de aquí, es pequeño y aún estoy tramitando algunas cosas de la mudanza, pero es acogedor. — O por lo menos intento que lo sea. Sé que en el momento en que deje de tener un aire familiar, no duraré ahí ni una semana. Mis ojos le miran con curiosidad al igual que mis labios, los cuales se pegan uno a otro en señal de admiración. — ¿Cuánto tiempo llevas siendo ministro? Disculpa mi falta de información, nunca estuve al tanto de las noticias en el once. — No por nada, sino porque allí se está tan al margen de lo que pasa en el país que nadie se interesa por saber lo que ocurre.
Cuando reconoce no tener ni idea de lo que ha pasado con nuestro padre tengo que tragar saliva varias veces debido a que el repentino nerviosismo me acelera los signos vitales, casi como si pudiera sentir su presencia a poco espacio de nosotros. Sé que no es posible, que estará más bien lejos de aquí, pero algo que no puedo evitar al pensar en él es recordar como fue el momento en que me dejó marchar. — Quizá sea mejor así. — Murmuro a secas, a sabiendas de que no es eso lo que me hubiera gustado decir. No me importa lo más mínimo lo que haya podido ocurrir con mi padre, ha pasado mucho tiempo desde que aprendí a vivir por mi cuenta y a ser independiente, sin embargo, la duda acerca de su destino será algo que siempre lleve conmigo, lo quiera o no.
La comprensión que siento hacia su siguiente comentario la reflejo ladeando ligeramente la cabeza hacia un lado, mientras mis ojos siguen el movimiento de los suyos. Puede que no nos riamos como lo solíamos hacer, forma parte de hacerse mayor, pero sí creo que las cosas hayan mejorado. Por otra parte, cuando me guiña el ojo sé que se está burlando de mí, y aunque sea de forma cariñosa, entrecierro los ojos durante unos segundos antes de interrumpir esa seriedad con una sonrisa. — No hace un par de semanas que he empezado a dar clases, si me preguntas cómo te diré que no lo sé, cuando estuve en el Prince solo terminé los estudios obligatorios y mi intención jamás fue ejercer en la docencia, por mucho que mis peluches te dijeran lo contrario. — A medida que voy hablando cruzo los brazos sobre mi pecho y dejo que el peso de mi cuerpo recaiga sobre una de mis piernas. — ¿Alguna vez hablaste con mamá de sus antepasados? — La pregunta es mera curiosidad, puesto que conmigo no fue el caso, además de una manera de sacar el tema a la luz. — Según he comprobado hay un historial de videntes en la familia de nuestra madre que remonta muchas generaciones atrás, y parece ser que yo he heredado esa misma capacidad. — Hago una pausa para comprobar su reacción por el rabillo del ojo antes de continuar. — El gobierno estaba al tanto y me ofrecieron un puesto como profesora, aunque ofrecer creo que no es la palabra apropiada. — Mi tono de voz quiere dejarlo caer como una broma, pero profundamente sus intenciones me molestan.
Algo que me deja con el rostro en blanco durante unos segundos es la noticia de que tiene una hija. — ¿De manera que tengo una sobrina? — La idea aún me produce estupefacción, lo cual se puede comprobar por la manera en que paso a morderme el labio inferior con los ojos como platos. — Pero no te has casado. — Algo en su voz, o puede que sea yo misma, me hace deducir que hay algo más en su historia además de un no estoy preparado para casarme tipo de cosa. — Tengo unas horas libres antes de mi siguiente clase, espera que recojo mis cosas. — No puedo ocultar mi sonrisa en lo que con un movimiento de varita hago que mis cosas personales se guarden en el bolso mientras yo me acerco al escritorio y guardo los pergaminos en el cajón. Me pongo la chaqueta que cuelga del perchero cuando viene hacia mí y me recojo el pelo en un moño despeinado en lo alto de mi cabeza. — La pizza con aceitunas y pepperoni suena genial, así puedes contarme con más tranquilidad sobre Margareth. — Porque así dijo que se llamaba su hija, ¿verdad?
— Me gusta el once. — Reconozco. — No es estresante como el capitolio, allí nadie te hace preguntas incómodas, ni se meten en sus asuntos. Fue un hogar para mí durante mucho tiempo.— Tuve mis momentos está claro, pero creo que al final terminé por cogerle gusto a la gente y a sus costumbres, hice amistades allí que estoy segura durarán para toda la vida. Es cierto, no había mucho que hacer al margen de trabajar para ganarte la vida, mi día a día era más una rutina, no como aquí que las posibilidades de entretenimiento son infinitas. Sin embargo, sé que voy a echar de menos a las personas del once y sus peculiaridades. — Creo que jamás me acostumbraré al estilo de vida que tienen aquí. — Su oferta, por otro lado, me conmueve, pese a que tengo que rechazarla con un leve movimiento de mi cabeza. — No tienes que preocuparte, el gobierno se encargó de darme alojamiento. Vivo en un apartamento no muy lejos de aquí, es pequeño y aún estoy tramitando algunas cosas de la mudanza, pero es acogedor. — O por lo menos intento que lo sea. Sé que en el momento en que deje de tener un aire familiar, no duraré ahí ni una semana. Mis ojos le miran con curiosidad al igual que mis labios, los cuales se pegan uno a otro en señal de admiración. — ¿Cuánto tiempo llevas siendo ministro? Disculpa mi falta de información, nunca estuve al tanto de las noticias en el once. — No por nada, sino porque allí se está tan al margen de lo que pasa en el país que nadie se interesa por saber lo que ocurre.
Cuando reconoce no tener ni idea de lo que ha pasado con nuestro padre tengo que tragar saliva varias veces debido a que el repentino nerviosismo me acelera los signos vitales, casi como si pudiera sentir su presencia a poco espacio de nosotros. Sé que no es posible, que estará más bien lejos de aquí, pero algo que no puedo evitar al pensar en él es recordar como fue el momento en que me dejó marchar. — Quizá sea mejor así. — Murmuro a secas, a sabiendas de que no es eso lo que me hubiera gustado decir. No me importa lo más mínimo lo que haya podido ocurrir con mi padre, ha pasado mucho tiempo desde que aprendí a vivir por mi cuenta y a ser independiente, sin embargo, la duda acerca de su destino será algo que siempre lleve conmigo, lo quiera o no.
La comprensión que siento hacia su siguiente comentario la reflejo ladeando ligeramente la cabeza hacia un lado, mientras mis ojos siguen el movimiento de los suyos. Puede que no nos riamos como lo solíamos hacer, forma parte de hacerse mayor, pero sí creo que las cosas hayan mejorado. Por otra parte, cuando me guiña el ojo sé que se está burlando de mí, y aunque sea de forma cariñosa, entrecierro los ojos durante unos segundos antes de interrumpir esa seriedad con una sonrisa. — No hace un par de semanas que he empezado a dar clases, si me preguntas cómo te diré que no lo sé, cuando estuve en el Prince solo terminé los estudios obligatorios y mi intención jamás fue ejercer en la docencia, por mucho que mis peluches te dijeran lo contrario. — A medida que voy hablando cruzo los brazos sobre mi pecho y dejo que el peso de mi cuerpo recaiga sobre una de mis piernas. — ¿Alguna vez hablaste con mamá de sus antepasados? — La pregunta es mera curiosidad, puesto que conmigo no fue el caso, además de una manera de sacar el tema a la luz. — Según he comprobado hay un historial de videntes en la familia de nuestra madre que remonta muchas generaciones atrás, y parece ser que yo he heredado esa misma capacidad. — Hago una pausa para comprobar su reacción por el rabillo del ojo antes de continuar. — El gobierno estaba al tanto y me ofrecieron un puesto como profesora, aunque ofrecer creo que no es la palabra apropiada. — Mi tono de voz quiere dejarlo caer como una broma, pero profundamente sus intenciones me molestan.
Algo que me deja con el rostro en blanco durante unos segundos es la noticia de que tiene una hija. — ¿De manera que tengo una sobrina? — La idea aún me produce estupefacción, lo cual se puede comprobar por la manera en que paso a morderme el labio inferior con los ojos como platos. — Pero no te has casado. — Algo en su voz, o puede que sea yo misma, me hace deducir que hay algo más en su historia además de un no estoy preparado para casarme tipo de cosa. — Tengo unas horas libres antes de mi siguiente clase, espera que recojo mis cosas. — No puedo ocultar mi sonrisa en lo que con un movimiento de varita hago que mis cosas personales se guarden en el bolso mientras yo me acerco al escritorio y guardo los pergaminos en el cajón. Me pongo la chaqueta que cuelga del perchero cuando viene hacia mí y me recojo el pelo en un moño despeinado en lo alto de mi cabeza. — La pizza con aceitunas y pepperoni suena genial, así puedes contarme con más tranquilidad sobre Margareth. — Porque así dijo que se llamaba su hija, ¿verdad?
No fue su culpa, pero soy incapaz de decirlo en voz alta. Solo puedo quedarme allí, mirándola con expresión taciturna y tratando de negar con la cabeza a pesar de ser un movimiento apenas perceptible. Lo que sucedió jamás habría sido su culpa, especialmente porque nada hubiera pasado si nuestro padre se hubiese comportado como una persona decente. Lo que sí demuestro con claridad es la breve mueca de poco aprecio por el once cuando lo defiende, tan lleno de traidores y mugre por los rincones, pero me ahorro el abrir la boca porque no empezaré una discusión en nuestro primer encuentro — Si cambias de opinión, debes saber que mi oferta no tiene fecha de caducidad — me obligo a sonreírle con el cambio de tema — Solo unos meses, aún no hace ni un año. Ha sido algo alborotador, ya sabes, con todo el trabajo que se mueve en la justicia en estos días. Necesitaban una mano más firme, así que… — me encojo de hombros y me señalo como si no existiese mejor opción que yo — El ministro más joven de este gobierno. Nadie puede decir que no hago bien mi trabajo — necesitaban a alguien que pusiera orden, así que algunas normas tuvieron que torcerse. No los culpo.
Es mejor así, sí, pero no sé leer sus expresiones — Si algún día lo deseas, puedo rastrearlo — jamás lo haría por mí, pero tal vez ella necesita una clausura. Al menos yo he aprendido a cerrar la puerta a las personas que sé que no valen la pena. Pero parece que es el día del descubrimiento sobre la verdad de nuestros progenitores, porque mis ojos se abren en asombro y tengo que chequear que no anda bromeando con un simple vistazo — ¿Mamá tenía el gen de la videncia? — me sale una pregunta pasmada, haciendo que mis párpados suban y bajen y mi cabeza se eche un instante hacia atrás en sorpresa, torciendo los labios — Nunca nadie me hizo llegar esa información. No sabía que… debió traspapelarse — o nadie asoció que la Powell del distrito once, sin familia ni nadie que reclame por ella, era familiar mía. Algo que descubrí estos años es que hay varias personas con nuestro apellido a lo largo del país — Pero es un trabajo digno y respetable. Me enorgullece — darle empleo a quien más lo merezca y necesite es algo que sé que el gobierno se ha molestado en hacer durante todos sus años en el poder. Phoebe debería estar agradecida.
— Bueeeno… sí. Una sobrina, pero no una cuñada — cosas que suceden cuando fuiste un joven irresponsable, pero no voy a irme a los detalles íntimos con mi hermana menor. Lo positivo de todo esto es que en nada está lista para partir y no puedo ocultar mi entusiasmo, separándome del pupitre y decidido a salir con ella de su propio salón de trabajo. Es irreal el seguirla hasta la puerta como si no hubiesen pasado veinte años, deteniéndome por un instante cuando oigo el nombre de mi hija en sus labios — ¿Cómo…? — pregunto, confundido brevemente — Ah, claro, videncia — ¿Podré contarle algo o irá adivinando en el proceso? Antes de que la puerta se cierre, muevo la varita y obligo al informe a volver a mis manos, escondiéndolo del resto del mundo.
Lo bueno de ser personas con cargos que la gente respeta es que no nos toma mucho el salir del Royal. Es un lindo día, extrañamente soleado para acompañar la ocasión, y poco tardo en darme cuenta de que estoy tomándome la molestia de caminar despacio para hacer durar cada segundo. Nada de aparición, ni transporte, ni paso apresurado — Conozco un buen sitio aquí cerca. ¿Te gusta el vino? — pregunto con calma, metiendo las manos en los bolsillos de mi traje mientras avanzamos. Me obligo a desviar la mirada de ella, tratando de parecer entretenido con el paisaje. Tras unos segundos de silencio, decido ir tachando cosas de la lista de aquellas que debemos conversar — Estuve de novio hace mucho y debo decir que estuvimos juntos por un buen tiempo. Un día simplemente vino con que ella estaba embarazada, así que… — suspiro. Si hay alguien que debería entender mi modo de actuar en cierta medida, debería ser Phoebe — Me asusté. Creí que jamás sería un buen padre por culpa del nuestro y decidí desaparecer. Para cuando me arrepentí ella se había marchado, así que no supe si el bebé había nacido hasta hace unas pocas semanas — es irónico cómo funcionan las cosas. Hace como un mes pensaba que estaba solo y ahora tengo una hermana y una hija — Encontrarme con Audrey de nuevo fue casualidad. Ya sabes, trabajo y esas cosas. Pero enterarme que Margareth había llegado a nacer fue sumamente extraño. Tiene doce, así que quizá la tengas entre tus estudiantes — miro sobre mi hombro como si desde aquí pudiese ver el Royal, pero ya se ha perdido de vista — En términos generales, creo que eso es todo lo que vale la pena mencionar de mi vida privada. Es aquí — me detengo en una esquina frente a unas amplias puertas de vidrio y empujo una de ellas, haciéndole un gesto para dejarla pasar. En cuanto ambos estamos dentro, ofrezco con un gesto la posibilidad de sentarnos cerca de unas ventanas — Dime que tienes algo más interesante para contar o me sentiré decepcionado de no haber podido encontrarte antes.
