The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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My heart's been borrowed and yours has been blue ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Lunes 15 de agosto, 2470

Will you share your life with me for the next ten minutes?
We can handle that. We could watch the waves, we could watch the sky
Or just sit and wait as the time ticks by and if we make it till then
Can I ask you again for another ten?






El aroma del mar se siente como si me hubiesen metido dentro de una burbuja relajante a pesar de todo lo que dejamos en casa, un sitio que por las siguientes dos semanas no será más que ficticio para nosotros, las personas que se pasaron la vida corriendo del compromiso y que, de alguna manera, hoy están corriendo del resto del planeta para poder pasar por el momento de una promesa que jamás pensé hacer. No diré que estoy tranquilo porque no lo estoy, incluso he tenido un momento de catarsis al armar las valijas y meter los papeles de casamiento dentro, lo suficiente profundo como para acabar llamando a mi hermana por teléfono para preguntarle unas cuantas cosas sobre el matrimonio, que ella tiene más experiencia en el tema que yo. Cuando era joven y veía a las parejas que lucían sus sortijas, no hacía otra cosa que preguntarme cómo era posible que tuvieran tanta confianza en alguien como para pensar que acabarían enteros después de pasar por ello. No recuerdo mucho de mis padres siendo un matrimonio feliz, así que no diré que tuve un buen ejemplo. He tenido que recordarme en más de una ocasión que hemos recorrido un largo camino, que no estoy haciendo esto con alguien a quien doy por sentado, que Lara Scott siempre ha sido una sorpresa para mí y puedo apostar que lo seguirá siendo por lo que queda de nuestra vida. No voy a consolarme diciendo que ahora el divorcio es legal en caso de que las cosas salgan mal, porque no tengo intenciones de terminarlo. Por una vez, puedo decir que estoy seguro de querer aferrarme a alguien más que a mí mismo.

Como he dicho, nos alejamos del mundo para acabar en una de las islas pequeñas del archipiélago, esas que sirven como destino turístico de las personas con dinero y para aquellos que quieren evitar un circo mediático como nosotros. Los amplios ventanales nos regalan la vista de la playa, esa que será nuestra única testigo en los próximos días de cualquier locura que podamos hacer, además de firmar el acta de matrimonio. Bendita sea la magia, el equipaje se encuentra en la habitación mediante un hechizo de aparición, así que solo tengo que preocuparme por que Scott no espíe entre mis dedos en lo que la hago pasar a la sala con pasos cuidadosos, no sea que la acabe pisando y se arruine la gracia del momento — Intenta tener cuidado con el… ¡Escalón! — tengo la rapidez para usar mi mano libre y tomo su brazo, así nos estabilizo a los dos — ¡No veas! ¡Deja los ojos cerrados! — alejo con cuidado la mano de su rostro en lo que chequeo que siga con los párpados bajos y doy algunos pasos hacia atrás, hasta que mis piernas chocan suavemente con el sofá — Verás, como nos pasaremos quince días sin tener que limpiar babas o pañales y tendremos que pasar por el traumático proceso de dejar de ser solteros ante la ley, he pensado cómo hacer esto lo más adecuado para nosotros posible. Así que… — le insto a que abra los ojos con un chasquido de mis dedos y le enseño el banquete de bienvenida que reposa sobre la mesita de la sala. Bueno, “banquete” lo que se dice “banquete”, que entre las flores, frutas exóticas y bombones de calidad solo hay… — ¡Botellas del alcohol más exclusivo del Capitolio! Un masajeador y… — tengo que dar la vuelta para alcanzar una pequeña tablet plateada — Pornografía. Este esto y el libro de Rose, podemos estar de lo más entretenidos.

Me asomo por encima de la pantalla, sonriendo con ironía frente al espectáculo que estoy dando y, sin soltar el aparato, doy dos grandes zancadas para poder estar de pie frente a ella — ¿Estás bien con todo esto, Scott? ¿No crees que es mucho ni nada así? — que jamás me voy a olvidar de nuestra primera cita y lo penosa que fue, incluso cuando el resultado fue el tenernos aquí después de tanto tiempo pateándolo en nuestro calendario — Si estás nerviosa o cansada, siempre podemos meternos en el jacuzzi hasta que se nos caiga la piel. O dormir. Tengo entendido de que la cama es inmensa y podremos despatarranos sin llegar a tocarnos los dedos — lo cual no es lo que tengo en mente para estos días, pero creo que entiende mi punto de la explicación. Presiono mis labios sobre su frente antes de buscar la comisura de su boca — ¿Todavía no sientes la urgencia de salir corriendo lejos de mí? — que si consideramos que se escapó de nosotros tanto como yo lo he hecho, tampoco me sorprendería en lo absoluto.
Hans M. Powell
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Nunca esperé estar parada en este lugar, el mar que se ve a través de los ventanales es muy distinto a aquel en el que me ahogaba hace unos pocos años y no puedo creer que sea una realidad el que haya sobrevivido a la tormenta que quiso hundirme, cuando todo lo que veía era un azul furioso y gritaba en este, porque estaba demasiado enojada con todo y el mundo como para responderle de otra manera que no fuera empujando lejos lo que se me acercaba. Me pesaban injusticias que las sentía personales, cuando fueron heredadas por otros que estuvieron antes que yo y quienes presenciaron las calamidades sucesivas que hicieron de este presente lo que es, uno que tuve que aprender a mirar de un modo distinto, para convencerme primero a mí y antes que a nadie, que quizás me merecía tener un presente diferente al que parecía predicho. Ni un pasado heredado, ni un futuro hecho de malas predicciones mías. Hace bastante que mi mente me pertenece en exclusividad como para que ya no se cuelen entre mis pensamientos esos sueños de finales precipitados, y el saber que en la noche puedo abrir mis ojos para encontrarme con un rostro que descansa sobre la almohada, hace a la paz que conquisté luego de tantas guerras conmigo misma.

Es curioso como aquello que, por muchas razones, es todo lo que debes evitar, se convierte en el sitio seguro para estar y por eso lo he seguido hasta aquí, aunque pensarlo como que mis pasos van detrás de los suyos es incorrecto, son mis pasos yendo a la par de los suyos, hacía lo que vimos hace no mucho como un salto al vacío y hoy es un salto de fe, su mano en la mía, convencimos de que caer juntos es nuestra mejor elección. Y entonces escucho el grito por el escalón, siento su agarre que me impide irme de bruces al suelo, rompiéndome así la nariz nada más llegar y que en las fotografías de la ceremonia que le prometimos a Meerah salga con un vendaje que, para nada, iría con el diseño que hizo. —A este paso podré decir que, literalmente, me llevaste a un altar con los ojos cerrados— aunque en este momento no lleve más que los clásicos jeans y una camisa sin mangas, que todavía se siente el calor de agosto. —Tú y tus persuasiones, haciéndome caminar hacia dónde quieres que llegue, Hans Powell— me burlo de él al pararme a su lado y abrir los ojos cuando el chasquido de sus dedos me lo indica, la mesa a rebosar debería sorprenderme, pero él se lleva toda mi sorpresa, desde hace… meses, él dirá que años. Casi dos años. Pero yo los cuento, hemos pasado los veinticuatro meses, son casi veintiséis meses desde aquel mayo en que le pregunté sin tapujos a que se refería cuando quería cambiar las formas de nuestro acuerdo, y lo hice para que se mostrara honesto o se espantara, mejor aún si era lo segundo, porque no quería a alguien importunándome cuando apenas sí podía conmigo misma.

Lo importuno que llegó a ser me tiene en este paraíso reservado a nosotros, mirando los platos de manjares para luego pasar mis ojos a su rostro, y estiro mi brazo para que mis dedos rocen los mechones de su frente al percibir algo en el tono de su pregunta me recuerda a una inseguridad, suya y mía, más propia de los jóvenes y que la sufrimos a destiempo al ir descubriéndonos como los adultos inexpertos que no sabían darle un nombre a lo que sentían. —Ay, Hans— suspiro al dar otro paso hacia él que me permite ir subiendo mis manos por su garganta y reducir la distancia entre nuestros cuerpos para que sus labios al bajar de mi frente a mi boca, pueda atraparlos en un beso. —Te ves muy lindo preparando todo esto y sugiriéndome un jacuzzi o una cama para dormir, al comenzar estos quince días sin pañales a la vista— susurro al rozar su mejilla con mi nariz mientras voy dejando un rastro de besos cortos que llegan hasta su mandíbula para seguir bajando por su garganta. —Tus maneras previstas para retrasar la boda unas horas, unos días más, están muy bien pensadas. Pero si no quieres que te arrastre a la playa en este momento, solo hay una cosa que me haría demorar la ceremonia un poco más— y nos conocemos, mis manos al descender con prisa por su ropa para buscar su piel por debajo no da mucho espacio a imaginar algo distinto a lo que tengo en mente. —¿Estás asustado?— murmuro. —Porque yo lo estoy, estoy temblando, y todas las horas que faltan me llenan de ansiedad, no me hagas pasar la tortura de estar en un jacuzzi escuchando el reloj en mi cabeza—. Empujo su cuerpo con mis manos contra su vientre para llevarlo hacia una de las sillas dispuestas para una cena que nos mira a nosotros, valoro el esfuerzo en los preparativos, en verdad, pero… —Y no, no quiero correr hacia ningún lado, mucho menos lejos de ti, si todo lo que quiero es chocar contigo. ¿Quieres saber qué tan fuerte puede ser el impacto?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me encojo de hombros con la gracia de un niño travieso, que si ella ha caminado por senderos que no pensaba pisar no es enteramente mi culpa. Los dos tenemos la edad suficiente como para tener en claro que estamos aquí en resultado de un sinfín de situaciones que nos unieron como si fuese una broma jodida del destino, ese que nos hizo tropezar una y otra vez al uno con el otro hasta que pudimos quitarnos las etiquetas para ver a la persona que estaba debajo. He aprendido a no retroceder cuando ella se acerca, con una expresión que capta mi curiosidad y atención en lo que bajo la tablet para quitarla del camino y, con cuidado, la lanzo sobre el sofá más cercano en lo que recibo sus caricias — Tienes que admitir que son ideas tentadoras — apunto en lo que mis manos rozan el contorno de sus caderas, no puedo evitar una suave risa que retumba profundamente en mi garganta al ver esto como una excusa para no salir corriendo a vestirnos para nuestra ceremonia privada, cosa que está muy lejos de las intenciones de Scott en lo que sus manos tibias hacen estragos con mi ropa, tan bien como solo ella sabe hacerlo. Nos hemos vuelto expertos para con el otro, así que nada de esto me sorprende. Después de años siendo extraños profesionales, hay líneas que cruzamos con una seguridad casi vertiginosa al momento de invertir nuestros títulos.

