The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hacer todo por ti mismo: eso es lo que aprendí con el correr de los años, al menos que no te interese que las cosas se hagan bien y de manera completamente efectiva. En las últimas semanas hemos recibido quejas de muchos de los familiares de los aurores del Escuadrón Esmeralda, aquellos que recibieron los cuerpos de sus parientes sin demasiadas explicaciones. Es obvio que eso agitó a los civiles y han llegado varias quejas a la justicia, por lo que mi escritorio contiene una pila de papeles que no he tenido tiempo de leer con detenimiento porque he estado pensando como mantener a todo el mundo contento hasta que podamos encontrar una solución. Y, obviamente, esa responsabilidad cae en mis manos.

Como es lógico, llegar a la verdad (o a alguna versión de ella) incluye el charlar con algunos testigos. Y, obviamente, tengo que hacerme con la idea de pasarme la mañana conversando con los aurores y cazadores que estuvieron presentes en la expedición. ¿No hay nadie más que pueda hacer ese trabajo? Obvio, el ministerio cuenta con una larga lista de abogados y jueces. ¿Alguien lo haría mejor que yo? Por supuesto que no. Queda en evidencia cuando, al pasar por el pasillo con mi taza de café, muchas personas se abren paso para dejarme pasar con un respetuoso saludo de “buenos días, señor ministro”. Estoy llegando a la oficina cuando mi secretaría anuncia que la Jefa del Departamento de Criaturas se encuentra esperando, a lo que agradezco con la mejor voz que puedo poseer a esta hora de la mañana.

Lamento llegar tarde — digo velozmente, cerrando la puerta detrás de mí. Doy un sorbo a mi café y apenas miro la nuca de la invitada, con quien no he tenido contacto a excepción, creo, de algún que otro encuentro en los pasillos. No es como si su área se cruce tanto con la mía, al menos de momento. Camino hasta llegar del otro lado del escritorio, apoyo el café sobre el mismo y me sacudo la ropa como si pudiese alisarla, señalando con la cabeza hacia la puerta — ¿Quiere que le pida un café? — pregunto con amabilidad y tomo asiento. Trueno mis dedos, alzando por primera vez los ojos a un rostro al cual jamás le presté atención y acabo entornando la mirada. ¿Nos hemos visto alguna vez? Me suena familiar, aunque no estoy seguro de dónde.

Tengo que contenerme un bostezo antes de empezar a hablar — Creo que no hace falta aclarar las razones por las cuales nos hemos reunido aquí — comienzo. Sé que no tiene sentido el ponernos a hablar del clima de la mañana cuando los dos tenemos más trabajo que hacer. Con un movimiento de mi varita, la vuelapluma sale de mi cajón y se prepara para tomar nota — ¿Puede narrarme, con exactitud, los hechos ocurridos el diez de marzo del corriente año? ¿Señorita…? — ¿Cuál era su nombre? Lo chequeo de modo disimulado en el archivo — … Niniadis — ah sí. La algo de la ministra. Oí algunos rumores.
Hans M. Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Dos meses transcurrieron desde mi última misión de campo, misión a la que asistí por ayudar a una amiga y por el afán de encontrar pistas que me guíen al éxito del plan que llevo organizando secretamente desde hace un año. Pero desde entonces mis pesadillas iban en aumento; cuerpos destrozados, mutilados y entre todos los cuerpos yace mi primo Seth, yo soy la única sobreviviente, una persona que luce exactamente igual a mí pero no reconozco, con las manos llenas de sangre inocente y de gente que aprecio. Dormir se volvió un lujo para mí desde entonces, así que mis días cotidianos pasan de estar con mi hija a continuar con el trabajo de oficina; nada mucho más complicado que eso.

El ministerio comenzó a investigar enseguida sobre lo ocurrido, pero a mi todavía no me llamaban para entrevistarme. Sin embargo, la suerte no estuvo de mi lado por siempre, porque el día anterior recibí una notificación de que hoy debo estar a primera hora en el despacho del Ministro de Justicia. Ahí me encuentro actualmente, parada justo en una oficina desconocida con una mujer que me avisa que Hans Powell llegará en sólo unos minutos y que puedo esperar allí. Reconozco aquel nombre enseguida y me doy vuelta para salir de allí, justo en el mismo momento en el que la mujer deja el despacho y cierra la puerta detrás suyo. No creo lo que pasa y menos aún el que no haya recordado quien se volvió Ministro de Justicia hace un tiempo. ¿Cómo terminó todo así? No quiero ni siquiera verlo y en cuestión de minutos ¿debo hablar con él?

Me siento en la silla que me corresponde, me cruzo de piernas mientras suspiro y froto mis manos, intentando mantenerme calmada. Quizá no me reconozca, quizá simplemente me ignore. Después de todo pasaron muchos años y yo tengo un nombre nuevo. Pienso seriamente en cambiar algún aspecto mío por las dudas, como la forma de mi nariz, mi boca o el color de mis ojos y mi cabello. Sin embargo, no tengo demasiado tiempo y en cuanto esa idea pasa por mi cabeza escucho su voz y la puerta cerrándose. Cruzo mis dedos, me acomodo sobre mi asiento y coloco mis manos sobre mis piernas, demostrando tranquilidad y seriedad mientras que él entra.  

Finalmente puedo mirarlo y reconozco en él todo aquello que varios años atrás había llegado a amar y ahora odio con bastante intensidad. No hablo, simplemente me limito a observarlo, negar suavemente con la cabeza y escucharlo, esperando que no me reconozca. Es cuando chasquea sus dedos y me mira fijamente que siento la necesidad de contener la respiración, cómo cuando suelo esconderme de alguna amenaza. Entonces continúa como si nada y, de manera sutil, vuelvo a respirar. Después de todo parecía no reconocerme, pero eso me generaba una especie de sentimiento encontrado. ¿Acaso realmente quería que me reconociera?

Sonrío ligeramente de lado en cuanto veo que parece no recordar el nombre de la persona a entrevistar y menos aún relacionarlo con aquella mujer que conoció hace más o menos 13 años. -Con completa exactitud... Está bien- suelto mis primeras palabras y adopto el lenguaje corporal que utilizo con las autoridades, esa manera de comportarme tan apropiada y "estirada" cómo para demostrar un respeto que no suelo tener hacia la persona delante mío.

-Ese diez de marzo nos encontramos temprano por la mañana y nos aparecimos en medio del bosque, justo en el pequeño claro rodeado de espesos árboles donde el grupo que buscábamos habían dado su última noticia- quería exactitud y yo se la daría, ni un detalle más ni uno menos -Estábamos solos, no se escuchaba a nadie ni a ninguna criatura. La nieve todavía cubría el suelo y las ramas. Estábamos alerta a cualquier cosa y armados con nuestras varitas- puedo ver en mi mente toda aquella situación a pesar de que no deseo recordarla -Enseguida nos dimos cuenta que había una fogata apagada y que la lluvia la había barrido ligeramente. Después de todo había llovido hacía unos días - me encuentro perdida en mis pensamientos, en los recuerdos de la misión - Hope Verhoeven es la primera que habla y comenta lo que todos ya suponíamos pero nadie dijo. Montaña o arroyo. Sólo había dos caminos por los que podíamos seguir....
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Como es de esperarse, la señorita Niniadis no se opone a mi petición y pronto comienza a hablar. La vuelapluma comienza a anotar de inmediato mientras ella habla, dejándome libre como para recostarme contra el respaldo de mi asiento y beber mi café en completa armonía, realmente esperando que me despierte o acabaré bostezando de nuevo en medio de su cháchara. Quizá es porque no le estoy prestando demasiada atención, pero en algún momento me percato de que se ha tomado demasiado literal mi pedido y está contando detalles que no son de utilidad alguna.