Es mejor así, sí, pero no sé leer sus expresiones — Si algún día lo deseas, puedo rastrearlo — jamás lo haría por mí, pero tal vez ella necesita una clausura. Al menos yo he aprendido a cerrar la puerta a las personas que sé que no valen la pena. Pero parece que es el día del descubrimiento sobre la verdad de nuestros progenitores, porque mis ojos se abren en asombro y tengo que chequear que no anda bromeando con un simple vistazo — ¿Mamá tenía el gen de la videncia? — me sale una pregunta pasmada, haciendo que mis párpados suban y bajen y mi cabeza se eche un instante hacia atrás en sorpresa, torciendo los labios — Nunca nadie me hizo llegar esa información. No sabía que… debió traspapelarse — o nadie asoció que la Powell del distrito once, sin familia ni nadie que reclame por ella, era familiar mía. Algo que descubrí estos años es que hay varias personas con nuestro apellido a lo largo del país — Pero es un trabajo digno y respetable. Me enorgullece — darle empleo a quien más lo merezca y necesite es algo que sé que el gobierno se ha molestado en hacer durante todos sus años en el poder. Phoebe debería estar agradecida.
— Bueeeno… sí. Una sobrina, pero no una cuñada — cosas que suceden cuando fuiste un joven irresponsable, pero no voy a irme a los detalles íntimos con mi hermana menor. Lo positivo de todo esto es que en nada está lista para partir y no puedo ocultar mi entusiasmo, separándome del pupitre y decidido a salir con ella de su propio salón de trabajo. Es irreal el seguirla hasta la puerta como si no hubiesen pasado veinte años, deteniéndome por un instante cuando oigo el nombre de mi hija en sus labios — ¿Cómo…? — pregunto, confundido brevemente — Ah, claro, videncia — ¿Podré contarle algo o irá adivinando en el proceso? Antes de que la puerta se cierre, muevo la varita y obligo al informe a volver a mis manos, escondiéndolo del resto del mundo.
Lo bueno de ser personas con cargos que la gente respeta es que no nos toma mucho el salir del Royal. Es un lindo día, extrañamente soleado para acompañar la ocasión, y poco tardo en darme cuenta de que estoy tomándome la molestia de caminar despacio para hacer durar cada segundo. Nada de aparición, ni transporte, ni paso apresurado — Conozco un buen sitio aquí cerca. ¿Te gusta el vino? — pregunto con calma, metiendo las manos en los bolsillos de mi traje mientras avanzamos. Me obligo a desviar la mirada de ella, tratando de parecer entretenido con el paisaje. Tras unos segundos de silencio, decido ir tachando cosas de la lista de aquellas que debemos conversar — Estuve de novio hace mucho y debo decir que estuvimos juntos por un buen tiempo. Un día simplemente vino con que ella estaba embarazada, así que… — suspiro. Si hay alguien que debería entender mi modo de actuar en cierta medida, debería ser Phoebe — Me asusté. Creí que jamás sería un buen padre por culpa del nuestro y decidí desaparecer. Para cuando me arrepentí ella se había marchado, así que no supe si el bebé había nacido hasta hace unas pocas semanas — es irónico cómo funcionan las cosas. Hace como un mes pensaba que estaba solo y ahora tengo una hermana y una hija — Encontrarme con Audrey de nuevo fue casualidad. Ya sabes, trabajo y esas cosas. Pero enterarme que Margareth había llegado a nacer fue sumamente extraño. Tiene doce, así que quizá la tengas entre tus estudiantes — miro sobre mi hombro como si desde aquí pudiese ver el Royal, pero ya se ha perdido de vista — En términos generales, creo que eso es todo lo que vale la pena mencionar de mi vida privada. Es aquí — me detengo en una esquina frente a unas amplias puertas de vidrio y empujo una de ellas, haciéndole un gesto para dejarla pasar. En cuanto ambos estamos dentro, ofrezco con un gesto la posibilidad de sentarnos cerca de unas ventanas — Dime que tienes algo más interesante para contar o me sentiré decepcionado de no haber podido encontrarte antes.
Muevo la cabeza lentamente en gesto ascendente para darle a entender que tendré su oferta en mente si en algún momento se da la necesidad, lo cual me produce una sensación extraña en el cuerpo porque no creo poder recordar la última vez que alguien me ofreció algo sin pedir nada a cambio. Somos hermanos sí, pero llevamos tanto tiempo sin saber nada del otro que se me hace irreal que sea tan amable conmigo. No puedo ocultar mi sorpresa cuando entiendo por sus palabras que se ha convertido en el ministro más joven que ha tenido el gobierno desde el comienzo de su mandato. — Debo darte la enhorabuena, entonces. — Algo en mi voz delata la inseguridad en mis palabras, pues no estoy segura de que el hermano que conocí y el que se presenta ante mis ojos sea el mismo. Es obvio, yo tampoco soy la misma que era cuando no tenía más que mi abrigo y un peluche al que aferrarme; sin embargo, me cuesta comprender la persona en la que se ha convertido. Quisiera preguntarle como lo consiguió, convertirse en una persona de semejante puesto procediendo de una familia poco reconocida. Porque bueno, sí, el gobierno ayuda a cualquier mago que se encuentre en situación desesperada, pero no es como si regalaran los mejores puestos de trabajo a cualquiera. Tuvo que demostrarse ser un buen candidato para convertirse en ministro, de justicia nada más y nada menos. Todo por sed de venganza contra mi padre.
Sacudo la cabeza casi de inmediato cuando dice que podría rastrear los pasos que siguió mi padre cuando Jamie tomó el poder. — No hace falta, para mí ya está muerto. Solo era curiosidad. — Murmuro lo último en apenas un susurro pasando la mirada de su figura al suelo para contemplarme los pies. Creía que después de tanto tiempo, el hecho de hablar sobre mi padre no me afectaría de la manera en que lo está haciendo ahora, aunque me supongo que los traumas nunca nos dejan del todo. — No sé si mamá, probablemente no, pero algunos de sus antepasados sí debían tenerlo. Tengo entendido que se saltan bastante generaciones en el proceso, probablemente ni siquiera ella lo sabría. — Con todo eso de que los magos vivíamos en las sombras con el gobierno de los Black, más de uno ni se atrevería a abrir la boca y la información acabaría por perderse. — Supongo. Tampoco es algo que vaya predicando por ahí a los cuatro vientos. — Digo encogiéndome levemente de hombros. Hago una mueca para mí misma cuando no mucho después admite sentirse orgulloso de mi profesión. No sé si será un trabajo digno, lo que sí sé es que yo no lo hubiera escogido de no ser por que me obligaran prácticamente a coger el puesto.
No nos toma mucho salir del Royal, probablemente porque voy del lado del ministro de justicia y no por que sea profesora del colegio. La mayoría de los profesores ni siquiera conocen mi nombre, pero está claro que el de mi hermano sí lo reconocen porque ni siquiera nos frenan al cruzar por la entrada de la escuela. Me envuelvo a mí misma con la chaqueta en vez de cerrar la cremallera, abrazándome a mí misma mientras de mi hombro cuelga el pequeño bolso que llevo conmigo, moviéndose de un lado para otro debido al viento que nos viene de frente. — Entiendo... — Asumo que no tiene más que decir acerca de por qué tiene una hija pero no está casado, por lo que lo dejo estar, sin apenas poder apartar la mirada de su figura mientras él parece observar el paisaje. Si esta mañana me hubieran dicho que esto tendría lugar ni yo misma me lo hubiera creído, y eso teniendo en cuenta que suelo tragarme todo lo que la gente me cuenta. — No lo tomo con frecuencia, pero sí, el vino está bien. — Y eso ya es decir mucho. Es evidente que nos encontramos en clases distintas, pues a mí no se me hubiera ocurrido pedir una botella de vino en un restaurante y probablemente a él no se le hubiera pasado por la cabeza ir a almorzar pizza de no ser por mi presencia.
Escucho lo que tiene que contarme con profundo interés, aprovechando la luz del sol para observar mejor sus facciones. Por alguna razón, me siento completamente ajena a su historia, a las personas que han ayudado a conformarla, y a todo en general. — Lo siento, todo esto es bastante complicado de asimilar. — Me apresuro a decir cuando, después de que termine de hablar, mi silencio acude como respuesta. — No puedo creer que seas padre. ¿Doce años? Es prácticamente una adolescente... — Eso me lleva a hacer cuentas mentales de cuando se supone que dejó embarazada a la mujer y creo que hubiera hecho mejor en no hacerlas. — ¿Has tenido algún encuentro con ella? — Me refiero a su hija y no a su madre claro. Tuvo que ser difícil, enterarse doce años después de que ha tenido un bebé y que no ha formado parte de su vida por miedo a hacerlo mal. Otro motivo que seguro que utiliza para culpar a nuestro padre.
Entro en el local cuando llegamos y me dirijo a una de las mesas que me indica con la mano, sonriendo amablemente antes de sentarme sobre una de las sillas justo al lado de la ventana. Echo un vistazo por la cristalera directamente sobre la calle mientras me deshago de mi abrigo y lo poso sobre el respaldo. — Creo que tu vida ha sido mucho más interesante que la mía, desde luego... — Apoyo los codos sobre la mesa y una de mis mejillas sobre una mano mientras esperamos a que aparezca el camarero, acariciando con los dedos las flores falsas del pequeño jarrón que hay en el centro de la mesa de forma desinteresada. — Hace unas semanas todo era normal. Vivía en una casa corriente en el once sin preocupaciones, tomando té con la vecina y cuidando de un viejo gato callejero medio moribundo. — Digo con sorna, casi lanzando una breve risa por el comentario. — Y ahora, tengo un apartamento en el centro de la capital, un trabajo en el mejor colegio del país y a punto de comer pizza con mi hermano. — Define giro de trescientos sesenta grados.
Sacudo la cabeza casi de inmediato cuando dice que podría rastrear los pasos que siguió mi padre cuando Jamie tomó el poder. — No hace falta, para mí ya está muerto. Solo era curiosidad. — Murmuro lo último en apenas un susurro pasando la mirada de su figura al suelo para contemplarme los pies. Creía que después de tanto tiempo, el hecho de hablar sobre mi padre no me afectaría de la manera en que lo está haciendo ahora, aunque me supongo que los traumas nunca nos dejan del todo. — No sé si mamá, probablemente no, pero algunos de sus antepasados sí debían tenerlo. Tengo entendido que se saltan bastante generaciones en el proceso, probablemente ni siquiera ella lo sabría. — Con todo eso de que los magos vivíamos en las sombras con el gobierno de los Black, más de uno ni se atrevería a abrir la boca y la información acabaría por perderse. — Supongo. Tampoco es algo que vaya predicando por ahí a los cuatro vientos. — Digo encogiéndome levemente de hombros. Hago una mueca para mí misma cuando no mucho después admite sentirse orgulloso de mi profesión. No sé si será un trabajo digno, lo que sí sé es que yo no lo hubiera escogido de no ser por que me obligaran prácticamente a coger el puesto.
No nos toma mucho salir del Royal, probablemente porque voy del lado del ministro de justicia y no por que sea profesora del colegio. La mayoría de los profesores ni siquiera conocen mi nombre, pero está claro que el de mi hermano sí lo reconocen porque ni siquiera nos frenan al cruzar por la entrada de la escuela. Me envuelvo a mí misma con la chaqueta en vez de cerrar la cremallera, abrazándome a mí misma mientras de mi hombro cuelga el pequeño bolso que llevo conmigo, moviéndose de un lado para otro debido al viento que nos viene de frente. — Entiendo... — Asumo que no tiene más que decir acerca de por qué tiene una hija pero no está casado, por lo que lo dejo estar, sin apenas poder apartar la mirada de su figura mientras él parece observar el paisaje. Si esta mañana me hubieran dicho que esto tendría lugar ni yo misma me lo hubiera creído, y eso teniendo en cuenta que suelo tragarme todo lo que la gente me cuenta. — No lo tomo con frecuencia, pero sí, el vino está bien. — Y eso ya es decir mucho. Es evidente que nos encontramos en clases distintas, pues a mí no se me hubiera ocurrido pedir una botella de vino en un restaurante y probablemente a él no se le hubiera pasado por la cabeza ir a almorzar pizza de no ser por mi presencia.
