El sol se asomó por un NeoPanem silencioso. Hacía mucho tiempo que habían olvidado la sensación de una cosecha clásica y, no obstante, a algunos se le hacía horriblemente familiar.
Los desayunos fueron servidos, algunos más abundantes que otros. Las mejores ropas fueron escogidas, incluso por aquellos que no tenían mucho de dónde elegir. Los aurores y licántropos llegaron temprano, sus botas se escuchaban en cada rincón de los distritos que estaban por regalar dos niños a su suerte.
Cada Edificio de Justicia había levantado pantallas en sus extremos. Las vallas cerraban el perímetro que sería ocupado por los niños que habían entrado a las urnas. Empleados de seguridad los iban recibiendo, pinchaban sus dedos solo para chequear en sus tabletas que ninguno de los condenados hubiera faltado ese día. Un pequeño registro del orden.
Claro que los distritos más fieles al Capitolio tenían muchos menos niños anotados que los norteños. En el distrito dos había menos de cincuenta. Se podría decir que, en cierto modo, la presión por el cumplimiento de las normas había surtido efecto en una buena parte de los civiles. La mayoría sólo quería volver a sus casas, la guerra no tenía por qué tocarlos si agachaban la cabeza.
El logo de NeoPanem apareció en todas las pantallas a las diez de la mañana en punto. El himno retumbó como un eco en cada rincón del país.
Las imágenes captadas por diferentes cámaras pasaron a una gran velocidad, pero la mayoría las conocía muy bien. Eran fragmentos de cámaras de seguridad, de los estallidos que tiraron abajo el Ministerio de Magia, de los asaltos, de las manifestaciones, de la Isla Ministerial en llamas, de la gente que huía despavorida el día en el cual los rebeldes arrebataron el distrito nueve de sus ciudadanos. Cada uno de los pecados de esos terroristas puestos en evidencia, las memorias de los motivos que los habían colocado en esas urnas por decisión propia.
Una voz masculina desconocida hablaba por encima de ellas. Los que prestaban atención escucharon cómo NeoPanem buscaba restaurar el orden en honor no solo a los magos y brujas del pasado, sino también a quienes habían muerto en servicio tratando de combatir el terrorismo. Cómo debían recordar que el sacrificio de los tributos terminaría cuando los rebeldes dieran un paso atrás...
Por un futuro unido, brillante y mágico.
La voz se silenció. Las cámaras se enfocaron en los niños.
Y los escoltas subieron a escena para darles la bienvenida.
— A lo largo de los días de hoy y mañana habrá dos intervenciones: la presentación del tributo femenino y el tributo masculino. Estén atentos para saber cuándo reaccionar.
— El tema estará abierto hasta el viernes 13 por la noche para que todos lleguen a pasarse. Al finalizar, será abierto el Centro de Entrenamientos y el registro de tributos será cerrado.


Hasta aquel día, había pasado estudiando más afondo aquellas pociones que pudiesen resultarles de ayuda, al igual que los venenos. Había buscado la ayuda de Raven para mejorar en el apartado de combate, uno en el que no destacaba ni nunca había sido de mi interés. Y en un día de lucidez, había pensado en la posibilidad de que me tocase un chico muggle y por eso, tuve que buscar e investigar también, el modo de aplicar todo ello de un modo tan rudimentario como ellos usaban.
La eficacia de toda aquella investigación sería algo que descubriría en los próximos días. Por el momento, la noche antes, decidí ir a pasarla con Raven. Estar con mi hermana me tranquilizaba mucho más de lo que pudiese hacerlo cualquier otra cosa. Algo que realmente era curioso pues, normalmente, era yo el que surtía ese efecto tranquilizador en ella.
Y ahora, finalmente, me encontraba en aquel lugar donde los niños empezaban a reunirse. Tragué saliva mientras inevitablemente aflojaba la corbata que me había puesto en un gesto que buscaba permitir la llegada de aire de forma urgente. Mi rostro no podía evitar bailar entre aquellos que iban llegando, preguntándome, cuales de ellos serían los elegidos.