Le contesto con una expresión pensativa en lo que una de mis manos tantea por su cintura, arrugo la tela de su camisa en un intento de poder rozar mis dedos por su piel — No, no estoy asustado — confieso —Más bien, estoy ansioso. Siento que sé lo que debería esperar y, al mismo tiempo, estoy seguro de que no tengo la mínima idea — porque creo conocerla lo suficiente como para saber cómo son los días a su lado y, de todos modos, temo que todas esas personas que han dicho que el matrimonio cambia a las parejas tengan razón. Hoy, siendo quienes somos sin haber firmado ni un solo papel, sé muy bien cómo colocar mis pies para no caer al suelo ante sus empujones, quebrando mis labios en una risa hasta que tropiezo con una de las sillas, la cual apenas y se mueve bajo mi peso al acomodarme en ella con cierto atropello. Mis brazos son lo suficientemente largos como para rodearla, tiro de sus muslos para acomodarla sobre mí, que mi cuello ya se anda estirando para poder rozar los labios contra la curvatura del suyo — En mi experiencia, el impacto es suficiente como para desequilibrar el universo tal y como lo conocemos — me burlo de nuestra suerte en lo que mis manos recorren su espalda de manera furtiva debajo de su ropa, abarcándola con la facilidad que me regala el que sea pequeña en comparación a mi cuerpo — Pero esta vez tendrás que sorprenderme si pretendes que te preste atención, que hay mucho que desempacar, papeles que organizar y ni hablemos de que esa champaña se ve bastante tentadora.

Queda bastante claro que ahora mismo, de todos modos, es ella la que me tienta. No puedo esconderlo cuando tengo los dientes ocupados en marcar suavemente su cuello, ayudados por unos labios cuidadosos que la recorren como si fuese la primera vez y no la milésima. Enderezo mi torso para que se presione contra el suyo, mis labios rozan el contorno de su mentón hasta llegar a los suyos, a los cuales presiono con una sonrisa pequeña — ¿Sabes que aún tenemos que cumplir con la noche de bodas, no? — me mofo de nosotros, a pesar de que capturo su labio inferior en un ligero mordisco. Hacer esto a nuestro modo nos permite el movernos a nuestro antojo, sin invitados ni formalidades somos capaces de firmar los papeles a las tres de la mañana si así lo deseamos. Una de mis manos se mueve de su espalda hacia su vientre, apretando allí son suavidad — Aún así, creo que es la primera vez en la cual siento curiosidad por verte con ropa. Soy el tipo que, de alguna manera, consiguió que Lara Scott se vistiera para su propia boda — podríamos darle el mismo mérito, pero siempre se me ha dado muy bien el regodearme conmigo mismo.
Hans M. Powell
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Mi sonrisa es una que ha desnudado sus intenciones hace mucho, allí donde antes me movía con sigilo para evitar trampas de su parla y usaba el embestirlo como táctica para desconcertarlo, ahora avanzo hacia él a través de cualquier tablero con mis motivaciones siendo claras y honestas, ya no tenemos que preguntarnos qué espera conseguir el otro al tirar de su lado en un duelo de orgullos. —La mente que las piensa es tentadora— susurro al retirar los mechones de cabello en un hábito que me pertenece y acariciar las arrugas bien conocidas de su frente con mis dedos, —solo estoy poniendo a prueba que otras ideas se le ocurren— bromeo, que al final de todo siempre nos encontramos con el humor al que supimos hacer parte de cada roce caliente de mi mano deslizándose por su piel, su cuerpo que reacciona como debe ser y este verano se vuelve tan asfixiante como otro verano que supimos tener, en el que no hubo esquina de mi apartamento que se salvara de nuestra exploración. Pero no fueron esas ocasiones las que me llevaron a creer que lo conocía de algún modo íntimo, podríamos haber seguido siendo cuerpos que se encontraban para desenredarse luego con indiferencia, si no fuera porque en el camino de perder prendas, también nos desprendimos de un par de títulos y prejuicios, así, con la misma ligereza con la que voy descubriendo su pecho para que mis manos al apoyarse sobre él no encuentren más obstáculos de tela.

Estás asustado— me mofo de él, —dices que no para llevarme la contraria, pero estás temblando— no es cierto, son mis dedos los que van hurgando por su vientre para conseguir esa respuesta de su parte. Lo miro a los ojos cuando habla una ansiedad que también puedo decir que siento, ambos nos referimos a la ceremonia que nos espera en unas horas, mañana o dentro de una semana, cuando nosotros lo decidamos, la mañana en que la que nos despertemos diciendo que es el día. Y por el momento la camuflamos con caricias que por familiares la llevan a nuestro terreno conocido, entonces la ansiedad es un madeja que desanudamos entre nosotros, con la destreza que adquirimos para que sus manos sepan cómo acomodarme a su cuerpo cuando caemos en la silla y sus labios recorran en mi cuello el camino que hago a la inversa con mis dedos, desandando por su garganta hasta su espalda desnuda sobre la voy trazando líneas como marcas que van reafirmando mi promesa de que nunca me cansaría de recorrer los mismos centímetros de piel. Dejo un par de besos sobre su hombro al creerlo atrapado con mi peso y determinación en este inestable trono de un universo que se desequilibra a nuestro antojo, pero su desafío me lleva a retirarme lo suficiente como para que todo su rostro pueda caber en mi mirada y el champagne que menciona esté al alcance de mi mano si estiro un poco mi brazo. —Nadie dijo que la íbamos a dejar de lado. No será la protagonista, pero la podemos hacer parte. Dime, ¿te gustaría una despedida de solteros entre futuros novios?— arrastro mi voz con un tono provocativo y mis dedos se deslizan por su cabello para echárselo hacia atrás.

Mi propósito de agarrar el champagne se ve demorado cuando me relajo a las caricias de su boca sobre mi garganta, buscándolo cuando se acerca a la mía y con un suspiro entre ambas, escucho esa pregunta que me saca una sonrisa, la que captura con sus dientes y los dedos en su nuca para atraerlo se entierran en esos mechones. —Lo sé— musito, es una exhalación de aire que se pierde contra su mejilla. —No pensaba consumar nada hasta que no estén firmados los papeles— la sonrisa que llena mi boca es aún más ancha cuando arrastro un beso por su mandíbula. —Solo estoy jugando contigo— así de honesta me he vuelto con este hombre y me río con una carcajada profunda por su otro logro de conseguir que me vistiera para mi boda, sigo riéndome al rodear su garganta con besos torpes. —¿Así que encuentras en imaginarme vestida para la boda un nuevo tipo de erotismo? Ya te lo dije una vez, a ti te excita lo romántico— me entretiene mucho meterme con él, se lo hago saber con el beso que toma posesión de su boca para robar en tres segundos todo el aire de su pecho. Lo dejo libre para que lo recupere, tiendo mi brazo para agarrar el champagne y lo descorcho sin el protocolo de otras celebraciones, con la espuma desbordándose de todos modos y le doy un primer trago antes de pasársela a él con mis cejas arqueadas para invitarlo a que lo haga. Sin salirme de su regazo, inclino mi cuerpo hacia la mesa para hacerme con un par de bombones en mi palma. Muerdo uno por la mitad y con la otra mitad en las puntas de mis dedos lo arrimo a su boca por si quiere probarlo. —Si ahora tu nuevo fetiche es que esté vestida, lo haremos así. Ahora, mi nuevo fetiche… ¿dónde está mi varita? Ya, aquí… es que estés a oscuras— lo pongo sobreaviso cuando una venda negra se desprende de la punta de la varita y luego de quitarle la botella de champagne para dejarla en el suelo, espero su consentimiento para colocarla sobre sus parpados, que tampoco soy taaan déspota.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Siempre he sentido cierto fanatismo por la velocidad en la cual sus manos han conseguido trabajar sobre mi ropa con las intenciones de quitarla del camino, hasta me he preguntado si tiene algún secreto que deba compartir conmigo para lograr semejante eficiencia. Estoy seguro de que mi piel debe sentirse tibia y no precisamente por la temperatura digna de agosto, que el verano siempre se ha quedado corto cuando se trata de dejarnos sin aire en una habitación en la cual podemos encontrarnos a solas — No estoy temblando — declaro como un tono digno de un adolescente orgulloso, a pesar de que se me tiñe la voz de una risa que no termina de emitirse. Estoy seguro de que no lo estoy, para variar. Siempre he tenido cierto talento para mostrarme impasible, incluso cuando por dentro mi organismo se está montando una fiesta. Puedo permitir que mi cuerpo busque un momento de paz en reacción a su tacto, apenas y dejo que mi cabeza se incline hacia atrás para que sus labios tengan la vía libre en lo que mi pecho se infla en un suspiro contenido — Si consideramos que mi despedida de soltero fue bastante penosa… — patino las palabras en un tono perezoso, ese que se deja guiar por el modo que tiene de jugar con mi cabello — Hacer una contigo me parece el mejor modo de estrenar esta casa. ¿No tienes curiosidad por comprobar la calidad de todos los muebles muy de cerca? — como dijimos, tenemos quince días de solo nosotros por delante y dudo mucho hacer uso de la playa.

Oh, ahora es cuando decides escuchar los deseos de Mo — me mofo, que la idea de un matrimonio que nos saque del camino desviado le es tentadora desde que aparecimos en su casa con la noticia de un embarazo accidental. El ronroneo que sale de mi garganta y que retumba contra ella deja bien en claro que no tengo problemas en que juegue conmigo, que estoy aquí para que me mueva como ella lo desea, que al fin y al cabo los papeles de los que hablamos son la excusa de decir que decidimos hacer esto juntos, sea desde enfrentar al mundo, cuidar dos niñas o enroscarnos en una silla que no será la más cómoda, pero es suficiente para recordarme cómo es que todo empezó en una oficina y terminó aquí, en nuestro propio universo — Ese es un error. A mí me excitas tú y es contigo que me nace lo romántico, ahí es donde recae la mayor diferencia — me río de ella, de nosotros y nuestra facilidad de tontear, que llevarnos la contraria en diferentes aspectos siempre nos ha funcionado.

