The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Coloco con sumo cuidado el cuerpo de Denny sobre la cuna mecedora que ya tengo dispuesta en el salón por ser su lugar favorito para dormir siestas y, siendo que últimamente está costando que las duerma siquiera, aprovecho que ha calmado su respiración para acomodarlo con la seguridad de que tendré al menos una hora para mí sola. Y cuando digo para mí sola me refiero a que de ese modo puedo organizar la casa que desde hace unos días está necesitando de una limpieza general, esa que llevo postergando porque mi hijo no es el único que no ha tenido un buen sueño en este último tiempo. Entonces ocurre lo siguiente de que, cada vez que puedo aprovechar la oportunidad de unos minutos de paz mientras Hayden duerme, yo hago lo mismo, como consejo que me dieron otras madres y también de lo que he podido leer en algunos libros. Pero hoy he decidido que no es el día para darme ese lujo, no cuando parece que ha explotado una bomba en medio de la casa.

Diez minutos de tranquilidad pueden parecer una hora cuando se vive con un bebé que requiere de atención prácticamente las veinticuatro horas del día, así que con ayuda de un par de movimientos de mi varita, conseguir que la parte baja de la casa se encuentre medianamente decente no me cuesta tanto como hubiera esperado. Estoy por armar una colada cuando termino de ordenar los juguetes de Denny en una cesta, pero echar una cabezadita no se siente tan mal cuando paso a sentarme en el sofá por lo que iban a ser dos minutos. No, esta noche no ha sido de las mejores y quizá tenga que ver con que el mes de agosto en sí trae consigo muchos acontecimientos pasados que ocurrieron en esta época. Como mi propia boda, la luna de miel o enterarme de que estaba embarazada, son demasiadas cosas sobre las que meditar en una casa que mucha parte de día se encuentra en silencio, especialmente cuando me paro a observar cuánto han cambiado las cosas en apenas un año.

Desconozco el tiempo que me quedo dormida al haberme recostado entre los cojines, pero deduzco que no debe haber sido mucho tiempo cuando al empezar a recuperar los sentidos no escucho ningún llanto o balbuceo del bebé. Me paso el dorso de la mano por debajo de uno de mis ojos al pestañear varias veces, levantando la cabeza para chocarme de bruces con el pensamiento de que todavía sigo dormida, porque frente a la cuna se encuentra encorvada una figura que trato de reconocer cuando pongo los pies en el suelo para acercarme con el corazón latiendo con fuerza. — ¿Han...? — ignoro lo extraño que hubiera sido el que esté aquí cuando debería estar en su boda, no llego a preguntar por mi hermano cuando el hombre se reincorpora con mi hijo en brazos y puedo sentir como toda la calidez de la casa y de mi cuerpo se esfuma para dar paso a una fría helada que me recorre de pies a cabeza. — Suéltalo — el tono de mi voz es firme al enfrentar el rostro de mi padre, pero porque tengo la aseguración de que mi varita se encuentra a escasos centímetros de distancia, sobre la mesa, y cuando estiro una brazo para alcanzarla, me encuentro con que no está ahí. No puedo siquiera empezar a explicar el sentimiento de pánico que se acumula bajo mi piel cuando regreso la mirada hacia él. — Suéltalo, por favor — ruego, no es la primera vez que lo hago ante él, de todas formas, él lo sabe tanto como yo, pero sí queda como una petición de acción inmediata.
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
¿Sabes? desde que me enteré de su nacimiento por alguna razón creí que el pequeño sería igual a Hans. Supongo que por saber que era varón, pero no. A decir verdad se parece bastante a tí. — Ignoro su petición cuando la hace la primera vez, y solo sonrío en respuesta a la segunda, sabiendo al seguir sus movimientos con la mirada que se trata de la desesperación que le causa el saberse en desventaja. Ha pasado mucho tiempo desde que tuve un bebé en brazos y, aún así, la sensación es casi familiar. Como andar en bicicleta dirían muchos. Yo lo pensaba como el abrazo de un amigo al que no veías hace mucho tiempo. Era sencillo recordar el pasado, pero aún así tenías la incertidumbre del futuro palpitando contra tus palmas. Tener a mi nieto en manos, incluso a sabiendas que no era el primero, se sentía como si tuviera el potencial de un diamante en bruto, pero sabiendo que sus padres jamás se encargarían de pulirlo como se debe.