— Venga, no va a pasar nada Rose. Está claro que tu nombre no va a salir en esa mierda de urna, hay gente que ha hecho cosas peores. Tú no has hecho nada. A ti sólo te han intentado relacionar con un traidor. Todo quedó claro. Hoy no va a ser tu último día. — No sé cuántas veces me lo he repetido frente al espejo, para reconfortarme a mi misma y para quedarme más tranquila. ¿Ha funcionado? Para nada. De hecho me he puesto mucho más nerviosa. Lo único que quiero hacer ahora es meterme en la cama, taparme hasta arriba y no salir hasta que todo haya pasado.
Pero no es una opción. Hoy tengo que ir a la cosecha y no tengo escapatoria de ésta.
En el Edifico de Justicia me encuentro con que hay cuatro gatos contados. ¿¡Qué!? Mis ojos se abren de par en par al sentir la vergüenza y de las miradas punzantes que siento hacia mi persona. Me he puesto mona, con un vestido que tenía reservado para una fiesta, pero está claro que no me miran por lo guapa que voy. Me pinchan el dedo y hago una pequeña mueca de dolor. Suspiro y me hecho el pelo hacia atrás cuando me encuentro en la fila, con todas las personas del distrito mirando hacia todos los que podemos ser candidatos. No me gusta esta sensación. Siempre me ha gustado ser el centro de atención, pero en esta situación me encantaría dejarle el puesto a otra persona. Lo único que espero es que todo pase rápido. Cruzo mis dedos cerca de mi falda, invocando cualquier tipo de suerte mientras escucho por los altavoces el discurso.


Todos sabían por qué estaban ahí: un chico y una chica de cada distrito debían cumplir con el reclamo del Ministerio de Magia y entregarse a cambio de la cantidad de bajas producidas por los rebeldes. La explicación innecesaria de los escoltas retumbó en las plazas, nadie pudo hacer oídos sordos.
Como era costumbre en los tiempos de antaño, las damas fueron primero. Todos vieron cómo los dedos la persona sobre el escenario revoloteaba en la urna de su izquierda, algunas con más papeletas, otras con menos.
El aire era tenso. Un papel se estiró delante de los ojos de todo el distrito. Y un nombre retumbó en el micrófono.
— ¡Vega Fisher!


Soy absorbida por mis propios pensamientos, que para cuando me doy cuenta, el discurso de los escoltas ha terminado. Eso sí, yo no he cambiado mi postura y sigo cruzando los dedos, invocando la misma suerte que desde el principio. Noto un gran malestar general, como si tuviese ganas de vomitar aquí mismo, en la espalda de la chica que tengo frente a mi. Me llevo una mano a la frente para quitarme el sudor frío. Veo como se acercan a la urna de las chicas y comienzan a revolverla para sacar papeletas.
Lo peor es que no hay muchas papeletas y eso son malas noticias para mi, ya que tengo más probabilidades de salir elegida.
Me muerdo el labio inferior y agacho la cabeza, como cuando en el colegio no quería que me escogiesen y me escondía detrás de mis compañeros. Escucho como el papel es desenvuelto y me muerdo aún con más fuerza el labio inferior, cierro los ojos con fuerza y aprieto mis dedos contra mi vestido, aún cruzados. — Por favor, por favor, por favor, yo no. — Susurro rápidamente. Pero no es mi nombre el que dicen, sino el de una chica de mi fila. Abro los ojos perpleja. Parece ser que la suerte me ha sonreído hoy.
Suelto un suspiro de alivio, notando como se me quita un gran peso de encima. Soy libre, no he sido elegida para los juegos. Una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro. No me puedo creer la suerte que he tenido. Eso sí, Vega Fisher ha sido condenada a ir a los juegos, y yo estoy flipando. Pero lo único que puedo pensar es: por Morgana, menos mal que no he sido yo.


