No sé con qué intención me presento en casa de mi hermana menor, si voy a ser sincero, puesto que no he venido para disculparme por algo que no he hecho, lo que sí conozco es que quiero dejar claro todo este asunto antes de que se convierta en una bola demasiado grande que se nos haga imposible de tragar. He salido un poco antes de mi horario de trabajo para poder hacer esta visita con tranquilidad antes de la comida, así que cuando uno de los elfos domésticos es quién me tiene que abrir la puerta, entiendo que ninguno de los miembros de la familia Romanov está en casa. No es algo a lo que me cueste llegar, cuando he decidido venir a esta hora precisa exactamente para no encontrarme con el ajetreo que puede haber en un hogar como este, y aun así los sirvientes son tan amables de preparar una taza de café mientras espero en la sala de estar, donde me acomodo en uno de los sillones a la espera de que mi hermana llegue de dónde sea que haya ido. Tomo la cerámica entre mis dedos al tiempo de que el elfo avisa de que estará al caer, a lo que respondo con un gesto amable de cabeza que me deja solo en la habitación.
Son unos minutos que dedico al análisis de la habitación en sí, sus estanterías a rebosar de libros que nadie en esta casa probablemente ha leído y que solo el elfo que se dedique a limpiar el polvo sabrá decir cómo es la organización de cada estante. No es la primera vez que estoy en este cuarto, café es algo que no ha faltado nunca en una reunión entre Helmuths y, aunque ahora mismo me sienta más como un intruso que como un familiar, sigue siendo una tradición que mantener, mucho más presente que los libros, al menos. —Me preguntaba cuánto ibas a tardar en llegar— digo, como saludo a mi hermana cuando aprecio su cabellera rubia aparecer por la puerta y por educación me levanto para recibirla, incluso cuando se trata de su casa y no la mía. — Pero me preocupa mucho más el tiempo que vas a seguir sin dirigirme la palabra, si no es porque el elfo doméstico me abrió la puerta, hubiera pensado que no me dejarías poner un pie en tu casa— suena como un reproche, que en cierta medida lo es, pero también alzo mis cejas a modo de reto unos segundos antes de colocar mis manos entrelazadas en la espalda y girarme hacia una de las estanterías, fingiendo estar muy entretenido leyendo el título de unas cuantas tapas. — Mamá estaría orgullosa de mantenerte fiel a tu orgullo, aunque dudo que le hubiera agradado tanto el escuchar que no estamos actuando como la familia que se supone que somos— le dedico una mirada, y esto, para ser francos, queda como una reprimenda dicha por la misma Agatha Helmuth frente a sus hijos.


—Yo también me preguntaba lo mismo— contesto, refiriéndome a algo muy distinto a las horas del día presente. Cruzo la sala con pasos decididos hacia el sillón que está enfrentado al suyo, donde tomo mi lugar contra los almohadones y cruzo mis piernas, el elfo doméstico se encarga de que aparezca otra taza de café humeante que recojo con mis dedos finos, los que muestran una alianza similar a la que mi hermano lleva y que Sigrid abandonó hace muchos años. Pese a que cada uno formó su familia, con sus menores y mayores desgracias personales, puesto que ninguna casa está exenta de estas, nunca dejé de considerarlos a ellos como el vínculo primario y más fuerte de familia, como para que la reaparición de una mujer que fue motivo de nuestras rencillas infantiles, sea también en el presente una razón de disputa entre nosotros y haya conseguido que Nicholas expresara duda de si pensaba dejarlo poner un pie en mi casa. —¿Eso es lo que crees?— lo pregunto sin abandonar mi tono desafiante, —¿qué tan grave es la ofensa que solo tú conoces en profundidad como para pensar que podría prohibirte algo semejante?—. Le dejo ver en mis ojos que me espero la peor de las confesiones.
