The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Después de haberme enterado de lo que pasó en aquella gala benéfica a la que Arianne y yo decidimos no asistir, he pasado todavía más mis días yendo del trabajo a casa y nada más, sin salir del Distrito 4 excepto para ir al Wizengamot. En realidad no es solo por el ataque terrorista tan grave y escalofriante que hubo, sino también porque la conversación que tuve con mi mejor amiga, esa en la que me confesó ciertas cosas de su infancia que nunca imaginé, me descolocó demasiado y, ambas cosas sumadas, me han dejado sin ganas de salir. Además, el frío invernal tampoco ayuda, así que, en mi día libre del sábado, acabo apalancado en el sofá, con la chimenea puesta y estudiando documentos del trabajo para el lunes. Nos esperan unas semanas duras de juicios para buscar a los culpables de la masacre del pasado 1 de diciembre.

Para cuando decido tomarme una pequeña pausa, esta consiste en enterrar la cabeza entre más papeles porque estoy preparándome para probar de sacarme la licencia de conducir. No quiero llegar a los treinta y tres años y seguir a base de trasladores y del hoverboard que tengo desde los diecisiete años. Llevo un tiempo "ahorrando" para comprarme un coche volador. Y digo "ahorrando" porque siempre he tenido el dinero por todos los galeones que me llevé al salir de los Juegos, pero de lo que no disponía era de tiempo para estudiarme todo lo necesario para sacarme la licencia. Al menos ahora que he decido ser un poco ermitaño, he solucionado eso. Por otra parte, mi madre ha salido a comprar para la comida de Navidad porque se ha empeñado en preparar mi plato favorito, por mucho que le haya dicho que no era necesario, así que tengo la casa para mí solo.

Por un momento estoy tan centrado en los papeles aburridos que casi ni me entero de que alguien pica al timbre. Si no fuera por los ladridos de mi perra corriendo hacia la puerta y poniéndose en modo defensivo, probablemente habría tardado más en escuchar los timbrazos. Con desgana, dejo los documentos encima de la mesa del comedor porque no tengo ganas de que mi mascota se los coma al estar en un sitio bajo y accesible para ella (lo peor es que no sería la primera vez, por desgracia), y abro la puerta. Antes de ver ver de quién se trata, me planteo que quizá es Arianne, que quiere hablar de las comidas navideñas y de quién va a casa de quién y qué día. — ¿Qué vendes? ¿Galletas o recaudas algo para un proyecto escolar de Navidad? — Mi primer pensamiento al ver a la adolescente mirándome es que quiere que le compre algo, porque suele ser lo típico en estas situaciones. Y aunque normalmente suelo ser más agradable y simpático, hoy no es mi mejor día. Prefiero acabar cuanto antes con lo que sea que quiera y volver al interior de la casa; hace frío y no tengo ganas de ponerme malo.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
El viento, junto con mi propia respiración fría, me congela las mejillas mientras camino por las calles del distrito cuatro. Mis manos se encierran en los bolsillo de mi chaqueta apretando con fuerza el pequeño papel escondido en uno de mis puños, como si de alguna manera fuera a escaparse si lo libero de la presión que ejerzo con mis dedos. De vez en cuando lo saco para comprobar que no me he saltado el número de la dirección, o simplemente para asegurarme de que las letras escritas con mi propia pluma siguen ahí. La verdad es que a medida que doy un paso hacia delante, la incertidumbre que de repente me abarca me hace dar tres hacia atrás, por lo que llega un momento en el que se me ocurre pensar que quizás debería haberme planteado esto mejor.

No pertenecer a nadie, o más bien, no importarle a nadie, me ha hecho darme cuenta de lo mucho que odio tener que convivir con personas que sufren lo mismo que yo, cuando en mi caso ni siquiera debería sufrirlo. Quiero decir, siempre he sabido que era adoptada porque mis padres nunca me lo ocultaron, a día de hoy no sé decir si hubiera sido mejor que lo hubieran hecho, pero no puedo simplemente vivir sabiendo quién es mi padre. No es como si mi existencia fuera a hacer un enorme cambio en su vida, me abanonó una vez, ¿por qué va a ser diferente ahora? Lejos de ser mi padre biológico, si la responsabilidad de tener una hija no le llamó lo suficiente como para quedarse con ella, unos papeles que aclaren que existo no van a hacerle cambiar de opinión. O quizás sí, quizás algo en su vida le obligó a deshacerse de mí, como en las películas donde los padres ocultan a sus hijos que son agentes secretos solo para protegerlos. Esa opción suena más esperanzadora que el hecho de no ser más que un simple error.

Me tomo más tiempo del que debería en comprobar que la puerta es la que debe ser, antes de acercarme con dedos temblorosos y tocar el timbre después de titubear durante varios minutos si no me estaré adelantando. Como sea la puerta se abre mucho antes de lo que mi cerebro es capaz de asumir, por lo que cuando veo la figura morena aparecer tras la puerta, abro la boca con intención de hablar, pero ninguna forma de sonido sale de ella. En cambio, me quedo embobada mirándole como si estuviera hablando en otro idioma, cuando en realidad su pregunta no se sale de la normalidad. En ese momento recuerdo que no tengo ningún discurso preparado para excusarme de por qué estoy aquí. Probablemente sea esa la razón por la que permanezco callada, deseando por un segundo que vender galletas fuera el único motivo por el que he venido.

- No. - Respondo con una voz grave y jocosa que sale desde lo más profundo de mi garganta. No sé por que de repente esta situación me vuelve tan incómoda y nerviosa, no es como si tuviera algo que perder o mucho que ganar, ni siquiera sé con las expectativas con las que pretendo salir de esto, o si acaso tengo alguna. - Eh... Soy Maeve. - Murmuro como si eso fuera suficiente motivo para que me deje pasar. - Tú debes de ser Jasper Davies. Hace un frío que pela aquí fuera, ¿puedo pasar? - Eso ya suena más a algo que diría yo en un momento como este, a pesar de que decir su nombre en voz alta me produce un ligero escalofrío por todo el cuerpo. Antes de que se lo piense y me cierre la puerta en las narices por creer que no soy más que una vagabunda, aprovecho que soy más pequeña que él para escabullirme en el pequeño hueco que deja. - ¿Tienes perro? - Suelto para cortar la tensión en cuanto veo al animal en la esquina, sin saber muy bien que debería esperar de esa pregunta.