¿De qué color son sus ojos? — la curiosidad me invade y acabo preguntando por capricho más que por una finalidad. Suponía que con su genética debían ser azules, pero había muchas tonalidades diferentes, y en todas se podía ver reflejada la inocencia cuando eran tan pequeños como lo era el bebé que sostenía en brazos. — Lo despertaría, pero hace tanto que no tengo un niño de su edad que no sabría como calmarlo y entregártelo no es una opción en esta situación. — Busco que el peso de su cuerpo se acomode contra uno solo de mis brazos y procuro dejar mi mano libre para sacar del bolsillo los fragmentos que han quedado de su varita, esos que balanceo entre dos dedos antes de arrojarlos al suelo y aplastarlos bajo mis pies. No se escucha un nuevo “crack” pero prefiero tenerlos seguros antes que arriesgarme a algún arrebato que pueda tener.

Espero que sepas disculpar que me aparezca sin invitación, pero siendo que nadie ha dirigido una en mi nombre preferí adelantarme. Después de todo, es mi primer nieto varón. — A decir verdad, su sexo estaba lejos de importarme, por primera vez en mucho tiempo era su madre la que me había movido a aparecerme aquí y, si quería seguir con vida en lo que duraba la visita, tenía que tener una moneda de cambio. Tanto como su prima lo había sido hace casi dos años. — Casi no cambiaste desde la última vez que te ví, pero la maternidad ciertamente te sienta bien. Casi que pude ver a Penny recostada cuando entré.
Hermann M. Richter
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sé de sobra lo que intenta transmitir con ese comentario, incluso cuando lo hace parecer como una semejanza hacia mi hermano, en el fondo lo único que trata de decir es que le sorprende que no se asemeje más a él. Hans puede ser un individuo completamente distinto a Hermann, pero la genética no es algo que le pueda negar como lo hizo con sus principios y valores. Me quema la sangre por dentro el que siquiera lo sugiera, si no digo nada es porque no quiero puntualizar a quién es que saca su físico, puesto que no está aquí para demostrarlo. Mi hijo puede tener alguno de mis rasgos, pero no cae como sorpresa el que se parezca tanto a su padre. — ¿Qué te importa? — es la respuesta cortante que sale escupida de mis labios cuando pregunta por sus ojos, quizá como un ataque directo que tengo que suavizar al tomar aire para no cometer el error de cabrearlo. No sería la primera vez que lo hago, tampoco que presencio una reacción por su parte a ese acto. — Azules — digo ahora sí, que no me interesa que la tome con mi hijo al que sigue agarrando.

Me perturba el que Hayden se encuentre tan cómodo en sus brazos, cuando yo estoy al borde del nerviosismo y la intranquilidad que me causa el simple hecho de que esté cerca del que por sangre es su abuelo. No es él quien debe sostener al niño y el único motivo por el que no salto en su dirección es porque tarda lo mismo en sacar mi varita de uno de sus bolsillos, que yo en darme hacia atrás en el impulso de ir hacia él. O lo que queda de la varita. La saliva se me hace difícil de tragar con el nudo que crece en mi garganta, llevando la mirada hacia los restos de madera que yacen bajo sus pies como el sentimiento que siempre ha querido transmitir en mi presencia, que no importan las circunstancias, ni qué tan intercambiados estén los papeles, él siempre va a tener el poder. Pero si algo he tenido claro desde que soy madre, es que no pienso dárselo. — Debiste darte por aludido entonces y deducir por tu cuenta que no eres bienvenido — respondo a su indignación por no haber recibido invitación alguna, podría decirse que en un tono calmo, pero está lejos de serlo, más cuando tiene el descaro de hablar sobre mi propia madre. — ¡No! Para, deja de mencionarla como si tuvieras derecho alguno a hacerlo, no lo tienes, tú te encargaste de que fuera así. ¡No vuelvas a hablar de ella! — sueno irritada, tengo que concentrarme en mi respiración para dejar que los latidos de mi corazón vuelvan a un ritmo normal, aunque no espero que lo hagan hasta que ponga pie fuera de esta casa.