Un momento, señorita Niniadis — levanto la mano que no está sosteniendo la taza y la miro con la frente algo arrugada, sin saber si me está tomando el pelo o no. ¿Debería reírme? No es momento para eso: tengo sueño y mucho trabajo por hacer — Cuando me refiero a “con exactitud”, hablo de los detalles útiles que pueda recordar. Los hechos, no importan tanto las palabras al menos que alguien haya mencionado algo de vital importancia. Una película de lo que sucedió nos llevaría mucho tiempo y, creo que me entiende, tiempo es algo que no tenemos — señalo con la cabeza la pila de documentos para que me comprenda y fuerzo una sonrisa que termino tapando con la taza.

Es imposible recordar cada uno de los diálogos y las acciones de un evento que ha pasado hace unos meses, al menos no con precisión, por lo que asumo de inmediato que tendré que tachar lo que la vuelapluma haya captado que yo considere completamente inútil y sin sentido alguno. He conocido una sola persona en mi vida con esa capacidad de memoria, pero es alguien en que no he pensado en muchos años, de modo que no viene a cuento ahora mismo. Acabo apoyando la taza sobre el escritorio y llevo mi mano cerrada a mis labios para aclararme la garganta, acomodando mi postura en el asiento.

Según los informes que hemos registrado hasta ahora, su escuadrón llegó al punto de desaparición del Escuadrón Esmeralda y consiguieron seguir algunas señas que los aurores habían dejado atrás, incluso cruzando un lago lleno de Grindylows… ¿Estoy en lo correcto? — froto mis manos entre sí con suma calma, clavando mis ojos en los suyos en cuanto tengo oportunidad de un mínimo contacto visual. ¿Dónde he visto esa mirada antes? Jamás he tenido mucho contacto con los cazadores, a excepción de algunos casos donde las leyes chocan con sus actividades. No la he visto en reuniones de trabajo y por lejos sé que no la he invitado una copa. Niniadis… yo sabría si hubiera tenido contacto con un Niniadis, ¿no?

No me he dado cuenta de que estoy frotando mi mentón en gesto pensativo mientras que mis ojos continúan clavados en ella, hasta que noto el movimiento impaciente de la vuelapluma esperando indicaciones para continuar — Lo siento — digo, apretando por un momento los párpados y volviendo a mirarla, pasándome una mano por el cabello y echándolo hacia atrás — Tuve un lapsus. Quería preguntarle si puede narrarme como fue el momento en el cual encontraron los cuerpos — hasta ahora, los informes eran tan parecidos que no he encontrado nada nuevo, a excepción de las sospechas que ya tenemos. Esto ya casi lo siento como puro protocolo. Y sin embargo, una parte de mí no tolera la molestia y alzo un dedo para pedirle un momento — Quisiera preguntar, si me disculpa… ¿Nos hemos visto antes, señorita Niniadis?
Hans M. Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Cuando soy detenida por Hans, vuelvo a la realidad y noto lo molesto que se encuentra por el simple hecho de que me esté explayándome. Cuento aquello como una victoria, sonriendo para mis adentros. Me acomodo un mechón de cabello con una mano, sin dejar la apropiada pose que había adoptado minutos atrás, y sigo escuchándolo. No me siento ofendida por su manera hostil de hablar, me recuerda a la época en donde la gente no sabía quién era mi verdadera familia, la época donde mi apellido no provocaba a los demás actuar de manera cordial hacia mi. Sin embargo, que sea aquella persona quien ahora me habla así, hace que quiera responderle de igual forma. -Entonces, Señor Ministro. Si no tiene tiempo, pregúnteme lo que realmente quiere saber. O lea mi informe, no hay ningún detalle que no haya escrito allí- respondo sonando lo más cordial posible, pero sabiendo para mis adentros que deseo decir aquello con total brusquedad. Si mal no recuerdo, el informe de esa misión fue el más completo que realicé nunca, así que todo lo que pueda decirle, está ahí escrito.

Quiero irme antes de que Powell descubra quien soy, antes de que haga alguna pregunta que por responder me termine delatando. Aún así, Powell vuelve a hablar y preguntarme sobre lo ocurrido. Lanzo una fuerte respiración para ocultar mi enojo y volver a responder de manera cordial -No sabíamos que el arroyo estaba lleno de gryndilows, pero sí. Intentamos cruzar. Tendríamos que haberlo discutido antes, pero todos se abalanzaron al tronco - comento intentando de ser concisa - Quienes se lastimaron, quienes cayeron, lo que se dijo, quienes ayudaron, quienes quedaron colgados del tronco, cuanto tardamos en acabar con esas criaturas... Todo eso está en mi informe.

Me siento algo incómoda, probablemente sea por el hecho de que cuando miro al hombre frente a mí, encuentro que éste está mirándome fijamente. ¿Acaso me habrá reconocido? Intento no pensar demasiado en ello y respondo a lo siguiente que quiere saber, ocultando mi intranquilidad con una voz natural y calmada -Cuando salimos de ese... problema. Buscamos pistas. Unas marcas y una bota en el medio del camino nos indicó que íbamos bien. Eso nos llev...- iba a seguir comentando, más bien "resumiendo" lo acontecido, cuando soy detenida por Hans.

Entonces siento a mi corazón pegar un brinco en cuanto habla. Algo recuerda, lo sé y cuanto más tiempo paso frente a él, más es posible que encuentre similitudes entre esa Audrey de 17 años y la Audrey de ahora. Muestro una falsa sonrisa, que puede pasar con mucha facilidad por una real y que permite esconder lo nerviosa que me encuentro -No lo creo. Aunque... puede que en algún evento nos hayamos visto. Pero lo dudo, lo recordaría- miento descaradamente, pero suena demasiado real hasta para mí. Quiero que se crea esa mentira, que se olvide que le resulto conocida, que la entrevista se termine y volvamos cada uno a nuestra vida.

Mantengo mi mirada fija en él y entonces se me ocurre que la mejor manera de continuar es hacer cómo si lo de recién no hubiera pasado. Así que sigo hablando cómo si de mí dependiera hacer que siga hablando - Entonces... Quería saber cómo fue el momento en el que encontramos los cuerpos ¿no?- digo y continúo -La bota en la nieve, la tierra débil y las piedras. Todo nos daba señales de que por ahí había una pista. Levantamos las piedras y ahí estaban, los cuerpos prácticamente mutilados, los aurores que estábamos buscando - lo veo claro, cómo si tuviera la imagen frente mío. Seguramente mis palabras sonaban extrañas, cómo una profecía. Pero mis recuerdos no me permitían explayarme más, no sin traer conmigo esas pesadillas nuevamente.