Mis ojos revolotean por lo que puedo observar del interior de su casa, sacándome con una mano el gorro que cubre mi cabeza y pensando en como narices voy a sacar el tema sin que parezca una mentirosa que solo busca interés. - Mmm... Bueno, supongo que te estarás preguntando que tiene que ver contigo una adolescente salida de la nada. - En lo que hablo dejo que me cuelgue la mochila de un hombro para abrirla y sacar unos cuantos papeles que le tiendo al aire debido al espacio que se ha formado entre nosotros. - Ahí tienes la razón por la que estoy aquí. Si querías deshacerte de mí no tendrías que haber puesto tu nombre en los papeles. - Y no sé por que utilizo un tono molesto en mis palabras porque hasta ahora, yo no lo he importado, ¿por qué debería importarme él a mí? A diferencia de él, mi madre fue un poco más lista y solo dejó su trabajo como tapadera. Supongo que siempre te piden algo a cambio de que abandones a tu bebé, ¿no?
Maeve P. Davies
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Me pilla un poco desprevenido que me diga que no está aquí para vender galletas porque no se me ocurre para qué otra cosa puede venir alguien de su edad. Tampoco me esperaba que me fuera a decir su nombre, y mucho menos que supiera el mío. He cambiado tanto en los últimos quince años, que estoy acostumbrado a que con el tiempo la gente haya dejado de reconocerme por ser el superviviente del desastre que fueron los primeros Juegos Mágicos del mandato de Jamie Niniadis. Ni siquiera sé cómo alguien tan joven puede saber quién soy, porque si no me equivoco al intentar deducir su edad, para cuando salí de los Juegos debía de ser un bebé o incluso no haber nacido todavía. — ¿Cómo sabes mi nombre? — Porque a estas alturas lo que me ha dejado más estupefacto es que me reconozca, no que se haya plantado en la puerta de mi casa por razones que ni conozco. Sin embargo, la chica pasa de responder a mi pregunta y directamente opta por entrar en el interior de mi casa sin dejarme tiempo ni para responderle que me dé explicaciones de qué quiere antes. No puedo evitar rodar los ojos antes de cerrar la puerta y girarme para mirarla. Después, le hago un gesto con la mano para que pase al salón.

Mi vista recorre su aspecto y me sorprende ver que no parece alguien del Distrito 4. No es que tengamos un sello que nos caracterice o algo por el estilo, pero la economía en este distrito es más alta como para llevar la ropa que ella lleva. Los pocos críos que he visto alguna vez en el 4 suelen llevar algo de ropa más... ¿cara? ¿con más estilo? No lo sé, porque no entiendo de moda, pero desde luego que un gorro como el suyo no lo he visto entre los jóvenes de por aquí. — ¿Eh? — Estoy tan centrado en intentar analizar la ropa que lleva que siento que me he perdido algo porque no sé qué dice de mi perra. Hasta que la veo mirándola y entiendo de qué habla. — Sí, es una hembra. Se llama Gina — respondo al final, pero al momento me siento como un estúpido porque no quiero hablar de mi mascota, sino de qué está haciendo aquí y de qué quiere. Y sobre todo por qué sabe quién soy.

Como si me hubiera leído la mente, Maeve empieza a sacar unos papeles de una mochila diciendo varias cosas a las que no le encuentro sentido. No es hasta que cojo los papeles, con el ceño notablemente fruncido, como si eso me fuera a servir de algo, cuando comprendo lo que quiere decir. — ¿Deshacerme de ti? — Porque si entiendo bien los papeles, y creo que sí porque a pesar de toda la rareza del momento la comprensión lectora me funciona con normalidad, es mi hija. Pero es una hija que ni siquiera sabía que existía. Por un momento me planteo la posibilidad de que esos papeles mientan y de que su madre biológica pusiera mi nombre simplemente por dinero, pues viendo la fecha de su nacimiento, nació unos meses después de que yo saliera de los Juegos Mágicos con demasiados galeones para una vida. — ¿Estás... — empiezo a preguntarle que si está segura de que sea cierto lo que pone en los papeles, pero luego reconozco esos ojos. Desde luego que no son los míos, pero sí que tiene los de mi madre e incluso se parece a ella cuando era más joven, según algunas fotos que vi hace años. Obviamente no es una copia exacta porque en algún lado tiene que estar la genética de su familia materna, pero sí que se da un aire a la mía.

No llego a acabar la pregunta que iba a hacerle, sino que acabo tirándome en el sofá, todavía con los papeles en la mano e intentando asimilar la gran bomba que acaba de soltarme. — ¿Por qué has venido a buscarme ahora, después de quince años? — Obviamente no iba a venir siendo un bebé, ¿pero no podía haberse puesto en contacto conmigo antes? — Ni siquiera sabía que existías — digo en un tono de voz más bajo, como si hablara conmigo mismo, pero lo suficientemente alto como para que me escuche. — ¿Dónde está tu madre? — Porque o ha tenido una rabieta de adolescente y se ha escapado para ir a buscarme, o finalmente su madre ha desistido y le ha dicho quién soy. O cualquier otra cosa porque el abanico de posibilidades es demasiado amplio. Lo que me lleva a la gran pregunta de quién es su madre. Como acabo de preguntarle por ella y ni siquiera sé qué más decir, acabo releyendo los papeles un par de veces más para dar con la respuesta de oro. La primera vez lo había leído tan rápido y solo me había centrado en mi nombre, así que ni me había dado cuenta de que son unos papeles de adopción y que, por ende, no vive con su madre biológica tampoco. Y la única pista que tengo de ella es su profesión.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Giro la cabeza en dirección de la perra para ver como me observa con la desconfianza que me esperaba, teniendo en cuenta que no soy más que una extraña para sus ojos, el mismo efecto que tengo en los de su amo. Como si ese pensamiento me hubiera tirado minutos, vuelvo mi mirada hacia Jasper y me encojo de hombros en lo que murmuro la primera palabra que se me ocurre. - Mola. - Por un momento siento esta situación tan surrealista que hablar de su mascota es la única forma que tengo de asimilar que frente a mí tengo a una de las personas que me dio la vida. Hubiera dejado que ese comentario metafórico me nublara el cerebro de nostalgia de no ser por que agarra los papeles y se pone a leerlos en segundos que a mí me resultan horas.

