The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Me congelo hasta el culo. Hoy me toca meterme en una de las torres a hacer vigilancia compartida debido a las bajas temperaturas y ni siquiera me molesté en fijarme quien debería hacer el trabajo conmigo. Me limité a llenarme una pequeña mochila con comida y una manta, me abrigué todo lo que fui capaz y acá estoy, avanzando entre la nieve con enormes zancadas, tratando de apurarme. Lo que más me molesta del invierno es que en el catorce todo parece el doble de lejos, así que la sensación de nunca llegar a donde quiero tiende a volverse insoportable.

Cuando trepo a la torre, me doy cuenta de que soy el primero en llegar. Ayer fue Navidad, así que no me sorprende que todos estén un poco corridos con los horarios y simplemente lo dejo pasar. A decir verdad, para mí se basó en comer, beber de más e irme a la cama temprano, así que no podemos decir que yo precisamente haya sido el alma de la fiesta; quizá por eso he tomado este como un día cualquiera. O quizá, solo quizá, es porque estas últimas semanas mis ánimos han estado por el suelo y la idea de mantener la mente ocupada es la mejor opción que tengo para no ahogarme a mí mismo.

Apoyo la mochila, saco la frazada y me envuelvo con ella, observando el vapor que sale de mis labios. El paisaje blanco brilla por culpa de la luna, extendiéndose en todas direcciones, balanceando los árboles con un brillo plateado. Me cruzo de brazos para envolverme mejor y ahogo un bostezo, cuando el sonido hace que me gire para ver nada más ni nada menos que a Alice aparecer. De inmediato, bajo la mirada, sintiendo un incómodo calor en la nuca.

No tengo nada contra ella. No tengo nada contra nadie. Y sin embargo, desde que volvimos del distrito doce me es inevitable pensar que ella debería tener algo contra mí. No tengo idea de en qué punto nos encontramos, si es que nos encontramos en alguno, pero no me he molestado en averiguarlo. Quizá así sea más fácil — Bueno, parece ser que vas a tener que soportarme toda la noche — murmuro con ironía en algo que creo que suena a una broma. La observo sobre el hombro, acomodando la manta un poco mejor para conservar el calor, aunque rápidamente vuelvo a darle la espalda — Hay un termo en la mochila, si te interesa.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Reconozco que me he acomodado a eso de depender de una persona en lo que a compañía se refiere, más allá del círculo cerrado de personas que, sea por lo que sea, tienen una estrecha relación conmigo. Por ese motivo, encuentro extraña la situación que ha resultado de nuestro regreso del doce, y que, de cierta manera, me ha dejado en un vacío nostálgico. Es esa clase de sensación que, por mucho que me habría gustado decir que no me importa, me es imposible aludir. Y no soy idiota, sé perfectamente, o al menos creo saberlo, a que puede deberse esta especie de separación que se ha formado entre Ben y yo, a pesar de que no entiendo del todo la razón.

Cuando el día posterior a Navidad veo que su nombre acompaña al mío en el turno de guardia de la noche, me preparo mentalmente para lo que puede ser una velada con más de un resultado posible y que, a estas alturas, estoy dispuesta a pasar por todos y cada uno de ellos si hace falta. Y es que desde hace unas semanas, son escasas las veces que hemos estado a solas. El tiempo tampoco parece ayudar, aunque que haya dejado de nevar y que el viento no sea tan fuerte como el de esta mañana favorece que hasta me encamine hacia las torres de vigilancia con aire tranquilo.

Para cuando llego a lo alto de la torre Ben ya se encuentra allí, lo que me permite observar sus expresiones al verme aparecer, y fruncir levemente el ceño al analizarlas de cerca, aunque segundos después me aseguro de hacerlo desaparecer. - No tendría que hacerlo si por lo menos pudieras hablarme y mirarme al mismo tiempo. - Le respondo ladeando la cabeza como esperando a comprobar su reacción, casi segura de no percibir su broma en el tono de voz de sus palabras con la misma certeza que él. Me tomo un tiempo en silencio para contemplar su figura en la penumbra antes de dejar caer sobre el hombro la pequeña mochila que traigo conmigo y  arrimarla a una esquina, ignorando por completo su comentario ante la ocurrencia de que pueda interesarme un termo justo ahora.

Con pasos silenciosos me acerco al borde y apoyo mis manos sobre la madera, fijando la mirada durante unos minutos en la oscuridad antes de girar la cabeza en su dirección. - Podemos pasar el resto de la noche ignorándonos, como estos últimos días, o puedes ayudarme a entender que es lo que está pasando. - Noto la demanda en mis palabras incluso si no pretendo que suene de esa forma, por lo que la siguiente vez que alzo la voz, trato de suavizar lo que digo. - Puedo tener cierta idea de lo que te ocurre, pero si no me hablas, si ni tan siquiera eres capaz de mirarme a los ojos... No soy adivina, Ben. - Quizás esté exagerando, o quizás simplemente esté viendo desde otra perspectiva lo que yo hubiera hecho si la situación fuese del revés, pero honestamente creo que me he acostumbrado demasiado a su compañía como para dejarlo perecer a la primera de cambio. - Tan solo háblame, por favor. - Acerco mi mano en busca de la suya, rozando su palma con mis dedos con la esperenza de que me preste la atención que ha faltado en estas últimas semanas, consciente del ruego en mi voz y en mis ojos mientras le observo con la intención de que él haga lo mismo.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Puede que me haya acostumbrado a la manía que tiene Alice de siempre decir lo que piensa, pero ese primer comentario por alguna razón hace que mueva mis cejas fugazmente al echarle una mirada. No sé qué es lo que me esperaba, quizá que lo dejase estar un rato antes de pisar el acelerador, pero parece que la noche no está para dar vueltas, quizá porque somos adultos y ya lo hemos dejado estar por demasiado tiempo. Mi respuesta se basa en nada más ni en nada menos que un suspiro, ese que me permite relamerme los labios sin ánimos, con la incomodidad creciendo en la boca de mi estómago. Ella no va a entenderlo, como nadie lo hizo durante estos últimos quince años.

La oigo moverse hasta estar a mi lado y ahora sí no tengo excusas para mover un poco mi rostro en su dirección, manteniéndome en mi altura para evitar cualquier enfrentamiento directo. Mi nombre en sus labios hace que levante los ojos hacia los suyos, aceptando ese contacto cálido en medio del frío pero sin muchos ánimos, apretando un poco sus dedos  — Estás helada — son las únicas palabras que salen de mí al frotar sus nudillos, como si todo lo que dijo anteriormente hubiese simplemente pasado delante de mis narices — Ven, es lo suficientemente grande para los dos — quizá me empuje, tal vez me odie, pero la suelto para poder estirar la frazada sobre sus hombros y así poder abarcarnos a ambos. Estar de nuevo cerca de su cuerpo se siente bien, pero como también se torna incorrecto, desvío la mirada una vez más hacia el paisaje. Podemos decir lo que queramos del distrito catorce, pero nadie puede negar que la vista es espléndida, en especial en invierno.

Mantengo el silencio un poco más hasta que por alguna razón mi lengua se suelta sola — No te hablo porque detesto que me hayas visto así. Que todos me hayan visto así — el recuerdo hace que mi rostro se torne sombrío y estoy seguro de que mis ojos se vuelven vacíos, porque soy consciente de que no estoy mirando a ningún punto en particular — He pasado la última década y media fingiendo que soy como ustedes cuando no hice más que demostrar que no lo soy. ¿En qué me convierte eso? — en el reducido espacio que compartimos me remuevo, soltando su mano por completo — ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué me avergüenzo de lo que soy? ¿O que me horrorizo de lo que puedo ser? Elige.

Para ella es fácil. Para todos es fácil. Ellos no tienen que vivirlo.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Por un momento pienso que va a evitar cualquier roce con su cuerpo, pero cuando noto sus dedos acariciar mi mano, aunque sea un gesto débil y carente de emoción en su rostro, puedo sentir como todos los músculos que tenía en tensión se relajan un tanto. Casi ni me importa que ha ignorado por completo todo lo que he dicho cuando me ataja bajo la manta y mi cuerpo se pega ligeramente al suyo, en el máximo contacto que ha tenido con él en semanas. Después de tanto tiempo sin compartir espacio tan pequeño, agradezco mentalmente manteniéndome en silencio la cercanía y aprovecho para observar las facciones de su rostro desde una distancia menor. A pesar de estar segura de que la oscuridad intensifica la dificultad a la hora de intentar descubrir lo que piensa por las expresiones de su cara, no me equivoco diciendo que incluso habiendo luz, sería imposible descifrar que se le está pasando por la cabeza en este momento.