Cierro mis ojos de manera inconsciente y aprieto la comisura de mis ojos, intentando desplazar esos recuerdos de mi mente. Casi como siempre lo hago, siempre que mi retorcida mente trae imágenes que quisiera borrarlas por completo de mi memoria, pero que sé que por más que lo intente no puedo hacerlas desaparecer.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Clásico. La gente no comprende que no es lo mismo leer un informe que tomar un testimonio y, por un segundo, tengo el pensamiento algo cruel de que no comprendo como alguien que se maneja de esa manera llegó a ser jefe de departamento. No conozco a la señorita Niniadis y no tengo nada contra ella, pero hay cosas que son simplemente básicas — Deberá saber que es mi obligación tomar un testimonio oral y no basarme simplemente en un informe escrito. Es mucho más fácil alterar detalles al escribir en un papel. Mucha gente se ha tomado libertades y eso puede costar la veracidad de los casos — explico con toda la calma de la que soy capaz. Amateurs.

Por suerte para mí, la explicación continúa y la vuelapluma regresa a su trabajo, produciendo un suave sonido de rasgueo sobre el papel que acompaña a la voz de la cazadora hasta que ella se dispone a contestar mi pregunta, algo más personal que el resto de la conversación. Su sonrisa me provoca el devolverle otra, algo más cínica, aunque algo en sus palabras sigue sin cuajarme. La he visto, estoy seguro. Quizá solo fue en una fotografía — Supongo que sí — acabo por darle la razón. Tampoco es que voy a detenerme tanto en mis pensamientos cuando ya he dicho que tenemos cosas más urgentes que hacer.

La oigo hablar mientras acomodo algunos papeles y acerco hacia mí su ya mencionado informe y la ficha de datos que me han presentado para saber a quién iba a estar entrevistando. No hubiera levantado la vista si no fuera por la sensación de movimiento, haciendo que le eche una mirada para notar su expresión. Como no me dijo nada sobre el café, simplemente dejo los papeles y con una sacudida de mi varita, la jarra que tengo detrás de mí sirve un vaso de agua y lo acerca hacia ella con cuidado de no desparramar ni una gota — Sé que no debe ser algo agradable de recordar — le digo suavemente, con el tono más comprensivo del que soy capaz — Y agradezco que esté aquí. Pero solo necesito algunos otros datos — vuelvo a guardar mi varita y le echo un rápido vistazo a su informe, pasando algunas páginas. ¿Cuánto escribió esta mujer? — ¿No hubo señales de quien pudo hacer algo como esto? Las autopsias develaron que las muertes no fueron realizadas por magia ni por animales. Quiero decir… — arrugo un poco la nariz, negando la cabeza. Lo que sucedió fue de bárbaros — Cuellos rotos, disparos, cortes… lo que sucedió allí parece haber sido un baño de sangre y las familias de las víctimas merecen saber la verdad sobre lo que ha ocurrido con los suyos.

Y si en el proceso nos sacamos de encima a unos cuantos rebeldes, mejor para nosotros. Cierro su informe y tomo su ficha, aunque aún no la miro — ¿No había rastros de alguien más cerca? ¿No rebuscaron en los alrededores? ¿No vieron absolutamente nada? — sé que no había huellas en la nieve, lo cual nos juega en contra. Sin mucho más, chequeo sus datos con calma, fijándome primero en su nombre y luego en su distrito de nacimiento, lo que hace que la mire por encima del papel — ¿Nació en el distrito ocho?
Hans M. Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Me toma por idiota, estoy segura. Probablemente ni siquiera leyó mi informe o simplemente sigue siendo el mismo que hace años, ese Hans que se cree superior a todos y a todo. Probablemente estoy haciendo que su paciencia se pierda y, aunque me molesta su manera de recalcarlo, estoy un poco satisfecha por generarle tantas molestias.

Entonces se porta amable y me tiende agua, que soy capaz de aceptar por el hecho de que siento mi garganta un poco seca y no por si estoy afectada o no. Probablemente la conversación dure más de lo previsto, por lo que me dedico a tomar un gran sorbo de agua y luego dejo el vaso casi vacío sobre el escritorio. -No importa si es agradable o no, es trabajo- comento con tranquilidad, un poco más calmada, mientras levanto nuevamente la vista para mirar que está haciendo el ministro -Señales no. Pudo haber sido magos sin utilizar magia, no magos, hasta pueden haber sido criaturas mágicas con el suficiente raciocinio cómo para no comportarse como totales animales salvajes; y de esas hay muchas en esos bosques- no incriminaría a los humanos ni a los magos traidores, gente que ya está en la mira del capitolio sin que yo diga nada -si está intentando buscar culpables, señor ministro, no los va a encontrar charlando con la gente que recuperó los cuerpos- admito, acomodándome en la silla, procurando sonar amable pero mostrando una mirada lo suficiente amenazante.

-Algunos lo hicimos, sí. Los que no estábamos completamente horrorizados buscamos en los alrededores- admito, pero no por completo. Yo me encontraba horrorizada pero supe muy bien como esconderlo. Lo que más me aterró en cuanto vi los cuerpos, fue el hecho de que los culpables puedan ser la gente que ando buscando hace tiempo y por ese motivo logré centrarme en aquella ocasión, centrarme para buscar pistas que me dijeran lo que quería saber. -No encontramos nada. Si había algo, la nieve y la lluvia de días atrás lo habían borrado todo- termino de decir, con completa convicción, esperando que eso sea todo.

Entonces escucho una pregunta más, que me vuelve a poner ansiosa. Finalmente se dignó a leer mi ficha y probablemente esté comenzando a unir hilos. Tengo pensado negarlo, pero si lo hago es una obvia mentira, mi expediente seguro dice donde nací, mi edad y toda aquella información que prefiero mantener oculta de Hans. Pienso con velocidad una manera de ocultar o quitarle importancia a ese hecho y se me ocurre una. Frunzo el ceño y miro a mi interlocutor, mostrando una falsa cara de desconcierto que parece muy real -Así es, pero... ¿Es importante en que distrito nací para éste... interrogatorio?

No espero mucho más, simplemente quiero irme, aún más de lo que antes quería. Cuanto más tiempo sigo aquí, más posibilidades tengo de que me descubra. -Ya le dije todo lo que sucedió, no hay mucho más que pueda decirle- es verdad, todo lo que pasó, todo lo que podría contar, está entre lo que dije y mi informe; así que ya no encontraba motivos que pudiera tener el Powell para retenerme -Entonces, señor ministro. ¿Eso es todo?- espero la señal y me levanto de mi asiento -Lo dejaré seguir con su trabajo y comenzaré con el mío- no me importa si me tiende la mano, yo le respondo con una señal de cabeza. Me molesta bastante, desde que tengo uso de razón, el contacto con la gente, en especial si no tengo confianza con la otra persona. Más aún, me molesta el contacto físico con éste hombre que estoy obligada a ver.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Insinúa que nuestros profesionales son ineptos? Porque creo que saben muy bien cómo hacer una autopsia. Por algo son parte del ministerio — uso el tono más educado del que soy capaz, pero estoy seguro de que cierta frialdad se ha pintado en mis ojos. Hemos tenido nuestros errores, claro está, pero es básico saber cómo un cuerpo ha sido mutilado o no — Las heridas no han sido causadas por criaturas, sino por personas. ¿Quiere que le haga llegar los resultados para que lo vea por si misma? ¿O tiene idea de qué criatura cavó un pozo y enterró los cuerpos? Y en cuanto a cómo encontrar a los culpables… bueno, por algo usted se dedica al departamento de criaturas y yo soy ministro. Sé como hacer mi trabajo, señorita Niniadis, muchas gracias.

