The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
El golpe en la puerta precede a la voz de mi secretaria, haciendo que levante los ojos hacia ella para sacarlos del informe que estoy leyendo con el ceño fruncido — Josephine… — suspiro con falsa exasperación, mordisqueando de costado la punta de mi bolígrafo mientras finjo armarme de paciencia — ¿Para qué tengo un comunicador que se conecta con el tuyo? — le hago un gestito con la mano para incitarla a salir de mi oficina y ella, parpadeando, cierra la puerta. No pasan muchos segundos hasta que oigo como el comunicador se enciende con su voz, anunciando que el ministro Dmitri Vólkov desea verme. Carajo, me había olvidado de ese detalle.  

Sé muy bien que hay que separar el trabajo de los asuntos personales, pero mi relación con el ministro Vólkov solamente puede calificarse como “tensa”. ¿Qué iba a saber yo que la mujer que decidí llevarme a la cama en una ocasión era la misma mujer con la que él estaba manteniendo encuentros, una relación o como quiera decirle? Técnicamente, soy completamente inocente. No había sido más que una fiesta elegante del ministerio en uno de los hoteles más lujosos del Capitolio y, casualidad, Vólkov me encontró con la mano dentro de la falda y la boca atrapando el cuello de la señorita en cuestión, justo cuando el ascensor se abrió en el pasillo que nos llevaría al dormitorio. El escándalo que prosiguió fue historia aparte. ¿Yo estaba enterado? No. Bueno, creo que no, no lo recuerdo. Pero ella jamás se negó, así que eso me convierte en la víctima.

Dejando de lado de la carrera que tuve que hacer para escaparme de él esa noche, creo que he sabido llevar la situación todo este tiempo. Y sé que, a pesar de nuestras diferencias, cuando se trata de hacer nuestro trabajo los dos sabemos lo que está en juego. No por nada somos jóvenes, adinerados y respetados… yo más joven, pero creo que es un detalle que no viene al caso. Así que dejo el bolígrafo sobre el escritorio, acomodo mi corbata y presiono el botón del comunicador, tratando de demostrar seriedad y compostura — Hazlo pasar, Josephine. Por cierto, ten listo mi almuerzo para dentro de una hora y chequea que los tomates estén limpios. El otro día pensé que estaba comiendo directamente de la huerta.

Me hago tronar los dedos y adopto una postura relajada contra mi asiento cuando Dmitri ingresa a mi oficina, ganándose un saludo respetuoso de mi cabeza — Buenos días, ministro — le invito a sentarse frente a mí con una floritura de la mano, realmente rogando que esto no lleve demasiado tiempo — ¿En qué puedo ayudar? ¿Se le antoja agua, café? — pueden decir muchas cosas de mí, pero que no sé tratar a la gente que viene a verme no es una de ellas.
Hans M. Powell
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The guilty one ✘ Dmitri LNG2q2T
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Invitado
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Pese a que conozco todas las reglas y procedimientos del mundo de los negocios, todavía me siento reacio a ser yo quien tenga que hacer una cita para verlo él. ¿Qué? ¿Acaso no dice eso que necesito de... su... ayuda...? Preferiría tragar clavos antes que admitirlo abiertamente. Para nadie es un secreto, el fulano aquél y yo no tenemos la mejor de las relaciones. Sin embargo todavía mantenemos las apariencias, tanto en lugares públicos como en privados. Si no fuera por la repentina tensión en el ambiente, incluso yo me creería el cuento de que nos simpatizamos.

Pero vale, la cosa es que en uno de esos días en los que el papeleo me dio tregua me aparecí en su oficina solo porque sí, sin siquiera agendar una cita de antemano. ¿De qué podría servirme ser un hombre con poder si no lo usaba cuando podía? Después de todo, ¿qué sería lo peor que podría pasar? La mujer que me recibió se parecía bastante a mi asistente, el mismo estilo recatado, peinado pulcro, y esa figura fenomenal que poseen la mayoría de las secretarias ejecutivas. Hacían que te entraran ganas de arrebatarles toda esa perfección con las manos.