Escucho lo que tiene que contarme con profundo interés, aprovechando la luz del sol para observar mejor sus facciones. Por alguna razón, me siento completamente ajena a su historia, a las personas que han ayudado a conformarla, y a todo en general. — Lo siento, todo esto es bastante complicado de asimilar. — Me apresuro a decir cuando, después de que termine de hablar, mi silencio acude como respuesta. — No puedo creer que seas padre. ¿Doce años? Es prácticamente una adolescente... — Eso me lleva a hacer cuentas mentales de cuando se supone que dejó embarazada a la mujer y creo que hubiera hecho mejor en no hacerlas. — ¿Has tenido algún encuentro con ella? — Me refiero a su hija y no a su madre claro. Tuvo que ser difícil, enterarse doce años después de que ha tenido un bebé y que no ha formado parte de su vida por miedo a hacerlo mal. Otro motivo que seguro que utiliza para culpar a nuestro padre.
Entro en el local cuando llegamos y me dirijo a una de las mesas que me indica con la mano, sonriendo amablemente antes de sentarme sobre una de las sillas justo al lado de la ventana. Echo un vistazo por la cristalera directamente sobre la calle mientras me deshago de mi abrigo y lo poso sobre el respaldo. — Creo que tu vida ha sido mucho más interesante que la mía, desde luego... — Apoyo los codos sobre la mesa y una de mis mejillas sobre una mano mientras esperamos a que aparezca el camarero, acariciando con los dedos las flores falsas del pequeño jarrón que hay en el centro de la mesa de forma desinteresada. — Hace unas semanas todo era normal. Vivía en una casa corriente en el once sin preocupaciones, tomando té con la vecina y cuidando de un viejo gato callejero medio moribundo. — Digo con sorna, casi lanzando una breve risa por el comentario. — Y ahora, tengo un apartamento en el centro de la capital, un trabajo en el mejor colegio del país y a punto de comer pizza con mi hermano. — Define giro de trescientos sesenta grados.
— Créeme, lo entiendo, yo mismo sigo tratando de asimilarlo — hasta no tenerla delante, no tuve idea de lo que era para mí todo esto. Fueron doce años de asumir o negar su existencia, pero todo se vuelve más palpable cuando tiene un nombre, un rostro y una historia que contar. Asiento, pasando saliva de manera que la nuez de Adán se mueve visiblemente — Hace unos días, sí. Ante mi petición por conocerla, Audrey aceptó y los tres tuvimos una cena. Fue… interesante — no he vuelto a verla desde entonces, pero sé que no será la última vez que Meerah y yo nos encontremos. Si he entrado en su vida, no es para darme media vuelta y desaparecer por donde he venido. Hay errores que no se cometen dos veces.
El saco se me patina por los brazos cuando me lo quito y apoyo en el respaldo de la silla al tomar asiento. No es la primera vez que Phoebe y yo estamos en un restaurante juntos, pero el recuerdo que tengo de esta situación es de una altura mucho menor y frente a una persona muy diferente. Al menos puedo decir que continúa teniendo los hoyuelos que recuerdo, en una sonrisa que desde algunos ángulos me recuerda bastante a la propia — Lo del gato moribundo no suena tan mal — acepto con una sonrisa, la cual se acentúa ante el último comentario — ¿Cómo…? — mi pregunta se ve interrumpida cuando el camarero aparece en escena y tengo que alzar la vista, preguntándole con la mirada si al final desea la pizza que habíamos dicho. Solo toma dos minutos el hacer el pedido y pronto volvemos a ser ella y yo, sentados frente a frente como dos extraños que, en el fondo, aún se conocen. Al menos, el recuerdo que tenemos. ¿Ella tiene esas memorias de mí? ¿Las de un niño que hoy en día no reconozco?
— ¿Cómo es que jamás te encontré? — retomo la pregunta que pensaba hacerle minutos atrás, mirándola con un dejo de incertidumbre en los ojos y una sonrisa que es incapaz de evaporarse ni aunque lo deseara — He estado en el norte cientos de veces. Me metí en lugares… horribles — sacudo la cabeza en un escalofrío, tratando de omitir el desagrado que quiere patinarse a mis facciones y no muy seguro de lograrlo a la perfección. He hecho trabajos para gente más poderosa como excusa para tratar de encontrarla, pero nunca nada de esto me llevó a su puerta. ¿Por qué? Si era tan sencillo… ¿Cómo es posible? — Traté de dar contigo durante años y años y cada puerta que tocaba, me la cerraban en la cara. Sé que no soy una persona querida en esos distritos — me he encargado de apresar a muchos de ellos y varias de mis sentencias no han sido precisamente suaves — pero creí que… al menos una señal…
Tal vez le estoy dando demasiadas vueltas, pero hay cosas que no me cierran y de verdad espero que mi hermana sea quien yo creo que es y no esté metida en nada extraño. Nada me lo asegura, desde luego, porque al fin de cuentas ahora mismo Phoebe es una desconocida, pero no puedo imaginarme a mi hermanita metida en cosas ilegales. Mis manos tamborilean sobre la mesa y dudan en si tomar o no las suyas, así que me siento mucho más cómodo cuando el camarero aparece con la botella de vino y sirve una buena cantidad en ambas copas. Al dejarla en su lugar con un deseo amable de que lo disfrutemos, me relamo los labios y observo a mi hermana — ¿Eso es todo, Phoebs? ¿No hay nada más que puedas contarme? — y sí, es un “poder”, ya que en asuntos de “deber” no quiero meterme tan pronto y mucho menos de una forma tan alevosa.
El saco se me patina por los brazos cuando me lo quito y apoyo en el respaldo de la silla al tomar asiento. No es la primera vez que Phoebe y yo estamos en un restaurante juntos, pero el recuerdo que tengo de esta situación es de una altura mucho menor y frente a una persona muy diferente. Al menos puedo decir que continúa teniendo los hoyuelos que recuerdo, en una sonrisa que desde algunos ángulos me recuerda bastante a la propia — Lo del gato moribundo no suena tan mal — acepto con una sonrisa, la cual se acentúa ante el último comentario — ¿Cómo…? — mi pregunta se ve interrumpida cuando el camarero aparece en escena y tengo que alzar la vista, preguntándole con la mirada si al final desea la pizza que habíamos dicho. Solo toma dos minutos el hacer el pedido y pronto volvemos a ser ella y yo, sentados frente a frente como dos extraños que, en el fondo, aún se conocen. Al menos, el recuerdo que tenemos. ¿Ella tiene esas memorias de mí? ¿Las de un niño que hoy en día no reconozco?
— ¿Cómo es que jamás te encontré? — retomo la pregunta que pensaba hacerle minutos atrás, mirándola con un dejo de incertidumbre en los ojos y una sonrisa que es incapaz de evaporarse ni aunque lo deseara — He estado en el norte cientos de veces. Me metí en lugares… horribles — sacudo la cabeza en un escalofrío, tratando de omitir el desagrado que quiere patinarse a mis facciones y no muy seguro de lograrlo a la perfección. He hecho trabajos para gente más poderosa como excusa para tratar de encontrarla, pero nunca nada de esto me llevó a su puerta. ¿Por qué? Si era tan sencillo… ¿Cómo es posible? — Traté de dar contigo durante años y años y cada puerta que tocaba, me la cerraban en la cara. Sé que no soy una persona querida en esos distritos — me he encargado de apresar a muchos de ellos y varias de mis sentencias no han sido precisamente suaves — pero creí que… al menos una señal…
Tal vez le estoy dando demasiadas vueltas, pero hay cosas que no me cierran y de verdad espero que mi hermana sea quien yo creo que es y no esté metida en nada extraño. Nada me lo asegura, desde luego, porque al fin de cuentas ahora mismo Phoebe es una desconocida, pero no puedo imaginarme a mi hermanita metida en cosas ilegales. Mis manos tamborilean sobre la mesa y dudan en si tomar o no las suyas, así que me siento mucho más cómodo cuando el camarero aparece con la botella de vino y sirve una buena cantidad en ambas copas. Al dejarla en su lugar con un deseo amable de que lo disfrutemos, me relamo los labios y observo a mi hermana — ¿Eso es todo, Phoebs? ¿No hay nada más que puedas contarme? — y sí, es un “poder”, ya que en asuntos de “deber” no quiero meterme tan pronto y mucho menos de una forma tan alevosa.
Me obligo a mantener la sonrisa pese a que por un momento soy presa de la inseguridad que empieza a recorrer mi cuerpo, producida por la idea de tener a su hija entre mis alumnos. — ¿Sabe que existo? Quiero decir... Sé que ninguno de los dos tenía planeado que esto ocurriera, y quizás sea demasiado pronto, pero... ¿se lo dirás? — Entendería que no supusiera ningún cambio grande en la vida de la niña, el saber que tiene una tía, bastante tendrá con que de repente haya aparecido un padre que además de ser "famoso", esté dispuesto a continuar en su vida. No sé hasta que punto soy importante en la vida de Hans, pero en el fondo, creo que me gustaría formar parte de su familia, o como sea que lo quiera llamar. — De todas maneras, me alegro de que hayas decidido mantener el contacto. — No reemplazará los años perdidos, es evidente, pero por lo menos se ha enterado antes de que pueda tener la oportunidad de ser abuelo sin saberlo.
Por la forma que tiene de ensalzar su sonrisa entiendo que le hace gracia mi comentario, lo que me hace dudar entre si contarle que ojalá solo fueran los gatos los que están moribundos o no, pero afortunadamente el camarero rompe la conversación para tomarnos el pedido y en lugar de alzar la voz cruzo los dedos de mis manos entre sí sobre la mesa. Atenta a la pregunta que comienza a salir por sus labios, dirijo mi mirada con ojos curiosos y cejas alzadas en su dirección, esperando a saber de qué se trata su demanda. — No lo sé. — Digo tras mantener la respiración durante un largo tiempo en busca de una respuesta más concurrente que la que escupo. — Si como dices has estado en el once con anterioridad, entenderás que a la gente de allí no le gustan las caras nuevas. Quizás no asociaron tu estatus social al de la chica que vivía en una casa modesta al final del distrito. — O quizás sí lo hicieron y creerían que estaría mejor sin la ayuda de mi hermano y su brillante carrera como justiciero. Por lo poco que he entendido acerca de quién es, sé que tenemos ideas bastante distintas, pero no puede culpar a las personas del once por querer mantener su discreción, por los motivos que sean. — He pasado la mayor parte de mi vida tratando de pasar desapercibida, Hans. Pasé muchos años escondiéndome de agentes de la paz, intentando que no me pillaran robando comida, fui prácticamente invisible a ojos del gobierno. Cuando Jamie tomó el poder simplemente decidí mantenerlo de esa manera, no por nada en concreto. — La seguridad con la que remarco mis palabras hace que no se note ni una pizca que hay más que contar que lo que suelto por mi boca, pero ni siquiera pestañeo cuando le mantengo la mirada.
Hasta entonces no soy consciente de la cantidad de cosas que he obviado contarle sin ser yo misma consciente de hacerlo, probablemente debido a la falta de confianza que tenemos entre nosotros. Puede que seamos hermanos, pero no podemos ignorar el tiempo que ha pasado, ni tampoco las experiencias que ha tenido cada uno. Ninguno lo ha tenido fácil, pero mientras yo decidí intentar olvidar el pasado, él tomó otro camino distinto. — Como te dije, tu vida ha resultado más interesante que la mía en todos los aspectos. Has leído mi informe, sabes que no estoy casada, ni he tenido hijos, siento que no puedo contarte nada más que no hayas leído ya. — Porque al parecer, no he sido tan invisible a sus ojos como yo creía. Solo espero que la información que haya obtenido de mí durante todos estos años sea la misma que el gobierno poseía entonces. — Si deseas saber algo en concreto no tienes más que preguntarme. — Añado segundos después, aprovechando que tengo la copa de vino delante de mí para llevármela a los labios y beber un trago suficientemente largo.
¿Hasta qué punto puedo confiar en mi hermano, después de conocer a la persona en que se ha convertido? ¿Cómo explicarle que no puedo odiar a los muggles de la misma forma que él lo hace porque uno de ellos me salvó la vida cuando más lo necesitaba? Claro que no me la tendría que haber salvado si mi padre, muggle, no me hubiera echado de casa dese un primer principio. ¿Cómo le cuento, entonces, que he ayudado a traidores y repudiados en más ocasiones de las que puedo contar con los dedos de las manos? La respuesta es simple, no puedo hacerlo.
