The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Finales de agosto

No es un asunto que vaya a abordar en la base de seguridad, así que en mi llamado soy muy puntual en decirle a Alecto que se presente en la mansión de la isla ministerial, lo que no es nada inusual porque en ocasiones han sido otros los aurores a los que también pedí que acudieran cuando necesitaba que se hicieran ciertos recados y asumo que eso es lo que pensará, luego de ordenarle que fuera de los que se encargaran en encontrar a la más pequeña de los vástagos Helmuth, ha pasado a ser algo así como la chica de los recados también, si bien no la molestado desde entonces por estar encargándome de otras cuestiones indirectas a ella. Con toda franqueza, no la habría llamado de nuevo, sino fuera porque ha llegado a mí cierto rumor que me obliga a actuar, de alguna manera tengo que asegurarme de las cosas no se tuerzan como quise evitar que sucedieran desde un principio, y el escuchar que la han desalojado hace que me agarre la cabeza para preguntarme qué clase de mundo insólito es este, en el que mi hija se queda sin lugar donde vivir siendo quien es y a mí me conceden una mansión en la isla ministerial.

Tengo los ojos cerrados por la pesadumbre cuando escucho al elfo que la hace entrar al despacho y luego de anunciarla cierra la puerta detrás de sí, para darnos la privacidad que espero tener en todas mis conversaciones dentro de estas paredes. Levanto mi rostro hacia ella al soltar un suspiro desganado, el que anticipa mi cansancio antes de empezar y es recomendación a su mal carácter de que no daré muchas vueltas sobre el asunto. —Me enteré que estás buscando un nuevo lugar donde vivir— comienzo con un tono sereno, juego con la pluma que tengo entre los dedos al mecerme en el sillón detrás del escritorio y no la invito a que se siente, no creo que quiera hacerlo. —Sobreentiendo que no quieres la ayuda económica de tus padres si andas dando vueltas por ahí, así que no haré la estupidez de ofrecerte lo mismo— suspiro y suelto la pluma sobre los papeles al ponerme de pie. —Ven a vivir unos días aquí hasta que encuentres un sitio, tómalo como una disculpa tardía—. No digo la palabra que espera, pero la dejo sobreentendida luego de meses de estar dando vueltas alrededor de ella, como la criatura que me aleja cada vez que grita y sobre la que sigo teniendo puestos mis ojos. —¿No era eso lo que me reclamabas? ¿El que te hubiera apartado? Déjame compensarlo y quedemos en paz. Te daré un lugar donde vivir el tiempo que lo necesites, luego podrás ir por tu lado, yo por el mío— se lo prometo, este tampoco es un lugar que pueda dar por seguro, se lo puedo ofrecer en este momento, dudo que pueda hacerlo mañana, así es la vida, coincidimos hoy y mañana no sabremos, esta es la única cosa que he encontrado para compensar mi abandono, porque nunca he tenido nada para dar.
Anonymous
Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
No sé por qué razón había esperado que las últimas noticias que tendría de mi madre, así de un modo más personal, serían de cuando me llamó a mitad de la madrugada para buscar a una niña de la edad de la hermana de David porque no tenía otra cosa mejor que hacer que escaparse de casa para enfadar a su madre. De alguna manera creo que la entiendo, no debo ser la única a la que Ingrid Helmuth le impone más de lo que debería por su aspecto delicado, casi de muñeca con esa piel pálida, ojos claros y cabello rubio. Pero uno no pasa algún que otro entrenamiento cerca de ella y comete el error de no notar su temperamento así de primeras, ese con el que no te gustaría meterte un día que se le haya atravesado. Sí me sorprendió que Rebecca tomara el asunto de primera mano, porque hasta donde yo tenía entendido no es que los Helmuth le caigan en gracia, y casi que prefiero no meterme en esos temas de los que me excluyo por esa conveniencia en la que no nos dirigimos la palabra si no es estrictamente necesario. Entonces hubiera esperado no recibir ninguna llamada más de esta mujer, razón por la que tengo que ahorrarme el bufido cuando me presento en la puerta de su casa por otro llamamiento frente a estas paredes que se están empezando a hacer demasiado conocidas para mí.

Si yo no tengo puesta una cara necesariamente buena, queda evidente por la expresión en su rostro al verme entrar a su despacho, que ella tampoco está para tonterías. Y, aun así, soy yo la que tiene que esperar a que abra la boca para averiguar para qué me ha llamado esta vez. Lo que llega a mis oídos es algo que sí que no estaba esperando, porque para empezar no tengo ni idea de dónde escuchó que no tengo un lugar donde quedarme si excluyo la habitación en la que me han permitido quedarme los Meyer hasta que Dave y yo encontremos un nuevo apartamento, y siguiendo porque no hubiera esperado tal ofrecimiento por su parte. Intento borrarme la expresión de pasmada de mis facciones antes de que se note demasiado que estoy confundida por sus palabras, tanto como para no responder de inmediato. —No sé de dónde sacaste que estoy sin hogar, y aunque no diré que es mentira porque no lo es... — empiezo, sin saber en lo que modulo esa frase a dónde es que pretendo llegar con lo que digo. Para mi propia suerte, ella termina con todo lo que me hace falta saber para arrugar la frente en lo que le dedico una mirada acusadora hasta que la propia situación me hace tanta gracia que sonrío falsamente. — Aprecio el ofrecimiento, pero no veo que un "dejarte compensarlo" vaya a resolver nada. ¿Es eso por lo que me has llamado? ¿Te enteras que ando buscando un lugar donde vivir y piensas que con ofrecer tu casa por unos días basta para compensar todo lo demás? — ni yo la creía tan crédula, el resoplido que dejo escapar a continuación es una clara señal de ese pensamiento — Podemos seguir yendo cada una por nuestro lado, no hace falta que me prestes nada, si lo único que va a hacer es que te sientas mejor contigo misma, y no porque de verdad sea un gesto desinteresado que puedas tener conmigo — se lo suelto como ha sonado, por si necesita volver a escucharlo para replanteárselo de ahora en adelante. — No le ofreces algo a alguien solo porque estás en falta, sigue quedando como una postura egoísta.
Alecto L. Lancaster
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The last thing you say as your saying goodbye · Alecto IqWaPzg
Invitado
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Ella misma dice que es cierto como para que me tome la molestia de separar mis labios en una contestación que no precisamos, si lo que está en discusión no es que tenga o un lugar donde quedarse, sino que prefiere vivir de prestado con cualquiera a aceptar algo que provenga de mí. —¿Así que simplemente me llevarás la contraria para darte el gusto de decirme que no y, según tú, privarme de lo que pueda hacerme sentir bien?— al preguntarlo me doy cuenta que las maneras cambian, pero su intención sigue siendo la misma, la de fastidiarme hasta las entrañas para que cada vez que me acerco, tenga que echar un paso hacia atrás por la reacción espinosa que provoco en ella. —No sé de donde sacas la precisión de cirujana de determinar en un gesto lo que es desinterés o simple satisfacción propia— mascullo, —te valdría quedarte con que es un gesto que estoy dispuesta a tener contigo y que podrías aceptar sin más—. Pero su necesidad de hacer de todo un motivo de disputa infinita entre ambas pone a prueba mi capacidad de paciencia en cada oportunidad.

