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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Hyperion O'Riley
Nombre Completo Hyperion James O'Riley Fecha de nacimiento 23/11/2453 Distrito 7 Rango Tributo Raza Mago (Hijo de Muggles) Face Claim Rafael Miller |
Historia
Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
El sonido del reloj y las respiraciones de sus compañeros habían sido su única compañía durante seis largos años, sus recuerdos se componían de voces adultas monocordes, palabras hirientes que no comprendería hasta que creciese algo más y la sensación de abandono que, como un manto oscuro o un líquen especialmente persistente, se adhería a los delgados cuerpos de todos los niños y niñas que, como él, trataban de sobrevivir en el orfanato del Distrito 7 día tras día.
Hyperion James O'Riley, su nombre era lo único que conservaba de sus padres, lo único que no les habían quitado al separarlos. Diecinueve letras, dos nombres, un apellido, puede que hasta un significado.
Sus padres eran muggles, esclavos, marcados con una "M" en las muñecas para que nadie se olvidase de su condición tras la caída de los Black un año antes de que él naciese. Eritía y Orestes, ambos pertenecientes a buenas familias, creyeron que los cambios, las esclavizaciones y el escarnio al que comenzaron a someter los magos a los muggles no llegaría a afectarles a ellos. Cuando uno es joven cree que puede enfrentarse al mundo, pero la realidad para aquellos que no son libres es otra. Solo la gente libre puede permitirse soñar, casarse y formar familias, pero eso era algo que ellos se negaron a aceptar hasta que no tuvieron escapatoria.
Dejaron de ser "personas" en cuestión de semanas, meses, sus derechos, propiedades y oportunidades les fueron arrebatados y, se les inculcó por las malas que, si existían, era por y para servir a aquellos que eran superiores a ellos. Eso sería lo único que realmente se interesarían en enseñarles los regentes del orfanato del Distrito 7 a Hyperion y el resto de niños que, por haber nacido de esclavos, habían sido apartados de sus familias por el Gobierno y puestos en manos del Mercado de Esclavos.
"Estáis aquí por culpa de vuestros padres", repetían incesantemente, "ellos os han hecho esto".
Muchos de los niños que vivían en el orfanato se conformaban con aquella explicación, la aceptaban sin rechistar, debían agradecer al Capitolio que se los alimentase, que hubiese un techo que los cubriese porque, aunque eran poseedores de magia, no dejaban de ser unos insignificantes muggles, el último escalón de la sociedad, poco más que parásitos que infectaban el mundo con su sola presencia.
Hyperion no era como aquellos niños que bajaban la cabeza y culpaban a sus inconscientes padres y al resto de muggles por el tipo de vida que les habían obligado a llevar, él, aunque no lo dijese en voz alta, siempre pensó que la culpa no era sino de aquellos que gobernaban, el mundo había sido un lugar seguro para los suyos antaño, si ya no lo era no era culpa de sus padres, sino de los magos con ínfulas de dioses. Él mismo era capaz de hacer magia, su primera muestra se había dado apenas recién nacido cuando, en una pataleta, hizo estallar un espejo en miles de pedazos sin siquiera ser consciente de ello. ¿Qué lo diferenciaba entonces de un mago? ¿Por qué él no tenía derecho a educarse como el resto? ¿Quién decidía que un mago solo podía ser alguien que descendiese de un linaje puro?
Sangre sucia, hasta que cumplió los siete años escuchó aquellas dos palabras en tantas ocasiones que llegó a creer que realmente había alguna diferencia real entre su sangre y la de los demás. Pero no era así, el líquido carmesí, espeso y caliente que manaba cuando alguna herida, fruto de las pésimas condiciones de vida, el trabajo al que los sometían mientras permanecían en el orfanato y el clima, afloraba a su piel no parecía ser diferente al que recorría las venas del resto.
Castigos cuando se iba de la lengua, niños mayores que por el más mísero "delito" desaparecían y nunca volvían.
Tuvo que aprender desde muy pronto que, si quería sobrevivir, debía ser un lobo con piel de cordero. Y en eso mismo fue en lo que se convirtió con el paso de los años, para cuando cumplió los once ya guardaba tanto rencor y veneno en su interior que, cualquier mínimo susurro que escuchase contra el Capitolio llamaba su atención como la de una polilla al ver una luz brillante. Descubrió conforme fue creciendo que habían más personas que pensaban como él, tanto muggles como sus descendientes poseedores de magia, personas que ocultaban sus ideales al Capitolio pero que, cuando no los veían, se rebelaban contra él en la medida de lo posible, unos escapando, otros creando folletos y carteles, algunos simplemente esperando a que llegase el día en el que pudiesen verlo caer o contribuir a su desaparición.