¿Cómo has entrado? — dudo que tenga una contestación para darme, pero me niego a creer que una persona como mi padre, buscada por el país, la tenga tan fácil para moverse de un lado a otro sin ser visto, incluso cuando soy consciente de que este barrio no es el mejor vigilado, ni de lejos. — ¿Qué es lo que quieres? ¿A qué has venido? — necesito ganar tiempo, si hacer que se vaya no es una opción, tengo que al menos buscar una salida — ¿Quieres hablar? Está bien, hablemos, no haré nada — se ha encargado él solo de que no pueda hacerlo, de todas formas, y dudo que haya sido tan estúpido como para venir sin arma, así que cuando bajo los párpados para dirigir la mirada hacia la cómoda al lado de la televisión donde vi por última vez el teléfono, intento ser cuidadosa. No me tardo mucho en mover los ojos hacia su figura, incapaz de soltarla de ella cuando tiene al bebé en sus brazos — Pero deja al niño, es ajeno a todo lo que podamos tratar, no quieres hacerlo parte de esto — no quiere o no lo quiero yo, me da lo mismo.
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
Lanzo una mirada de advertencia en su dirección cuando vuelve a interponerse en defensa de su madre, como si ella hubiera sido una santa en vida por si no la habían santificado luego de su muerte. Ya no iba a corregirla, si quería creer que había sido yo el que había puesto fin a su vida, que lo creyese, no iba a hacerle entender que de mis muertos me hacía cargo sin tener el mínimo cargo de conciencia — Fue mi esposa antes que tu madre, creo que tengo el derecho a mencionarla cuantas veces quiera sin necesitar tu permiso — y es casi que cansador el tener que tratarla como a una niña cuando ya pasaba de los treinta y ella misma se había convertido en madre. Supongo que algunas cosas nunca cambian, y el sentido de justicia de Phoebe parecía ser una de esas cosas.

¿Me creerías si te dijera que por la puerta? — probablemente no, pero tampoco iba a dar una explicación detallada acerca de mis métodos. ¿Había sido arriesgado aparecerme en su hogar nuevamente? Sí, lo sabía. Pero al menos para cumplir este capricho había procurado que su hermano esté fuera. Sin varita, sin Hans y teniendo a su hijo en brazos… — Fuera o no ajeno a los temas de conversación que podamos manejar, sigue siendo mi nieto… y claro, mi seguro para saber que no tratarás de hacer  nada extraño, claro está — Mis nietos parecían ser la forma ideal de garantizar mi seguridad pese a que raramente los exponía en verdad — No planeo ponerlo en riesgo si es esa tu preocupación.

Cambio al bebé de posición y lo maniobro hasta poder hacer que se recueste sobre mi hombro, de esa forma en la que su rostro queda oculto contra el costado de mi cuello y yo puedo moverme con mayor libertad — Tienes que ser aprender a disimular la mirada Phee, no sé que estás buscando, pero creo haber descartado varias salidas en lo que dormías — me balanceo con cuidado en un compás rítmico para garantizar que el niño siga dormido, y con la mano libre indico un lugar en el sillón — Si te quedas quieta y sentada esto no pasará de ser una charla que pronto podrás olvidar así que primero que nada me gustaría que contestes ¿cómo funciona tu videncia?
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Eres repugnante — es lo único que me sale decir, con la máxima expresión de odio reflejada en el rostro, mismas palabras que le dije una vez a Abiggail Road cuando quiso hacer de nuestra vida un circo televisivo con la entrevista que tenía a Hermann de protagonista. Tenía razón al querer redirigir el adjetivo hacia la persona que tengo delante, porque es todo lo que puedo ver en él. Aun así, me retengo de escupirle en la cara lo que quizás llevo guardándome en el interior más tiempo del que es sano para una persona normal, porque conozco del efecto que pueden llegar a tener esas palabras y no quiero que me hijo salga perjudicado. — ¿Tu nieto? No eres nada para él, y lo seguirás siendo por el resto de su vida, no te adjudiques a ti mismo un título al que no tienes derecho — que puede tener su genética, pero está lejos de formar parte de esta familia, me importa bien poco la sangre que pueda unirnos como una.

Mis manos se encierran en puños apretados a ambos lados de mis costados, con la espalda tan tensa que por un momento tengo el temor de que no voy a poder controlarme en el impulso de querer alejarlo de mi hijo. — Espero que no creas que voy a tragarme algo como eso viniendo de ti, cuando los dos sabemos que no tienes problema con infringir daño a menores— si no quisiera ponerlo en riesgo, no lo hubiera tomado en brazos en primer lugar, no sé qué clase de ingenuidad se cree que manejo, pero haría bien en recordar que la inocencia la perdí gracias a él — Te juro que como se te ocurra hacerle el más mínimo daño... — por como aprieto un labio contra otro, moviendo la cabeza en lo que trato de controlar mi propia respiración acelerada, debería ser suficiente para caer como amenaza.