Contesto con mi silencio al egoísmo que me señala, recargo mi cadera en el borde del escritorio para sentarme allí y desde ahí la observo de pies a cabeza, detrás de ella al pensadero casi escondido en su esquina del despacho, casi. Es una sombra guardián de esta habitación. —Muchos actos altruistas han llevado al dolor a ciertas personas, muchos actos egoístas han protegido a otras— murmuro, no negaré mi egoísmo cuando es esqueleto de mi espíritu, lo que no entiendo es por qué todos tienen que demonizar al egoísmo. —Si desde mi egoísmo te hago un favor a ti, a una necesidad también egoísta tuya, porque a mí en nada me afecta que tengas o no donde vivir, ¿por qué apuntas a eso como razón para rechazar mi ofrecimiento? No lo entiendo— digo. Rodeo mi garganta con las manos para guiarlas hacia atrás y poder hundir las yemas de mis dedos en la tensión que se acumula entre mis omoplatos, bajo mi cabeza al suspirar con desgano. —En verdad no lo entiendo— susurro. —Estoy tratando de hacer algo por ti, ¿no puedes solo tomarlo?— pregunto.

Relajo la presión sobre mi carne para erguirme y separarme de la mesa, la rodeo con mis pasos, es lo que he venido haciendo desde que la conozco, me limito a observarla porque cada movimiento que hago hacia ella es el equivocado y tanto la una como la otra reaccionamos como si la sangre tuviera más un efecto de repelarnos, que de acercarnos como asegurarán en otras familias. Es la única persona con la que a ciencia cierta puedo decir que en este mundo comparto sangre y es prueba de que nunca ha sido buena, sino contaminada, para que provoque este desconocimiento también en nosotras. —No me quieres en tu vida, ha quedado en claro que tampoco a tus padres adoptivos— saber que no tiene dónde vivir, también me ha llevado a ahondar en el nulo contacto que tiene con los Lancaster desde hace meses. —Si lo que quieres es que se te deje sola, a tu suerte, ni siquiera hace falta que vengas a vivir aquí, te conseguiré un lugar de paso que podrás dejar en cuanto consigas otro definitivo. No lo entiendo, no te estoy pidiendo tener una relación contigo, ni ser parte de tu vida. Por cuestionables que hayan sido siempre mis maneras, hice lo que hice para ayudarte y si ahora, antes de que vuelva a desaparecer de tu vida, puedo volver a hacerlo, solo tómalo— la instruyo con firmeza. —Tengo pocas cosas que ofrecer, lo que sea, sólo tómalo.
Anonymous
Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
¿Por qué debería dejarte sentirte bien? ¿Para alimentar tu ego? — no se alimenta el mío cuando lo digo, pero sí lo hace mi orgullo y también parte del egoísmo que me tiene parada sobre mis pies sin mover un músculo de mi cuerpo. — Me enseñaron a no aceptar lo que viene de extraños y, como sigo sin entenderte como persona, muchos lejos como madre, te seguiré reconociendo como tal — dejamos claro entre ambas que nuestra relación sería estrictamente profesional, que nos tendríamos el mismo trato que pudiera tener con cualquier otro miembro del escuadrón, incluso cuando se ha hecho responsable de no mantener esa relación llamándome repetidas veces para que me presente en su casa. A pesar de eso, sigue siendo un vínculo que prefiero tener al margen de todo, sin nadie preguntando qué hace alguien como yo conviviendo con la ministra de Defensa. No tengo ganas de hacer sociales con sus vecinos y mucho menos tener que andar justificando mi estancia en la isla ministerial, lo que daría lugar a preguntas incómodas que ninguna de las dos está dispuesta o quiere responder.

Aprieto mis dedos en puños al cerrarlos y volver a estirarlos para guardarme el resoplido que al final termino soltando como suspiro calmo antes de enseñarle mis propias palmas en un gesto demasiado obvio. — Porque no necesito tu ofrecimiento — dejo caer de vuelta mis brazos, respondiendo de manera evidente y me sorprende que no haya llegado ella sola a esa conclusión. — ¿Qué te hace pensar que eres la persona a la que recurriría en caso de necesitar ayuda? Cuando dejaste bien claro hace mucho que no eres a quién debo buscar cuando tenga un problema, porque de esos te desentendiste también en su momento, ¿por qué crees que ahora vendría a ti antes que a cualquier otro? — de todas las personas, pensé que sería ella la primera en asumir que una vez que me vendió a otros, dejaría de ser algo de lo que tuviera que preocuparse. — Puedo tomarlo, pero no quiero, ¿eso te molesta? — no le pregunto si es el rechazo lo que le duele, cuando es un sentimiento que he sentido venir de ella desde que tuve conocimiento de que era mi madre, desde la primera vez que hablé con ella, pasando por cuando golpeó mi mejilla con su palma hasta este momento. ¿Por qué debería darle la satisfacción de aceptar entonces?