Después de haberme dejado esperando durante sabrá Dios cuánto tiempo, la fémina volvió a plantarse frente a mí. Y si bien me costó apartar la vista de su( ̶̶s̶ ̶t̶e̶t̶a̶s̶) cara, todavía procuré seguir el hilo de lo que decía. Básicamente el hijo de puta 'había liberado su agenda' y había aceptado verme. Hurra. Qué emoción. Sin desperdiciar una sola palabra seguí a la dama. Y aunque había estado aquí en más de una ocasión, permití que hiciera su trabajo y me guiara. Detuvimos frente a una lujosa puerta de palisandro con elegantes tallados. Y tras la indicación de que el desgraciado me esperaba dentro, giré del manubrio y entré.

Tan pronto como atravesé el umbral, me dio la bienvenida con su característica naturalidad.— Que sea Whisky. Gracias. —sin esperar una invitación, tomé asiento en el sillón frente a él y fui al punto.— Como sabrás... Mis asuntos necesitan ser aprobados por la ley.  —verlo me hacía descubrir sentimientos encontrados. Por lo que siempre que estaba en su presencia terminaba recordando que la estupidez ajena era tan basta como el mar. ¿Quién le dijo que había estado molesto porque había descubierto que ambos 'compartíamos la cena'? Para aquél entonces ni siquiera yo era consciente del motivo. Pero se hizo obvio después de que empecé a reproducir el escenario una y otra vez. Pero conmigo como personaje principal. La cara se me caía de la vergüenza ante el recuerdo, y debido a ello el mero hecho de verlo me irritaba. Corrección, me irrita. Tiempo presente.— Puedes hacerte una idea del motivo de mi visita, ¿no?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Whisky. Parpadeo con un alzamiento de cejas ante esa petición porque no recuerdo haberlo enumerado y giro la cabeza, chequeando la botella de cristal repleta de aquella bebida en uno de los muebles de mi oficina, justo detrás de mi escritorio. — Whisky. Claro — maldigo internamente el ser incapaz de decir que no a la petición de un colega y me pongo de pie, dándole la espalda con un andar completamente relajado mientras lo escucho hablar — ¿Nuevos proyectos científicos? ¿O tecnología?— aventuro, tomando la botella y haciéndome con uno de los vasos predilectos para esta bebida; mejor que sean dos — Me imagino que ha traído el papeleo necesario para que le eche un vistazo — No es la primera persona de su departamento que ha venido a pedirme ayuda esta semana. Si vamos al caso, hace ya mucho tiempo que hago de asesor legal de Annie Weynart y estoy seguro de que algo de eso debe saber, si consideramos que es prácticamente su jefe. Si fuese cualquier otra persona, podría decirle que charle sobre sus proyectos con cualquier otro de los integrantes del Wizengamot, pero tratándose de un ministro es básicamente imposible que pueda trasladarlo a un colega y eso significa que yo tendré que soportar su presencia hasta que este asunto esté completamente zanjado.  Y yo que pensaba jugar al golf esta tarde.

Apoyo los vasos sobre el escritorio y saco la varita del interior de mi saco, la cual muevo con una sacudida para que los hielos floten de la hielera a los cristales mientras yo destapo la botella con un sonido de “pop” — O es el papeleo o que solamente se le antoja ver mi cara en un día como hoy — le contesto con sorna en un intento de broma. El whisky pronto llena los vasos, vuelvo a tapar la botella y regreso a mi asiento, aflojándome un poco el nudo de la corbata. Él me tuteará todo lo que quiera, pero en mi cabeza esto es solo una reunión de trabajo y planeo mantenerme en ese lugar, como si nada hubiese pasado esa noche — Me atrevo a asumir que es la primera opción. ¿Me equivoco? — al menos, yo jamás me tomaría la molestia de ir a buscarlo al menos de que no tenga otro camino que tomar.