No me llames así — murmuro con el desagrado creciéndome en la punta del estómago. No sé como me las arreglé para que el hombre que se hace pasar por mi padre usara el mismo apodo que años después el amor de mi vida tomaría como propio, pero desde luego no es una sensación agradable, menos cuando la forma que tiene de acomodar a Hayden sobre su pecho y cuello empieza a provocarme arcadas en el estómago. — Desgraciadamente no eres alguien al que pueda olvidar, así que dudo mucho que colándote en mi casa, apañándotelas para destrozar mi varita y arrebatándome a mi hijo, vayas a conseguirlo — escupo, ignorando su petición por un momento en el que me dedico a observarle. Me cuesta sostenerle la mirada a quien se encargó de colocarme todos los prejuicios que a día de hoy me siguen atormentando por las noches.

Sin apartar los ojos de su figura, sigo la dirección de su brazo para sentarme sobre el sillón, en una acción más que sumisa por el poder que le da sostener lo más preciado que tengo. No sabía siquiera que mi padre tenía idea de que fuera vidente, lo que me hace pensar en qué otra información tiene de la que yo desconozco, porque si hay algo que tiene la capacidad para hacerme sentir inferior, es el no saber con lo que estoy tratando. Y en cuanto a mi padre se refiere, creía que esa parte la tenía cubierta. — A través de visiones, sueños premonitorios de vez en cuando, profecías de las que luego no tengo consciencia, la sensación de saber lo que va a ocurrir sin haberlo presenciado antes, ¿quieres que siga? — a Hermann no le asusta la magia, lo que detesta de ella es no ser capaz a controlarla, que se salga de su cuadriculada cabeza. — ¿Por qué? ¿Hay algo que quieras saber? No me cuesta mucho trabajo predecir donde vas a acabar tú — sí, es un comentario más que osado, probablemente de las pocas veces que me he atrevido a contestarle a mi padre.
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Hermann M. Richter
Fugitivo
Sus palabras, y el sentimiento detrás de ellas se sienten incluso mejor que un abrazo que pudiera dedicarme. Casi que puedo verme reflejado en el odio de sus pupilas y, el saberme tan grabado a fuego en su vida es sumamente satisfactorio. — No puedes negar tu sangre, Phoebe. Y en consecuencia no puedes negar la de él — es un hecho, que si hablamos de limpiar la sangre, ya lo había intentado con ella y era claro que a la larga no era algo que fuese posible — Puede que no tenga derecho al título, es cierto. Pero me pertenece de todas maneras. ¿Eso te molesta? el hecho de que me pertenezca en parte y no puedas evitarlo a menos que vuelvas a nacer — y ni aún así, que el bebé que tenía en brazos ya tenía mi sangre corriendo por sus venas ¿ y no era eso tentador?

Tenía que concederle su punto. No era garantía mi palabra, pero tampoco lo sería la suya si lo soltaba y es esa la precisa razón por la cual doy unas suaves palmadas contra la espalda del niño. Son tranquilizantes, las había usado en más de una ocasión para pasearla en silencio cuando ella misma era una niña pero claro, Phoebe había sido mucho más ruidosa que su hijo, el cual no había hecho siquiera el amago a despertarse en este tiempo. — Mientras que tu no hagas nada, yo no le haré ningún tipo de daño. — soy claro, porque aunque su tono sea amenazante, la que más tenía que perder aquí era ella.  ¿O acaso debía recordarle la fragilidad misma de los niños? No creo que necesitara ahondar en lo delicados que podían ser.

¿Cómo quieres que te llame entonces? ¿Phoebs? ¿Hija querida? o acaso adoptaste el apellido de tu marido, ¿cómo era? Creo que su rostro incluso me suena de algo — es una burla, que no ha sido difícil averiguar las raíces de su marido y descubrir que, al igual que nosotros, también había sido reclamado por el norte en alguna ocasión. — No te preocupes, sé que por tu cuenta será difícil, pero los de tu clase saben ser útiles y tengo en mi poder una pequeña poción que podrás tomar si así lo deseas. Ni siquiera tendrás pesadillas con ella. — claro que sería su decisión el hacerlo, si quería luego lidiar con las consecuencias de recordar nuestro encuentro, pues allá ella.