Los minutos que pasan en silencio me hacen creer que después de todo si que va a resultar una noche tranquila, hasta que su voz decide romper el hielo cuando ya daba por pérdida la oportunidad de discutir sobre el tema. Me quedo observando su perfil mientras por sus labios sale vapor a medida que va hablando, aunque no pasan muchos segundos antes de que incline la cabeza hacia delante. - Ben... - Todo lo que tenía por decir se esfuma con la misma velocidad que su mano se despega de la mía, lo que me hace morderme el labio inferior y tragar saliva con rapidez. Me contengo de decir que el no hablar conmigo no iba a cambiar lo que pasó porque el momento no me parece oportuno teniendo en cuenta las circunstancias, por lo que acabo ocultando mi falta de habla apretando un labio contra otro.

Levanto la mirada para enfrentar la suya a pesar de que él ni siquiera me está mirando, pensándome bien las palabras antes de alzar la voz. - En uno de ellos. - Murmuro sin apenas rastro de la flaqueza de hace unos segundos. - Todo este tiempo tratando de hacer ver a los niños que no hay diferencias entre lo que son ellos y lo que somos nosotros cuando tú ahora mismo les estás dando la razón. - Y es obvio que con 'ellos' me refiero al gobierno que basa sus leyes en la discriminación de razas. - Sé que no es lo mismo, e incluso puedo comprender tu reacción, lo que no comparto es que menosprecies quien eres por algo que, si te ha tocado vivir, no puedes controlar. - Porque puede que sea diferente, puede que no sea igual que nosotros en ciertos aspectos, pero no soporto que se culpe por actos inconscientes, lejos de cualquier autoridad.

Frunzo el ceño moviendo la cabeza en desacuerdo con movimientos negativos, pasmada por la brusquedad de sus palabras. - ¿Cómo puedes...? Tú no elegiste esto. - Aprieto los ojos con fuerza como si de alguna manera me hubiera imaginado lo que acaba de decir, para segundos después posar mis ojos sobre los suyos cuando le obligo a mirarme girando su rostro hacia mí con mi mano sobre su mejilla. - Tú no eres así, en este instante, la persona que eres ahora no tiene nada que ver con quien eres cuando te transformas. Puede que sea parte de ti, pero no pienses ni por un momento que tus acciones en esa forma tienen algo que ver contigo. - Porque aunque estoy segura de que lo sabe, creo que hace falta que se lo recuerden.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Uno de ellos. Ese comentario me golpea el pecho como si fuese una patada y mi rostro se tensa, apretando la mandíbula frente a un enojo que no sé bien de dónde viene y que intento por todos los medios que no explote, no con ella, no ahora. Yo no soy el gobierno, yo no pondría a nadie tras las rejas por el solo hecho de existir, pero sé que no pertenezco a la humanidad como ellos lo hacen. Es un poco más complejo que simplemente tomar bandos  — Alice… — empiezo a decir con voz abrumada, pellizcándome el puente de la nariz en un intento de masajearme, cerrando los ojos y contando mentalmente hasta diez. Pero ella sigue hablando y me obliga a mirarla, haciendo que deje caer la mano para encontrarme con su mirada en plena oscuridad.

Hay un sinfín de emociones adentro mío y no sé exactamente cual es la que predomina. De todo lo que me ha dicho puedo encontrar una discusión, pero en lugar de eso dejo por un minuto que mi mejilla descanse en su mano, porque hace días que no dejo que nadie esté tan cerca, ni siquiera ayer en plena noche navideña. De todos modos dura poco y levanto el mentón al enderezar la cabeza, negando lentamente  — ¿Y qué si te hubiese mordido a ti? ¿O a Seth, o Amber? ¿Qué pasaría si esto se repite aquí? ¿Qué sucedería si…? — tomo algo de aire al recordar ese detalle y muerdo con fuerza mis labios antes de seguir hablando — ¿Qué pasaría si alguna vez se repitiera lo que ocurrió hace años? — hace trece años nos invadió un grupo de licántropos y todo terminó conmigo siendo el único hombre lobo de la zona después de una época sanguinaria. Irme lejos siempre ha sido un modo de evitar que se repita, cada luna llena, en caso de que otros puedan olerme. ¿Qué pasa si no funciona?

Me muevo con cuidado de no quitarle la manta y me apoyo en la madera del borde, frotando mis manos entre sí, sintiendo como la tela cae sobre mis hombros al encorvarme  — Todos ustedes dicen que no soy un monstruo y yo deseo sentir que no lo soy, pero luego ocurren estas cosas y no puedo decir que de verdad lo crea — confieso en voz tan baja que casi es un murmullo cómplice — No soy el gobierno; jamás digas eso de nuevo. Solo estoy asustado. He estado asustado de mí hace diecisiete años — No solo por la mordida, sino también por lo que hicieron conmigo. Me rasco el mentón con lentitud, en parte deseando abrazarla, en parte rogando porque se vaya — Y en parte, esperaba que tú también lo estuvieras. Era mucho más fácil dejar de hablarte.

A ella. A todos. Fueron unas navidades deprimentes, si puedo decirlo.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Puede que no se me dé tan bien pensarme las cosas como creía. Por como pronuncia mi nombre me percato de que quizás me he ido de la lengua más de lo que debería. Ni siquiera hace falta que retire la mano de su mejilla porque él mismo alza la mandíbula para librarse de ese contacto, a lo que solo puedo responder soltando un suspiro cansado y agachando la cabeza como una cría a la que le acaban de soltar una reprimenda. Me cruzo de brazos bajo la manta, encogiendo el pecho en mi sitio y sintiéndome mucho más pequeña a su lado que de costumbre. - ¿No te das cuentas? Estás hablando de situaciones hipotéticas como si tú, yo o cualquier otro tuviéramos el poder de controlar lo que va a pasar. - Me obligo a mí misma a mirarle pese a querer mantener mis ojos claros sobre la superficie del suelo. - ¿Quién nos puede asegurar que mañana seguiremos aquí? ¿O qué ahora mismo todos están seguros en sus camas? - Dejo que el silencio nos invada durante unos segundos como si solo con eso pudiera esperar a que la respuesta se forme en su cabeza. - No condiciones tu vida a la infinidad de 'y si' que pueden o no pueden suceder. Eso no es vivir. - Me relamo los labios antes de atreverme a alzar la voz de nuevo. - Tú me dijiste eso. - Es apenas un susurro en el sosiego que abarca la noche, lo que permite que incluso él lo escuche.

- Porque no lo eres, no sé cuantas veces voy a tener que repetírtelo. - Mi mirada es gélida cuando poso mis ojos sobre su rostro pese a que no me está mirando, manteniendo mis brazos apretados uno sobre otro con fuerza. - Nadie te culpa por lo que pasó, eres tú el único que no parece comprender eso. - En mi cabeza esas palabras no suenan con la misma rudeza que sale de mis labios, ante lo que, de forma inconsciente, frunzo el ceño con molestia por la visión que tiene de sí mismo. - Y lo entiendo, entiendo que todo esto te asuste, incluso aunque creas que no lo hago, pero aislarte del resto no va a hacer más que acrecentar ese sentimiento. - Porque uno no busca la soledad si no es por la sensación de desprecio que poco a poco va consumiendo a la persona. - Si te alejas, si rehúyes de mí... Solo empeorarás las cosas. No quiero que te sientas ni la mitad de miserable que estas últimas semanas, sobre todo si hay algo en lo que pueda ayudarte. - Quizás al principio los dos lo dejamos estar, él acabó acostumbrándose a la soledad y yo lo permití porque no sabía del todo lo que quería o lo que significaba que pasáramos de ser la primera compañía del otro a que apenas me dirigiera la palabra.

