OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Con Lara fuera en su boda, me quedan pocas personas con quien quejarme de no poder siquiera asistir a un evento tan importante en la vida de mi única hija, así que he tenido que pasar a la siguiente estrategia de hacer como que ya lo he superado. ¿Superado? ¡No lo voy a superar en la vida! Y la muy caradura me avisa cuando yo ya estaba pensando en el traje que iba a hacerme a mano propia con las telas que todavía sobran del negocio de alfombras que solían llevar mis padres. Son varias las veces en que he pensado este último año que debería hacer algo con eso, la costura no es mi fuerte, no como lo son las matemáticas y física al menos, pero puedo decir orgullosa que me sé defender con aguja e hilo. Quizá no tanto como mi nieta mayor, que por cierto, ¡otra cosa de la que me tuve que enterar por terceros! En fin, no me gusta esta manía que que está cogiendo mi hija de la familia a la que pretende unirse, con sus secretismos y sorpresas. ¡A mi edad ya empiezan a dejar de gustarnos las sorpresas! Mujer, algo de consideración con su madre no le vendría mal, que veo que también la está perdiendo poco a poco dentro de esa mansión que la aleja cada segundo más de mí. ¡Me iré de crucero yo sola y me encontraré un maromo con quien hacerle la misma jugada a ver qué tal le sienta! No… no puedo enfadarme con ella, si creo que es la primera vez que la veo asentar cabeza y capaz es eso lo que me asusta, que lo haya hecho y ya no vaya a necesitar de mí y mis constantes insistencias con que haga bien las cosas.
¿Será eso? ¿Que me estoy haciendo vieja? ¡Jamás! Si hay algo que promete la poción de aspecto untoso que compro en la farmacia con, no debería decirlo, pero bastante frecuencia, ¡es una cara libre de arrugas! Que por cierto, se me está acabando, así que más me vale hacer una paradita exprés al final de mis compras para que nadie descubra mi secreto. ¡Y luego me quejo de los de mi hija! Si es que a veces puedo ser un poco paranoica, lo reconozco. Todos merecemos tener secretos, y el mío en particular no hace daño a nadie, de modo que cuando entro en la tienda me muevo por los estantes hasta que encuentro la crema que hace maravillas hasta en la más vieja de las caras. A la Georgia esa dueña del periódico no le vendría mal, así como sugerencia. — ¡Buenas, tesoro! ¿Echándole una mano a tu mamá estamos? — exclamo con alegría al toparme con la cabeza llena de rulos del que debe ser el hijo menor de la dueña de la farmacia que suele atenderme con frecuencia detrás del mostrador. Tuvimos nuestro encuentro hace ya lo que podría decirse varios meses atrás, como para que siquiera reconozca mi aspecto, pero con su madre puedo decir que llegamos a entendernos bien en cuanto a relación vendedor y cliente.
¿Será eso? ¿Que me estoy haciendo vieja? ¡Jamás! Si hay algo que promete la poción de aspecto untoso que compro en la farmacia con, no debería decirlo, pero bastante frecuencia, ¡es una cara libre de arrugas! Que por cierto, se me está acabando, así que más me vale hacer una paradita exprés al final de mis compras para que nadie descubra mi secreto. ¡Y luego me quejo de los de mi hija! Si es que a veces puedo ser un poco paranoica, lo reconozco. Todos merecemos tener secretos, y el mío en particular no hace daño a nadie, de modo que cuando entro en la tienda me muevo por los estantes hasta que encuentro la crema que hace maravillas hasta en la más vieja de las caras. A la Georgia esa dueña del periódico no le vendría mal, así como sugerencia. — ¡Buenas, tesoro! ¿Echándole una mano a tu mamá estamos? — exclamo con alegría al toparme con la cabeza llena de rulos del que debe ser el hijo menor de la dueña de la farmacia que suele atenderme con frecuencia detrás del mostrador. Tuvimos nuestro encuentro hace ya lo que podría decirse varios meses atrás, como para que siquiera reconozca mi aspecto, pero con su madre puedo decir que llegamos a entendernos bien en cuanto a relación vendedor y cliente.
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Deben saber que me aprendí los días de la semana hace mucho, como para que sigan postergándome el permiso de ir a ver a mi padre con la excusa de «el lunes que viene». No soy el Brian de cuatro años que todos los días se acercaba a preguntar «¿hoy ya es lunes?». Los días se hacen largos, estas vacaciones interminables, sobre todo con las restricciones que la tía Ingrid le puso a Kit Kat como para que podamos divertirnos, y si no fueran por las ocasionales salidas que consiguen mi mamá o el tío Kostya, a este punto lo único que vería de Kitty sería el cuadro de nuestra tía abuela Elladora Helmuth. Es que dicen que se parecen un poco, tal vez la forma en que tienen los ojos y las cejas. Pedir ver a mi padre en vacaciones no es nada del otro mundo, ¿verdad? Dan Clifford también tiene padres separados y fue a visitar al suyo al seis. Ah, cierto. El mío es enemigo del gobierno y vive en el distrito de guerra.
Llevo escribiéndole una carta tipo diario que le entregaré cuando pueda verlo, ya asumí que serán menos veces de las que había creído al principio, a menos que Jenna descubra cómo trasladarnos a través de cables de la computadora, sin que el ministerio lo registre, ella que es la genio. Yo seguiré encargándome de los números para que esta farmacia no se caiga, mucho habla la tía Ingrid del legado de la familia, pero a los únicos que veo aquí rompiéndonos los codos por el apellido Helmuth en este rubro es a mi madre y a mí. Interrumpo la escritura de mi carta para atender a la mujer que se acerca a pagar ¡y claro que la reconozco! Nunca te olvidas la cara de quien te ha traído una carta del padre que nunca viste en la vida. —Este imperio no se mantiene solo, señora. Necesita de dos pares de manos y dos cerebros capaces de sumar— presumo de mi aporte al negocio de mi madre recogiendo los productos de la mujer que quedan al alcance para ir verificar su precio.
—No la había visto desde lo de la carta, así que no pude contarle. ¡Pude ver a mi padre!— le comparto mi emoción que no mengua pese a los meses que transcurrieron desde entonces. —¡Es igual a mí! Ojos, cabello... y eso es todo, en todo lo demás se parece a Jen— pongo los ojos en blanco, quedó claro que los dos son el lado nerd de la familia, con mamá somos el lado divertido. —¿Esto es para la mujer que vino con usted esa vez?— pregunto al levantar el pote de crema contra las arrugas, —¡porque usted no la necesita!— la halago, es lo que mamá me enseñó que debo hacer con las clientes.
Llevo escribiéndole una carta tipo diario que le entregaré cuando pueda verlo, ya asumí que serán menos veces de las que había creído al principio, a menos que Jenna descubra cómo trasladarnos a través de cables de la computadora, sin que el ministerio lo registre, ella que es la genio. Yo seguiré encargándome de los números para que esta farmacia no se caiga, mucho habla la tía Ingrid del legado de la familia, pero a los únicos que veo aquí rompiéndonos los codos por el apellido Helmuth en este rubro es a mi madre y a mí. Interrumpo la escritura de mi carta para atender a la mujer que se acerca a pagar ¡y claro que la reconozco! Nunca te olvidas la cara de quien te ha traído una carta del padre que nunca viste en la vida. —Este imperio no se mantiene solo, señora. Necesita de dos pares de manos y dos cerebros capaces de sumar— presumo de mi aporte al negocio de mi madre recogiendo los productos de la mujer que quedan al alcance para ir verificar su precio.
—No la había visto desde lo de la carta, así que no pude contarle. ¡Pude ver a mi padre!— le comparto mi emoción que no mengua pese a los meses que transcurrieron desde entonces. —¡Es igual a mí! Ojos, cabello... y eso es todo, en todo lo demás se parece a Jen— pongo los ojos en blanco, quedó claro que los dos son el lado nerd de la familia, con mamá somos el lado divertido. —¿Esto es para la mujer que vino con usted esa vez?— pregunto al levantar el pote de crema contra las arrugas, —¡porque usted no la necesita!— la halago, es lo que mamá me enseñó que debo hacer con las clientes.