Si iban a nombrarla, que lo hicieran ya. Sus piernas temblaron apenas un ápice, volviendo su mirar hacia el de su hermano, alargando la mano para tomar la del contrario, entrelazar sus dedos con los de él, sintiendo el miedo como algo real, tangible y presente. La saliva bajó con dureza por su garganta, y se aferró con tanta fuerza a Thomas que temió hacerle daño. — Thomas... — susurró con voz entrecortada. No había salido de su habitación desde hacía tanto, tanto tiempo que incluso el cielo y las voces de los demás le lastimaban los oídos, y buscar el contacto de su hermano se había tornado algo que le resultaba extraño, pero que mantuvo. — No me sueltes. — pidió.
Las imágenes se sucedieron frente a sus ojos, también las explicaciones y discursos que no llegaron a ser procesadas por su cerebro. Lo único que sí la alcanzó fue la mención de su nombre, y la proclamación del mismo en una de las grandes pantallas. — No... — masculló. ¿Se sorprendía? No, pero no dejaba de sentirse como irreal. — Thomas. — llamó nuevamente a su hermano, queriendo pegarse más a él cuando los empujones se sucedieron a un lado y, en un abrir y cerrar de ojos, las manos de un auror se cernieron en torno a sus hombros, queriendo dirigirla hacia el estrado. — Suéltame. No voy a ir. — pronunció. — ¿Thomas? ¡Thomas! — lo llamó en un intento porque reaccionara, soltando su mano cuando tiraron de ella y la arrastraron lejos del menor de los dos mellizos.


Las chicas se movieron, ocuparon sus puestos sin que nadie aplauda demasiado. Los aurores movieron a la señorita Fisher con precisión. No hubo forcejeos violentos. No en cámara.
Para cuando anunciaron que era el turno de los varones el silencio se había instalado con pesadez. La mano volvió a hurgar entre las papeletas, esta vez a su derecha, hasta dar con el nombre del pobre susodicho que sería el acompañante de la jovencita que acababa de subir al escenario.
Un nuevo nombre retumbó para que el mundo sepa su condena.
— ¡Thomas Fisher!


La intención de Thomas era mostrarse estoico, completo o al menos tanto como le era posible con la intención de ofrecerle consuelo a Vega. Ella era la mayor, pero hacía mucho tiempo que él había tomado ese rol convirtiéndose en su protector.
—Vega —la llamó en un murmullo. Cuando ladeó el rostro se inclinó a penas con la intención de rozarle el hombro con los labios. Nunca la abandonaría, siempre sería su escudo protector contra el mundo y todo lo que le atemorizara. Entonces, le mostró una débil sonrisa. Tan reconfortante como pudo hacerla—. Acabará pronto, verás —recordó.
Fisher no era capaz de ofrecerle consuelo de otra forma a su hermana más que pedirle calma y paciencia. ¿Cómo iba a ofrecerle más cuando la elección de los tributos estaba muy lejos de estar al alcance de sus manos? Hubiera sido un mentiroso, especialmente cuando dijeron en voz alta el nombre de la mujer que iría a los juegos en representación del distrito dos.
Al chico le tomó un momento darse cuenta de la realidad de lo que estaba sucediendo. Perplejo se giró con la intención de encarar a su melliza y era como si ninguno de los dos pudiera creer lo que estaba pasando. Vega. Su hermana.
—Vega —repitió Thomas.
Ambas manos de este salieron disparadas hacia la chica a su lado con la intención de retenerla a su lado. Thomas tenía la inocente intención de cuidar de ella, como fuera. ¿Qué más iba a hacer? Las fuerzas estaban en su contra. ¿Qué oportunidad de sobrevivir tendrían? Si se resistían o ella si iba a los juegos... no quería si quiera pensarlo y mucho menos concebir la idea de un mundo sin su hermana.
En un arrebato tiró de su hermana sin importarle que otras manos lo sujetaran a él. Combatió fuerza con fuerza en un intento por traer a la rubia hacia él. —¡No! Mi hermana no, mierda, ella no —se quejó. El rostro de este se descompuso cuando sus dedos soltaron los de Vega y el corazón le amenazó con salirse de su pecho.
Tenía que ir a por ella, de cualquier forma.