Muevo la cabeza hacia abajo para pasar a observar la superficie del suelo en silencio, sintiendo lo mucho que me agobia encontrarnos en esta posición. - ¿Y te ha servido de algo? - Murmuro en un tono tan bajo que no estoy segura de si de verdad he llegado a decir nada, porque me recuerda demasiado a la última vez que pasamos ignorándonos más de un mes solo por considerar que lo que habíamos hecho era algo terrible. Y porque odio que ese afecto pueda estar, de alguna manera, relacionado con como se siente ahora. - Ey... - Consigo decir girándome un poco hacia su dirección, pasando a acariciar con mi mano su brazo sobre la ropa, lo cual ni siquiera me asegura que pueda notarlo. - Sé que es mucho más fácil apartarse de los que te importan, lo he hecho durante más tiempo del que pueda recordar, pero eso no significa que sea lo correcto. - O lo que más le conviene, a fin de cuentas. - Puedes vivir el resto de tu vida apartado, o aprender a sobrevivir con la incertidumbre de qué es lo que ocurrirá mañana. Es tu decisión. - Digo al final, apartando la mano con lástima antes de que él mismo pueda rechazarme.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Intento recordar mis palabras, esas que ella dice que yo mismo he dicho y solo recuerdo cómo la fastidié para que deje de esconderse del resto del mundo, que el catorce siempre había estado dispuesto a recibirla. La sola memoria hace que se me patine una desganada sonrisa torcida e irónica, asintiendo con la cabeza de un modo tan suave que parece solo un rebote imperceptible e involuntario — ¿Nunca te he dicho que soy un hipócrita de primera? — le pregunto en un tono falsamente divertido, ese que intenta imitar a mi yo de todos los días. Es un mal chiste, lo sé.

No, no lo entiende. Me lo repito mentalmente a mí mismo como un adolescente terco y melodramático pero no se lo digo, aunque cuando volteo el rostro en su dirección creo que queda bien en claro en mi mirada lo que estoy pensando. Guardo silencio, oyendo nomas el vaivén del viento entre las hojas de los árboles, hasta que tomo algo de aire antes de hablar — ¿Y cómo podrías ayudarme? — inquiero, en un tono que deja bien en claro que más que una súplica es un reto a que sea capaz de decirme al menos un solo método para terminar con esto — Seth está intentando crear la poción matalobos. Que le salga bien de una buena vez es lo único a lo que puedo aspirar — este soy yo, el que tiene una mordida en la pierna y arañazos en el torso que jamás se van a ir. Son heridas malditas, lo que equivale a una condición como esta.

¿Me sirve de algo? —  No. Tampoco me sirve de nada mentirme a mí mismo, así que es igual — estaría siendo un iluso, pero allá ella y esos que quieren hacerme creer que todo está bien.  No quiero decirlo, pero siento su mano en mi brazo y una parte de mí acepta que he necesitado un contacto como ese hace días, pero que no me he atrevido a buscarlo. La dejo tocarme y hablar, hasta que el calor de su mano se apaga y la miro casi con reproche sin darme cuenta, hasta que mi voz habla por sí sola — ¿Por qué te importa? — pregunto, estirando mis dedos para acariciar vagamente su mentón — Sé que me estoy condicionando en las posibilidades, pero no me puedo perdonar lo que ha pasado. Y si hubiese sido alguno de ustedes, no podría vivir con eso — ¿Condenarlos? ¿Matarlos? Lo he pensado cientos de veces pero siempre eran suposiciones, nunca había estado tan cerca como la última luna llena.

No sé si es redención, necesidad o un poco de ambas, pero mi cabeza se deja caer hasta que mi frente choca con la suya en un suspiro que parece más un quejido o un sollozo. Aprieto un momento mis párpados al cerrarlos — Siento mucho que hayas tenido que ver eso y también siento mucho haberte alejado después — murmuro. Aprovecho la caricia en el mentón para darle un pique y así poder alcanzar mejor a besarla un momento en un gesto sumamente casual — No pretendo que lo entiendas, pero sí que lo respetes — porque ser alguien que no puedes controlar es incluso más desesperante que ser un asesino por mano propia. Las he vivido ambas y tristemente sé cual prefiero.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Libero la tensión en mis hombros y casi también en el rostro cuando percibo un poco del Ben que conozco en su voz, permitiéndome el mostrar una sonrisa tímida ante esa broma. - Creo que me he dado cuenta de eso con el tiempo, y de que eres un idiota redomado. - Bufo con gracia, dejando ver que me estoy cachondeando del chiste que él comenzó aunque sin tomármelo en serio. Su comportamiento estos últimos días me ha hecho ver que en el fondo no somos tan distintos como al principio creíamos que éramos, los dos reaccionamos de la misma manera ante una situación que se sale de nuestro alcance. Ese pensamiento me hace volver la cabeza hacia la oscuridad de la noche, replanteándome si alguna vez podremos dejar de vivir sin miedo a las consecuencias que nuestros actos pueden acarrear. Supongo que no.

Por su cara entiendo que, si bien me está diciendo una cosa, por su cabeza revuelan ideas totalmente contrarias a lo que sale por su boca, y me fijo en que ni siquiera me devuelve la mirada cuando elevo la voz. - Primero dejando que me acerque. No vas a solucionar nada resentido en una esquina. - Asevero con firmeza, cansada de repetir lo que ya tendría que saber de mano propia. - Y segundo, puede que no sea bruja, puede que no tenga una varita ni idea de como usarla, pero mis conocimientos médicos van más allá de los humanos, conozco sobre la medicina mágica casi tanto como la humana. - Cuando Allen aún seguía con vida, que aprendiera acerca de las ciencias mágicas conformaba la mayor prioridad, puesto que de entonces vivíamos en un tiempo donde mi vida se basaba en aparentar ser algo que no era. El conocimiento sobre los distintos usos medicinales en la magia era algo que, pese a que también lo hacía por interés propio, servía como tapadera. - Si estás esperando a que Seth dé con la fórmula correcta, con dos personas será más fácil. - Dos o las que hagan falta, estoy segura de que Arleth ya ha echado una mano en más de una ocasión.

- No es mentirte a ti mismo, Ben... Es aceptar que por mucho que creas estar solo en esto, no lo estás. - Alego con gesto compungido, observándole con la aflicción expresada en unos ojos que piden que deje de abatirse por algo que no ha escogido, y que, por mucho que hubiera querido, era imposible evitar. Su pregunta me toma por sorpresa, así como también lo hace su caricia sobre mi piel, a lo que respondo cerrando los ojos para poder centrarme en ese gesto, ignorando solo por un momento de tranquilidad que aún no he contestado a su demanda. - Porque me importas tú, Ben, me importa como te encuentras y las razones por las que te sientes de esa manera. Me molesta que no cuentes con nadie más que con ti mismo, y me repatea que ni siquiera te pares a pensar en que hay gente que te quiere, independientemente de lo que eres. Y al mismo tiempo te odio porque me has dado lo que creía que no necesitaba. - Para cuando hablo mis ojos ya están abiertos, analizando sus rasgos bajo la escasa luz del lugar, además de ser consciente de como mi tono de voz va decayendo a medida que voy hablando, no sé si por temor a decir lo que siento en voz alta o por que realmente esos sentimientos significan algo para mí, algo que hasta día de hoy me había negado a sentir. - No esperaba que lo hicieras, tampoco espero que lo olvides, pero por favor, deja de comportarte como si tuviéramos un motivo para odiarte. -  Suplico en apenas un murmullo.

Puedo advertir la frustración en su cuerpo ante el suspiro que provoca que mi frente se pegue a la suya en un gesto que, si bien no estaba esperando, agradezco mentalmente que tenga lugar. Desde esa posición solo alcanzo a ver sus labios moverse mientras continúa hablando, aunque acierto a levantar la mirada para comprobar que mantiene los ojos cerrados. Inconscientemente mi mano se dirige a la parte posterior de su cuello, acariciando su nuca bajo el pelo rizado con la misma tranquilidad en que se ha convertido mi respiración sobre la suya. - No hay nada que debas sentir, no me arrepiento de haber estado allí, y tú tampoco deberías avergonzarte por ello. - Digo antes de que pueda sentir sus labios fusionarse con los míos durante un segundo y sin darme cuenta de lo mucho que había echado de menos esa clase de afecto hasta ahora. Mi mano contraria pasa a rozar su mejilla con la base de mis dedos, aprovechando la cercanía entre nuestros cuerpos para poder disfrutar del olor de su piel. Asiento levemente con la cabeza como respuesta a sus últimas palabras con cuidado de no interrumpir la calma del momento. Segundos después paso a acariciar el contorno de sus labios, aunque no tardo en intercambiar ese contacto por un beso que alargo todo lo que la falta de respiración me permite.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
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Al menos entiende mi broma y la regresa, a pesar de que sé que una parte de ella quiere golpearme porque, vamos, al fin y al cabo terminé por conocerla. Su lista de opciones me deja un instante silencioso, en especial porque no esperaba que otorgase su ayuda a algo como la matalobos; quizá siempre he estado subestimando las atenciones de Alice a quien, a pesar de verla como una buena doctora, jamás he considerado como lo médico de cabecera.  He pasado demasiado tiempo con Seth como esa opción como para siquiera considerar la idea, pero ahora que ella lo menciona me siento ligeramente avergonzado y me encojo vagamente en mi lugar. Quizá sea una estupidez, pero es lo que me nace — Si quieres pasar horas con Seth frustrado a tu lado… — le advierto. Sé que su relación no es la mejor, pero nunca me he preocupado en hacer preguntas al respecto.