Dejo un mordisco rápido en su cuello en lo que ella se estira, tengo que apegarme contra el respaldo para que sea libre de moverse y, lejos de querer acercar las copas, tomo la botella que me tiende desde el pico y le doy un largo trago. No sé si es el éxtasis o la costumbre, pero es muy fácil pasar el líquido como si se tratase de agua. No termino de tragar que mis ojos ya se han ido hacia el bombón que me tiende, lo atrapo entre los dientes y siento el crujir, el cual sabe bastante dulce mezclado con el alcohol. Estoy siguiendo con la mirada el camino de la botella al suelo cuando puedo centrarme en la venda que tengo delante de mí y, no puedo evitarlo, se me escapa una risa de ligera sorpresa — Esto es nuevo — cosa que me sorprende, porque no es como que descartemos maneras de romper la rutina cada vez que tenemos un momento a solas, cosa que se complica en una casa con dos hijas, una de las cuales reclama atención casi todo el tiempo. Ni siquiera la espero, le quito la venda y la coloco sobre mis ojos, mis dedos se ven dudosos en lo que anudo las cintas detrás de mi cabeza — ¿Este es el momento en el cual robas todas mis pertenencias y me dejas amarrado sin ver absolutamente nada? — tengo que tantear hasta poder empujar su torso en busca de mayor cercanía, no tengo idea de dónde se encuentra su boca, así que beso lo que sospecho que es su pómulo y trato de guiarme por el tacto, ese que me lleva por un temeroso paseo por el contorno de su mandíbula — Si vas a saltar sobre mí con tan sólo mostrarte una sala, iremos de vacaciones mucho más seguido. Es una pena que solo pueda pedirte matrimonio tan solo una vez — le aseguro, en lo que una de mis manos tantea para desabotonar aunque sea un poco de su camisa — ¿Recuerdas la primera vez que lo hicimos? No es muy diferente. Hay una mesa, hay una silla, hay una botella… Y sigues empeñada en desordenar todo a tu paso — que seamos personas muy diferentes a ese entonces es un detalle menor.
Hans M. Powell
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Su respuesta consigue que regrese sobre su boca para un segundo beso, uno más del tipo romántico que no sabíamos que podía gustarnos tanto en el otro, que puedo saborear en él antes de ensuciar sus labios con el alcohol del champagne y el chocolate partido a la mitad. Paso mi pulgar lentamente por su labio inferior cuando el bombón desaparece dentro de su boca, una insinuación de las caricias que puede recibir de mi parte si continua dócil en su silla, dejando que sean mis movimientos los que vayan marcando el tono y se apresta a ser quien se coloque la venda, sin necesidad de que lo haga yo. Su pregunta me hace reír contra su garganta al besar la piel donde percibo su latido, ese que procuran acoplarse el compás de los míos, que no van en frenesí, sino acordes a una candencia lenta por los roces que van siguiendo un plan. Lo que en verdad pasa por mi mente se lo compenso por anticipado con los besos que trepan por su mandíbula y cuando lo siento torpe tratando de dar con mi boca, acaricio la suya con otro bombón para que al atraparlo, mis labios vuelvan sobre él, siempre vuelven.

Sin ver absolutamente nada y sin poder agarrar nada— murmuro al conseguir otra tira de tela del extremo de mi varita que le hago sentir contra su vientre, la deslizo alrededor de sus costillas. Se escucha el sonido de mi varita al caer al suelo y esta vez no requiero de su ayuda cuando lo tomo de las muñecas para llevarlas hacia atrás del respaldo de la silla, mis dedos bien agarrados a estas para que hacer un ligera presión que lo obligue a entrelazarlas cuando voy pasando la venda de un lado al otro en un nudo que no le hace verdadero daño, es bastante ligero como para poder deshacerlo. —Podríamos salir todos los domingos, cada domingo en un distrito distinto, pero… lástima, tus partidos de golf— hago un mohín que no puede ver, solo imaginar por mi voz y saber que me estoy regodeando en él, porque esos benditos partidos de golf parecen una religión, así que me divierto poniéndolo en el dilema de si tenerme sobre él vale perderse un encuentro de esos. Si pusiera el entusiasmo suficiente, considero que podría conseguirlo, pero con saberlo me basta, no pretendo tenerlo atado a mi capricho en todo momento. Solo en este.

Claro que lo recuerdo— murmuro al bajar mis palmas por su pecho para que terminen en una cremallera que se desliza tan rápido como me encargo de que su pantalón acabe en el suelo, con una sonrisa que se está perdiendo. Son unos pocos minutos los que su cuerpo se ve libre de mi peso y quito la ropa que nos molesta para poder echarle un vistazo a su desnudez desde la posición ventajosa –y vestida- en la que me encuentro. Recupero la botella para que al acercar el pico a su boca sepa que puede volver a beber y me ocupo de que sean tragos cortos, el champagne que salpica en su comisura lo limpio con un beso que sube hasta su mejilla. — Sigo volviéndote loco— colaboro con mis propios recuerdos sobre ese noche en su oficina, —y solo querías que cediera, querías tenerme a tus pies, de rodillas ante ti, ¿no?— ronroneo como parte de una broma que no tiene nada de graciosa, no cuando al dejar la botella sobre la mesa mis manos se posan en sus rodillas al acomodarme entre estas, cuando las mías se posan sobre el suelo y le hablo teniendo que alzar mi rostro. —Muchas veces me pregunté qué hubiera sido de nosotros si esa noche solo me hubiera ido— suelto sus rodillas al decirlo, me pongo de pie y pongo un paso de distancia entre nosotros. —Feliz despedida a tu soltería, Hans— muerdo mis labios al querer reírme mientras mis ojos se lo comen en la posición imposible en la que se encuentra, imposible de pensar que esta sería una obra mía, y recojo otro chocolate de la mesa para degustarlo en mi garganta con un gemido de placer. —¡Por Morgana! ¡Esto es delicioso! ¿Dónde conseguiste estos bombones? ¡Me los llevaré a la cama!— decido y cargo un plato con un par de estos. Cuando me acerco a Hans solo mis labios rozan los suyos, procuro que el resto de mi cuerpo respete la distancia que en su momento la crucé con ganas para estrellarme con él y que sea el caos que tuviera que ser. —Nos vemos en la noche de bodas— me despido.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
All I know is you're someone I have always known and I don't even know you
Now I wanna hold you, hold you close
I don't wanna ever have to let you go
Say that you'll hold me forever, say that the wind won't change on us
Say that we'll stay with each other and it will always be like this...






Quizá fue una mala idea el haber escogido una casa grande, que la soledad de la habitación extra que tomé para poder vestirme a solas es lo que me permite el beber dos vasos de whisky antes de enfrentarme a la imagen del espejo. El traje de color crema que Meerah ha diseñado es tan cómodo que no se siente como una carga, de modo que le atribuyo la molestia en la zona del abdomen a los repentinos nervios que no pensé estar sufriendo pero que, al mismo tiempo, tienen todo el sentido. No tengo una corbata que acomodar para calmarme, así que me entretengo corrigiendo un cuello que ya se encuentra perfectamente alineado. Empujo mi mejilla con la lengua y acabo chasqueándola. Una vez más, me paso la mano por el cabello, como si de echarlo hacia atrás fuese a verme un poco más parecido a mí mismo que el resto de mi imagen. Uso trajes, pero nunca con estos propósitos. No hay más personas que nosotros para ver cómo es que Hans Michael Powell se ha vestido para su boda. Las pocas fotos que tomemos hoy serán nuestra manera de delatarnos ante el mundo, que sino nadie me lo creería. ¿Dónde dejé esa botella?

El vaso está nuevamente lleno cuando chequeo, por última vez, que los papeles se encuentren en orden. No hay un juez, no lo necesito cuando soy quien maneja la justicia de todo Neopanem. Ver los espacios dispuestos para nuestras firmas es lo que me hace tomar aire, vuelvo a enrollar la documentación y la meto dentro de mi saco. Doy un trago seco, las gotas acaban por indicarme que me he bebido todo, otra vez — Cálmate, Powell — me recuerdo en lo que muevo mi cabeza de manera tal que consigo hacer sonar mi cuello — No hay invitados, es solo Scott — ese es el quid de la cuestión. Sé muy bien por qué he elegido hacer esto con ella y no con cualquier otra persona, solo que nunca se había sentido tan real como en este momento. Hasta puedo perdonarle que he tardado una eternidad en conseguir alcanzar mi varita para liberarme de cómo es que me amarró esta tarde, cuando el panorama que tengo delante hace que todo aquello sea pan comido. Miro mi vaso, me pregunto si merece la pena el beber un poco más. No, la verdad es que no. Quiero recordar cada detalle de esta noche, que no planeo pasar por esto con ninguna otra persona. Es solo Scott y eso es todo lo que necesito. No hay nada más simple que eso.

Para cuando salgo por la puerta trasera de la casona, el aroma del mar me hace arrugar la nariz y agradezco el no estar ebrio, porque tengo que esconder mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón para que se mantengan quietas. El cielo se va tiñendo de negro en lo que los últimos destellos del sol se ocultan en el horizonte, pero no me muevo de mi lugar, cuando hemos decidido ir juntos hasta el punto en el cual podremos sellar lo que vinimos a pactar. El aire sirve para aclararme las ideas, respiro hondo y largo el aire. Apenas lo noto, pero sé que sonrío cuando oigo que la puerta se abre a mis espaldas y le echo un vistazo por encima de mi hombro. Creo que me duele el pecho de lo fuerte que golpean mis latidos, tengo que barrerla con la mirada antes de encontrarme con sus ojos. Ni siquiera me molesto en abrir la boca cuando le tiendo la mano con la palma hacia arriba, confiado de que va a tomarla — Estoy seguro de que eres la persona más hermosa que he conocido — es un piropo que no va dirigido solo al diseño para esta noche, creo que está más que claro — ¿Estás lista, Scott? Porque siempre puedes plantarme. Sería una historia entretenida para contarle a los nietos, algún día — aunque sé muy bien que si hemos corrido hasta este punto, estamos dispuestos a llegar a la meta. ¿Cómo fue que dijo antes? Estrellarnos. Y ser caos.
Hans M. Powell
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Respira, Lara.