A los doce ya era lo suficientemente alto, fuerte y serio como para que los regidores del orfanato considerasen que podía trabajar en el Distrito sin dar problemas. Así fue como acabó en el hogar de los Fairhope, la familia que, de forma aparentemente desinteresada, había requerido de alguien que trabajase en sus terrenos.
Los Fairhope eran una buena familia, magos puros de buen linaje, poseían un terreno de tamaño considerable en uno de los extremos más alejados del centro del Distrito, eran dueños de gran parte de los árboles que se destinaban a la fabricación de varitas, el negocio principal que sustentaba a la mayor parte del Distrito 7. Él no tenía permitido usar una, siquiera hacer magia, sin embargo, sí podía trabajar en su creación, en la recolección de la madera. Cuando era más pequeño, antes de ser capaz de discernir y desarrollar el sentido común, había soñado con ser un mago completo, con tener uno de aquellos instrumentos que, al ser agitados, convocaban bien una llamarada, bien un chorro de agua helada... bien una luz que rivalizaba con la del propio sol. Incluso había llegado a tratar de hacer magia por sí mismo a escondidas, moviendo los dedos, atrayendo pequeños objetos que, por falta de educación mágica, casi siempre acababan cayendo al suelo y haciéndose añicos.
Sus motivaciones cambiaron con el tiempo y, una vez acomodado en el hogar de los Fairhope con el resto de esclavos y trabajadores, decidió que, tal vez, había llegado el momento de marcharse. Planeó entonces su huida, sin embargo, descubrió al poco de instalarse en su nuevo "hogar" que Eritía, su madre, era una de las esclavas de la familia y que había sido en parte la razón por la que el matrimonio de varitólogos que la poseían habían querido que fuese él y no otro el que trabajase para ellos. La reunión con aquella madre a la que tanto había ansiado conocer y el trato de una familia que no parecía considerarlo escoria fue más que suficiente para que sus planes fuesen postergándose mientras el tiempo pasaba y, sin querer, se obsesionaba, ligeramente, con la escurridiza hija de los Fairhope.
Ocultos de ojos malévolos, cuando él no estaba trabajando hasta la extenuación, ella le enseñó algunas de las cosas que había aprendido gracias a la educación que, pese a ser squib, le habían facilitado sus padres. Algo que él tenía prohibido pero que, en cierto modo, lo hacía sentirse bien. Una pequeña contribución a su silenciosa rebeldía.
Eso no impidió que siguiese ansiando la libertad, igual que su situación, mucho mejor que cuando vivía en el orfanato, no impidió que el odio hacia los magos siguiese hirviendo a fuego lento en su interior con cada injusticia que presenciaba en el Distrito.
Y, entonces, al cumplir los dieciséis, ardió el Mercado de Esclavos y la normativa que hasta ese momento le había impedido emplear su magia cambió. De la noche a la mañana pasó de ser un muggle poseedor de magia, un parásito al que se impedía hacer uso de su naturaleza, a un ciudadano de pleno derecho, un mago, con varita propia y todo. Su madre no podría haber estado más orgullosa, su hijo no volvería a ser esclavo. Hyperion, por su parte, no se sentía libre ni mucho menos, no dejaba de ser presa del sistema, a merced de los cambios que instaurasen los diferentes gobiernos de magos que se sucediesen uno tras otro. Inseguridad, alguien como él jamás podría sentirse parte de la sociedad, no olvidaría su origen, los castigos e insultos, las malas miradas que todavía lo acompañaban.
No podría ser libre de verdad hasta que un muggle volviese al poder y aquel gobierno del terror del Capitolio se extinguiese.
Pese a su rechazo hacia las costumbres de los magos —él continuaba considerándose a sí mismo un muggle poseedor de magia pues le repugnaba la mera idea de ser uno de aquellos esclavistas desalmados— aprendió todo lo que pudo sobre magia aprovechando su nueva condición, cuando no trabajaba estudiaba, investigaba y recolectaba tanta información como era capaz. Se permitió a sí mismo moverse en diversos círculos, conocer a magos que, como los Fairhope, no se sentían tan repugnados por su ascendencia y aprender de ellos todo lo que pudo. Las voces rebeldes no tardaron en llegar también a sus oídos y la mención de un Distrito en el que se unían aquellos que habían logrado sobrevivir a la huida buscando la caída del reinado de terror de los magos volvió a despertar su necesidad de marcharse, de luchar.