Los dedos de la rubia se movieron en dirección a su hermano, tratando de volver a alcanzarlo, de que no dejara que se la llevaran, de sostenerla a su lado como había tratado de hacer los últimos meses por más que ella misma no se dejara tomar. No consiguió a pronunciar nuevamente el nombre de su mellizo, no cuando fue arrastrada lejos del resto de jóvenes, empujada hacia el escenario cuando la cámara regresaba hacia las urnas, no prestándole atención a la desgraciada que acababa de salir seleccionada para morir en un infierno donde otros muchos jóvenes acabarían. Tragó saliva, girándose en redondo, buscando la rubia cabellera de Thomas entre los jóvenes que allí se mantenían.
Sus pies ya estaban en la parte superior del escenario, manteniéndola en un lado mientras los revoltosos dedos se movían en el aire hasta tomar un nuevo papel. Thomas Fisher. — Thomas Fisher. — pronunció ella misma con el único aliento que restaba en sus pulmones. No. ¿Por qué? Las fuerzas la abandonaron, sus piernas fallaron y acabó cayendo de forma destartalada al suelo. No, no, no, no. Un adolorido gemido escapó de entre sus labios, su cuerpo quiso moverse, salir corriendo. Su cerebro, por su parte, quiso gritar, negociar, suplicar. ¿No era suficiente? ¿No tenían suficiente?
No vengas aquí. No subas. No dejes que te arrastren. Los mellizos tenían una forma especial de comunicarse, o al menos eso decían y había vivido en más de una ocasión, pero, en aquel momento, deseaba con todas sus fuerzas que el otro rubio fuera capaz de escucharla; que fueran las palabras lo que escuchara dentro de su cabeza y no el dolor que la consumía por dentro tras escuchar el nombre del menor de los mellizos.
Mención: Thomas.


A penas habían pasado unos minutos cuando la perdió de vista y aun continuaba batallando con las manos que le obligaban a quedarse quieto. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Pensaban que iba a dejarlo estar? Solo porque eran unos estúpidos juegos, uno cruel y macabro. No comprendía como las personas se prestaban para ello, viéndolo como un entretenimiento y uno una caza salvaje.
El menor de los mellizos encontró alivio cuando su nombre fue dicho en voz alta de la misma forma que dijeron el de su hermana. Una locura, lo sabía y aun así estaba aliviado de saber que él estaría a su lado. No tenía que leer la mente de la rubia para saber lo que probablemente se estaría cruzando por la cabeza de esta: Huir, alejarse, salvarse. Ponerse a salvo o lo que fuese que Vega estuviera pensando. Pero él encontraba en ello una oportunidad de estar a su lado, aunque fuese hasta el último momento.
Thomas avanzó sin la necesidad de que nadie lo arrastrara hacia el escenario a donde se encontraba el hombre que dijo su nombre. Tampoco se fijó en los aurores o nadie más que no fuera su hermana. Sin ninguna expresión que predominara en su rostro lo único que hizo fue encontrarse con ella y tomar su mano de la misma forma que lo había hecho unos minutos atrás cuando se la fue arrancada de su lado.
—Estamos juntos en esto, ¿Sí? —masculló. Quiso decirle que saldrían de esa, quiso soltar una mentira piadosa, pero sabía que le debía mucho más a su hermana que eso, entonces no dijo nada más y se ubicó a donde le correspondía sin despegarse de la compañía de la chica a su lado.


