Llevo días escapando del distrito catorce por el simple hecho de huir de una culpa que lleva asolandome desde que partimos a esa expedición. Se lo suficientemente bien que no fue mi culpa, que según me había dicho Ben fue un hechizo de protección que sólo afectaba a los humanos. Eran métodos de seguridad mágicos para que los muggles no se acercasen a objetos de ese tipo y acabasen matándose los unos a los otros, pero al haber un mago en la misma habitación que nosotros, fuimos directos hacia Seth.

Durante los tres días que duró el regreso a casa, no se habló nada de eso, pero cada vez que veía las heridas de Seth y que podría haberlo matado, las tripas se me revolvían y me alejaba más del grupo hasta volverme un marginado. Regresé solo, sin prestar atención si quiera a ese libro que habían encontrado y que me enteré después de su existencia. Tampoco me importaba, hasta que se habló en el consejo de él. Así que ahora me encontraba lejos del distrito, alejándome de mirar a Seth a la cara, y a los demás. No sabía como lo estaba llevando Ben, pero siendo egoísta no me interesaba y no lo haría hasta que yo mismo no me quitara ese peso de encima.

Los días de soledad me gustaban y los distritos pobres de Neopanem eran una salida fácil al aislamiento. Nadie te conocía, ni se interesaba en conocerte. Cada uno sobrevivía como podía y no te miraban más de dos segundos por miedo a saber algo que no debían. Era un peligro fresco que te sacaba de la rutina y me mantenía perdido en pensamientos, para poder centrarme en otros. Me ajusté mejor la capa con capucha, y me acerqué a uno de los puestos para comprar cosas que necesitaba. Un simple trueque para comprar pociones e ingredientes.

Demasiado novata. Esto no tenía sentido. Conforme se estaban desarrollando los acontecimientos más absurdo me parecía todo. Alcé las cejas, y me apoyé en la silla, mientras escuchaba toda la retahíla que soltaba —¿Acabas de venir a estos distritos sin una puñetera identificación? O eres muy temeraria o precavida. Y realmente no se ya ni lo que eres —Me masajeo las sienes —Digamos que te voy creyendo, y que sólo eres una pija de los distritos que no puede conseguir acónito en ellos. Eso te deja en peligro. Nadie sabe quién eres y no actúas como alguien de aquí, pero, si llevas identificación, algunos se pueden acojonar y dejarte libre, o pedir rescate por ti; eso también —sonreí, y mi sonrisa se fue apagando conforme ella hablaba.

No entendía que al venir aquí, al menos iba a salir sana y salva —Agradece que te has encontrado conmigo y no con muchos de los que merodean por aquí. Tomamos precauciones y sólo gracias a esa pelirroja que se sienta en el Ministerio —Me levanté, y eché la silla a un lado, pareciéndome muy familiar el gruñido que había soltado ella. Se parecía tanto al de Ben cuando se cabreaba, que me hizo ladear levemente la cabeza, pero no dije nada.

No valía más la pena dejarla aquí acorralada, y aunque podía borrarle la memoria, no se lo pedí a ellos porque ella también tenía un secreto... Y podía dejarlo ver.

—Vete —Le dejé el paso libre, y me imitaron John y Fran —Y guarda bien ese acónito —La miré a los ojos, y le señalé la puerta de atrás —Pero hazlo por ahí y enseguida desaparécete —Me relamí los labios. Aún podía saborear los de ella.

Tengo que volver a verte para pedirte perdón después de saber quién eres realmente.

Entre las opciones que me daba yo habría escogido la segunda. Soy precavida, llevo siéndolo mucho tiempo, por eso sigo siendo una Jefa de medimagia en mi distrito, y no una repudiada.

Se masajea las sienes y yo ladeo la cabeza. "Ojala te este dando un buen dolor de cabeza ahora mismo." Pienso mientras continua hablando, sin poder evitar reírme y mirar al techo cuando habla de pedir un rescate. Nadie daría dos galeones por mi, salvo quizás Soul...y ambas nos hemos preocupado de que nadie la relacione conmigo, así que mi identificación no le serviría a nadie para dar con ella.  

“Agradece que te has topado conmigo...”

Se levanta y echa la silla a un lado.

“Vete” Dice dejándome el paso libre por la salida trasera; Yo me levanto, me giro sin mirarle y me dirijo a la puerta, deteniéndome con la mano en el poco. Le miro y reuniendo toda la ironia que soy capaz de reunir le digo:

-Gracias. - Y abro saliendo de aquel maldito bar, desapareciendome casi al instante de que mis pies toquen el suelo de la calle; La puerta se queda abierta y yo aparezco en uno de los trasladores de otro distrito malhumorada y al mismo tiempo ligeramente triste.

No puedo confiar en nadie.