The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Drowning the sorrows in alcohol

Arrastró la botella por la mesa, acercándola más a ella, y haciéndola girar en sus manos; llevándola de una de sus manos hacia la otra y regresando una y otra vez en aquel movimiento, entrando en un bucle en el que llevaba ya en torno a dos horas. Allí. Allí sentada con una botella vacía y otra a la mitad decorando la mesa baja del pequeño comedor de su vivienda. Suspirando de tanto en tanto, siendo capaz de tararear canciones, entretenerse haciéndose trenzas con su dorado cabello, sonriendo más que en los últimos doce años. Carraspeó, alzando la botella hasta que estuvo lo suficientemente cerca de sus labios como para poder beber de ésta un largo trago, sintiendo como el alcohol ya no conseguía quemar su garganta, no al menos como los dos o tres primeros tragos que fue capaz de dar a la primera botella que había acabado apresada en sus manos.

Se dejó caer hacia atrás, dando con la espalda en el respaldo del sillón y dejando la cabeza hacia atrás, con la mirada fija en la apagada lámpara de la sala, apretando los dedos en torno al cuello de la botella que no era capaz de soltar desde el mismo momento en el que había puesto pies en el interior de la vivienda. Era un día para celebrar, ¿no? Había estado tantos años celebrando aquel día que se había convertido en una triste costumbre que, año tras año, se repetía en el pequeño refugio en el que habitaba, alejada de las miradas ajenas, ahogando las alegrías y tristezas en la primera botella que se cruzaba en su camino. Hasta se esmeraba en provisionar adecuadamente la alacena cuando el día era venidero. Era importante. ¿Cómo no iba a serlo? El día en el que su padre nació. Aún recordaba cómo, aun después de su muerte, su madre y ella celebraban el cumpleaños de su difunto padre; con el tiempo solo fue un día señalado en el que las dos mujeres realizaban los platos preferidos del patriarca y disfrutaban rememorando recuerdos de cuando se encontraba entre ellas. Aquellos días bien se podrían haber difuminado con los años pero, desde aquel día, no era capaz de olvidarlos. Como había sonreído al recordarlos, al ver las fotografías junto a él.

Sus dedos se crisparon consiguiendo que las yemas de sus dedos se tornaran blanquecinas y el aire abandonara sus pulmones hasta ahogarla. Aun así, sonrió. Sonrió hasta parecer una verdadera idiota con demasiadas copas de más. Aunque no se podría aplicar a ella la metáfora de las copas ya que no la usaba desde que había apurado la primera. Volvió a beber, llenando su boca y tragando poco a poco el líquido que nublaba, por suerte, sus sentidos hasta conseguir que se tratara de una verdadera celebración; solitaria pero celebración al fin y al cabo. —Quizás debería haber ido a esa estúpida fiesta, al menos habría bebida gratis— masculló incorporándose con tanta rapidez que toda la sala se movió en torno a ella, provocando que agarrara, con la mano libre, el apoya brazos del sillón como si le ayudara a recuperar la estabilidad perdida. —Okokokok— repitió varias veces antes de ponerse en pie y buscar, a tientas, la varita que, supuestamente, se encontraba en su gabardina. En el mismo momento en el que dio con esta la rodó entre sus manos, cayendo estrepitosamente al suelo y rodando por éste; huyendo de ella básicamente. —No te vayas, no es como si fuera a usarte para torturar a alguien— se quejó agachándose y acabando por sentarse en el suelo con la varita entre sus manos. Bebió de nuevo, alzando la varita al frente cuando hubo tragado, y hablando con voz trémula. Respeto patrono habló con completa seguridad de que sus palabras no erraban, pero viendo que no surtían efecto sus palabras. —Tengo que elegir un recuerdo mejor, algo más feliz—.

Carraspeó un par de veces, sintiendo su lengua pesada y la boca pastosa pero no siendo capaz de rendirse ante una gilipollez como aquella. Respecto Atronum conjuró por segunda vez, viéndose frustrada por sus malos recuerdos felices que no conseguían que surtieran efecto sus palabras. Chasqueó la lengua, dando con el recuerdo, casi seguro, acertado y probando suerte de nuevo. —Expecto Patronum— pronunció, viendo como de la punta de su varita surgía un haz de luz y, seguidamente, un colibrí revoloteaba de un lado para otro con notable histeria. —Ahí estás— felicitó cuando el animalillo volaba con energía  —Llama a Jasper, ya sabes, ese que viene a veces a casa y vive un par de calles en aquella dirección— señaló con la mano en dirección a la puerta. Era obvio que vivía tras esa puerta. Se levantó con dificultad, apoyándose contra la pared más cercana y caminando hasta la puerta de la casa, abriendo ésta de par en par y saliendo al exterior con la fina camiseta  de algodón que vestía; aunque sentía tanto calor que el frío no afectaba a su cuerpo bajo las circunstancias que se encontraba. —Vueeelaaaa— ordenó alzando las manos antes de ver desaparecer al animalillo hacia el final de la calle. —Esperaré aquí— habló dejándose caer en el pequeño escalón que daba entrada a la vivienda, y apoyando la cabeza contra el marco de la puerta con la mirada completamente perdida en la vivienda de enfrente.
01/12/2467 - Home - Jasper
Arianne L. Brawn
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Drowning the sorrows in alcohol

Ir a fiestas, sean del tipo que sean y por muy benéficas que vayan a ser, nunca ha sido lo mío. Creo que puedo contar con los dedos de una mano las veces que he decidido asistir a esa clase de eventos, y la mayoría han sido por puro compromiso. Sin embargo, esta vez, por mucho que la invitación me haya llegado a casa, probablemente por trabajar en el Wizengamot, decido no ir. No tengo ganas de poner cara de póquer mientras interiormente estoy deseando llegar a casa y alejarme de tanta gente. Mi madre me decía que fuera y me distrajera, pero en el fondo los dos sabemos que esas no son las clases de "distracciones" que a mí me van. No es que no me guste relacionarme, pero no rodeado de decenas de personas enmascaradas, con bailes y demás tonterías de por medio.