— Ya veo ya, te dará entonces tu madre algo de las ganancias, ¿verdad? Sería lo más justo — le pregunto al niño, con una sonrisa de oreja a oreja que me ocupa todas las facciones y que me es imposible de borrar, incluso aunque me llame señora. ¡Señora! ¿En serio se me notan tanto las arrugas estos días? Desde que me convertí en abuela, esto solo está yendo a peor, ya veo más cerca que lejos el pasar a adquirir el título de bisabuela. — Ohhh, es cierto, la carta, ¿entonces fue bien eso? — ahora que lo menciona, es verdad que aquello había quedado pendiente, más por no querer importunar más de lo que ya hicimos en su momento Lara y yo. — ¿De veras? ¡Pero qué buenas noticias! ¿Pudieron hablar con calma con él tú y tu hermana? Siempre es bueno conocer a ambos de nuestros parientes, ¿no te parece? ¿Y tu mamá? ¿Qué tal se lo tomó ella? — pregunto con el interés plasmado en mis cejas al moverse en compañía al resto de mis gestos faciales, que tiendo a mostrar una actitud más jovial y risueña con los niños por la simple alegría que da verlos. A quien espero no ver es a su madre, ya que estoy preguntando por ella en su ausencia, así que me aseguro de que no está ni en la trastienda alzando un poco el cuello por detrás de la figura del niño.
Es a quien tengo que redirigir mi atención cuando ese comentario me hace reír por lo bajo, la misma risa se extiende cuando afirma que no necesito ninguno de esos ungüentos. — ¿A ti no te parece? El espejo no me dice lo mismo… quizá es que esté defectuoso — acompaño a su intento de halagarme, ¡pero qué educado! Si fuera en cualquier otra tienda, la señora del mostrador probablemente me hubiera dicho que estoy llena de arrugas, para asegurarle una compra que llene su caja registradora. — No, no, la mujer que vino conmigo es mucho más joven que yo, es mi hija, aunque no te voy a mentir, muchas veces nos han confundido como hermanas. Ella la mayor, por supuesto — mentira, pero no estaría mal que alguna vez alguien lo dijera, aunque fuera por mera educación, ¡que las viejas también necesitamos de algún cumplido! Ay, vieja, y además cascarrabias, ¿en qué me estoy convirtiendo? — ¿Qué es eso que andas escribiendo? — curioseo al fijarme en las notas que ha dejado a un lado para atenderme en mis compras, sin poder dejar a un lado el sentimiento curioso que me ataca con estas cosas. Lo que me falta, vieja y cotilla, ¿pero qué me está pasandooo?
Es a quien tengo que redirigir mi atención cuando ese comentario me hace reír por lo bajo, la misma risa se extiende cuando afirma que no necesito ninguno de esos ungüentos. — ¿A ti no te parece? El espejo no me dice lo mismo… quizá es que esté defectuoso — acompaño a su intento de halagarme, ¡pero qué educado! Si fuera en cualquier otra tienda, la señora del mostrador probablemente me hubiera dicho que estoy llena de arrugas, para asegurarle una compra que llene su caja registradora. — No, no, la mujer que vino conmigo es mucho más joven que yo, es mi hija, aunque no te voy a mentir, muchas veces nos han confundido como hermanas. Ella la mayor, por supuesto — mentira, pero no estaría mal que alguna vez alguien lo dijera, aunque fuera por mera educación, ¡que las viejas también necesitamos de algún cumplido! Ay, vieja, y además cascarrabias, ¿en qué me estoy convirtiendo? — ¿Qué es eso que andas escribiendo? — curioseo al fijarme en las notas que ha dejado a un lado para atenderme en mis compras, sin poder dejar a un lado el sentimiento curioso que me ataca con estas cosas. Lo que me falta, vieja y cotilla, ¿pero qué me está pasandooo?
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Mi madre no es de mezquinarme galeones cuando se lo pido, pero no creo que tenga que ver como retribución a mi trabajo, sino por su dificultad de decir que no y también porque alienta mucho a que nos divirtamos, ¡si la he visto darle galeones hasta a mis primos! Por no hablar de otras cosas, también… que yo aquí, desde la trastienda, hago como que no veo… —Mis ganancias están invertidas a futuro, puesto que mi madre heredó el negocio de la familia y Jenna se dedicará a ser una científica que no saldrá de su laboratorio, soy el heredero universal de todo esto— lo abarco con mis manos. Noooo es una charla que hayamos tenido en los almuerzos de los domingos, ¿pero hace falta hablarlo? Para mí está más que sobreentendido, ¿quién necesita discutirlo? Si con alguien tengo que hablar de negocios por fuera de mi madre, que sea solo con el tío Nick.
—Más que parientes, creo que siempre es bueno conocer a ambos padres, ¿no?— pregunto, ¿verdad que no es solo cosa mía querer dar una cara y un nombre al hombre que me dio la vida? No creo estar exagerando en mi petición, en ningún momento creí tampoco que mamá fuera a negarse, es hasta comprensible que no hayamos podido verlo si es un revolucionario contra el gobierno, detalles de la familia que no hace falta aclararle a la buena mujer que trajo la carta. —¡Mamá se lo tomó estupendo!— es posible que mi versión de todo lo sucedido sí exagere un poco en contarlo todo como si se hubiera dado bien, sin contratiempos, quizás la que se queja un poco de todo es Jen, no más de lo que necesita su carácter para seguir siendo fiel a sí misma. —Siempre que no se meta la tía Ingrid, las cosas van bien. Mi mamá nos dejó que vayamos a verlo con todos los recaudos, Dressler estaba feliz de poder estar un rato con nosotros y hablaron con Jen de un par de cosas de nerds… si no fuera porque es un peligroso criminal buscado por el gobierno, yo creo que podríamos ser una familia bastante normal— muevo mi cabeza como si lo estuviera sopesando, salvando todas las circunstancias, no creo que mis padres puedan volver a estar juntos.
—¿¿Su hija??— se lo pregunto con mis ojos abriéndose aún más grandes de lo que son, —¿pero a qué edad la tuvo? ¿a los doce? ¡si usted se ve tan joven!— la halago, vamos, que quizás se convence de que la crema es realmente efectiva y la sigue comprando, ¡que no digo que sea vieja en verdad! Pero a las señoras hay que hacerles saber que sus esfuerzos muestran los resultados, aunque haga falta exagerar un poquitín. —Lastima que mi tío Nick se casó hace poco, sino le diría de presentárselo—. Voy a ser honesto, me arruinó el negocio, siempre les decía a las clientes que les iba a conseguir una cita con el tío Nick y ahora ya no puedo. —Y estoy escribiendo una carta infinita para mi padre, así se la entrego cuando nos veamos— le enseño el cuaderno, pasando con mis dedos las páginas para que veo lo que llevo escrito y cada tanto aparece un dibujo, hasta que llegamos a las hojas en las que solo hay croquis hechos a tinta de casas y edificios.
—Más que parientes, creo que siempre es bueno conocer a ambos padres, ¿no?— pregunto, ¿verdad que no es solo cosa mía querer dar una cara y un nombre al hombre que me dio la vida? No creo estar exagerando en mi petición, en ningún momento creí tampoco que mamá fuera a negarse, es hasta comprensible que no hayamos podido verlo si es un revolucionario contra el gobierno, detalles de la familia que no hace falta aclararle a la buena mujer que trajo la carta. —¡Mamá se lo tomó estupendo!— es posible que mi versión de todo lo sucedido sí exagere un poco en contarlo todo como si se hubiera dado bien, sin contratiempos, quizás la que se queja un poco de todo es Jen, no más de lo que necesita su carácter para seguir siendo fiel a sí misma. —Siempre que no se meta la tía Ingrid, las cosas van bien. Mi mamá nos dejó que vayamos a verlo con todos los recaudos, Dressler estaba feliz de poder estar un rato con nosotros y hablaron con Jen de un par de cosas de nerds… si no fuera porque es un peligroso criminal buscado por el gobierno, yo creo que podríamos ser una familia bastante normal— muevo mi cabeza como si lo estuviera sopesando, salvando todas las circunstancias, no creo que mis padres puedan volver a estar juntos.