Respira, respira. Sostengo la pared con mis manos para tener en qué apoyarme, escondo mi cabeza en el espacio entre mis brazos donde busco el aire que no logro conseguir que llegue a mi pecho, por cómodo que sea el traje. Lo alto de la cinturilla del pantalón blanco me sujeta casi la cintura, no es esa la razón por la que siento que me falta oxígeno, sino la soledad de esta habitación donde un espejo de cuerpo entero me permite dar con una imagen de mí misma, que nunca hubiera concebido posible. El encaje que cubre mi pecho es lo poco que se puede ver de un atuendo tradicional de bodas, por lo demás me encargué que sea un diseño en el que pueda seguir viéndome a mí, porque estoy segura de que soy yo quien caminará a un altar, no otra mujer. Sacudo mi cabello corto con los dedos, caen algunos mechones sobre mis ojos negros que le preguntan a mi reflejo por esta locura. Lara, ¿qué haces parada aquí si eres un desastre sin rumbo? Lara, si te han visto fugarte de otros destinos, huyendo tan a prisa que más de una vez no hubo un adiós, desapareciendo de buenas a primera, diciendo que solo fueron escapes entre los tiempos porque el mundo solía tornarse complicado a veces. ¿Por qué estás aquí a punto de darle todo tu desastre a alguien más y diciéndole que será por el resto de su vida? ¡Pobre hombre! ¿Qué culpa tiene él? Que no sea un dechado de virtudes ayuda a que la culpa no sea tanta, a creer que sus defectos están hechos para entenderse con los míos y que esto que somos es mejor que la perfección, así impredecible, caótico y humano.  

Una vez puede ser un accidente, dos veces un error que se repite, tres veces es un patrón y al día en que cada uno está vistiéndose, practicando sus votos en voz baja, con uno que otro trago de alcohol de por medio para infundirse coraje, casi que me arriesgo a decir que esto podría ser el destino, sino fuera porque estoy convencida de su naturaleza original como accidente… que supimos hacer destino. Si esto es algo que sentiré una única vez en la vida, que en otras vidas quizás no llegue a sentir, ¿cómo no caminar hacia el hombre donde todos los errores se convierten en una buena decisión y todos mis «nunca» se vuelven promesa de un «siempre»? Repaso mis votos una tercera, séptima, novena vez. Por un momento deseo saber lo que se hubiera sentido tener a mi madre abrazándome por los hombros, a Meerah haciendo unos últimos ajustes al traje y a Tilly… bueno, Tilly comiéndose las flores. Pero siendo las mujeres que más amo en la vida, esto es algo que necesito hacer sola. Porque necesito que me pertenezca por completo ese momento en que le pregunte a Hans Michael Powell si está seguro de querer ser un desastre conmigo, sin testigos, sin nadie que pueda reprocharnos el que nos saltemos algunas formalidades, y aunque el «no» esté fuera de consideración, que su «sí» también me pertenezca, por completo.

Respira, Lara. No puedo desmayarme antes de la ceremonia por ver al novio a través de los ventanales que dan a la playa, tan impecable en su traje crema que tengo mi minuto de pánico por si se le ha ocurrido contratar una orquesta para que se apelotone en la orilla o elefantes blancos que entren en caravana. Pero está ahí, de pie, solo esperándome a mí, tan conmocionado con todo esto que dice tonterías al verme llegar y le sonrío por saber que lo dice en verdad, por primera vez me deja sin saber qué responderle. —Antes de dejarte plantado, encarguémonos de hacer algo que nuestra hijas no nos perdonarán de olvidarlo— en vez de pensar en los nietos, me asusta más como pueda reaccionar Meerah de enterarse que nos olvidamos de una fotografía por haberlo dejado para el final de la ceremonia y luego simplemente lo olvidamos. —Ven aquí— lo llamo al rodear su cintura con mi brazo y colocar el teléfono en un ángulo donde pese a lo corto de mi brazo, logro abarcar toda su figura. —Sonríe como si este fuera el momento feliz que nunca creíste que sería— más instrucciones con una sonrisa que hace resaltar el labial rojo, —por estar a punto de casarte con la mujer que nunca creíste que encontrarías, aunque la tenías enfrente— me mofo de él al mirarlo, mis ojos puestos en los suyos para una segunda captura de la cámara, —yo prometo hacer lo mismo.
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Hans M. Powell
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Me encuentro con que el acercarnos se siente como todos los días, no importa que estemos vestidos para cumplir un papel que jamás nos ha tocado jugar. Paso una mano por su cintura para que que ambos entremos en el plano, lo que me hace reír entre dientes en lo que intento mantenerme quieto para la fotografía — Siempre podemos hacer que flote… Lo sabes, ¿verdad? —  le recuerdo con un suave pellizco en el costado de su cadera —  Meerah querrá ver todos los ángulos para asegurarse de que nos hemos vestido como corresponde y que se han llegado a lucir — me pregunto cómo sería el tenerla aquí, en cómo se movería toda esta situación si hubiese un montón de personas esperando por nuestras acciones, por las palabras o gestos que siempre han pertenecido a nuestra intimidad y que retenemos con el egoísmo que fuimos desarrollando para con nosotros. Para cuándo estoy obligado a que mis ojos se topen con los suyos, me confirmo que jamás me perdería la oportunidad de hacer de esto un instante para que nosotros congelemos, sin tener que pretender ser la pareja clásica que muchos esperarían que seamos —  De entre todas las mujeres que jamás se me hubiesen pasado por la cabeza, en un escenario que me prometí jamás pisar… —  me tomo un momento en pasear la mirada por sus facciones —  Eres la mejor, sin duda.

A pesar de que las normas nos obligan a mantener cierta distancia hasta que seamos nombrados marido y mujer, me permito el robar un beso de sus labios, de aquellos que presionan el contacto por un momento suave antes de permitirme el relamer los míos. En cuanto sospecho que hemos tenido ya las fotografías suficientes, bajo el agarre para presionar nuestros dedos y jalo de ella, que aún tenemos que hacer uso de la luz que nos queda antes de que el sol se oculte por completo y tengamos que recurrir a la magia para ver lo que estamos haciendo — Te ves increíble, Scott — no puedo no comentarlo, que en lo que nuestros pasos se van marcando por encima del césped y los rastros leves de arena, soy incapaz de contener las miradas que la analizan de pies a cabeza — Casi que puedo perdonarte lo que me hiciste esta tarde. ¿Sabes que por tu jueguito ahora tendré que pasar la noche de bodas con un moretón en la nalga izquierda? — a pesar de la mueca que arruga rápidamente mi expresión, mi sonrisa se mantiene divertida — No afirmaré ni negaré que acabé culo para el norte en busca de mi varita, si te interesa — sin poder contenerme, paso la mano que tengo libre por mi culo en un rápido masaje que sí, continúa doliendo — Vaya manera de estrenar el título, eh.

Desde la península que decora el extremo más cercano de la pequeña isla, el mar se ve incluso más azul que a la distancia. Me detengo en el paisaje, ese que se merece nuestra atención aunque sea por un instante efímero, antes de voltearme hacia ella. Sin música ni pasos a seguir, el recordarme lo que tengo que hacer es un poco extraño, incluso me aclaro la garganta en lo que busco la mano restante con la mía. Me centro en cómo mis pulgares rozan sus nudillos, apenas y tocando el anillo de compromiso que selló el pacto para que ambos estemos aquí esta tarde — Este es el momento en el cual deberíamos darle la bienvenida a los invitados y anunciar por qué nos encontramos aquí. Y está claro que cualquier juez nos haría preguntas ridículas de cómo nos conocimos, de cómo nos dimos cuenta de que nos amamos… Y todas esas cosas que nosotros ya sabemos — le sonrío de lado, con una suavidad casi que tímida que no me pertenece — Scott… Antes de empezar, quiero darte algo — la suelto, así puedo rebuscar dentro del saco, allí donde guardo los papeles, la pluma, los anillos y… —  Es una tontería, pero la tradición dice que la novia debe tener algo prestado, viejo y azul. Y esta es una de las pocas cosas que pude guardar desde que era niño — si pude hacer esto por mi hermana, creo que podré hacerlo también por mi futura esposa. Aún así, lo que saco en esta ocasión no es un brazalete, sino un pequeño plástico añil que apenas alcanzo a sostener entre dos yemas, lo que me hace reír entre dientes antes de explicar qué es — El capitán Kesibi tenía una vara láser en el cinto que la pequeña Lara no se llevó con ella cuando me robó el juguete — le explico, tendiéndoselo — ¿Quieres hacernos los honores de iniciar?
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Lo dejaremos levitando para cuando comencemos la ceremonia— lo tranquilizo, ¿es qué no me puede dejar tomar siquiera una fotografía de la manera más espontánea y común de todas? Así, como diciendo «detén este momento, quiero que dure para siempre». Quiero poder conseguir que este momento se alargue, se expanda, llegue a cubrir todo el espacio reservado para otros momentos, que envuelva el mundo así de grande como es, que este sea el momento en el que se detienen todos los relojes del universo, cuando sus ojos se encuentran con los míos y pienso en lo inmenso que es todo lo que nos rodea, en lo distantes que eran los puntos de los que partimos para coincidir en este segundo en que nos reconocemos en el otro como la mejor coincidencia que pudo darse en nuestras vidas. Y su beso no es extraño, tampoco se siente como una descarga eléctrica que me recuerda el peligro de juntar lo incompatible, es la familiar caricia de una boca que el lugar seguro al cual volver para sentirte en casa.

Nunca pensé que entre los dos se daría el extraño sentimiento de ser una casa para el otro, como el riesgo más absurdo asumido luego de fijarnos en el otro que fue lo primero en ocurrir, pero cuando camino tomada de su mano a través de la arena que nos hace de alfombra hacia la ceremonia que corre a nuestra cuenta, igual que la validez de nuestra promesas, me siento capaz de construir imperios con este hombre. Cada vez que lo beso, algo en el universo restaura su orden, las manijas recuerdan cómo avanzar y todos los caminos truncados a través de las constelaciones se convierten en puentes, todo porque el universo en el azar de sus decisiones coloco dos piezas donde nunca nadie hubiera dicho que encajarían y lo hicieron. —¡Ooooooh, pobre chico!— me compadezco de él al borde de una carcajada, froto su hombro para aliviarle el dolor y la humillación que siente en la nalga izquierda. —Habrá sido la primera vez que el sol salió por el norte— me rió, —ahora también me dedico a conseguir milagros de la naturaleza— presumo con mi voz más solemne. —Me siento poderosa—. No puedo contener otra carcajada al ver que está yendo a nuestro imaginario altar cebándose la nalga lastimada y lo apremio con una palmada en el mismo lugar. —¡No seas blandito, Hans! ¡Que para la promesa que vas a hacer necesitas huevos y culo bien puestos!—. ¿Ven? Por estas cosas es que lo más conveniente es que fuera una ceremonia íntima.  