Por la forma que tiene de ensalzar su sonrisa entiendo que le hace gracia mi comentario, lo que me hace dudar entre si contarle que ojalá solo fueran los gatos los que están moribundos o no, pero afortunadamente el camarero rompe la conversación para tomarnos el pedido y en lugar de alzar la voz cruzo los dedos de mis manos entre sí sobre la mesa. Atenta a la pregunta que comienza a salir por sus labios, dirijo mi mirada con ojos curiosos y cejas alzadas en su dirección, esperando a saber de qué se trata su demanda. — No lo sé. — Digo tras mantener la respiración durante un largo tiempo en busca de una respuesta más concurrente que la que escupo. — Si como dices has estado en el once con anterioridad, entenderás que a la gente de allí no le gustan las caras nuevas. Quizás no asociaron tu estatus social al de la chica que vivía en una casa modesta al final del distrito. — O quizás sí lo hicieron y creerían que estaría mejor sin la ayuda de mi hermano y su brillante carrera como justiciero. Por lo poco que he entendido acerca de quién es, sé que tenemos ideas bastante distintas, pero no puede culpar a las personas del once por querer mantener su discreción, por los motivos que sean. — He pasado la mayor parte de mi vida tratando de pasar desapercibida, Hans. Pasé muchos años escondiéndome de agentes de la paz, intentando que no me pillaran robando comida, fui prácticamente invisible a ojos del gobierno. Cuando Jamie tomó el poder simplemente decidí mantenerlo de esa manera, no por nada en concreto. — La seguridad con la que remarco mis palabras hace que no se note ni una pizca que hay más que contar que lo que suelto por mi boca, pero ni siquiera pestañeo cuando le mantengo la mirada.
Hasta entonces no soy consciente de la cantidad de cosas que he obviado contarle sin ser yo misma consciente de hacerlo, probablemente debido a la falta de confianza que tenemos entre nosotros. Puede que seamos hermanos, pero no podemos ignorar el tiempo que ha pasado, ni tampoco las experiencias que ha tenido cada uno. Ninguno lo ha tenido fácil, pero mientras yo decidí intentar olvidar el pasado, él tomó otro camino distinto. — Como te dije, tu vida ha resultado más interesante que la mía en todos los aspectos. Has leído mi informe, sabes que no estoy casada, ni he tenido hijos, siento que no puedo contarte nada más que no hayas leído ya. — Porque al parecer, no he sido tan invisible a sus ojos como yo creía. Solo espero que la información que haya obtenido de mí durante todos estos años sea la misma que el gobierno poseía entonces. — Si deseas saber algo en concreto no tienes más que preguntarme. — Añado segundos después, aprovechando que tengo la copa de vino delante de mí para llevármela a los labios y beber un trago suficientemente largo.
¿Hasta qué punto puedo confiar en mi hermano, después de conocer a la persona en que se ha convertido? ¿Cómo explicarle que no puedo odiar a los muggles de la misma forma que él lo hace porque uno de ellos me salvó la vida cuando más lo necesitaba? Claro que no me la tendría que haber salvado si mi padre, muggle, no me hubiera echado de casa dese un primer principio. ¿Cómo le cuento, entonces, que he ayudado a traidores y repudiados en más ocasiones de las que puedo contar con los dedos de las manos? La respuesta es simple, no puedo hacerlo.
— Aún no he podido hablarle de ti. Si Audrey le dijo algo, lo ignoro — solo tuvimos un encuentro y aún no hemos podido tocar todos los temas, pero sé que vamos a tener tiempo para ello, especialmente por lo siguiente que Phoebe dice — Quizá me equivoqué en el pasado, pero no quiero ser uno de esos padres que son una basura. ¿Entiendes? — trabajo en asuntos legales, he visto de todo, especialmente en mis primeros años de entrenamiento. Padres que no pagan manutención, madres que han desaparecido, violencia familiar, niños que no tienen a nadie que cuide de ellos. Jamás tuve intención de ser uno de esos hombres.
Lo que dice tiene razón, pero tampoco quiero decirle que me he metido en asuntos sucios con tal de encontrarla y aún así ni eso dio resultado. No puedes simplemente decirle a tu hermana que te has acostado hasta con mujeres de cualquier edad (diablos, esa señora cincuentona) o que has engatusado a pobres linyeras en el proceso de hallarla, pero tampoco sé cómo sentirme al respecto. Así que solo recargo el brazo contra el respaldo de mi asiento, trato de poner mi mejor rostro comprensivo y solo suspiro como si lamentase lo que me está diciendo, obviando todos los detalles de nuestros desencuentros — Es extraño oír el término “agente de la paz” después de tanto tiempo — declaro — Pero comprendo. Realmente lamento que hayas tenido que pasar por todo esto. Hubiera deseado poder ayudarte — quizá no en su infancia, pero con el correr de los años podría haber hecho algo para cambiar esto. Ya no tiene sentido lamentarse.
Phoebe me da pase verde para hacer las preguntas que quiera y, siendo alguien educado en leyes, me sorprendo de no saber por dónde empezar. La mano que me quedó sobre la mesa da unos golpeteos bastante rítmicos con los dedos, analizando a mi hermana con los ojos que utilizo para mis clientes y no para mis seres queridos. Bueno, tampoco es que tengo tantos de esos últimos — Es verdad que no tengo mucho que preguntar. Los temas básicos de tu existencia están todos aquí — bajo la mano para dar un golpecito en mi bolsillo, haciendo alusión a su expediente — Pero hay cosas que me gustarían oír de ti. ¿Cómo es posible que hayas sobrevivido por tanto tiempo sola? Quiero decir, eras solo una niña. Cualquiera a esa edad habría terminado en una zanja, pero tú no lo hiciste. Y no voy a decir que es cosa de genes aunque me gustaría, porque sé que yo me hubiera muerto a las pocas semanas en tu lugar.
Mi análisis de su postura corporal se pierde cuando tengo que levantar la vista al ver como una pizza aparece por delante de mi campo de visión, recordándome lo hambriento que estoy a esta hora con tan solo el delicioso aroma haciendo acto de presencia. Me acomodo en el asiento para cambiar la postura, espero a que el camarero coloque una porción en cada uno de los platos y, tratando de no mancharme la camisa, agarro mi almuerzo y le doy un mordisco. Es bueno no verse obligado a usar los cubiertos para algo como esto, para variar — No tienes que contestar si no quieres, espero que lo sepas — murmuro con toda la suavidad de la que soy capaz. Es el mismo tono que siempre utilizo cuando alguien quiere ocultar información, pero ante la duda se sienten confiados y acaban por soltar la lengua. La ley de la psicología inversa y el cómodo ambiente — Solo deseo que me cuentes todo lo que quieras. No juzgaré. Solo quiero que seamos… bueno, nosotros — como hace ya tanto tiempo, aunque sé que es imposible. Con un nuevo mordisco y una relamida de labios, cruzo mis pies por debajo de la mesa tal y como hacía cuando era un mocoso. Uno de esos gestos que jamás se me fueron — No quiero ser un desconocido para mi propia hermana, Phoebs. Estoy dispuesto a conversar o responder sobre lo que quieras.
Lo que dice tiene razón, pero tampoco quiero decirle que me he metido en asuntos sucios con tal de encontrarla y aún así ni eso dio resultado. No puedes simplemente decirle a tu hermana que te has acostado hasta con mujeres de cualquier edad (diablos, esa señora cincuentona) o que has engatusado a pobres linyeras en el proceso de hallarla, pero tampoco sé cómo sentirme al respecto. Así que solo recargo el brazo contra el respaldo de mi asiento, trato de poner mi mejor rostro comprensivo y solo suspiro como si lamentase lo que me está diciendo, obviando todos los detalles de nuestros desencuentros — Es extraño oír el término “agente de la paz” después de tanto tiempo — declaro — Pero comprendo. Realmente lamento que hayas tenido que pasar por todo esto. Hubiera deseado poder ayudarte — quizá no en su infancia, pero con el correr de los años podría haber hecho algo para cambiar esto. Ya no tiene sentido lamentarse.
Phoebe me da pase verde para hacer las preguntas que quiera y, siendo alguien educado en leyes, me sorprendo de no saber por dónde empezar. La mano que me quedó sobre la mesa da unos golpeteos bastante rítmicos con los dedos, analizando a mi hermana con los ojos que utilizo para mis clientes y no para mis seres queridos. Bueno, tampoco es que tengo tantos de esos últimos — Es verdad que no tengo mucho que preguntar. Los temas básicos de tu existencia están todos aquí — bajo la mano para dar un golpecito en mi bolsillo, haciendo alusión a su expediente — Pero hay cosas que me gustarían oír de ti. ¿Cómo es posible que hayas sobrevivido por tanto tiempo sola? Quiero decir, eras solo una niña. Cualquiera a esa edad habría terminado en una zanja, pero tú no lo hiciste. Y no voy a decir que es cosa de genes aunque me gustaría, porque sé que yo me hubiera muerto a las pocas semanas en tu lugar.
Mi análisis de su postura corporal se pierde cuando tengo que levantar la vista al ver como una pizza aparece por delante de mi campo de visión, recordándome lo hambriento que estoy a esta hora con tan solo el delicioso aroma haciendo acto de presencia. Me acomodo en el asiento para cambiar la postura, espero a que el camarero coloque una porción en cada uno de los platos y, tratando de no mancharme la camisa, agarro mi almuerzo y le doy un mordisco. Es bueno no verse obligado a usar los cubiertos para algo como esto, para variar — No tienes que contestar si no quieres, espero que lo sepas — murmuro con toda la suavidad de la que soy capaz. Es el mismo tono que siempre utilizo cuando alguien quiere ocultar información, pero ante la duda se sienten confiados y acaban por soltar la lengua. La ley de la psicología inversa y el cómodo ambiente — Solo deseo que me cuentes todo lo que quieras. No juzgaré. Solo quiero que seamos… bueno, nosotros — como hace ya tanto tiempo, aunque sé que es imposible. Con un nuevo mordisco y una relamida de labios, cruzo mis pies por debajo de la mesa tal y como hacía cuando era un mocoso. Uno de esos gestos que jamás se me fueron — No quiero ser un desconocido para mi propia hermana, Phoebs. Estoy dispuesto a conversar o responder sobre lo que quieras.
Por alguna razón mis hombros se relajan al escuchar que no le ha contado sobre mí a su hija, adquiriendo una postura más calmada ahora que no debo decepcionar a nadie más. Porque aunque no lo dice, soy consciente de que el efecto que tienen sobre él mis palabras se acercan más a la desilusión sobre quien he sido en el pasado. Hasta ese momento tampoco me doy cuenta de que hay una parte de mí a la que le importa la opinión de su hermano mayor, y que lucha por contrarrestar a la que aún no sabe si debe confiar en la persona que tiene delante. — No quieres ser como nuestro padre, querrás decir. Lo entiendo. — No sé de donde sale la Phoebe que se permite corregirle sobre cosas tan delicadas como la historia con nuestro progenitor, y debe de ser el odio hacia el mismo lo que hace que esas palabras salgan por mi boca.
Puede que para él haya pasado mucho tiempo, pero para mí el recuerdo que tengo de los agentes de la paz es tan vívido que no es comparable con los años que han transcurrido desde entonces. Es por eso que tengo que tomar aire con tranquilidad antes de recargar la espalda sobre el asiento mientras la mano que sujetaba la copa se pasea por la base del propio cristal. — Sabes que no te culpo por lo que sucedió, sí, todo este tiempo me hubiera gustado saber que alguien me estaba buscando, quizás de esa manera habría sido más feliz, pero creo profundamente que todo pasa por algo. — No necesito explicar por qué, creo que el hecho de que sea vidente habla por sí solo, sin embargo, no confío del todo en que él me siga. No puedo culparle, son pocas las personas que comprenden verdaderamente el arte de la adivinación, incluso me atrevería a decir que actualmente son inexistentes. Hay cosas, datos, perspectivas, que solo yo soy capaz de entender sin tener que preguntar o sin la necesidad de hacer un análisis previo.
No soy estúpida, sé que él mismo está analizando cada una de las respuestas que le estoy dando, por la manera que tiene de tamborilear los dedos en la mesa, el modo que tiene de posar sus ojos sobre mi figura como si no supiera que está examinando cada uno de mis gestos para después construir sus propias declaraciones. Eso me produce rabia, rabia por tener que ser objeto de exposición frente al que se supone que es mi hermano, quien no debería juzgarme pese a saber que es lo primero que está haciendo. Sin embargo, no dejo que eso afecte mi compostura, la cual se mantiene calmada mientras permito que termine de hablar. La pizza no puede llegar en otro momento mejor, pues me da la excusa para mover mi cuerpo hacia delante y pensar las respuestas con total tranquilidad a la par que mis manos imitan las suyas y se acercan al plato para coger un trozo de la comida. — ¿Por qué no iba a contestar? — Pregunto inocentemente con una breve sonrisa antes de darle un mordisco a la esquina de la pizza.