Sonrío ante su explicación y casi que me sorprende que se muestre tan dócil con rapidez. O al menos dócil en cuanto a la sangre Powell se refiere. Claro que la información que me da no es precisamente la que me sirve y vuelvo a intentar — No creo que necesites saber el por qué, pero lo que preguntaba yo era otra cosa. El cómo hacía referencia al cómo activas la habilidad, o qué tan certera puedes ser. Conozco las historias de los fraudes del norte, ¿pero  hay posibilidad que sea algo más que el azar lo que te permite ver más allá? — sonrío con evidente malicia y supongo que, tal vez, algo de motivación no le vendría mal. — Tu madre solía tener… ¿cómo le llamaba ella?, ah sí, “presentimientos” claro que en su momento descarté la idea como una habladuría sin sin sentido pero tú sabrás mejor, ¿no?
Hermann M. Richter
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Tengo la mandíbula tan apretada que por un momento siento que la tensión que estoy ejerciendo con mis dientes se extiende a cada uno de los músculos de mi cuerpo, y probablemente sea así, pero es en mi rostro donde se puede ver el reflejo de mis expresiones. — ¿A ti te molesta? — le devuelvo la pregunta, incapaz de responder ante lo que dice, decido utilizar la misma técnica que él al meter el dedo en la llaga sin ningún remordimiento — Sí debe de hacerlo cuando te presentas a ti mismo como Hermann Richter y no como Powell, ¿verdad? ¿No te parece un poco hipócrita el decirme que no puedo negar mi sangre, cuando eres el primero que lo hace? Debe de estar corrompiéndote por dentro el que usemos el nombre de tu sangre — mantengo la mirada tensa sobre sus facciones endurecidas, sin que una pizca de arrepentimiento asome por esas palabras que le escupo. No soy la misma niña de ocho años, ni voy a callarme de lo que pienso, incluso cuando estoy en una situación en la que debería hacerlo.

Ver como trata a mi hijo, como si fuera la imagen propia de un anuncio familiar de televisión, produce que me invada el mismo sentimiento de antes de querer saltar sobre él, para tener que limitarme a clavar mis dedos sobre la tela del sillón. — No quiero que me llames de ninguna manera, eso es lo que quierohija querida, ni soy una hija para él, ni me quiere como a una, el que se regodee en sus propias ocurrencias me quema por dentro de una manera que soy incapaz a explicar, que casi me tengo que obligar a respirar. — No tomaría nada que viniera de tu parte. ¿No fueron esas tus propias palabras? — le sostengo mis ojos sobre los suyos durante una milésima de segundo — Si no recuerdo mal, y corrígeme si me equivoco, dijiste que de ti no obtendría nada más. ¿Qué te hace pensar que querría algo de ti ahora? — yo misma me sorprendo de la facilidad con que contesto a lo que va diciendo con esa intención suya de herir, de hacerme sentir más débil.

No es el momento para hacerlo, pero por un segundo se me antoja el reírme por esa visión estúpida que tiene con respecto a la videncia, si no llego a hacerlo es porque no lo considero apropiado y en su lugar solo aparece una mueca tirante en mis labios. — Sí, tiene un botón de apagado y encendido con el que puedo controlar qué visiones recibir para que no me molesten mientras duermo — ironizo, que no tengo intención alguna de responder a ninguna de sus peticiones más de lo que ya he hecho. No obstante, no me espero que mi madre vuelva a salir en la conversación, mucho menos para lo siguiente, eso que me hace mirarle con el escepticismo brillando en mis ojos. — Claro, porque estoy segura que de todas las personas que mamá podría haber escogido para contar sobre sus “presentimientos”, tú serías su primera elección. Tú, que desprecias la magia y ella lo sabía. — puede que siendo una niña no me escuchara en lo más mínimo, pero ahora no tiene otra opción que hacerlo. — Para ser alguien que odia tanto a los magos, sí que no tienes problema con usar sus ventajas — y no lo digo solo por la poción que mencionó antes, sino porque dudo que haya podido llegar hasta aquí sin hacer uso de ella.