Asiento, porque aparentemente ninguno de los que estuvieron presentes va a darnos una pista, excepto por la ubicación. El clima no ayudó a las pistas y ningún hechizo fue útil para seguir el rastro de los asesinos, así que solamente poseemos la seguridad de que nos encontramos con un grupo que ha sabido masacrar a unos aurores y salir aparentemente ilesos — Y por lo que dice, no vio absolutamente nada que pudiese haber sido un indicio o al menos, resultado sospechoso — murmuro más para mí mismo, suspirando con resignación. Tendré que hacer algunas averiguaciones por mi propia cuenta, entonces.

No, no lo es — sacudo la cabeza de un lado al otro y aprieto un poco su ficha entre mis dedos, observando su cuerpo y su aparente urgencia por salir de aquí. No, no es que ande actuando extraño, pero conozco muy bien las evasivas de la gente a esta altura de mi carrera como para analizarla con la mirada, algo frustrado con su actitud — Supongo que eso es todo, señorita Niniadis — hago un gesto con la mano como si quisiera sacudir algo molesto para que se vaya por la puerta y me hundo en el asiento, haciéndolo girar un poco mientras vuelvo a chequear su ficha. Fecha de nacimiento, dirección actual, tipo de sangre, currículum, nombre de los progenitores…

Mi cabeza arranca como si recién se despertase del todo mientras ella está en camino a la puerta, así que agarro una vez más mi varita con suma rapidez y la sacudo. El “click” retumba en la habitación dando a entender que he cerrado con traba y ni me doy cuenta de que me he puesto de pie, ladeando la cabeza como si de esa manera pudiese ver mejor las mentiras sobre su persona. ¿Sería posible? ¿Después de tanto tiempo? — ¿Audrey? — me aventuro, aún aferrado tanto a mi varita como a su expediente — ¿Audrey Wadlow…? ¿De verdad? — no puedo evitarlo: la risa que se me escapa delata tanto mi diversión como mi incredulidad, relamiendo mis labios y tomando algo de aire. No puedo creerlo. De verdad no puedo creerlo — ¿Eres Audrey? — si no estoy equivocado, voy a necesitar más café.
Hans M. Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
La manera fría en la que comienza a hablarme, el poco interés en seguir haciendo una investigación que no avanza, eso ya no importa. Debo salir de ahí lo más rápido que me es posible. Por eso, después de realizar ese gesto de saludo me dirijo hacia la puerta, alegre de que mi fachada no se haya tirado atrás en todo el tiempo que aquel hombre no paraba de hacerme preguntas. Sin embargo, enseguida me doy cuenta que canto victoria muy rápido, en cuanto un chasquido me indica que la puerta, de la que ahora tomo la manija, está cerrada.

Escucho ese apellido que tanto extraño, ese que tanto calor me produce y que abandoné poco antes de que mi hija naciera. Me traía recuerdos de mi época más dolorosa, pero a su vez la más llena de toda mi vida. Respiro profundo, con los ojos cerrados y de espaldas al ministro, intentando resignarme a la situación y no abrumarme con los sentimientos que tengo dentro.

Por fin se dio cuenta, ahora lo sé con total seguridad. No quiero hablar, no quiero enfrentarlo; pero esas son mis únicas opciones en éste momento. Estoy encerrada en el despacho del hombre que me abandonó hace 12 años, cuando más lo necesitaba.

Abro los ojos decidida y suelto la manija de la puerta -Si dijera que no, no me creerías- ya no hay vuelta atrás, estoy admitiendo finalmente que alguna vez fui aquella niña inteligente pero perdida que él conocía. -Audrey Wadlow... hace mucho que nadie me llama así- miro hacia arriba, sólo un segundo para volverme y verlo. Si no fuera por mis nervios, me reiría de los que mis ojos ven en cuanto le dirijo la mirada. ¿Acaso una risa? ¿Y esa mirada estúpida? Suspiro y me acerco nuevamente hacia la silla donde estuve sentada hace sólo unos segundos, sacando todo el valor que tengo -Por tu cara, supongo que tampoco me dejarás irme hasta que hablemos como se debe- dejo la manera formal de hablarle de lado, después de todo ya no estamos hablando de trabajo. Vuelvo a sentarme y le indico con un movimiento de cabeza que él debería hacer lo mismo.

-Sí que tardaste en darte cuenta Hans, pensé que podría irme sin tener una charla contigo- admito, sin mostrar reacción alguna en mis facciones. Sin decir mucho más, lo miro, esperando el bombardeo de preguntas que quizás soltaría en cuanto tuviera la oportunidad, así cómo lo había hecho mi padre cuando me había reencontrado con él.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Ella se detiene, de esa manera que solo me dice que tengo razón y, entonces, mi pecho se cierra con una sensación algo desagradable. No he sabido de Audrey Wadlow desde hace más de diez años, cuando la abandoné en un ataque de pánico por malas experiencias parentales tras enterarme que estaba esperando un hijo mío. Un hijo que, honestamente, he rogado que nunca haya llegado a existir, puesto que eso significaría que he sido un peor padre que el mío propio. Bueno, quizá no tanto, porque nadie puede ser más desagradable que ese muggle abusador. Sea como sea, aquí estamos, con ella aceptando de una forma u otra que no me equivoco.

Ella se acerca una vez más, haciendo que apriete mis labios en una línea cargada de ansias. Me agrada que dejemos las formalidades, porque sé que no tiene sentido alguno: si hay alguien con quien compartí mi intimidad, es la extraña desconocida que tengo adelante. Esa que, en algún momento de mi estúpida juventud, consideré que tal vez podría ser mi esposa algún día — ¿No es lo adecuado? — respondo simplemente. El tono de mi voz ha descendido, quizá porque lo que hablemos debe morir aquí, sin ser oído del otro lado de la puerta.

Audrey me indica que vuelva a sentarme, pero no lo hago. Solamente me quedo allí de pie, mirándola como si no pudiese creerme que está aquí porque no lo hago, y odiándome por ser tan tonto de no haberla reconocido más rápido. Jugueteo con la varita en mis dedos hasta que su último comentario me arrebata una risa apenas audible, algo mordaz — Nunca fuiste tan buena esquivándome — al menos, cuando se trataba de tonterías. Hubo una vez en particular que sí lo fue — Regresé para buscarte. ¿Sabes? — recordar esa noche se me hace extraño. Demasiado lejana y demasiado ajena como para pertenecer a mi vida actual — Me fui creyendo que jamás podría ser un buen padre y volví sabiendo que había cometido un error. Ya te habías ido — ¿A dónde? No tengo idea, pero me gustaría tener alguna respuesta.

Al final, sí tomo asiento, aunque con bastante lentitud al mantener la mirada puesta en ella — No me estoy excusando, sino que creo que mereces mi parte de la verdad — le digo con simpleza. Apoyo el informe y la varita sobre la mesa y me cruzo de brazos sobre el pecho, recargándome en el asiento para verla mejor. Ha cambiado, mucho. Estoy seguro de que yo también lo he hecho — ¿Qué ha pasado con mi…? — algo me traba la lengua y tengo que pasar algo de saliva antes de continuar — ¿Tuviste al bebé? — tengo cientos de preguntas, pero definitivamente esa es la más urgente. Y no me atrevo a chequear en su ficha.
Hans M. Powell
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
-Es lo adecuado. Pero si de mí dependiera ni siquiera querría verte y eso lo sabes bien- todos saben que no soy una persona que hable demasiado excepto de que sea para informar algún hecho, pero con Hans alguna vez había existido esa confianza que ahora me permite destrozarlo, hacer que se sienta culpable por sus decisiones.