Esa declaración me es inesperada, lo suficiente como para sentir que mi estómago se achica y se expande en una fracción de segundo, haciéndome sentir por un momento patético en mi propia desgracia. Abro la boca con la intención de hacer alguna broma al respecto, casi sugiriendo que lo único que necesitaba era sexo, pero me silencio a mí mismo al darme cuenta de que no puedo guiarme por mi acostumbrada forma de ser ahora mismo. He sido injusto con Alice y su cariño, lo suficiente para avergonzarme. — También te quiero — le respondo, a pesar de saber que no fue exactamente eso lo que salió de sus labios; el mensaje fue el que yo recibí y una parte de mí, entre todo, lo agradece.

Quiero decirle que debería arrepentirse, pero sé que hacerlo equivale a escuchar como se queja de mí y de mi terquedad, así que no hago más que conformarme con ese asentimiento de la cabeza que creo, debería dar punto final a nuestra pelea. Jamás tendremos el mismo punto de vista y posiblemente sea mejor así. Sus labios demandan los míos con una mayor necesidad que antes, obligándome a reaccionar por inercia y besarla como no me había dado cuenta que extrañaba hacerlo. Mientras sus manos se enroscan en mi nuca, las mías se apresan a su cintura y acarician su pelo, echándolo vagamente hacia atrás para evitar que algún mechón se interponga entre nosotros. Por alguna razón que desconozco de momento, una risa desganada me brota entre el beso interrumpiendo el contacto, ese que retomo solo un segundo al dejar un ligero contacto entre nuestros labios — No he besado a nadie en las torres desde que era un adolescente — le termino confesando en un murmullo declarador, acariciando con suavidad el contorno de su cuello — Ya sabes, esas épocas donde mi mayor preocupación y milagro era poder besar a una chica — cómo han cambiado las cosas. No, jamás he sido un niño normal; a la edad de Beverly mi vida ya era un desastre derrumbado y al llegar al catorce, a pesar de mi libertad, no me sentí como los demás por culpa de la licantropía. Pero esos tiempos, en cierto modo, fueron los más felices que puedo recordar después de esas épocas donde los Franco vivíamos todos juntos en el cuatro. Cuando Seth y yo corríamos por el bosque tratando de recolectar frutas para ganarle al resto en nuestra propia carrera mental, o escuchar a Echo quejarse de absolutamente todo lo que hacíamos, o cuando descubrimos el lago que en invierno se congelaba tanto que podíamos patinar. No sé en qué punto fue que empecé a sentir el peso pesado de las cosas.

Levanto mi cara para poder rozar su frente con mis labios en el camino a apoyar mi mejilla contra su cabeza, encontrándome con la necesidad de estrecharla entre mis brazos a modo de consuelo, más para mí que para ella. Cierro los ojos con fuerza para no derrumbarme, tratando de evitar el quiebre que he estado tragándome por semanas a pesar de que el temblor de mi cuerpo lo demuestra y me delata — Lo siento — suelto en un farfullo — No soy ni la mitad del hombre que las personas por aquí creen que soy… bueno, a excepción de mi padre — él sigue creyendo que tengo diez años — No quería que tengas que lidiar con estas cosas. Ni siquiera tienes por qué — me obligo a soltarla, forzando una media sonrisa que no llega al resto de mi rostro — ¿Qué te parece tomar de ese termo? Me vendría bien algo caliente ahora.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No puedo evitar soltar una risotada ante la leve mención de Seth, rodando los ojos hacia atrás en un gesto que demuestra la estupenda relación que tenemos entre los dos. - Vamos, ambos sabemos que esa no sería la única ocasión donde tendría que soportar a Seth frustrado. - Porque de alguna manera, mis conversaciones con este siempre acaban con alguno de los dos molesto por cosas que el otro dijo. Aunque tengo que admitir que desde que paso más tiempo con Ben he tratado de establecer una tregua de paz con Seth, más por la relación de amistad que tienen entre ellos dos que por mi propio beneficio. Al menos ya no tengo que preocuparme de devolverle las pullitas que lanza cada vez que nos ve juntos.

Mi primer impulso cuando de su boca salen esas palabras es fruncir el ceño con desconcierto, hasta que me doy cuenta de que pese a no haberlo dicho exactamente de esa manera, era lo que quería expresar. Permito que me atrape entre sus brazos de forma cariñosa, a pesar de que aún tengo una extraña sensación en el cuerpo tras esa declaración, sin estar muy segura de si seré capaz de volver a decir algo así en voz alta, pero en ese momento me dejo llevar por la cercanía de su cuerpo y acabo por admitir que no podría sentirme mejor entre sus caricias. Deslizo las manos por su cuello al mismo tiempo que me contagia su risa poco después de esa confesión, mientras mis dedos extendidos bajan hasta su pecho en un intento de permanecer cerca de él. Me muerdo el labio inferior manteniendo mi mirada en los suyos, descubriendo lo mucho que le había echado en falta en apenas unos días. - Bueno, si te sirve como consuelo yo ni siquiera lo había hecho, aunque no tengo problema en repetirlo si eso te hace sentir mejor. - Bromeo en una risa floja que deja en claro que hasta este momento no me había sentido avergonzada por ello. Tampoco es como si hasta entonces me hubiera preocupado por ese tipo de afecto y si vamos al caso, tampoco hay mucho donde escoger en el distrito. - Las preocupaciones van aumentando a medida que vamos madurando, aunque no estoy muy segura de que esto último nos esté afectando todavía. - Digo al final con gracia, desviando lo que podía ser un tema desastroso hacia un terreno donde solo tenemos que burlarnos de nosotros mismos y de las estupideces que cometemos a diario.

Puedo escuchar su corazón latir de forma arrítmica cuando poso mi cabeza sobre su pecho, al igual que siento el movimiento de su pecho hacia arriba y hacia abajo en una serie de respiraciones temblorosas, lo que me incita a rodear su cuerpo con mis brazos en un intento de calmar su estado, a pesar de ser mucho más delgada y menuda en comparación. Niego con la cabeza con delicadeza, y bastante más despacio que si no hubiera estado apoyada en él para hacerle ver que no tiene nada que sentir, aunque en el fondo sé que mis intentos van a pasar inadvertidos. - Creo que esa es la visión que tienen los padres de sus hijos, por mucho tiempo que pase, él siempre te verá como el crío que soñaba con ser un pirata. - Algo que he podido comprobar con Murphy es que con los años cada vez crece más deprisa, lo cual no deja de demostrarme con sus continuos enfados hormonales de adolescente. Para mí siempre será la misma niña, tenga los años que tenga. - Ya te lo dije, Ben, me preocupo por ti, ¿qué debería de hacer entonces?, ¿dejar que te hundas en tu propia miseria? - Por como ha actuado estas últimas semanas era lo único que le quedaba por hacer después de haber alejado prácticamente a todo el mundo de su lado. - Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad? No importa cual sea la situación. - Declaro al final en un tono extremadamente bajo, esperando que incluso bajo el ruido del viento se me escuche.