No es la mirada juzgadora de nuestra madre, sino la que heredé de nuestro compasivo padre, la que mostraba cuando se anticipaba a las decepciones y sabía, aun sin haber dicho una palabra, que perdonaría lo que fuera a oír. Una que también he visto en los ojos de Nicholas. En los ojos de Sigrid, ¡oh, Sigrid! Nunca ha brillado algo distinto a la alegría de la vida. Somos una familia, el orgullo del que ambos hacemos gala es solo un rasgo, de antemano sé que perdonaré su falta, así como el perdonó la mía en un escenario parecido a este, lo que duele tanto en esta ocasión es que la protagonista de esta ofensa a la dignidad de los Helmuth no es una desconocida, es quien con toda saña y advertencias previas a su retorcido carácter, logró manipular a mi hermano. —¿Una familia que también abarca a una hija que nadie nunca supo que existía? ¿Crees que nuestra madre condenaría más duramente mi silencio o el tuyo?— lo obligo a responder, retengo la taza en mis manos sin dar el primer sorbo, me mantengo inmóvil, una postura que se rompe cuando le hago el único y necesario ruego: —Solo es una mentira de esa mujer para perjudicar a nuestra familia, ¿verdad? Tú nunca…— pierdo totalmente la compostura y debo devolver la taza a la bandeja. —¡Ay, Nicholas! ¡Dije tantas cosas esa noche! ¡Estaba cegada! No vi nada de lo que tenía enfrente por tener a esa mujer y sus malicias enredando mi mente, ¡sabes que no soy así! Yo nunca… sé que nunca lo harías.

Esperaba que esa fuera su primera recriminación, estas semanas en silencio no iban a hacer que se olvidara de algo como esto, así que es un alivio que viniera preparado para cada una de sus réplicas, todas las que le dé tiempo a escupir en estos minutos que me privo de estar haciendo trabajo ministerial. Por eso antes que nada, deshago el agarre de mis dedos para tomar la taza y llevármela con tranquilidad a los labios, dejando que se exprese como bien desee hasta que no puede con sí misma y termina por hacer muestra de su error —Sé cómo eres, Ingrid, y por eso no voy a tomar lo que pasó como precedente, no he venido hasta aquí para regañarte, dios sabe que no soy nuestra madre como para querer atribuirme esa tarea, ni aunque se encuentre sepultada bajo tierra— aseguro, que si no fuera porque es imposible, diría que la mismísima Agatha Helmuth se presentaría en esta casa para ponernos a todos en orden con una buena reprimenda de las suyas.
—Pero sí me decepciona,— sigo tras unos segundos de silencio en los que vuelvo a colocar la cerámica sobre su plato correspondiente, seguro de que su línea de pensamiento con esa frase va a tomar la dirección equivocada, me apresuro a continuar antes de que no tenga tiempo a explicarme —no el que hubieras obrado como tal, tampoco soy quién para decirte como actuar, me decepciona el hecho de que creyeras tan profundamente que yo haría algo para perjudicar a nuestra familia, ya sea su honor o cualquier otra cosa que pueda lastimarlos— digo, a pesar de su última aseguración de que nunca lo creería, sus palabras aquella noche lo dejaron más que claro al posicionarse en mi contra y su remarcado silencio estas semanas no son más que una demostración de que en el fondo sí que lo pensaba. Eso es lo que me ha decepcionado, no el hecho de que golpeara a mi vecina. —Si tomé la postura de dejaros al margen de algunas de mis decisiones fue precisamente porque no quería que nada de esto pasara, no porque sintiera la necesidad de ocultarlo. Somos familia, no hay absolutamente nada que escondería si supiera que puede afectaros de alguna manera directa— y, espero por mi conciencia, no estar hablando de más al tener que confiar en la propia Rebecca para que eso no pase —¿En eso me crees, verdad?— poso mis ojos claros sobre los suyos, no creo que haya mejor forma de probar su confianza que esta.


