The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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H. Merneith Bahati
Uagadou
HATHOR MERNEITH
BAHATI
Apologies from my tongue: never yours



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Nubia, Egipto


El destino pareció reírse de ella en cuanto la dejaron en el río y la corriente la arrastró durante lo que pudieron ser semanas. Nacida en medio de la destrucción, no podía esperar nada mejor. No había mucha gente alrededor para recogerla y, quien osara hacerlo, lo haría a sabiendas de que tendría que renunciar a parte de sus recursos para alimentar a alguien más. No abundaba mucho en las orillas del Nilo, no abundaba mucho en ningún sitio.

Alguien osó a hacerlo, alguien se arriesgó. No era tan anciana como su piel arrugada parecía anunciar y no tenía demasiado de nada: ni demasiada amabilidad, ni demasiada comida, ni demasiadas ganas, pero lo que sí tenía era una absurda fe ciega en criaturas celestiales que habían dejado de existir milenios atrás. Quién sabe de dónde sacó la no-anciana un libro sobre deidades en medio de la nada, pero cuando vio que el nombre que estaba grabado en la manta que la envolvía era Hathor, creyó que era una señal.

Era una ironía, más bien. Que a un bebé abandonado le pusieran el nombre de la diosa del amor y la maternidad era parte de un chiste que no le hizo gracia hasta que pasaron los años.

Hathor creció en medio de la miseria, rodeaba de casas en ruinas que en una época mejor habían sido coloridas y el susurro que la corriente del Nilo dejaba al pasar.  Podría haberse quedado siempre ahí, comiendo una vez al día, jugando con la arena de la orilla y hablando únicamente con las otras siete personas que formaban parte de aquella pequeña comunidad. Podría haberlo hecho porque, en ese momento, no aspiraba a nada más. Todavía no era ambiciosa ni insolente y apenas había comenzado a intentar saciar las exigencias de su curiosidad.

Así que podría haberse quedado ahí hasta que todos los miembros de la aldea perecieran, pero un día le negaron explorar más allá de los límites. Cuando prendió fuego a su cabaña con solo una mirada de desprecio, todos los demás comprendieron que no había sido el regalo de una divinidad, sino un castigo divino. La vendieron al primer comerciante que pasó por la zona.


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La Ciudad de los Muertos, El Cairo


Creyó que aquello era lo peor que le podía pasar, que salir de la aldea era sinónimo de muerte, pero no tardó en descubrir que la muerte nunca traía de la mano un final. Quizás sí que murió, entonces, cuando la vendieron a cambio de un par de quesos rancios, pero empezó a vivir en el momento en el que ese hombre la cogió de la mano y tiró de ella mientras gritaba.

Pharaoh se describía a sí mismo como un trovador para los más adultos y un cuentacuentos para los niños. Vivía dando tumbos, inventando historias y escribiéndolas en un cuaderno de mano. Tenía un sentido del humor áspero y desvergonzado y decidió cambiarle el nombre en cuanto ella se presentó: pensó que le quedaba mucho mejor llamarse en honor a la diosa de la guerra y la destrucción. Le pareció de mal gusto, pero no puso pegas.

Cuando no estaba de viaje, aquel hombre pasaba las noches en las ruinas de un cementerio. Había muchos más viviendo entre las tumbas; una comunidad mucho más grande que la que había conocido en las orillas del Nilo. Rodeados de escombros, hacían llamar a ese lugar La Ciudad de los Muertos, pero Merneith nunca se había sentido tan viva.

Sus muestras de magia nunca fueron discretas. En algún momento, en medio de su temprana adolescencia, empezó a creer que realmente había nacido para sembrar al caos. Pharaoh usaba su sentido del humor para tapar los incendios esporádicos, los derrumbes y demás accidentes, pero ambos sabían que eso no podía durar para siempre. Aprovechó uno de sus viajes y uno de sus miles contactos para decirle adiós, asegurándole que por fin estaría donde había nacido para estar.

Merneith apretó los labios y se tragó sus palabras. No le dijo que ella parecía haber nacido para ahogarse en el Nilo.


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Uagadou, Uganda


La Montaña le pareció un lugar idílico, de esos que Pharaoh inventaba para sus historias y, por eso, lo detestó en cuanto lo vio. Se quedaba con las ruinas, con las tumbas y la destrucción; al menos, eso era real. Al menos no parecía salido de un cuento donde se valían de las mentiras para dar esperanza a los niños. 

Nunca supo por qué los Bahati se acabaron encariñando de ella; su adolescencia se basó en insultos, intentos de huida y mostrar desdén hacia los que siempre habían sido de su clase. Su magia estaba descontrolada, igual que ella y, para domarlas (a ambas), hicieron falta años de normas y disciplina.

Aun así, jamás lo lograron del todo.

Pero la terminaron adoptando y Merneith creció bajo la protección de la escuela. Los Bahati siempre estuvieron al mando, esa montaña siempre fue su hogar y, junto a su hijo mayor, la educaron para protegerlo. Merneith siempre fue más despreocupada que su hermano, pero ambos lograron encontrar el equilibrio entre la disciplina y la insensatez. Entre la calma y el caos.

Ovie siempre lo compartió todo con ella. Mer se mantuvo en segundo plano cuando las negociaciones con el resto de los países comenzaron, pero su hermano fue informándole de cada uno de sus pasos. Casi parecía que lo estaba prediciendo, que ya sabía que no tardaría en caer enfermo. 

Cuando lo hizo, cuando ni los mejores sanadores de la montaña parecieron encontrar cura, casi pareció que Ovie sabía que ella tendría que ocupar su lugar.



Además de Ovie, tiene seis hermanos pequeños.

No quiso hacerlo, no se vio capaz. Cuando Ovie, ya en cama, le dijo que tendría que sustituirle, Merneith se negó. Dijo que podría ocuparse cualquier otro, que ella jamás había sido buena en las negociaciones. Fue la confianza de su hermano la que le hizo continuar, aferrándose a la idea de que, si cumplía con la misión, si lo conseguían, tendrían a su alcance más recursos para curar a su hermano.

Trataron de que se casara dos veces. El primer intento, a sus veinte, terminó con un intento de fuga. Para negarse al segundo, cuatro años más tarde, se puso mucho más creativa y quemó todas las flores que encontró por el jardín.

Tiene un sentido de la justicia muy arraigado. El fin justifica los medios si eso significa que el pecador va a acabar pagado por sus actos; de la misma manera, cree que todo el mundo tiene derecho a un juicio en el que se valoren los hechos y las consecuencias.

Para intentar que el estudio de la magia fuera algo que le interesara y tras muchos intentos en vano, decidieron probar con la animagia. Desde ese entonces, puede transformarse en chacal.

Tiene tatuada la llave de la vida en el centro del pecho.




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Hathor Merneith Bahati
7 de mayo, 2431
Extranjeros
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Bruja de sangre muggle
Gal Gadot

Merneith
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H. Merneith Bahati
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