Mis labios se mojan en primera instancia con el sabor de la bebida y termino dando un breve sorbo, no muy seguro de cómo va a recibir mi hígado el consumo de una bebida tan alcohólica a estas horas de la mañana. Puede que disfrute de los tragos, pero tienden a ser después de que mi estómago se encuentre lleno. Lo último que me falta es encontrarme ebrio o descompuesto en la oficina, en compañía del ministro de investigación — Ya, Vólkov — con la mano que tengo libre, hago un golpeteo en el escritorio y se la tiendo, dispuesto a recibir lo que sea que tenga que entregarme — Déjeme ver lo que trae. Con suerte, no es nada complicado y podemos proseguir con nuestra rutina. Si tengo que concederle algo, es que no tiende a traerme problemas legales — maldito tipo pulcro.
Hans M. Powell
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The guilty one ✘ Dmitri LNG2q2T
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Invitado
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Con una mirada que dice a las claras que no me importa que juzgue mi comportamiento como poco sofisticado, me reclino del sofá y me desinflo como si estuviera a solas y en mi propia oficina. No me parece justo que me esté sintiendo incómodo cuando lo tengo tanto de frente como de espaldas. Y es que... ¿De quién diablos sacó el culo?— ¿Mh? —Levanto las cejas y lo miro casi sin parpadear. Si ha dicho algo más no he llegado a captarlo. Es lo malo de tener una imaginación proactiva. En menos de cinco segundos he hallado mil y una formas de lo que podría hacer con él si lo tuviera para mí por un día.— Me temo que solo he traído una parte de ellos.  —a tales alturas ya me he autoaceptado y he salido de mi armario mental. Ciertamente encuentro algo de emoción en el peligro de fantasear con él teniéndolo justo en frente. Pero qué puedo decir en mi defensa.— Desgraciadamente tendremos que agendar una segunda cita. Te aseguro que traeré la segunda parte de los documentos para entonces. —aparto la vista de su espalda baja y vuelvo a cruzar las piernas en cuanto veo un indicio de que planea volver a voltearse.— O bien puedes venir a verme a mi despacho o a mi humilde hogar. Tienes luz verde.

Ruedo los ojos cuando le veo hacer gala de su varita solo para mover los cubitos hasta los respectivos vasos. En cualquier otra persona la acción hubiese pasado como natural, pero en él, era puro alarde y soberbia. Como si hacer levitar un par de objetos tan diminutos fuera una acto heroico digno de admiración.— Tienes que estar de broma... —los latidos de mi corazón suenan atronadores en mis oídos, así que trago en seco y me esfuerzo por obsequiarle una de las miradas fulminantes que he conseguido dominar con el paso de los años. Que no descubra que me he puesto nervioso. Que no se de cuenta...— ¿Quién querría ver tu insulsa cara? De no ser porque necesito de ti no verías ni mi sombra. —descrucé las piernas una vez más e intenté mover el sofá hacia el frente cuando sentí que la verga me palpitaba.— Espero no te moleste que haga un par de cambios en la decoración. Necesito un punto de apoyo para enseñarte el papeleo. —solo tengo que abrir la boca para que mentiras lógicas empiecen a fluir. Todo lo que necesitaba era una superficie que me ocultara de la cintura para abajo o limitara su rango de visión. Y estando en posiciones inversas, qué mejor que el extremo sobresaliente del escritorio.— ¿La primera opción? ¿De qué diablos hablas, hombre? —así que eso fue lo que no llegué a escuchar... Extiendo la mano hacia el vaso con el líquido 'corajizador' e intento no lucir tan extraviado como me siento.

Pronto decido subir mi maletín, y tras abrirlo, expongo los múltiples folletos y contratos que explican a detalle el nuevo proyecto que traigo entre manos. Se trata de un nuevo modelo de automóvil volador en el que mi equipo ha estado trabajando durante años. Y como sé que podríamos tener problemas con la ley por la presunta invisibilidad que poseen, necesito su aprobación antes de iniciar la producción en masa y lanzarlos al mercado.— Todo lo que tienes que hacer es dar tu aprobación. Estamos listos para la producción masiva.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Solo la mitad? ¿Es en serio? Agradezco el estar de espaldas, porque eso me permite rodar los ojos hasta sentir que podría ver en el interior de mi cráneo. Eso significa que todo este asunto se estirará por más de una reunión y tendré que soportarlo más tiempo del que desearía. Muevo un poco la cabeza, tratando de respirar con calma en un intento de mostrarme apacible — ¿Me está invitando a su casa? Eso es nuevo. Iré si no me lanza a los perros en cuanto ponga un pie en el jardín — ironizo. Todos sabemos que nada bueno podría salir de esa visita, ni aunque sea por trabajo.