Me tomo mi tiempo para masticar el alimento, dándole un sorbo al vino después para que su sabor haga desaparecer el picor que ha dejado el pepperoni sobre mi lengua. — No fue fácil, si es a lo que te refieres. — Hago una ligera pausa para mirarle a los ojos antes de continuar. — Después de que papá me dejara en aquella carretera abandonada a las afueras de lo que por entonces supuse era el distrito doce, digo supuse porque no me quedé allí para comprobarlo, caminé durante toda la noche tratando de volver a casa, hasta que mis piernas se dieron por vencidas poco después del amanecer. — Aún puedo recordar el dolor que me recorría los músculos y el frío que calaba mis huesos durante esa noche, y el acordarme de ello me produce un ligero escalofrío por todo el cuerpo. — Estuve días sin comer, merodeando por las calles sin ninguna idea de qué hacer a continuación, pasaba más tiempo delirando por la falta de comida que despierta. No lo voy a negar, fueron las peores semanas de toda mi vida. — Es por eso que a día de hoy soy feliz con poco. — Hasta que me encontré con alguien, un chico unos años mayor que yo por entonces, estaba en una situación parecida y me tomó bajo su protección. No me debía nada, resulté más un estorbo que una ayuda, pero aún así trató de cuidar de mí. — Eludo mencionar su nombre, también que era un humano puesto que no creo que esa información vaya a ser de su agrado. Continúo contándole como me enseñó a sobrevivir entre las sombras, como compartíamos las ganancias que habíamos hecho ese día e incluso detalles que hasta ahora creía haber olvidado. — Un día simplemente desapareció. No dejó rastro de a donde había ido o una nota diciendo cuando volvería. — Mentira, se lo llevaron los aurores cuando Jamie Niniadis se hizo con el país. Tomaron a la persona en quien yo más confiaba, de la que me había enamorado pese a tener apenas catorce o quince años, incluso llegué a intentar enfrentarme a ellos para que no se lo llevaran, y de no ser por la visión que tuve casi al instante me hubieran llevado a mí también. — Meses después los Black cayeron y a partir de ahí ya sabes lo que ocurrió. — Termino señalando con la cabeza el lateral de su bolsillo, ahí donde guarda el expediente que contiene todos los datos que hay sobre mí desde que pasé a ser algo más que una sombra.
Puede que para él haya pasado mucho tiempo, pero para mí el recuerdo que tengo de los agentes de la paz es tan vívido que no es comparable con los años que han transcurrido desde entonces. Es por eso que tengo que tomar aire con tranquilidad antes de recargar la espalda sobre el asiento mientras la mano que sujetaba la copa se pasea por la base del propio cristal. — Sabes que no te culpo por lo que sucedió, sí, todo este tiempo me hubiera gustado saber que alguien me estaba buscando, quizás de esa manera habría sido más feliz, pero creo profundamente que todo pasa por algo. — No necesito explicar por qué, creo que el hecho de que sea vidente habla por sí solo, sin embargo, no confío del todo en que él me siga. No puedo culparle, son pocas las personas que comprenden verdaderamente el arte de la adivinación, incluso me atrevería a decir que actualmente son inexistentes. Hay cosas, datos, perspectivas, que solo yo soy capaz de entender sin tener que preguntar o sin la necesidad de hacer un análisis previo.
No soy estúpida, sé que él mismo está analizando cada una de las respuestas que le estoy dando, por la manera que tiene de tamborilear los dedos en la mesa, el modo que tiene de posar sus ojos sobre mi figura como si no supiera que está examinando cada uno de mis gestos para después construir sus propias declaraciones. Eso me produce rabia, rabia por tener que ser objeto de exposición frente al que se supone que es mi hermano, quien no debería juzgarme pese a saber que es lo primero que está haciendo. Sin embargo, no dejo que eso afecte mi compostura, la cual se mantiene calmada mientras permito que termine de hablar. La pizza no puede llegar en otro momento mejor, pues me da la excusa para mover mi cuerpo hacia delante y pensar las respuestas con total tranquilidad a la par que mis manos imitan las suyas y se acercan al plato para coger un trozo de la comida. — ¿Por qué no iba a contestar? — Pregunto inocentemente con una breve sonrisa antes de darle un mordisco a la esquina de la pizza.
Me tomo mi tiempo para masticar el alimento, dándole un sorbo al vino después para que su sabor haga desaparecer el picor que ha dejado el pepperoni sobre mi lengua. — No fue fácil, si es a lo que te refieres. — Hago una ligera pausa para mirarle a los ojos antes de continuar. — Después de que papá me dejara en aquella carretera abandonada a las afueras de lo que por entonces supuse era el distrito doce, digo supuse porque no me quedé allí para comprobarlo, caminé durante toda la noche tratando de volver a casa, hasta que mis piernas se dieron por vencidas poco después del amanecer. — Aún puedo recordar el dolor que me recorría los músculos y el frío que calaba mis huesos durante esa noche, y el acordarme de ello me produce un ligero escalofrío por todo el cuerpo. — Estuve días sin comer, merodeando por las calles sin ninguna idea de qué hacer a continuación, pasaba más tiempo delirando por la falta de comida que despierta. No lo voy a negar, fueron las peores semanas de toda mi vida. — Es por eso que a día de hoy soy feliz con poco. — Hasta que me encontré con alguien, un chico unos años mayor que yo por entonces, estaba en una situación parecida y me tomó bajo su protección. No me debía nada, resulté más un estorbo que una ayuda, pero aún así trató de cuidar de mí. — Eludo mencionar su nombre, también que era un humano puesto que no creo que esa información vaya a ser de su agrado. Continúo contándole como me enseñó a sobrevivir entre las sombras, como compartíamos las ganancias que habíamos hecho ese día e incluso detalles que hasta ahora creía haber olvidado. — Un día simplemente desapareció. No dejó rastro de a donde había ido o una nota diciendo cuando volvería. — Mentira, se lo llevaron los aurores cuando Jamie Niniadis se hizo con el país. Tomaron a la persona en quien yo más confiaba, de la que me había enamorado pese a tener apenas catorce o quince años, incluso llegué a intentar enfrentarme a ellos para que no se lo llevaran, y de no ser por la visión que tuve casi al instante me hubieran llevado a mí también. — Meses después los Black cayeron y a partir de ahí ya sabes lo que ocurrió. — Termino señalando con la cabeza el lateral de su bolsillo, ahí donde guarda el expediente que contiene todos los datos que hay sobre mí desde que pasé a ser algo más que una sombra.
No debería sorprenderme el tono que emplea, pero brevemente lo hace. La miro como si fuese la primera vez que lo hago, cosa que no está tan alejada de la realidad, y acabo sonriendo con un gesto que hasta podría considerarse tímido — Mucho menos querría ser como nuestro padre — añado, dándole gran parte de la razón. Cuando dejé a Audrey y no volvimos a encontrarnos, jamás tuve en mis planes el tener una familia. La vida del Capitolio y el dinero que acabé haciendo fue mucho más tentadora que otra cosa y siempre pensé que no tendría tiempo para siquiera pensar en enamorarme y sentar cabeza. Todo aquello suena demasiado lejano e idílico para alguien como yo, pero siempre supe que hay actitudes paternas que jamás tendría. Incluso cuando pienso en la ironía de que me he dedicado a lo mismo que mi progenitor, solo que con ideas bastante diferentes.
Todo pasa por algo, sí: esa es la excusa por excelencia de aquellos que no quieren admitir que les ha ocurrido algo más que una mierda. No se lo discuto, desde luego, porque no tiene sentido alguno el hacerlo si es el modo que ella ha escogido para suavizar lo que ha pasado. Es su siguiente pregunta lo que me provoca alzar uno de mis hombros y torcer la boca en un gesto de “yo qué sé” técnicamente amable — Intimidad. Incomodidad. Todo es respetable cuando decidimos guardarnos cosas para nosotros mismos. ¿O crees que te he contado todos los detalles de mi vida? — añado con una sonrisa divertida — Puedo hablarte de la prostituta sin dientes que intentó llevarme a la cama la última vez que pasé por el cinco buscándote. Todavía me acuerdo del olor a ron que tenía encima. No valía la pena la información — arrugo la nariz en gesto de desagrado y no puedo evitar estremecerme. Esa mujer estaba tan ebria que no podría haberla sobornado ni aunque hubiese querido hacerlo.
En temas menos desagradables, opto por oír su relato ocupando mi boca con la pizza, la cual sabe mejor de lo que recordaba. A la primera porción le sigue una segunda, delatando que el adolescente de estómago veloz sigue presente en alguna parte de mi ser, aunque parte de la culpa se la concedo al factor de que estoy demasiado concentrado en conocer su historia como para fijarme cuánto me llevo a los labios. Me es imposible no imaginarlo como si fuese una película: la niña sola, el frío y la miseria. ¿Y dónde estaba yo? Llorando encerrado en mi dormitorio, como un completo inútil. Escuchando a papá hablar sobre que los magos deberían extinguirse y como yo, como su único hijo, tendría que ser como él para ayudar a mantener el orden natural de las cosas. Ni hablemos de cuando recordó que mamá estaba muerta y no necesitaba fingir para traer mujeres a casa; la de veces que he tenido que cubrirme las orejas debajo de la almohada. Tampoco es que puedo decir que no engañaba a mi madre cuando todavía se encontraba con vida, pero eso es otro factor. Todos esos llantos y enojos se sienten como la nada misma si me pongo a pensar en lo que mi hermanita tuvo que pasar.
Empujo un poco del queso con un gesto disimulado dentro de mi boca, ayudándome con la lengua y bebo un poco de mi copa, clavándole la mirada sobre ésta — ¿Jamás pudiste contactar a este… amigo tuyo? — pregunto en tono dudoso. No sé quien sea, pero debo confesar que tendría que estar más que agradecido con él — Si recuerdas su nombre, puedo ayudarte. Suena a alguien a quien deberías darle las gracias — si es que sigue vivo. Muchas cosas pasaron en el último tiempo del gobierno de los Black y el inicio del nuevo régimen, sin contar que cientos de personas murieron en el proceso. A veces me gusta llamarlo “la limpieza” — Suena… bueno, Phoebe, suena horrible. No puedo imaginarme lo que ha sido — incluso cuando el dinero de los Powell dejó de tener valor al ser moneda muggle, aprendí a ganar mis propios galeones para recuperar todo lo que me pertenecía. Vender la casa fue el primer paso y mi abuela materna, ya siendo una bruja demasiado anciana, aportó los últimos granitos de arena — Sé que sonará estúpido, pero tenemos que agradecer que ahora estás aquí. No sé que hubiera hecho si alguna vez me llegaba la noticia de que tú… de que habías… — no puedo decir ninguna palabra que haga alusión a su muerte, así que doy otro mordisco con una expresión algo incómoda. He pensado ese escenario cientos de veces, pero jamás quise aceptarlo como probable.
Terminando mi pizza, limpio la grasa de mis dedos en una servilleta y me tomo el atrevimiento de estirar la mano sobre la mesa para apresar la suya, dándole un apretón cargado de cariño. No es un sentimiento que acostumbre a expresar, pero siendo ella soy incapaz de actuar simplemente como el Hans que todo el mundo conoce — Podemos olvidarnos de todo eso. Tu vida ahora está aquí y todo lo que ha sucedido es la mejor excusa para empezar de nuevo. Serás una profesora respetable y la hermana más consentida de todo NeoPanem — sé que suena a que estoy bromeando, especialmente por mi modo de sonreírle, pero en gran parte nada tiene que ver con un chiste — Voy a compensártelo. Absolutamente todo. Y nunca, jamás, tendrás que volver a esos distritos de mierda con gente que es mejor verla desaparecer que encontrarla — ni sé por qué seguimos gastando recursos en ellos. Bah, sí, para mantener un orden, pero a veces pienso que ni siquiera eso se merecen. Algo habrán hecho para estar donde están.
Todo pasa por algo, sí: esa es la excusa por excelencia de aquellos que no quieren admitir que les ha ocurrido algo más que una mierda. No se lo discuto, desde luego, porque no tiene sentido alguno el hacerlo si es el modo que ella ha escogido para suavizar lo que ha pasado. Es su siguiente pregunta lo que me provoca alzar uno de mis hombros y torcer la boca en un gesto de “yo qué sé” técnicamente amable — Intimidad. Incomodidad. Todo es respetable cuando decidimos guardarnos cosas para nosotros mismos. ¿O crees que te he contado todos los detalles de mi vida? — añado con una sonrisa divertida — Puedo hablarte de la prostituta sin dientes que intentó llevarme a la cama la última vez que pasé por el cinco buscándote. Todavía me acuerdo del olor a ron que tenía encima. No valía la pena la información — arrugo la nariz en gesto de desagrado y no puedo evitar estremecerme. Esa mujer estaba tan ebria que no podría haberla sobornado ni aunque hubiese querido hacerlo.