Decido pasar el día en el sofá viendo programas aburridos y anuncios sobre vehículos mágicos. Llevo un tiempo planteándome comprarme un coche volador porque por ahora sigo yendo con el Hoverboard a todas partes y aunque lo adoro, está claro que no es la manera más rápida para llegar a los sitios. Por otra parte, tampoco lo tengo decidido porque tan solo suelo salir del Distrito 4 para ir a trabajar, y allí voy con un traslador. Es algo que tengo en mente, pero que no sé cuándo decidiré porque tampoco quiero gastarme el dinero tontamente. Sí, me sobra desde que gané los Juegos Mágicos, pero la educación que recibí es una contraria a la de malgastar porque sí por mucho dinero que tenga desde hace ya quince años.

Estoy quedándome dormido, cansado de tanto anuncio que prácticamente son todos iguales, cuando una luz azulada me sobresalta al entrar por la ventana. Me cuesta unos segundos ubicar lo que es porque no me esperaba algo así ahora mismo para nada, pero acabo reconociendo el patronus de mi mejor amiga cuando identifico el colibrí. Cojo el primer abrigo que pillo del armario del recibidor, un gorro y una bufanda, y me los pongo y salgo de casa. Sí, Arianne y yo solamente vivimos a unas casas de distancia, pero hace demasiado frío y no tengo ganas de resfriarme o de que me dé una hipotermia.

Para cuando llego a la casa de la rubia me doy cuenta de que si alguien se va a poner malo, es ella. — ¿Qué narices haces vestida así con el frío que hace? — Mi tono de voz es una mezcla entre enfado, preocupación y sorpresa porque no entiendo qué se le ha pasado por la cabeza para salir así. No es hasta que veo la botella de alcohol cuando empiezo a comprender que quizá ni siquiera estaba pensando con normalidad, sino que todo es producto de que debe de tener el juicio nublado por culpa de beber. No dudo ni un momento más en sacar la varita y apuntar a la botella: — Accio. — Al instante la botella está en mi mano, y camino hacia Arianne para acortar la distancia entre los dos.

Antes de que le dé tiempo a comprender que le he quitado su bebida, estoy intentando levantarla del escalón, pero la cosa no me sale bien. Solo puedo agarrarla con una mano, y ella tampoco es que sea de mucha ayuda. — Vamos dentro, Ari — le digo, todavía agarrándola y esta vez con un tono de voz más calmado y tranquilo. — Así podrás contarme por qué estás bebiendo. — No me gustan las bebidas alcohólicas y me preocupa que se le vaya la mano, especialmente desde que yo tuve una mala época de borracheras cuando salí de la arena. Quizá es una tontería, pero ahora mismo me arrepiento de no haberle dicho de ir a esa estúpida gala.

01/12/2467 - Casa de Arianne - Arianne Brawn
Jasper E. Davies
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Drowning the sorrows in alcohol


Los segundos transcurrían como horas, torturando su cansada mente que solo deseaba un instante de paz, poder desconectarse del mundo que la rodeaba y sentir algo que no la ahogara cada vez que intentaba respirar; que no aprisionara su pecho con aquella desproporcionada fuerza. Alzó la cabeza, dejando escapar el escaso aire que aún poblaba sus pulmones, y soltándolo. Viendo como una pequeña nube blanca se formaba frente a sus ojos y conseguía que su marino mirar quedara obnubilado en la imagen de verse rodeada por blancas y suaves nubes. Alzó la mano libre, intentando alcanzar ésta y haciendo que se deshiciera entre sus dedos, escapándose como tantas y tantas cosas se escapaban de entre sus manos, de su vida, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Quizás por aquella razón había dejado de intentar conseguir sus sueños, proponerse una meta que alcanzar; porque todo lo que tocaba acababa dañado o desaparecía.

Pesimismo al más puro estilo Arianne Lune Brawn. Sonrió con ironía antes de encajar, con cierta torpeza, sus labios en la botella y beber durante unos segundos que habría preferido que hubieran sido horas y horas. Había escuchado que las personas se tornaban efusivas, quizás hasta delirantes, cuando consumían alcohol y se embriagaban, pero ella no era algo que alcanzara; no al menos esa sensación de olvidar la razón por la que bebía, y que fuera sustituida por la incontrolable euforia. Los recuerdos seguían golpeando su cabeza, volviendo todo más doloroso, y consiguiendo trae a colación otras escenas que no tenían nada que ver pero la abofeteaban también. —¿Ah?— preguntó, enfocando, con cierta dificultad, la mirada en dirección hacia su recién llegada compañía. Una sonrisa bobalicona se dejó ver en sus labios, encogiéndose de hombros y abriendo la boca para que alguna estupidez surgiera de ésta pero no teniendo el tiempo de hacerlo antes de que la botella escapara de entre sus dedos y fuera a parar a las manos contrarias.

—¿Ahora eres un ladrón?— cuestionó acomodándose mejor en el suelo, apoyando la espalda contra la fría pared mientras lo observaba acercarse hacia ella, no rehuyendo o escapando en ningún momento. Se dejó caer, haciendo un peso muerto que se negaba a ser levantada, dejando que tirara de ella sin ceder pero tampoco ofrecer resistencia. Finalmente acabó alzando una mano para colocarla sobre la de él y soltarse de su agarre, dejando caer ambas manos sobre sus piernas cuando lo hubo conseguido, quedándose con la mirada fija en ninguna parte. —Prefiero quedarme aquí fuera— habló casi en un susurro, mirándolo de reojo para poder quitarle la botella cuando no se percatara de ello. —, total, estoy cansada de todo— continuó hablando, reconociéndole lo cansada que estaba en aquel momento. Cansada de tener que estar siempre protegiéndose de los demás, soportando todo lo que le pasaba, luchando por abrirse camino cuando no quería hacerlo.