—¿¿Su hija??— se lo pregunto con mis ojos abriéndose aún más grandes de lo que son, —¿pero a qué edad la tuvo? ¿a los doce? ¡si usted se ve tan joven!— la halago, vamos, que quizás se convence de que la crema es realmente efectiva y la sigue comprando, ¡que no digo que sea vieja en verdad! Pero a las señoras hay que hacerles saber que sus esfuerzos muestran los resultados, aunque haga falta exagerar un poquitín. —Lastima que mi tío Nick se casó hace poco, sino le diría de presentárselo—. Voy a ser honesto, me arruinó el negocio, siempre les decía a las clientes que les iba a conseguir una cita con el tío Nick y ahora ya no puedo. —Y estoy escribiendo una carta infinita para mi padre, así se la entrego cuando nos veamos— le enseño el cuaderno, pasando con mis dedos las páginas para que veo lo que llevo escrito y cada tanto aparece un dibujo, hasta que llegamos a las hojas en las que solo hay croquis hechos a tinta de casas y edificios.
— Aaaaaah, ya entiendo, entonces te encargas de que este barco no se vaya a pique porque te toca heredarlo a ti, ¿no? — pongo sobre palabras lo que él mismo ha dicho, pero expresado de otra forma al asentir con la cabeza para que vea que lo comprendo. — Me gusta como piensas, ¿Brian era, no? — de alguna manera extraña, mi cerebro ha conseguido recuperar ese dato incluso después de haberlo creído perdido en el tiempo pasado — Es un movimiento muy inteligente por tu parte, siempre y cuando te guste lo que estás haciendo, claro, ¿en qué curso estás en la escuela? — pregunto interesada. Recuerdo cuando mi hija todavía acudía a la escuela, pero hacen ya muchos tantos de años de eso y, con todos los cambios que ha habido en el último tiempo, no confío de mi memoria para hacer una buena organización de cómo funcionan las cosas ahora en cuanto a asignaturas y especializaciones.
Asiento con la cabeza con tranquilidad, que no hay cola detrás de mí como para ponernos exquisitos con el tiempo que puedo dedicarle al niño en conversación, si mientras no haya nadie en la tienda, su madre no puede decir que estoy entreteniendo al que parece el único miembro de la familia Helmuth interesado en manejar negocios. — ¿Dressler, mmm? — ¿de qué me suena ese nombre? Será cosa de todos los programas que veo por las noches que se me hacen todos conocidos últimamente, hasta los más extravagantes — ¡Ah! — ya no hizo falta más pensar, peligroso criminal buscado por el gobierno, tengo que acercarme al mostrador, posando mis antebrazos sobre el mismo, para alcanzar a susurrar: — ¿Tu papá es uno de los que aparecen en la lista negra? — ahora empiezo a entender por qué su madre podía mostrarse reacia a que sus hijos leyeran esa carta, la mueca que le dedico al niño pretende demostrar precisamente eso. — Quizá no sea tan buena idea… el mencionarle en lugares públicos a partir de ahora — le aconsejo, si no es por lo que podrían llegar a decir o inventarse por ahí si se le escucha decirlo, por la propia seguridad del niño.
Al separarme del mostrador se me puede percibir riendo, de manera mucho más natural que mis últimas intervenciones al no guardarme ninguna expresión del rostro. — ¡Uy, qué va! Con bastantes más años la tuve… Si me veo joven es gracias a las pociones que hace tu madre — me tomo la libertad de revolverle el pelo rizoso con una mano, pero como buena cotilla que soy, y al parecer él tampoco le hace ascos a eso de soltar la lengua, me apoyo ligeramente sobre el cristal con un codo. — ¿Así que es cierto lo que decían las revistas sobre que el ministro y la ministra se casaron en secreto? — quizá no debería inmiscuirme en las vidas ajenas, en especial cuando el propio niño lleva el apellido Helmuth en su nombre, pero tampoco es como que haga daño a nadie, ¿verdad? — Oh, qué linda idea, seguro lo va a apreciar mucho, ¿vas a verlo una próxima vez? — solo espero, que con el permiso de su madre, o si no yo misma me veo en la obligación de advertirle de sus planes futuros.
Asiento con la cabeza con tranquilidad, que no hay cola detrás de mí como para ponernos exquisitos con el tiempo que puedo dedicarle al niño en conversación, si mientras no haya nadie en la tienda, su madre no puede decir que estoy entreteniendo al que parece el único miembro de la familia Helmuth interesado en manejar negocios. — ¿Dressler, mmm? — ¿de qué me suena ese nombre? Será cosa de todos los programas que veo por las noches que se me hacen todos conocidos últimamente, hasta los más extravagantes — ¡Ah! — ya no hizo falta más pensar, peligroso criminal buscado por el gobierno, tengo que acercarme al mostrador, posando mis antebrazos sobre el mismo, para alcanzar a susurrar: — ¿Tu papá es uno de los que aparecen en la lista negra? — ahora empiezo a entender por qué su madre podía mostrarse reacia a que sus hijos leyeran esa carta, la mueca que le dedico al niño pretende demostrar precisamente eso. — Quizá no sea tan buena idea… el mencionarle en lugares públicos a partir de ahora — le aconsejo, si no es por lo que podrían llegar a decir o inventarse por ahí si se le escucha decirlo, por la propia seguridad del niño.
Al separarme del mostrador se me puede percibir riendo, de manera mucho más natural que mis últimas intervenciones al no guardarme ninguna expresión del rostro. — ¡Uy, qué va! Con bastantes más años la tuve… Si me veo joven es gracias a las pociones que hace tu madre — me tomo la libertad de revolverle el pelo rizoso con una mano, pero como buena cotilla que soy, y al parecer él tampoco le hace ascos a eso de soltar la lengua, me apoyo ligeramente sobre el cristal con un codo. — ¿Así que es cierto lo que decían las revistas sobre que el ministro y la ministra se casaron en secreto? — quizá no debería inmiscuirme en las vidas ajenas, en especial cuando el propio niño lleva el apellido Helmuth en su nombre, pero tampoco es como que haga daño a nadie, ¿verdad? — Oh, qué linda idea, seguro lo va a apreciar mucho, ¿vas a verlo una próxima vez? — solo espero, que con el permiso de su madre, o si no yo misma me veo en la obligación de advertirle de sus planes futuros.
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—Es herencia de mi familia, tengo que cuidarla— contesto con toda la pomposidad que me hace mirar a la tía Ingrid por arriba de mi nariz en más de una ocasión cuando habla del legado de los Helmuth, ¿perdoon? Y no lo aprendí de ella, sino del ejemplo de mi madre que quedó a cargo del negocio, un poco también del tío Nick, ¿de la tía Ingrid? Bla, bla, bla. Puras palabras es todo lo que escucho de ella. —Brian, sí. No conseguí que mi familia aceptara llamarme Alexander y ya me estoy resignando a ser solo Brian— entorno los ojos al suspirar, tengo que admitir que ni yo mismo me acordaba de presentarme o responder al nombre de Alexander, era un deseo destinado al fracaso desde el principio, malditos diez años siendo llamado Brian que no permiten ser quien quiero ser. —Voy a pasar a segundo curso en agosto— respondo, trato de meter mis dedos entre el desastre de rulos que tengo en la cabeza. —Y tendré que cortarme el pelo…— no dejo de escuchar a la tía Ingrid diciéndole a mamá que parezco un salvaje, pero que le pasara el número de la estilista de Milo me ofendió un poco, así que tendré que hacer con este asunto.
¿Está mal que me muestre orgulloso de que esta señora sepa quién es mi papá? —¡Sí! ¡Sí! ¡Es él!— exclamo, ni el papá de Charity que trabaja en el noticiero es tan conocido como el mío. —Oh— suelto, sé que no es para alardear demasiado el que la popularidad de Dressler se deba a que es un rebelde, lo triste es que otra vez no puedo contarle nada a nadie sobre mi papá y esta vez no es porque no sepa, sino porque mencionar su nombre no es bueno. —¿Le da miedo que le diga que mi papá está en la lista negra?— le pregunto, imagino que otra cliente del distrito 1 ahora mismo se estaría llevando sus cremas para no volver, pero como ella fue quien me trajo la carta… no me pareció mal ponerla al tanto. Además, tiene los ojos grandes y casi nada de arrugas, así que me inspira confianza, la señora Lewellyn que parece pergamino arrugada me da escalofríos. Todas tienen algo en común, les gusta el chisme, así que me inclino un poco sobre el mostrador para contárselo en susurros. —Mi tío se ve muy serio en las noticias, ¡pero ya ve! ¡Fugándose para casarse! De mi madre lo hubiera esperado y con algún sanador, ¿pero mi tío? ¡Eso sí que fue una sorpresa! Y yo ni siquiera le puedo decir a Anna que me gusta— suspiro, y en vez de hacerlo para ella, le escribo una carta a mi padre. —Eso espero— contesto, —pero se complica como tienen problemas con el ministerio. Y no me quiero mudar tampoco, me gusta vivir aquí, trabajar con mamá, estar con mis primos, no sé si allá tendré con quien estar aparte de papá— ¡y claro que quiero verlo! Pero solo a él, mi vida de doce años la tengo hecha aquí.