Si algo tengo claro al observarlo, es que prefiero a mi hijo llorando en mis brazos que durmiendo plácidamente en los suyos, y como su madre no voy a permitir que pase ni un segundo más en su poder, no cuando fiarme de sus palabras es una tarea que se me atraganta de tal manera que me sería más fácil escupirlas que tratar de convencerme de que no le hará daño. Así que sin darle mucho tiempo a que pueda esperarse mis movimientos, cuelo una de mis piernas por entre las suyas para tirar de su tobillo izquierdo y al ponerme de pie intento golpear su rostro con mi brazo en el proceso de agarrar el cuerpo de mi hijo con mis manos.*

Acierto
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
No usar mi apellido no es un capricho, es una estrategia. Soy Powell y lo seré hasta que me muera, pero tu hermano no asocia buenos sentimientos al nombre y aquellos que confían en mí pueden tener reparos o confusiones cuando la situación lo amerita. — claro que también podría instaurarlo como bandera y grabarlo a fuego, pero aquello me parecía un esfuerzo innecesario que más adelante seguiría generando conflictos. ¿Técnicamente no había dos Black sueltos? — No niego mi sangre, y el que ustedes sigan haciendo referencia a ella en cierta forma me complace. Supongo que al fin y al cabo sigo sintiendo orgullo de padre. — no importaba cuántas cosas pudieran pasar en el medio, ellos seguían siendo míos y yo siempre sería una mancha negra e inamovible en su historia.

Lo que dice revuelve algunos recuerdos en mi mente, pero no los suficientes como para poder realmente saber a qué se refiere — Espero que sepas disculparme, la memoria empieza a fallar con la edad y bueno… Aún así, te di la vida y no te veo rechazando ese regalo — no la estoy incentivando al suicidio, no. Pero tampoco meparecía que me acusara de hipócrita cuando era ella misma lo era.

No me sorprende que no quiera darme respuestas, pero al no hacerlo también lo hace en cierta forma y puedo entender que no me será de ningún tipo de utilidad. Una pena, encontrar algo útil y luego… — ¿Pero qué demonios te sucede? ¿No te dije que no le haría nada mientras que tú no lo hicieras? — Desde mi posición en el suelo no me cuesta nada hacerme con el bastón que se oculta debajo de mi manga. No hace falta que saque el otro, no cuando el zumbido y la luz en su punta indican que ya está encendido y con la electricidad corriendo. — Estás desarmada, patética y desesperada, para eso la memoria no me falla, sigues siendo  igual de patética que años atrás. ¿También te aferrarás a tu hijo como a ese patético peluche que cargabas? — Apunto en su dirección cuando me levanto y avanzo hasta que solo unos centímetros separan a mi arma de sus cuerpos. — ¿Quieres suplicar? O tal vez puedas hacer algo inteligente, tomarte la bendita poción y evitar que así le de un pequeño toque a mi nieto. ¿O tal vez tengfas algo mejor que ofrecer?
Hermann M. Richter
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https://www.themightyfall.net/t8244-richter-hermann-markus
Hermann M. Richter
Fugitivo
No usar mi apellido no es un capricho, es una estrategia. Soy Powell y lo seré hasta que me muera, pero tu hermano no asocia buenos sentimientos al nombre y aquellos que confían en mí pueden tener reparos o confusiones cuando la situación lo amerita. — claro que también podría instaurarlo como bandera y grabarlo a fuego, pero aquello me parecía un esfuerzo innecesario que más adelante seguiría generando conflictos. ¿Técnicamente no había dos Black sueltos? — No niego mi sangre, y el que ustedes sigan haciendo referencia a ella en cierta forma me complace. Supongo que al fin y al cabo sigo sintiendo orgullo de padre. — no importaba cuántas cosas pudieran pasar en el medio, ellos seguían siendo míos y yo siempre sería una mancha negra e inamovible en su historia.

Lo que dice revuelve algunos recuerdos en mi mente, pero no los suficientes como para poder realmente saber a qué se refiere — Espero que sepas disculparme, la memoria empieza a fallar con la edad y bueno… Aún así, te di la vida y no te veo rechazando ese regalo — no la estoy incentivando al suicidio, no. Pero tampoco meparecía que me acusara de hipócrita cuando era ella misma lo era.

