OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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2 participantes
Louise
Deianira Rhodes
Caught in the eye of a dead man's lie
One, two, three and four, the devil's knocking at your door
Caught in the eye of a dead man's lie
Show you life with your head held high
Now you're on your knees with a head on low
Big man tells you where to go
Tell them it's good, tell 'em ok
Don't do a goddamn thing they say
Caught in the eye of a dead man's lie
Show you life with your head held high
Now you're on your knees with a head on low
Big man tells you where to go
Tell them it's good, tell 'em ok
Don't do a goddamn thing they say
Su madre nunca la llamaba por su nombre: Lou, Lulu, Lousy eran las palabras que llenaban siempre aquella casa que, desde un primer momento, fue construida para caerse en ruinas. Louise miraba el techo de vez en cuando, preguntándose cuándo demonios se romperían aquellas ridículas vigas que lo sujetaban y aplastarían tanto a sus padres como a ella misma. Siempre fue un pensamiento recurrente mientras su madre la llamaba (Lou, Lulu, Lousy, pero nunca Louise) y le decía que hiciera la comida, limpiara o llevara bebidas a la mesa.
Ocultar la magia en un mundo donde esta estaba castigada no era tarea fácil, pero a Deborah Katsaros le costó aún más, sobre todo después de que su marido fuera capturado por involucrarse con los rebeldes. Matthew Katsaros nunca fue especialmente cariñoso, tampoco paternalista: que Louise fue un error de dos jóvenes atormentados lo sabía cualquiera. Pero, aun así, suponía que no debía de morir de esa forma: luchando por unos derechos que a Louise le habían dicho que le pertenecían. Desde entonces, desde que su padre participó en la última revuelta de su vida, Deborah se volvió la clase de persona que nadie quería tener en su vida. Bebía, tomaba distintos tipos de sustancias y luego, cuando amanecía, volvía a repetir el mismo proceso.
Louise sabía que iba a estar condenada, pero no de qué manera. Estaba quitando las esquirlas de cristal de un vaso roto que a su madre se le habían clavado en el pie cuando todas las pequeñas piezas resplandecientes que había logrado retirar volvieron a clavarse. Supuso que gritó, pero no lo recuerda. En cierto modo, le resultó fascinante ver cómo la sangre recorría cada centímetro de su piel.
Tenía once años cuando eso sucedió. Ocultar la magia en un mundo donde era castigada no era fácil, pero menos aún para una niña. Los platos caían al suelo, las botellas también. Una vez, una parte del techo se derrumbó (como tantas veces había esperado que lo hiciera), pero su madre no murió en ese momento. Lo hizo cuando Louise tenía dieciséis años y, una mañana, la encontró con la mirada perdida, la tez pálida y la mano abierta junto a un frasco cristalino.
No esperó, no vaciló, solo se marchó. Vivir en la calle no podía ser peor que en una casa destinada a derrumbarse y, aunque pareciera mentira, acabó teniendo razón. A partir de ahí, todo fue mejor. Una no nace aprendiendo cómo moverse por las noches, cómo robar para conseguir comida, cómo engañar a las personas o cómo hacer tratos que velen por sus intereses; a una la empujan a la calle y, una vez ahí, es ella la que aprende a moverse cuando los demás no miran. Al menos, ella siempre fue del norte. Nunca tuvo que mudarse al lugar de las sombras, de los delincuentes y desesperados; desde un primer momento, el destino pareció entender qué era lo que iba a pasar con ella.
Astuta, inteligente y autodidacta, creció haciendo de ese pozo de desesperanza su salón de baile. Una casa, incluso. Una de la que no quería que se cayera el techo. Empezó sola, pero encontró a gente por el camino y, aunque el concepto de familia siempre le pareció una farsa —algo impuesto, una obligación—, es capaz de jurar que dio con algo parecido durante su adolescencia. Personas que se ganaron su lealtad, con las que se veía capaz hasta de construir un imperio.
El cambio de gobierno la pilló en las calles, desde donde fue capaz de observar unos cambios que le parecieron necesarios pero jamás suficientes. Supone que es porque nunca fue conformista, porque en su naturaleza no entraba acatar unas medidas mediocres; pero estas le sirvieron, al menos, para dejar de ocultarse: para recuperar parte de la grandeza que se había tenido que tragar.
Y ahí, por fin, empezó a conformarse. No como otros que habían trabajado a su lado, sin embargo; pero, ¿acaso puede quejarse? Que el que fuera su mano derecha durante tantos años se convirtiera en presidente del gobierno la dejó a ella con el control absoluto de la mafia.
Nunca aspiró a ese papel, siempre creyó que le daba igual. Pero nadie puede negar que hay cierto encanto en saber que el norte te pertenece, que puedes moverte con impunidad y que jamás tendrás que pagar por esos actos que cometen los tuyos.
No acepta que nadie use apodos con ella, siendo Louise el único nombre que aprueba.
Su apellido nunca fue Rhodes, este solo fue uno que adoptó tras ver un anuncio de una modelo anunciando un perfume cualquiera.
Aunque sus ideales siempre se han asemejado más a la corrientes de los pro-magos, se considera neutral en este dilema político. No le parece razonable detestar a personas que, en algún momento, podrían servirle para su propio beneficio.
Considera que tiene una personalidad explosiva y un tipo de determinación que más personas debería aspirar a tener. De carácter fuerte, ideas claras y metas firmes.
Le gusta mantenerse enterada de todo lo que sucede en el Capitolio, pero sabe perfectamente que ese jamás será su sitio ni su tipo de personas. El norte siempre será su hogar, su lugar y su propio tablero de ajedrez.
Su madre adoraba su pelo largo, así que se lo cortó en cuanto tuvo ocasión. Desde ese momento, nunca ha permitido que le vuelva a crecer.
Solo viste con los colores blanco y negro, llegando a usar el rojo si se siente de humor. Siempre se ha considerado una persona minimalista y esta combinación le produce satisfacción.
Su apellido nunca fue Rhodes, este solo fue uno que adoptó tras ver un anuncio de una modelo anunciando un perfume cualquiera.
Aunque sus ideales siempre se han asemejado más a la corrientes de los pro-magos, se considera neutral en este dilema político. No le parece razonable detestar a personas que, en algún momento, podrían servirle para su propio beneficio.
Considera que tiene una personalidad explosiva y un tipo de determinación que más personas debería aspirar a tener. De carácter fuerte, ideas claras y metas firmes.
Le gusta mantenerse enterada de todo lo que sucede en el Capitolio, pero sabe perfectamente que ese jamás será su sitio ni su tipo de personas. El norte siempre será su hogar, su lugar y su propio tablero de ajedrez.
Su madre adoraba su pelo largo, así que se lo cortó en cuanto tuvo ocasión. Desde ese momento, nunca ha permitido que le vuelva a crecer.
Solo viste con los colores blanco y negro, llegando a usar el rojo si se siente de humor. Siempre se ha considerado una persona minimalista y esta combinación le produce satisfacción.
06
09
08
07
Louise Deiamira Rhodes
19 de noviembre, 2435
Distrito 12
Civil
Bruja de Sangre Pura
Taylor Lashae
19 de noviembre, 2435
Distrito 12
Civil
Bruja de Sangre Pura
Taylor Lashae
Louise
Louise Deianira Rhodes
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