Estiró las piernas al frente, golpeando las baldosas con los talones en un par de ocasiones antes de suspirar una nueva nube. —¿Qué haces aquí?— preguntó inclinando la cabeza hacia un lado y observándolo con gesto extrañado. —Parece que todos os habéis puesto de acuerdo para controlarme— casi sonrió con ironía, volviendo a ponerse recta en su lugar. —No soy una niña ya, así que esa botella creo que es mía. A no ser que vayas a pagarla. Entonces te la daré e iré a por otra dentro de casa— anunció haciendo un pequeño amago de levantarse pero no consiguiéndolo.

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Arianne L. Brawn
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Resoplo cuando escucho cómo me acusa de ser un ladrón, a nada de responder de manera irónica porque suelo ser así en estas ocasiones, especialmente cuando estoy nervioso. Solo hay que ver cómo me puse hace un mes y medio cuando me encontré con aquella mujer con la que tuve un lío de una noche en mi época de adolescente, y que acabó siendo la medimaga que tuvo que curarme después de una caída estúpida a finales de octubre mientras trabajaba en el 6. — Solo cuando hay alcohol de por medio — acabo diciendo de todas maneras. A pesar de que se la ve visiblemente molesta porque he robado su botella con magia, la destapo de todas maneras y tiro el líquido en el césped. Ni siquiera sé si tiene más para emborracharse en casa, pero ya me preocuparé más tarde por eso y por ahora iré poco a poco.

Mis dudas sobre si tiene más botellas se disipan en cuanto dice que se la pague si la quiero y que ella ya irá a por otra.— ¿Me vas a hacer pagarla ahora igualmente? — pregunto con ironía, intentando mantener la calma. No sé tratar con personas borrachas, por si no se ha notado. Al menos me controlo a tiempo para no soltar un "porque se la ha bebido tu césped, no yo". Me molesta que quiera quedarse aquí fuera, con un frío con el que hasta podría nevar. Es por eso por lo que acabo quitándome el abrigo y al momento noto el frío helado en mis huesos, incluso con un gorro y una bufanda, y hasta algo de ropa de estar por casa que abriga. No había encendido la chimenea todavía, así que en casa estaba calentándome a base de ropa y mantas. Sea como sea, prefiero enfermar yo antes que ella. — Toma, ponte esto — digo otra vez con un tono de voz más tranquilo. En realidad se lo acabo echando yo por encima porque verla con esa ropa me está haciendo hasta notar más frío del que debería tener.

Como no parece tener intención de levantarse del escalón de la entrada, me tomo la libertad de sentarme a su lado. — ¿No recuerdas haberme llamado? Me has mandado a tu patronus para que viniera aquí. — Estoy intentando que recuerde sus pasos anteriores, aunque no me sorprendería que se le hubiera olvidado teniendo en cuenta el efecto que puede llegar a tener el alcohol. Y lo sé de primera mano, por desgracia. Sin embargo, aunque pueda saber las consecuencias de beber tanto, eso no significa que sepa como dirigir un tema de conversación cuando la otra persona está ebria, aunque puedo ver perfectamente, sobre todo por lo que dice, que está así por culpa de algo o de alguien. Probablemente sacarle las palabras no vaya a ser tan fácil como saber que algo le pasa.

— Ya sé que no eres una niña, eres mayor que yo, ¿recuerdas? — En realidad para mí nunca fue una, no al menos después de todo lo que ambos habíamos pasado cuando nos conocimos. Solo nos llevamos un año, por eso. — Puedes decirme qué te ha pasado, quién te trata como si fueras pequeña y de qué estás cansada, Arianne. — Pocas veces la llamo por su nombre completo, y aunque preferiría que me explicara todo eso en el calor y la comodidad de su casa, si tiene que ser aquí fuera, pues qué se le va a hacer. Ahora mismo solo quiero que esté bien, y para eso primero necesito disponer de toda esa información.

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Jasper E. Davies
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—Que robes solo cuando media el alcohol no te excusa de que sea un delito, solo lo atenúa, lo sabes, ¿verdad?— presumió a duras penas. No sabía si cuando estaba sobria era una buena profesional, pero sí que cuando bebía se dedicaba a leer retazos de libros o ver la televisión y explicar cuando es delito, cuando no, cuando está atenuado, agravado… su mente prefería centrarse en aquello, entrenarse de un modo bastante extraño pero entretenido.

Su cara mutó a completa incredulidad, su expresión de superioridad quedó por los suelos e intentó levantarse del escalón, pero sintiendo que se encontraba completamente pegada a éste y no podía levantarse por más que quisiera hacerlo. Porque quería hacerlo en aquel momento. —Si vas a un supermercado y se te cae una botella tienes que pagarla— preguntó de nuevo, rodando los ojos y apoyando la espalda contra la pared, cerrando estos con cierta impaciencia. Ni siquiera sabía por qué había aparecido frente a su puerta en aquel momento, pero quería golpearlo hasta quedarse sin manos por estar siendo un completo imbécil. Dejó ir todo el aire que quedaba en sus pulmones, gruñendo por lo bajo, notablemente molesta y sin intención alguna de esconder como se sentía ante lo que acababa de hacer. —Eres molesto— pronunció con enfado, cruzándose de brazos en busca de afianzar la postura que estaba tomando en la situación; la de la persona que estaba molesta por lo desagradable que él estaba siendo al tirar lo que quedaba en la botella.