No me sorprende que no quiera darme respuestas, pero al no hacerlo también lo hace en cierta forma y puedo entender que no me será de ningún tipo de utilidad. Una pena, encontrar algo útil y luego… — ¿Pero qué demonios te sucede? ¿No te dije que no le haría nada mientras que tú no lo hicieras? — Desde mi posición en el suelo no me cuesta nada hacerme con el bastón que se oculta debajo de mi manga. No hace falta que saque el otro, no cuando el zumbido y la luz en su punta indican que ya está encendido y con la electricidad corriendo. — Estás desarmada, patética y desesperada, para eso la memoria no me falla, sigues siendo  igual de patética que años atrás. ¿También te aferrarás a tu hijo como a ese patético peluche que cargabas? — Apunto en su dirección cuando me levanto y avanzo hasta que solo unos centímetros separan a mi arma de sus cuerpos. — ¿Quieres suplicar? O tal vez puedas hacer algo inteligente, tomarte la bendita poción y evitar que así le de un pequeño toque a mi nieto. ¿O tal vez tengfas algo mejor que ofrecer?
Hermann M. Richter
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Puede llamarlo estrategia, decir que no es un capricho, pero el hecho de que no utilice el nombre que se le dio por nacimiento es un ejemplo claro de que mi hermano sigue siendo quien tiene el poder de los dos, suficiente para poder brindarle al apellido Powell la seguridad que necesita. Hermann se refugia en otro nombre porque lo sabe, no por la excusa barata que me da para sentirse un ente superior en mi propia casa. —Es una lástima que re dirijas tu orgullo de padre hacia actos tan poco vanidosos— escupo con la ironía rebosando mis palabras y la molestia a flor de piel, masticando mi odio y reflejándolo también en mi mirada —Si seguimos utilizando el nombre de Powell no es precisamente porque queremos hacerte sentir orgulloso, espero que eso sí quede claro— ya que otros sentimientos parecen no haber surtido efecto en él, como el hecho de no saberlo bienvenido, que se presenta de igual forma como si todo el maldito país le perteneciera.

Si sonrío es porque quiero dejar remarcada la incredulidad que me produce escucharle, excusándose de una manera que no hubiera esperado de alguien como él, que siempre ha ido de frente con sus acciones como para luego ponerles una pega. —¿Aun así te di la vida?— repito sus palabras al parecerme esas palabras lo más absurdo que escuché en mucho tiempo —¿¡Te di la vida!?— vuelvo a repetir, esta vez en un tono más alto del que debería utilizar —Eres más necio de lo que pensaba si crees que tengo que agradecerte a ti, de todas las personas, ¡a ti! que estoy viva, cuando tú mismo te quisiste encargar de que no fuera así— también lo hizo con nuestra madre, me da igual lo que diga, supuesto accidente o no, la muerte de Penélope no es algo de lo que se lamente por las noches. —¡No deberías tener hijos si luego vas a abandonarlos, a despreciarlos por el resto de su jodida existencia!— se lo reclamo porque no creo que vaya a existir otro momento para hacerlo, porque llevo todos estos años esperando una explicación que nunca llega —Eres mi padre, maldita sea, solo tenías que ser mi padre— me las apaño para que esto último suene mucho bajo que todo lo anterior, que es más un pensamiento interno puesto en voz alta que una recriminación en sí, sé que me sigue despreciando, puedo verlo.

Lo que no espero es que pretenda que le permita tener la libertad de hacerse con mi hijo y esperar a que me quede sentada por el tiempo que se le antoje, no me importa que con mi reacción de último momento despierte a Hayden de su sueño y lo incite a llorar por la interrupción en un movimiento brusco lejos de lo habitual. —Tú sigues siendo el mismo bastard...— no termino la frase en una vuelta de insultos que me rebajan a su nivel porque sí termino por aferrarme al bebé al verlo levantarse y una chispa eléctrica me alerta de lo que carga consigo, obligándome a moverme hacia una de las paredes en busca de poner la máxima distancia —Dije que no voy a tomar nada que venga de tu parte— no sé como consigo la voz para decirlo, porque todo el cuerpo me tiembla. Mentiría si dijera que no me siento amenazada, si hay sentimiento que nunca falta en su presencia es este último, y puedo sentir el nerviosismo mezclarse con el temor cuando protejo el cuerpo de Hayden con mis brazos y coloco una de mis manos sobre su cabeza al acercarlo hacia mi pecho, tratando de calmar un sollozo que va en descenso según pasan los segundos. No le doy la espalda a mi padre, por temor a perder vista de sus movimientos, pero sí mantengo al bebé lo más lejos posible del extremo del arma que se encuentra a apenas unos centímetros peligrosos. —¡Te he dicho lo que sé! ¡He contestado a lo que querías saber! ¿Qué más es lo que quieres?— tiene razón en una cosa, sí sueno desesperada, por razones más que obvias ante la amenaza de tocar al niño con eso —¿Profecías? ¿Es eso? ¿Quieres saber acerca de las profecías que puedo ver? ¡No tengo consciencia de ellas! ¡No podría decirte nada sobre ninguna aunque quisiera!— no puede saber... es imposible que haya podido enterarse de la que sí...
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
“Solo tenías que ser mi padre” puede que tenga razón, puede que no. A decir verdad hace tiempo que me dejó de importar lo que se supone que debía o no hacer, y me centré más en lo que quería o no. Era más importante y más satisfactorio al final. ¿Debería decirle que tiene una hermana que tuvo aún más suerte que ella al no conocerme? ¿O también lo tomaría cómo negligencia de mi parte? Supongo que lo segundo era más probable, pero en vista de que ni siquiera conozco su identidad prefiero guardarme ese dato para otra ocasión. Después de todo, estaba seguro que habría otra ocasión.