Pero mi breve tregua a nuestra discusión, mi ofrenda de disculpas hacia él, choca de pleno con esa palabra que a este punto debería saberlo él, así como Sigrid y Kostya, que me lastima más que cualquier otra. Ni la ofensa más grave me hace mella como la decepción que puedan expresar aquellas personas que me conocen más que nadie, apenas si suaviza el golpe con sus palabras siguientes, colocando mi falta en un terreno impreciso que no me hace ni buena, ni mala. Y que a él lo exime de darme una respuesta directa y concreta de lo que acabo de preguntar, detalle que no se me pasa desapercibido. Podría interpretar su silencio como el alivio que necesito para el calvario de mis nervios, todo es una mentira de esa mujer, de la que no hace falta hablar. —¿De qué decisiones hablas?— pregunto, esas que nos han dejado al margen. —¿No me lo contarás a mí, Nicholas? ¿Has venido a mi casa porque deseas compartírmelas o solo a dejarme este mensaje ambiguo esperando que todo quede por la paz?— insisto, su voto de silencio implicará una fractura en la confianza que supimos mantener por casi cuarenta años, así que espero que piense bien lo que va a responderme. —Te creo, Nicholas. Siempre te creo— contesto, recomponiendo el tono de mi voz para que supere su fragilidad y se vuelva a escuchar firme. —Así que no uses tus palabras de manera inadecuada y en defensa de ciertas personas indefendibles, que pongan en jaque lo que creo saber de ti.

Suelto el suspiro que llevo conteniendo un rato, no por ninguna razón en específico, que vine esperándome la postura que mi hermana no tiene reparos en remarcar al no dejar hueco para especulaciones. Y en eso tengo que darle la razón, cuando impone recibir mis explicaciones tal y como yo recibí las de ella en sus peores momentos, no importan cómo se den las circunstancias, Ingrid y yo siempre mantendremos un vínculo distinto de confianza al que tenemos con Sigrid, son maneras diferentes de poner un voto de confianza sobre el otro, ninguna tiene por qué ser inferior, solo diferente. —No creo que haga falta recordarte que le debía un favor a Rebecca Hasselbach desde que me presenté en su oficina aquella noche para buscar a Katerina— hablo en un tono neutro, para que quede claro que no es un reproche lo que estoy diciendo, sino una aclaración de lo que espero no haya olvidado, porque no es cualquier día que un Helmuth se rebaja a hacer tratos con un Ruehl, aunque mi situación por entonces con Rebecca fuera distinta a la que es ahora. —Bien, tanto tú como yo sabemos que ese tipo de favores es mejor dejarlos saldados antes de que el tiempo pida de una sacrificio mucho mayor, que a la larga se hará cada día mas difícil de pagar— aclaro también, antes de que se me lance al cuello por haber aceptado al final —Lo que pidió Rebecca a cambio de prestar sus servicios al favor de nuestra familia fue que firmara como padre de su hija en el registro de nacimiento de la criatura, Rebecca no quería que se sepa quién es el portador de la otra mitad de su genética, así que eso fue lo que pidió— todo esto lo digo despacio, para que pueda asimilarlo con tranquilidad, no veo otra forma en que pueda hacerse, no con ella —No acepté, lo que viste en mi escritorio fue una falsificación trucha de mi firma, suficiente para que pueda colar a ojos de cualquiera, pero un experto no lo hubiera validado de haberlo presentado— sé que tantos datos van a abrumarla al principio, en especial porque sí forma parte de un malentendido del que Ingrid quiso jugar —La hija que crees que tengo con ella no es más que fruto de un engaño, un favor por otro favor, no somos los únicos con problemas familiares, al parecer... No firmé ese día por la paternidad de esa hija, pero sí lo hice hace unos días— explico, no porque crea que se hubiera enterado de otra manera, sino porque es lo que ha pedido, una explicación, y como tengo la plena confianza de que no dirá nada al respecto, si no es por mí por el honor de la familia, se lo cuento. —Sé que no vas a aprobarlo, no espero que lo entiendas tampoco, pero era el préstamo que le debíamos y mantenernos en deuda con Rebecca no es algo que interese a la familia— digo, como sentencia en caso cerrado, que no hay vuelta atrás, lo hecho hecho está, aunque sí me quedo con una última duda. —¿Qué es eso que crees saber de mí?