La sigo con mis ojos hasta que la pierdo en mi rango de visión por no querer girar la cabeza para observar sus movimientos alrededor de mí, mantengo mi mirada al frente hacia su escritorio sin apenas pestañear, sintiéndome analizada por el azul de sus pupilas. — ¿Te escuchas cuando hablas o piensas algo completamente diferente a lo que dices? — digo, esta vez sí giro mi cuello para mirarla, golpeándome un poco el hombro con la coleta baja con la que llevo atado el cabello. — No necesito nada de alguien que va a desaparecer después de tener un gesto conmigo, prefiero que no lo tengas y que te mantengas al margen como vienes haciendo hasta ahora, a escucharte ofrecer tu casa como si hubiera estado dispuesta durante toda la vida, las dos sabemos que no fue así. ¿Estás siendo amable conmigo ahora para qué exactamente? ¿Qué sentido tiene abrirme las puertas a tu hogar, si luego vas a hacer como si nada hubiera pasado? — por la forma en la que lo planteo, espero que quede claro que no malgastaré mi tiempo y paciencia en relaciones que no irán a ninguna parte. Me ha costado un trecho reconocerlo, pero es ahora que admito que no la quiero en mi vida porque sé de sobra que ella no me quiere en la suya. En esta relación que tenemos, no hay ninguna cuerda de donde podamos tirar, ninguna.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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Hemos cruzado la línea que nos hacía extrañas desde nuestro primer encuentro, está presente en todo lo que me rodea y se supone que es lo que he recuperado, ¿por qué lo está? ¿Por qué no puedo agarrar con manos codiciosas todo lo que conseguí y darme por satisfecha, sin tenerla a ella en cada cosa que está a la vista? Sabía bien lo que quería cuando abandoné el norte para seguir a Magnar Aminoff de regreso a estos distritos, no era nada que la incumbiera a ella, respondía a un deseo egoísta y avaro de mis entrañas. Pero la veo a ella en cada paso que doy, si he alcanzado la cima, ¿por qué debería estar sola en esta? Tengo todo lo que no pude ofrecerle en su momento, mucho más, un estatus que me han prestado, lujos que me son indiferentes, consideré darle un padre distinto al que le corresponde por nacimiento, porque es todo lo que está a mi alcance y lo pondría a su disposición si con eso pongo paz al único remordimiento que presté oídos en estos días, entonces podré seguir peleando esperando que una de esas peleas sea la última.

Me agarro a sus brazos con mis dedos presionando su carne con fuerza, así acorto a la distancia entre nosotras y pongo fin a ese rechazo que usa de coraza para que no pueda llegar a ella. Todas las veces que dice que «no» para negarse a mi ayuda son válidas, tengo por seguro que si sale de este despacho y atraviesa la puerta principal de la mansión, es capaz de conseguir por su cuenta todo lo que yo le ofrezco, no está en una situación desesperada, ni yo estoy aprovechándome de ninguna. Si la retengo es para que mis ojos se encuentren con los suyos que son iguales, así me impongo a ella y sus negativas. No encuentro mi voz, me escucho a mí misma gritar dentro de mi mente y no logro que mi voz cobre fuerza a través de mi garganta. —¡Estoy tratando de hacer algo por ti! De todas las personas, ¡estoy tratando de hacer algo por ti!

Nada de eso responde a sus preguntas, porque carezco de una respuesta que compense casi veinte cinco años de haber dicho que no tenía, ni nunca tuve, una hija. —No podía tenerte conmigo entonces, ¡¿por qué no lo entiendes?! Tenía menos que nada, me hacía daño, ¡te hubiera hecho daño a ti!— grito para que algunas de esas palabras logren hacer mella en su armadura de inflexibilidad. —Si ahora conseguí que todo eso se invirtiera, si tengo algo que ofrecerte, ¡¿por qué no puedes tomarlo?!— repito, saliendo de mis cabales al tener que hacerlo. —¡Tómalo, maldita sea!— mi voz muere en ese punto, es tan frágil como una astilla de vidrio al seguir, igual de cortante. —¿Por qué no puedes permitirme que me redima en una de mis faltas ahora que estoy en las posibilidades de hacerlo?— susurro, es lo más cercano a un ruego que dije hace mucho tiempo, poner esas palabras en mi boca significa que me reconozco parada en la última línea, esa en la que habría logrado dar vuelta el mundo y señalarían el final necesario, anhelado.

Soy tu madre, eres mi hija. Si me privas de compensártelo, estarás tomando una decisión de las que conozco bien, sobre la que no podrás volver y dejará una herida en ti, que sangrarás sobre otros—. Así como me acusa de que esto se trata de mí, de mi propia satisfacción, le hago ver que también puede volverse algo de ella, algún día podría ser quien se encuentre en mi lugar, no necesariamente aferrándose a una hija con la que comparte sangre, sí una persona que se niegue a perdonarle el que no haya sido capaz de dar, algo que a ella nunca le dieron. —Soy tu madre, ¿necesitas volver a ese momento para tenerlo en claro?— se lo pregunto, con una mirada hacia el pensadero por si necesita vivirlo, para recordarlo, para no olvidarlo. Atrapo su muñeca para arrastrarla hacia ahí, no la suelto en lo que me tardo en conseguir que una hebra de pensamiento sea robada por mi varita para caer en el agua, está ahí, puede dejarse arrastrar conmigo si quiere y como trate de impedir que ocurriera en un principio, porque nunca quise que viera mi miseria.
Anonymous
Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
¡No quiero nada de ti!— exclamo sin ni siquiera pensarlo, sin ni siquiera sentirlo, producto de sus propios gritos hacia mí y como un reflejo de lo que ella misma expresa con sus gestos, con esa forma de clavar sus dedos en mi piel y que me hace querer alejarla de un golpe. No lo hago, me reservo esa rabia para escupirla más adelante con palabras, con lo que sé que duele más que la propia agresión física, porque esto es lo que he aprendido que funciona con la gente, lo que no necesité que me enseñara para conocer el efecto que tiene en la mente de las personas. No engaño a nadie tratando de dar una imagen de mí misma que no soy, ni siquiera estoy segura de que David me haya visto por quién soy en realidad, demasiado empecinado en ver lo bueno en las personas, no se dio cuenta de que convive con alguien que lo único bueno que tiene, es lo que la mayoría considera una falta. Porque la verdad duele, eso es lo que pasa cuando eres honesto, dañas. Mi madre fue lo más sincera en su momento al decir que no quiso tenerme, que intentó no hacerlo. Jamás lo reconocería en voz alta, pero mi propia defensa se convirtió en un arma contra mí al chocarme de pleno con la afirmación de lo que es la realidad.