Su madre no quiso ser partícipe de su plan cuando se lo contó, no quería arriesgarse a ser capturada y ejecutada como tantos otros, los Fairhope eran lo suficientemente considerados como para no tratarla como si fuese un animal y eso, para ella que ya había sufrido suficiente, era más de lo que podía pedir. Trató de disuadirlo, de hacer que se quedase en el Distrito y no arriesgase su vida en vano, pero él no la escuchó.
Y una noche, algunos años después, cuando ya no había un alma por las calles del Distrito 7, aprovechó la oscuridad y el silencio para atravesar la linde del bosque y correr tan al noroeste como fuera posible... hasta que escuchó una rama romperse y se encontró con la hija de los Fairhope, Dianthe, que, al parecer, lo había perseguido.
El tiempo que perdió increpándola para que volviese a casa fue decisivo para que los descubriesen y acusasen de intentar unirse a los rebeldes huyendo del Distrito en plena noche.
No habría un mañana para ellos.
El sonido del reloj y las respiraciones de sus compañeros habían sido su única compañía durante seis largos años, sus recuerdos se componían de voces adultas monocordes, palabras hirientes que no comprendería hasta que creciese algo más y la sensación de abandono que, como un manto oscuro o un líquen especialmente persistente, se adhería a los delgados cuerpos de todos los niños y niñas que, como él, trataban de sobrevivir en el orfanato del Distrito 7 día tras día.
Hyperion James O'Riley, su nombre era lo único que conservaba de sus padres, lo único que no les habían quitado al separarlos. Diecinueve letras, dos nombres, un apellido, puede que hasta un significado.
Sus padres eran muggles, esclavos, marcados con una "M" en las muñecas para que nadie se olvidase de su condición tras la caída de los Black un año antes de que él naciese. Eritía y Orestes, ambos pertenecientes a buenas familias, creyeron que los cambios, las esclavizaciones y el escarnio al que comenzaron a someter los magos a los muggles no llegaría a afectarles a ellos. Cuando uno es joven cree que puede enfrentarse al mundo, pero la realidad para aquellos que no son libres es otra. Solo la gente libre puede permitirse soñar, casarse y formar familias, pero eso era algo que ellos se negaron a aceptar hasta que no tuvieron escapatoria.
Dejaron de ser "personas" en cuestión de semanas, meses, sus derechos, propiedades y oportunidades les fueron arrebatados y, se les inculcó por las malas que, si existían, era por y para servir a aquellos que eran superiores a ellos. Eso sería lo único que realmente se interesarían en enseñarles los regentes del orfanato del Distrito 7 a Hyperion y el resto de niños que, por haber nacido de esclavos, habían sido apartados de sus familias por el Gobierno y puestos en manos del Mercado de Esclavos.
"Estáis aquí por culpa de vuestros padres", repetían incesantemente, "ellos os han hecho esto".
Muchos de los niños que vivían en el orfanato se conformaban con aquella explicación, la aceptaban sin rechistar, debían agradecer al Capitolio que se los alimentase, que hubiese un techo que los cubriese porque, aunque eran poseedores de magia, no dejaban de ser unos insignificantes muggles, el último escalón de la sociedad, poco más que parásitos que infectaban el mundo con su sola presencia.
Hyperion no era como aquellos niños que bajaban la cabeza y culpaban a sus inconscientes padres y al resto de muggles por el tipo de vida que les habían obligado a llevar, él, aunque no lo dijese en voz alta, siempre pensó que la culpa no era sino de aquellos que gobernaban, el mundo había sido un lugar seguro para los suyos antaño, si ya no lo era no era culpa de sus padres, sino de los magos con ínfulas de dioses. Él mismo era capaz de hacer magia, su primera muestra se había dado apenas recién nacido cuando, en una pataleta, hizo estallar un espejo en miles de pedazos sin siquiera ser consciente de ello. ¿Qué lo diferenciaba entonces de un mago? ¿Por qué él no tenía derecho a educarse como el resto? ¿Quién decidía que un mago solo podía ser alguien que descendiese de un linaje puro?