- Ya estamos otra vez con ese dichoso termo. - Resoplo divertida ante el culpable de que cambie de tema cada vez que no quiere hablar de algo, hinchando las mejillas de aire un segundo a la par que ruedo los ojos, casi sacudiendo la cabeza inconscientemente. Me deslizo fuera de la manta en busca de su mochila, encontrándola a escasos centrímetros de nosotros teniendo en cuenta el limitado espacio de la torre. Le tiendo el termo con la cabeza ligeramente ladeada antes de obligarle a deslizarse conmigo y sentarnos en el suelo, tenemos toda una noche larga para estar de pie. - No creas que te he perdonado el haberme dejado en vela toda la noche de ayer, vas a tener que recompensarme o quizás me plantee que pases la noche de año nuevo con las gallinas. - No es más que un reproche amistoso que me saca una risa entre que me aparto el pelo de la cara como consecuencia del ligero viento que nos choca.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Se me escapa una ligera risa porque sí, lo sé, Seth es una de esas personas que se frustran con facilidad. Es triste decirlo, pero quizá esto era lo que necesitaba: bromas y algún que otro mimo. Su comentario de la falta de besos en la torre me hace soltar un “pf” falsamente dramático, picando por un momento sus labios con los míos — ¿Madurar? Creo que me he saltado ese momento de mi vida. Es como que los años fueron pasando y no me he acostumbrado a la edad que se supone que tengo que tener — es todo una ironía o una paradoja. Cuando era niño fui forzado a actuar como un adulto y ahora, a los treinta años, siento que me he estancado. Mis amigos no es como que me ayuden a ser alguien maduro, de todas formas.

No recuerdo cuándo fue que le dije exactamente que alguna vez en mi vida temprana había pensado en dedicarme a la piratería, pero que recuerde ese detalle me hace sonreír vagamente para mí mismo. Era un Ben muy diferente, cargado de pecas y cachetes, con un parche casi tan grande como su cara y las patas muy cortas para poder ser de palo, aunque la espada de madera no se veía nada mal; tenía dibujos de piedras preciosas y todo. Al menos ahora el bigote sería real y no un dibujo mal hecho con carbón — Hubiera sido una buena vida — confieso a modo de desganada broma. Al menos tendría un enorme barco, tesoros y cosas por el estilo y no una pila de frustraciones en su lugar.

Decirle que me deje morir en mi miseria es una idea tan tentadora como melodramática, así que balanceo mi cabeza de un lado al otro para dejarle bien en claro que lo estoy considerando hasta que lo que dice me hace bufar por lo bajo — Lo sé. Solo que a veces la idea de meterte en algunas cosas me parece algo injusto. Tú no tienes por qué soportar mis penurias — no es mi madre, ni mi hermana, ni mi esposa. Elegimos estar juntos en esta extraña manera, pero no me considero una persona fácil para tolerar.

Su queja por el termo me saca la risa más honesta de la noche a pesar de no ser precisamente una carcajada, haciendo que baje mis ojos a mis pies por un breve momento de vergüenza y disculpa. Acomodo la manta para que no caiga al suelo cuando ella se mueve y me veo obligado a sentarme en el suelo, rodando los ojos y pasando una vez más el abrigo sobre sus hombros para que no se me congele en medio de la noche — Lo siento mucho. Si te sirve de consuelo, solo he saludado a mi familia de paso y me fui a dormir al sofá de Seth — quien, a su vez, cuenta como familia así que es lo mismo. Sé que no es excusa y me siento culpable, así que mientras agarro el termo con una mano utilizo la otra para acariciar su rodilla y luego tomarle la mano, estrechando nuestros dedos — Las gallinas y yo ya estamos muy acostumbrados los unos a los otros — le digo con ligera gracia, soltándola solo para poder destapar el termo. Bebo un poco de café del pico y me saboreo, disfrutando de su cálido sabor al pasarme por la garganta y se lo tiendo — ¿Tuviste una buena Navidad? — la verdad es que la comida navideña en el catorce siempre es compartida, pero como yo apenas me pasé un momento por allí, no tuvimos la posibilidad de hablar y luego no regresé a la cabaña — No soy bueno con los regalos. No se me da bien absolutamente nada que pueda hacer con mis manos y no es como que aquí haya tiendas, aunque… — me estiro lo suficiente para tomar mi mochila y hurgo dentro de ella hasta tocar el envoltorio, que saco con cuidado — Había considerado dártelo hace unas semanas, pero no estaba seguro...

Era un regalo mal envuelto, eso era obvio, en especial porque la envoltura era papel de diario, ese que recolectamos para saber las novedades de NeoPanem cada vez que ingresamos. Pero en su interior, al menos, se encuentra una novela, una de esas clásicas historias de aventuras de cientos y cientos de páginas que hoy en día no consigues en ningún lado, al menos que hurgues en las casas abandonadas y en ruinas como yo hago en busca de cosas que puedan sernos de utilidad — No lo leí, pero me gustaron las ilustraciones y parecía interesante — admito, encogiéndome de hombros y volviendo a cerrar mis manos alrededor del termo que vuelvo a sacarle para que pueda ver su regalo con tranquilidad — Es un libro muggle. La casa estaba demasiado alejada  en las afueras del doce y por lo visto nadie había habitado allí hace tiempo, así que… bueno, digamos que se salvó de ser quemado. Creí que te gustaría tener con que entretenerte —  Le sonrío con suavidad, acercándome lo suficiente para besarle la mejilla de modo cariñoso, lo cual tomo como un gesto sumamente subnormal considerando que viene de mi parte — Feliz Navidad. Si te parece una mierda se lo damos a Beverly para que deje de leer novelas porno. Quizá debería haberte regalado una de esas para poner ideas en práctica — bromeo, sacudiendo la cabeza y volviendo a beber. No sé si esa niña es mía, pero estoy seguro de que sus gustos no hacen más que afirmar que Eowyn podría haberla concebido sola sin problemas.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Acepto ese pique cariñoso sobre mis labios elevando las mejillas, pero sin llegar enseñar los dientes, casi entrecerrando un poco los ojos en respuesta a ese gesto. Se me escapa algo parecido a un ruido jocoso que sale de lo más profundo de mi garganta, como si quisiera reírme pese a que no puede calificarse como una risa.  – No me sorprende si tenemos en cuenta que la mayoría de los adultos aquí tuvimos que madurar demasiado deprisa. – No es como si hubiéramos tenido la oportunidad de crecer en un entorno favorable y en ocasiones las circunstancias te obligan a comportarte de forma madura. De mi adolescencia solo recuerdo actuar como una persona mucho más mayor a la edad que tenía, aunque la mayor parte del tiempo tampoco sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Apenas le doy un ligero codazo para elevar los ánimos que han decaído intensamente en los últimos segundos. – Pero solo por el alcohol. – La cara de inexpresividad ni siquiera me da para mirarle de manera seria porque me río ante mi propia broma, a la espera de sacarle una sonrisa a él mismo para que no dé tanta pena por reírme de mi propio chiste. – Fue malísmo, lo reconozco. – Nunca se me dieron bien las bromas si vamos al caso, siempre he sido de las personas que esperan a cachondearse antes que de las que realmente dan para qué mofarse. Pero entonces es cuando vuelve a lo que llevamos dándole vueltas toda la noche y solo puedo rodar los ojos, aún con una leve mueca en el rostro. – ¿Por qué tienes que ser siempre tan cabezota? – Murmuro moviendo las manos en dirección a su cuello como si quisiera estrangularlo, es demasiado terco como para darme la razón en algo que sé que la llevo, por lo que acabo conformándome con dejar el asunto zanjado ahí.

Me acomodo en el suelo, apoyando parte de mi peso en su hombro al igual que mi cabeza, mientras que un pequeño bostezo se cuela por mi boca. Hago un ademán con la mano para restarle importancia al asunto de la cena, aunque me hace gracia el comentario sobre el sofá de Seth lo suficiente como para soltar un suspiro divertido. Acaricio con la mano que me queda libre del agarre entre nuestros dedos la palma de su mano para después llevármela a los labios y dar un beso breve sobre ella. – No dudo en que las gallinas te encuentren de lo más atractivo. – Bromeo. Nunca me gustaron del todo esas aves, son demasiado sosas y parece que el único propósito de estar en ese mundo es para picarte los pies y los dedos de las manos. El sabor amargo del café me hace poner cara rara durante los segundos que tarda el líquido en llegar al estómago cuando le pego un sorbo al termo, aunque agradezco que me ayude a mantener los ojos abiertos y la mente despierta. Asiento con la cabeza a la par que elevo un poco los hombros en un movimiento sumamente infantil, de manera que me reincorporo estirando el torso hacia arriba. – No estuvo mal, Bev cantando villancicos a pleno pulmón en medio del salón fue la mejor parte de la noche, y Arleth preparó unas galletas que apenas duraron cinco minutos en la mesa. Aunque conseguí guardarte algunas, las llevo en la mochila por si en algún momento te entra el apetito. – Termino la frase con una semi sonrisa, Ben y comida son palabras que suelen ir siempre en la misma frase.