Paso mi mirada de él al salón para dejarle que lea con tranquilidad, o al menos con toda la que pueda conseguir ante una noticia como esta, pero a cada hoja que pasa no puedo evitar alargar el cuello inconscientemente en espera de su reacción.  Por alguna razón, la seguridad con la que he llegado se desvanece para dejarme mirándole con ojos de cachorrito abandonado sin ni siquiera tener la intención de hacerlo, sino más bien como un arma que utiliza mi cerebro cuando me resigno a asentir con la cabeza. - ¿Por qué iba a mentir sobre algo así? - Murmuro cuando estoy segura de saber lo que pretendía decir antes de callarse. Aunque se me ocurren varias personas que estarían dispuestas a mentir sobre quienes son solo para tener un futuro asegurado, quiero creer que esa no es la razón por la que me he arrastrado hasta aquí, básicamente escapándome del sitio donde vivo.

Por ganas me hubiera dejado caer en el sofá con la misma pesadez que utiliza él, pero siento mis pies pegados al suelo y los músculos de mis piernas incapaces de moverse, por lo que decido mantenerme de pie hasta que alguna parte de mi cuerpo responda. - Porque eres lo único que me queda. - Hasta yo misma me doy cuenta como suena eso a mejor película de drama de la historia, lo que me hubiera hecho reír de no ser por el silencio tenso que hay en el ambiente. - Yo tenía una familia, ¿sabes? Antes de que se los llevaran por acusaciones que ni siquiera comprendo. - Como estoy segura de que me es mucho más difícil decirlo en voz alta que asimilar los verdaderos hechos, le arrebato los papeles de las manos en lo que me dejo caer a su lado, aunque no demasiado pegada a él. Paso las hojas con rapidez hasta que encuentro la que quiero, esa donde explica por qué los servicios sociales tuvieron que hacerse cargo de mí, y se la enseño. - Si no te busqué antes no fue porque no quisiera conocerte, sino porque no te necesitaba. - Creo que lo más duro de mis palabras son su veracidad y no ellas en sí, aunque ni siquiera trato de excusarme por ello.

Que no supiera que existía me hace fruncir el ceño e irme con el cuerpo un poco hacia atrás como si no comprendiera a qué se refiere. - ¿Cómo no ibas a saberlo? Tengo quince años, sé como se hacen los bebés. - Hasta ese momento no me doy cuenta de lo joven que parece en comparación con la supuesta edad que debería tener un padre responsable, lo que me deja caer que ni siquiera tuvo la intención de tenerme. - Oh... - Digo en cuanto me percato de lo que todo esto significa, incluso antes de atreverme a preguntarle si no soy más que una equivocación en su agenda. El corazón se me hace un puño y mis hombros se encogen en sí mismos como resultado de un hecho que, aunque podría habérmelo esperado, confiaba en que no fuera verdad. - Esperaba que tú pudieras responderme a eso. - Escupo en tono defensivo ante la pregunta sobre mi madre, aún con las cejas fruncidas y un evidente aire molesto. - ¿Acaso sabes quién es? - Las palabras salen de mi boca antes de que pueda pararlas. - ¿Llevabas la juma de tu vida o es que entra en tu lista de hobbies ir por ahí acostándote con cualquiera? - Por la forma en que me levanto del sofá doy a entender que he oído suficiente y que estoy dispuesta a olvidarle incluso si eso significa volver a mi mierda de vida.
Maeve P. Davies
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Opto por no responder cuando me pregunta que por qué va a mentir. No creo que ella mienta porque, para empezar, los papeles de la adopción dejan bien claros que soy su padre biológico. No obstante, también es normal que yo en un principio haya dudado sobre lo que dice. Quiero decir, en esa época, para mi desgracia, era alguien relativamente famoso. Y rico, sobre todo eso. Durante varios años era conocido como "el pobre adolescente que sobrevivió a la masacre de los Juegos Mágicos pero que al menos había ganado galeones para una vida y más". No sería raro que alguien hubiera intentado sacar provecho de eso. Pero por otra parte, tampoco tendría sentido que vinieran ahora, después de quince años, a reclamarme dinero, y mucho menos que sea la pobre niña quien venga. Es por eso por lo decido no comentar nada al respecto y guardarme mis pensamientos para mí solo. No sé muy bien cómo tratar con adolescentes, para empezar, pero creo que de fácil no debe de tener nada... especialmente si ese adolescente es tu hija que, hasta hace escasos minutos, ni siquiera sabías que existía.

Escuchar todo lo que dice sobre que antes tenía una familia me desconcierta todavía más, si es que es posible. No termino de comprender a lo que se refiere, y por un momento me planteo que quizá es que a sus padres adoptivos les ha pasado algo. Y algo grave por lo que dice. — ¿Por qué? ¿Dónde está tu familia adoptiva? — cuestiono finalmente, con la mirada fija en ella, aún intentando hacerme a la idea de que esa joven es mi hija. Siendo sincero, nunca imaginé que sería padre, sobre todo después de la adolescencia y juventud que pasé. Al menos ha llegado en una etapa más tranquila de mi vida, por mucho que me duela que hayan pasado tantos años. Por otra parte, quizá tenerla a ella habría sido lo que necesitaba para centrarme cuando salí de los Juegos. Decido omitir la parte de que yo me dedico a la justicia porque soy del Wizengamot, por si no lo sabe y le da por acusarme sobre temas políticos de que sus padres hayan sido arrestados, si es que se refiere a eso. — Entonces soy solamente un segundo plato, ¿no? — Mi tono de voz es un poco sarcástico. Comprendo lo que quiere decir, pero que diga que hasta ahora no me había necesitado me duele más de lo que quiero reconocer. Me alivia que tuviera una buena familia para que yo no le hiciera falta, pero sus palabras me resultan dañinas. No sé si era lo que pretendía pero es lo que consigue.

