The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Zenda M. Franco
Fugitivo
Muchas de las casas inhabitables y destruidas no eran custodiadas, grande error de los adultos, pero una gran oportunidad para niñas como ella. Se escabulló de su casa con la ayuda de la oscura noche y vistiendo completamente de negro, con los pocos abrigos que su mamá le proporcionaba, logró llegar hasta el hogar de su mejor amiga sin causar alborotos.
Ocultó su pequeño cuerpo detrás de unos arbustos y de su bolsillo sacó una bolsa de tela repleta de piedras pequeñas. con suavidad comenzó a arrojarlas para golpear el vidrio del dormitorio de Murphy y así llamar su atención.
Durante la clase de entrenamiento de la tarde, a la morena no le había ido muy bien con la puntería y Zenda estaba cansada de escuchar las burlas de los demás niños, de ver a su querida compañera cayendo al suelo culpa de otros e incluso de verla herida. Ahora había decidido tomar cartas en el asunto, la ayudaría a defenderse y si las cosas no iban como esperaba, ella misma les patearía el trasero a quien ofendiera de nuevo a Mur.

¡Mury! Despierta.— Susurró arrojando una nueva roca de pequeño tamaño contra su ventana y cuando por fin notó movimiento, se ocultó hasta estar segura de que era la morena quién se asomaría por la ventana.
Su respiración era agitada y el corazón le palpitaba con rapidez, era la primera vez que temía ser atrapada, no por ella que estaba acostumbrada, si no por su amiga quien respetaba casi todas las reglas. No, no las iban a atrapar y si lo hacían, ella misma se culparía para defender a su amiga.
Zenda M. Franco
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A veces las palabras no bastan || Murphy J. Whiteley IqWaPzg
Murphy J. Whiteley
Me había sentado en la cama, abrazándome las rodillas y mirando la pared de en frente de mí con el ceño fruncido. No había absolutamente nada delante, pero me ayudaba a concentrarme para no llorar. Hay dos cosas por las que estoy enfadada, la primera de ellas es el hecho de no ser capaz de hacer todo lo que me propongo. He sido educada para saber que puedo llegar donde quiera si pongo el suficiente empeño y cuando algo se me mete entre ceja y ceja tengo que conseguirlo sí o sí. La rabia que me da no haber podido hacerlo esta vez es la que me hace derramar un par de lágrimas cuando lo recuerdo. Es una tontería, seguro que en los próximos entrenamientos logro afinar más mi puntería hasta el punto de hacerla perfecta, y si no hubiera sido por las burlas de mis compañeros tal vez ahora ni lo recordaría.

Pero como siempre digo, todas las penas se van con un buen libro. Me limpio las lágrimas con el dorso de la mano y se me pasa rápidamente el disgusto cuando acerco mi mano a la mesilla de al lado de mi cama y agarro el libro que está sobre ella. No llevo muchas páginas cuando escucho el sonido inconfundible de pequeñas piedras chocando contra mi cristal. Sé que es Zenda antes abrir la ventana y saludarla con una sonrisa - Estaba despierta - Le digo moviendo ligeramente mi libro hasta ponerlo a su alcance, dándole a entender algo que seguramente mi mejor amiga ya sepa, y es que siempre estoy leyendo. Por suerte estaba tan enfadada cuando llegué a casa que ni siquiera me tomé el tiempo de ponerme el pijama, así que aún estoy vestida y lista para salir.