Estamos de acuerdo, sin decirlo, que la vista que tenemos ante nosotros quita la respiración de la misma manera que lo haría ponerme a hacer un repaso de cada momento que nos trajo aquí, desde las veces en que venía a mi taller, antes de eso el acuerdo que hicimos en una sala de interrogatorios, el desastre en su oficina que no iba a repetirse, que me dijera que tenía en un cajón de su casa formularios de casamiento como presentimiento de que ahí sería donde acabaríamos, en su cama de la que trataría de escaparme a prisa y entonces se encargaría de entretenerme hasta que perdimos la cuenta de las veces que caíamos en las mismas sábanas. El hospital al que fuimos por una estúpida reacción a los mariscos, el hospital al que volvimos porque lo atravesaron con tantas balas que lo dejaron como colador. Las veces en las que nos sentimos solos, en las que tuve que ver su espalda, que lo tuve a metros y no supe como acercarme, cuando le dije que no tenía nadie que fuera un vínculo para mí y fue una mentira que sostuve mirándolo a los ojos, porque no quería decirle que lo amaba. No sé cómo es el inicio de estas ceremonias aunque haya asistido a más de una, con evocar todos esos momentos en vez de saludos y protocolos, me siento lista para abrir mi mano a lo que sea que vaya a darme y la sonrisa se ensancha en mi rostro al mismo tiempo que una carcajada trepa por mi garganta, suave y baja cuando sale de mis labios. Tomo el diminuto juguete con las puntas de mis dedos, ese que la pequeña Lara no sabía que dejó y quedó con el flacucho Hans de ese entonces, con sus brazos como palillos, como primera señal que ni el universo supo ver, de que todo lo que debe encontrarse, así lo hace, más tarde o más temprano.

Ehh… ¿con iniciar te refieres a hacer los votos? Porque es la única parte de la ceremonia en la que sé lo que debo hacer—. ¿No me estará pidiendo que yo haga los honores de citar frases bíblicas o de códigos de leyes, verdad? Nos, ciudadanos de Neopanem, nos encontramos aquí para… hasta ahí llegaron mis conocimientos de tanta formalidad. —¿Me das el anillo que te debo dar?— le pido, así improvisado como es esto, donde ambos cumplimos todos los roles que se suelen delegar en otras personas. Tomo su mano derecha, ah, no, la izquierda, y con mi palma debajo, sostengo sus dedos extendidos para deslizar el anillo por su dedo anular cuando termine de decir todo lo que llegué a memorizar. —Hans Michael Powell, estoy viéndote dormir luego de que te drogaron con sedantes como para no te despiertes hasta finales del siglo y por trillado que sea me he dado cuenta que te amo porque estuviste a punto de morir, porque al lado de tu lista de defectos, hice una lista aún más larga de las cosas que me gustaría hacer contigo y te necesito vivo, pero luego cometes la estupidez de señalarme con el dedo y decir que estoy enamorada de ti. ¿Podrías haber dicho simplemente que me amabas? Es posible que no lo hicieras porque no lo sentías, así que asustarme y mentirte, mentirme, siguió siendo la manera de protegerme de ti y de lo importante que estabas volviéndote para mí.

»No me gustó nada lo oscuro que se volvió para mí el mundo las semanas que estuvimos separados por decirte que yo no tenía a nadie y estabas parado frente a mí, aunque fuera una soledad oscura que conocía y en la que sabía moverme antes de que conquistaras todos mis rincones. Por eso cuando me tomaste de las manos para decirme que criáramos una hija juntos, que a la cuenta ya eran dos, no dudé de que ahí era donde deseaba estar, contigo. Porque, ¿qué sería de mí si dejaba pasar un amor así? ¿Y si el universo se daba cuenta de su error y que no estábamos hechos para sentir algo así, entonces volvería arrojarnos a nuestras soledades? ¿Cómo podría pasar el resto de mi vida y las que siguieran conociendo lo que sentí contigo?
— el calor de mi mano contra la suya es toda mi promesa de que la sujeto para nunca soltarla. —Si en este universo de tantos amantes equivocados que acabaron mal, que viven en el desencuentro o atados a fantasmas, de amores inolvidables que fueron olvidados, de fuegos eternos que se apagaron, nosotros que somos los afortunados y robamos al universo este sentimiento para el que nos creyeron demasiado estúpidos como para saber qué hacer con él… prometo elegirte y amarte cada día, todos los días, en todos los momentos, de la manera más humana y sublime que he llegado a conocer a tu lado.
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Hans M. Powell
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Al menos que quieras hablar sobre cómo debe funcionar el matrimonio y dar el sermón nupcial… — es lo primero que se me ocurre con qué bromear. A falta de tener a Rory llevando los anillos, tengo que buscar dentro del saco para tenderle el anillo que le corresponde y mi mano cae muerta, dispuesta a su voluntad para que pueda colocarlo en el dedo que cargará con la tarea de decirle al resto del mundo que, por fin y de una buena vez, me he casado. En todo este tiempo no he siquiera pensado en lo que se supone que debo hacer mientras ella habla y, claro, es Lara Scott, obviamente va a hablar. Reconozco de inmediato lo que está diciendo, mis ojos se entornan al perderse en algún punto del horizonte al escuchar con atención sus palabras, porque puedo recrear con facilidad el escenario del hospital, la conversación que tuvimos ese día fue una que nos puso en jaque al respecto de lo que sentíamos el uno por el otro, incluso cuando ninguno de los dos tuvo el valor de poner en palabras lo que ambos sabíamos. De alguna manera, siempre supe lo que yo significaba para ella y estoy seguro de que puede decir lo mismo sobre mí. Puedo reconocer mis propios miedos y dudas, la sensación de pertenencia en cuanto dejamos de lado ese puñado de mentiras y lo transformamos en algo de todos los días, en esa rutina de la cual siempre nos habíamos escapado. No diré que el cosquilleo de mi estómago se marcha, pero me doy cuenta de que se vuelve mucho más gentil, tibio. Los nervios y el miedo se marchan, son reemplazados por una emoción nueva que, en cuanto ella termina de hablar, me doy cuenta de que me quedo en silencio. Aprieto la mano que sostiene la mía y creo que eso es suficiente para decir todo sin abrir la boca, incluso cuando sé que debo hacerlo. Un instante más de silencio no le hace mal a nadie.

Tomo algo de aire antes de largarlo entre la risa muda que curva mis labios, paso los ojos de ella a nuestras manos y meneo la cabeza en un vaivén suave — No sé cómo esperas que diga mis votos después de eso… — murmuro en tono bromista — ¿No puedo sacar los papeles y simplemente firmarlos? — a pesar del comentario, me muevo para hurgar en busca del anillo que le corresponde; me es imposible no verlo sobre mi palma como si fuese un objeto tan inocente y que, al mismo tiempo, puede decir muchas cosas. Ahora mismo casi siento que es una ironía del camino en círculos que estuvimos dando hasta chocarnos el uno con el otro después de tantos años, como si desde el día en el cual nos encontramos en la base de seguridad hubiese sido la manera de decirnos por parte de la vida que acabaríamos aquí, en contra de lo que siempre aseguramos que jamás querríamos para nosotros.

¿Sabes que eres todos los “nunca” de mi vida, no? — cierro el puño para encerrar al anillo al decirlo, como si fuese una resolución que acabo de tener conmigo mismo — Pensé mucho en cómo hacer mis votos, pero cada vez que empezaba a escribirlos, pensaba que iba a quedarme corto, que el papel no serviría para explicar todo lo que quiero decirte. ¿Y sabes una cosa? Me di cuenta de que no es necesario que te lo diga, porque estoy seguro de que ya lo sabes. Verás… Scott… Lara— me burlo de nosotros, de esa manía de continuar con la falsa formalidad que ahora no existe — Durante muchos años estuve seguro de que no necesitaba de nadie, que mi vida era perfecta y que esa constante idea de control era todo lo que necesitaba para sentirme satisfecho. No podía entender cómo es que tú, tan segura de ti misma como tú sólo puedes serlo, pudieras entrar a mi territorio, sacudirlo y seguir al día siguiente como si nada hubiese ocurrido. Me tomó un tiempo el comprender que tenías esa capacidad porque, de todos mis “nunca”, tú parecías ser la imagen perfecta de los “siempre”. Tal vez fue cuando me dijiste que íbamos a tener un bebé o cuando me diste la espalda en tu propia cama, no lo sé… Solo estoy seguro de que eres la única persona con la cual quiero seguir descubriendo qué tan bien o tan mal puedo hacer las cosas. Además… — a pesar de que estamos solos, mi voz baja una octava, como si quisiera mantener algún íntimo secreto entre ambos — Necesito a esa persona que sepa revolver cada estantería de mi vida, que ya tengo suficiente conmigo mismo siendo un obsesivo con el orden. Eres el mejor desastre natural que me ha ocurrido y sería incapaz de seguir adelante sin ti. Prometo cuidarte, incluso cuando me hagas berrinche diciendo que puedes hacerlo sola. Prometo no despotricar contra tus enteritos de jean y no llevarte muy seguido a la ópera, dejarte el control remoto cuando no sepamos qué es lo que vamos a ver en la televisión y pelear con todos los estirados que te digan “gorda” en los restaurantes. Y prometo que, cuando esté viejo y con dientes postizos, te dejaré tomar los medicamentos primero. Y que no voy a ser tan quejoso. Tan. Porque odio la idea de tener canas y arrugas, pero no me molesta si eres tú las que me las señala y se toma la molestia en contarlas. Gracias por tomarme, porque prometo tomarte y elegirte todos los días… Incluso cuando te pones de mal humor. No. En especial cuando te pones de mal humor.