¡Porque quiero que me dejes! ¡Déjame de una maldita vez! No me busques, no recurras a mí cada vez que tienes algo que solucionar, no me veas como tu primera elección a la hora de resolver un problema, ¡cuando nunca hasta ahora me tuviste en cuenta!— pierdo cualquier clase de tranquilidad al gritarle a la cara, no tengo reparo al decirle lo que he estado pensando por las últimas semanas en las cuales me he dedicado a ser la chica de sus recados, como si fuera algo más que nunca seré — No te necesito a ti para ser quien haga daño — contesto con la verdad que conozco, cuando nunca me he considerado una buena persona, que estoy bien lejos de serlo. Nunca tuve una razón que lo explicara, por qué siempre tuve arraigado este sentimiento de tener que pisar al resto para mantenerme por encima, fuera con palabras o gestos despectivos, de una manera u otra tenía que hacerme notar para que no fueran otros los que me aplastaran. — Eres mi madre para lo que quieres, para cuando tú quieres, ¡nunca para cuando lo he querido yo o necesitado! ¿¡Por qué tendría que tener ese gesto contigo cuando tú nunca lo tuviste conmigo!? — mentiría si dijera que nunca se trató de lo que pudiera darme, si hablamos de carencias emocionales puedo decir que tengo varias, de las físicas estoy sobrada, y aunque siempre me haya mantenido resguardada por la riqueza de unos padres que ya no conozco, es ahora que empiezan a notarse la inestabilidad de una vida llena de faltas afectivas. —Prefiero dejar que mis heridas sangren hasta quedarse vacías, a poner una tirita sobre algo que nunca va a sanar y tener una cicatriz que lo recuerde cada vez que la vea — murmuro, porque eso es lo que parece que ha hecho conmigo, soy su herida y no la dejó sangrar lo suficiente, puso un parche y ahora cada vez que me ve le recuerdo que soy su cicatriz, una que jamás sanó y que está tratando de remediar a estas alturas, incluso a sabiendas de que puede desbordarse en cualquier momento.

Hasta ahora no me había percatado del objeto que yace en una esquina de la habitación, demasiado centrada en la imagen de la mujer que me trajo hasta aquí a través de un llamado que sigo esperando que acabe. Lo que no esperaba es que recurriera a él cuando toma mi muñeca y, pese a un forcejeo inmediato no demasiado fuerte, me veo obligada a caminar unos pasos en lo que me arrastra hacia el pensadero. Nunca vi uno, así que puedo decir que mis ojos se ven atraídos por la atención que emana del mismo, probablemente por el baile en que se encuentra sumergido el agua de la fuente, importunando nuestra conversación. —¿Qué es lo que...?— la veo extraerse un hilo brillante de su cabeza como para terminar la pregunta, deduciendo por su acción lo que pretende hacer, a donde pretende llevarme sin que lo haya pedido. Tiro de mi brazo para que suelte de mi muñeca, con mis dedos la rodeo para masajearla en lo que doy un paso hacia atrás, observándola con la duda plasmada en el rostro. Me quedo a medias, no obstante, en mi intento de alejarme porque la curiosidad me pica mucho más que el orgullo que me grita que me marche, que aproveche la oportunidad para desaparecerme del lugar. Pero no lo hago, no lo hago porque estaría faltando a todas las veces que me pregunté cómo habría sido ese momento, como fue en realidad y no el engaño de un nacimiento corriente en un hospital del distrito cuatro como me han contado toda la vida. Si quiero mi verdad, es ahora el momento de tomarla.

* * *

Apenas son unos segundos los que transcurren desde que regreso al pensadero y dejo que mi rostro se hunda en él para mantener una respiración que se continua al otro lado del agua, donde las figuras se materializan como si hubieran estado ahí todo este tiempo, o más bien, como si yo lo hubiera estado. La mujer que tengo al lado se parece demasiado a la que aparece en escena, no me cuesta deducir que se trata de la misma persona, ya no por la similitud en sus facciones, sino por ser el recuerdo vívido de la misma. —¿Por qué me traes aquí?— exijo saber, girando la mirada hacia la madre que sí me escucha.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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Porque este es el momento que nunca podré cambiar— giro mi rostro hacia ella, —no importa todos los reproches que me hagas, todos tus reclamos, todos mis arrepentimientos si es eso lo que esperas de mí, nada hará que cambie este momento— susurro, mi voz atrapada entre las cuatro paredes de una habitación en la que el único mueble es una cama de sábanas raídas y nosotras nos encontramos de pie contra la puerta cerrada. —Porque aun teniendo la oportunidad de cambiarlo, no lo haría— es lo que no me perdona, mi falta absoluta del deseo de conservarla conmigo como debería ser innato en toda madre con su hija, por instinto, por amor. Necesito que lo entienda al posar sus ojos sobre la muchacha que está tirada en la cama, su rostro levantado hacia la luz artificial que entra a través de una cortina que cubre una ventana empañada de polvo, tiene unos pocos años menos que ella, parada a mi lado, y se ve como una adolescente lastimada, recogidas sus extremidades en una rígida postura fetal con la cual procura inútilmente esconder el vientre en el que lleva a una criatura que la perturba desde hace días con movimientos exigentes. Procura anular sus pensamientos al sumirse en un estado en el que sus ojos toman al vaivén suave de la cortina como una distracción hipnótica, así puede ignorar a la otra persona con la que comparte su cuerpo, se lo está prestando y dentro de poco podrá dejar de fingir que no está, que no la siente, porque dejará de estar, dejará de sentirla. Tocará ignorar ese vacío en los años venideros.

Su cuerpo se retuerce con los primeros espasmos de dolor que la rompen por dentro, el lamento gutural que sale de sus labios alerta a la mujer que le ha prestado esta habitación. Se abre la puerta y cruza a través de nosotras para ir hacia la cama donde ayuda a la joven a echarse sobre la espalda, así puede tantear con sus palmas sobre el bajo vientre la posición de la criatura que reclama su salida de un refugio que la está asfixiando. Recordaba lo demacrado de mis rasgos en ese entonces, pero no con la crudeza de reconocerme en esas mejillas huecas, labios temblorosos y agrietados, ojos que evaden cualquier indicio de realidad al preferir mostrarse desorientados, erráticos, así puede ocultar una mirada quebradiza al llanto, de los cuales se desprenden las primeras lágrimas por los bordes. Su tez no se ve pálida, se ve grisácea, enferma. Sus brazos al usarlos como apoyo al sentarse, dejan ver su piel que está atravesada por incontables líneas rojizas de un daño necesario para encontrar en esos instantes de dolor punzante, un quiebre a la insensibilidad que la atormenta en ocasiones. Todavía es capaz de sentir, el martirio del parto le hace consciente de esa capacidad que creía perdida, grita hasta destruir su voz al apretar los dientes con fuerza.