Sangre sucia, hasta que cumplió los siete años escuchó aquellas dos palabras en tantas ocasiones que llegó a creer que realmente había alguna diferencia real entre su sangre y la de los demás. Pero no era así, el líquido carmesí, espeso y caliente que manaba cuando alguna herida, fruto de las pésimas condiciones de vida, el trabajo al que los sometían mientras permanecían en el orfanato y el clima, afloraba a su piel no parecía ser diferente al que recorría las venas del resto.
Castigos cuando se iba de la lengua, niños mayores que por el más mísero "delito" desaparecían y nunca volvían.
Tuvo que aprender desde muy pronto que, si quería sobrevivir, debía ser un lobo con piel de cordero. Y en eso mismo fue en lo que se convirtió con el paso de los años, para cuando cumplió los once ya guardaba tanto rencor y veneno en su interior que, cualquier mínimo susurro que escuchase contra el Capitolio llamaba su atención como la de una polilla al ver una luz brillante. Descubrió conforme fue creciendo que habían más personas que pensaban como él, tanto muggles como sus descendientes poseedores de magia, personas que ocultaban sus ideales al Capitolio pero que, cuando no los veían, se rebelaban contra él en la medida de lo posible, unos escapando, otros creando folletos y carteles, algunos simplemente esperando a que llegase el día en el que pudiesen verlo caer o contribuir a su desaparición.
A los doce ya era lo suficientemente alto, fuerte y serio como para que los regidores del orfanato considerasen que podía trabajar en el Distrito sin dar problemas. Así fue como acabó en el hogar de los Fairhope, la familia que, de forma aparentemente desinteresada, había requerido de alguien que trabajase en sus terrenos.
Los Fairhope eran una buena familia, magos puros de buen linaje, poseían un terreno de tamaño considerable en uno de los extremos más alejados del centro del Distrito, eran dueños de gran parte de los árboles que se destinaban a la fabricación de varitas, el negocio principal que sustentaba a la mayor parte del Distrito 7. Él no tenía permitido usar una, siquiera hacer magia, sin embargo, sí podía trabajar en su creación, en la recolección de la madera. Cuando era más pequeño, antes de ser capaz de discernir y desarrollar el sentido común, había soñado con ser un mago completo, con tener uno de aquellos instrumentos que, al ser agitados, convocaban bien una llamarada, bien un chorro de agua helada... bien una luz que rivalizaba con la del propio sol. Incluso había llegado a tratar de hacer magia por sí mismo a escondidas, moviendo los dedos, atrayendo pequeños objetos que, por falta de educación mágica, casi siempre acababan cayendo al suelo y haciéndose añicos.
Sus motivaciones cambiaron con el tiempo y, una vez acomodado en el hogar de los Fairhope con el resto de esclavos y trabajadores, decidió que, tal vez, había llegado el momento de marcharse. Planeó entonces su huida, sin embargo, descubrió al poco de instalarse en su nuevo "hogar" que Eritía, su madre, era una de las esclavas de la familia y que había sido en parte la razón por la que el matrimonio de varitólogos que la poseían habían querido que fuese él y no otro el que trabajase para ellos. La reunión con aquella madre a la que tanto había ansiado conocer y el trato de una familia que no parecía considerarlo escoria fue más que suficiente para que sus planes fuesen postergándose mientras el tiempo pasaba y, sin querer, se obsesionaba, ligeramente, con la escurridiza hija de los Fairhope.
Ocultos de ojos malévolos, cuando él no estaba trabajando hasta la extenuación, ella le enseñó algunas de las cosas que había aprendido gracias a la educación que, pese a ser squib, le habían facilitado sus padres. Algo que él tenía prohibido pero que, en cierto modo, lo hacía sentirse bien. Una pequeña contribución a su silenciosa rebeldía.
Eso no impidió que siguiese ansiando la libertad, igual que su situación, mucho mejor que cuando vivía en el orfanato, no impidió que el odio hacia los magos siguiese hirviendo a fuego lento en su interior con cada injusticia que presenciaba en el Distrito.