Se hundió en su lugar, apretando su cuerpo con las manos cuando puso la prenda sobre ella. —Ahora no intentes ser amable, ya tengo una clara idea de como eres— continuó con molestia. Lo fulminó con la mirada. Que ella lo hubiera llamado era altamente improbable, ¿por qué lo habría hecho? Odiaba la compañía de los demás y era un día solitario en el que celebrar algo importante. Bajó la mirada viendo la varita a su lado en el suelo. Regresó la mirada hasta él, con gesto de pocos amigos e intentando alejarse un poquito hasta que llegó al límite del escalón. Sonrió con ironía, pasando ambas manos por su rostro, arrastrándolas hasta su cabello y desordenándolo hasta alborotarla por completo. —Arianne— repitió su nombre. —Arianne. Lune. Brawn.— repitió de nuevo, haciendo énfasis en cada parte de su nombre completo. —Lune… creo que mi abuela paterna estará revolviéndose en su tumba porque yo tenga su nombre— se rió como una idiota, dándo un par de golpecitos en su frente.

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Arianne L. Brawn
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Jasper E. Davies
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Me sorprende que sea una buena profesional hasta estando ebria. No voy a negar que siempre ha tenido un don para el trabajo, incluso más que yo, que siempre he destacado por mi buena memoria, una que en más de una ocasión tanto me ha ayudado, especialmente en mi adolescencia. — Pero como soy tu mejor amigo, no vas a denunciarme, ¿verdad? — respondo con una sonrisa de medio lado y un tono bromista para ver si así consigo romper un poco el hielo y la tensión que nos rodea. No estoy muy seguro de que vaya a servir de algo, pero no voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo se martiriza por algo que no sé ni qué es.

Hago un gesto con el brazo para quitarle importancia al asunto en cuanto nombra el ejemplo del supermercado, y me acomodo mejor en el escalón. Agradezco que sea algo estrecho simplemente porque así estoy más cerca de ella e irradia algo de calor para que no me congele tanto, pero tan poco es que sea demasiado cómodo el tener que estar apretujados como sardinas en una lata. — Vaya, pensaba que era alto y no molesto — continúo hablando en un tono algo jocoso para que vea que no me tomo en serio lo que dice. Sé que está borracha, y bueno, no me importa que quizá lo piense de verdad por el típico dicho de que los borrachos siempre dicen la verdad. Entiendo que si está diciendo esas cosas simplemente es porque he derramado su botella y no le ha gustado. La conozco desde hace más de quince años y sé que tan molesto no le resultaré si desde entonces hemos sido tan inseparables.

Sin embargo, Arianne continúa con su empeño de intentar molestarme con palabras dañinas, y como veo que la técnica bromista que he estado utilizando hasta ahora no sirve de nada, opto por ignorar lo que dice. Tampoco confío en que eso vaya a servir de algo y que no le dé por decir que encima paso de ella, pero algo más tengo que probar para ver si consigo que se calme y me hable con normalidad... o con la normalidad propia que tenga cuando esté ebria. Pero su comentario sobre su abuela y cómo parece despreciarse a sí misma ahora mismo, me hace volver a reaccionar: — Estás equivocada — digo mientras miro esos ojos azules tan llamativos. — ¿Por qué lo haría? Seguramente esté orgullosa de ti y en la mujer en la que te has convertido. Tienes un buen trabajo, eres fuerte, inteligente y buena persona. — Ni siquiera sé por qué ha dicho eso, cuando quizá el único defecto que tenga es el de que no le gusta tratar con la gente. Y aun así, eso tampoco es un defecto y forma parte de la personalidad que ha desarrollado por todo lo que ha vivido.

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Soltó un baboso bufido, avergonzándose casi al instante y pasando la manga de su camisa por los labios en un intento de recuperar algo de dignidad; por suerte no lo había hecho en su dirección, eso habría sido realmente vergonzoso incluso en su estado actual. Dejó la mano contra su boca, dejando que su aliento la calentara y escabulléndose en dirección contraria al lugar que él ocupaba. Quería estar sola, pero, al parecer, en algún momento había pensado que sería una buena idea llamarlo y hacer que apareciera allí. —¿Por qué siempre acudes cuando te llamo?— cuestionó en cuanto el pensamiento relativo a él surcó su mente. Así era en aquel momento; pensamiento que la atacaba, pensamiento que exteriorizaba.

Se giró hacia él, alzando ambas cejas tras las palabras que había pronunciado. —¿Has bebido? No sé qué tipo de respuesta ha sido esa— reconoció. Quizás él estaba borracho y la intentaba confundir con sus palabras para hacer que se sintiera al revés, aunque tampoco podía esconder su lengua suelta y el ligero mareo que la había obligado a volverá sentarse cuando intentó regresar a casa. Dobló las piernas y las abrazó, acercándolas más contra su cuerpo para poder apoyar la barbilla sobre las rodillas, con la mirada completamente perdida en la casa del otro lado de la calle. Una sonrisa idiota apareció en sus labios, comenzando, de súbito, a reír sin tener control alguno sobre las carcajadas que profería. Ironías de la vida. Había estado llevando dentro de ella todo aquello desde hacía doce años, no queriendo pronunciarlos pero, en aquel momento, solo quería soltarlo y deshacerse de un lastre.

Consiguió controlar la risa, notando las lágrimas caer por sus mejillas. —Dios— masculló secándolas y dejándose caer hacia su lado, apoyando la cabeza en sobre el hombro de Jasper. —Tengo un buen trabajo, lo demás no es del todo correcto— aseveró  con seguridad. —Seguro que me odiaba como mi padre, no soy de su sangre al fin y al cabo, ¿no?— cerró los ojos apenas unos segundos, dejando caer un brazo y entrelazándolo con el de él para acercarse más. Se sentía cálido, no recordaba el tiempo que hacía que se acercaba tanto a alguien sin sentirse mal, solo pensando en la calidez y lo cómoda que se sentía a su lado; siempre que pensaba en ello le dolía, en su mente, inevitablemente, regresaban los recuerdos que tantos años habían sido escondidos en algún recoveco de su cabeza.