Pero ninguna mujer, por mucho que me haga rabiar, inspira en mí tal sentimiento de cólera como aquella que ha vuelto a vivir a metros de la casa de un Helmuth, para martirio de toda nuestra familia. Me había sentido tan complacida el día que Anne Ruehl abandonó la triste casa que habitaba al otro lado de la calle, convencida de que jamás volvería a saber de ella, que me enfadan todos los nuevos giros que nos hacen regresar a la mención de su nombre, una y otra vez. Tener que agradecerle que fuera quien dispuso una búsqueda más exhaustiva de Katerina, es algo que me llevaría a la asfixia, sin poder articular palabra. Nicholas sabe bien que esa es la manera más conveniente de comenzar, porque me desarma de entrada, privándome de todas las recriminaciones que tengo para hacer de esa mujer. Mi café está enfriándose en esa taza que no volví a recoger mientras espero que me revele cuál es el favor que tuvo que devolverle y cómo eso guarda relación con la hija de la que nunca habló. —Esa zorra— escupo fuera cuando me lo confiesa, no puedo creer que haya sido tan aprovechada como para pedirle algo semejante a un hombre como mi hermano que tiene una reputación y un apellido que le queda grande a ella y a la bastarda que nadie sabe que tiene. —Vaya a saberse con qué desgraciado infeliz mezcló su sangre, y tiene cara de pedirte a ti que limpies con tu nombre la mugre sobre su hija— saco todo mi veneno hacia esa mujer, extendiendo mi desprecio hacia la muchacha que habrá heredado parte de su carácter retorcido. —Me parece muy bien que no hayas aceptado— digo, en tanto él sigue hablando, un comentario hecho demasiado a prisa de mi parte, porque como conclusión a las desgracias que no me interesan de Anne Ruehl, le sigue la confesión de mi hermano de que ha firmado ese consentimiento. —¡Nicholas!— lo reprendo, antes de poder morderme la lengua, lo que efectivamente hago al saber que mi reacción no es la adecuada, después de todo fue culpa de aquel favor que pidió y me vuelve a mí responsable. Oh, zorra…
Me pongo de pie al ser incapaz de permanecer sentada por la rabia que me enerva, la impaciencia me hace caminar alrededor del sillón y tensar los dedos de mis manos cuando todo lo que quiero es ir hacia el cuello de Ruehl. —Perra astuta, aprovechada— muerdo entre mis dientes el enojo que me provoca, solo la última pregunta de Nicholas logra que me calme repentinamente, se la contesto al apoyar mis manos sobre el respaldo del sillón donde estaba sentada y lo hago mirándolo a la cara. —Te creía un hombre correcto y honesto, así que me complace saber que así es. Te creo, Nicholas. Me alivia saber que nunca hubo un motivo real para que creer en ti fuera un error, si hubiera sido cierto que estuviste vinculado alguna vez a esa mujer… ¿qué opinión podría entonces tener de ti? Me habrías decepcionado muy profundamente, tú, siendo tan débil ante alguien así. Puedo entender que canallas y poderosos como nuestro presidente se entretengan con una mujer cuyo carácter es el de una perra manipuladora que se muestra servil, pero tú…— el alivio que siento es inconmensurable, —claro que me enfada el que quiera robarnos nuestro apellido para su hija, lo único que impide que no lo rechace de pleno, es tener la tranquilidad de que su sangre no se mezcló con la nuestra. No sé cómo podré mirar a esa muchacha sin ver a ella en su madre, pero no creo que haga falta incluirla a ningún cuadro, ¿verdad?— mis impecables cuadros de cada año, por favor, no. —No será tan arribista como su madre y querrá un lugar, ¿verdad? ¿Qué carácter tiene?— mejor estar prevenida.