Por horas debe tolerar ese sentimiento que vuelve a arrastrarla con violencia a momentos ajenos al que está viviendo, porque el dolor estará ligado durante toda su vida al desprecio, al rechazo, al abandono, a la súbita perdida, su espíritu se sacudirá con cada estremecimiento para reabrir con sus uñas furiosas todas estas cicatrices y desde las heridas responderá a la criatura que llorará en solidaridad a su propio sufrimiento. Retirará la mirada del cuerpo arrugado que cabe en las manos de la otra mujer, frágiles brazos que con sus puños rojos golpean a la nada y sus piernas que se contraen al tomar aire para que su pecho saque fuera un sollozo agudo, potente y que ruega con desesperación por lo único que nunca podrá tener. Es protegido por el abrazo prestado de una extraña, cuando un sollozo igual de agónico lleva a su madre a darse la vuelta sobre la sábana sucia, con la sangre caliente entre sus muslos, y estruja entre sus dedos la tela de la almohada al usarla como amortiguador de los gritos que surgen al volver a verse en el hueco oscuro y profundo al que la arrojaron, en el que lloró cien días y llorará otros cien. Arañará esas paredes hasta lastimar sus dedos, se desquiciará golpeando esas paredes y se cubrirá de moretones su piel, extinguirá su voz al clamar por nombres que jamás responderán. Y habrá sobrevivido, invisible, atrapada en la soledad que exigía que se le respetara, olvidada por todos los que alguna vez la conocieron, habrá sobrevivido recibiendo el trato de alguien que nunca existió. La prueba de haber sobrevivido será esa niña que es arropada con la sábana que se le quita a su madre por esa mujer que le recrimina su llanto y le espeta que hubiera cerrado sus piernas si luego no querría abrirlas para traer una hija, pero no hay nada bueno en ser la prueba de supervivencia de alguien que ha destruido su vida. —Te hubiera hecho daño, te habría arrastrado conmigo a todas las maneras que descubrí de hacerme daño, eras una parte de mí y también te hubiera lastimado— susurro a la joven que tengo a mi lado.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Esa es la cosa del tiempo, que no se puede cambiar, no se puede volver atrás, puede decir lo que quiera sobre que no cambiaría nada de lo que hizo, que eso tampoco modificaría cómo me siento al respecto, ni los giratiempos tienen ese poder. Estamos bien lejos de poder corregir nuestras acciones, es con lo que tenemos que aprender a vivir y, a juzgar por la mirada que le dedico, no estoy muy segura de saber si esta es una de ellas. El que me haya traído a este momento debería servirme como respuesta a mis dudas, pero lo cierto es que, cuando regreso la mirada hacia la muchacha que ni siquiera parece tener mi edad, sino menos, tengo la sensación de que este es uno de esos ejemplos en la vida que te gritan que nunca vas a poder olvidar, está tan marcado en su piel que dudo que a ella le haga falta usar un pensadero para rememorarlo, y aun así estoy aquí, parada sobre la madera de una habitación en estado deplorable y que dudo mucho que pueda guardar el calor en el largo invierno. Pero no lo es, conozco de la fecha de este recuerdo por ser el único dato, de los pocos, que son certeros en mi historia y al que puedo aferrarme como un ancla fijo a la tierra, porque ni mi nombre cumple con la característica que lo haría verídico, es otro el que me pertenece, sin llegar a hacerlo al jamás haberlo puesto en mis labios.

A pesar de que no le debo nada a la mujer que tengo al lado —resulta irónico decirlo así cuando fue la persona que me dio la vida—, lo sentiría injusto el apartar la mirada de la figura de la chica que gime de dolor. No sé si son sus quejidos los que me gritan que me aleje o su propia imagen de sufrimiento, a la que no le hace falta sonido alguno para reconocer el daño que está sufriendo su cuerpo en este instante. Si solo fuera eso, un instante, no se me haría difícil el sostener la vista, pero son horas en las que tengo que obligarme a formar parte de una fotografía de la que nunca tuve constancia. Que se me arroje de esta manera, sin previo aviso a lo que voy a tener que enfrentar, incluso cuando me jacto de ser una persona que no necesita de advertencia para tomar algo, produce que tenga que controlar mi respiración al encontrarme conteniéndola y arrugando mis dedos, cerrándolos en puños y liberándolos de la tensión cuando creo que va a terminar. No lo hace, me tiene aquí a la espera de que se apacigüe la tortura que supone para ella el tener que deshacerse de esa presencia molesta, de echarla de su cuerpo de una vez por todas como no pudo hacerlo cuando tuvo oportunidad de intentarlo. De un modo u otro, viva o muerta, su fin último es desprenderse de esa criatura que consigue sacar de entre sus piernas para postergar un llanto que se torna más agudo conforme se da cuenta de que tiene espacio para gritar, aunque su madre no la escuche, aunque se dé la vuelta para no verla mientras otra mujer se encarga de darle el calor que ella le niega.

No puedo empezar a explicar lo que se siente al experimentar esa clase de rechazo, no importa que ese bebé no haya tenido memoria para recordarlo, tampoco para hacerlo con el rostro de su madre. Con sus palabras confirma que sigue insistiendo en esa separación que nos define incluso cuando los lazos de sangre que nos unen valdrían a cualquiera para justificar cualquier acción, me queda claro con esto que nosotras siempre seremos un caso aparte, la excepción a la regla. Esta vez soy yo quien aparta la mirada, no necesito seguir viendo cómo es otra la persona que se encarga de calmar los llantos de una niña en la que ni siquiera me reconozco, y tampoco le daré la satisfacción de verme afectada por la falta de su afecto, así que procuro teñir mi voz de una nota seria para camuflar el temblor en mi garganta. —Llévame de vuelta— es lo único que pido, haciendo oídos sordos a sus explicaciones que me valen poco puestos al lado del escenario que espero podamos dejar atrás. Demasiadas emociones entremezcladas unas con otras se divierten pellizcándome debajo de la piel, suficiente como para necesitar de una habitación a solas para poder calmarme y recuperar la imperturbabilidad que normalmente rige a mi mente, que se refleja en mi rostro. Pero si hay algo que se marca en este último, desde luego no es esto, por mucho que esté tratando de mantener una expresión nula que no permita analizar lo que pasa por mi cabeza.
Alecto L. Lancaster
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Deslizo mis dedos en el aire hasta que encuentran su muñeca para un roce mucho más suave del que alguna vez mostré con ella, es un toque casi imperceptible, que nos saca con violencia del escenario que se disuelve como si fuera agua que al agitarse, luego se calma y muestra sobre su superficie una claridad vacía de todos nuestros remordimientos. —Esa era tu madre— susurro, ese momento que ella no me perdona, en ese momento aquella muchacha era la madre que la había traído al mundo y en vez de recibirla, le dio la espalda. No era la mujer que ve ahora, ni tampoco la mujer a la que un día en el pasillo de un hospital le dijo que ella era la hija que había vendido. —No acepté el dinero— digo de pronto, —no me crearás así que no tiene caso decirlo y aun así lo hago— murmuro entre dientes al apartarme de ella, así como del pensadero, para ir a buscar un poco de alcohol que ayudará a apaciguar la sensación de shock que es natural que alguien sienta al presenciar su propio nacimiento. Vierto el contenido de la botella en una copa superando la medida habitual, casi hasta llenarla a su borde y camino sobre mis pasos hechos para acercarme a ella y tenderle la bebida. —Toma— es una única palabra, posible de ser interpretada de tantos modos, una orden, un pedido, nada.