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¿Que por qué siempre acudo cuando me llama? A ver, es una pregunta sencilla, pero tampoco comprendo del todo a qué se refiere con esa cuestión si tenemos en cuenta el estado en el que se encuentra ahora mismo. Un par de años después de conocernos, cuando yo tenía diecinueve y ella veinte, mi hermano siempre decía que si es que teníamos algo más que una amistad porque estábamos casi todos los días juntos. Me costó un tiempo hacerle comprender que simplemente era mi mejor amiga y que me entendía a la perfección. Supongo que ese fue el comienzo de que cada vez mi hermano y yo estuviéramos menos apegados aunque todavía nos hablemos, porque creo que nunca entendió que Arianne sabía todo por lo que había pasado. Hasta ese momento, él era quien mejor me comprendía. — Eres mi mejor amiga, ¿por qué no iba a hacerlo? — le respondo al final, con la mirada centrada en sus ojos.

Su comentario sobre si he bebido provoca que suelte una risa porque desde luego que no me esperaba que soltara eso. Hace años que dejé de beber porque sí y las únicas ocasiones en las que lo hago es en eventos, celebraciones o cualquier tontería del estilo. Por ejemplo, si hubiéramos ido a esa gala benéfica probablemente estaría bebiendo alguna que otra copa ahora, pero siempre sin pasarme y controlándome porque ya conozco perfectamente mis límites, a diferencia de cuando era un adolescente depresivo y traumatizado. — No, no he bebido. — Casi le suelto algo tipo que si lo hubiera hecho, habría bebido de su botella en vez de derramarla por el césped, pero prefiero no volver a sacar el tema y que de nuevo comente cosas sobre que robarle es un delito. — ¿Tú cuánto has estado bebiendo? — Porque está claro que no han sido un par de copas.

Teniendo en cuenta lo arisca que ha estado desde que he llegado, no pensaba que se fuera acercar tanto a mí, y mucho menos a apoyar su cabeza sobre mi hombro y a entrelazar nuestros brazos. En ningún momento la aparto, sino que incluso juego ligeramente con su cabello con la mano que tengo libre. — Te conozco desde hace media vida casi, así que créeme cuando te digo esas cosas — le replico, todavía con los dedos entre sus mechones rubios. Sin embargo, acabo dejando caer la mano en cuanto nombra a su padre y dice que la odiaba. ¿Qué? ¿Odiarla? — ¿Odiarte? ¿Por qué dices eso? La sangre no importa, eras su hija igualmente. — Siento que hay algo que obviamente me he perdido porque no le encuentro sentido a lo que está diciendo ahora mismo.

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Arianne L. Brawn
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Su mejor amiga. Ni siquiera tenía la menor idea de cuando se había convertido en la mejor amiga de alguien, de por qué alguien la consideraba aquello sino hacía más que esconder secretos, mentir y rehuir a todas las personas que intentaran tener el más mínimo acercamiento con ella. Las barreras que tantos años le había costados construir, ¿dónde demonios se habían metido permitiendo que alguien ajeno penetrara en su jodida vida? —Mala suerte— fue lo único que contestó, esbozando una pequeña sonrisa de entre pena y superioridad sin sentido. —Te gusta tener de mejor amiga a una asesina de personas, una persona que condena a personas por cosas que ella no apoya, a una persona que odia a las personas— repitió la palabra una y otra vez, como si no hubieran otras en su vocabulario. Al final acabó riendo como una idiota, restregándose los ojos con la diestra en mitad de su completa locura transitoria. —Una persona que volvió a encontrar una motivación o… no, que volvió a sentirse viva con un mierda de entrenamiento que la hizo atacar a los demás— agregó entre risas descontroladas que brotaban de sus labios sin sentido alguno, dejando que fluyeran y descongestionaran sus pulmones.

—Prrfff— bufó aún en su mundo. Botella, botellas… no tenía ni la menor idea de cual era la respuesta a su pregunta, y tampoco la quería pensar demasiado porque sabía que seguiría sin saberla. Mordió su labio inferior, dejándose caer hacia un lado y apoyando la cabeza contra su hombro, entrelazando sus brazos con los de él mientras controlaba sus risas y cerraba los ojos. En paz. Había pasado de estar arriba del todo a bajar en picado en escasas milésimas de segundo. —Para él solo era una bastarda que su mujer trajo a casa porque él no tenía los suficientes cojones para tener descendencia— atajó segundos después de escuchar la pregunta. —Literalmente no los tenía— se rió por lo bajo ante el mero pensamiento. Si los hubiera tenido habría podido tener hijos a los que destrozarles la vida, por suerte no fue así para esos non natos. —En cierto modo odio a esos lentos espermatozoides que tenía. Si hubieran sido de calidad yo habría acabado en otra casa y no viviendo con un cabrón como él— prosiguió hablando con los ojos cerrados pero gesticulando con las manos aunque aún mantuviera sus brazos entrelazados con el de él.