Muchos recuerdos invadieron mi mente. Aquellos días donde éste hombre significaba tanto para mí. Es cierto, cuando de trivialidades se trataba, nunca pude esconderle nada a Hans y ese fue el motivo por el que nunca le daba nombres a las personas cuando hablaba con él. Tiempo atrás, él sabía la mayoría de mis secretos, hasta mis sentimientos más íntimos. Sin embargo, ya no soy esa niña tonta y "divertida" de antes. En aquella época cuando nos conocimos era alguien completamente diferente de cuando era chica o de ahora: pasaba la mayor parte del tiempo en un estado de inconsciencia que me permitía hasta ignorar mi desagrado por el contacto humano excesivo. Pero las charlas con él me ayudaron, me convencieron de volver a tener esperanza en la gente y poco a poco me terminé enamorando. Que idiota había sido en ese entonces.

Sus excusas me suenan a eso simplemente, malas excusas. No me interesa en lo absoluto si fue a buscarme, no tendría que haberse ido nunca en primer lugar. No lo se y no quiero saberlo, poco me importa. Mi objetivo cuando me cambié de apellido en ese entonces, fue justamente ese, el volverme invisible, el no ser encontrada. Pero aquí estoy, justo frente al hombre que me abandonó en un ataque de pánico y que desee no volver a ver nunca en mi vida.

Sólo lo escucho, pero es incómodo, el sentir su mirada fija en mí, observando cada indicio de mi antigua yo en mi yo actual. Entonces la frase que más incómoda me resulta, sale de su boca. Supe que un día así llegaría, pero que fuera éste día me tiene un poco desconcertada. Soy consciente que Mags en algún momento de su vida sabrá quien es su padre y Hans sabrá que ese bebe que nunca quiso, sí nació y que está más cerca de lo que cree. Pero que ese momento llegara tan temprano, es algo que nunca imaginé, ni siquiera en mis sueños más locos.

Bajo la mirada mientras que por mi mente pasan millones de mentiras que me puedan permitir mantener el secreto más tiempo, pero en seguida desecho la idea. Hacía unos meses había hablado con mi padre sobre Mags y sobre el hecho de que debía suceder si yo no me encuentro para cuidarla. ¿Porqué no podría tener otro seguro en caso de que eso sucediera? Entonces recordé cuando Sean llegó a mi casa, diciéndome que era mi padre y cómo siempre se justificó diciendo que mi madre nunca le había contado de mi existencia. No permitiré que éste hombre tenga una justificación similar sobre el porqué no se hizo cargo, del porqué nunca la conoció. Entonces, siguiendo esos últimos pensamientos, decido hablar y soltar lo que llevo ocultando desde hace poco más de doce años. -Lo tuve- levanto la vista, dirigiéndole una mirada amenazante y escudriñadora -una niña.

-¿Eso es todo lo que quieres saber?- agrego, con una voz que no demuestra emoción alguna e intentando amenizar la mirada. No intento generar ningún vínculo como lo hice con mi padre, simplemente deseo que me cuente sus intenciones para decidir cómo actuar, que hacer y que decir.
Audrey S. Niniadis
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
El silencio de Audrey se vuelve ligeramente tortuoso y estoy seguro de que, si hubiera un hechizo que permitiese que me evaporase con la mirada, probablemente ya no estaría aquí. De todos modos, yo no me oculto ni me hago pequeño en mi lugar, porque sé muy bien las cosas que hice, de cuales me arrepiento y cuales defenderé hasta el último día de mi vida. Quizá ella lo ve como una excusa, pero yo lo veo como una verdad. Cuando me vino con la noticia de su embarazo, no supe que hacer. Jamás había tenido un cariño por la idea de la paternidad y sé que, en gran culpa, es por el padre de mierda que me ha tocado tener. Hui pensando que sería lo mejor y rogué que ella hubiese optado por no tener al bebé, pero para cuando me arrepentí y busqué tomar mi lugar, ella no estaba allí. Y sí, la busqué un tiempo, pero en ese entonces no tenía el poder que tengo ahora y desistí. Hice mi vida, ella hizo la suya y aquí estamos.

Lo tuvo. Y yo solo puedo mover mi cabeza, enmudecido, en señal de que la he oído — Una niña — acabo repitiendo, más para mí que para ella. Una hija. Tengo que pellizcarme el puente de la nariz con los dedos y luego me masajeo las sienes, cerrando mis ojos en un intento de que el suspiro se torne en una respiración controlada. Tengo una hija. No me sorprende tanto porque siempre supe que existía la posibilidad, pero aún así hay una extraña sensación de irrealidad presionando mi pecho. La pregunta de Audrey es lo que me hace regresar y abro los ojos para lanzarlos en su dirección, sintiendo la garganta seca. Por eso, bebo rápidamente el café que me queda y vuelvo a dejar la taza — ¿Cómo la llamaste? — creo que tengo el mínimo derecho a saber eso.

Observo la puerta una vez más. Nadie ha entrado y ruego que nadie lo haga, pero aún así me siento observado — Me alegra saber que… bueno, que decidiste tenerla — acabo diciendo. Tal vez en su momento pensé que un aborto era lo mejor, pero parece que estuve equivocado — ¿Tienes una foto? — No me malinterpreten, no es que repentinamente me quiero creer el padre del año. Pero el saber que hay una parte de ti andando por ahí… bueno, uno siente cierta necesidad.

Me remuevo en mi asiento y acomodo un poco mi ropa con tal de entretenerme con algo, inquieto y cargado de tensión. Por ahora, es como si el trabajo hubiese dejado de importarme al menos por unos minutos — Puedo darte algo de dinero, si quieres. Por todos los años en los cuales no te ayudé a criarla — le ofrezco casi sin pensarlo, aunque delatando cierta incomodidad. Eso es lo que hacen los padres… ¿No? Quizá me fui creyendo que sería un papá de mierda, pero si ella existe entonces puedo intentar no serlo. Ningún Powell debería cargar ese título una vez más — O lo que quieras, solo pídelo.

Posiblemente me pida que me ponga de pie para darme una patada en las bolas, pero me gustaría verla intentando. A pesar de su cara de culo, yo sí estoy tratando de ser civilizado, aunque no tengo problema en alzar la varita si no me deja otra opción. Desvío la mirada, fijándome una vez más en su expediente, el cual reposa frente a mí casi burlándose en mi cara por haber estado en mis manos hasta hace unos minutos — ¿Por qué jamás me dijiste que eras hija de Sean Niniadis? — yo le conté absolutamente todo. Incluso esas cosas que quería olvidar.
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
-Margareth Meerah Niniadis- digo su nombre por primera vez frente a Hans, dejándole saber cuál es el nombre es esa niña de doce años que pudo haberlo llamado papá si no hubiera tan cobarde. -Por más de que quisiera abortar, sabía que después me iba a arrepentir- admito sin miedo a sonar brusca al utilizar la palabra "aborto", mientras observo sus reacciones, pensando que es lo que puede pasar por su mente y lamentablemente llegué a conocerlo bastante bien cómo para estar segura de un par de cosas -no es conveniente que te muestre una foto o que la veas, y menos si te preocupan tanto las apariencias

Se siente bastante incómodo, lo noto enseguida, y, como si fuera poco, comienza a decir idioteces. Eso ayuda a calmarme un poco, aflojando ligeramente mi amenazante mirada pero sin bajar la guardia - No necesito dinero, lo hice bien hasta ahora sin él- agrego. ¿Qué clase de pensamiento se le había metido en la cabeza para que pensara que aceptaría su dinero? No tengo ni idea, pero parece que Hans habla enserio. Me siento un poco aliviada y decido continuar con tranquilidad -Mira, lo que quiero es que no la cagues. Decide que quieres hacer con la información que te acabo de dar y luego dímelo - por primera vez en la conversación, mostré ese tono de voz y esa manera de hablar que me hacen recordar a cuando pasábamos tiempo juntos, ese tono de voz que utilizaba cuando hablábamos seriamente y nos dábamos consejos.