¿Está mal que me muestre orgulloso de que esta señora sepa quién es mi papá? —¡Sí! ¡Sí! ¡Es él!— exclamo, ni el papá de Charity que trabaja en el noticiero es tan conocido como el mío. —Oh— suelto, sé que no es para alardear demasiado el que la popularidad de Dressler se deba a que es un rebelde, lo triste es que otra vez no puedo contarle nada a nadie sobre mi papá y esta vez no es porque no sepa, sino porque mencionar su nombre no es bueno. —¿Le da miedo que le diga que mi papá está en la lista negra?— le pregunto, imagino que otra cliente del distrito 1 ahora mismo se estaría llevando sus cremas para no volver, pero como ella fue quien me trajo la carta… no me pareció mal ponerla al tanto. Además, tiene los ojos grandes y casi nada de arrugas, así que me inspira confianza, la señora Lewellyn que parece pergamino arrugada me da escalofríos. Todas tienen algo en común, les gusta el chisme, así que me inclino un poco sobre el mostrador para contárselo en susurros. —Mi tío se ve muy serio en las noticias, ¡pero ya ve! ¡Fugándose para casarse! De mi madre lo hubiera esperado y con algún sanador, ¿pero mi tío? ¡Eso sí que fue una sorpresa! Y yo ni siquiera le puedo decir a Anna que me gusta— suspiro, y en vez de hacerlo para ella, le escribo una carta a mi padre. —Eso espero— contesto, —pero se complica como tienen problemas con el ministerio. Y no me quiero mudar tampoco, me gusta vivir aquí, trabajar con mamá, estar con mis primos, no sé si allá tendré con quien estar aparte de papá— ¡y claro que quiero verlo! Pero solo a él, mi vida de doce años la tengo hecha aquí.
— ¿Qué tiene de malo Brian para que no te guste? — pregunto, Lara misma no tiene segundo nombre para que no me diera problemas con querer llamarse de otra forma. Es broma, pero en más de una ocasión pienso que hice bien en eso, aunque no está mal el poder tener otra opción como ocurre mismamente con Meerah, que decide llamarse por su segundo porque detesta que le digan Margaret. Yo la conocí como Meerah, así que supongo que es cuestión de acostumbrarse a los cambios si se dan. — Aunque si sigues prefiriendo Alexander, lo bueno de tener dos nombres es que puedes escoger como quieres que te llamen, no deja de ser tu identidad y no es algo que te puedan imponer a pesar de que tus padres decidieron ponerte Brian — existe algo como el registro civil y es tan fácil como rellenar un escrito para hacer un cambio de nombre, pero algo me dice que no es la mejor idea que se le puede dar a un niño, sin su madre presente. A mí me llega a aparecer Lara de niña diciendo que se ha modificado el nombre por Pepa y me da algo. — ¿Cortarte el pelo? ¡Pero si lo tienes hermoso! Son rizos naturales, ¿verdad? Muy poca gente tiene los rulos tan definidos, ¿por qué querrías cortarlos? — ay, estos adolescentes, cualquier día van a matarme con sus idas y venidas y cambios de opinión constantemente.
Puedo ver la emoción en sus ojos al hablar de su padre, de la misma forma que ocurría con mi hija con el suyo, irónicamente ambos hombres eligieron un camino distinto al resto de sus familias. A mi marido la rebeldía lo llevó por el destino de la muerte, no me gustaría que ocurriera lo mismo con el de este chico y es la razón por la que me acerco de nuevo para poder hablar más tranquilamente. — No... No me da miedo. Lo que me da miedo es lo que pueda ocurrirte a ti si es algo que vas diciendo por ahí a cualquiera que entre en la tienda, ¿entiendes, Brian? — no lo trato como a un niño de corta edad, el tono de mi voz es de advertencia más que de cualquier otra cosa. — Tienes que tener mucho cuidado con lo que le cuentas a la gente, porque no todos son buenas personas, y es información que podrían usar contra ti, contra tu familia también. No quieres eso, ¿verdad? — si no lo sé yo, con el berenjenal en el que nos ha metido mi hija al casarse con Powell.
Así que es popular esto de ir a casarse en secreto sin decirle a nadie y luego volver con la bomba, primero el ministro de salud con la de educación, luego mi hija con el ministro de justicia, ¿será cosa de políticos? No lo sé, no lo sé, pero me entran ganas de hacerle lo mismo a Lara: irme de crucero, casarme con el primer hombre que pase y volver con un anillo en el dedo para dejarla muerta ahí mismo. El pensamiento me saca una sonrisa por la idiotez de la ocurrencia, pero aprovecho que menciona a una niña para que no quede la curvatura salida de contexto. — Mmm... ¿Quién es Anna? ¿Es una niña de la escuela que te gusta? — ¡qué tierno! ¡Quién pudiera tener su edad y andarse con estas cosas todavía! Daría muchas cosas por volver a esa época libre de preocupaciones. — ¿Quieres saber mi consejo? Uno nunca va a estar esperando a que llegue nada, simplemente lo hace, si no eres tú, puede ser otro niño de la clase. Aprovecha ahora para decirle lo que sientes, porque si no lo haces y pasan otras cosas, luego te arrepentirás por mucho tiempo y te pasarás el día pensando en por qué no le dijiste antes de que lo hiciera otro — bueno, quizás me emocioné más de la cuenta.
Puedo ver la emoción en sus ojos al hablar de su padre, de la misma forma que ocurría con mi hija con el suyo, irónicamente ambos hombres eligieron un camino distinto al resto de sus familias. A mi marido la rebeldía lo llevó por el destino de la muerte, no me gustaría que ocurriera lo mismo con el de este chico y es la razón por la que me acerco de nuevo para poder hablar más tranquilamente. — No... No me da miedo. Lo que me da miedo es lo que pueda ocurrirte a ti si es algo que vas diciendo por ahí a cualquiera que entre en la tienda, ¿entiendes, Brian? — no lo trato como a un niño de corta edad, el tono de mi voz es de advertencia más que de cualquier otra cosa. — Tienes que tener mucho cuidado con lo que le cuentas a la gente, porque no todos son buenas personas, y es información que podrían usar contra ti, contra tu familia también. No quieres eso, ¿verdad? — si no lo sé yo, con el berenjenal en el que nos ha metido mi hija al casarse con Powell.
Así que es popular esto de ir a casarse en secreto sin decirle a nadie y luego volver con la bomba, primero el ministro de salud con la de educación, luego mi hija con el ministro de justicia, ¿será cosa de políticos? No lo sé, no lo sé, pero me entran ganas de hacerle lo mismo a Lara: irme de crucero, casarme con el primer hombre que pase y volver con un anillo en el dedo para dejarla muerta ahí mismo. El pensamiento me saca una sonrisa por la idiotez de la ocurrencia, pero aprovecho que menciona a una niña para que no quede la curvatura salida de contexto. — Mmm... ¿Quién es Anna? ¿Es una niña de la escuela que te gusta? — ¡qué tierno! ¡Quién pudiera tener su edad y andarse con estas cosas todavía! Daría muchas cosas por volver a esa época libre de preocupaciones. — ¿Quieres saber mi consejo? Uno nunca va a estar esperando a que llegue nada, simplemente lo hace, si no eres tú, puede ser otro niño de la clase. Aprovecha ahora para decirle lo que sientes, porque si no lo haces y pasan otras cosas, luego te arrepentirás por mucho tiempo y te pasarás el día pensando en por qué no le dijiste antes de que lo hiciera otro — bueno, quizás me emocioné más de la cuenta.