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Arianne L. Brawn
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Jasper E. Davies
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Supongo que podría decir que mi cara es básicamente la de pura sorpresa conforme va hablando, e incluso acabo con un ligero dolor en la frente por estar todo el rato con el ceño fruncido. Mentalmente intento hacerme una lista de las cosas que decirle para contradecir sus palabras, pero al final acabo olvidando todo cuando termina de hablar, más que nada por culpa de la tensión del momento. Desde luego que no esperaba que se fuese a autocriticar de esa manera, por muy borracha que esté. — No, me gusta tener como mejor amiga a la mujer buena, amable y empática que eres. — Para mí siempre ha sido una de las mejores personas que he conocido en mi vida, y eso nunca cambiará, independientemente de lo que diga o crea. — Si nos ponemos en ese plan... ¿Tengo que recordarte que me apunté a los últimos Juegos Mágicos solo para ver si moría? — No creo que haga falta porque probablemente ella lo recuerde a la perfección, pues en esos mismos Juegos fue en los que descubrió que Alexander seguía con vida. No es un momento del que esté orgulloso, así que no suelo hablar casi nunca del tema, pero por ella hago sacrificios como este. — Espera, ¿a qué te referías con cosas que no apoyas? — Ni siquiera me había llegado esa frase al cerebro hasta ahora, y no sé si quiero saber lo que quiere decir con eso.

Nunca hemos hablado de su padre, así que siempre asumí que era uno normal, como el mío. De todas maneras, tampoco sé cuánto fiarme de lo que dice porque puede que solamente esté hablando su lengua por culpa del alcohol. Sí que sabía que era adoptada, igual que sé que tiene una hermana biológica mayor que desapareció hace años con sus sobrinos, y que también fue Vencedora de unos Juegos durante la época de los Black. Catástrofes por todas partes. — Ari, no puedes decir eso. Tienes a Marco gracias a "haber acabado en esa casa" — repito sus palabras. No creo que se ponga a decir cosas feas de su hermano ahora también, porque independientemente de lo que sea que le pase, es su hermano. Sí, yo puedo enfadarme con el mío alguna vez, pero siempre será de mi familia. — ¿Por qué te ha entrado este odio repentino por tu padre? — pregunto con un tono de voz algo dubitativo. No tengo ganas de volver a meter la pata y que se vuelva a enfadar conmigo, pero no sé si es por algo de última hora, o qué narices le está pasando.

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Arianne L. Brawn
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Hizo un movimiento con la mano para quitarle importancia. Ambos se llevarían la contraria mutuamente y prefería no tener que seguir por aquello empedrados caminos que no llevaban a ningún lado. Un mohín apareció en sus labios, meneando el rostro contra su hombro y acabando por darle suaves golpecitos contra éste. Solo los estúpidos apoyan realmente a un gobierno que trata a los que son ‘diferentes’ como si fueran mierda que se pudieran limpiar contra el suelo., quiso pronunciar pero su lengua, aunque torpe y demasiado suelta hasta el momento, se controló en la situación y se comió todas aquellas palabras con gran avidez. —Odio tener que aplicar leyes injustas contra personas que en realidad son víiiictimas de todo este sistemas, ¿me entiendes?— sus palabras habían sido bastante claras pero quizás no tan agresivas como las que realmente deseaban pronunciar.

—Ssssssssssh— siseó moviéndose intranquila en su lugar y desenlazando un brazo para poner un dedo, torpemente, sobre los labios de él. —Ssh— volvió a repetir separando el dedo y señalando todas las casas que tenían frente a ellos. —Vive en una de esas casas y te escuchará decir su nombre, entonces aparecerá aquí y se acabará la fiesta. No quiero que se acabe la fiesta— siguió moviendo el dedo, señalando todas las casas del otro lado de la calle antes de separarse de él y ponerse de pie. Se apoyó contra la pared, luego sobre los hombros de él y, cuando consiguió incorporarse, la chaqueta resbaló de sus brazos. —Vaya— masculló inclinándose al frente para recogerla pero sintiendo como un repentino mareo la atacaba y cayó de bruces encima de él.

Una histérica y tonta risa descontrolada se volvió a apoderar de ella. —Me han empujado, quien me habrá empujado— rezó entre risas, volviendo a apoyarse en él para levantarse y alzar los brazos al cielo. —Voy a contestar a esa pregunta con otra copa, no creo que sea capaz de decir sin algo más de alcohol corriendo por mis venas— reconoció de forma tan veraz que asustaba, riendo como una idiota adolescente antes de colocarse tras él, tomar su brazo bueno y tirar de él en un intento de arrastrarlo al interior de la casa para poder tomar otra botella del armario. —Bah— dijo soltándolo y entrando sola a la casa, caminando haciendo eses hasta llegar al armario y tomar una de las botellas que le quedaban. —Una copa o no…— quiso pensar pero pronunció en voz alta. Se encogió de hombros y solamente se llevó la botella, bebiendo de ésta a morro mientras regresaba al comedor a la espera de que él hubiera entrado en la casa de una buena vez. —¡Preparáos para la historia sobre el odio de Arianne Lune Brawn!— exclamó dejándose caer sobre el sillón y cerniendo los dedos en torno al cuello de la botella por miedo a que se la quitara nuevamente.

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Arianne L. Brawn
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Que diga eso no sé por qué no me sorprende viniendo de ella. Siempre pensé que había más que una relación normal entre esclavo-ama con aquel chico que tuvo como esclavo hace años, un tal Jean o algo así. De todas maneras, tampoco pensaba que no le gustara su trabajo, y mucho menos que me lo fuera a decir en la calle, donde podría enterarse cualquiera y ella meterse en líos. Estoy hasta a punto de ponerle la mano en la boca para que se calle, pero lo dice tan deprisa que no me da ni tiempo a reaccionar y ella termina de soltar la gran bomba. — Pero no todos son víctimas. Como Sebastian Johnson — le recuerdo el juicio al que fuimos hace un mes y medio. Claro que hay cosas con las que yo tampoco estoy de acuerdo, especialmente esa parte que dice que mi madre es inferior a mí por no tener sangre mágica pero... ¿y el tema de los terroristas qué? Es tan lejos de ser víctimas y personas perjudicadas en todo esto porque más bien lo que hacen es asustar a los ciudadanos.