Aflojo un poco mi cuerpo, demostrando que no iría por lo violento. Nunca fui de esa manera, siempre preferí hablar. Pero también es cierto que cuando él me conoció me encontraba en un estado tan deplorable que más de una vez utilicé mi famosa "patada en las bolas" para que algunos ineptos me dejaran en paz. Una vergüenza.

Cuando escucho lo siguiente, me cruzo de brazos y de piernas. Es obvio el motivo por el cual elegí omitir nombres cada vez que le conté sobre mi familia, una de ellas era el miedo a que cambiara y me tratara diferente, la otra devenía de la simple razón de que hablar mierda de Jamie y de su consejero podría traer problemas, más aún si alguien lo escuchaba -Tampoco te lo escondí, simplemente no preguntaste nunca el nombre de mi padre- me siento asombrosamente relajada. Es verdad, todavía lo odio y me pone de mal humor verlo, pero siempre hubo algo en Hans que hacía que pudiera relajarme un poco con una simple charla - ahora que lo sabes, seguro puedes atar cabos sueltos- mis ojos se ensombrecen con el recuerdo. Con él había hablado de cosas de las que no hablé nunca con nadie. Si recuerda aquellos tiempos, probablemente recuerde sobre mi odiosa tía que me mandó lejos, sobre el primo del que me había enamorado y sobre el padre que accedió a todo sin importar lo que una adolescente necesitara en ese momento. Si pudiera, castigaría a mi joven yo por ser tan bocona y contar tantas cosas innecesarias.

-Tú... - bajo la vista un segundo, sopesando si realizar mi pregunta o no. Aunque estoy curiosa sobre el paso del tiempo, no lo estoy lo suficiente como para querer preguntarlo. Aún así necesito saberlo en caso de que Maggs desee conocer a su padre y no haya más opción que ligar su vida a la de mi hija. me decido y lo hago -Además de ser Ministro de Justicia. ¿Hay algo más que haya cambiado?- mis ojos vuelven a posarse sobre los de Hans, curiosos, en espera de la respuesta.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Margareth Meerah Niniadis — repito por lo bajo, deseando no olvidarlo. La verdad, dudo mucho hacerlo — Es bonito — digo simplemente. No me sorprende que haya metido el nombre de su madre en la ecuación ni que tampoco haya mención de mi apellido; al fin de cuentas, no puedo decir que haya sido un padre además de ser el culpable de la mitad de su genética. Asumo que debe tener su grado de razón con respecto al aborto, pero lo siguiente que dice me desconcierta un poco — ¿Qué tienen que ver las apariencias con que quiera saber como luce mi hija? — pregunto con una ceja ligeramente arqueada.

Me encojo de hombros cuando rechaza mi dinero porque tampoco le estoy pidiendo permiso — Te daré un cheque, entonces. Puedes guardarlo para ella en caso de alguna urgencia. O que ella misma decida cuando sea mayor — utilizo el tono simple y conciso que tiendo a usar en mis reuniones, dando a entender que no le estoy preguntando. A decir verdad, lo que sí me sorprende es lo que dice a continuación y, ligeramente recargado sobre el apoyabrazos de mi derecha, la miro con escepticismo — ¿Quieres decir que tengo total libertad de conocerla si así lo deseo? — pregunto arrastrando las palabras, presa de lo inesperado que fue eso. Siendo Audrey y conociendo nuestra historia, creí que me clavaría los dientes y no en el buen sentido.

Pero ella se relaja y responde mi pregunta sin darle muchas vueltas, algo que agradezco. Ahora que lo pienso, puede que jamás haya hecho esa pregunta porque siempre creí que ella lo diría por su cuenta, pero tampoco voy a ponerme a reprochar eso. Asiento, tratando de comprender cómo es posible que haya estado saliendo con una Niniadis y cómo no supe aprovecharlo en su momento. — Algunas cosas tienen más sentido, sí — me es inevitable no sonreír vagamente, mostrándome algo divertido — Aunque simplemente creí que era una familia complicada, no creí que taaan complicada — respeto a los Niniadis, pero hasta donde sé, jamás la tienen fácil.

Cuando Audrey empieza a hablar, me muestro interesado porque jamás pensé que ella tendría preguntas para hacerme a mí. Le respondo con un bufido cansado y sacudo la cabeza, haciendo que un mechón de cabello que había echado hacia atrás me caiga sobre la frente y fastidie un poco mi visión — Me he mudado a la isla ministerial, pero creo que eso no es novedad — comienzo — No me he casado, no he tenido hijos. Fueron años de pura carrera profesional y de bueno, ya sabes, Phoebe — cuando estábamos juntos, le conté de mis intenciones de encontrar a mi hermana, pero jamás llegó a saber de mis trabajos entre los rebeldes porque sucedió mucho después que ella. Me relamo el labio inferior, rascándome vagamente la barbilla — No hay mucho que saber de mí, Aud — el apodo se me escapa sin notarlo, como si los últimos doce años y medio no hubiesen existido. Ese detalle hace que guarde silencio y le sonrío a medias, aún con una extraña sensación interna — Pensé que jamás volvería a verte, la verdad — le digo. No es con sentimentalismo, sino una simple confesión — ¿Cómo llegaste a trabajar en el ministerio? No te creí con una carrera dentro del gobierno — porque sí, compartíamos muchas cosas, pero no pensé que su camino iría en un rumbo similar al mío.
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Si hay algo que recuerdo bien es lo testarudo que puede llegar a ser Hans y cuando me informa que igual me daría un cheque no me sorprende. Probablemente terminaré rompiéndolo sin usarlo o dándoselo a Maggs para que lo utilice en lo que quiera. Entonces hace una pregunta que denota todo el escepticismo que tiene hacia mi comentario y lo entiendo. Yo también puedo ser bastante testaruda cuando me lo propongo, después de todo estuve 13 años sin hablar con mi padre y aún más tiempo sin tratarlo bien. Sin embargo, sé que no puedo pedirle que desaparezca y tampoco puedo seguir ocultándole a Mags quien es su padre. Si hay algo que esa niña sacó de ambos, eso es lo testaruda que puede llegar a ser con algunas cosas. -Aunque no quiera, no puedo evitarlo. Sé que en algún punto Maggs lo descubrirá y te buscará. Así que sucederá, tarde o temprano.