Le observo entrecerrando los ojos desde mi sitio, no muy segura de a qué se refiere con eso de que no es bueno haciendo regalos, nunca le pedí nada. Le sigo con la mirada mientras busca en su mochila hasta que descubre algo envuelto en papel de periódico, lo que me hace mirarle con cara de sorpresa y vergüenza a la vez. Hace tiempo que no me preocupé por recibir regalos y nunca he sabido bien que expresar cuando alguien piensa en mí de esa manera. Lo que pienso lo deben de decir mis ojos por la forma que tengo de mirarle a los ojos con pura curiosidad, mientras escucho con atención lo que dice. Cuando tengo el paquete en mis manos al principio no sé que hacer, no sé por donde empezar a desquebrajar el envoltorio pese a no tener mucho refuerzo, por lo que al final acabo por tirar de una esquina. Acaricio la superficie dura de la portada del libro antes de abrirlo por la primera página con cuidado de no romperlo. – Gracias… – Parecerá una tontería, pero ese detalle me abruma de tal manera que soy incapaz de decir nada más por unos minutos. – De veras, no tenías por qué, yo ni siquiera te compré nada. – Lo cual suena tremendamente ridículo teniendo en cuenta que en el 14 no se compra ni se vende nada. – Muchas gracias. – Repito tras haberme girado hacia él y besado en un segundo sus labios.

Su estúpido comentario hace que me ría por lo bajo y pose el libro sobre mis piernas, para después sujetar su cara entre mis manos con diversión. – Oh, ¿de verdad estás tan necesitado como para que tenga que usar consejo de una revista? – Digo a modo de broma, acercando su rostro al mío lo suficiente para volver a besar sus labios, esta vez demorándome un poco más en disfrutar de su sabor antes de sonreír sobre ellos y separarme con delicadeza. Vuelvo el cuerpo y la cabeza hacia el libro para hojearlo con más detalle, analizando las páginas hasta fijarme en que se trata de un ejemplar que contiene distintos cuentos. Paso unas cuantas hojas, mirando por encima el título de algunos hasta que me topo con uno que me llama la atención. – Apropiado, ¿no crees? – Doy unos golpecitos sobre la página que pone ‘Alicia en el país de las maravillas’ girando la cabeza en su dirección antes de volver los ojos al libro con una extraña nostalgia. – Era mi cuento favorito cuando era niña. El resto de historias siempre me resultaron demasiado empalagosas para ser verdad, todo eso de esperar a que apareciese el príncipe para salvar a la princesa me hacía reír. Alicia nunca dependió de nadie para salir de la madriguera. – Me aparto un mechón de pelo de la cara arrastrándolo detrás de mi oreja y sonrío. – Aunque puede que solo me gustara por llamarnos de la misma manera. – Confieso y suelto una risotada. Esa manía que tenemos cuando somos niños de querer ser alguien importante, o de parecernos a alguien que lo es.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No sé que me da mas risa, si su intento de hacer un chiste, sus obvias y falsas intenciones de ahorcarme o ambas — Si no fuese un terco remendado no sería yo. ¿No crees? — le pregunto — Siempre ha sido parte de mi encanto — inflo mi pecho como si me estuviese dando aires hasta que acabo de deshincharlo con un suspiro que es acompañado de una risita. Permito que ella se acomode contra mí, frotando mi mentón contra su pelo y hago una ligera mueca que parece una sonrisa veloz cuando ella besa mi mano en un gesto tan natural que me resulta de lo más extraño. No he tenido una verdadera relación amorosa en… bueno, creo que nunca exactamente, de modo que algunos gestos para conmigo siguen siendo un misterio y un enorme asombro — Lo sé, los gallos me tienen una envidia tremenda — le sigo la corriente, revoleando mis ojos como si estuviese diciendo algo obvio hasta reír. Que estúpidos.

La descripción de la Navidad no me asombra en lo absoluto y río suavemente ante la imagen mental de Beverly torturando a todo el mundo con sus ladridos, esos que le pedí más de una vez que intente mejorar diciéndole “sutilmente” que debería practicar canto si tanto le gusta — ¿Sabes? Cuando tenía como cinco o seis, Bev encontró unas viejas revistas de Eowyn y vino a decirme que deseaba ser una “pop star” — remarco las comillas en el aire con mis dedos con aire divertido — Me volvió loco por una semana y hacía shows encima de la mesa, así que no me dejaba comer. En una ocasión tropezó con un bol de comida y me dejó sin cenar porque la comida escaseaba — en ese momento quise matarla, pero recordarlo ahora me hace mover la cabeza en un gesto pensativo y nostálgico, tratando de no reírme tan fuerte de ese recuerdo. Lo de las galletas, por otro lado, hacen que le pellizque una mejilla en un burlesco modo cariñoso — ¿Cómo es que me conoces tan bien? — le pregunto, a pesar de que de verdad suelo tener esa duda — Eres fantástica, Al.

Mi voz se interrumpe por un bostezo y apego mis manos al termo en lo que ella parece querer matarme por darle un regalo, o eso sospecho por su mirada aunque no digo nada. Mordiéndome los labios, espero a que termine de “desenvolverlo”, en especial porque soy amateur en todo esto y me vendría bien que me diga que no la he pifiado tremendamente. Me quedo quieto, observando sus leves movimientos, hasta que el agradecimiento me hace sonreír y sacudo una mano — No lo hice para recibir algo a cambio. Solo creí que te gustaría — le explico, moviéndome apenas para poder ver mejor el libro, aunque su beso me interrumpe, haciendo que lo devuelva de modo torpe al tratar de seguir hablando — Quizá algún día te lo robe, a ver que tal.

Su comentario jocoso me hace reír entre sus manos, dejando que me sostenga para aprovechar ese beso que disfruto con extraña alegría, una muy diferente a las emociones que siguen ocultas en alguna parte de mi pecho — Bueno, no lo sé, han pasado semanas — bromeo siguiéndole el juego, murmurando contra sus labios antes de darles un suave mordisco que “curo” con un nuevo beso pequeño — Quizá en este tiempo te has olvidado de cómo se hace y necesitas recurrir a la magia de las páginas para cachondos— sacudo la cabeza, revoleando un poco los ojos con graciosa redención. Nunca podré sacarle ese lado a Beverly, ni aunque lo intente.

Me acomodo rodeando sus hombros con un brazo y manteniendo el termo contra mi pecho con la otra mano, ladeando un poco la cabeza para ver el cuento que me señala — Siempre me pareció una historia algo delirante. Cuando era niño me causaba impresión — confieso. Lo siguiente me hace reír con ella, reconociendo esa sensación de vínculo que todos los enanos tienen en algún momento de la infancia — Al menos tenías con qué identificarte. Mi cuento favorito era Aladino y la lámpara mágica, todavía no sé bien por que — en un gesto que no sé de donde me sale, dejo un beso en su mejilla y voy descendiendo, apoyando apenas mis labios en un recorrido de su cuello a su hombro incluyendo arriba de la ropa, posiblemente en un intento de brindarle el cariño que le he negado — Aunque sé muy bien que hoy tendría tres buenos deseos que pedir. Uno sería calefacción — bromeo. Sé que ambos estamos seguros de que de tener un genio de la lámpara, pediría cosas un poco más grandes. Cuando levanto los ojos hacia ella en la poca distancia, aprovecho a observar sus facciones un segundo, sabiéndola más bonita que de costumbre — ¿Puedo hacerte una pregunta, Al? — murmuro — ¿Eres feliz aquí en el catorce?
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Me miro los pies asintiendo levemente con la cabeza y mostrando una sonrisa diminuta, dejando en claro que a estas alturas ya me he acostumbrado a su terquedad. – Ese y otros cuantos. – Murmuro en relación a sus encantos y aprovecho que estamos hablando de eso para acercar una mano a su oreja y acariciar con mis dedos el pelo que la cubre. – Me gustan tus rizos y su incapacidad para mantenerse quietos por mucho que te peines el pelo, como frunces el ceño sin darte cuenta cuando estás concentrado en algo, y el brillo en tus ojos cada vez que algo te agrada. – Podría pasarme la noche entera enumerando los pequeños detalles que he podido advertir en el tiempo que hemos pasado juntos, pero su chiste sobre los gallos me hace reír de forma baja y apenas audible.