Me costó aproximadamente veinte segundos decidir si era o no buena idea salir por la noche sin avisar a mi madre, pero sólo tuve que recordarme a mí misma la vergüenza y la rabia de esa tarde para saber que lo que más necesitaba ahora mismo era un rato con una de las personas que más me entendían. Podría habérselo dicho a mi madre pero se hubiera enfadado conmigo por no haberles pateado el culo y eso sólo me haría sentir peor. También podría habérselo dicho a Derian pero algo me hace pensar que se lo hubiera dicho a mamá y el resultado hubiera sido el mismo. Cuando ya estoy abajo abrazo a mi amiga durante unos segundos más de los necesarios porque me consuela saber que ella está siempre ahí. - ¿Qué haces aquí, Zen? - Le pregunto, aunque algo puedo suponer.
Murphy J. Whiteley
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Rodó los ojos al ver como Mur movía con tranquilidad aquel libro en el aire, dándole una explicación sin palabras, de porqué había tardado tanto en asomarse. Habían sidos a penas unos segundos, pero cuando estas escapando de casa, los segundos parecen una eternidad. —Baja...tenemos algo que hacer— Susurró lo más claro y bajo posible. No quería llamar la atención de nadie, pero también necesitaba que ella la entendiese.
No sabía qué haría la morena, muchas habían sido las veces donde se negaba a escabullirse por las noches, pero en varias ocasiones también había accedido. Esperaba que la respuesta fuese de la segunda opción.
Cuando su mejor amiga apareció y la abrazó, supo que había hecho lo correcto, sobre todo luego de notar sus ojos algo rojos, señales de que había estado llorando culpa de los idiotas inmaduros. —¿En serio me estás haciendo esa pregunta?— Sonrió y la tomó de la mano para empujarla hacia una de las calles.

Cuando estaban lo suficientemente lejos y ya nadie podía escucharlas o atraparlas, por fin se explicó. —Por la tarde recolecté un par de flechas, un arco y varios cuchillos, los oculté dentro de una de las casa abandonadas y preparé todo para el mejor entrenamiento que tendrás en la vida. No tendremos mucha luz, pero espero que las velas sirvan un poco.— Cuando Zenda quería lograr algo, ni la oscuridad, ni un huracán o una tormenta la detenían, menos si se trataba de ayudar a una personas que en verdad apreciaba y respetaba.
Caminaron durante un largo tiempo y cuando la rubia por fin se detuvo frente a una puerta apenas apoyada sobre la abertura, removió la madera dejando un hueco para pasar. Con ambas dentro, volvió a acomodarla cerrando el paso. —¿Estás lista? Mañana les patearás el culo a todos...Menos a mi.— Bromeó tomando un cuchillo, para posteriormente lanzarlo hacia uno de los blancos que había colocado, en lo que en el pasado había sido una sala.
Zenda M. Franco
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Murphy J. Whiteley
Aunque no hacía falta que lo dijera para que bajase a su encuentro, lo hace de todas maneras y por su tono de voz y ese "algo que hacer" algunas de mis sospechas se confirman. Sabía que no iba a dejar correr lo ocurrido esta tarde, y esa es una de las principales razones por las que la adoro. Por eso cuando lo pregunto en voz alta y escucho su respuesta me río todo lo sonoramente que puedo teniendo en cuenta lo peligroso de la situación. Todo parece más fácil con Zen a mi lado, pero no debo olvidar el hecho de que estoy escapando de casa sin avisar ni a mamá ni a Derian, y que si se enterasen me matarían. Eso sólo hace que darle mucha más emoción al asunto, además de que espera a que nos alejamos lo suficiente para darme los detalles de la noche. Escucho con atención dibujando una pequeña sonrisa cuando oigo sus intenciones. - Qué haría yo sin ti... - Sin ella seguramente me hubiera quedado llorando de rabia en mi habitación, nunca se me habría ocurrido salir a altas horas de la noche a una casa abandonada a lanzar armas a la pared para mejorar. Aún no sé si es una idea excelente o pésima, pero la sigo hasta allí de igual forma.