— Pues espero que tardes en ponerlo en práctica... aunque yo no sea el indicado para hablar — murmuro por lo bajo. No tengo ganas de ser abuelo tan joven, por mucho que no sepa si es porque es una cría todavía, o si es porque me he perdido toda su vida y me gustaría poder retroceder en el tiempo y recuperar esos momentos perdidos. — Mira, voy a serte sincero, ¿de acuerdo? — Es una pregunta retórica porque no espero que me responda, pero me llevo las manos a la cabeza y cierro los ojos, reflexionando sobre cómo abordar el tema y explicarle todo, antes de seguir hablando: — Ya sabes, por lo que pone en esos papeles, que fui el vencedor de los primeros Juegos Mágicos de Jamie Niniadis. Pero lo que no sabes es lo que tuve que pasar al ver a chicos morir ahí dentro. — A día de hoy, algunas de esas imágenes aparecen en mis pesadillas, pero sobre todo hay una muerte que me impactó más que el resto. — Tenía una amiga ahí dentro y murió quemada frente a mí. No fue la única pero era con quien mejor me llevaba. — Eso y que estaba empezando a sentir algo más que una simple amistad por ella. — Estaba en un estado paupérrimo cuando salí, así que durante unos meses decidí refugiarme en el alcohol. — No estoy orgulloso, pero le he prometido que le contaría la verdad. — En una de esas noches, acabé con tu madre biológica.

Intentar saber quién es su madre no hace más que provocarme un ligero dolor de cabeza, y acabo releyendo otra vez los papeles, intentando encontrarle sentido a quién puede ser cuando solo tengo la pista de que se dedica a la medimagia. De un momento a otro, la idea de quién es me viene de golpe a la mente, aunque tampoco puedo garantizarlo al cien por cien. El mirar a Maeve me hace pensar incluso más que sí que lo es, porque pone la misma expresión que ella cuando ambas me juzgan en sus pensamientos. Probablemente ni la recordaría si no hubiera ido al Distrito 6 hace un par de meses, pero la misma Talysa fue quien me atendió. Y teniendo en cuenta cómo me miró, ambos recordábamos aquella noche. Aun así, las palabras que salen de mi boca son todo lo contrario: — No, no sé quién es. Pero si averiguo algo, te lo diré. — Aunque crea saber quien es, tampoco estoy del todo seguro, así que prefiero ahorrarle un posible chasco. Además, ella sí que sabe que tenía una hija porque, sin consultarme, decidió abandonar a Maeve. Tenemos que tener una conversación.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Me encojo de hombros cuando pregunta por mis padres en un movimiento que deja claro que no me resulta agradable hablar de ello, sobre todo teniendo en cuenta que no queda nada de la vida que llevaba hace unos meses. Porque a pesar de que parece que han pasado años desde que los detuvieron, en realidad no hace un par de meses que todo lo que conocía se vino abajo. - Encarcelados, muertos... Qué sé yo. - No es como si tuviera idea de lo que les hacen a los supuestos traidores a la sangre, y tampoco es como si nadie hubiera tenido el detalle de comentarme su destino. Una de las razones por las que odio ser adolescente es que los adultos apenas te toman en serio, mucho menos si acabas de perder a tu familia y no eres más que un problema más del que el gobierno tiene que ocuparse. Vuelvo a realizar el mismo gesto que hace unos minutos cuando dice lo del segundo plato, sin asentir con la cabeza pese a que por mucho que intente disimularlo, sí, no es más que eso. - No tuve opción a que fueras el primero. - Digo lanzándole una mirada de desconfianza. Probablemente esté haciendo mal echándole toda la culpa a él, pero no voy a negar que si hubiera encontrado el nombre de mi madre en primer lugar en vez del suyo, quizás ella hubiera sido la que se la hubiera llevado. Así que vuelve a ser su culpa que se esté ganando el sermón de adolescente hormonal.

- ¿Te parece un buen momento para bromear? - La verdad es que no me parece un comentario apropiado en esta situación, mucho menos después de haberme enterado que yo misma soy fruto de una noche esporádica. - Como te he dicho tengo quince años, y con más sentido de la responsabilidad que tú cuando eras joven, al parecer. - Le recrimino de mala manera después de haber soltado un bufido que recarga toda la sala de un obvio aire incómodo. Es casi como si no supiera como reaccionar ante la noticia de que tiene una hija, aunque muy en el fondo, tan profundo que no lo quiero admitir, el hombre me da pena. Yo tampoco sabría como actuar ante una noticia de tal calibre, pero creo que el hecho de que sea hombre le hace tener mucho menos tacto a la hora de tratar con adolescentes. A pesar de que me levanto del sofá con la intención de salir por el mismo sitio por el que entré, cuando dice que será sincero mi cuello se estira en su dirección antes de suspirar y cruzarme de brazos de manera desinteresada, como si en realidad nada de lo que vaya a decir va a hacerme cambiar de opinión, lo que no está muy lejos de ser verdad, pero una explicación es con lo menos con lo que me puedo ir.

A medida que habla me doy cuenta de lo poco que conozco acerca de él o de como fue su vida. Obviamente sé que fue un vencedor de los Juegos porque es lo que ponía en los papeles, pero a qué se dedica, cuales son sus aficiones, que le gusta hacer en su tiempo libre, nada de esas cosas las conozco, lo que me vuelve a recordar que jamás tuve la oportunidad de hacerlo, ya sea por su error o por el de mi madre biológica. Yo no tuve la culpa de nada de eso. No trates de justificar tus acciones solo por creer que lo que te pasó es suficiente para abandonar a tu hija, fueran las circunstancias que fueran. - ¿Tuvo una experiencia horrible? Sí, no puedo imaginarme lo que tuvo que ser ver morir a tantos chicos, menos si una de ellos significaba algo para él. ¿Estaba borracho? Probablemente, pero a donde quiero llegar es a que yo no tuve nada que ver con ninguna de esas cosas. - ¿Qué se supone que tengo que hacer yo con esa información? ¿Hacer como si nada? ¿Olvidar que para ti no soy más que un daño colateral de tus equivocaciones? - O quizás lo único que pretende es que su pasado le excuse de los quince años que no ha estado ahí.