Ocupo mi boca con el café del que bebo mientras presto mis oídos a los insultos que también estaba esperando recibir de mi hermana. En realidad, es una persona muy fácil de leer, incluso para la gente que no se acerca a la familia, Ingrid tiene ese temperamento que puedo olerse a kilómetros de distancia. —No sé quién es el padre— miento, no por costumbre, pero me las apaño para mantener la expresión seria que me caracteriza en el rostro, libre de titubeos —, no me lo dijo y tampoco tengo interés en preguntar, probablemente sea como tú dices, pero aun así lo considero parte de su privacidad, y si queremos que se respete nuestra intimidad, es mejor no meternos en la del resto— digo con cautela, resguardándome en la baza de que mi hermana no puede exigir nada de una persona que se prestó para rastrear a su hija, así que espero que eso sea suficiente para que no venga con comentarios como que debí haber preguntado por lo que firmaba, porque entonces no creo que sea tan cauteloso y compasivo como ahora, y recibirá de mi parte otro sermón de los que no estoy acostumbrado a dar, no con mala cara al menos. Prefiero respetar la voluntad de Rebecca de mantener el nombre del padre de su hija en el anonimato, siendo que ni a ella ni a mí nos va a beneficiar en lo absoluto, y dudo que Ingrid se reserve de hacer comentarios al respecto si se lo digo. Este puede ser mi secreto, que comparto con la persona que menos hubiera esperado compartir un secreto, incluso cuando también me reservé uno de ella en mis días de juventud.
Es ese mismo secreto que tengo que seguir manteniendo de mente para dentro, porque la imagen que tiene mi hermana de mí es la que le he dado a entender todos estos años, como para ponerme a narrar mis deseos de joven cuando todavía vivíamos todos los Helmuth en la calle compartida. Es mejor dejarla con la visión que cuenta, asiento con mi cabeza en silencio para darle a entender que la estoy escuchando y no me he sumergido en mis recuerdos, como aparentemente he hecho. Soy consciente de las batallas que puedo ganar, y aunque no considere que entrar en pelea con mi hermana sea una fácil de ganar, puedo con ello, lo que no quiere decir que esté por la labor de meterme en una discusión que pueda durar horas, sabiendo que su carácter es uno muy difícil de pulir con argumentos. Con mi silencio dejo a un lado el dilema sobre verme un hombre honesto, para centrarme en lo que verdaderamente preocupa a mi hermana de cara para fuera, dentro de su cabeza la estructura es mucho más compleja que la simple superficialidad con que nos ven los demás. —No, tengo entendido que ni siquiera se llevan bien, ella no sabe nada de que su madre me ha pedido la paternidad, y dudo mucho que vaya a enterarse en un tiempo cercano, no sin algo que lo vuelva necesario. El certificado permanecerá oculto, solo lo usará en caso de extrema necesidad y, aunque así fuera, no es algo que pueda volverse en nuestra contra, así que no tienes que preocuparte por poner un plato más en las comidas familiares— eso sí que se lo puedo asegurar, que no creo que ninguna de las Ruehl tengan intención de volverse parte del cuadro familiar de los Helmuth más allá de lo firmado en papel. —Creo que debes conocerla, trabaja como auror, y según recuerdo creo que fue quién trajo a Katerina a casa el día que la encontraron. Lancaster, ¿te suena?— de todo lo banal que puede sonar esta charla, no tiene nada de común.


Nada me hace suponer que mi hermano haya visto esto como algo más que un trato que cerrar como esa mujer, así que a papel firmado con la menor cantidad de preguntas posibles, se lo puede archivar en el fondo de un cajón. No niego que por dentro, me carcome la intriga de saber quién será el padre de la hija bastarda de Anne Ruehl, seguramente aquel muchacho con el que tenía su escarceo en el barrio, ¿y acaso no era con quién se marchó? Pero no iré a decirle esto a Nick. —Mejor no saberlo— miento, —cuanto menos nos involucremos en la vida de esa mujer, menos se involucrara en la nuestra como familia—, limites bien definidos, que le dejen claro a esa mujer que de ciertas líneas no pasa y seguimos del otro lado de la calle, inalcanzables a ella, más no sea para un gesto que espero acumule polvo en el silencio del secreto y a la larga sea olvidado. Me alivia saber que este pedido de paternidad no será de conocimiento público, el aire que respiro se siente diferente y más limpio cuando así me lo hace saber. Es una calma nueva la que me permite volver al sillón, recuperar mi taza de café que sigue caliente por la magia de los elfos y doy un primer sorbo, con el espíritu en paz, luego de la reciente turbulencia que por poco acaba en desastre.