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—Se me hace un nombre… ¿muy soso?— lo convierto en una pregunta al no saber definir cómo me siento respecto al nombre que me dieron, antes me molestaba más, deseaba un nombre que tuviera más presencia como la impone Alexander o Nicholas, que el nombre de mi tío y también el ídolo de Kitty. ¡Magnus! No me hubiera molestado llamarme Magnus, Magnus Helmuth. Pero me llamaron… Brian. Ni siquiera hay un apodo para Brian. ¡Bri está prohibido! ¡Lo odio! —Brian siempre hace pensar en alguien pequeño, en mi familia siempre me trataran así por ser el menor de los primos, pero quisiera poder hacer cosas grandes y que mi nombre sea igual de grande— le comparto mi ilusión que se traduce en ser el siguiente arquitecto de los rascacielos más altos del Capitolio. —Me los voy a cortar para que me tomen en serio— se lo explico, de todos modos, los disfruté durante diez años, quizás sea momento de cambiar mi apariencia. ¡Voy a pasar a segundo curso! Un cambio vendrá a bien, también tendré que comprarme medias nuevas para ir al colegio y decirle a mamá que ya no quiero que las tapas de mis cuadernos tengan dibujos, me da vergüenza que mis compañeros puedan decirme algo…
Siempre he sido algo sensible los comentarios que me hacen mis compañeros, fui a los golpes con más de uno alguna vez por hablar de mis orejas, así que no dudo de que algún comentario referido a mi padre, me llevará a lo mismo. Entonces toda mi imagen de aparentar ser alguien serio, podría quedar en nada. No soy alguien que viva de apariencias tampoco, como le gusta a la tía Ingrid que seamos al decir que Luka es el excelentísimo doncello del condado y yo lo vi fumándose cosas en las trastienda alguna vez. —Pero, ¿no está mal negarlo? ¿Dressler no se sentiría triste de saber que no quiero contar quién es mi padre?— pregunto, si por alguien debo ir a los puñetazos, ¿no debería ser mi padre? Es complicado, lo sé. —En realidad no sé qué hacer, no quiero tener que ocultar quién es mi padre, también sé que contarlo podría poner en aprietos a mi familia porque mis tíos tienen trabajos importantes y mi mamá tiene la farmacia…— murmuro, confiándole a alguien que creo que podría darme su opinión, sin que sea parte de mi familia o alguien que la juzgue tampoco.
Si bien valoro mucho los consejos de Kitty, de Oliver también, en ocasiones siento que me gustaría preguntarles cosas a personas adultas. Pero mi mamá es… mi mamá, no entraría dentro de lo que considera una persona adulta. Jenna es… Jenna, es mucho más adulta de lo que mi paciencia puede aceptar. Mis tíos no son personas a las que preguntaría nada, y antes de preguntarle algo a la tía Ingrid, prefiero comerme un sapo. Así que se me hace que está bien preguntarle a una extraña que viene a comprar cremas para arrugas, ¡es la que me trajo la carta de mi papá! Confío en ella, tanto como para hablarle de Anna. —Es una amiga de mi prima, tiene un hermoso cabello ¡casi rojizo!— coloco mis manos a lo lado de mi cabeza, —es un largo y esponjoso cabello rojizo cuando le da la luz— suspiro. Muevo mi cabeza de un lado al otro y clavo un codo en el mostrador para poder apoyar la barbilla en mi palma. —¿Y qué haré si me rechaza? ¿Qué haré si le cuenta a sus amigas y se ríen de mí? Ginevra se reirá de mí, Kitty tendrá que dejar de hablarme cuando esté con ellas y… tendré que sentarme con Milton en clases… y Milton huele mal…— arrugo mi nariz y vuelvo a suspirar. Saco de debajo del mostrador una botella de jugo de manzana que coloco sobre el mostrador y dos vasos plásticos que relleno para que podamos beber. —¿Qué haré si me dice que no?
Siempre he sido algo sensible los comentarios que me hacen mis compañeros, fui a los golpes con más de uno alguna vez por hablar de mis orejas, así que no dudo de que algún comentario referido a mi padre, me llevará a lo mismo. Entonces toda mi imagen de aparentar ser alguien serio, podría quedar en nada. No soy alguien que viva de apariencias tampoco, como le gusta a la tía Ingrid que seamos al decir que Luka es el excelentísimo doncello del condado y yo lo vi fumándose cosas en las trastienda alguna vez. —Pero, ¿no está mal negarlo? ¿Dressler no se sentiría triste de saber que no quiero contar quién es mi padre?— pregunto, si por alguien debo ir a los puñetazos, ¿no debería ser mi padre? Es complicado, lo sé. —En realidad no sé qué hacer, no quiero tener que ocultar quién es mi padre, también sé que contarlo podría poner en aprietos a mi familia porque mis tíos tienen trabajos importantes y mi mamá tiene la farmacia…— murmuro, confiándole a alguien que creo que podría darme su opinión, sin que sea parte de mi familia o alguien que la juzgue tampoco.
Si bien valoro mucho los consejos de Kitty, de Oliver también, en ocasiones siento que me gustaría preguntarles cosas a personas adultas. Pero mi mamá es… mi mamá, no entraría dentro de lo que considera una persona adulta. Jenna es… Jenna, es mucho más adulta de lo que mi paciencia puede aceptar. Mis tíos no son personas a las que preguntaría nada, y antes de preguntarle algo a la tía Ingrid, prefiero comerme un sapo. Así que se me hace que está bien preguntarle a una extraña que viene a comprar cremas para arrugas, ¡es la que me trajo la carta de mi papá! Confío en ella, tanto como para hablarle de Anna. —Es una amiga de mi prima, tiene un hermoso cabello ¡casi rojizo!— coloco mis manos a lo lado de mi cabeza, —es un largo y esponjoso cabello rojizo cuando le da la luz— suspiro. Muevo mi cabeza de un lado al otro y clavo un codo en el mostrador para poder apoyar la barbilla en mi palma. —¿Y qué haré si me rechaza? ¿Qué haré si le cuenta a sus amigas y se ríen de mí? Ginevra se reirá de mí, Kitty tendrá que dejar de hablarme cuando esté con ellas y… tendré que sentarme con Milton en clases… y Milton huele mal…— arrugo mi nariz y vuelvo a suspirar. Saco de debajo del mostrador una botella de jugo de manzana que coloco sobre el mostrador y dos vasos plásticos que relleno para que podamos beber. —¿Qué haré si me dice que no?
Tuerzo los labios en una mueca de desagrado, esa que refleja muy bien junto a la curvatura de mis cejas que no estoy para nada de acuerdo con la conclusión a la que ha llegado con su nombre. — ¿Soso? ¡Pero si tiene toda la personalidad! Es lo bueno de los nombres, que aunque no los hayamos escogido, sí queda en nuestra mano el darles el valor que un puñado de letras juntas no pueden por su cuenta. — le aseguro, convencida de esto porque un nombre como el mío, Mohini, tiene el carácter que tiene porque yo se lo di, no porque tuviera fuerza por cuenta propia. — Puede haber muchos Brians en el mundo, pero solo uno como tú, lo que decidas hacer con eso es solo decisión tuya y de nadie más, puedes darle la grandeza y el significado que tú quieras. ¿O acaso crees que las personas llegaron a donde están solo por su nombre? ¡Para nada, para nada! Lo que le dieron importancia a esas personas fueron las cosas que hicieron, que consiguieron que los demás los notaran, tú tienes que hacer eso mismo, hacerte valer por ti mismo y quién eres — sigo, afianzando mi postura con un movimiento de cabeza que lo deja casi más claro que cualquier cosa que pueda decirle.
Siento un deja vu en el estómago al llevarme con esta conversación a tiempos en los que debía usar el mismo cuidado para hablarle a Lara sobre las decisiones de su padre. Ella era un poco más mayor, pero seguía siendo adolescente como este niño, en el fondo, un par de años no importan tanto cuando la resolución es la misma. — No se trata de negarlo... Tu padre sigue siendo tu padre, no importa lo que digan los carteles, ni dónde esté viviendo — porque sí, el hecho de vivir en el distrito nueve y tres cuartos hoy en día es sinónimo de estar contra el gobierno — Y a quién debería importarle ese hecho es a ti, no a los demás. Te aseguro que Dressler no se sentiría triste porque no le cuentes a tus compañeros sobre él, estoy segura de que lo entiende y él mismo no querría colocarte en una posición donde puedas estar en peligro. — salto un poco al vacío con esa aseguración por mi parte, en vista de que no conozco al hombre en cuestión más que de los carteles que hay pegados por la ciudad, pero el ser madre creo que me da el derecho a compartir el sentimiento con otros — ¡Le estás escribiendo cartas! Imagina lo feliz que se pondrá cuando las lea, va a hacerle mucha más ilusión ese gesto, que el hecho de que le cuentes a tus amigos sobre él, seguro — sonrío cálidamente para reforzar mi punto.