Y no a mi.
Puede que yo hubiese montado un jaleo mucho más grande. Bueno, ahora que lo pienso en frío, claro está. Puede que si llegase a escuchar mi nombre por los altavoces del distrito me quedaría de piedra, inmóvil, estática y sin saber exactamente qué hacer. Igual luego con el golpe de realidad empezaría a patalear y a intentar escaparme. Pero al menos estoy contenta de que no me haya tocado a mi el marronazo. Parece ser que la fortuna me ha sonreído.
De todas formas, el siguiente acontecimiento es el que hace que suelte un grito ahogado y me lleve la mano a la boca por la sorpresa. Los dos hermanos han sido seleccionados para la cosecha. Se escuchan muchos murmullos tanto entre los que nos encontramos dentro, como los adultos y familias que se encuentran fuera. Es de locos que ambos vayan a ir a los juegos. Parece planeado y todo. Mira que hay que tener mala pata para que vayas a ir con tu hermano a los juegos. Y que el billete de vuelta puede que solo lo tenga uno... o ninguno.


Finalmente aquello comenzó. Mi mirada viajó veloz entre la gente del distrito que había acudido. Buscaba con cierta esperanza el pelo pelirrojo de mis hermanas, especialmente el de Raven, pero aunque quisiese negarlo, aunque no fuese corriente en mi, no conseguía ver más allá de lo que tenía delante.
Carraspee un poco para volver a mi semblante pausado y pasé una mano por mi pelo al tiempo que veía al escolta prepararse para decir el primer nombre, el de la tributo femenino. Vega. Mi mirada viajó veloz hasta que vio a dos chicos luchando por evitar que ella subiese al estrado, cosa que por supuesto no consiguió alcanzar. Trajeron a la chica al escenario y aunque todos mis instintos pitaban por correr a abrazarla y de algún modo darle un apoyo que estaba seguro necesitaría, no me moví. No pude hacerlo. Sabía que no era lo que tocaba. Raven me había dejado muy claro la situación delicada en la que me encontraba.
Pero los instintos de uno son fuertes y cuando pronunciaron el nombre del otro tributo, un pequeño escalofrío recorrió toda mi espalda. Eran hermanos, mellizos parecían. Los dos tributos eran hermanos y eran poco más pequeños que yo mismo. ¿Qué les sacaría tres, cuatro años? La imagen de Raven se apareció en mi mente y no pude evitar pensar en ellos como si fuésemos nosotros. Era una situación muy cruel, pero tener a tu hermana allí solo lo empeoraba. De estar en su lugar, hubiese dado todo lo que tenía por salvar a Raven.
Y si ya antes estaba decidido a ayudarles con lo que pudiese, ahora estaba más decidido aún. Solo temía que mi ayuda no fuese suficiente. Tomé aire y me acerqué a ambos llevando delicadamente mis manos a los hombros de la chica para darle un apretón silencioso en los hombros. Siempre tenía palabras, pero ahora mismo, me había quedado sin ninguna que decir. Solo podía mirar a los dos chicos con los que pasaría aquellos días.
Mención: Thomas y Vega.


Los tributos habían sido escogidos. Sus rostros iban a recorrer el país entero y sus nombres serían los que ocuparían las bocas de todos los habitantes en las semanas siguientes. El reloj había comenzado a correr.
Las escoltas pidieron que estrechen sus manos. Una imagen de breve unidad que se rompería con el correr de los días, al menos en la mayoría de los casos. Después de todo, en esta ocasión habría sólo un vencedor.
Las cámaras captaron cómo los tributos, las escoltas y los mentores se metían dentro del Edificio de Justicia de cada uno de sus distritos. Las plazas empezaron a vaciarse, repletas de rostros que cargaban con el alivio de no haber sido elegidos a costa del sufrimiento de alguien más.
Solo quedaba despedirse.
Luego llegaría el Capitolio.
— A partir de este momento no se aceptan más tributos en los registros.
— Quienes deseen abrir temas de despedida con sus seres queridos en el Edificio de Justicia de su distrito son libres de hacerlo. Claro que esto es un tema individual y no corre dentro de las recompensas de participación en los juegos.
— Tras las despedidas, los tributos han sido enviados con transportadores mágicos al Capitolio junto con sus mentores y escoltas. Fueron recibidos en la Plaza Principal frente al Ministerio de Magia, en una zona vallada y rodeada de cámaras y público curioso. Tras eso han sido enviados al centro de estética para ser preparados para el desfile de esa misma noche.
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