A pesar de que mi voz se transforma en una pequeña risa, aprovecho a acabar de colocar el anillo en su dedo para contenerme del beso que, se supone, aún no puedo darle. Sin moverme, mantengo nuestras manos unidas, las observo para poder medir su nuevo decorado — Nos queda. ¿No crees? — le pregunto, levantando nuestros dedos enroscados para que pueda admirar lo mismo que yo. Me conformo con besar cariñosamente sus nudillos antes de sacar los papeles con una calma que no me creí capaz de tener, pronto se encuentran flotando gracias a la varita que tengo que volver a guardar y, para cuando recupero la pluma del fondo de mi saco, tengo que pasar saliva. De manera repentina, mi garganta se siente seca — Ahora es cuando ponemos nuestras firmas… — le explico de manera casi torpe, como si no supiera a dónde quiero llegar —Lara Scott… ¿Acepta a Hans Michael Powell como su legítimo esposo, en la salud y la enfermedad, en sus domingos de golf, en la pobreza y la riqueza… blah blah blah… hasta que la muerte los separe?— por las dudas, arqueo mis cejas en su dirección — Ahora es cuando dices que me aceptas — le susurro a modo de broma, tendiéndole la pluma.
Hans M. Powell
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A su silencio respondo con una sonrisa tensa que le ruega decir algo, lo que sea, ¿no es eso lo que sigue? No sé, ¿que diga sus votos? ¿Por qué se queda callado? ¿Si el silencio dura mucho esta ceremonia sigue teniendo validez? Ah, mierda, él es el único juez presente en este momento, si se olvida de cómo sigue el protocolo, ¿cómo lo sabré yo? Muevo un poco mi pie para darle a la punta de su zapato con el mío. Habla, hombre. Habla. Y lo que hace es reírse, ya es algo. —¡Oh, vamos! ¡No puede ser que deje sin palabras al hombre con la mayor parla de Neopanem!— no es algo de lo que me precie, más bien se lo estoy reprochando, aunque nos tengamos que quedar nueve horas aquí parados, no firmaré nada que sea de por vida si no hace sus votos como debe ser. Aguardo a que el anillo quede a la vista en su mano con una sonrisa más relajada que la anterior, es un sin sentido pensar que este hombre podría no encontrar su voz para hablar, y finalmente lo hace, se echa a hablar, poniendo por delante de todo la aclaración de que lo que no pueda decir, tendré que confiar que ya lo sé y eso quiere decir que mis instintos tendrán la tarea una vez más, para toda la vida, de tratar de entenderlo a él que supo ser mi enigma indescifrable por tanto tiempo.

Si es así, ya lo sé, conozco la respuesta al enigma y es con quien acepto casarme, hoy, en este instante que será irrepetible en el universo, que nos pertenece a nosotros en toda intimidad, sus dedos sosteniendo los míos para hacer deslizar el anillo en el dedo anular que lo vincula directo con mi corazón, ese que siento latir, tranquilo, pero latir. Pasé casi treinta años de mi vida con ese sonido siendo imperceptible, cobró fuerza cuando en el hospital busqué el suyo para agradecer que siguiera vivo y hoy volvemos a sacar una lista de todas las cosas que podríamos hacer con el otro, en el que envejecer está entre las últimas de una larga vida que espero tengamos por delante, aunque con él los segundos también valen lo mismo que siglos cuando recapitulo todo lo que pasamos y un año también puede pasarse en un abrir y cerrar de ojos. Cuando mis ojos se posan en los anillos de nuestras manos, veo la confirmación de que supimos hacer coincidir nuestros relojes y el tiempo es algo que podremos manejar nosotros, este no es un segundo que quiero que acabe así que me demoro todo lo que puedo en sostener su mano. —Se siente como si hubiéramos sido hechos para este momento— todo, todo lo que pasó, antes de nosotros, personas que estuvieron antes, historias que se asentaron en estos lugares, todo me llevo a tener mis dedos entrelazados a los suyos en el caos más armónico que conocerá el cosmos.

¿Sabré usar mi mano para hacer algo como firmar cuando su única función parece ser la de aferrarse a la de Hans? Ah, cierto, firmo con la otra mano. —¿También en sus domingos de golf?— no puedo hacer el chiste de preguntarlo con un mohín y me río con una carcajada ronca que ahuyente cualquier miedo a que pueda dar otra respuesta que no sea la que tengo en los labios. —Sí, claro que sí— contesto, por las dudas cumplo con la formalidad como corresponde. —Sí, acepto— porque sea una boda a nuestro cargo, no quiero que tenga menos validez. —“Hans Michael Powel… ¿aceptas a Lara Scott como tu legítima esposa, en la salud y en la enfermedad, la pobreza y la riqueza, con su desastre de carácter, hasta que la muerte nos separe?”— pregunto. ¿Por qué esto no se siente real? ¿Por qué creo que despertaremos de un momento al otro a una realidad que no es esta? Busco su mano una vez más para estrecharla mientras tomo la pluma para encargarme de dejar en tinta, imborrable y eterna, la firma que hace de esto lo más real que podamos encontrar alguna vez.
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En especial y sobre todo en sus domingos de golf — le aseguro como si fuese una verdad irrefutable, incluso el puchero que le enseño con mis labios y el ceño fruncido son una burla hacia nosotros mismos, a esos chistes que nos han perseguido desde la primera vez que durmió en mi cama, esa que ahora reclamamos siempre como nuestra. Me acepta, claro que lo hace, de esa manera que me hace entornar la mirada como si pudiera descubrir si esto es solo una broma o si en verdad está tomando en serio todas las cosas que nos ponían en contradicción en el pasado, que hoy no se han esfumado pero que fueron aceptadas casi que por milagro — ¿No te compuse una oda que hablaba de lo mucho que te amaba a pesar de tu fuerte temperamento? — me mofo de ese recuerdo borroso, que cada tanto gusta rememorar con tal de poder burlarse de mí — Sí, acepto — mi manera de afirmar esas palabras es suave pero firme, modulada como si estuviera acostumbrado a pronunciarlas cuando, en verdad, nunca creí que tendría que decirlas dentro de esta situación. Pero ahí están, acompañadas por una sonrisa de lado, de esas clásicas que siempre vinieron conmigo y que sostienen que sigo siendo yo, a pesar de lo inverosímil del escenario.

Me hago con la pluma, la acomodo entre mis dedos antes de hacer el firulete que normalmente es mi firma, la cual parece brillar incluso con la luz del atardecer que nos sirve como guía y que, dentro de poco, nos dejará a oscuras frente a un mar inmenso. Me toma un momento el repasar con los ojos aquel papel, cuyas firmas serán replicadas mediante magia dentro de la libreta de matrimonio que no me tardo en sacar de mi bolsillo para enseñarle como nuestros datos se lucen allí, con la tinta que desparramamos sobre el contrato luciéndose dentro de la misma — Ya no tienes escapatoria, Scott — una de mis cejas se arquea — Por el poder que me concede el ser el Ministro de Justicia más atractivo de NeoPanem y en vista de que no hay nadie más aquí para interponerse entre nosotros, frente a nuestras leyes, votos y todo lo que aquello implica, nos declaro marido y mujer. Ahora me voy a dar el permiso de besar a la novia.

Hubiera tirado la libreta de matrimonio si eso no significara el tener que irla a buscar luego. Como sea, apoyo una de mis manos en su mentón para que nuestros labios se encuentren por primera vez en unas horas que se volvieron tortuosas, aunque es la primera vez en el día en el cual me percato de lo mucho que necesitaba de ese contacto. Tengo que dar las gracias por que estemos solos, que estoy seguro de que no hubiese querido compartir la intimidad de este beso con nadie más. Suspiro en su boca, rozando su pómulo con mis nudillos — No traje arroz para lanzarlo sobre nuestras cabezas — bromeo en un susurro — Pero creo que no vamos a necesitarlo — no cuando aquí tenemos todo lo que buscábamos, incluso sin darnos cuenta.
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A pesar de… arqueo mis cejas esperando a conocer su elección de palabras para hablar su “a pesar de” que se refiere a mi persona, estamos firmando los papeles que nos unen como matrimonio y lo que pueda decir definirá que escriba la última T. —Un fuerte temperamento— repito, muevo mi barbilla en un asentimiento conforme, —me agrada que lo veas como un fuerte temperamento y no como un carácter de mierda— y él también, a pesar de sus benditos domingos de golf. Una vez supimos armar una lista interminable de cosas que iban en contra de poder hacer algo tan simple como esto, decir que nos aceptamos el uno al otro, cuesta pensar que somos los mismos que discutían por esperar que el otro pusiera en voz alta sentimientos que sabíamos que no podíamos tener o que nos decíamos que debíamos tener. Su mejilla cuando la cubro con mi mano se siente tibia, el estremecimiento que baja por mis brazos tienen mucho que ver con las emociones que presionan en mi pecho y no tanto al contacto que se volvió familiar, de una piel a la que le dicho que sí, muchas veces sí, acepto. No puedo creer que esté pasando algo como que la firma de Hans Michael Powell quede al lado de la mía en un papel que nos une de por vida. —¿Te acuerdas cuando la primera vez en tu casa dijiste que tenías certificados de matrimonio en un cajón por si queríamos firmarlos?— se lo tengo que preguntar, estoy parada aquí, con él, y vuelvo a verme en la sala de su casa, aquella noche, sentados en el sillón y bebiendo ¿tequila? —Elegimos el camino largo, pero estamos aquí de todos modos…— susurro.

¡Por todos los cielos y sus malditos infiernos, estamos casados! Mis ojos se posan en sus labios que modulan las palabras culmines de esta ceremonia y busco los suyos para sujetarme a ellos, para no caerme, no desmayarme aquí mismo, estoy aferrándome a sus ojos azules para que esto que ha superado mi propia voluntad y rebeldía a las tradiciones no acabe por arrastrarme un estado de desquicio. —Maldita sea— murmuro, mi voz es tan débil que no se escucha, —estamos casados—. Maldita sea, mi marido va a besarme. ¿Cómo se besa a un marido? ¡Mierda! ¡Me he casado con el muñeco de torta de mejillas redondas! ¡Con el niño flacucho de la plaza al que le robé su juguete! Con el hombre que por años visitó mi taller para que siguiera pagándole una deuda que se encargó de quemar en el dormitorio que ahora compartimos, porque aceptamos arder con esto desde un principio.