En temas menos desagradables, opto por oír su relato ocupando mi boca con la pizza, la cual sabe mejor de lo que recordaba. A la primera porción le sigue una segunda, delatando que el adolescente de estómago veloz sigue presente en alguna parte de mi ser, aunque parte de la culpa se la concedo al factor de que estoy demasiado concentrado en conocer su historia como para fijarme cuánto me llevo a los labios. Me es imposible no imaginarlo como si fuese una película: la niña sola, el frío y la miseria. ¿Y dónde estaba yo? Llorando encerrado en mi dormitorio, como un completo inútil. Escuchando a papá hablar sobre que los magos deberían extinguirse y como yo, como su único hijo, tendría que ser como él para ayudar a mantener el orden natural de las cosas. Ni hablemos de cuando recordó que mamá estaba muerta y no necesitaba fingir para traer mujeres a casa; la de veces que he tenido que cubrirme las orejas debajo de la almohada. Tampoco es que puedo decir que no engañaba a mi madre cuando todavía se encontraba con vida, pero eso es otro factor. Todos esos llantos y enojos se sienten como la nada misma si me pongo a pensar en lo que mi hermanita tuvo que pasar.
Empujo un poco del queso con un gesto disimulado dentro de mi boca, ayudándome con la lengua y bebo un poco de mi copa, clavándole la mirada sobre ésta — ¿Jamás pudiste contactar a este… amigo tuyo? — pregunto en tono dudoso. No sé quien sea, pero debo confesar que tendría que estar más que agradecido con él — Si recuerdas su nombre, puedo ayudarte. Suena a alguien a quien deberías darle las gracias — si es que sigue vivo. Muchas cosas pasaron en el último tiempo del gobierno de los Black y el inicio del nuevo régimen, sin contar que cientos de personas murieron en el proceso. A veces me gusta llamarlo “la limpieza” — Suena… bueno, Phoebe, suena horrible. No puedo imaginarme lo que ha sido — incluso cuando el dinero de los Powell dejó de tener valor al ser moneda muggle, aprendí a ganar mis propios galeones para recuperar todo lo que me pertenecía. Vender la casa fue el primer paso y mi abuela materna, ya siendo una bruja demasiado anciana, aportó los últimos granitos de arena — Sé que sonará estúpido, pero tenemos que agradecer que ahora estás aquí. No sé que hubiera hecho si alguna vez me llegaba la noticia de que tú… de que habías… — no puedo decir ninguna palabra que haga alusión a su muerte, así que doy otro mordisco con una expresión algo incómoda. He pensado ese escenario cientos de veces, pero jamás quise aceptarlo como probable.
Terminando mi pizza, limpio la grasa de mis dedos en una servilleta y me tomo el atrevimiento de estirar la mano sobre la mesa para apresar la suya, dándole un apretón cargado de cariño. No es un sentimiento que acostumbre a expresar, pero siendo ella soy incapaz de actuar simplemente como el Hans que todo el mundo conoce — Podemos olvidarnos de todo eso. Tu vida ahora está aquí y todo lo que ha sucedido es la mejor excusa para empezar de nuevo. Serás una profesora respetable y la hermana más consentida de todo NeoPanem — sé que suena a que estoy bromeando, especialmente por mi modo de sonreírle, pero en gran parte nada tiene que ver con un chiste — Voy a compensártelo. Absolutamente todo. Y nunca, jamás, tendrás que volver a esos distritos de mierda con gente que es mejor verla desaparecer que encontrarla — ni sé por qué seguimos gastando recursos en ellos. Bah, sí, para mantener un orden, pero a veces pienso que ni siquiera eso se merecen. Algo habrán hecho para estar donde están.
Me encojo de hombros acompañando el gesto con la curvatura de mis labios cuando expone sus razones por las que podría estar guardándome cosas, esperando que sirva para aclarar mi respuesta. — No tengo nada que guardar o esconder, soy un libro abierto. — Añado transformando la mueca por una sonrisa, esa que utilizo con las personas que todavía no se han ganado mi confianza. También es la misma con la que la mayoría de la gente me toma por una joven inocente y despistada, de manera que no se toman las suficientes molestias conmigo como para dudar siquiera de mi respuesta. Lo cual me viene de perlas por que para su sorpresa, oculto más cosas tras esa sonrisa de lo que uno podría llegarse a creer. Y es que, con cada palabra que dice, no estoy segura de que vaya a poder confiar en él tanto como me hubiera gustado confiar en mi hermano. Con lo siguiente aprieto mis párpados sobre mis ojos y muevo la cabeza con la intención de borrarme la imagen que se crea en mi cabeza, mientras se me escapa por debajo una risa parecida a la suya. — Tengo suficientes pesadillas para un mes, muchas gracias, no es necesario que continúes. — Bromeo una vez vuelvo a mirarle, pese a que aún sigo imaginándome la situación en sus ojos.
La risa pronto se transforma en silencio, apretando un labio contra otro y con la necesidad de bajar la mirada hacia mis manos. Para evitar que la situación se torne más seria de lo que debería ser, me meto a la fuerza un trozo bastante grande de pizza a la boca y me obligo a masticar sin que se note que su comentario me ha afectado de alguna manera. — No. Fue como si se hubiera desvanecido y convertido en nada. — Tratándose de alguien como él, lo más seguro es que así ocurriera. Cuando los aurores se hicieron con él y nuestros caminos se separaron, mi custodia pasó a manos del gobierno, por lo que me fue imposible encontrarlo. Por mucho que hubiera querido, nunca tuve los suficientes medios como para siquiera intentarlo. — ¿Tú... harías eso? — Casi me atraganto al pasar el bolo de comida por mi garganta, pasando de fijar los ojos en el plato a directamente sobre él. Sé que pasaron muchos años, demasiados, pero la idea de poder verlo de nuevo es lo que hace que ni siquiera me importe el hecho de que sea un muggle y mi hermano, bueno, el encargado de que se vayan a la horca. Él ni siquiera sabe que se trata de un hermano y ese último pensamiento es lo que me hace cambiar de idea. — Bueno, quizás no sea buena idea, a fin de cuentas él tendrá su propia vida, como yo tengo la mía. Ni siquiera me recordará. — Es tanto una afirmación como una mentira, los años que pasamos juntos son difíciles de olvidar, si acaso imposibles.
Tengo que coincidir con él porque no, no puede imaginarse lo que fue. No creo que nadie que no lo haya sufrido pueda imaginárselo por mucho que quisiera. — De que había muerto. — Termino la frase que él ha sido incapaz de acabar, sin apenas parpadear y volviendo a fijar mi mirada sobre él durante los segundos que dura el contacto antes de tomar otro trozo de pizza del plato. — No lo voy a negar, fueron muchas las veces que estuve a punto de hacerlo. Solo me arrepiento de no habérselo agradecido en su momento. — Podría haber hecho más, podría haberlo buscado una vez me gradué del colegio. En su lugar, me dediqué a ocultar traidores y muggles en peligro mientras construía una faceta de vendedora de fruta en el once. Hans puede estar de todo menos orgulloso conmigo.
El contacto de su mano con la mía es lo que me hace elevar la vista al frente, un poco sorprendida por la familiaridad con que se siente ese gesto, a lo que solo puedo corresponder mirándole medio perpleja. Mi estómago se cierra y mi garganta se achica hasta el punto de que me duele tragar mi propia saliva, todo como resultado del discurso que esperaba no tener que oír. Escucharlo en voz alta de su boca me hace darme cuenta de la realidad de mi situación, y de como me siento al respecto. Porque no quiero ser una profesora respetable, no quiero ser la hermana más consentida del país, no quiero que mi vida esté aquí. Algo que no me había puesto a pensar desde que llegué es que mi nueva vida en el capitolio no tiene fecha de expiración, que voy a pasarme el resto de mis días viviendo de esta manera, y eso, irónicamente, me aterra. Intento esconder el terror de mi rostro tras una sonrisa que enseña todos mis dientes delanteros, pero que se siente completamente artificial, como si alguien me estuviera obligando a sonreír tirando de mis mejillas con dos hilos. — Qué bien. — Me obligo a decir, pero suena tan cortante que tengo que meterme un trozo entero de comida para que no se note el estacazo que siento en el corazón cuando difama a la que hasta hace unas semanas había sido mi familia, y mi vida.
La risa pronto se transforma en silencio, apretando un labio contra otro y con la necesidad de bajar la mirada hacia mis manos. Para evitar que la situación se torne más seria de lo que debería ser, me meto a la fuerza un trozo bastante grande de pizza a la boca y me obligo a masticar sin que se note que su comentario me ha afectado de alguna manera. — No. Fue como si se hubiera desvanecido y convertido en nada. — Tratándose de alguien como él, lo más seguro es que así ocurriera. Cuando los aurores se hicieron con él y nuestros caminos se separaron, mi custodia pasó a manos del gobierno, por lo que me fue imposible encontrarlo. Por mucho que hubiera querido, nunca tuve los suficientes medios como para siquiera intentarlo. — ¿Tú... harías eso? — Casi me atraganto al pasar el bolo de comida por mi garganta, pasando de fijar los ojos en el plato a directamente sobre él. Sé que pasaron muchos años, demasiados, pero la idea de poder verlo de nuevo es lo que hace que ni siquiera me importe el hecho de que sea un muggle y mi hermano, bueno, el encargado de que se vayan a la horca. Él ni siquiera sabe que se trata de un hermano y ese último pensamiento es lo que me hace cambiar de idea. — Bueno, quizás no sea buena idea, a fin de cuentas él tendrá su propia vida, como yo tengo la mía. Ni siquiera me recordará. — Es tanto una afirmación como una mentira, los años que pasamos juntos son difíciles de olvidar, si acaso imposibles.
Tengo que coincidir con él porque no, no puede imaginarse lo que fue. No creo que nadie que no lo haya sufrido pueda imaginárselo por mucho que quisiera. — De que había muerto. — Termino la frase que él ha sido incapaz de acabar, sin apenas parpadear y volviendo a fijar mi mirada sobre él durante los segundos que dura el contacto antes de tomar otro trozo de pizza del plato. — No lo voy a negar, fueron muchas las veces que estuve a punto de hacerlo. Solo me arrepiento de no habérselo agradecido en su momento. — Podría haber hecho más, podría haberlo buscado una vez me gradué del colegio. En su lugar, me dediqué a ocultar traidores y muggles en peligro mientras construía una faceta de vendedora de fruta en el once. Hans puede estar de todo menos orgulloso conmigo.
El contacto de su mano con la mía es lo que me hace elevar la vista al frente, un poco sorprendida por la familiaridad con que se siente ese gesto, a lo que solo puedo corresponder mirándole medio perpleja. Mi estómago se cierra y mi garganta se achica hasta el punto de que me duele tragar mi propia saliva, todo como resultado del discurso que esperaba no tener que oír. Escucharlo en voz alta de su boca me hace darme cuenta de la realidad de mi situación, y de como me siento al respecto. Porque no quiero ser una profesora respetable, no quiero ser la hermana más consentida del país, no quiero que mi vida esté aquí. Algo que no me había puesto a pensar desde que llegué es que mi nueva vida en el capitolio no tiene fecha de expiración, que voy a pasarme el resto de mis días viviendo de esta manera, y eso, irónicamente, me aterra. Intento esconder el terror de mi rostro tras una sonrisa que enseña todos mis dientes delanteros, pero que se siente completamente artificial, como si alguien me estuviera obligando a sonreír tirando de mis mejillas con dos hilos. — Qué bien. — Me obligo a decir, pero suena tan cortante que tengo que meterme un trozo entero de comida para que no se note el estacazo que siento en el corazón cuando difama a la que hasta hace unas semanas había sido mi familia, y mi vida.
¿Si me pondría a rastrear a un vago del norte que ha ayudado a Phoebe hace años con tal de darle las gracias por haberle salvado la vida? — Por mi hermana, claro. Lo que sea — no me sorprende la seguridad de mi voz porque es algo que he adoptado estupendamente desde que tengo memoria, pero sí lo hace la honestidad y la vulnerabilidad que se adhieren como un nuevo rasgo involuntario. La gente puede decir cientos de cosas sobre mí, pero la familia es lo primero y si ella necesita de mi ayuda, no dudaré en dársela, sea cual sea — Oh, vamos. ¿Quién podría olvidarte? — sé que el mío es un simple comentario de hermano mayor, pero no siento que la esté adulando por deporte y mucho menos cuando le sonrío, a pesar de que sé que quizá es un tema delicado para ella. Nunca he pasado mayores necesidades porque siempre tuve quien me sacara las papas del horno hasta que pude valerme por mí mismo, pero parece recordarlo con cariño y sospecho mucho que jamás podrías olvidar a alguien con quien viviste algo tan… ¿Intenso? — Como tú digas — acabo diciendo, alzando mis hombros — Pero mi oferta está. Si algún día quieres zanjar el asunto, puedo hacer algunas llamadas. Solo espero que sea más fácil de encontrar de lo que ha sido toda tu búsqueda — porque creo que ahí ya no tendría la paciencia.