Se me cae de las manos cuando me revela la identidad de la muchacha, las tazas también están encantadas para que no se rompan, pero la mancha de café en la alfombra se extiende con rapidez. —¿Lancaster?— repito, —¿en qué universo es posible que esa chica sea la hija de Anne Ruehl?— pregunto con toda la incredulidad que puedo demostrar en mi tono. Le echo un vistazo rápido, cauteloso, al hacer un comentario que no pienso repetir en la vida, antes de hacerlo, beberé del veneno de un basilisco. —Casi que no me molestaría poner un plato en la mesa para ella…— farfullo, con la salvedad de que he dicho «casi», claro que no lo haré. Pienso en lo confuso que se ha vuelto todo, de que a la muchacha le corresponda el apellido Helmuth por un certificado falso, siendo que trabaja y seguirá trabajando en el mismo cuerpo de defensa que mis hijos, que serían sus primos… pero no lo son, porque todo esto es falso y con esa premisa me quedo. —Sigo sin creer que haya sido tan ultrajante como para pedir como pago del favor algo tan caro como nuestro apellido, si estaré en lo cierto al decir que siempre nos envidió. Se entiende como ha llegado hasta donde está. Hemos tenido muchos políticos que escalaron a prisa, pisando cabezas, por no decir que cortándolas, pero ¿ella? Ni siquiera es política, es una arribista valiéndose de su lugar como perra de Magnar— suspiro, que no hay mucho que se pueda hablar sobre esto, ya lo comentamos con Kostya la noche en que esa mujer me llevo al límite que, tristemente, traspasé. —¿Esto queda aquí entre nosotros?— pregunto al levantar mis ojos hacia él, —¿Volvemos a estar del mismo lado, Nicholas? ¿Siempre lo estuvimos, verdad?— tiendo mi mano para que la tome y me prometa que es así.

Me encojo vagamente de hombros ante su sorpresiva, asumiendo por su reacción que la conoce y que, por eso mismo, no es capaz de relacionarlas como familia. —Supongo que es por el crecimiento y educación que ha tenido, si Rebecca la dejó cuando era un bebé con una familia adinerada, no debería caer como sorpresa que no sea nada como su madre. A fin de cuentas, se ha criado con una pareja de magos respetables, aunque la genética también es fuerte, eso no se puede negar— comento, no soy curioso por norma general, pero conocer el nombre de la hija de Anne Ruehl sí picó mi interés, lo suficiente como para hacerme con una fotografía de la chica en los archivos a los que tenemos acceso los ministros y, en mi lugar, los registros médicos de la misma. —Puede ser, pero quejarnos no va a hacer que cambie nada en lo absoluto, desde nuestra posición lo único que podemos hacer es aceptarlo e intentar demostrar que no nos afecta. Somos mejores que eso, ¿no crees?— le recuerdo cómo se supone que debemos actuar, si no es por la difunta memoria de nuestra madre que no hubiera esperado otra cosa distinta de los Helmuth, porque ninguno de los dos desea compartir otra cena en la que los acontecimientos puedan terminar con el corazón de algunos, no necesariamente por infartos, a veces solo basta con un corazón roto. Poso la taza sobre la mesa a un lado, ya terminada, para volver a cruzar mis dedos entre sí al apoyar mis codos en los reposabrazos. Sonrío a mi hermana con la comodidad que siempre he tenido en su presencia y afirmo con la cabeza. —Siempre lo estuvimos, Ingrid, no vuelvas a pensar por un solo momento que no estamos en el mismo bando, porque lo estamos. Somos familia— y como bien diría Agatha Helmuth, la familia es lo único seguro que se tiene en esta vida.