Espera— le pido, es solo un segundo, necesito fijar su rostro en mi mirada por solo un segundo y ver en él todo lo que pasó desde esa noche en la que cada uno juntó su propio desastre para despedirnos, creyendo que con una vez bastaba para matar la tensión. Si todo hubiera quedado en esa única vez… si hubiera seguido de largo como solía hacerlo, pero sigue estando al otro lado de este abismo que es el futuro impredecible y quiero saltar con él, caer con él, agarrarme a él, a sus labios en un beso que podría durar lo que nos resta de vida y así cumplir debidamente los votos que acabamos de hacer. De todos los misterios que quedan sin respuesta y que siguen siendo investigados en el mundo, lo imposible que fue alguna vez imaginar que pudiera dar el «si, acepto» a este hombre, es lo más inexplicable del universo para lo que no espero respuesta y solo agradezco. —¿Arroz? No voy a llenar tu pelo de arroz— murmuro, mis dedos acarician los mechones que van desde su frente hacia atrás. —Me voy a pasar los próximos treinta, cincuenta años, peinándolo así y viendo las canas aparecer— es una bobería lo que digo, dentro de todo lo que nos espera en los cien, doscientos años que vendrán. Nunca hubiera creído que iba a encontrar a alguien que me hiciera querer quedarme a su lado, porque su compañía se me hacía mejor que mi soledad y es decir mucho, sigo encontrándole el gusto a mis ratos de soledad, pero he descubierto que hay una cara que todos los días me gusta encontrar a mi lado cuando abro los ojos.
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Hans M. Powell
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I don't think you have to leave
If to change is what you need
You can change right next to me
When you're high, I'll take the lows
You can ebb and I can flow
And we'll take it slow
And grow as we go



Si me hubieran dicho que la luna de miel sería esto, me habría casado mucho antes. No sé si es por la emoción de haber entrado en una faceta nueva como un matrimonio o si es porque es la primera vez en una eternidad que estamos solos, pero en estos días he llegado a pensar que hasta beber café en la mañana es una de las situaciones más eróticas de toda mi vida. ¿La playa? Sí, está ahí, a veces salimos y la evidencia queda plasmada en el color rojizo que va tomando mi piel, en especial en las mejillas y los hombros. Es un bello paisaje, en especial si lo admiras desde las amplias ventanas de nuestro dormitorio, del cual salimos cuando nos aburrimos de la cama, la bañera y los diferentes rincones que dos personas en sus treinta pueden explotar para sacar todo el provecho posible. Cuando toca volver al mundo real es cuando salen los miedos incoherentes que todos los padres tenemos cuando tienes un bebé. ¿Meerah? Sabemos que está bien, me basta con enviarle un mensaje cada tanto para chequear cómo está y eso es todo. Nuestro problema es uno más pequeño y mucho más explosivo: Mathilda.

Sabemos que Mohini todavía está cuerda porque suele mandarnos alguna que otra foto, pero es la primera vez que estamos tan lejos de la bebé y hay dudas que no dejan de atacarnos, en especial porque no parecía muy contenta cuando la dejamos con su abuela. Claro, al principio era todo risas hasta que se dio cuenta de que nos estábamos yendo para no volver, de modo que el llanto se escuchó muy claramente del otro lado de la puerta. Trato de tomarme las cosas con calma, pero no es algo sencillo de hacer cuando Scott jamás ha sido la persona más serena que he conocido. Aún no es mediodía cuando giro la cabeza, tirado en la cama con los pies contra la cabecera, viendo como ella va y viene con el celular en la mano en lo que yo espero que esta crema haga efecto sobre mi nariz. ¿Me he insolado? Tal vez, solo sé que duele como la puta mierda. No volveré a ir a correr tan temprano por la playa de nuevo — Quizá le está preparando el almuerzo o no se han levantado aún. ¡Es sábado! — sugiero, tratando de encontrar excusas para mantenernos calmos en lo que la bomba se va preparando para estallar — Tilly está bien, solo déjalo… ¿Quieres que llame al masajista? — que conociéndola, en cualquier momento va a necesitarlo mucho más que yo.
Hans M. Powell
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El piso bajo mis pies se está gastando de tanto ir y venir, con la prisa que me provoca la impaciencia al llevar varios minutos mirando una pantalla que sigue vacía de mensajes, no he recibido aún la respuesta de Mohini y estos minutos me están pesando de la preocupación. ¿Y si algo pasó? ¿Y si están camino al hospital? ¿Y si están los aurores en la casa? No, claro, porque de ninguna manera la ausencia de un mensaje de su parte puede deberse a que esté en el baño, esa posibilidad está descartada de lleno, porque a mi mente lo que le gusta es armarse cientos de escenarios imposibles de mi mente, entre los cuales está mi madre batallando con un nundu que se le ha metido en la casa y en otro, ella y Mathilda están cruzando la frontera del distrito nueve para escapar de inferis. —¡Le envié el mensaje hace media hora!— grito, por si todavía no se ha enterado de la gravedad de esta situación, en la que nuestra hija menor bien podría estar avanzando entre túneles subterráneos como parte de la última comitiva de sobrevivientes a una catástrofe de la que todavía no nos enteramos. —¡Y no contesta! ¡Ni siquiera aparece como que le ha llegado el mensaje!— sigo, al borde del colapso nervioso, ese que alcanzo cuando escucho la sugerencia de llamar a la masajista.

Recojo del suelo una de las almohadas -no hace entrar en detalles de cómo acabo en el suelo así como otros, también como ha sucedido con algunos objetos de la decoración que cambiaron de lugar y ciertos muebles que se han movido varios centímetros de sus lugares originales- y se lo aviento a su cara, preferentemente su nariz, para ver si el dolor le devuelve el sentido de la realidad. Nunca estuvimos tanto tiempo apartados de Mathilda como en estos días y aunque no dudo que Mohini es mucho mejor madre que yo, no está en la flor de la edad, también puede tener sus complicaciones. ¡No lo sé! Viniendo de mi madre, su silencio nunca puede ser augurio de algo bueno. Entro al baño con un par de largas zancadas y salgo de este con mi cepillo de dientes en mano para ir hacia el guardarropa en el que recupero nuestras valijas. —¡Ve a buscar tu cepillo de dientes! ¡Nos vamos!— anuncio al desprender la ropa con todas sus perchas para arrojarlas sobre la cama donde está tirado, traigo las valijas para abrirlas en el suelo y poder ir arrojando cada prenda como un bollo desordenado. —¿Qué no escuchas? ¡Vamos!— me exaspero, tironeo de su brazo para sacarlo de la cama. —¿Y si paso algo, Hans? ¡Podrían estar necesitándonos!— lo apremio. —Podemos guardar lo que nos queda de luna de miel para… el día que Tilly se gradúe— lo que se ve más probable que ocurra.
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Hans M. Powell
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Tengo que hacer un enorme esfuerzo para no poner los ojos en blanco, creo que lo dejo en evidencia cuando inflo el pecho en un intento de contener el suspiro que se quiere escapar en forma de bufido. Media hora. Parece mucho tiempo y, en realidad, son solo treinta minutos efímeros. ¿Que pudo haber salido mal en ese lapso de tiempo? No quiero decirme que los accidentes bastan con solo un instante, porque eso sería entrar dentro de su bucle cargado de pánico y no quiero aumentar la densidad del ambiente. Me veo venir el golpe del almohadón y, de todos modos, no soy lo suficientemente rápido como para hacer algo más que levantar una mano que no alcanza a frenarlo. Lanzo un quejido en respuesta ante el ardor que me golpea como un latigo, que está jugando sucio si va a atentar contra mis debilidades físicas. Para cuando aparto el bendito cojín, me encuentro con que ya está agarrando el equipaje y… ¡No! ¡No puede obligarme a volver a la cruel realidad de esta manera! Es una locura. ¿No estábamos teniendo el momento de nuestras vidas? ¿No nos encontrábamos por primera vez tranquilos después de vaya a saber cuánto tiempo?

Me giro sobre mí mismo en un intento de ir hacia ella. Apoyo las manos en el colchón y gateo hasta rebotar sobre mis piernas al girarme, me siento y consigo estar de pie — ¿Quieres esperar como veinte años para volver a tener un momento a solas? — le pregunto cómo la persona que se supone que tiene que mantener la voz de la razón en esta habitación. Me acerco a ella para acariciar sus hombros por detrás, aunque en el modo más disimulado que soy capaz le quito, con mucho cuidado, el cepillo de dientes. Le doy un beso detrás de la oreja, como si de esa forma pudiese obtener toda su atención — Tilly es muy independiente. ¿Recuerdas cómo se enoja cuando queremos ayudarla a empujar el carrito en el cual lleva a Pelusa? ¿Y cómo no quiere que nadie más use su escoba voladora de juguete? — que solo la levanta unos centímetros del suelo y, aún así, grita si alguien quiere ponerle las manos cerca y ni hablemos de tratar de evitar que rompa algún florero o le dé golpes en el culo al pobre de Cocoa cuando se le mete en el camino — Hagamos una cosa. Esperemos algo así como una hora y, si no contesta, intentaremos llamar a Phoebe para que vaya a chequear. Y si pasó algo… ahí sí volveremos. ¿No te parece un poco más coherente?
Hans M. Powell
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Media hora, veinte años, estas medidas de tiempo que destellan delante de nuestros ojos como luces rojas de advertencia, me ciegan, son tantas señales que me dicen que no quiero ir ninguno de esos caminos y me llevan a estrellarme a la primera pared que aparece al dar el volantazo en desesperación. —Tal vez solo sean diez si conseguimos que Meerah la lleve de vacaciones cuando sea una púber que deteste pasar tiempo con sus padres y prefiera la compañía de su hermana mayor rica y exitosa— entonces nosotros podremos volver a reservar este mismo lugar, con esta misma playa, con Hans teniendo más canas de las que le gustaría tener. Tendremos alrededor de cuarenta y cinco años, una buena edad para una segunda luna de miel, lo dirían parejas que para entonces llevan casadas veinte años. Estoy haciendo cálculos matemáticos ridículos para calmar los nervios y trato de atrapar su muñeca cuando me quita el cepillo de dientes, fallando. —Es independiente, ¿pero estás seguro que lo suficientemente independiente como para llamar a emergencias si a Mohini le ha dado un infarto?—  pregunto, ¿acaso mi madre no venía diciéndolo? ¿Qué le dolía el pecho por no poder estar en nuestra boda? ¡¿Y si era algo serio?!