Mi garganta parece secarse cuando ella es capaz de pronunciar las palabras que yo he decidido tragarme. Me obligo a beber un poco para sentir que mis cuerdas vocales vuelven a funcionar, siendo completamente consciente de cómo mi frente se ha arrugado al punto de hacerme parecer un cuarentón cargado de amarguras. No soy una persona impresionable. He visto y oído cientos de historias que le pondría la piel de gallina a cualquiera y he visto algunos colegas voltear el rostro mientras yo me he obligado a endurecerlo. Pero el destino de Phoebe siempre ha sido un pequeño punto débil que me dejó con la incertidumbre y el desconocido miedo a la frase “¿pero y si…?” — Lo bueno de no haber muerto, es que puedes seguir agradeciendo — apenas reconozco mi voz cuando sale ahogada y me rasco el cuello en un gesto casual que intenta disimular la angustia que todo esto me provoca. El ya haber terminado de comer, o al menos sentir que mi estómago se ha cerrado, me ayuda a concentrarme en barrer las migajas con los dedos por encima de la mesa, evitando así el contacto visual — Cuando por fin pude ver con mis propios ojos que estabas bien y con vida, no pude creerlo. Hoy en día es muy fácil ser sobornado o engañado, en especial en mi posición. No eres la única que tiene una deuda — Que asco, la vulnerabilidad. No recuerdo lo que se siente desde hace que era un adolescente.
Algo en su modo de reaccionar me obliga a soltar poco a poco el agarre de su mano y deslizar la mía sobre la mesa, dejándola a medio camino. Es incómodo, totalmente fuera de mi zona de confort y me debato entre fingir que nada ha ocurrido o hacer alguna pregunta. Sé leer personas, he basado mi carrera en ello, así que la imitación de su sonrisa equivale a una mueca poco agradable por parte de mis labios. Somos desconocidos, tengo que volver a recordarme eso — ¿Sucede algo? — acabo preguntando sin poder contenerme, aunque tratando de ser lo más sutil y amable que soy capaz. Mi espalda se recarga sobre el asiento y me palmeo el abdomen, demostrándome satisfecho con la comida a pesar de no haber comido tanto. Supongo que semejante pizza acabará sobrando y quizá ella puede llevarse lo que queda; no es como que yo lo necesite — Fue una comida agradable, pero estaba algo pesada… ¿No? — dar charla porque sí, muy bien lo mío, la verdad. Intento recapitular los últimos minutos en mi cabeza y tomo algo de aire antes de volver a abrir la boca — Phoebe. ¿He dicho algo malo? — pregunto, arqueando una de mis cejas — Porque, disculpa si me equivoco, pero creo que no han sido más que verdades. Sé que a veces no tengo el mejor modo, así que si es eso no tengo problemas en pedir perdón — Aunque… ¿Qué de todo lo que dije fue lo que ocasionó el problema? Es un terreno escabroso, de eso no cabe duda.
Mi garganta parece secarse cuando ella es capaz de pronunciar las palabras que yo he decidido tragarme. Me obligo a beber un poco para sentir que mis cuerdas vocales vuelven a funcionar, siendo completamente consciente de cómo mi frente se ha arrugado al punto de hacerme parecer un cuarentón cargado de amarguras. No soy una persona impresionable. He visto y oído cientos de historias que le pondría la piel de gallina a cualquiera y he visto algunos colegas voltear el rostro mientras yo me he obligado a endurecerlo. Pero el destino de Phoebe siempre ha sido un pequeño punto débil que me dejó con la incertidumbre y el desconocido miedo a la frase “¿pero y si…?” — Lo bueno de no haber muerto, es que puedes seguir agradeciendo — apenas reconozco mi voz cuando sale ahogada y me rasco el cuello en un gesto casual que intenta disimular la angustia que todo esto me provoca. El ya haber terminado de comer, o al menos sentir que mi estómago se ha cerrado, me ayuda a concentrarme en barrer las migajas con los dedos por encima de la mesa, evitando así el contacto visual — Cuando por fin pude ver con mis propios ojos que estabas bien y con vida, no pude creerlo. Hoy en día es muy fácil ser sobornado o engañado, en especial en mi posición. No eres la única que tiene una deuda — Que asco, la vulnerabilidad. No recuerdo lo que se siente desde hace que era un adolescente.
Algo en su modo de reaccionar me obliga a soltar poco a poco el agarre de su mano y deslizar la mía sobre la mesa, dejándola a medio camino. Es incómodo, totalmente fuera de mi zona de confort y me debato entre fingir que nada ha ocurrido o hacer alguna pregunta. Sé leer personas, he basado mi carrera en ello, así que la imitación de su sonrisa equivale a una mueca poco agradable por parte de mis labios. Somos desconocidos, tengo que volver a recordarme eso — ¿Sucede algo? — acabo preguntando sin poder contenerme, aunque tratando de ser lo más sutil y amable que soy capaz. Mi espalda se recarga sobre el asiento y me palmeo el abdomen, demostrándome satisfecho con la comida a pesar de no haber comido tanto. Supongo que semejante pizza acabará sobrando y quizá ella puede llevarse lo que queda; no es como que yo lo necesite — Fue una comida agradable, pero estaba algo pesada… ¿No? — dar charla porque sí, muy bien lo mío, la verdad. Intento recapitular los últimos minutos en mi cabeza y tomo algo de aire antes de volver a abrir la boca — Phoebe. ¿He dicho algo malo? — pregunto, arqueando una de mis cejas — Porque, disculpa si me equivoco, pero creo que no han sido más que verdades. Sé que a veces no tengo el mejor modo, así que si es eso no tengo problemas en pedir perdón — Aunque… ¿Qué de todo lo que dije fue lo que ocasionó el problema? Es un terreno escabroso, de eso no cabe duda.
Así como la parte de mí que se encarga de darle un doble sentido a sus palabras trata de descifrar si lo que dice lo siente de verdad, la otra parte que se centra en creer que la persona que tengo delante y la que recuerdo de hace tantos años es la misma, esta última cada vez inclina más la balanza hacia querer creerle. A fin de cuentas, si hay algo que puedo confirmar tras el tiempo que hemos pasado juntos en las últimas horas es que los lazos de sangre que nos unen son mucho más fuertes que todo lo que haya podido ocurrir con el transcurso de los años separados. Mis mejillas se toman su comentario como un halago por la manera que tienen de sonrojarse, escondiéndose tras los hoyuelos que dejan mi sonrisa en lo que se me ocurren varias personas que podrían catalogarse como tal, empezando por mi padre. De seguro murió sin acordarse si quiera de que tenía una hija, si es que no sigue vive. – Es muy amable por tu parte, Hans, de verdad te lo agradezco. – No pongo en duda la capacidad que tendría para encontrarle dado su puesto de trabajo, en especial siendo un esclavo, pero por esa misma razón es mejor que permanezca perdido.
Asiento lentamente con la cabeza en un gesto apenas perceptible, paseando los dedos por el cristal de la copa hasta que decido darle el último trago que la deja vacía. No puedo decir que haya tenido la mejor de las infancias, ninguno de los dos puede, pero sé que tengo mucho que agradecer todavía, lo primero siendo el haberme reencontrado con mi hermano después de ni siquiera creerlo posible. Paseo mis ojos sobre su figura para darme cuenta de la dedicación con la que barre las migas de la mesa en un gesto demasiado concentrado para lo que esa tarea supone, y eso me hace pensar en si esta será una de las pocas ocasiones en las que actúa de esta manera. – Siento las molestias que has tenido que tomarte tratando de encontrarme, de ninguna manera quisiera que tuvieras problemas por mí culpa. – No quiero imaginarme con qué tipo de personas ha tenido que tratar en búsqueda de información sobre mi paradero, y estoy segura de que la prostituta sin dientes fue de sus clientes más light, por así decirlo. – Hans, escucha, yo… Que no te buscara no significa que no quisiera saber nada de ti. Durante todo ese tiempo creía que nuestro padre te había lavado el cerebro y que no te importaba lo suficiente, pero siempre te he tenido en cuenta en mi vida. Espero que lo entiendas. – No es momento para arrepentirse, pero si pudiera cambiar ese aspecto de mi adolescencia, lo haría sin dudarlo.
Su pregunta no me toma por sorpresa, no hacen falta años de entrenamiento para poder leernos entre nosotros, al fin y al cabo somos hermanos y hay rasgos faciales que no se borran por mucho tiempo que transcurra. – Oh, no, para nada, me ha recordado a cuando solíamos hacer pizza casera en casa. Yo solía picarte lanzándote aceitunas por dentro de la camisa hasta que mamá me echaba la bronca por jugar con la comida, ¿te acuerdas? – Ese recuerdo sí transforma la sonrisa que estaba tratando de falsificar en una más cálida y nostálgica, aunque ese comentario tiene una doble intención más allá de la de traer viejos recuerdos a la mesa. – No es que hayas dicho algo malo… - Comienzo, sacudiendo la cabeza en lo que bajo mis manos para limpiarme con la servilleta de tela. – Es que no creo que esté preparada para esto. Tú perteneces a la capital, la gente te respeta, por tu trabajo o lo que sea, tu vida está aquí. – Bueno, no es por donde me hubiera gustado tirar, pero por lo menos he salvado el asalto de una forma relativamente lógica. - ¿Pero yo? Me siento como un pez fuera del agua, todo es tan distinto de a lo que estoy acostumbrada. Y no me refiero solo a la gente, esta ciudad me estresa, sus controles y sus reglas, no digo que no tenga que haberlas, pero… - ¿Cómo decir que echo de menos la libertad del once sin que suene mal? Supongo que no se puede. – Es complicado. – Puede que haya empeorado más las cosas en vez de arreglarlas con eso.
Asiento lentamente con la cabeza en un gesto apenas perceptible, paseando los dedos por el cristal de la copa hasta que decido darle el último trago que la deja vacía. No puedo decir que haya tenido la mejor de las infancias, ninguno de los dos puede, pero sé que tengo mucho que agradecer todavía, lo primero siendo el haberme reencontrado con mi hermano después de ni siquiera creerlo posible. Paseo mis ojos sobre su figura para darme cuenta de la dedicación con la que barre las migas de la mesa en un gesto demasiado concentrado para lo que esa tarea supone, y eso me hace pensar en si esta será una de las pocas ocasiones en las que actúa de esta manera. – Siento las molestias que has tenido que tomarte tratando de encontrarme, de ninguna manera quisiera que tuvieras problemas por mí culpa. – No quiero imaginarme con qué tipo de personas ha tenido que tratar en búsqueda de información sobre mi paradero, y estoy segura de que la prostituta sin dientes fue de sus clientes más light, por así decirlo. – Hans, escucha, yo… Que no te buscara no significa que no quisiera saber nada de ti. Durante todo ese tiempo creía que nuestro padre te había lavado el cerebro y que no te importaba lo suficiente, pero siempre te he tenido en cuenta en mi vida. Espero que lo entiendas. – No es momento para arrepentirse, pero si pudiera cambiar ese aspecto de mi adolescencia, lo haría sin dudarlo.
Su pregunta no me toma por sorpresa, no hacen falta años de entrenamiento para poder leernos entre nosotros, al fin y al cabo somos hermanos y hay rasgos faciales que no se borran por mucho tiempo que transcurra. – Oh, no, para nada, me ha recordado a cuando solíamos hacer pizza casera en casa. Yo solía picarte lanzándote aceitunas por dentro de la camisa hasta que mamá me echaba la bronca por jugar con la comida, ¿te acuerdas? – Ese recuerdo sí transforma la sonrisa que estaba tratando de falsificar en una más cálida y nostálgica, aunque ese comentario tiene una doble intención más allá de la de traer viejos recuerdos a la mesa. – No es que hayas dicho algo malo… - Comienzo, sacudiendo la cabeza en lo que bajo mis manos para limpiarme con la servilleta de tela. – Es que no creo que esté preparada para esto. Tú perteneces a la capital, la gente te respeta, por tu trabajo o lo que sea, tu vida está aquí. – Bueno, no es por donde me hubiera gustado tirar, pero por lo menos he salvado el asalto de una forma relativamente lógica. - ¿Pero yo? Me siento como un pez fuera del agua, todo es tan distinto de a lo que estoy acostumbrada. Y no me refiero solo a la gente, esta ciudad me estresa, sus controles y sus reglas, no digo que no tenga que haberlas, pero… - ¿Cómo decir que echo de menos la libertad del once sin que suene mal? Supongo que no se puede. – Es complicado. – Puede que haya empeorado más las cosas en vez de arreglarlas con eso.
— No fue ninguna molestia — me apresuro a aclarar, sorprendido de que crea eso al menos por un momento. Si he decidido el pasar años en encontrarla, fue por decisión propia. Bien podría haberme olvidado de ella en un abrir y cerrar de ojos, pero incluso siendo un mocoso me tomé la molestia de recordarla. Ella no sabe lo que fue crecer pasando por delante de lo que solía ser su habitación y preguntándome si podría haber hecho algo para evitar lo que sucedió. No me espero lo siguiente, así que creo que mi silencio es más por la confusión que por lo que está diciendo en realidad — Phoebs, eras una niña — le recuerdo en un tono extrañamente dulce — No esperaba que hagas nada y jamás creí que te habías olvidado de mí. Quiero decir… no se me habría pasado por la mente. Siempre creí que era mi trabajo el encontrarte y no al revés — la tarea del más grande, supongo.