Intento meterme en la mentalidad de un niño que aparenta unos doce o trece años, lo complicadas que son las relaciones escolares a su edad, es la época donde más vulnerables son a las opiniones ajenas y donde se desarrollará el carácter que luego más adelante fortalecerán con decisiones importantes. Hace tiempo que perdí la práctica para tratar con adolescentes, y es por eso que temo decir algo incorrecto que lo lleve a hacer cosas de las que luego se arrepienta. — Esta Anna... ¿es una niña agradable? ¿te parece que sea buena persona? — trato de hilar todos los nombres que me va soltando a pesar de no ponerle rostro a ninguno de ellos. — ¿Y qué harás si te dice que sí? — le devuelvo la pregunta, una que estoy segura de que no se espera — Brian... Uno no puede quedarse a esperar a que la vida pase por delante, de vez en cuando hay que tomar algunos riesgos para asegurarnos de que somos nosotros quienes llevamos las riendas. ¿Qué tan malo puede ser que te diga que no? Si acaso le escribes una nota educada a ese Milton diciendo que se duche y ¡quien sabe! Capaz os hacéis amigos a raíz de esto. ¿Pero y si te dice que sí? Desde mi punto de vista es un salto que tienes que tomar, porque podría salir algo muy bueno de ello, incluso cuando el resultado no depende de ti.
Siento un deja vu en el estómago al llevarme con esta conversación a tiempos en los que debía usar el mismo cuidado para hablarle a Lara sobre las decisiones de su padre. Ella era un poco más mayor, pero seguía siendo adolescente como este niño, en el fondo, un par de años no importan tanto cuando la resolución es la misma. — No se trata de negarlo... Tu padre sigue siendo tu padre, no importa lo que digan los carteles, ni dónde esté viviendo — porque sí, el hecho de vivir en el distrito nueve y tres cuartos hoy en día es sinónimo de estar contra el gobierno — Y a quién debería importarle ese hecho es a ti, no a los demás. Te aseguro que Dressler no se sentiría triste porque no le cuentes a tus compañeros sobre él, estoy segura de que lo entiende y él mismo no querría colocarte en una posición donde puedas estar en peligro. — salto un poco al vacío con esa aseguración por mi parte, en vista de que no conozco al hombre en cuestión más que de los carteles que hay pegados por la ciudad, pero el ser madre creo que me da el derecho a compartir el sentimiento con otros — ¡Le estás escribiendo cartas! Imagina lo feliz que se pondrá cuando las lea, va a hacerle mucha más ilusión ese gesto, que el hecho de que le cuentes a tus amigos sobre él, seguro — sonrío cálidamente para reforzar mi punto.
Intento meterme en la mentalidad de un niño que aparenta unos doce o trece años, lo complicadas que son las relaciones escolares a su edad, es la época donde más vulnerables son a las opiniones ajenas y donde se desarrollará el carácter que luego más adelante fortalecerán con decisiones importantes. Hace tiempo que perdí la práctica para tratar con adolescentes, y es por eso que temo decir algo incorrecto que lo lleve a hacer cosas de las que luego se arrepienta. — Esta Anna... ¿es una niña agradable? ¿te parece que sea buena persona? — trato de hilar todos los nombres que me va soltando a pesar de no ponerle rostro a ninguno de ellos. — ¿Y qué harás si te dice que sí? — le devuelvo la pregunta, una que estoy segura de que no se espera — Brian... Uno no puede quedarse a esperar a que la vida pase por delante, de vez en cuando hay que tomar algunos riesgos para asegurarnos de que somos nosotros quienes llevamos las riendas. ¿Qué tan malo puede ser que te diga que no? Si acaso le escribes una nota educada a ese Milton diciendo que se duche y ¡quien sabe! Capaz os hacéis amigos a raíz de esto. ¿Pero y si te dice que sí? Desde mi punto de vista es un salto que tienes que tomar, porque podría salir algo muy bueno de ello, incluso cuando el resultado no depende de ti.
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Miro a la mujer que tengo delante como si viniera de otro mundo que nada tiene que ver con este. —Mi tía Ingrid opina todo lo contrario, según ella el que seamos Helmuth dice mucho de quienes somos y también dice que debemos estar a la altura del apellido. Mamá suele poner los ojos en blanco, pero de cierta manera es una verdad— nunca suele estar del lado de la tía Ingrid, esta vez tampoco será la excepción. —Por eso me agrada mucho más lo que dice usted— lo digo con un asentimiento de cabeza, —haré cosas tan grandes en mi vida—, literalmente las haré, tan grandes que rozaran las primeras nubes, —que seré mucho más que mi apellido y podrán mi nombre estará en todo lo que hago— decido.
Así como el nombre de mi padre está en carteles, el mío puede estar en placas de reconocimiento y entonces podré decir algún día con todo orgullo, frente a un auditorio de personas, quiénes fueron mi madre y mi padre, seré tan grande que me escucharán sin que eso me lleve a tener que defenderlos de la opinión maliciosa de nadie. De mi madre pueden decir que es la oveja violeta de la familia, de mi padre que es un rebelde, nada de eso importará cuando esté cortando cintas en inauguraciones. —Me gustaría poder hablar de él— le explico, —la carta es para poder contarle a él cosas mías, pero me gustaría poder hablarle a otras personas de mi padre y lo que pueda decirle a mi madre o Jen, ellas ya lo saben. Quizás a Kitty, ella me escucha, pero a la vez lo que sé es muy poco y sería repetirle siempre lo mismo…— digo, me encojo de hombros, aunque lo haya conocido, hay días en los que mi padre se sigue sintiendo más como una fantasía de mi cabeza, que real. Y por eso necesito escribirle.
Además, tengo otras cuestiones de las que ocuparme, sin que tenga idea de cómo. —Anna es…— agradable es Quinn, Gin es la golpea mi hombro con su puño, —no es de este mundo— no es que sea cursi, no parece tener los pies en la tierra y le gustan los comics tanto como a mí, tanto que a veces parece que vive en ellos. —Siempre tiene su cabeza en otro lugar y… sí, podría decir que es agradable— decido. Me doy cuenta que no tengo ningún plan si llega a decirme que sí. No sé qué tan bueno sea que este mujer me diga que me arriesgue, una vez casi quemamos la casa con Kitty por hacerlo. Inflo mis mejillas mientras lo medito con los ojos bajos, ¿qué puede decirme Anna aparte de no o simplemente preguntarme qué dije porque no me escuchó a la primera? Puede decirme que sí y entonces… —¿Y sí me dice que sí? ¿Qué sigue a eso?— pregunto, hay un tono de apremio en mi voz para que me responda un misterio que hasta ahora no me había planteado. —Solo tengo once años, no puedo pedirle luego que se case conmigo. Pero, ¿qué haré? ¿Me sentaré a su lado en clases? ¿Tengo que comprarle golosinas?
Así como el nombre de mi padre está en carteles, el mío puede estar en placas de reconocimiento y entonces podré decir algún día con todo orgullo, frente a un auditorio de personas, quiénes fueron mi madre y mi padre, seré tan grande que me escucharán sin que eso me lleve a tener que defenderlos de la opinión maliciosa de nadie. De mi madre pueden decir que es la oveja violeta de la familia, de mi padre que es un rebelde, nada de eso importará cuando esté cortando cintas en inauguraciones. —Me gustaría poder hablar de él— le explico, —la carta es para poder contarle a él cosas mías, pero me gustaría poder hablarle a otras personas de mi padre y lo que pueda decirle a mi madre o Jen, ellas ya lo saben. Quizás a Kitty, ella me escucha, pero a la vez lo que sé es muy poco y sería repetirle siempre lo mismo…— digo, me encojo de hombros, aunque lo haya conocido, hay días en los que mi padre se sigue sintiendo más como una fantasía de mi cabeza, que real. Y por eso necesito escribirle.