Me cansa su postura defensiva y su ataque nervioso. Me molesta que no me haya escuchado y no haya sido capaz de seguir las pocas instrucciones que le he dado. ¿Acaso me deja otra salida? Porque no está escuchando y solo niega cada cosa sin tratar de llegar a un punto de comprensión para ambos. Al final me veo obligado a hacer algo que no quería hacer y avanzo un paso en su dirección sabiendo que todo lo que le preocupa en estos momentos es defender a su hijo. Error. Ya había dicho que él no sufriría ningún tipo de daño, debió haberse cuidado más ella misma.

Es un solo movimiento de mi mano el que lleva el bastón contra el costado de su cuello, ni siquiera es con fuerza, pero el voltaje está regulado lo suficientemente alto como para desmayarla por unos minutos contra el sillón. Lo sorpresivo es que no suelte al niño ni por un segundo y aunque su llanto vuelve a escucharse, seguramente alertado por el estado de su madre, me limito a acomodarlo contra su pecho antes de desactivar mi arma. Tomo el frasco de mi bolsillo y lo destapo, llevándolo contra sus labios y tratando de que trague la sustancia. No sé qué tanto va a funcionar la pócima, o siquiera si va a hacerlo, pero aún así eso no evite que tome unos cuantos cabellos de su cabeza que acabo guardando en un sobre. No hay forma de aliviar la quemadura que seguramente se formará contra su piel a causa de la descarga eléctrica, pero eso es un detalle menor. Ya me he asegurado de no dejar ningún otro tipo de rastro antes de desaparecer sin ser detectado.

Dado de Acierto
Hermann M. Richter
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Envuelvo a Hayden con mis brazos aprisionándolo para mantenerlo seguro contra mi cuerpo, el único lugar del que me fío podrá estar a salvo y sentimiento que voy a tardar en dejar ir la próxima vez que alguien decida tomarlo en brazos. Puedo percibir que mi padre está perdiendo la paciencia, no importa que hayan transcurrido años desde la última vez que lo vi teniendo esta actitud, no me es difícil rescatar de mi cabeza momentos similares en los que sus suspiros iban precedidos de una reacción mayor. —No, ¡para! ¡No te acerques! Por favor...— una vez más, soy yo haciendo lo que pide y suplico porque no tome un paso más en nuestra dirección. Sin una varita que me asegure el poder alejarlo de un movimiento de muñeca, la única defensa que poseo se resume en alzar un brazo, tratando de frenar su avance. Si se refería a la postura patética que adopto al seguir rogándole, debe de resultarle una imagen muy satisfactoria el ver que tenía razón en eso.

La descarga de electricidad me recorre todo el cuerpo al atravesar la finura de la piel en mi cuello, aunque el calambre dura apenas unas milésimas de segundos antes de perder el conocimiento. Desconozco lo que ocurre después, solo sé que cuando despierto no es la horrible quemazón en la zona hinchada que ha recibido el golpe lo que me preocupa, sino que mis ojos recorren la habitación con el temor de que mi hijo no se encuentra a la vista. Como me cuesta reaccionar al principio con todos mis sentidos, no me doy cuenta de que se ha puesto a llorar, sin saber decir hace cuánto tiempo que se encuentra en ese estado, consigo retener las lágrimas cuando me acerco al bebé para rodearlo con mis brazos, con el pensamiento en el fondo de mi cabeza de que no voy a soltarlo jamás. Es entonces que puedo tomar un tiempo para respirar, sacar de mis pulmones la sensación ahogada que me envuelve y lloro, producto del miedo, la irritación en mi piel que poco me importa no estar prestándole atención, todo mi cuerpo tiembla y lo seguirá haciendo por un tiempo. En estos momentos es que me pregunto si alguna vez ha dejado de hacerlo.
Phoebe M. Powell
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