- Olvídalo, no te he importado a ti, ¿por qué iba a importarle a ella? - Murmuro restándole importancia al hecho de que quiera parecer como que le interesa mi madre. Venir aquí fue un error, hubiera preferido vivir toda mi vida creyendo que tenían una excusa mejor que el alcohol antes de conocer que soy una hija no deseada. - Está claro que los dos estábamos mejor sin habernos conocido. - La manera en que escupo las palabras me duele hasta a mí, pero no puedo dejar que se vea que me afecta cuando el sentimiento no es mutuo. Me acerco para agarrar los papeles que aún están en sus manos después de haberme llevado mi gorro de punto a la cabeza. De todas formas ya estoy metida en un lío por lo que casi es mejor que desaparezca del mapa igualmente, al fin y al cabo, las familias que pretenden adoptar siempre se llevan a los bebés antes que a una adolescente. Y nadie quiere algo que ya se ha devuelto.
Maeve P. Davies
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Lo que comenta sobre sus padres adoptivos me hace pensar todavía más que definitivamente están acusados de algún delito político. Sé que todo está más alerta desde el juicio de Sebastian Johnson y, sobre todo, desde el atentado terrorista de hace unas semanas en la gala benéfica. Pero incluso así, y trabajando en el Winzengamot, no tengo ni idea de qué es lo que pueden haber hecho. Además, por su manera de hablar, no tiene pinta de que haya sido algo de hace poco días... creo. — ¿Puedes darme más información sobre el caso? Sus nombres y cuándo les arrestaron — comento. — Tengo algunos contactos y podría indagar para ver si están bien — añado. Definitivamente hablarle de mi trabajo es algo que ahora mismo descarto totalmente. Lo último que quiero es que me vea como a uno de los culpables, aunque pueda ser incluso así porque yo mismo podría haber estado en el juicio. Se merece saber qué ha sido de ellos, y si algún día podrán volver a casa con su hija. Sí, con su hija, porque aunque naciera gracias a mí, nunca he podido ejercer como su padre. Es una carga que siempre llevaré encima, pero es la pura realidad.

No, desde luego que no es un buen momento para bromear, pero ese siempre ha sido mi punto débil: soltar cosas indebidas en el peor momento por culpa de los nervios. Y esas cosas básicamente son comentarios en broma que no vienen a cuento. Me lo han dicho muchas veces, sobre todo mi madre y Arianne, pero es algo que no puedo evitar. — Lo siento. Tiendo a soltar cosas así cuando estoy nervioso y... — "es algo que con el tiempo verás". Aunque esas palabras casi salen de mi boca, me callo justo a tiempo para evitar meter todavía más la pata. Ni siquiera sé si quiere conocerme, o si solo ha venido a echarme en cara algo de lo que yo no tengo la culpa. Si hubiera sabido que existía, se habría criado conmigo, y no la hubiera abandonado, por muy mal que estuviera psicológicamente en esa época. — Oye, no me hables así — la corto antes de que siga viéndome como el culpable de todo esto. Pensaba que había dejado bastante claro que no sabía que existía, pero parece ser que no. O quizá prefiere ignorarme, quién sabe... Los adolescentes son complicados. Puede que legalmente no sea su padre ya, aunque nunca renunciase a mis derechos, pero eso no significa que pueda ir hablando así a un adulto.

A pesar de mi advertencia, la morena sigue hablando sin parar y, por un momento, siento la cabeza como si me estuvieran arreando un martillazo tras otro. Acabo en tal estado de embotellamiento mental, que llego a un punto en el que ni comprendo lo que me dice. Lo que sí que tengo bien claro es que dice que se va a ir, y en cuento me arrebata los papeles, me levanto del sofá de un salto. — Eve... — empiezo a hablar, tomándome la libertad de acortar su nombre y llamarla por las últimas letras, mientras agarro su brazo con cuidado para detenerla antes de que salga por la puerta. — No eres un daño colateral. — Puede que me haya perdido entre el monólogo de desahogo que ha tenido, pero eso sí que me había llegado al cerebro. — Si hubiera sabido que habías nacido, habrías estado conmigo — repito en voz alta esas mismas palabras que llevo diciéndome a mí mismo desde que me ha dicho que es mi hija. — Te pido que me des la oportunidad de conocerte, y de que tú puedas hacer lo mismo conmigo. — Me gustaría decirle que se quedase aquí, que no vuelva a donde sea que esté viviendo, pero no quiero pasarme del límite. Al menos no hasta ver que se ha tranquilizado un poco y que se le ha pasado esa especie de rabieta, o lo que sea que haya tenido.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Le miro con recelo desde mi posición sin estar muy segura de si debería tragarme su modesto interés por la situación de mis padres o si por el contrario no es más que una treta que utiliza para verle con buenos ojos. De cualquier manera, por muy buenas que sean sus intenciones, no le conozco. Su nombre y un pasado aclamado por la fama es lo único que sé acerca de quien es, ¿cómo podría fiarme de alguien al que acabo de conocer? Por mucho que sea mi padre biológico, no hay mucho que pueda hacer para cambiar las circunstancias en las que nos encontramos. - Sus nombres están en los papeles, al igual que la fecha en la que se los llevaron porque ese fue el mismo día que pasé a ser un problema del gobierno. De lo que les pasó después solo sé lo que me cuentan, no tengo más información y no es como si alguien estuviera dispuesto a dármela. - Lo triste es que a día de hoy tampoco conozco con certeza si la razón por la que les apresaron es la verdadera o no es más que una patraña que han decidido contarme para que deje de dar la vara.

Ruedo los ojos cuando se disculpa como si no me importara lo más mínimo, aunque tengo que admitir que el hecho de que tenga esa reacción me hace pensar en que yo también lo hago y la idea de que me parezca a él en ese aspecto hace que, de forma inconsciente, la tensión en mis brazos se relaje y los deje caer a ambos lados de mi cuerpo. Sin embargo, no lo reconozco en voz alta porque de alguna manera, eso me produce cierta inseguridad. - ¿Por qué? ¿Te molesta que te diga la verdad a la cara? - Es esta clase de comportamiento de la que la mayoría de profesores del colegio se queja, motivo por el cual paso más tiempo en el despacho del director que en mi propia clase. En ese momento, como en otros tantos, no me doy cuenta de que quizás me esté pasando, pero tampoco comprendo la posición desde la cual se defiende, por lo que mi trato hacia él sigue siendo desde un lado defensivo.

Mi primer impulso es soltar el agarre de su mano sobre mi brazo como si ese gesto me hiciera sentir atrapada, lo cual no está muy lejos de ser verdad dado que desde hace un tiempo, más bien toda la vida, no he pertenecido a nadie. - Es Mae-ve. - Le corrijo ligeramente enfadada por esa repentina confianza ante un nombre que probablemente ni siquiera escogió mi madre. La sospecha puede reconocerse en mi cara desde el fruncimiento de mis cejas y labios hasta la suspicacia que puede verse brillar en mis ojos, observándole como quien intenta descubrir la mínima mentira. - ¿Por qué debería creerte? ¿Cómo sé que no me engañas al decir que todo hubiera sido diferente de haberlo sabido? - Podría haber estado presente en una situación parecida más de una vez si como dice se acostó con mi madre en una noche de borrachera.