Observo la casa que ha escogido asintiendo a modo de mostrar mi acuerdo con el lugar. Entro a la casa con cuidado de no pisar nada que no debería y de no hacer mucho ruido, al menos no más de lo necesario teniendo en cuenta que vamos a entrenar. Amplío mi sonrisa de aprobación por una de emoción y agarro un cuchillo yo también como respuesta. - Nunca había estado tan preparada para nada - Muevo el arma blanca entre mis dedos dilucidando el modo de colocarlos para hacer un buen lanzamiento y recordando las lecciones en las que me lo han explicado. - Tal vez incluso a ti, ¿nunca has oído eso de que el alumno siempre supera al maestro? - Es una frase que los adultos dicen mucho, así que la uso como si supiera exactamente lo que significa. Le guiño un ojo divertida antes de lanzarlo en la misma dirección que ella pero perdiendo toda credibilidad cuando ni siquiera toca la diana. - Ha sido culpa de la oscuridad, que conste - Agarro otro cuchillo como si no hubiera pasado nada y vuelvo a intentarlo mientras pienso en si decir o no lo que me ronda la cabeza.
Murphy J. Whiteley
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Con la brazos cruzados y las piernas ligeramente abiertas, típica pose de Ben cuando se mete en el papel de entrenador, observa con atención los movimientos de su amiga al lanzar. Los hombros, codo, muñeca, rodillas y hasta los pies.
Zenda no era perfecta en todo, se esforzaba mucho en practicar con constancia y su mejor cualidad era la puntería y rapidez, varias veces había vencido incluso a Ken en las carreras, pero ahí estaba el problema, todo eso era desde lejos. No tenía la fuerza necesaria y siempre la hacían papilla en las peleas cuerpo con cuerpo.
-Vale, estás lanzando el cuchillo como si arrojaras pétalos de flores a tus enemigos, tienes que hacerlo con más fuerza, piensa en alguien que odies.- Intentaba hablar como toda una maestra del arte de la lucha, utilizando palabras tanto de su hermano o Echo, pero entonces recordó que Mur era demasiado buena y tal vez no tenía un enemigo. -Piensa en alguien que haya quemado todos tus libros o qué haya hecho daño a tus amigos, familia y conocidos.- Si eso no funcionaba, tendría que pensar en otra cosa para motivarla.
Se acercó al blanco y recogió los cuchillos, no habían tantos y los necesitaban para continuar. Sonriendo se paró junto a su mejor amiga y realizó una lanzada, sin soltar el arma, en cámara lenta para que viera como ella lo hacía. Tal vez incluso la rubia cometía algún error, pero al final conseguía clavar el filo en la tabla colgada en el extremo de la pared en frente.
Hizo lo mismo tres o cuatro veces y entonces dejó ir el cuchillo con bastante fuerza, había pensado en un rostro desconocido que le hacía daño a su familia.
-¿Ves? Así, con enojo- Le entregó el resto de los cuchillos, pero incluso con la poca luz de las velas notó su rostro de preocupación. Ambas habían crecido juntas y Zenda sabía muy bien cuando la morena estaba triste, pensativa, avergonzada e incluso sabía cuándo mentía o intentaba engañar a alguien...algo no muy usual por supuesto, de esto último se encargaba más Zenda.
-Vale, antes de lanzar ¿Algo te preocupa o qué sucede? ¿A quién debo asustar o golpear?
Zenda M. Franco
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Murphy J. Whiteley
Me desanimo un poco cuando veo el resultado de mi tirada, pero no me rindo y vuelvo a coger otro cuchillo escuchando con atención las palabras de mi amiga. Me encojo de hombros cuando dice que debo lanzarlo con más fuerza, como si tuviera delante a la persona que más odio. - Yo... Creo que nunca he odiado a nadie - La verdad es que nunca me lo había planteado, pero no conozco muy bien cuál es ese sentimiento. Sé que hay personas que no me caen bien a veces, como Ken cuando se pone muy mandón por ser mayor que yo, Zen cuando algo se le mete en la cabeza y no soy capaz de disuadirla por muy estúpido que sea o Bev cuando se comporta como si todo girase en torno a ella, pero no he llegado a sentir odio aunque en ocasiones me enfadase con ellos. Supongo que eso es bueno, pero ahora, por muy absurdo que sea, me da rabia no conocer esa sensación. Me centro en sus palabras y me esfuerzo por imaginar a alguien que haya hecho todo lo que Zen dice. La última parte de la frase es lo que me hace fruncir el ceño. Si a alguien se le ocurriese hacer daño a alguien que quiero, sin duda sería la primera persona en el mundo a quien odiaría, y sin duda un cuchillo como este acabaría en su cuerpo.