Y, entonces, al cumplir los dieciséis, ardió el Mercado de Esclavos y la normativa que hasta ese momento le había impedido emplear su magia cambió. De la noche a la mañana pasó de ser un muggle poseedor de magia, un parásito al que se impedía hacer uso de su naturaleza, a un ciudadano de pleno derecho, un mago, con varita propia y todo. Su madre no podría haber estado más orgullosa, su hijo no volvería a ser esclavo. Hyperion, por su parte, no se sentía libre ni mucho menos, no dejaba de ser presa del sistema, a merced de los cambios que instaurasen los diferentes gobiernos de magos que se sucediesen uno tras otro. Inseguridad, alguien como él jamás podría sentirse parte de la sociedad, no olvidaría su origen, los castigos e insultos, las malas miradas que todavía lo acompañaban.
No podría ser libre de verdad hasta que un muggle volviese al poder y aquel gobierno del terror del Capitolio se extinguiese.
Pese a su rechazo hacia las costumbres de los magos —él continuaba considerándose a sí mismo un muggle poseedor de magia pues le repugnaba la mera idea de ser uno de aquellos esclavistas desalmados— aprendió todo lo que pudo sobre magia aprovechando su nueva condición, cuando no trabajaba estudiaba, investigaba y recolectaba tanta información como era capaz. Se permitió a sí mismo moverse en diversos círculos, conocer a magos que, como los Fairhope, no se sentían tan repugnados por su ascendencia y aprender de ellos todo lo que pudo. Las voces rebeldes no tardaron en llegar también a sus oídos y la mención de un Distrito en el que se unían aquellos que habían logrado sobrevivir a la huida buscando la caída del reinado de terror de los magos volvió a despertar su necesidad de marcharse, de luchar.
Su madre no quiso ser partícipe de su plan cuando se lo contó, no quería arriesgarse a ser capturada y ejecutada como tantos otros, los Fairhope eran lo suficientemente considerados como para no tratarla como si fuese un animal y eso, para ella que ya había sufrido suficiente, era más de lo que podía pedir. Trató de disuadirlo, de hacer que se quedase en el Distrito y no arriesgase su vida en vano, pero él no la escuchó.
Y una noche, algunos años después, cuando ya no había un alma por las calles del Distrito 7, aprovechó la oscuridad y el silencio para atravesar la linde del bosque y correr tan al noroeste como fuera posible... hasta que escuchó una rama romperse y se encontró con la hija de los Fairhope, Dianthe, que, al parecer, lo había perseguido.
El tiempo que perdió increpándola para que volviese a casa fue decisivo para que los descubriesen y acusasen de intentar unirse a los rebeldes huyendo del Distrito en plena noche.
No habría un mañana para ellos.
Atributos Vitalidad 50 pts Fuerza 6 pts Destreza 5 pts Defensa 6 pts Agilidad 3 pts | Otros Datos — Su madre, con tal de calmar sus ansias de libertad, le dijo que su padre había muerto en un accidente poco después de que descubriesen que ella estaba embarazada, semanas antes de que los esclavizasen. Sin embargo, lo que sucedió realmente es que, cuando ella dio a luz a escondidas, temerosos de que los encontrasen y les arrebatasen a su hijo, él cogió al bebé apenas nacer y escapó. Eritía, que desconocía la magnitud de su estado, se sorprendería cuando, minutos después de que Orestes huyese, las contracciones volviesen y, ya en el Mercado de Esclavos, diese a luz a otro niño, Hyperion. — Ignora la existencia de su hermano. — Tiene algunas diminutas cicatrices aquí y allá recuerdo de su paso por el orfanato. — Cuando tenía quince años, en el hogar de los Fairhope, se cayó de uno de los árboles mientras trabajaba y, con la caída, se partió la ceja derecha, pese a estar completamente curado, la cicatriz sigue estando ahí, claramente visible. — Acostumbrado a trabajar desde que era muy pequeño ha llegado a desarrollar cierto gusto por la actividad física. — Aunque el invierno en el Distrito 7 es especialmente inclemente, adora la pureza del aire de la montaña y disfrutaba en verano de ir al lago a nadar hasta que le dolía todo el cuerpo y estaba tan cansado que lo único que podía hacer era reírse. — Es terriblemente mordaz y su sentido del humor se excede de lo ácido. — Hay momentos en los que ha considerado la posibilidad de ser Bilateral, de buscar un mundo en el que puedan convivir magos y muggles en igualdad de condiciones, sin embargo, se reprende a sí mismo cuando esas ideas se cuelan en su mente, no, el único mago puro bueno es el mago puro muerto. Los linajes antiguos son una amenaza, solo los muggles poseedores de magia ayudarían realmente a la sociedad porque no son vanidosos ni se consideran dioses. |
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