Me sostengo al cristal del vaso para que no me tiemble a mí la muñeca por haberme reencontrado con una de las tantas versiones de mi misma en esta vida. Ese no fue el momento de mayor dolor, ni mi peor crimen, pero fue un dolor que pareció la conclusión de todos los anteriores, un límite que traspasado me dijo que no tenía derecho a querer regresar a la persona que fui o que quise ser, los pesares que pudieron haberse sucedido a ese día, los colmillos que se ensañaron con mi carne para dejar marcas por debajo de la piel, fueron daños hechos sobre un cuerpo ajado, que cargaba conmigo a todos lados, que recibió todos y cada uno de los abusos que vendrían con la familiaridad que se le da a lo viejo y conocido. —No hubiese sido una madre como la que necesita un bebé recién nacido— lo expongo así, con las palabras más simples de nuestro vocabulario para referirme a mí misma y en especial a ella. —No me perdonas, pero retenerte conmigo hubiera sido mezquindad, no amor, te hubiera hecho víctima de todas las cosas que me atormentaban cuando tenía poco más de veinte años…— explico una vez más, con una intención distinta a las anteriores. —Hay ciertas cosas en la vida para los que una persona no se cree hecha, tener un hijo no era algo que hubiera proyectado para esa edad, ni para ninguna edad en mi vida. Nunca me vi como madre. Los anhelos de las personas pueden ser las más banales, en mi caso solo quería verme libre de mi familia, era un deseo muy egoísta, seguí teniendo deseos egoístas a lo largo de toda mi vida— sostengo sus ojos al querer que se fije en mí, no en la mansión, no en el puesto de ministra, porque no quiero que confunda esos deseos egoístas con renombre, dinero o comodidades.

»Deseos que tenían relación con conseguir lo mejor para mí, en las situaciones siempre difíciles que se presentaban. No tenía idea de cómo, lo que ni yo conseguía para mí misma, tratar de procurarlo para alguien más— puedo decir eso en este momento de mi vida, en ese entonces seguí siendo títere de todas las emociones que no lograba dar un orden y me llevaban a pisar el borde, al verme superada. —Todavía tengo miedo de hacerte daño, es algo que aprendí a controlar a mi favor con los años, pero no algo que haya logrado anular, puedo volver a causarlo sin darme cuenta. Por eso tengo miedo a acercarme a ti, y en especial en este momento, en el que estoy en la cima viendo el abismo, en lo que sé que es lo viene— musito, esta quizás sea de las últimas oportunidades que tenga para darle todo y más de lo que nunca pude, de lo que ya no podré luego. —Ahora es cuando más claramente también te veo a ti y todo lo que me trajo hasta aquí, y no puedo acercarme más de la cuenta, porque al ascenso sigue la caída, en la que tengo y debo caer, no te arrastraré conmigo— dudo en decirle lo que tengo en mi mente, la vieja frase que me acompaña desde siempre. —El karma nos encuentra a todos para saldar cuentas y no quiero que se las cobre a través de ti— lamentablemente, no carga solo con las mías, también con las del padre que le dio su sangre y es demasiado para una joven. —Un acto cruel como el mío, fue lo que te mantuvo a salvo estos años.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Creo que lo que menos me interesa ahora es el hecho de que aceptara o no el dinero que le ofreció Georgia por ese bebé. Para ser completamente honesta esa parte del trato la había dejado olvidada un lado sin apenas ser consciente, hasta que lo saca a relucir en este instante y tengo que morderme la lengua por no ser el momento de replicar lo que ya no merece la pena remover. ¿Qué puedo decir contra eso, después de ver el estado deplorable en el que vivía por entonces? Puede que no sea la mayor defensora de los derechos de los norteños, porque siempre tuve en claro que algo habían hecho para merecer estar en ese lugar, desde robos, trapicheos ilegales, huir de la ley... Aun así, no soy tan cruel como para desearle nada de eso a alguien que está por tener un bebé, tenga las cuentas pendientes donde las tenga, la criatura no tiene por qué cargar con los errores de un padre o una madre. Supongo que es ese el pensamiento que me mantiene sin murmurar una palabra en la esquina, que también fue el pensamiento de la misma Rebecca cuando decidió que ese lugar no era el que quería para una hija en la que no me reconozco. —Pues tendrías que haberlo hecho.— es mi única réplica, una que sale demasiado forzada y casi que la voz no me pertenece, porque es lo que una vez le reproché en su contra, y ahora estoy aquí, haciendo lo mismo pero esta vez por no haber accedido a tomar el dinero. Por molesta que pueda sonar mi voz, me repatea en serio que se viera en la oportunidad de aceptarlo y no lo hizo, cuando es evidente que sí lo necesitaba.