- ¿Qué te hace pensar que quiero conocerte? ¿O que quiero que me conozcas? Hasta donde yo sé no eres más que un alcohólico con demasiada poca vergüenza. - Reconozco la metedura de pata en mis palabras nada más salen por mi boca, mucho antes de que me dé tiempo a frenarlas, de manera que solo puedo quedarme quieta en mi sitio en silencio. - Lo siento. No debí decir eso. - Admito que la mayoría del tiempo desconozco cuando he hablado de más, pero esta vez no puedo hacer más que disculparme por un comentario que, si iba con mala intención, desde luego ni siquiera lo había pensado. - Me enfado y suelto cosas que no quiero decir, lo siento. - Como excusa es pésima, pero si tratara de explicarme mejor acabaría haciendo gestos inocuos con las manos y demasiado frustrada como para entenderme con claridad. - Supongo que no soy la idea de hija que tenías en mente. - Y no lo digo solo por la imagen que le estoy dando con mi mal vocabulario y mi obvio fracaso de saber cuando callar, sino por todo lo que aún tiene por conocer.
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Acortar su nombre es algo que me ha salido solo, no que haya hecho queriendo. Pero por su reacción, me apunto mentalmente hablarle con más cuidado y medir mis palabras para no volver a meter así la pata porque no me gusta que me hable de esta manera. Reprenderla no sirve de nada, sino que más bien lo único que consigo es que se enfade todavía más, así que opto por quedarme de brazos cruzados, en silencio. Tiene quince años, así que está en la peor etapa de su vida en cuanto a malhumor y, para colmo, sus padres han sido encarcelados y ella está en manos de los servicios sociales. Puede que me parezca una falta de respeto que se comporte así, pero por mucho que lleve mi sangre y sea un adulto a quien deba tratar con más educación, no soy quien para decírselo. Bastante que ya le he avisado una vez. — No puedo demostrarte cómo hubieran sido las cosas, así que no te queda más remedio que confiar en mi palabra — comento, todavía en la misma posición. — Y sé que seguramente no me creerás. Pero bueno, no sé cómo decirte que no sabía que existías, que tu madre biológica te dio en adopción sin mi consentimiento, y que nunca te habría abandonado porque sé lo que es estar alejado de tus padres — añado, sincerándome. La diferencia entre ella y yo es que yo me separé de los míos con el cambio de Gobierno, así que ya podía espabilarme un poco por mi cuenta porque era un adolescente. Aun así, eso no quita que fueran los peores años de mi vida.

El terremoto Maeve vuelve a atacar, e intento mantener la compostura mientras escucho todas y cada una de sus dañinas palabras; unas palabras que nunca imaginé que podrían hacer tanto daño. Me compadezco de mis padres ahora mismo por mis rabietas de crío y adolescente, la verdad. No es hasta que acaba de hablar cuando por fin dejo caer mis brazos, y sin decir nada al respecto, me siento otra vez en el sofá. A duras penas consigo escuchar su disculpa porque me ha dejado la cabeza atontada y porque he formado un escudo a mi alrededor para desconectar y evitar que me hiera más. Para colmo, me siento como un estúpido por permitir que me afecte cuando hasta hace una hora no sabía ni que existía. Sí, es mi hija, pero una hija que no conozco y a quien no sé cómo tratar.

Las palabras que consiguen hacerse un hueco entre mi barrera son las de que cuando se enfada, suelta las cosas sin pensar, y nada más escucharlo, no puedo evitar reír ligeramente. Es una risa más bien nerviosa, pero también sincera porque desde luego que me esperaba que dijera cualquier otra cosa. — Lo siento, pero es que creo que te pareces a mí más de lo que te gustaría. — Su manera de reaccionar me recuerda en exceso a la mía, aunque lo que me suele pasar a mí es que suelto cosas en los momentos menos apropiados. Que diga que no es la clase de hija que me gustaría es lo que hace que me vuelva a levantar del sofá, pero todavía manteniendo una distancia entre los dos. — ¿Por qué dices eso? Ni siquiera te conozco, así que no soy nadie para juzgarte. — Y precisamente por eso me gustaría conocerla y saber cómo es. — Además, los padres siempre se preocupan por sus hijos, independientemente de lo que hagan o digan. — Omito la parte que dice que también los querrán siempre porque ahora mismo lo único que siento por ella es una mezcla entre preocupación, curiosidad y pena. No soy un experto en paternidad por obvias razones, pero siempre he escuchado decir esa clase de comentarios. — Y respecto a lo de que piensas que soy un alcohólico... Te doy permiso para investigar toda mi casa y comprobar que no guardo ni una sola botella. — Es el único recurso que me queda para intentar que confíe en mí. Hace años que dejé de beber, y tan solo lo hago en alguna ocasión del estilo de eventos públicos, y tampoco siempre porque prefiero prevenir.
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Maeve P. Davies
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Mantengo cierta distancia mientras permanezco con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido, que va perdiendo su expresión de molestia a medida que dejo que su versión de la historia no pase desapercibida en mi cabeza, como lo hizo la última vez. De alguna manera, hace unos minutos estaba tan enfadada por el hecho de no haber cumplido con mis expectativas a la hora de descubrir las razones por las que me abandonaron, que ni siquiera me había permitido prestar atención a sus palabras, centrada únicamente en la falsedad de mi pobre interpretación de los hechos. - ¿Por qué? ¿Están muertos? - Nunca he tenido tacto, ni tan siquiera para aquellos temas que pueden considerarse sensibles a ojos de otras personas. Quizás debería haber omitido ser tan diercta y preguntar simplemente si no tiene familia, pero no puedo evitar mostrar cierto interés por un hombre al que apenas conozco y que visto lo visto, es mi padre. Es muy difícil que te den información sobre alguien del que no quieren que sepas, algo así como respetar la privacidad de los padres biológicos dicen.

