La caída de los Black encontró a sus padres como una pareja de recién casados. Él era hijo de muggles, ella carecía de magia en sus venas. No obstante, cuando los aurores registraron su casa no encontraron ni rastro de Erin. Su marido fue llevado a declarar al recién instalado ministerio de magia, pero su ignorancia sobre su paradero hizo imposible que dieran con ella y, sin tener pruebas suficientes, terminaron por liberarlo. El señor Morgan se dedicó entonces a manejar su pequeña tienda de antigüedades en el distrito tres, donde parecía que nada interesante podría ocurrir jamás y que todos los recuerdos estaban destinados a cubrirse de polvo.

El contacto con su esposa se dio mediante mensajeros disimulados y muy poca información. Durante los siguientes años se vieron tan solo un puñado de veces de forma clandestina, pero eso no evitó el nacimiento de su única hija.

Saffron nunca conoció a su madre, quien falleció por complicaciones en el parto que nadie pudo atender. Nació en el sótano oculto de su propia casa y podría decirse que durante los años siguientes tampoco vio mucho más del mundo. Su infancia se limitó a atender a la escuela, ayudar en el negocio de su padre y pasear con sus amigos por el barrio. Nada interesante. Nada llamativo. Nada trágico.

Se enteró de los pecados de su padre junto a todos los demás. Un día llegó a la tienda solo para encontrarse con los aurores arrestando a un puñado de muggles escondidos debajo de las tablas de madera, en una habitación que ella no conocía. Al parecer, su padre se encargaba de esconderlos hasta que conseguía enviarlos al norte en busca de una vida lejos de la esclavitud.

Así fue como Saffron se encontró viviendo con su tía paterna, una mujer aburrida e insulsa llamada Vivianne. Su padre fue ejecutado y su nombre fue a parar a la larga lista de niños que serían sorteados en los juegos mágicos hasta su mayoría de edad.