Pese a no sentirme sorprendida ante las ocurrencias de una pequeña Beverly, no puedo evitar soltar una risa en un intento de imaginarme la situación. – Casi es una suerte que haya decidido centrarse en otras cosas, aunque si no fuera por las Redford creo que moriríamos de aburrimiento. – En el catorce no nos podemos quejar de entretenimiento. La risa se apaga hasta no quedar más que una sonrisa cargada con un poco de lástima al pensar en que ninguno de los niños ha crecido para llegar a ser lo que una vez soñaron de pequeños. Podría sentirme culpable por eso, pero pensar que vivimos en un mundo donde ni siquiera se les daría la oportunidad de aspirar a lo que desean ser me hace entender que es mejor lo que tienen ahora. – Solo me fijo en los detalles. – Digo en lo que sonrío ante ese gesto cariñoso y también por ese cumplido que me lanza. – O también podría simplemente haberlo adivinado, ¿a quién no le gustan las galletas? – Es esa manía que tengo de no saber cómo aceptar un cumplido lo que hace que me ría a medias tras soltar ese comentario desinteresado.

Continúo pasando un par de páginas más del libro antes de volver a cerrarlo con cuidado para dejar la lectura para más tarde. – Igualmente, es un detalle que te hayas molestado por mí, y ya sabes que puedes cogerlo cuando quieras. – Termino de decir cuando menciona lo del robo a modo de chiste. Sus dientes en mis labios provocan que me relama como si quisiera mantener su sabor sobre mi boca, segundos antes de sacudir la cabeza de un lado a otro con lentitud, rozando su nariz con la mía en el intento. – Tendremos que ponernos a ello cuanto antes si crees que se me ha olvidado, ¿no crees? – Y me beneficio de que estamos bromeando para devolverle la mordedura en una de sus mejillas de manera cariñosa y superficial.

Me acurruco bajo su brazo en un intento de ponerme en la posición más cómoda. – Pero eso era lo divertido, era tan disparatado que cuando era niña ni siquiera me di cuenta de que probablemente el sombrerero echaba algo más que té y azúcar en la taza y de que la oruga estaba más emporrada que Eowyn en sus momentos de meditación. – Y casi le pego un zape flojo cuando tacha de delirante a mi cuento favorito, pero no se queda en más que un amago amistoso y un alzamiento de mis cejas como si estuviera retándolo a que vuelva a meterse con mi infancia. – La inocencia de cuando éramos niños es algo que siempre echaré en falta. – En especial porque estuvimos forzados a crecer demasiado deprisa, los cuentos de alguna manera resultaban una forma de escapar de la realidad por unas horas en las que podía volcar mi mente a las historias de hermanos que dejan rastros de pan y brujas que envenenan manzanas. – ¿Y los otros dos? – Murmuro con curiosidad, permitiéndome el cerrar los ojos durante el tiempo que dura el contacto de sus labios sobre mi piel.

Asiento con la cabeza con lentitud ante su repentino interés, aun manteniendo los ojos cerrados, pero su pregunta me hace abrirlos y mirarle un segundo con el ceño fruncido, antes de volver la mirada al frente y apoyarme sobre él de nuevo. – Sí, pues claro. – Murmuro sin más, aunque tras un tiempo en silencio vuelvo a alzar la voz. – No digo que sea el sitio donde me quedaría de vivir en libertad, pero dadas las circunstancias supongo que tenemos que conformarnos, ¿no? – Levanto la cabeza hacia él como pidiendo su aprobación, hasta que me doy cuenta de que no he respondido del todo a su pregunta. – No he tenido la oportunidad de quedarme en el mismo sitio lo suficiente como para llamar hogar a algo, el dos, Europa, luego el capitolio y ahora el catorce. Creo que me he acostumbrado a tener que cambiar de lugar pasado un tiempo, me gustaría poder reconocer alguno de esos sitios como hogar, pero no puedo. – No puedo porque cada uno trae más desgracias que el anterior, razón por la que no podría decir que soy feliz en el sentido total de la palabra, no sabiendo que el catorce podría no durar. – Pero sí, dentro de lo que cabe soy feliz, ahora más que antes. – Termino por decir, apartando la mirada para encogerme bajo su cuerpo como si estuviera pidiendo protección ante mis propias palabras.
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Consejo 9 ¾
Hay muchas cosas que me espero de Alice, pero que enumere algunos “encantos” míos no es una de ellas. Levanto mis ojos hacia ella con mis cejas ligeramente tensas hacia arriba por la sorpresa, sin saber muy bien qué reacción tomar hasta que dejo salir la risa — Creo que eres la primera persona que me analiza tanto. No hubiese creído ser digno de tu atención — intento sonar algo pomposo y burlesco, pero una parte de mí se siente halagada. ¿Quién lo diría? Por otro lado, no puedo decir que podemos llamar “suerte” a los intereses de Beverly si nos fijamos por donde se suele ir, aunque coincido a lo del aburrimiento con un asentimiento bastante efusivo de la cabeza — No lo sé. ¿Hay alguien tan endemoniado? — y pongo mi mejor cara de espanto, esa que abre mucho los ojos y sacude la cabeza echándola un poco hacia atrás como si nadie pudiese tener la horrenda idea de rechazar galletas.

Con mi nariz rozando la suya suelto una risa, moviendo mis cejas y ladeando mi rostro un poco con obvia picardía — Bueno, podríamos ir considerando lo de estrenar la torre. A que esa no es una idea que ponen en las revistas — dejo caer, tratando de no delatar la risa que me estoy aguantando sin mucho éxito, lo que me hace bajar la vista con una risita entre dientes que se mezcla con un resoplido — Lo siento, jamás he aprobado la parte de “seducción” en la vida — y creo que las pocas veces que lo he hecho no ha sido intencional.

Acurrucado contra ella en el espacio de la torre, se me escapa una carcajada que de seguro se escucha en el distrito cuando se pone a hablar de lo fumado que era el cuento de Alicia, haciendo que achine los ojos y eche la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la madera — De algún lado sale el dicho “que la inocencia les valga— le digo todavía divertido, mordiéndome el labio inferior cuando intento dejar de reírme — Ese tal Lewis Carroll posiblemente sea un antepasado muy lejano de Eowyn — es triste pero la idea hasta tendría sentido. La siguiente pregunta me toma por sorpresa y me pongo a pensarlo, dándole golpecitos a mis labios con el pico del termo mientras suelto un “mmm” — Una ciudad toda equipada y bien lejana donde poder vivir. Y una cama muy caliente con comida lista para desayunar… ya sabes, todas esas cosas que no nos podemos dar el lujo de tener. Como las malteadas con chispas de chocolate — se lo digo como si estuviese confiándole el secreto más íntimo de la vida, hablando con la boca ligeramente cerrada y una mueca divertida, a pesar de que los dos sabemos que desearía cosas más profundas de ser posible. Sin embargo, hablar de las cosas que añoro no viene nada mal en este contexto.

No emito ninguna palabra mientras escucho lo que me tiene que decir aunque parezca que tiene que acomodarse las ideas, lo que hace en voz alta aparentemente — Han pasado años. ¿Todavía no sientes que sea tu hogar? Quiero decir… — me relamo como intentando encontrar las palabras — Cuando te levantas todas las mañanas y ves las casitas…. Ya sé que no tenemos lujos o negocios o lo que sea, pero aunque seamos una pequeña comunidad, llega a sentirse como casa. No es lo mismo para mí el catorce que el cuatro, pero se está bien — siempre diré que el cuatro es mi hogar, pero a falta de posibilidades de vivir allí, el catorce es aceptable. La aprieto contra mí cuando se acomoda y sonrío, moviendo la cabeza para poder besarle la mejilla — Es porque antes te quejabas demasiado — le digo en chiste, rozando mi nariz por su mejilla hasta su frente, donde me detengo — Y siempre tenías esta cara — me alejo solo para que pueda ver la expresión que pongo, frunciendo el ceño y torciendo los labios en un exagerado puchero hasta que rompo en risas — Es broma. Pero me alegro que al fin estés disfrutando de lo que tenemos, aunque ahora la nieve nos congele hasta los mocos. Y después te atreves a decir que yo soy el cabezota…  — le pellizco el mentón para levantarle el rostro y sonreír sobre sus labios, entornando mis ojos al clavarlos en los suyos — Perdona si estoy tomando un atrevimiento pero creo que por eso te gusto tanto. Necesitabas a alguien que te lleve la contraria — presiono mis labios contra los suyos un momento, tomando el aire hasta que me separo con un ruidito por la rapidez — ¿Le has contado a alguien? — es una pregunta que no me esperaba que salga de mí, así que me muestro algo confundido por mi propia culpa. No sé bien qué es lo que hay que contar, tampoco lo hemos estado escondiendo; el otro día la he besado en pleno puente al regresar de recolectar algunas frutas y habían varias personas por la zona dando vueltas, que tanto lío.