Contemplo como vuelve a dejarse caer en el sofá preguntándome que es lo que se le debe de estar pasando por la cabeza cuando empieza a reírse de manera nerviosa. - ¿Se supone que eso me tiene que consolar? - Bromeo cuando menciona nuestros parecidos, tratando de relajar el ambiente entre nosotros con esa pregunta. Mentiría si dijera que no me interesa lo más mínimo descubrir en qué más cosas me asemejo a él, aparte de las obvias características físicas que pude comprobar nada más entrar por la puerta. Me encojo de hombros levantando un poco la mirada ante la diferencia de alturas cuando se pone en ipe, como si con ese gesto pudiera resumir años de peleas en el colegio, expulsiones del mismo y una lengua demasiado suelta. - ¿Decías que querías conocerme? Déjame demostrarte que valgo la pena si a cambio prometes no desaparecer otra vez. - ¿Desde cuando esta visita se convirtió en una oferta de ese tipo? - Puede, pero primero tienen que saber que existen. - Murmuro con una disimulada sonrisa intentando que no se note que, de alguna estúpida forma, ese comentario me ha dado un poco de esperanza.

Dejo que la mochila que me colgué del hombro cuando pretendía irme caiga al suelo a la par que descruzo mis brazos mientras doy una vuelta sobre mi misma con lentitud. Mis ojos vuelan por la habitación prestándole la atención que merecía cuando entré por primera vez, pasando después al pasillo y lo que me permite ver desde mi posición. - ¿Vives solo? ¿No estás casado ni nada por el estilo? - Mi mirada vuelve a posarse sobre él cuando formulo mis dudas, interesada por si su única compañía es la de un perro que, ahora mismo, me mira molesta por haber interrumpido la atención de su dueño. - ¿Tienes algo de comer? Me salté el almuerzo para venir aquí y probablemente me dejen sin cenar por haberme metido en un lío, me muero de hambre. - Por no mencionar que casi me cargo una ventana al salir porque, a pesar de que la puerta de entrada estaba abierta, la escena necesitaba un punto dramático.
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Siendo sincero, sería más sencillo responder que sí, que mis padres fallecieron hace años, que no explicarle la realidad. Ella directamente ha nacido en este mundo; un mundo en el que las relaciones entre humanos y magos están terminantemente prohibidas. No sé si dadas las circunstancias, podrá comprender lo que el cambio de Gobierno y la nueva Constitución significaron para mi familia. — No, es... — ¿Complicado? ¿Difícil de explicar? ¿O las dos cosas? Ni siquiera sé cómo empezar. — Ambos están vivos, pero mi madre es una humana y mi padre un mago — continúo, empezando directamente por el principio. — Cuando empezó el Gobierno de la Ministra de Magia, mi madre se encontraba en el Distrito 9, así que desde allí se la llevaron al Mercado de Esclavos y no supimos nada durante seis años. — Todavía me sorprende que tardase tantos años en encontrarla, pero fue porque estuvo pasando de diferentes casas, sirviendo como esclava. — Mi padre se marchó de casa para buscarla, y estuvo fuera de mi vida durante años. — Decido omitir la parte en la que yo entré a los Juegos Mágicos para ganar dinero y poder comprar a mi madre si algún día la encontraba, porque no quiero agobiarla con tanta información.

Su cambio de actitud me sorprende y a la vez me alivia. Tener la oportunidad de conocerla supone algo que no esperaba, porque pensaba que me odiaría de por vida y que no comprendería, al menos no ahora, que de verdad quiero hacer las cosas bien. Sé que nunca podremos recuperar el tiempo perdido, pero no quiero que eso sea así durante el resto de mi vida. — Te prometo que no desapareceré — le respondo con una pequeña sonrisa. Creo que pocas veces he estado tan seguro de algo. Ahora mismo ni siquiera me preocupa el tener que hablar con su madre biológica y decirle que sé que Maeve existe, y que por qué la dio en adopción sin consultarme. Ya tendré tiempo para planear esa conversación mentalmente después de las fiestas navideñas. Porque sí, pienso aprovechar ese tiempo, y si Maeve me lo permite, que venga a casa esos días. En algún momento tendremos que pasar tiempo juntos si de verdad vamos a conocernos.

Mientras va recorriendo la estancia con la mirada, aprovecho y guardo los papeles del trabajo que había dejado antes en la mesa, pero vuelvo a centrar mi atención en ella cuando me pregunta que si vivo solo. — No del todo. A veces mi madre está aquí, pero tampoco es siempre porque suelo darle permiso para que vaya a casa de mi hermano y de mi padre. — Es egoísta por mi parte tenerla aquí, así que sus visitas al resto de la familia suelen ser bastante recurrentes. En cualquier otro momento sería deprimente vivir con tu madre a esta edad, pero la nuestra no es una situación habitual ni corriente. — Suelo pasar bastante tiempo en casa de mi mejor amiga y ella aquí, pero simplemente tenemos una amistad — añado para dejarlo claro por si Arianne viene alguna vez mientras mi hija está, que bastantes confusiones han tenido ya mi madre y mi hermano con ese tema. Después, me dirijo a la cocina y saco la pizza que sobró de anoche para ofrecérsela. — ¿Seguro que quieres volver ahí? Quiero decir que... podrías quedarte aquí siempre que quieras. — No sé muy bien cómo funcionan los servicios sociales porque no suelo tratarlos demasiado, pues no es del todo mi rama de trabajo. Pero lo que sí sé es que no me hace ni pizca de gracia que esté en ese sitio, especialmente si de verdad son capaces de castigarla sin cenar.
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Mi boca forma una 'o' silenciosa por un momento pero acaba por salir un suave ohh cuando menciona que su madre es humana y su padre mago. Para ser sincera, he vivido toda mi vida al margen de la situación política del país, por lo que cuando me explica las diferencias entre sus padres y todo lo que eso supuso durante el cambio de gobierno para su familia, no puedo hacer más que mantenerme quieta en mi sitio, observándole con ojos curiosos. Las leyes nos enseñan que a ojos de los magos los humanos no son nada, que están incluso por debajo de los animales y criaturas, pero tengo que reconocer que jamás me preocupé por ellos porque mis padres nunca tuvieron esclavos ni intenciones de comprarlos. Todo esto es bastante nuevo para mí, sobre todo la abrumadora idea de tener abuelos. - ¿Seis años tardaron en encontrarla? Eso es mucho tiempo... - Lo último lo digo en un susurro apenas audible, sin saber muy bien que decir en una situación así. Son raras las veces en las que no se me ocurra algo que contestar, pero esta vez ni tan siquiera un 'lo siento' soy capaz de murmurar porque, al fin y al cabo, ahora están juntos de nuevo, ¿no?