Estoy segura de que está pensando que de alguna manera podría haber sacado provecho de seguir conmigo y no haberme abandonado. Por ese motivo es por el cual no comenté en ningún momento quien era mi padre y lo guardé para mi misma. Pero ya no puedo mentirle ni ocultarlo, todo está en aquel informe que a pesar de todo miró un par de veces -Demasiado complicada. Tanto que aunque tenga su apellido no significa beneficios. Ya sabes que me mandaron lejos una vez- le recuerdo, enseguida sin decir nada más sobre ese asunto.

Entonces responde mi pregunta y aprovecho para tirar hacia mi espalda el cabello que se encuentra sobre mis hombros. Ésta vez me dedico a observarlo a él, a encontrar esos detalles que lo vinculen con el Hans que conocía. Enseguida admito que está igual, con un par de años encima, pero bastante parecido a como solía ser. Eso me enfurece, pero por un motivo diferente al que parece. Tal vez si se viera diferente, me tratara mucho peor o me ignorara, no sería tan difícil para mí rechazarlo, decirle que puede irse a la mierda y tirar la puerta abajo para irme. Sin embargo lo odio y me odio a mí misma por sentirme así. Racionalmente sé que debo aceptar la excusa y comprender porque él se fue, comprendo desde entonces que no fue mi culpa, que si alguien tiene la culpa de todo lo que pasó fue su padre, quizás hasta el mío. Debo entender que volvió a buscarme, que no quería irse, que también fue mi culpa todo aquello. Pero aún así no puedo evitar sentirme así, pero a la vez querer comprenderlo.

El sonido de un apodo familiar, un apodo que remonta mi mente hacia un periodo en el que mi hija todavía no existía, llega a mis oídos y me obliga a salir de ese trance en el que mis propios sentimientos confusos me habían metido. Un silencio incómodo se forma, justo cuando una extraña sensación de familiaridad recorre mi cuerpo. Intento olvidarlo y me obligo a pasar saliva por mi garganta ahora algo reseca para comenzar a hablar de nuevo -Era mi intención, la verdad -admito sin preocupación alguna, mostrando más calma de la que había tenido en todo el día -Recuperando tiempo perdido, utilizando mi inteligencia, necesitando plata para criar a Maggs y...- esa familiaridad se mantiene un tiempo y me permite hablar con Hans como si nunca hubieran pasado esos doce años y medio -haciendo informes como el que no te molestaste en leer- intento que suene como broma, pero de nuevo siento que soy muy mala en ello. Nunca pude hacer un chiste que no sonara reproche o a un comentario fuera de lugar, a tal punto que hasta pienso que tengo un don para arruinar el sarcasmo y las bromas que otros hacen con tanta naturalidad -Tengo buena memoria- intento arreglarlo sin demasiado éxito y decido callar.

Busco cambiar de tema y escudriño en mi mente, sobre lo que había comentado el hombre mientras yo intentaba comprender mis encontrados sentimientos y enseguida encuentro un tema del que poder hablar -¿No hay noticias? -espero que comprenda, pero por las dudas repito la frase que mi mente capturó antes de que se dignara a llamarme como cuando estábamos juntos -ya sabes, Phoebe - no quiero sonar entrometida, pero aquel era otro punto que nos unía, ambos buscábamos al único familiar por el que tenemos aprecio.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tomo aquello como un sí, como que tengo el permiso de entrar en su vida y siento un pánico extraño mezclado con una desconocida emoción que me infla el pecho y me hace largar el aire con pesadez. He pasado los últimos doce años preguntándome si ese bebé había nacido y resulta que, esta mañana, sé que puede entrar en mi vida como una tromba. Intento no mostrarme tan explosivo, tratando de continuar el hilo de la conversación con un asentimiento quizá demasiado rápido — Si no te hubieran mandado lejos, no te habría conocido — y, en consecuencia, no tendría a su hija. Digamos que no puede decir que fue algo tan malo.

Sé que lo fue — acoto de inmediato. Si hubiese querido que la encuentre, me habría llamado; quiero decir, yo jamás cambié mi nombre e incluso llegué a ser una figura pública al convertirme en juez. Oigo con atención todo lo que cuenta de su vida y comprendo un poco más, quizá, la razón por la cual ha terminado aquí. El ministerio es un sitio excelente para ganar dinero si lo necesitas y haces bien tu trabajo, por lo que debí imaginarlo. Me cuesta un momento notar su broma, hasta que apenas sonrío de medio lado al captarla — Sí, recuerdo tu buena memoria. Siempre la usabas en mi contra para ganar discusiones — le recuerdo en tono divertido. Muchos de mis amigos se quejaron en más de una ocasión de cuando sus mujeres les recriminaban cosas que ellos habían olvidado haber dicho, pero ellos jamás salieron con alguien como Audrey. Es extraño recordar esa pareja, cuando parece que hemos crecido en direcciones opuestas.

La miro con algo de sorpresa ante su pregunta y acabo desviando la mirada al suelo, sacudiendo la cabeza — No puedo encontrarla y he intentado todo. Es como si hubiera desaparecido, pero no lo comprendo. Ella era bruja, nuestro gobierno debió haberla acogido, al menos que… — al menos que hubiera muerto, pero esa jamás fue una opción dentro de mi cabeza. Acabo suspirando y me pongo de pie, frotando mis manos entre sí mientras bordeo el escritorio — Pero voy a encontrarla. Si hay una razón por la que estoy aquí, es por ella — porque mover contactos cada vez se hace más sencillo. Sé que está allí, en algún lugar: solo es cuestión de saber donde fue que mi padre la mandó hace ya tanto tiempo.

Me apoyo contra mi escritorio justo frente a ella, cruzándome de brazos mientras la miro desde este ángulo; más cercano y mucho menos formal. Se ha convertido en una linda mujer, tengo que admitirlo, pero sé muy bien que sus ojos están muy lejos de mirarme con la amabilidad de antaño. Chasqueo la lengua y acabo bajando las manos para aferrarme al borde del escritorio, dando un suave golpe al suelo con la punta de uno de mis pies — ¿Sabes, Aud? Déjame invitarte a cenar. A ti y a Margaret — la miro para tratar de evaluar su reacción, mordisqueando un poco mi labio inferior y dando un suave golpeteo con uno de mis dedos en la madera — Solo nosotros tres. Un intento de pedir disculpas, aunque no sirva de mucho. ¿Qué dices? — me preparo, porque sé que es muy probable que lo rechace. Tampoco puedo culparla. No se borran doce años de ausencia con una sola cena.
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Frases que suenan un tanto cursis, otras que suenan como bromas pero que el recuerdo las tiñe con un poco de nostalgia. No hay mucho más que escuchar que eso. Puedo entender que, a pesar los años y las horribles decisiones, aquellos recuerdos todavía tenían una ligera alegría. Debo reconocer que aquella época fue bastante alegre, pero como todo en mi vida, acabo en sólo pesadillas para mí, más a sumarle a mis atormentados recuerdos.

Habla de su hermana y asiento con la cabeza. Recuerdo todo aquello, cada detalle sobre ella que alguna vez Hans me había contado, pero es complicado. Puedo ver en él, esa desesperación por encontrarla, esa mismas ganas que yo tengo de encontrar a mi primo para ver como está viviendo, para asegurarme que esté bien y, simplemente, para que mis pesadillas disminuyeran  -Ya habrá noticias, no te desesperes- digo casi repitiéndomelo a mi misma. Esas palabras que muchas veces le había dicho a él y que yo misma me había repetido con el pasar de los años.