Si Phoebe fuese otra persona, es más que probable que la acusaría de cambiarme el rumbo de la conversación, pero como lo que dice me despierta unos recuerdos que creía borrados, lo único que hago es empezar a reírme — Todavía puedo sentir las aceitunas en la espalda. ¿Te acuerdas de cuando una se me pasó al pantalón y mamá me gritó por terminar en calzones en la cocina? — había sido una maniobra desesperada por quitarme la horrible sensación del culo, que culminó en el grito de mi madre porque había visitas en casa y mi abuela no dejó de reír por horas; incluso retó a Phoebe a imitar mi manera de sacudirme, lo cual fue objeto de burla durante semanas y terminó siendo una anécdota para las cenas familiares.
Dicho como ella lo hace, parece que nuestro apellido es lo único que mantenemos en común. Abro y cierro la boca en un inicio para tratar de brindarle algún tipo de consuelo, pero es lo último que sale de sus labios lo que hace que prense los míos — ¿Qué tiene de complicado? — pregunto sin poder contenerme. Mi trabajo ha consistido durante años en hacer que las reglas se cumplan y descubrí que la vida es mucho más sencilla si te apegas a ellas… o si tienes el poder de manejarlas a tu voluntad — No es complicado si sabes cómo manejarte entre ellas. Toda sociedad necesita normas, pilares en los cuales construirse para poder funcionar y no caer en el proceso — son cosas que ella debe saber, es profesora después de todo — Siendo la capital, es obvio que aquí todo será mucho más grande y cronometrado. Estoy seguro de que podrás acostumbrarte con el tiempo. Después de todo, eres una Powell… ¿No?
Decir aquello me alerta de que, quizá, nuestra familia no sea precisamente un ejemplo de ciudadanía. Mamá jamás llegó a ver el gobierno de los Niniadis y papá, ese que nos pasó el apellido, no cuenta como una persona a quien admirar. Ciertamente, solo quedamos ella y yo y soy lo único que conozco que no se ha desbarrancado. Bueno, y Meerah ahora si vamos al caso y tendría que basarme solamente en la genética — Phoebe, sé que pasaron años, pero somos familia — intento que mis palabras sean lentas y concretas, buscando una cortesía que pocos pueden alardear de conocer por mi parte — Pez fuera del agua o no, acabarás encontrándote. No hemos pasado años separados como para no poder coincidir una vez más… ¿No? — ¿O sí? ¿O es que mi hermana ahora no me quiere en su vida y solo seremos dos personas que nunca volverán a tener relación a pesar de los esfuerzos por recuperarla? Me aclaro la garganta, no muy seguro de cómo continuar la conversación y eso es mucho decir si pensamos que soy yo — Podemos hacer que funcione, si tú estás dispuesta. Sabes que yo lo estoy, sino no habría movido a medio planeta para poder estar comiendo pizza aquí, contigo — en un acto tan infantil como viejo, me inclino hacia delante, apoyo el codo en la mesa y le ofrezco mi meñique como sello de un trato entre hermanos — ¿Lo intentarías, al menos? ¿Por mí? — Por alguna extraña razón, temo lo que pueda responder a eso. Porque si se niega, será llanamente un rechazo.
Si Phoebe fuese otra persona, es más que probable que la acusaría de cambiarme el rumbo de la conversación, pero como lo que dice me despierta unos recuerdos que creía borrados, lo único que hago es empezar a reírme — Todavía puedo sentir las aceitunas en la espalda. ¿Te acuerdas de cuando una se me pasó al pantalón y mamá me gritó por terminar en calzones en la cocina? — había sido una maniobra desesperada por quitarme la horrible sensación del culo, que culminó en el grito de mi madre porque había visitas en casa y mi abuela no dejó de reír por horas; incluso retó a Phoebe a imitar mi manera de sacudirme, lo cual fue objeto de burla durante semanas y terminó siendo una anécdota para las cenas familiares.
Dicho como ella lo hace, parece que nuestro apellido es lo único que mantenemos en común. Abro y cierro la boca en un inicio para tratar de brindarle algún tipo de consuelo, pero es lo último que sale de sus labios lo que hace que prense los míos — ¿Qué tiene de complicado? — pregunto sin poder contenerme. Mi trabajo ha consistido durante años en hacer que las reglas se cumplan y descubrí que la vida es mucho más sencilla si te apegas a ellas… o si tienes el poder de manejarlas a tu voluntad — No es complicado si sabes cómo manejarte entre ellas. Toda sociedad necesita normas, pilares en los cuales construirse para poder funcionar y no caer en el proceso — son cosas que ella debe saber, es profesora después de todo — Siendo la capital, es obvio que aquí todo será mucho más grande y cronometrado. Estoy seguro de que podrás acostumbrarte con el tiempo. Después de todo, eres una Powell… ¿No?
Decir aquello me alerta de que, quizá, nuestra familia no sea precisamente un ejemplo de ciudadanía. Mamá jamás llegó a ver el gobierno de los Niniadis y papá, ese que nos pasó el apellido, no cuenta como una persona a quien admirar. Ciertamente, solo quedamos ella y yo y soy lo único que conozco que no se ha desbarrancado. Bueno, y Meerah ahora si vamos al caso y tendría que basarme solamente en la genética — Phoebe, sé que pasaron años, pero somos familia — intento que mis palabras sean lentas y concretas, buscando una cortesía que pocos pueden alardear de conocer por mi parte — Pez fuera del agua o no, acabarás encontrándote. No hemos pasado años separados como para no poder coincidir una vez más… ¿No? — ¿O sí? ¿O es que mi hermana ahora no me quiere en su vida y solo seremos dos personas que nunca volverán a tener relación a pesar de los esfuerzos por recuperarla? Me aclaro la garganta, no muy seguro de cómo continuar la conversación y eso es mucho decir si pensamos que soy yo — Podemos hacer que funcione, si tú estás dispuesta. Sabes que yo lo estoy, sino no habría movido a medio planeta para poder estar comiendo pizza aquí, contigo — en un acto tan infantil como viejo, me inclino hacia delante, apoyo el codo en la mesa y le ofrezco mi meñique como sello de un trato entre hermanos — ¿Lo intentarías, al menos? ¿Por mí? — Por alguna extraña razón, temo lo que pueda responder a eso. Porque si se niega, será llanamente un rechazo.
Por mucho que niega el no haber sido una molestia, no puedo no hacer una mueca como respuesta, bajando la mirada un segundo hacia mis manos a modo de disculpa, y opto por permanecer callada dejando el tema apartado hasta que su comentario me hace reír en un gesto sumamente natural. – Siempre me gustaron los ositos de esos calzones. – Bromeo recordando lo mucho que parecíamos una familia en aquellos tiempos. Los recuerdos siempre habían estado ahí, por mucho que creía haberlos olvidado, y hay tantas cosas de las que me gustaría acordarme que no pienso una comida de unas horas será suficiente.
Suspiro. No me gustaría tener que decirle a mi hermano mayor, actual ministro de justicia, a lo que me he estado dedicando estos últimos años. Razón por la que una tarea tan sencilla como ‘simplemente seguir las normas’, ahora me parece algo de extrema complicación. No porque no crea que sea fácil comportarme como cualquier otro ciudadano, sino porque aún no estoy segura de querer hacerlo. Es evidente que tendré que aprender a dejar mi pasado y a toda la gente que he ayudado en el once de lado, incluso si eso significa no volver jamás, puesto que mi vida, como bien ha dicho mi hermano, ahora está aquí, indistintamente de si yo lo he elegido o no. Maldigo el día en que me dieron este gen. – Supongo que no me quedará otra que acostumbrarme. – Termino por aceptar, dejando escapar una leve sonrisa cuando pretende darle fuerza a nuestro apellido.
Sacudo la cabeza casi de inmediato ante sus siguientes palabras, como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer en cualquier instante. Después de haber pasado media vida sin una mísera noticia sobre mi familia, al menos la que queda, no estoy dispuesta a perderla tan deprisa. – No, claro que no. Es casi un milagro que estemos comiendo aquí los dos como si nada hubiera pasado. – Pese a que es evidente que cosas han pasado, y muchas. – Me gustaría poder retomar lo que teníamos cuando éramos niños, cuando íbamos a la pastelería a por dulces o me dejabas meterme en tu cama para contarte lo que había hecho en el colegio. – Sé que tendré que hacer borrón y cuenta nueva, puesto que no puedo contarle algo como que he ayudado a traidores a salir del país, y espero que entienda con lo que digo a que no me refiero literalmente a ir a la tienda a por pasteles, sino al hecho de tener confianza uno entre otro y estar ahí sea momento de necesidad o no. – Bueno, no espero que me dejes meterme en tu cama a estas alturas, comprendo que hay mujeres en tu vida que… - Me callo antes de que esa información salga por mis labios, algo que estoy segura no haber escuchado de su propia boca.
Enrosco mi meñique con el suyo a modo de respuesta, no más que sonriendo para dar por finalizada la cuestión en sí, y es de esa manera que me fijo en el reloj que porto sobre mi muñeca. – El tiempo de mi descanso está a punto de terminar. Muchas gracias por la comida, y los consejos, Hans. – Suena casi imaginario el poder estar hablando con mi hermano y el haber disfrutado de una comida con su compañía dadas las circunstancias en las que me encontraba hace unas horas en las que ni siquiera sabía de su paradero. – Mañana solo tengo que trabajar unas horas por la mañana, si quieres puedo acercarme a tu trabajo cuando termines y me enseñas un poco el lugar. Hay tantos sitios que quiero ver que no sé por donde empezar. – Le digo con una sonrisa mientras me levanto para ponerme la chaqueta y recoger mi bolso. Ahora solo tengo que intentar procesar lo que acaba ocurrir sin quedarme embobada en mitad de la clase.
Suspiro. No me gustaría tener que decirle a mi hermano mayor, actual ministro de justicia, a lo que me he estado dedicando estos últimos años. Razón por la que una tarea tan sencilla como ‘simplemente seguir las normas’, ahora me parece algo de extrema complicación. No porque no crea que sea fácil comportarme como cualquier otro ciudadano, sino porque aún no estoy segura de querer hacerlo. Es evidente que tendré que aprender a dejar mi pasado y a toda la gente que he ayudado en el once de lado, incluso si eso significa no volver jamás, puesto que mi vida, como bien ha dicho mi hermano, ahora está aquí, indistintamente de si yo lo he elegido o no. Maldigo el día en que me dieron este gen. – Supongo que no me quedará otra que acostumbrarme. – Termino por aceptar, dejando escapar una leve sonrisa cuando pretende darle fuerza a nuestro apellido.
Sacudo la cabeza casi de inmediato ante sus siguientes palabras, como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer en cualquier instante. Después de haber pasado media vida sin una mísera noticia sobre mi familia, al menos la que queda, no estoy dispuesta a perderla tan deprisa. – No, claro que no. Es casi un milagro que estemos comiendo aquí los dos como si nada hubiera pasado. – Pese a que es evidente que cosas han pasado, y muchas. – Me gustaría poder retomar lo que teníamos cuando éramos niños, cuando íbamos a la pastelería a por dulces o me dejabas meterme en tu cama para contarte lo que había hecho en el colegio. – Sé que tendré que hacer borrón y cuenta nueva, puesto que no puedo contarle algo como que he ayudado a traidores a salir del país, y espero que entienda con lo que digo a que no me refiero literalmente a ir a la tienda a por pasteles, sino al hecho de tener confianza uno entre otro y estar ahí sea momento de necesidad o no. – Bueno, no espero que me dejes meterme en tu cama a estas alturas, comprendo que hay mujeres en tu vida que… - Me callo antes de que esa información salga por mis labios, algo que estoy segura no haber escuchado de su propia boca.
Enrosco mi meñique con el suyo a modo de respuesta, no más que sonriendo para dar por finalizada la cuestión en sí, y es de esa manera que me fijo en el reloj que porto sobre mi muñeca. – El tiempo de mi descanso está a punto de terminar. Muchas gracias por la comida, y los consejos, Hans. – Suena casi imaginario el poder estar hablando con mi hermano y el haber disfrutado de una comida con su compañía dadas las circunstancias en las que me encontraba hace unas horas en las que ni siquiera sabía de su paradero. – Mañana solo tengo que trabajar unas horas por la mañana, si quieres puedo acercarme a tu trabajo cuando termines y me enseñas un poco el lugar. Hay tantos sitios que quiero ver que no sé por donde empezar. – Le digo con una sonrisa mientras me levanto para ponerme la chaqueta y recoger mi bolso. Ahora solo tengo que intentar procesar lo que acaba ocurrir sin quedarme embobada en mitad de la clase.
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