El ruido de un ave me toma por sorpresa y hace que levante la vista hacia el cielo despejado. Doy un sorbo al termo y lo apoyo en el suelo entre los dos, soltándola para volver a ponerme de pie, estirando un poco mi cuerpo y más que nada, mis piernas, que son demasiado largas para este sitio. Me acerco al borde y me apoyo, chequeando mejor el paisaje que se supone que tenemos que vigilar en lugar de estar meloseando como dos adolescentes que son incapaces de dejar de manosearse — Gracias por tomarte la molestia de hablar conmigo esta noche — le digo, tendiéndole la mano para que se ponga de pie conmigo — Pero hay una cosa que sí me gusta de ser hombre lobo. ¿Ves esas montañas? — las señalo a lo lejos, pasando la otra mano por su cintura para ponerla cerca de mí y poder indicar con mayor facilidad en su punto de vista — Tienen de los mejores paisajes que he visto alguna vez y solo las he explorado en busca de sitios para transformarme. Hay cascadas enormes y flores de toda forma y color — quizá la estoy aburriendo con todo esto, pero de todos modos no le doy mucha importancia para poder ir hacia el punto que estaba buscando — Algo bueno se saca de todo. Incluso de las borracheras de una noche.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Su reacción ante mis comentarios sobre su atractivo me hace imitar la manera en la que alza las cejas, como si de alguna forma pudiera esperar esa risa que pronto sale de sus labios. En ese momento me siento ligeramente ridícula, por lo que termino por rodar los ojos sacudiendo la cabeza con desgana. – Que me pase ignorando al noventa por ciento de la población no significa que no repare en sus peculiaridades. Y técnicamente es tu culpa que me haya fijado en ti. – Salto en mi defensa como una niña, arrugando la nariz pese a saber que pretende decirlo con humor, hasta que me hace gracia la forma en la que dice lo de ser digno de mi atención y no puedo evitar soltar un bufido que simula una risotada. Realmente no sé qué es lo que tanto me atrae de él, puede que sea su forma de hacer una gracia de todo, su torpeza en momentos inoportunos o su irresistible atractivo en general, o quizás todo al mismo tiempo.

Tengo que taparme la boca con una mano cuando suelto una carcajada tan grande que por un momento creo que voy a despertar a medio distrito. Con la risa aún en mi boca me acerco a su rostro para soltar un silbido que casi parece propio del viento. – Vaya propuesta indecente, cuidado que Beverly no te oiga a ver si va a sacar conclusiones precipitadas. – Bromeo y sacudo la cabeza de un lado a otro sin apenas contener una actitud seria. – No, definitivamente no es uno de tus puntos fuertes. Mejor deja eso para cuando estés borracho. – El tono de mi voz delata que nuevamente estoy bromeando, dando unas palmaditas suaves sobre su pierna a modo de consuelo.

Asiento con la cabeza con una extraña sonrisa nostálgica, recordando por un momento otras cosas con las que disfrutaba cuando no era más que un moco, esas que por mucho tiempo que pase siempre recordaré por el hecho de haberme ofrecido pequeños momentos de felicidad. – Solo a Eowyn se le ocurrirían ideas tan disparatadas. – Acabo por coincidir, alzando mis cejas en lo que cruzo mis brazos sobre mi pecho de manera pensativa ante sus siguientes palabras. – Yo no sabría que pedir. Siempre tuve esa estúpida idea de que nadie hace algo por otro sin la intención de querer recibir algo a cambio. – Confieso, frunciendo ligeramente el ceño durante unos segundos antes de elevar los hombros en un gesto sumamente dudoso e imprevisto. Aunque por el libro que yace sobre mis piernas mi teoría se va un poco a pique, lo que me hace girar la cabeza hacia él y sonreír como si no le hubiera agradecido lo suficiente el detalle que ha tenido conmigo.

Me muerdo el labio inferior y paso a contemplar cómo se mueven las hojas al chocar el viento contra ellas desde nuestra posición, pensativa durante unos segundos en los que solo se oye ese roce entre los árboles. – No lo sé. No es por lo que no tengamos o lo que es evidente que nos falta, eso me da igual. Pero no quiero tener que aferrarme a este lugar sabiendo que hay algo que no termina de encajar. – Sé que suena pesimista, porque en el fondo aún no me he hecho a la idea de que llevamos muchos años sin que pase relativamente nada, pero las experiencias anteriores son algo que me acompañarán por el resto de mi vida y que, de alguna manera, también condicionan las decisiones que puedo llegar a tomar. – Pero claro que se está bien. – Declaro al final, permitiendo mostrar una leve sonrisa. Puede que a partir de ahora sea capaz de dejar atrás el pasado, poco a poco, y con el tiempo olvidar que no todo tiene por qué irse a la mierda.

Alzo una mano para acariciar la superficie de su pómulo cuando me besa la mejilla, ni siquiera esperando esa burla, lo que me hace apartar los dedos y echar hacia atrás mi pecho en expresión ofendida, abriendo la boca y los ojos como si no pudiera creer que se esté metiendo conmigo. El zape que antes me aguanté de darle se lo pego en esta ocasión sobre su abdomen, aunque de forma suave pese a que parezca que me lo voy a cargar con ese gesto. – Y aún así conseguí que te acostaras conmigo. – Bufo alzando el mentón en un falso enfado, sin poder defenderme al no poder negar que era así como me comportaba la mayor parte del tiempo. Mantengo mi rostro de indignación incluso cuando su mano sobre mi barbilla hace que levante la cabeza hacia él, a pesar de que sus palabras y el posterior beso me provocan una sonrisa sincera que acaba con todo el teatro. – Oh, sí, te encanta hacer eso. – Digo moviendo las cejas hacia arriba y rodando un poco los ojos a medida que suelto un suspiro. Murmuro un pequeño 'mmm’ antes de alzar la voz, tratando de recordar si alguna vez lo mencioné o si simplemente dejé que ellos mismos lo vieran. Acabo por negar con la cabeza. – Pierde la gracia si se lo andamos contando a todo el mundo, ¿no crees? – Puede que al principio lo ocultáramos más que antes, sobre todo cuando Ben intentaba besarme y había alguien delante, a lo que básicamente yo respondía poniendo caras, pero ahora ya es una costumbre que dudo mucho que el resto no haya notado. – ¿Lo sabe tu padre? – Pregunto con ligero interés.

Le observo desde abajo cuando se pone en pie, encontrándole más alto que de costumbre desde mi posición, aunque la perspectiva no es del todo mala. – Nah, solo lo hecho para que vuelvas a la cama conmigo, no te creas. – Digo con gracia en lo que poso el libro en el suelo sobre el trozo de papel y agarro su mano para ayudar a levantarme. Observo su rostro de perfil cuando me atrapa con su brazo durante unos segundos, antes de pasar a contemplar la zona que me señala. Entrecierro un poco los ojos en la oscuridad para divisar mejor las montañas a las que se refiere bañadas en la niebla de la noche. – Me alegra que le hayas sacado el lado positivo a esto, después de todo tú eres el único capaz de encontrar esos lugares tan maravillosos. – Murmuro, apoyando mi cabeza en el hueco de su cuello y casi acariciando su pecho como si fuera un gato. – Creo que solo las botellas dirían que acabaríamos así. – Y se me escapa un soplido cargado con una risa floja antes de recorrer su cuello y mejilla con besos suaves en lo que alcanzo su boca y beso sus labios.
Alice D. Whiteley
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