No dejo que vea que se forma una pequeña sonrisa cuando afirma que no desaparecerá porque aún estoy de espaldas a él, y no sé si debería creerme sus palabras. Solo sé que en este momento, suenan demasiado bien en mi cabeza como para no disfrutarlas durante al menos unos minutos. - Y tendrás que recompensarme por todos los años que te has perdido. Con una piscina climatizada y donuts los domingos será suficiente. - Bromeo, esta vez girándome para mostrarle la risa de mi cara. Aunque lo digo en broma, en el fondo no estaría mal desayunar algo decente de vez en cuando. Por no mencionar que estaría tremendamente bien poder alardear de tener una piscina con las chicas con las que comparto cuarto. Se morirían de envidia.

- Me supongo que ella tampoco tiene idea de que existo, ¿verdad? - A pesar de que ya sé la respuesta, mi pregunta va más bien dirigida a la posibilidad de conocer a mi abuela. Y en caso de poder hacerlo, ¿le caeré bien? Bah, ¿desde cuando me ha importado a mí la opinión de los demás? Bueno, quizás desde que sé que tengo una familia a la que impresionar. Suelto una risa torpe cuando menciona lo de su amiga, encogiéndome de hombros ligeramente pero sin decir nada, algo a lo que no estoy acostumbrada a hacer. Le sigo hasta la cocina para después coger un trozo de la pizza que me ofrece y sin esperar dos segundos a que vuelva a hablar, me lo llevo a la boca. Estoy masticando un cacho cuando sus palabras llegan a mi cabeza sin ni siquiera esperarlas, atragantándome con la pizza a medio camino de mi garganta. Me apresuro a tragar tan rápido que incluso me hago daño al hacerlo, pero no importa porque solo puedo levantar la cabeza en su dirección con los ojos bien abiertos. - ¿Estás de coña? - Es lo primero que se me ocurre soltar mientras procedo a asimilar lo que me acaba de decir. - ¿Volver a ese sitio? No querría regresar allí ni aunque me ofrecieran una fábrica de chocolate. No tienes ni idea de como es ese lugar. - Termino de masticar antes de seguir hablando a carrerilla. - Allí nadie respeta tus cosas, las chicas con las que comparto cuarto son unas lagartas que te roban la ropa cuando estás en el baño solo por ser 'la nueva'. El brócoli debe ser la verdura favorita de la cocinera porque la pone en cada uno de sus platos, y, por si todavía no lo sabías, es asqueroso, ¿a quién narices le gusta el brócoli? Y las sábanas pican, además de que la cisterna del baño está justo pegando a mi pared y cada vez que alguien va se escucha como si estuvieras en las cataratas del Niágara, es imposible dormir con ese ruido. Por no mencionar el silbato a las seis de la mañana, ¿esa mujer nunca se duerme o cómo? Algún día acabarán por explotarle los pulmones, lo cual no estaría del todo mal porque así no tendría que escuchar ese maldito pitido espantoso cada día de la semana... - Me meto un trozo de pizza a la boca rápidamente antes de que se me ocurra seguir quejándome y acabe por asustarle. - ¿Ya te dije que hablo mucho cuando estoy nerviosa? -.
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Cuando reconoce que el tiempo que tardamos en encontrar a mi madre, su abuela biológica, fue demasiado, no puedo reprimir una ligera mueca. No era mucho mayor que ella cuando todo pasó porque para ser exactos, solo le sacaba un año, así que puedo entender por lo que está pasando... más o menos. Y digo más o menos porque en mi caso mi mundo se puso patas arriba, pero al menos sabía mi origen y conocía a mis progenitores. Ella ha descubierto de dónde es en realidad cuando le han arrebatado lo que ya conocía y con lo que ha crecido durante quince años. — Sí... Pero lo importante es que ya está con su familia, y algún día, cuando estés preparada, seguro que estará encantada de conocerte. — A veces me ha dado la lata sobre que quiere que le dé un nieto, y aunque sé que se emocionará cuando sepa que tiene una nieta, también sé que no es exactamente lo que esperaba. Yo tampoco imaginé que mi primer contacto con una futura hija sería así, pero eso ya no importa porque no hay manera de volver al pasado y recuperar el tiempo perdido. Solo nos queda el presente.

Una pequeña risa se escapa de mis labios con su comentario, y alzo la mirada hacia ella para guiñarle un ojo, siguiéndole la broma. — Lo de los dónuts dalo por hecho. La piscina ya me irás convenciendo. — Siempre me han inculcado que no hay que malcriar y darlo todo así como así, pero también he de decir que si me insistiera, probablemente acabaría aceptando. No sé para qué quiero el dinero si no es para casos así, sinceramente. Ya empleé lo necesario en encontrar a mi madre, y ahora mismo solo quiero gastar algo para comprarme un vehículo, nada más.

Cuando responde a mi gran pregunta, suelto todo el aire que había estado reteniendo sin ser consciente de ello. Me alivia muchísimo ver que no le parece mala idea y que no le importa quedarse aquí un tiempo. Ni siquiera me importa que legalmente hablando, no sepa muy bien qué debo hacer porque es algo que ya me pondré a ello e iré averiguando poco a poco. Lo que sí que me preocupa es que haya estado durante días, semanas o no sé cuánto tiempo, ahí, teniendo en cuenta las condiciones en las que parece estar ese sitio. — No tienes ni idea del peso enorme que me acabas de quitar de encima porque no me quedaba tranquilo mandándote de vuelta allí — suelto mis pensamientos en voz alta. — Supongo que debería hablar con los encargados y comunicarles la decisión. Tú quédate terminándote la pizza, y luego te llevaré a tu dormitorio — añado mientras camino hacia la puerta para subir al segundo piso. — Te prometo que las sábanas no picarán. — Trato de soltar cosas así para romper un poco más el hielo. Después, subo a la segunda planta con los papeles de la adopción en la mano para ver la dirección y mandar a mi patronus con un mensaje, con el pensamiento de que Maeve se parece más a mí de lo que en un principio había pensado. Mañana ya me presentaré allí en persona.
Jasper E. Davies
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