El clima parecía ser un reflejo de los ánimos de la nación.

A pesar de que el verano había iniciado con fuertes olas de calor, NeoPanem sufría de una semana de fuertes tormentas. Ese domingo en particular encontró a los distritos del sur bajó un manto nublado, mientras que el centro y el norte del país sufrían lluvias fuertes y vientos fastidiosos.

No obstante, el clima no iba a detener las cosechas. Ni siquiera la momentánea alianza con los rebeldes lo había conseguido.

Eran las diez de la mañana cuando las plazas comenzaron a llenarse. Parecía que había una mayor cantidad de aurores que en años anteriores, quizá porque nadie se fiaba de la capacidad que tenían los extranjeros para presentarse con alguna sorpresa. Lo que tomó a la mayoría de improviso fue el hecho de que los dementores también se encontraban patrullando alrededor de las plazoletas. Su frío parecía fundirse con la desesperanza del ambiente.

Como todos los años, los Edificios de Justicia de cada distrito se coronaban como el escenario donde se lucía la urna de los tributos. Hijos, sobrinos, nietos, hermanos, amigos… Todos los que estaban allí se relacionaban con quienes le habían dado la espalda a la magia y a NeoPanem. Frente a las escaleras, en la Plaza Principal, se alineaban los chicos y chicas que se preparaban para enfrentarse a su suerte.

Todo parecía haber cambiado en el último año y, no obstante, algunas injusticias nunca los dejarían.

La música del himno de NeoPanem sonó como un estruendo que silenció los murmullos de la plaza. Las pantallas colocadas a ambos lados del Edificio de Justicia se iluminaron con el escudo de la nación. La familiar voz del presidente Aminoff se presentó con serenidad, mientras que las imágenes del Ministerio en llamas luego de los atentados del año 68 copaban por completo la imagen.

Era un simple recordatorio. Un relato de cómo los últimos años habían sido consumidos por la injusticia y los actos egoístas de quienes deseaban arrebatarles cada uno de sus sueños. De cómo los magos y brujas de la nación se habían ganado su lugar en la humanidad con años de sacrificios y sangre derramada.

El ministerio destruido. Las calles tomadas. La violencia y el desamparo de quienes fueron desalojados de sus viviendas en el uno y en el nueve. Las imágenes que les recordaban por qué cada uno de los tributos merecía el destino que les tocaba…

Cuando la música dio sus últimas notas, todos pudieron notar que la escolta de su distrito ya estaba en la cima de las escaleras del Edificio de Justicia.

— ¡Bienvenidos, bienvenidos! — Su voz amplificada por magia se oyó en cada rincón de la plaza principal con sumo entusiasmo —. ¡Bienvenidos una vez más a los Juegos Mágicos anuales! Estamos aquí para recordarles la importancia de lo que podemos alcanzar unidos como comunidad. El orden, la paz y la estabilidad de la magia sólo puede ser mantenido si nuestras manos se aferran con firmeza para cuidar el futuro de nuestros hijos. Por eso quiero que apreciemos el sacrificio de nuestros tributos. Que sus vidas asfalten el camino hacia la nación perfecta y mágica que NeoPanem puede ser.

Un silencio. Ni un aplauso. Su sonrisa, no obstante, no se evaporó.

— ¡Y ahora conozcamos al tributo femenino de este año! — Su mano se acercó a la urna. Una pequeña revuelta y ya había seleccionado un nombre. Carraspeó —. ¡Y representando al distrito once tenemos a @Misha L. Shura!

— ¡Y es hora de continuar con el tributo masculino de esta edición!

La mano de la escolta se metió de lleno en la urna una vez más. El silencio profundo e incómodo volvió a instalarse entre los presentes. Un carraspeo y tan solo un momento después…

— ¡Charles Jones!

Apenas se anunció el nombre del pobre condenado, las pantallas titilaron. Tras lo que pareció ser un cortocircuito, se apagaron por completo. Los murmullos se extendieron a lo largo de los presentes. La escolta, con claras órdenes de no finalizar su actuación, esperó con paciencia a que el tributo masculino subiera a la escalera.

— ¡Bien, estrechen sus manos!

La energía pareció regresar en el momento en el cual los dedos se encontraron. En todos los distritos, los aurores se movían con cierto nerviosismo. Algunos incluso abandonaron el acto murmurando palabras a sus comunicadores.

— ¡Muy bien, damas y caballeros! ¡Con ustedes los tributos del distrito once!

La ceremonia pareció terminar con calma. Tras la presentación de los dos tributos, se dieron las instrucciones para que los civiles abandonen el espacio de forma tranquila y ordenada. Las familias de los niños podrían despedirse en el Edificio de Justicia antes de ser enviados al Capitolio en transportadores en forma de medallas de oro.

Aún continuaban los murmullos sobre el bajón de tensión cuando, antes de que todos pudieran retirarse, el cielo se llenó de escobas. Una veintena de magos y brujas sobrevolaron la plaza principal y lanzaron sobre el estrado el cuerpo sin vida de un auror. A su vez, otros lanzaron un encantamiento hacia el mástil de la plaza. La bandera de NeoPanem no tardó en arder en el cielo de la mañana.

Los civiles se dividieron entre gritos en un intento de alejarse con rapidez. Los aurores se lanzaron a contener a la multitud, mientras otros se elevaron en escobas para ir tras los desconocidos. Las persecuciones fueron en vano: en pleno vuelo, los alborotadores desaparecieron sin dejar rastro.

Por otro lado, los tributos fueron metidos al Edificio de Justicia con urgencia y la seguridad se encargó de mantenerlos seguros hasta que fueron enviados al Capitolio.

Estaba claro que las amenazas de los extranjeros no habían sido en vano.