Me concentro en esa idea y uso mi imaginación, la cual está bastante desarrollada gracias a los libros que leo. Intento emular el movimiento que ha hecho mi amiga hace un rato cuando ella misma lanzó el arma blanca para enseñarme como se hacía al mismo tiempo que mi vista se para en el centro de la diana. Ahora ya no es tanto una diana como una cara anónima de alguien que supuestamente ha hecho daño a mis seres queridos. Estoy segura de que la cara que ahora mismo visualizo en lugar de la diana es de alguien que ya he visto antes. Una vez leí en un libro que tu cerebro no es capaz de inventarse del todo un rostro. Era un libro sobre sueños y decía que todas las personas a las que veías en tus sueños eran personas que ya habías visto en algún momento de tu vida, aunque consciente no fueras capaz de recordarlas. El rostro al que lanzo el cuchillo es de un hombre mayor, de la edad de mamá. Sus ojos son claros, bastante parecidos a los míos, y la barba le recorre toda la parte inferior de la cara. Ojalá supiera quién es, pienso mientras el cuchillo va directo hacia él y se clava en el medio de la diana.

Me sorprendo a mí misma tanto que no puedo evitar reírme mientras sacudo la cabeza, tratando de quitarme la imagen de ese hombre extraño de mi cabeza. Unos minutos después ya no soy capaz de recordar exactamente lo que he visto. Abrazo a mi amiga de la euforia del momento, olvidando por unos instantes lo que me pasaba por la cabeza. Como no, Zen ya se había dado cuenta y se encarga de recordármelo. - No hay que pegar a nadie más que a mí misma - Muevo un poco el cuchillo entre mis dedos. - Lo de la puntería lo voy pillando pero hay cosas que no puedo hacer, y estoy segura de que también te has dado cuenta - No es normal, sé que no lo es. Me canso con demasiada rapidez y es vergonzoso que cuando estamos haciendo pruebas de velocidad todos los demás niños tengan que esperar a que yo recupere el aliento. - ¿Qué me pasa, Zen? Me esfuerzo, te prometo que lo hago, pero no soy capaz - Si ella puede enseñarme resistencia, a lo mejor puede decirme qué es lo que hago mal para no poder correr ni dos metros sin tener que pararme a respirar.
Murphy J. Whiteley
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Estaba por responder al comentario de su amiga, pero al notar la cara de concentración y como se posiciona para lanzar el cuchillo hacia el blanco, decidió quedarse callada y esperar. Zenda no quería presionarla, pero al parecer casi siempre terminaba haciendo eso sin darse cuenta y todo bajo el pretexto de querer ayudar.
Algo avergonzada se dispuso a dejarle su espacio, por lo tanto se alejó hasta tomar asiento sobre una de las paredes derrumbadas y se entretuvo haciendo girar en el aire, el único cuchillo que quedaba entre sus manos.

Aquel breve momento le sirvió para pensar o más bien reflexionar acerca de lo sucedido en el anterior entrenamiento y cuando Murphy vuelve a hablar, la rubia no puede evitar observarla con el ceño fruncido por la preocupación.
"...hay cosas que no puedo hacer", cinco minutos antes hubiese peleado y discutido con ella por eso, odiaba que su mejor amiga hiciera tales declaraciones, sin embargo no podía quitarse de la mente cada una de las veces que tuvieron que esperarla porque no podía respirar. Su rostro se ponía demasiado rojo incluso durante el invierno cuando no hacía tanto calor.
Mur, no tienes que pegarte ni nada.— Le dijo abrazándola con más fuerza, para luego dejarla ir y que viera su cara seria. —Vale si, lo he notado...pero eres capaz de muchas cosas, no te desanimes porque sólo no tienes tanta resistencia y no, no pensemos en cosas malas sin saber qué sucede en verdad, ¿quieres que le preguntemos a mi madre o a Seth?— Si la morena se negaba a ir con uno de los dos doctores, Zenda la llevaría de los pelos. —Y como puedes notar, no te he dado otra opción, iremos juntas si quieres, no te dejaré sola pero dime qué quieres hacer. — Volvió a abrazarla y le dedicó una enorme y sincera sonrisa. —Por cierto, ese fue un excelente tiro, felicidades.
Zenda M. Franco
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