Respiro hondamente por la nariz cuando se muestra como la voz de la razón en esta habitación, conservando una calma que no es de este mundo, y hace que me gire hacia él para sostenerle la barbilla, así acerco su rostro para una inspección más exhaustiva de sus rasgos, las arrugas que le nacen del rabillo de los ojos y su mirada que tengo tan cerca que nuestra narices se rozan, la suya roja. —¿Se te ha metido agua de mar en las neuronas? ¿Es la vitamina del sol? ¿Te han dado para que te fumes algo? Son las sesiones de masaje, ¿verdad? ¿El incienso que prende la masajista?— lo interrogo, tratando de entender a dónde ha ido el Hans neurótico de la oficina que despierta con bolsas negras debajo de sus ojos por haberse quedado hasta tarde revisando papeles. Sostengo su cara con mis manos. —Nunca te he visto tan tranquilo desde que te conozco, — se lo digo con el asombro que estas palabras se merecen, solo para elevar el tono de mi voz a un pico agudo, —¡podría estar quemándose la casa de Mohini y me dices que esperemos UNA HORA! ¿Qué sigue a esto? ¿Te pondrás a cantarle baladas a los delfines y aprender a tocar el ukelele? No, Hans. Quizás sea momento de volver a la realidad— aseguro con una palmadita suave en su mejilla así puede despertar al mundo que nos rodea, ¡¡¡ese que está yéndose a pique porque mi madre no responde!!!

El sonido del mensaje al entrar en mi teléfono se escucha tan bajo y a la vez con tal repercusión como si fuera una bomba que cayó del otro lado de la pared, sabemos de quien es sin que haga falta que mire la pantalla. —Debe ser la notificación del horóscopo que me llega todos los días— murmuro entre dientes, trato de disimularlo al rascar la punta de mi nariz con despreocupación y hago girar el teléfono para poder leer el mensaje, encontrándome con el mensaje de mi madre diciéndome que estaba bañándose y trato de ocultarlo de los ojos de Hans. —¡Ya lo sabía! ¡Mis presentimientos nunca fallan!— miento, claro que miento. —Hubo una invasión de jarveys en el barrio y estaban tratando de contenerlos, se metían a las casas, rompían todo… un desastre… ¡suerte que Mohini y Tilly están bien!
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sí que eres fatalista… — murmuro — De verdad, si alguna vez me retraso en el trabajo y me encuentro con aurores en la oficina, ya sé muy bien a quién culpar — que estoy seguro de que Mohini tiene un corazón más sano que cualquiera de nosotros dos como para tener miedo de un infarto. La experiencia es lo que me obliga a quedarme quieto en lo que ella me anda examinando, con mi mejor cara de pan recién horneado que clama inocencia hasta que sus palabras me hacen reír entre dientes — Quizá porque es la primera vez en años que tengo la libertad y la excusa para no hacer absolutamente nada — sospecho que esta luna de miel está teniendo un efecto somnífero en mi cerebro, uno que no creía capaz de alcanzar desde que era adolescente y puedo asegurar que ha pasado mucho tiempo de ello, el reflejo en el espejo me lo va confirmando cada día más. Intento reírme, pero mi voz queda entrecortada a causa de la palmadita que me da en la mejilla y paso a frotarme allí donde ha golpeado, más por la sensación que por otra cosa — ¿No crees que nos habríamos enterado si la casa de tu madre se está quemando? Las malas noticias corren como la pólvora y hoy en día no es que falte comunicación… — Una cosa era el pasado, cuando los magos tenían la estúpida idea de utilizar lechuzas para comunicarse cuando los muggles ya se andaban moviendo con teléfonos. Por algo nos han dicho anticuados.

Mi mirada viaja en dirección al celular que acaba de sonar y, con la clara expresión de que me encuentro expectante a lo que está por decirme, me cruzo de brazos y mantengo una ceja en alto, sin apartar la atención de sus expresiones, esas que siempre acaban por delatarla incluso cuando no lo desea — Ajá… — es lo primero que se me escapa, que la conozco demasiado como para saber que lo que está diciendo es una simple exageración ligada a su eterna terquedad — ¿Y de dónde salieron tantos jarveys, para variar? ¿Hubo alguna invasión de gnomos que debieron ser controlados y los lanzaron como medio de contención? No sabía que esas cosas sucedieran en sitios tan urbanizados… ¿El campo? Quizá. Increíble — hasta chasqueo la lengua reiteradas veces, tal y como si en verdad estuviera lamentándome por una invasión ficticia — ¿Eso significa que la situación ya se encuentra controlada o tendremos que salir corriendo a luchar con hurones asesinos?

Le doy la espalda para acercarme a la mesa de luz, de donde agarro la crema que me he estado poniendo para calmar el ardor y me unto un poco más sobre la nariz, esa que siento arder y que de seguro se me acabará pelando en estos días — Creo que estar unos días sin nosotros le forjará el carácter. Dentro de poco tendrá que empezar a ir a una guardería de manera constante y no puede tenernos a nosotros detrás de ella todo el tiempo. Mis padres me obligaron a ir a una institución educativa apenas fui capaz de hablar y caminar — le lanzo un vistazo, que sé que las menciones a mi familia suelen venir con situaciones incómodas pero espero que entienda lo que quiero decirle con esto — Y también a ti te viene bien el trabajar el desapego. ¿No te la estás pasando bien? ¿Me he quemado mucho para tu gusto? — doy los pasos necesarios para picarle la nariz con lo que me ha quedado de crema en los dedos, torciendo mis labios en un puchero.
Hans M. Powell
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¿Hola?— lo digo con mis cejas arqueadas, mis ojos buscando los suyos, por encima de esa dolorosa mancha roja en su nariz que me distrae. —Soy Lara Scott, la fatalista. Mucho gusto. Pensé que a este punto ya nos conocíamos, Hans Michael…— ruedo los ojos al acabar de decirlo. Este hombre ha estado tan obnubilado con todos los preparativos de la boda, que fue perdiendo de vista algunas cuestiones de mi carácter como ser capaz de pensar cinco desgracias distintas a partir del mismo hecho, y hará que sea cierto eso que dicen que luego de la boda, uno se empieza a volver más consciente de los defectos del otro, ¿cuántos días nos duró? El proceso se está iniciando demasiado rápido, debería continuar cegado un poco más, para que al menos el gasto en este sitio lo valga. Se contradice un poco con lo atontado que le hace ver la pereza con la carga estos días, si hasta el tono azul de sus ojos se ve un poco más claro, así de observadora soy por conocer de memoria sus rasgos. Es posible que lo de absolutamente nada esté más cerca de cumplirse de lo que desea, porque nada es lo que vamos a hacer una vez que pongamos un pie en la realidad que nos espera en la casa, si es que la casa no está desmoronándose ahora mismo.

Y no, no se está desmoronando nada, solo mi dignidad, la que trato de rescatar alzando la barbilla al contestarle. —¿Gnomos salvajes? ¿Podrías dejar de ser tan exagerado, por favor?— si hasta tengo la cara como para no inmutarme al mirarlo, la pantalla de mi teléfono a resguardo contra mi pecho para que no pueda leer lo que ya sabe. —Está todo controlado— tengo que reconocerlo a regañadientes, —así que podemos quedarnos un poco más— hasta la siguiente alarma roja que suene en mi cabeza por no tener mis reportes de Tilly en los horarios que deben ser, quizás debería pedirle a mi madre que sume uno más por si las dudas ocurren cosas como estas que la hacen saltarse el horario que fijamos y… sí, avisarme incluso las veces que le cambia el pañal. No es que siempre sea así, hace mucho dejé de acosar a Maeve y David con mensajes a todas horas, tampoco a mi madre le he incordiado porque sé que es la más capaz de todos nosotros para cuidar de los niños de esta familia, pero es la primera vez que dormimos bajo un techo que no la cubre también a ella y los primeros día se sintió bien, como un descanso merecido, poder estar a nuestras anchas.

Fue una sensación que no duró mucho, no puede decirme que no le ha pasado lo mismo… y ahí está, con su nueva personalidad estrenada por unas vacaciones que le han renovado el espíritu, hablándome de una guardería. —¿Ya? ¿Tan pronto?— pregunto, sin poder disimular la aprensión presente en mi voz. —Si es porque Maeve se ha incorporado al escuadrón o porque está grande para seguir quedándose en la oficina con David, podemos buscarle a alguien más…— balbuceo, viene a mí el recuerdo de lo quisquillosa que fui en el primer casting de niñera y cómo Maeve consiguió el puesto por ser la mejor amiga de Meerah, lo ganó por darnos la más amplia prueba de que es digna de confianza. —¿Perdona?— otra vez mis cejas se disparan hacia arriba, —¿desapego quién?— finjo una ligera indignación que convierto en mofa cuando me acerco a él, arrugando mi nariz por el toque de su dedo cargado de crema. —Ya entiendo— lo digo con una sonrisa de suficiencia —toda esta cuestión del apego y del desapego, es por ti, no por la niña—. Sujeto su nuca con mis manos para hacer que incline un poco su rostro así puedo soplar suavemente sobre su nariz. —Yo aquí preocupándome por un incendio imaginario y descuidando tu pobre nariz, ¿duele?— pregunto antes de echar otro soplo que calme el ardor. —Y sí, te has quemado más de lo que me gustaría, tu bronceado rojo tomate no tiene nada de atractivo— digo, deshago el agarre de mis manos para quitarle la crema y tirar de su muñeca para que se siente en la orilla de la cama. —Me encargaré de que mantengas tu palidez de oficina como me gusta— bromeo, que las vacaciones son para que tome un poco más de color que lo haga ver sano. En vez de colocarme a su espalda sobre la cama, me acomodo sobre su regazo con mis rodillas haciendo de apoyo a cada lado de su cuerpo. Tiro el pote de crema cerca de las almohadas cuando coloco un poco sobre la palma de mi mano y lo uso para ir masajeando sus hombros que son los primeros en enrojecerse cuando se quita la camiseta en la playa, ni que vaya a quedarse vestido como monje, sobre todo si es una playa reservada para nosotros. —¿Alguna vez te dije qué me gusta en ti?—. No, no estoy hablando de su humor, ni los defectos de su carácter que tienen su atractivo. Mis manos bajan por sus brazos en una caricia que se va demorando. —Yo creo que si el día que te conocí no hubieras llevado traje, nos habríamos ahorrado tantos años. Ese traje fue el obstáculo entre nosotros todo el tiempo— bromeo en un susurro.
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