Tomo el vaso entre mis dedos, pero estoy lejos de darle un trago, más concentrada en la forma que tiene el líquido de moverse ante el movimiento repentino que interesada en probar la bebida. No creo que pueda, de todas formas, no cuando se ha formado un nudo en mi garganta que dudo que pueda atravesarlo sin impedirme respirar, de lo comprimidos que siento los pulmones incluso cuando me esfuerzo por buscar aire por la nariz y expulsarlo por la boca, todo aparentando una actitud sosegada que para nada es reflejo de lo que ocurre dentro de mi cuerpo. Aun así, como me he esforzado en cumplir con una imagen delante de mi madre que está lejos de ser la real, me llevo el cristal a los labios hasta llenar mi boca del licor y pasarlo sin apenas notar el sabor, no se siente tan amargo como la sensación que recorre mi piel, de igual manera. —No es que no te perdonara, dejaste bien claro en muchas ocasiones que nuestro vínculo era inexistente, como para reclamar una disculpa de ti sabiendo que nunca ibas a dármela— no porque lo haya adivinado por su carácter, sino porque directamente se lo grité en la cara y seguí sin obtener una respuesta concisa, no soy tan idiota como para exigir el perdón de una mujer que parece que rara vez se disculpa por sus acciones. —No eres la primera madre ausente que he tenido, resulta que a los Lancaster solo les interesan las apariencias y el no poder concebir un hijo es algo que simplemente no podía ser, no me sorprende el hecho de que compraran un bebé para continuar con su imagen de bien, tampoco ahora entender que nunca tuvieron un interés real por compartir su vida con un hijo o hija, estuvieron ausentes en muchos momentos de mi vida, como lo estuviste tú— creo que no es difícil de entender mi carácter a raíz de eso, lo forjé en base a lo que conocí, rostros que solo veía en cenas porque la empresa de los Lancaster no se creó a base de acomodarse en el sofá, mis padres adoptivos trabajaban muchas horas como para dedicarlas a acudir a recitales de baile, conciertos de música o siquiera graduaciones de colegio. —Supongo que creí que, al enterarme de que tú eras mi verdadera madre, tenía una segunda oportunidad a recuperar algo de eso. Pensamientos estúpidos donde las haya, no hizo falta conocerte demasiado como para saber que ni mi propia madre biológica estaba interesada en nada de eso. Te odié entonces, te maldije por hacerme sentir insuficiente pese a que no me conocías en lo más mínimo, ¿y sabes lo que es sentirse insuficiente para alguien que no sabe nada de ti?— la miro, pero no pasa mucho de que vuelva a apartar la mirada —Es igual, todo eso no importa, ya no— declaro, al estar segura de mi resignación con respecto a su figura, maternal o de jefatura, conozco bien donde están sus intereses. Puede decir que me quiere viva, pero es solo por el orgullo de no querer verme muerta como bien podría haber acabado en el norte y ver que todos sus esfuerzos y sufrimientos fueron en vano, no porque realmente le interese verme entera.

Asiento con la cabeza a lo que dice, demasiado calmada para ser real, probablemente fruto de la resignación que me invade al conocer su postura. No puedo decir que me sorprenda, pero no diré que no duele, porque lo hace, aunque me fuerce a tragar de la bebida para borrar mi expresión mustia del rostro y cambiarla por una fría y seca, esa que me suele caracterizar por costumbre. —Está bien— digo sin más, me acerco a una de las maderas de la estantería para depositar el vaso y separarme dando unos pasos, vagando mi mirada de los muebles hasta ella. —Me alejaré de ti hasta que me reclames por alguna necesidad del trabajo como has hecho hasta ahora, me mantendré a un margen de tu vida como venimos haciendo en este tiempo y las cosas seguirán como están.— acepto su posición de querer rechazar cualquier acercamiento físico o emocional por temores que ella misma ha creado en su cabeza, porque no soy quién para meterme entre sus pensamientos y obligarla a hacer nada. Solo soy yo resignada a aceptar lo que ya sabía que debía aceptar de antemano. —No te guardo rencor, no creo que pueda después de lo que me has mostrado, así que no tienes que preocuparte por eso.— y tal y como si eso fuera una despedida, porque así lo ha querido, le dedico un análisis a las facciones de su rostro antes de dar media vuelta sin decir ni media palabra más y forzar mis piernas a moverse por la extensión del despacho en dirección a la puerta.
Alecto L. Lancaster
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The last thing you say as your saying goodbye · Alecto IqWaPzg
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Supe conseguir dinero de otras maneras en el norte, así como supe cuidarme de no cometer un error similar condenando a otro niño con mi sangre y mi suerte. No es mentira que ser madre fue un deseo ausente en mí durante toda la vida, incluso en este presente en el que puedo ofrecer mi protección a una muchacha como Maeve, no me engaño creyendo que es instinto maternal tardío, aun carezco de la sensibilidad hacia los vientres preñados o los niños de pasos torpes, son parte de un paisaje del que aparto la vista. Mis arrepentimientos recientes no dan lugar a fantasías en las que pueda verme siendo madre de una familia, que encuentra su dicha en dos o tres pares de ojos igual de azules, si acaso vuelven a ser las mismas y cansadas fantasías de desear lo más simple, solo una persona. Me siento molesta hacía mi misma, la piel se me hace insoportable, cargo conmigo misma con fastidio, cuando me reencuentro con el deseo tan primario de esperar cariño de quien, por sangre o vínculo o lo que sea, se debería dar por naturaleza. Un deseo que va en desencuentro con el suyo, llega tarde. Lo tenía tan enterrado que el tiempo que demoré en sacarlo escarbando con mis uñas en esa tierra seca, hizo que llegara tarde a su propio deseo de tener una madre que compensara la falta de sentimiento que recibió por parte de sus padres adoptivos. —En ese momento— susurro, ni siquiera puedo sostenerle la mirada, —yo era insuficiente—, no ella. — No hay razón para decirte que he dejado de serlo—, ni que eso vaya a cambiar tras la sentencia de sus palabras. —Pero lo que conseguí, te lo ofrezco y desearía que pudieras tomarlo a manos llenas, con codicia, para saciar lo mínimo de una carencia que te impuse en tu nacimiento— digo, quisiera que simplemente lo tomara.