Me veo obligada a levantar la vista para seguir sus movimientos mientras recorre su escritorio. Enseguida, en cuanto se apoya contra su escritorio, comprendo lo que intenta. Establece mayor cercanía hacia mí y se coloca en una posición que lo favorezca, intenta derribar los muros que estoy poniendo, esos muros que evitan que acepte su ayuda de algún modo. Imito su movimiento y también me cruzo de brazos, pero mi mirada inquisidora se centra en la suya, intentando averiguar el propósito real de todo aquello. Quizá lo esté pensando demasiado o quizá lo hace inconscientemente, pero no bajare mi guardia y mi intensa mirada lo demuestra.

Aud otra vez... Contengo la mueca que mi cara casi se ve obligada a hacer. No porque me desagrade que me llame así, sino porque me siento bastante molesta con el hecho de que realmente me agrade aquello. ¿Una cena, los tres? Puedo imaginar millones maneras de como aquello puede salir mal para él, pero también un miles de maneras en las que puede salir mal para mí. Pero si él quiere intentarlo, soy capaz de aceptar el reto. -Está bien- suelto sin más preámbulos, sin dejar de mirarlo para comprobar sus reacciones -¿Donde y cuando?

Estoy cansada de hablarle cuando él se encuentra en esa situación de superioridad, así que descruzo mis brazos y me levanto de la silla, quedando más cerca de él de lo que tenía previsto. Cualquiera que entrara en éste momento, creería cualquier cosa debido a la distancia entre nosotros, cualquier cosa menos que ésto había comenzado como una simple charla con testigos. Me siento incómoda pero escondo la sorpresa y finjo completa seguridad mientras lo miro fijamente a los ojos, casi retándolo -Te advierto, ella no sabe nada de ti -le comento y me giro hacia un costado para alejarme de él y recorrer un poco el despacho -Ni tu nombre, ni donde nos conocimos, ni tu edad, ni si tienes o tenías familia, ni siquiera tu estatus de sangre -agrego acercándome con tranquilidad a una estantería y fingiendo revisar lo que allí se encuentra -No le miento a mi hija, nunca lo hice, así que preferí no decirle nada.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Puedo agradecer su consuelo, pero no estoy seguro de poder creérmelo después de todo este tiempo sin resultados. De todas formas, cualquier molestia con el recuerdo de mi hermana se evapora cuando me doy cuenta del terreno peligroso que estoy recorriendo ahora mismo. Audrey me fulmina con su mirada, pero me las arreglo para mantenerme firme y seguro en mi sitio, esperando una respuesta con una impaciencia que espero no demostrar. Y finalmente, contra todo pronóstico, acepta. Creo que se me nota en la cara lo poco seguro que estaba sobre esto porque arqueo las cejas, sin poder creerme que me ha salido bien — Conozco un par de sitios bastante buenos en el Capitolio. Puedo llamarte para arreglar los detalles. No es como si no tuviera tu número — le recuerdo, echando un rápido vistazo sobre mi hombro para indicar su expediente — Si te parece bien, claro — siempre hay que mantener los modales.

Que ella se ponga de pie de esa forma solo sirve para aumentar la tensión en mis músculos y me incorporo un poco, sintiendo un extraño aleteo estomacal por culpa de la poca distancia. Mis ojos se toman la libertad de analizar sus facciones tan cercanas hasta detenerse en su mirada, dedicándole una vaga sonrisa apenas visible hasta que ella se aparta de ese modo que acentúa mi expresión de mal disimulada diversión, tratando de centrarme en lo que me está diciendo. Sin abandonar mi vigilancia sobre ella, me separo del escritorio y meto las manos en mis bolsillos, no en verdad sorprendido. Si Audrey le hubiera dicho algo sobre mí a la niña, hubiese sido un milagro.

Mentir sirve para ocultar verdades y estás haciendo exactamente eso. No veo la diferencia — mascullo tranquilamente, en un tinte suave — Pero no te culpo. Hay cosas que los niños no tienen por qué saberlas — aunque creo que no tengo problema alguno en decirle la verdad en caso de que sea necesario. Acabo dando un paso vacilante hacia ella, pero me detengo y froto mi mentón con mis dedos, presionándolo un poco en un gesto que indica que ando pensando algo — Dejaré que le expliques la situación antes de que nos reunamos para cenar. ¿Te parece un buen trato? Dudo mucho que a Margaret le cause gracia semejante revelación en medio de la comida — tampoco creo que sea lo adecuado. No soy un experto en niños, pero sí he trabajado con personas resentidas y no planeo crearle un trauma a una muchachita.

Sin más, estiro la mano y tomo mi varita una vez más, haciendo una nueva floritura. La traba de la puerta vuelve a sonar, anunciando que le he quitado la traba. Creo que hemos tenido demasiado por hoy y prefiero evitar una charla que se torne demasiado profunda, porque creo que ninguno de los dos se verá beneficiado si empezamos a incluir ciertas cosas que han quedado pendientes entre nosotros después de todos estos años — Creo que eso es todo, señorita Niniadis. Le agradezco por su tiempo — sin más vueltas, bordeo el escritorio y vuelvo a sentarme. Con un chasquido de mis dedos, la vuelapluma se eleva y obedece el movimiento de mi varita, el cual guarda los papeles y la pluma en el primer cajón. Con todo en orden, le dedico una sonrisa — Te llamaré pronto, Aud.
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Audrey S. Niniadis
Fugitivo
Una cosa se mantiene en mi mente, Hans me llamaría para arreglar los detalles de aquella cena que tanto quiere. Muy en el interior deseo que lo haga, que se comprometa en tener una buena relación con su hija; pero otra parte de mí se aterra con el simple hecho de pensar que puede irse de nuevo y generar en Maggs una desilusión como la que yo viví en el pasado.

-Mentir es afirmar algo que no es verdad. Está bien que no digo la verdad, pero tampoco afirmo algo que es mentira- no puedo evitar justificarme de esa manera. Muchas personas me han dicho en mi vida aquello que Hans afirma, pero en mi mente no tiene sentido alguno. ¿Acaso ocultar y mentir no son cosas diferentes? ¿O acaso hoy en día la gente emplea mal el término de mentir/ocultar?

Escucho detrás mío un paso, que indica la intención del hombre de acercarse, cosa que me obliga a mantener la respiración. sin embargo, se detiene y comienza a hablarme nuevamente. Suelto el aire contenido de suave manera, esperando que pudiera pasar como sólo un respiro y asiento con la cabeza. Si debo contarle a mi hija sobre la cena lo haré, pero primero esperaré a que él me confirme sobre aquello. No es que no quiera hacerlo, simplemente no confío mucho en las promesas que Hans puede hacerme. Ya una vez lo había hecho y todo resultó mal para mí, así que no lo volvería a hacer.

Entonces la puerta hace de nuevo un chasquido y me giro para mirar como mi ex vuelve a sentarse detrás de su escritorio. Realizo nuevamente esa ceña con la cabeza que indica que me despido de él y comienzo a caminar hacia la salida. Al escucharlo me detengo justo cuando tomo la manija de la puerta, intentando disimular la ligera sonrisa que se produce en mi cara al escuchar el apodo por el que me llama -Lo esperaré. Hasta luego, Hans- digo ésto último y finalmente me abro paso para retirarme del despacho.
Audrey S. Niniadis
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