Su cambio de actitud al hablar de su hermano es extraño. No sé muy bien cómo es la relación que tiene con él últimamente porque no solemos hablar de la familia. Y teniendo en cuenta las cosas que ha dicho de su padre y de que la odiaba, no me extraña. Creo que ambos hemos tenido familias complicadas, aunque por cosas totalmente diferentes. En mi caso simplemente es por el tema de que mi madre sea muggle. — ¿Por qué nunca me has presentado a tu hermano? — No tiene nada que ver, pero dice que vive aquí cerca. Vale, sí, ella tampoco ha conocido a Daxton pero... bueno, mi hermano tampoco vive aquí. Es diferente, supongo. Sea como sea, su caída aparta esos pensamientos de mi cabeza al instante. — Creo que ha sido el alcohol quien te ha empujado — murmuro entre dientes para mí mismo mientras la ayudo a levantarse.

Me dejo arrastrar al interior de la casa sin protestar ni decir nada al respecto, y una vez dentro, observo que está todo más ordenado de lo que pensaba. Si tenemos en cuenta que está borracha y que a saber desde qué hora, pensaba que tendría la casa echa un desastre. — Adelante, que empiece el espectáculo. — Me dejo caer en el sofá y hasta me planteo robarle un sorbo de la botella para aguantar mejor toda la situación. Quizá estando borracho como ella comprenda mejor qué es lo que le está pasando y sus cambios de humor. Sin embargo, no lo hago, ya no solo por mí y porque no me conviene, sino porque manteniéndome sobrio puedo tratar de ayudarla mejor. Es por el bien de los dos. Y además, tampoco me apetece que vuelva a llamarme ladrón.

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No pretendía adular a las personas que se saltaban las normas, tampoco a los que asustaban al resto de pobres ciudadanos que solamente querían tener una vida normal y corriente como los demás; detestaba a los que consideraba un peligro público y no quería que siguieran en la calle. Pero tampoco podía negar que ella no se habría quedado de brazos cruzados si hubiera sido una humana a la que le hubieran arrancado su vida simplemente por no ser como los demás. Ella misma había sufrido el hecho de ser diferente y que la arrestaran por los ideales de su padre, que la mandaran a morir a un estúpido juego de muertes por tener una sangre distinta. ¿Rencor? No. Solamente quería que las cosas no se siguieran repitiendo y entendía porqué se alteraban contra un sistema como aquel, al igual que antaño los magos lo hicieron. —Tu ejemplo ha sido nefasto— pronunció rodando los ojos y siendo más expresiva de lo que pretendía. —, entiendo el miedo que se tiene a las ‘personas como él’— hizo unas grandes comillas con los dedos —, pero antes nosotros éramos los pisoteados— se rió, meneando la cabeza hacia ambos lados. —Podrías haber dicho que eran justas porque encerrábamos a maltratadores, secuestradores, ladrones, violadores… pero, ¿eso?— casi le daban ganas de reír. Bueno, le daban y se reía sin problema alguno en ello.

Cuando consiguió levantarse e intentar tirar de él hacia el interior de la casa cesó su tirar, inclinando la cabeza hacia delante, provocando que todo su cabello cayera frente a la cara de él. —¿Por qué nunca me has pedido que te lo presentara?— devolvió entonces ella, regresando su cabello hacia atrás y tirando de él hasta que estuvo lo suficientemente dentro de casa como para poder cerrar la puerta e ir a por su nueva, llena y amada botella. —Lo haréee, una comida tal veeez— gritó desde la cocina, pero ya saliendo por lo que no era realmente necesario que alzara la voz de aquella manera. Se dejó caer en el sillón cercano a él, bebiendo de la botella y cerciorándose de que sus pensamientos estaban en orden.

—Vayamos por partes, como hacía Jack el destripador— comenzó a pronunciar, tomando aire pero inclinándose hacia él y mirándolo directamente a los ojos. —¿Sabes quién es? Creo que prohibieron todos los viejos artículos y libros que le dedicaron… era un muggle pero, ya sabes, nunca está de mal saber algo de anatomía, ni siquiera está de más para los magos que se dedican a la medicina. Es un verdadero desperdicio que quemaran todos esos libros, de verdad te lo digo— habló con rapidez, no midiendo sus palabras hasta que acabó y regresó a su postura inicial, soltando un fuerte bufido que voló su rubio flequillo. —Una pena— reiteró otra vez, bebiendo la botella pero golpeándose en los dientes al intentar retirarla con demasiada rapidez. —Cierto, cierto, el espectáculo— se recordó a sí misma como una tonta. Dio dos golpecitos en su frente, dejando la botella sobre la mesa, aunque controlándola de tanto en tanto. —Había una vez… una niña, yo— se señaló a sí misma con el dedo índice de ambas manos —que vivía en un orfanato junto a otros niños. Un día la adoptó un matrimonio supuestamente normal. El marido no era tan potente como ella pensaba, creo— se rió de sus propias palabras, haciendo un gesto con la mano para que no pronunciara comentario alguno.  —El marido adoptó solo porque quería hacer feliz a su mujer, pero odiaba a la niña… y al niño que antes habían adoptado, porque no se contentaron con uno solo, querían la típica parejita de la que todos hablan— divagó mientras hablaba, inclinándose para tomar la botella y rodarla en sus manos. —Pero no podía ser feliz. No le gustaban los bastardos, así que… ¿qué hacía? ¡Pegarles! Que malvado, ¿no? Mientras su mujer vivía fuera del mundo, sin darse cuenta de una mierda de las cosas horribles que hacían su marido a sus hijos— en sus palabras casi se podía notar cierto odio hacia ambos progenitores, quizás era algo que vivía dentro de ella pero solo se había exteriorizado con respecto a su padre. —Los golpes no eran suficientes, su desprecio, su…— su voz se cortó. Sintió como si ésta hubiera desaparecido por completo, su vida hubiera abandonado su cuerpo y no quisiera que siguiera hablando por más tiempo.