Me quedo conforme con su promesa, se disipan todas las dudas que podría haber tenido sobre la naturaleza de nuestra relación. —Sigrid, tú y yo somos lo único seguro que tenemos. Nos hemos casado, sabiendo lo impredecible que puede ser la suerte de una pareja…— suspiro al pensar en el fallecimiento violento de Olivia que conmocionó a toda la familia por dejar a su hijo huérfano de madre al momento de nacer, así como al recordar la mala calaña que tuvo nuestra hermana menor acompañándola unos años y siendo el progenitor de sus hijos. Ni hace falta mencionar el miedo real que tuve en su momento de que mi matrimonio con Kostya se acabara por mi culpa. —Y los hijos… los hijos están hechos para sujetarse de nuestra mano y luego desprenderse de la misma con facilidad, para poner distancia— murmuro con tristeza, tanto Alexa como Luka han puesto a prueba si soy capaz de tenerlos fuera de mi techo. ¿Y Kitty? ¡Ni que hablar! ¡Montándose en un tren en plena huida dramática! —Pero nos tenemos a nosotros— miro a mi hermano, —nos sujetamos entre nosotros para seguir sosteniendo esta familia— digo.
Busco quedar al alcance de su muñeca para sujetarla con mi mano. —Nunca permitamos que ninguna persona se inmiscuya entre nosotros y mucho menos, alguien de quien conocemos tan bien su saña con nosotros— susurro. —Siempre que te vean fuerte, habrá alguien que quiera hacerte doler en tu debilidad. Eso no es algo que nos hayan enseñado nuestros padres, es lo que aprendí como auror, y considero que es momento de establecer nuestras propias premisas para guiar esta familia— anuncio, eso también es algo que aprendí como auror, nuevos enemigos exigen nuevas estrategias. O viejos enemigos, que se presentan con sus propias nuevas estrategias. Me agarro a la muñeca de Nicholas porque no pienso soltarlo a la incertidumbre de lo que pueda ser seguir en tratos con esa mujer, del mismo modo en que debo asegurarme que Sigrid tampoco incentive nada. —Los amo a ti y a Sigrid de una manera, en la que nunca podría retirarme de su lado. Siempre estaré para ustedes— le prometo, porque aun tomando todos los recaudos, tengo un fatal presentimiento sobre todo esto y esa muchacha que nadie podría adivinar de quién es hija, pero tiene el apellido Helmuth de prestado.

Sonrío ante el cálido gesto de mi hermana, y coloco la mano que me queda libre sobre la suya, ofreciendo una caricia suave a sus nudillos. —Nuestros padres vivieron otros tiempos, supieron cómo moverse en la clandestinidad durante muchos años, pero nosotros hemos quedado expuestos a todo tipo de ataques, muchos peligros que en su día ni Agatha ni Archie hubieran barajado, tenemos que ser cuidadosos y precavidos, si no es por nosotros por nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos— la época de los Black fue dura en su momento, a ningún mago le gustaba tener que ocultarse de muggles por miedo a acabar asesinados o peor, con sus hijos en unos juegos dispuestos a matarlos por diversión, pero este período que estamos viviendo también conlleva sus riesgos, de los cuales a veces muchos de ellos ni contamos porque nos cegamos por el sol que a esta altura queda más visible. —Pero ten por seguro una cosa, Ingrid— aprieto un poco más sus dedos, clavando mis ojos en los suyos —, jamás permitiré que toquen a nuestra familia, no importa lo que tenga que hacer para conseguirlo, vosotros siempre seréis mi prioridad ante todo, Sigrid, tú, los niños— que no son tan niños si contamos con que la mayor parte de ellos son adultos ya que podrían mirar por sí mismos, pero que siempre lo serán en nuestros ojos, la edad no será factor para que eso cambie. —Y así será por siempre— aseguro ante sus palabras, regalándole un último apretón acompañado de la curvatura de mis labios.


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