Además, tengo otras cuestiones de las que ocuparme, sin que tenga idea de cómo. —Anna es…— agradable es Quinn, Gin es la golpea mi hombro con su puño, —no es de este mundo— no es que sea cursi, no parece tener los pies en la tierra y le gustan los comics tanto como a mí, tanto que a veces parece que vive en ellos. —Siempre tiene su cabeza en otro lugar y… sí, podría decir que es agradable— decido. Me doy cuenta que no tengo ningún plan si llega a decirme que sí. No sé qué tan bueno sea que este mujer me diga que me arriesgue, una vez casi quemamos la casa con Kitty por hacerlo. Inflo mis mejillas mientras lo medito con los ojos bajos, ¿qué puede decirme Anna aparte de no o simplemente preguntarme qué dije porque no me escuchó a la primera? Puede decirme que sí y entonces… —¿Y sí me dice que sí? ¿Qué sigue a eso?— pregunto, hay un tono de apremio en mi voz para que me responda un misterio que hasta ahora no me había planteado. —Solo tengo once años, no puedo pedirle luego que se case conmigo. Pero, ¿qué haré? ¿Me sentaré a su lado en clases? ¿Tengo que comprarle golosinas?
Algo me dice que esta tal tía Ingrid no va a ser santa de mi devoción, si ya solo por escuchar como habla de ella se me arruga un poco la nariz inconscientemente. — Bueno... sí — intento empezar por algún lado, ese que no me ponga en un aprieto en caso de que mi consejo no sea demasiado agraciado por la familia del chico — Es importante mantener el respeto por el nombre familiar, especialmente siento que tu tío es ministro... pero eso no debería influir en la manera que luego tú desees darle un poco de personalidad. No hay nada de malo en eso — aclaro con un matiz delicado, no vaya a ser que en unos días reciba una llamada telefónica o una carta enviada por la mismísima Ingrid Helmuth a preguntarme que quién soy yo para educar a su sobrino. ¡Y creo ya he tenido suficientes cartas para una buena temporadita! — Exacto, exacto, en la vida hay que tener ambición, sin ella no se llega a ninguna parte — le aseguro cuando le noto confiado en sus intereses, le doy el apoyo que no recibiría por parte de su tía y que, por esa misma razón, quizá me debería estar guardando para mí misma.
Tuerzo los labios en señal de que estoy pensando algo con lo que animarle cuando regresa a hablar sobre su padre, si no fuera porque tengo experiencia en ello, tendría la cabeza completamente blanca y vacía. — ¡Ya sé! ¿Por qué no le pides a tu padre en una de esas cartas que él haga lo mismo contigo? Así, de esa manera él estaría dedicando unos minutos del día a contarte sobre lo que le ocurre, y luego tú puedes hacerle llegar tus cartas de la misma forma. Sería como un proyecto entre los dos, algo íntimo que podáis compartir y que solo sea entre vosotros. — mis ojos le miran con una emoción sacada de que yo misma pienso que es una buena idea, de esa manera en que parece que estoy asintiendo con mis pupilas en lo que una sonrisa se va trazando en mi rostro. — Puede que no sea lo mismo que contarles a tus compañeros sobre tu papá, pero... quizá sus cartas te ayuden a sentirte más conectado con él, ¿no te parece? — puede que la conexión a través de un teléfono sea más rápida y segura, pero hay algo en las cartas que lo hacen sentir un medio mucho más personal.
Es un alivio que no se haya enamorado de la chica popular y estirada de la clase, siempre hay una de esas, porque entonces me sentiría en la obligación de aconsejarle que se fije en otras chicas si no quiere terminar con su corazoncito roto recién empezada la adolescencia, que esas niñas no tienen reparo y les da igual a quien se lleven por delante en sus berrinches. Me puedo quedar tranquila con esa breve descripción que me da de Anna, la manera en que la describe me hace pensar que se encuentra completamente enamorado de ella y eso, internamente, me produce una ligera sensación de calor en el pecho. ¡Nada más tierno que niños enamorándose unos de otros! Pronto paso a reírme cuando propone el matrimonio como primera opción, ¡si solo algunos lo tuvieran tan claro no nos harían andar con tanta vuelta boba! De nuevo, creo que estoy proyectando — Puede que la espantes con eso del matrimonio tan de entrada, ¿por qué no pruebas a invitarla a salir? Todavía es verano, seguro que hay heladerías muy buenas por aquí donde puedas ofrecerle un helado fresco. O llevarla al cine, quizás, puedes mirar la cartelera a ver si hay alguna película buena o que le pueda interesar a ella... — ¿en qué momento me pasé a hacer de casamentera oficial? — No tiene por qué ser nada con lo que te encuentres incómodo, se te hará más tedioso y las chicas disfrutan más cuando eres más natural y dejas que todo fluya.
Tuerzo los labios en señal de que estoy pensando algo con lo que animarle cuando regresa a hablar sobre su padre, si no fuera porque tengo experiencia en ello, tendría la cabeza completamente blanca y vacía. — ¡Ya sé! ¿Por qué no le pides a tu padre en una de esas cartas que él haga lo mismo contigo? Así, de esa manera él estaría dedicando unos minutos del día a contarte sobre lo que le ocurre, y luego tú puedes hacerle llegar tus cartas de la misma forma. Sería como un proyecto entre los dos, algo íntimo que podáis compartir y que solo sea entre vosotros. — mis ojos le miran con una emoción sacada de que yo misma pienso que es una buena idea, de esa manera en que parece que estoy asintiendo con mis pupilas en lo que una sonrisa se va trazando en mi rostro. — Puede que no sea lo mismo que contarles a tus compañeros sobre tu papá, pero... quizá sus cartas te ayuden a sentirte más conectado con él, ¿no te parece? — puede que la conexión a través de un teléfono sea más rápida y segura, pero hay algo en las cartas que lo hacen sentir un medio mucho más personal.
Es un alivio que no se haya enamorado de la chica popular y estirada de la clase, siempre hay una de esas, porque entonces me sentiría en la obligación de aconsejarle que se fije en otras chicas si no quiere terminar con su corazoncito roto recién empezada la adolescencia, que esas niñas no tienen reparo y les da igual a quien se lleven por delante en sus berrinches. Me puedo quedar tranquila con esa breve descripción que me da de Anna, la manera en que la describe me hace pensar que se encuentra completamente enamorado de ella y eso, internamente, me produce una ligera sensación de calor en el pecho. ¡Nada más tierno que niños enamorándose unos de otros! Pronto paso a reírme cuando propone el matrimonio como primera opción, ¡si solo algunos lo tuvieran tan claro no nos harían andar con tanta vuelta boba! De nuevo, creo que estoy proyectando — Puede que la espantes con eso del matrimonio tan de entrada, ¿por qué no pruebas a invitarla a salir? Todavía es verano, seguro que hay heladerías muy buenas por aquí donde puedas ofrecerle un helado fresco. O llevarla al cine, quizás, puedes mirar la cartelera a ver si hay alguna película buena o que le pueda interesar a ella... — ¿en qué momento me pasé a hacer de casamentera oficial? — No tiene por qué ser nada con lo que te encuentres incómodo, se te hará más tedioso y las chicas disfrutan más cuando eres más natural y dejas que todo fluya.
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—«Darle un poco de personalidad», me gusta esto— digo, con un asentimiento de mentón que lo sopesa y lo aprueba como mi nueva frase de cabecera en los almuerzos de los domingos. Se lo diré a la tía Ingrid, que pretendo darle un poco de personalidad al apellido, que podría dejar que Kitty también lo haga, y seguramente me quedaré sin postre por dictamen de la tirana mayor, pero habrá valido el sacrificio. Luego mi mamá me consigue el postre a escondidas. Sonrío a la mujer cuando me alienta en mis ambiciones, es raro recibir esto de personas más grandes, a ninguna le parece bien que los niños tengan más ambiciones de lo que deberían por su estatura, salvo mamá que no estoy segura de sí es porque cree en mí o porque es mi mamá, así que es bueno escucharlo de alguien más.
Alguien que también me da ideas para seguir compartiendo cosas con mi padre, como dudo que algunos de mis tíos apruebe, que sigue siendo un rebelde al gobierno y nadie alentaría la correspondencia, a no ser que sea una persona que me entiende y esta mujer con su pote de crema contra las arrugas, lo hace. —¡Se lo diré!— respondo con una sonrisa ancha, —¿se imagina lo que sería tener un diario mágico que funcione como un espejo de dos caras? Así cada uno tendría una copia, lo que uno escriba, lo puede ver el otro. Entonces podría comprar un par y regalárselo a mi padre— pienso en voz alta, la ciencia y la magia avanzan tan a prisa que deberá ser posible en algún momento, por ahora queda conformarse con las cartas, que sigue siendo una idea mejor que estar escribiendo solo. —Pondré al final de mi carta que él también me escriba todos los días y luego me entregue la suya cuando nos veamos.