Su insulto me resbala, si tengo que ser sincero. Me limito a poner mi mejor cara de inocente palomita y alzo las cejas sin parpadear, tomándolo como si me hubiese dicho que le disgustan los caramelos de menta — Creo que hay varias personas que aceptan ver mi insulsa cara. El otro día leí por ahí algo sobre el “soltero más codiciado” — mentira, me lo dijo Meerah, pero eso no tiene por qué saberlo; aparte, no recuerdo de dónde lo había sacado ella — Sino, siempre puede preguntárselo a… ¿Cómo era que se llamaba? — intento hacer memoria, hasta que me salta en la cabeza el nombre de la muchacha que compartimos con anterioridad — Ah, sí, Claire. Lindas piernas, aunque lo que tenía en el medio era más llamativo — tironeo la comisura de mis labios hacia arriba en una sonrisa casi maliciosa y me acomodo para beber un poco. Todo muy natural. Da igual, porque la conversación sigue y le hago un gesto con la mano para dejarle en claro que no me interesa lo que haga, mientras eso ayude a que esto avance más rápido — ¿De qué hablo con…? Nada, olvídelo — no voy a ponerme a explicar frases al azar. Doy un trago y lo observo, frunciendo un poco el ceño — ¿Se encuentra bien, ministro Vólkov? Lo veo un poco distraído — al menos, nunca había tenido que explicarle nada. Puede que no tengamos la mejor de las relaciones, pero siempre me ha parecido un tipo listo.

Me relamo los labios por el sabor del whisky y dejo el vaso a un lado para acercar mi asiento, tomar los papeles y empezar a echarles una ojeada — Su departamento no repara en gastos, ¿no? — aventuro en tono amable y hasta bromista, lanzándole un rápido vistazo por encima de los papeles — Debe tener cuidado, Vólkov. A veces, lo excesivo puede lidiar con leyes que bien podrían evitarse. Aunque comprendo que se necesita volver todo “más grande” para mantener al público interesado — esto ha ocurrido desde el principio de los tiempos. La gente que tiene manzanas, pronto querrá manzanas y peras y luego desearán agregarle bananas. Hundo un poco la nariz entre los papeles y paso las páginas, frunciendo poco a poco el ceño — ¿Hechizos de expansión en los asientos? — no es mala. Mucha gente lo hace por su cuenta, no veo por qué no legalizarlo para tenerlo controlado. Marco un ligero tic de aceptación en el costado — Sabe que autorizar un montón de vehículos invisibles en estos tiempos es algo arriesgado, ¿verdad? — aventuro. Sin más, cierro el primer archivo y lo apoyo contra mi mentón, dándole ligeros golpecitos — La gente abusa de los artefactos invisibles. ¿Por qué es necesario en su proyecto? Si quiere que lo autorice, tiene que darme las razones justas — sé que nadie en el norte podría pagar un coche como este, pero es mejor no subestimar nuestra suerte. Además, tener a Vólkov buscando mi aprobación siempre es entretenido. Es como tener un gato especialmente malhumorado y grandote tratando de alcanzar la pluma que le agito sobre la cabeza.

Apoyo la cabeza en mi asiento y vuelvo a abrir el archivo, buscando la sección más importante: los números — ¿Está dentro de su presupuesto? — pregunto, tratando de encontrarlo por mi cuenta pero adelantando el proceso con la conversación — El departamento de Defensa se está llevando muchos de los fondos del Ministerio. Me imagino que tienen un prototipo con el cual se atreverán a hacer el reclamo... ¡Ajá! Aquí está — diseño, anotaciones, fotografías — Se vería bien en mi cochera, lo admito.
Hans M. Powell
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