Pero no lo hará, ella tampoco lo hará. Ella también ha tomado la decisión de irse cuando le digo que podría hacerle daño y aun así, todo lo que tengo podría ponerlo a su disposición. Si he conquistado todo esto, lo compartiré con ella, ese es mi ofrecimiento desesperado. Lo hago porque conozco su respuesta, su postura ha quedado clara desde el primer momento, acepté su «no» antes de hablar y sé que recibiré otro «no» cuando acabe. No lo sabe, actúa desde su propia voluntad, de la que me valgo para representar un antiguo acto en el que le toca el mismo papel que a otros y mis líneas no han cambiado. Pero no es engaño, es solo el viejo ruego que puesto en mis labios tengo que decirlo, cuando todo dentro de mí me pide que lo haga y que lo haga con la persona que debe ser, el problema es que la persona indicada, nunca lo es. Porque siendo la indicada, se vuelve la persona equivocada. Estoy dejando caer un ruego en la persona que no responderá a este, su falta de rencor sigue siendo un extremo demasiado lejano al cariño, su decisión de apartarse tras la primera decepción irremediable que le he provocado no es algo que vaya a cambiar con unas pocas palabras. —Quédate— murmuro, es el pedido que le hago luego de haber sido quien no le mostró más que indiferencia, que le dio la espalda, que se marchó una y otra vez, que la negó y la despreció, esto es lo que hago, una y otra vez, soy yo pidiendo que se alejen, advirtiendo del daño que puedo hacer, cuando esa misma petición es un ruego a que no me dejen sola. —Quédate, por favor—, pero no lo hará. —Déjame poder compartirte lo que tengo, como no pude hacerlo en ese entonces— digo, mi voz no me pertenece, si lo siento como que pertenece a otro cuerpo, el mío no sufrirá la que será su respuesta. —Guardaré mi distancia para no hacerte daño, solo quédate.
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Alecto L. Lancaster
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No hubiera dicho esto de mí hace un par de años, quizá unos meses tampoco, pero estoy acostumbrada ahora a quedarme con un mal sabor de boca, y he llegado a entender con el correr de los días que no es una sensación con la que pueda competir, no cuando se trata de mi propia madre al menos, así que la única carta que me queda por jugar es la de aprender a aceptar la resignación como un nuevo sentimiento que forma parte de mi personalidad. Lo pongo en práctica cuando continua con lo que antes hubiera tachado como excusas, en este momento lo veo como algo más que eso y en cierto modo lo respeto, como no he hecho con muchas otras cosas que tienen que ver con ella. Pero no soy transparente con mis emociones, nunca lo he sido, como para esperar de mí una reacción diferente al silencio que nos envuelve cuando termina de hablar y ya puedo sentir como el mismo escala por detrás de mi espalda hasta convertirse en una propia sombra que atosigue.

Es entonces al esperar marcharme sin mirar atrás y sin que ella oponga resistencia alguna, que me encuentro parada sobre mis pies, estirando mi cuello para sostener la mirada sobre las puertas de maderas. No reacciono de inmediato, es más, me tomo unos segundos para coger aire por la nariz y en el camino pasar algo de saliva por mi garganta seca, pero finalmente me doy la vuelta para regresar a posar mis ojos sobre los suyos. Su ruego me sorprende más que cualquier otra cosa, más el hecho de que lo considero sincero sin apenas dudarlo como hubiera hecho de lo que sea que saliera de sus labios. —No vivo sola— puede ser que sea yo la que se encuentre masticando excusas después de todo, salvo que no lo es en este caso, no es algo que espero que ella conozca, así que por eso se lo hago saber, parecido a una muestra de consideración por su trato. —Me temo que no haríamos más que estorbar y no voy a dejar que mi...— bien, ¿cómo explico eso? —No se encuentra entre mis planes dejarlo tirado para venir a vivir aquí— ah, sí, mucho mejor, es una suerte que David no se encuentre formando parte de esta conversación, ¿me recriminaría el no llamarle pareja delante de mi madre abandonadora? Nah... tiene demasiado buen corazón como para eso, por algo tengo que aprovecharme. —Además de un perro, y un gato— ¿por qué si quiera le estoy explicando esto, cuando lo primero hubiera bastado para exponer mi caso? Ni siquiera me agrada el gato como para querer hacerlo parte de mi carta de disculpa.

Y pese a todas mis justificaciones, breves en su mayoría, no me muevo del sitio ni hago amago de marcharme para cuando aprieto un labio contra otro, remarcando que he terminado de exponer mis razones por las que no debería quedarme. No debería, siempre se trata del no deber hacer algo, toda mi vida se ha basado en hacer lo que se debe, lo que me enseñaron a hacer y cómo ser, en la propia Academia de Aurores se reforzó esa enseñanza, lo que se espera ahora de mí es que agache la cabeza y me marche con educación. Me encantaría saber entonces por qué no lo hago y en su lugar me encuentro sostenida por la tensión que acumulo en mis dedos al cerrarlos en puños que se abren y se cierran en un baile nervioso, mirándola.
Alecto L. Lancaster
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Y así es como la persona indicada se demuestra como la equivocada, con una respuesta que la hace inapropiada a mi ruego, su realidad construida con nada que guarde relación conmigo o cualquiera de sus padres, biológicos y adoptivos. Una respuesta tan cotidiana, tan banal, incluso inesperada por lo banal en alguien como ella en quien creí verme al conocerla, los mismos ojos fríos que no permiten el acercamiento de nadie. Me permite verla entonces enteramente como hija mía, es una criatura que nació de mí, pero su cuerpo es ajeno al mío pese al parecido en los rasgos y su destino también, está libre del mío. Camino hacia ella para pararme delante, mis ojos fijos en su rostro que llevo a abarcar con mis manos tratando de que sea una caricia superficial que no la haga apartarse y la miro, siendo obligada por la sangre que compartimos y ese siempre vago, impreciso y errático lazo de familia, a escuchar mi ruego de que se quede, imponiéndole una petición que no la haría si no fuera por las faltas de otros hacía mí. Pobre víctima de mi dolor agónico, todo por haber nacido como mi hija. —Vete— esta vez no es una orden, es un ruego mucho más honesto y poco audible que sale de mis labios. —No te quedes cuando te diga que lo hagas, nunca lo hagas— susurro.

Paso las puntas de mis dedos por su cabello que también es oscuro como el mío, me estremece ver la similitud de este despacho que se me ha concedido para ser la cara líder de una guerra, con aquella habitación en la que mi padre era la autoridad, líder de su propias guerras que se resolvían en calles oscuras y esquinas sin nombre. —Vete, corre, pon toda la distancia que puedas con quienes fuimos tus padres, tu familia— me recuerdo tan claramente deseando eso cuando era yo quien tenía que obedecer al mandato de quedarme, que creí persuasión a la que accedía y era la más canalla manipulación, —no dejes que nuestro destino te alcance— el mío que es un mestizaje maldito de familias, el de la sangre Powell que los hace parias entre los buenos, el que quisieron imponerle los Lancaster como una muñeca sin sentimientos. —Ten, ten cosas, personas, disfruta de tener y sé mezquina al tener. No dejes que nadie te quite lo que tienes—, tiene más de lo que alguna vez tuve yo, incluso un perro y un gato, temo que sonreír solo hace que mi semblante se vea más compungido. Dejo caer mis manos al liberar su rostro, le devuelvo su espacio personal al dar un paso hacia atrás y eximirla así de una obligación que no es suya, mucho menos suya, que si he tenido una hija, sea solo para verla irse y así la paz llega de otra manera, a través de ella, que sí pudo escapar. —Puedes irte— murmuro, dándole un permiso que nos absuelva a ambas.
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