Ojalá así como puedo llenar líneas contándole cosas a mi padre, también pudiera decirle a Anna más de tres palabras. Y si lo consigo, de ninguna manera le pediría matrimonio. —Somos muy jóvenes para casarnos— me espanto, esa es mi duda de qué sigue a decir que sí, —todavía ni me ha salido bigote— se lo muestro señalando con mi dedo arriba de mi labio superior, solo por dar un ejemplo y no mencionar otros que son «cosas de hombres» sobre los que tendrá que hablarme Oliver, porque no sé si es algo que podamos plasmar en carta con mi padre. —Ir a comer un helado no, eso puede salir mal. ¿Y si no tenemos de qué hablar? ¿Y si se derrite o nos da mucha sed? Podemos ir al cine, así cuando salimos podemos hablar de la película, ¡y puedo decirle que es porque necesito que alguien vaya a ver conmigo la nueva de Spiderwizard!— lo siento, Kitty. —Pedírselo así lo hará menos incómodo— explico, aunque ya siento el nudo formándose en el estómago por los nervios de escribirle desde la cuenta de mi mamá en Wizzardface, quizás es momento de hacerme la mía. —Si llego a invitarla se lo haré saber la próxima vez que venga a comprar algo— levanto el pote de la crema con una mano y dos dedos en la otra, —le haré un precio de dos por uno y la gente creerá que usted es mi hermana mayor, no Jenna— le aseguro, así también sigo haciéndole publicidad a la crema y mi mamá me da una comisión por cada señora a la que logro convencer de que es la mejor decisión que pudieron tomar en la vida, como tal vez lo sea invitar a Anna, aunque no lleguemos a casarnos.
Alguien que también me da ideas para seguir compartiendo cosas con mi padre, como dudo que algunos de mis tíos apruebe, que sigue siendo un rebelde al gobierno y nadie alentaría la correspondencia, a no ser que sea una persona que me entiende y esta mujer con su pote de crema contra las arrugas, lo hace. —¡Se lo diré!— respondo con una sonrisa ancha, —¿se imagina lo que sería tener un diario mágico que funcione como un espejo de dos caras? Así cada uno tendría una copia, lo que uno escriba, lo puede ver el otro. Entonces podría comprar un par y regalárselo a mi padre— pienso en voz alta, la ciencia y la magia avanzan tan a prisa que deberá ser posible en algún momento, por ahora queda conformarse con las cartas, que sigue siendo una idea mejor que estar escribiendo solo. —Pondré al final de mi carta que él también me escriba todos los días y luego me entregue la suya cuando nos veamos.
Ojalá así como puedo llenar líneas contándole cosas a mi padre, también pudiera decirle a Anna más de tres palabras. Y si lo consigo, de ninguna manera le pediría matrimonio. —Somos muy jóvenes para casarnos— me espanto, esa es mi duda de qué sigue a decir que sí, —todavía ni me ha salido bigote— se lo muestro señalando con mi dedo arriba de mi labio superior, solo por dar un ejemplo y no mencionar otros que son «cosas de hombres» sobre los que tendrá que hablarme Oliver, porque no sé si es algo que podamos plasmar en carta con mi padre. —Ir a comer un helado no, eso puede salir mal. ¿Y si no tenemos de qué hablar? ¿Y si se derrite o nos da mucha sed? Podemos ir al cine, así cuando salimos podemos hablar de la película, ¡y puedo decirle que es porque necesito que alguien vaya a ver conmigo la nueva de Spiderwizard!— lo siento, Kitty. —Pedírselo así lo hará menos incómodo— explico, aunque ya siento el nudo formándose en el estómago por los nervios de escribirle desde la cuenta de mi mamá en Wizzardface, quizás es momento de hacerme la mía. —Si llego a invitarla se lo haré saber la próxima vez que venga a comprar algo— levanto el pote de la crema con una mano y dos dedos en la otra, —le haré un precio de dos por uno y la gente creerá que usted es mi hermana mayor, no Jenna— le aseguro, así también sigo haciéndole publicidad a la crema y mi mamá me da una comisión por cada señora a la que logro convencer de que es la mejor decisión que pudieron tomar en la vida, como tal vez lo sea invitar a Anna, aunque no lleguemos a casarnos.
Un diario mágico que funcione como un espejo de dos caras, ¡lo que pasa por las cabezas de estos muchachos de hoy en día! Mi cara lo dice todo cuando asiento a lo que va diciendo, tan emocionada por él, como él por su padre. — Con esas ideas tan buenas que tienes, ¿no te gustaría ser inventor? Cosas como estas tienes que patentarlas para que nadie te robe la invención antes de que se le ocurra a otro — anda que no se han oído casos como esos, los escucho todos los días en el trabajo, dentro de nuestro departamento hay muchos a los que les gusta poner el oído en la pared de los talleres ajenos y aprovecharse de las ideas de otros, por eso sé de lo que hablo cuando se lo aconsejo como alguien que ha visto los sueños de compañeros irse al traste por cosas como estas. — Y deberíais firmarlas con un nombre en clave, hoy en día les da por interceptar muchas cartas antes de devolverlas a su destino, no quieres que termine en malas manos si eso pasa — cualquiera que me escuchara... alentando a un niño a que escriba a su padre criminal y esconda las evidencias como si mi hija no estuviera casándose en este preciso instante con el mismísimo ministro de justicia. ¡Vergüenza debería de darme! — Que sea original mejor, nada de Dragonman o esas cosas que veis por la tele — ¿o no era Dragonman? Bah, ¿SuperWizard? ¡Qué más da!
— Jóvenes, muy jóvenes — coincido con él, ¡si recién mi propia Larita se está casando! Y si no fuera por quien es el que la espera al otro lado del altar (porque espero que se haya casado en un altar, qué sé yo, ¡como no me cuentan nada!), creo que a día de hoy seguiría soltera, y no porque no tenga pretendientes, sino porque es terca como ella sola. — ¡Spiderwizard! ¡Eso era! — me doy un golpecito en la frente con mi mano, saliendo un poco del tema que estamos tratando al caer en esto último. Me doy cuenta de esta manera también que me estoy haciendo vieja como para no reconocer las películas que se dan en la televisión, no necesito de las arrugas en mi rostro, y que espero que desaparezcan con este potingue, para creer que los años pasan factura. — El cine está bien, así luego de la película pueden comentarla, seguro que con eso no te quedas sin temas para tratar — aseguro para quitarle el miedo, ¡que puede que sea su primera cita! Qué digo, ¡lo es! — Muy bien, hijo, espero que salga todo bien con esta Anna y que puedas sentarte en la clase con ella después de esto y no con el apestoso de Milton — declaro, con una sonrisa de oreja a oreja, no me importa que esté haciendo sociales con un niño al que le saco casi cuarenta años, o más, prefiero no contarlos, para estas situaciones me declaro una inepta en matemáticas. ¿Sumar? ¿AÑOS? ¿Qué es eso?
— Jóvenes, muy jóvenes — coincido con él, ¡si recién mi propia Larita se está casando! Y si no fuera por quien es el que la espera al otro lado del altar (porque espero que se haya casado en un altar, qué sé yo, ¡como no me cuentan nada!), creo que a día de hoy seguiría soltera, y no porque no tenga pretendientes, sino porque es terca como ella sola. — ¡Spiderwizard! ¡Eso era! — me doy un golpecito en la frente con mi mano, saliendo un poco del tema que estamos tratando al caer en esto último. Me doy cuenta de esta manera también que me estoy haciendo vieja como para no reconocer las películas que se dan en la televisión, no necesito de las arrugas en mi rostro, y que espero que desaparezcan con este potingue, para creer que los años pasan factura. — El cine está bien, así luego de la película pueden comentarla, seguro que con eso no te quedas sin temas para tratar — aseguro para quitarle el miedo, ¡que puede que sea su primera cita! Qué digo, ¡lo es! — Muy bien, hijo, espero que salga todo bien con esta Anna y que puedas sentarte en la clase con ella después de esto y no con el apestoso de Milton — declaro, con una sonrisa de oreja a oreja, no me importa que esté haciendo sociales con un niño al que le saco casi cuarenta años, o más, prefiero no contarlos, para estas situaciones me declaro una inepta en matemáticas. ¿Sumar? ¿AÑOS? ¿Qué es eso?
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