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Tiene razón con lo que dice, pero igualmente sigo pensando que el caso de los terroristas no es tan simple. Sí, claro que me alegro de hacer justicia en casos como sus ejemplos y que odio dar sentencias horribles a pobres muggles que tan solo han intentando escapar. Como aquella fuga que hubo en el mercado de esclavos hace unos meses. Si yo fuera uno de ellos, probablemente también habría intentado huir. La mala pata que tuvieron fue que prácticamente todos acabaran siendo capturas y juzgados, así que durante varios días tuvimos un colapso de casos de ese tipo. Me tocaron un par, y lo pasé de pena porque mi propia madre fue alguien como ellos, viviendo en el mercado, hasta que la encontré y pude traerla conmigo a casa. De todas maneras, por mucha razón que tenga, ni siquiera sé qué decirle ahora mismo porque toda nuestra conversación de hoy me está dejando mentalmente agotado por la presión.

— Te diría que te ayudaría con la comida, pero ya sabes que probablemente metería la pata hasta con lo más básico.  — Al tema de conocer a su hermano sí que le respondo, aunque sea para comentar algo que los dos ya sabemos muy bien: que la buena cocinera es ella. Sé cocinar lo justo para sobrevivir, pero la mayoría de veces acabo acoplado en sus cenas cuando puedo. El tema de la comida es más sencillo porque no nos queda más remedio que comer fuera por trabajo. — Algún día te presentaré a Daxton — añado. Ya va siendo hora de que también conozca a mi hermano, y han pasado tantos años que probablemente él ya no se sienta tan dejado de lado por mi relación con Arianne.

Creo que hay un breve momento en el que desconecto cuando me empieza a hablar de Jack el Destripador, y el único gesto que hago es asentir con la cabeza cuando me pregunta que si he oído hablar de él. Después me pierdo con lo que empieza a decir sobre él, y recobro la atención cuando de verdad empieza a hablar sobre ella y la relación con su padre. Y por un momento desearía no haber preguntado en primer lugar. La información es tan abrumadora e inesperada que me deja sin palabras durante un rato que se me hace eterno; un rato en el que básicamente la miro parpadeando de vez en cuando, incrédulo. — ¿Tu padre os pegaba? — Es una pregunta irónica porque ya me lo acaba de responder con su historia escalofriante, pero no pudo evitar decirlo de todas maneras. — ¿Te... te hacía algo más? — Me cuesta pronunciar esas palabras, pero teniendo en cuenta que se ha callado a media frase, no sé si temer que las cosas no quedaran solo en ese tipo de maltrato, sino que fuera todavía más espantoso viniendo de la única figura paterna que ha tenido. Bueno, no, ni figura paterna ni leches porque a esa cosa no se le puede denominar así. Nadie debería tratar así a su hijo. Nunca. Ahora entiendo que se indignara tanto cuando antes puse solo el ejemplo de los terroristas.

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Frunció el ceño con confusión; una extraña mezcla entre alivio y tensión se apoderó de cada célula de su cuerpo provocando que las palabras no fueran capaces de salir de su boca durante más tiempo, cortando por completo su relato, intentando protegerse a sí misma durante los escasos segundos que quedaban pero, ¿qué más podía decir? Simplemente debería hacer reaccionado antes y no haberla dejado empezar a hablar, aquella parte de su cerebro que se ocupaba de aislarla del mundo, protegerla con todas sus fuerzas, se había visto completamente colapsada durante unos segundos que dieron rienda suelta a su lengua.

Se acomodó en el sofá, dejando caer la cabeza hacia atrás y aprovechando aquellos instantes para cerrar los ojos suavemente, dejando que el tiempo transcurriera de modo paulatino entre ambos; casi podía sentir como había regresado a sus cabales en cuestión de segundos, sabedora de ello porque no sería capaz de pronunciar ninguna palabra más relativa al tema en cuestión que ella misma, de modo completamente despreocupado e inconsciente, había sacado con una naturalidad pasmosa.

Sus dedos resbalaron por la superficie de la botella, quedando inerte sobre sus piernas. Aun así sonrió con cierta ironía con respecto a su pregunta relativa a si les pegaba. —Descubrí que mis padres no eran realmente mis padres biológicos pero les estaba agradecida por haberme acogido… y meses más tarde supe lo que nos hacía aquel hombre— su boca se secaba, su estómago se encogía y su pecho se hundía cada vez que lo nombraba como ‘su padre’. Marco se fue cuando cumplió dieciocho años, quedándose completamente sola y asustada, no pudiendo hablar por miedo a que la volvieran a llevar a aquel lugar en el Capitolio, ¿cómo iba a saber una niña de solo ocho años qué hacer en una situación como aquella? Se incorporó, frotándose los ojos con una mano antes de suspirar a la par que se levantó del sillón, dejando la botella sobre la mesa y ‘limpiando’ la suciedad imaginaria que se había instalado en su ropa. Solamente era capaz de pensar en las ganas que tenía de colocarse bajo el agua caliente de la ducha y lavarse hasta que se sintiera lo suficientemente limpia como para volver a salir al mundo real, aunque no surtía el efecto que deseaba y se seguía sintiendo igual que después de horas bajo el agua.

—Es tarde— dijo ignorando deliberadamente su segunda pregunta. —, siento haber hecho que vinieras aquí tan tarde y… bueno, ya sabes— continuó hablando, abarcando con sus manos toda su casa, no haciendo referencia  a cual de todas cosas era por la que se estaba disculpando.

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